Serie Roja — 17
LA INDEPENDENCIA DE UCRANIA
George W. H. Bush y el líder ucraniano Leonid Kravchuk
El golpe de Estado que se produjo en Moscú había tomado por sorpresa al líder ucraniano, Leonid Kravchuk, y el golpe suponía una amenaza para su propio poder y para el movimiento nacionalista ucraniano, a cuyo movimiento le debía su suerte política. El primer secretario del Partido Comunista de Ucrania, Stanislav Hurenko, su principal rival, el día 19 a la mañana, lo llamó por teléfono a su casa que estaba ubicada en las afueras de Kiev.
Stanislav Hurenko le comunicó que iba a reunirse en la sede del Comité Central con el hombre fuerte del Comité de Emergencia, el general Valentín Varénnikov, que acababa de llegar a Kiev luego de encontrarse con Gorbachov en Crimea. Kravchuk se negó a concurrir a ese lugar: «Enseguida comprende hacia donde se estaba desplazando el poder. Le dije: ‘El Soviet Supremo representa al estado, Stanislav Ivánovich, y yo soy el jefe del Soviet Supremo. Si Varénnikov quiere verme, tiene que ser en mi despacho del Soviet Supremo’». Hurenko le daría la razón, recordaría Leonid Kravchuk más tarde.
Luego de que Ucrania se declarara soberana en 1990, el parlamento y el presidente habían ganado mucho poder, por tanto, Leonid Kravchuk, era un político muy importante. Se puede decir que casi lo mismo ocurría en las demás repúblicas centroasiáticas, pero hay que aclarar que el jefe del Comité Central añadía a su cargo el de presidente del parlamento. Pero en ese momento, Kravchuk se sentía indefenso ante Hurenko y Varénnikov, como lo diría más tarde. Él no tenía a su cargo ninguna unidad militar ni policial, apenas estaba protegido por tres escoltas con pistolas.
En el lugar de reunión ocuparon una mesa larga, de un lado los militares y los civiles del otro, Varénnikov enfrente de Kravchuk. El general Valentín Varénnikov empezó a hablar: «Gorbachov está enfermo, y el poder ha pasado a un nuevo órgano, el Comité de Emergencia. En vista del deterioro de la situación de Moscú, y para salvaguardar el orden público, se ha declarado el estado de emergencia, efectivo a partir de las cuatro de la mañana del 19 de agosto. He venido a Kiev a arreglar las cosas personalmente y, si es necesario, recomendar la adopción de la misma medida en varias regiones de Ucrania».
Stanislav Hurenko se mostró impávido, Leonid Kravchuk, dijo: «Sabemos, Valentín Ivánovich, que eres el viceministro de Defensa, un hombre respetado, pero no nos has enseñado tus credenciales. Además, todavía no hemos recibido instrucciones de Moscú. Y lo que es más importante: solo el Sóviet Supremo tiene autoridad para declarar el estado de emergencia en toda Ucrania o en una región determinada. Así lo establece la ley. Nos consta que la situación es relativamente tranquila en Kiev y en el resto de Ucrania, así que no hace falta tomar medidas extraordinarias».
El general Valentín Varénnikov estaba en Ucrania porque temía la alianza entre los partidos opositores, es decir, temían al Rukh, y a la resistencia que podían organizar en contra del golpe en Kiev y en el oeste de Ucrania. Varénnikov había dicho:
«La autoridad del gobierno soviético no llega al oeste de Ucrania, allí solo manda el Rukh. Hay que declarar el estado de emergencia en los Óblast occidentales, reprimir las huelgas, prohibir todos los partidos y sus periódicos a excepción del PCUS, e impedir y disolver las reuniones. Tenéis que tomar medidas extraordinarias para que la gente no piense que las cosas siguen como antes. […] El ejército está listo para actuar, y recurriremos a la violencia si es necesario».
Leonid Kravchuk le dijo a Varénnikov que no era necesario declarar el estado de emergencia y le sugirió que visitara el oeste de Ucrania. Valentín Varénnikov, cambio de actitud y le dijo a Kravchuk: «Tú tienes gran predicamento, así que, en vista de las decisiones que ya se han tomado, te ruego que hagas un llamamiento a la tranquilidad, primero en la televisión y luego en la radio». Leonid Kravchuk le preguntó a Varénnikov, «Cuando hayas triunfado, Valentín Ivánovich, ¿vais a restaurar el antiguo sistema?». La respuesta fue afirmativa; «No nos queda otro remedio».
Leonid Kravchuk, comprendió que el triunfo del Comité de Emergencia sería un retroceso, un retorno a las épocas de la represión generalizada, entendía también que él sería detenido y encarcelado. Por tanto, no estaba dispuesto a apoyarlos y rebelarse contra Boris Yeltsin. Él quería evitar que los militares declarasen el estado de emergencia en Ucrania y no darles ningún pretexto para que adoptaran esa medida, Kravchuk diría más tarde: «Intuí que había que ganar tiempo, evitar acciones innecesarias, y así todo iría bien». Su actitud fue especulativa.
Esa actitud de Leonid Kravchuk era compartida por casi todo el gabinete ucraniano. En el consejo de ministros celebrado ese día, Serhiy Komisarenko, declaró que las decisiones del Comité de Emergencia eran «claramente inconstitucionales», pero prevalecía el miedo. En el caso de que se declarase el estado de emergencia en Ucrania, el parlamento y el gobierno perderían el poder real y no lo recuperarían. Se trataba de apaciguar a la oposición y evitar la intervención del Comité de Emergencia y el ejército.
El único dirigente ucraniano que ganaría con el golpe era el primer secretario del Comité Central, Stanislav Hurenko. Cuando Stanislav Hurenko regresó de la reunión se encontró con un telegrama de Moscú en la que se instaba a los comités regionales a apoyar el golpe. Hurenko convocó a los altos cargos del partido en Ucrania para informar de la situación y explicar de lo que debían hacer. El Comité Central pedía a todos los funcionarios del partido que debían apoyar al Comité de Emergencia y prohibir todas las manifestaciones y reuniones políticas, preservar a la URSS era el principal cometido del partido.
Según los dirigentes del partido comunista ucraniano, las decisiones del Comité de Emergencia concordaban con el sentir de la mayoría de los trabajadores y el del Partido Comunista de Ucrania. Leonid Kravchuk, el día 19, a última hora de la tarde, se dirigió al país por radio y televisión. Eso se lo había sugerido Varénnikov, pero Kravchuk no dijo lo que este quería escuchar, y no solo se negó a apoyar el golpe sino también a condenarlo, e hizo un llamamiento a la calma. Sostenía que había que analizar la situación y que eso correspondía a un «órgano elegido por el pueblo».
Leonid Kravchuk aseguró a los ciudadanos que no se iba a declarar el estado de emergencia en Ucrania. según un despacho diplomático estadounidense enviado desde la capital Kiev, «Kravchuk exhorto a los ucranianos a actuar con prudencia y moderación: provocar a las autoridades de Moscú solo serviría para empeorar las cosas». En una entrevista al noticiario Vremia que se emitía en toda la Unión, para escándalo de los soviéticos, Kravchuk, declaró: «lo que ha pasado tenía que pasar, pero quizá las cosas se deberían haber hecho de otro modo».
El ucraniano Leonid Kravchuk calificó el golpe como un acontecimiento lamentable que, dada la trágica historia de Ucrania, llevaba a la gente a temer el regreso al pasado totalitario. En el mismo programa se informó de la rebelión de Boris Yeltsin y las declaraciones del presidente de Moldavia, Mircea Snegur, quien anunciaba que su república seguiría reivindicando la independencia, la inequívoca posición de estos dos políticos contrastaba con la de Kravchuk, que parecía apoyar a los golpistas.
El golpe había tomado por sorpresa no solo al gobierno ucraniano sino también a los lideres del movimiento «nacionalista democrático», es decir, a los militantes de la oposición liberal, que unas semanas antes habían dado la bienvenida en Kiev al presidente Bush y cantado proclamas independentistas. Viacheslav Tchornovil, quien había sido por mucho tiempo víctima del gulag, y ahora dirigía el gobierno de la región occidental de Leópolis, había pasado los días previos al golpe en Zaporiyia, una ciudad industrial de 900.000 habitantes en el sur del país.
Viacheslav Tchornovil era el principal candidato demócrata para las elecciones presidenciales convocadas por el parlamento hacía un mes, y Zaporiyia parecía el lugar perfecto para iniciar la campaña. Ese verano la ciudad había acogido la segunda edición del festival Chervona Ruta (Ruta Roja), que combinaba la música tradicional ucraniana con una cultura rock y Underground cada vez más libre del control soviético. El concierto final se celebró en el estadio de futbol de la ciudad el día 18.
Cuando los golpistas visitaron por sorpresa a Mijaíl en la vecina región de Crimea, fue una celebración de la cultura ucraniana y de tendencias musicales hasta entonces reprimidas, pero las autoridades comunistas locales no le prestaron la menor atención. Al día siguiente estaba previsto que los asistentes al festival abandonaran la ciudad, incluido Viacheslav Tchornovil y otros dirigentes nacionaldemocratas. Pero se desató el caos: alarmados por la noticia del golpe, miles de personas se dirigieron a toda prisa al aeropuerto y a las estaciones de trenes y de autobuses para llegar a Kiev lo antes posible.
Viacheslav Tchornovil, en la mañana del día 19 de agosto, fue despertado por un periodista que se alojaba en el mismo hotel, le comentó lo que estaba sucediendo en Moscú. Para Tchornovil, que había pasado quince años en cárceles soviéticas y en el exilio interior, era alentador el hecho de enterarse por medio de un periodista y no por agentes del KGB. «No debe ser tan grave cuando todavía estoy durmiendo aquí, y no en una celda», le dijo al periodista.
John Stepanchuk, el cónsul de Estados Unidos en Kiev, estuvo presente en el festival, y como se encontraba alojado en el mismo hotel que Viacheslav Tchornovil, acudió a su habitación para hablar. Fue testigo de cómo Viacheslav Tchornovil habló por teléfono al KGB y al cuartel del ejército en Leópolis (Lviv) para enterarse de la situación. El comandante de la región militar de los Cárpatos le anunció que sus hombres, en general, se oponían al golpe, y que no iban a interferir en las decisiones de los gobiernos democráticos de los Óblast occidentales, mientras no convocaran a una huelga general.
Tchornovil al igual que Kravchuk reaccionarían igual ante el golpe, querían pactar con los militares, comprometiéndose a mantener el orden en la calle, a cambio de que no haya injerencias de los militares en los asuntos públicos. La misma actitud tuvo Anatoly Sobchak, aliado de Boris Yeltsin y alcalde de la entonces Leningrado, quien había sido elegido democráticamente. Sobchak y su lugarteniente, Vladimir Putin, llegaron a un acuerdo con el ejército y el KGB que garantizaban la neutralidad de las fuerzas de seguridad que dependían de Kryuchkov y Yázov.
Viacheslav Tchornovil, como gobernador de la segunda región más extensa de Ucrania occidental, a eso respondía su postura frente al golpe, pero muchos políticos de la oposición en Kiev disentían y llamaban a la resistencia activa. El vicepresidente del parlamento ucraniano Volodymyr Hryniov, reformista, esa mañana se dirigió por radio para condenar de manera enérgica el golpe. Tiempo después, recordaría así su posición: «Me di perfecta cuenta de que, si los miembros de la nomenklatura pactaban entre ellos, no me quedaría nadie con quien pactar».
Volodymyr Hryniov, era de etnia rusa, representaba a la ciudad de Járkov, en el este de Ucrania, así como a la facción opositora que defendía la integridad de la Unión, era aliado de Boris Yeltsin y de los demócratas liberales rusos, pero no participaba de su discurso nacionalista. Los votantes de Volodymyr Hryniov, que estaba conformada por la clase intelectual urbana de las regiones fuertemente rusificadas del sur y del este de Ucrania, estaban a favor de una Ucrania democrática y con una confederación dominada por Rusia.
Estos partidarios fueron los primeros en enarbolar la bandera de la resistencia en ciudades como Zaporiyia. Tchornovil y otros dirigentes nacionalistas estaban tratando de maniobrar entre la postura de Kravchuk y la radical de Hryniov y otros aliados de Yeltsin. La organización que integraba a distintos partidos y asociaciones demócratas, el Rukh, no se pronunció hasta el segundo día del golpe, pero su declaración sería de condena rotunda frente al golpe en Moscú, y pedía a los ciudadanos una huelga que paralice la economía ucraniana.
Los nacionaldemocratas se mostraron ese día contundentes al respecto, y la ciudad de Leópolis (Lviv) y la ciudad oriental de Járkov declararon la inconstitucionalidad del golpe. Los mineros de la cuenca del Donéts se preparaban para iniciar un paro. En tanto el Rukh dijo que la huelga política comenzaría el 21 de agosto. En todas las ciudades del país los activistas demócratas repartían panfletos con el llamado de Boris Yeltsin a la resistencia. La población sintonizaba todo el tiempo la Voice of America, la BBC y otros medios occidentales.
El 21 de agosto, una llamada telefónica a las cuatro de la mañana fue realizada a Leonid Kravchuk, un diputado de la oposición le exigía una reunión de emergencia del Presidium. Había oído que varias unidades del ejército habían lanzado un ataque contra la Casa Blanca. Leonid Kravchuk, como siempre, trató de no comprometerse, su respuesta fue que de momento él no podía hacer nada, que la reunión debía esperar unas horas. Al llegar a su despacho, Kravchuk se encontró con un panorama diferente, la situación había dado un giro total.
Desde Moscú llegaban noticias que decían que el golpe se derrumbaba y que Boris Yeltsin, que hasta entonces estaba atrincherado en la Casa Blanca saldría victorioso. En una actitud despreciable Leonid Kravchuk, que hasta entonces se negaba a oír a la oposición, les solicitó ponerse de manera inequívoca del lado de Yeltsin. Kravchuk, más tarde diría que en todo momento durante el golpe estuvo en contacto con Yeltsin y sus colaboradores, cosa que era falso.
Sin embargo, de los dirigentes de la república, Kravchuk sería el primero en recibir la llamada de Boris Yeltsin una llamada el día 19 de agosto, tratando de convencerlo de unirse a la resistencia, lo único que obtuvo de Kravchuk fue que no reconocería al Comité de Emergencia. Boris Yeltsin le dijo al presidente George Bush, el último día del golpe, que Leonid Kravchuk era de fiar, el ucraniano estaba una vez más del lado correcto, pero los dirigentes de la oposición creían con acierto que era lo contrario.
Cuando los ciudadanos que se encontraban concentrados en la plaza principal de Kiev se enteraron del fracaso del golpe, arrancaron a corear: «¡Yeltsin, Yeltsin! ¡Abajo Kravchuk!». El ucraniano que al comenzar ese día creía que los militares golpistas iban a tomas represalias contra él, acabó con temor ya que pensaba, no sin razón, que el panorama político dominado por los nacionaldemocratas ponía en severo riesgo su futuro político.
El día 22 de agosto, Mijaíl Gorbachov, regresó a Moscú, Leonid Kravchuk, recién accedió a convocar una sesión de emergencia del parlamento, y realizó una rueda de prensa para explicar los objetivos de la sesión, y responder por la lamentable muestra de indecisión durante el golpe. El parlamento ucraniano debía condenar el golpe, proclamar su autoridad sobre el ejército, el KGB y la policía del territorio ucraniano, crear una guardia nacional y retirarse de las negociaciones para la firma del nuevo tratado de la Unión.
«No tenemos por qué apresurarnos a suscribir el tratado. Creo que, en este periodo de transición, es necesario formar un gobierno en la Unión Soviética, tal vez un consejo o un comité compuesto por unas nueve personas, que haga respetar las decisiones de las instituciones democráticas. Hay que repensar todas las formas políticas, pero lo más urgente es firmar un acuerdo económico», dijo Kravchuk a la prensa. No hablaba de independencia, lo que quería era cambiar el gobierno central por un comité integrado por los dirigentes de la república, o una confederación.
Leonid Kravchuk, al día siguiente viajó a Moscú para entrevistarse con Gorbachov, Boris Yeltsin y con los lideres de las demás repúblicas. Los dirigentes regionales consensuaron, en presencia de Mijaíl Gorbachov, el nombramiento de los ministros de Defensa y del Interior, el director del KGB, y, además, discutieron la composición del ejecutivo que suplantaría al gobierno soviético. Pero como ya lo sabemos, fue Boris Yeltsin quien impuso los nombramientos luego de vetar los designados por Mijaíl Gorbachov. Yeltsin no iba a compartir su logro político con nadie.
Ante la asunción de poderes cuasi dictatoriales por Boris Yeltsin, a los lideres de las repúblicas no les molestó. Los lideres de las repúblicas estaban acostumbrados a la sumisión al partido, y no se atrevieron a enfrentarse al presidente ruso, que había sido su aliado tradicional ante un gobierno central que se mostraba cada vez más débil. Todos condenaron el golpe que muchos de ellos habían apoyado unos días antes. Tampoco hicieron nada ante la ofensiva de Boris Yeltsin contra el partido, al que ellos aun pertenecían.
Ese mismo día el líder de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, y el de Tayikistán, Qahhor Mahkamov, dimitieron de sus cargos en el politburó y en el Comité Central. Si bien es cierto que los dirigentes de las repúblicas no apoyaban totalmente a Boris Yeltsin, no les quedó otra que ceder ante el presidente en todos los asuntos, como los nombramientos ministeriales, pero también le prometieron a Mijaíl Gorbachov que seguirían con él para cerrar el trato de la nueva Unión.
El comunicado oficial que se dio a conocer en los medios de Moscú, subrayaba el interés en firmar el acuerdo. «En cuanto a la federación, hemos reiterado nuestra voluntad de avanzar hacia un tratado de la Unión. Además, hemos acordado firmarlo todos juntos, las repúblicas en bloque, y no una por una», le habría dicho Gorbachov al embajador de Estados Unidos, Bob Strauss. En consecuencia, «habrá que esperar un poco en algunos casos, ampliar el plazo; pero Ucrania, por ejemplo, tiene que tomar una decisión lo antes posible».
En su viaje a Kiev el presidente Bush dio a entender que la independencia de Ucrania era inviable, por tanto, Leonid Kravchuk no quiso pronunciarse al respecto. También tuvo la habilidad de no morder el anzuelo cuando el presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, tratando de enfrentarlo a Boris Yeltsin le habló del papel importante reservado a los dirigentes ucranianos en la nueva Unión. Gorbachov le preguntó si el primer ministro de la república, Vitold Fokin, era un buen candidato para presidir el gobierno interino de la Unión.
Kravchuk se mostró evasivo al responder, dijo que Fokin era un buen candidato, pero que seguramente no querría marcharse de Ucrania. El primer ministro ucraniano ya había rechazado la oferta de Mijaíl Gorbachov. Boris Yeltsin quería colocar en ese cargo al primer ministro ruso, Iván Siláyev. Esas conductas observadas ese día por Kravchuk, lo fueron inclinando hacia el independentismo. El ucraniano había llegado a Moscú decidido a sustituir el gobierno de la Unión por un comité dominado por las repúblicas, pero el hecho de que Yeltsin excluyera del nuevo gobierno a la gente de Gorbachov, así como suspender las actividades del Partido Comunista ruso, eso cambió totalmente el panorama en dirección a Yeltsin.
Todo indicaba que en lugar de un gobierno central débil y gobernado por Gorbachov, parecía que se iba a instaurar uno fuerte y manejado por Boris Yeltsin. Leonid Kravchuk y los dirigentes ucranianos no estaban dispuestos a formar parte de una Unión en la que lo dirigiera Boris Yeltsin, ni creían posible compartir el poder como había existido en los tiempos de Jruschov y de Brézhnev. También pusieron en la balanza el hecho de que en el mandato de Gorbachov habían conseguido un grado de autonomía impensado.
Tiempo después respondería a un periodista sobre su capacidad de desplazarse evitando los riesgos, y dijo: «Es verdad: soy flexible y diplomático; pocas veces digo la verdad a la gente y casi nunca me confió a nadie. La experiencia me ha enseñado que a veces, en política, la sinceridad te puede hacer daño». El 23 de agosto Kravchuk regresó de Moscú para enfrentar un desafío peor.
En la mañana del 24 de agosto mientras los ciudadanos ucranianos gritaban en los alrededores del parlamento «¡Abajo Kravchuk! ¡Qué vergüenza!». Leonid Kravchuk les aseguraba a los diputados, mientras la multitud que estaba afuera pudo escuchar sus palabras, que nunca había legitimado el golpe. La verdad que el ucraniano estaba hecho a prueba de incendios, estaba revestido de amianto. Para salir del paso, propuso una serie de medidas dirigidas a afianzar la soberanía de Ucrania y que los ciudadanos reclamaban.
«Es imprescindible aprobar leyes que regulen el papel de las unidades desplegadas en nuestro territorio. Las fuerzas del Comité para la Seguridad del Estado (el KGB) y del ministerio de Asuntos Internos han de estar sometidos al jefe del estado ucraniano y no a ningún órgano de la Unión. A lo sumo podemos discutir la coordinación de actividades. […] También es preciso garantizar la independencia de los organismos de seguridad de la república respecto al Partido». Fueron las palabras de Leonid Kravchuk.
Pero esto no bastaba para las fuerzas nacionalistas demócratas que querían ir más lejos. Igor Yuknovski, el jefe de ese grupo parlamentario pedía la independencia. El escritor Volodymyr Yavorivsky leyó un breve texto titulado «Acta de declaración de independencia» y solicitó que se sometiera a votación. Se armó un gran revuelo, entonces el líder comunista, Stanislav Hurenko, pidió un receso. Leonid Kravchuk aceptó el pedido para que los distintos grupos pudiesen deliberar, pero quienes se encontraban en una situación difícil eran los comunistas.
Levko Lukyanenko, jefe del Partido Republicano de Ucrania, la fuerza política que estaba más organizada en Ucrania, fue el principal redactor del borrador. Lukyanenko había pasado más de 25 años en campos de trabajo debido a su militancia a favor de la independencia, por lo que encarnaba la lucha de Ucrania por la independencia. Los diputados demócratas querían que fuera el primero en leer la declaración, pero finalmente ese honor le correspondió a Volodymyr Yavorivsky.
Antes del golpe, cuando George Bush se encontraba en Kiev almorzando con lideres políticos ucranianos, Lukyanenko le había entregado a George Bush una hoja de ruta en donde había tres preguntas, dos de ellas se referían a la oposición ucraniana, y la tercera a la independencia. «Dada la inevitable desintegración del imperio soviético, ¿puede el gobierno de Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, ayudar a Ucrania a convertirse en sujeto de pleno derecho en el ámbito internacional?», decía la nota entregada a Bush.
Durante el vuelo de regreso a Estados Unidos, el presidente George Bush le dictó a Ed Hewett, experto en asuntos soviéticos, un informe sobre las preguntas que le habían formulado Levko Lukyanenko. «En el almuerzo celebrado hoy en Kiev, Levko Grigorovich Lukyanenko se dirigió muy educadamente primero a mí, y luego al presidente Kravchuk. Es diputado del soviet Supremo ucraniano y pasó veinte años en la cárcel como disidente del régimen. Ahora representa al movimiento independentista Národná Rada [Consejo del Pueblo]».
George Bush le solicitó a Hewett que escribiera una respuesta. En lo referente al reconocimiento internacional de Ucrania, el borrador escrito por Hewett, fechado el 5 de agosto, se limitaba a reiterar la postura oficial de Estados Unidos: el cambio en la estructura de la Unión Soviética debía «surgir del diálogo entre las repúblicas y los dirigentes de la Unión». «The Question for Mr. President from Narodna». De George Bush a Ed Hewett.
Lukyanenko no creía en el diálogo, pero estaba convencido de que el fracaso del golpe brindaba una enorme ocasión a los independentistas. El día 23, en una reunión plenaria de diputados demócratas, propuso, para sorpresa de sus camaradas de partido, incluir en la sesión la cuestión de la independencia en el orden del día de la sesión extraordinaria del parlamento. «Es una ocasión única para resolver el problema fundamental proclamando la independencia de Ucrania. Si no lo hacemos ahora, puede que ya no hagamos nunca. El desconcierto de los comunistas no va a durar mucho: pronto se recuperarán, y serán mayoría».
Los diputados entendieron las razones de Levko Lukyanenko, y le solicitaron que se encargara de redactar la declaración: «Tenemos dos opciones: escribir un texto largo o uno corto. En el primer caso, es inevitable que la declaración suscite objeciones, en el segundo, posiblemente suscitará muchas menos. Vamos a hacerlo muy corto, y darles así el menor margen posible para discutir si hay que cambiar tal o cual cosa, poner o quitar una coma», dijo Lukyanenko.
Cuando Levko Lukyanenko presentó el borrador, los políticos dieron por buenos sus argumentos. La declaración, sin apenas modificaciones, se repartió entre los diputados al comienzo de la sesión de emergencia. La única objeción que tenían los demócratas era sobre el lugar que había que ocupar en el orden del día. Algunos diputados como Volodymyr Hryniov, eran partidarios de votar la moción después de que la cámara se hubiese pronunciado sobre la suspensión de las actividades del Partido Comunista.
Hryniov temía que, de no aprobarse primero la proscripción del partido, la declaración de la independencia dice lugar a un estado dominado por los comunistas, esta misma preocupación la compartían los demócratas de Kiev. Pero en opinión de Lukyanenko y algunos diputados, la prioridad era la independencia, y más tarde se liberarían definitivamente del comunismo, aunque esa tarea llevase un tiempo. Un diputado dijo que estaba dispuesto a pasar diez años de cárcel con tal de que fuese una cárcel ucraniana.
Luego de muchas dudas se terminó imponiendo la postura de Levko Lukyanenko. La decisión tomó por sorpresa a los comunistas, el receso otorgado por Leonid Kravchuk a pedido de Stanislav Hurenko posibilitó que discutieran el asunto por vez primera. Tradicionalmente se habían opuesto a la independencia, pero ahora estaban ante un dilema. Hace mucho tiempo que la mayoría comunista no formaba un bloque monolítico. La facción que encabezaba Kravchuk defendía la soberanía ucraniana y estaba dispuesta a aceptar la independencia total.
En un estado de nerviosismo y perplejos, los diputados se reunieron en la sala de proyecciones del edificio, su líder, Stanislav Hurenko, les pidió su apoyo a la moción, de lo contrario, dijo, se verían en apuros. La facción conservadora, es decir, los comunistas recalcitrantes, sabía que estaban abandonados por la cúpula del partido en Moscú. Mijaíl Gorbachov había dimitido como secretario general ese mismo día, y los jerarcas estaban desconcertados.
Boris Yeltsin había abierto la veda contra los comunistas, por tanto, todo era cuestión de tiempo que se iniciara la «caza de brujas» como lo llamaba Gorbachov y llegara a Ucrania, tenían razón, pero ya había llegado, los miles de personas que estaban fuera del edificio reclamaban la independencia y faltaba poco para que solicitaran un proceso contra los representantes del partido en Ucrania. Muchos de ellos creían que si aceptaban la independencia esa actitud los salvaría de la furia anticomunista que llegaba desde Moscú, y creían erróneamente, que tal vez podrían seguir mandando.
Los indecisos fueron convencidos por un grupo de diputados de la oposición que se presentó en la reunión para proponer una solución de compromiso, el resultado de la votación se ratificaría en un referéndum el 1 de diciembre, en coincidencia con las elecciones presidenciales. A muchos les gustó la idea y creyeron que era la solución perfecta, si votaban a favor de la independencia se salvarían de la ira popular. Por otro lado, faltaba mucho para el referéndum, que tal vez no se celebrara nunca.
Los comunistas apoyarían la declaración de la independencia redactada por Levko Lukyanenko. En el receso Leonid Kravchuk llamó por teléfono a Moscú siguiendo la costumbre de los dirigentes comunistas ucranianos, de tener la aprobación de los jefes superiores para tomar decisiones, incluido los más triviales. Les informó a Boris Yeltsin y a Gorbachov sobre lo que estaba sucediendo en el parlamento, y dijo que era inevitable que ganara el sí.
Boris Yeltsin tomó la noticia con mucha calma, Gorbachov, en cambio, se mostraba claramente disgustado, finalmente, le dijo a Kravchuk que daba lo mismo lo que votaran los diputados, porque el pueblo ucraniano ya se había pronunciado por mayoría abrumadora a favor de la Unión en el referéndum del mes de marzo, y la cámara no podía anular el resultado de la consulta. Kravchuk, fiel a su esencia le dio la razón, ya habría tiempo de cambiar de opinión.
Una vez más, Leonid Kravchuk, luego de hablar con Mijaíl Gorbachov se mostró partidario de convocar a un referéndum para ratificar la decisión del parlamento. De esta manera un referéndum anularía otro, una vez más Leonid Kravchuk, pensaba que nuevamente se arreglaría para contentar a todos. Luego del receso de una hora, el presidente del parlamento estaba listo para iniciar la votación. Ese día había defendido con ardor la declaración de la independencia, en la que veía una salida a la crisis política y también influía, por qué no, su patriotismo.
«¿Qué sentía al apoyar esa declaración histórica? Estaba feliz, simplemente», diría tiempo después. Era consciente que los dos principales grupos parlamentarios estaban divididos sobre esta cuestión, se reunió con varios representantes regionales, a los del oeste del país les pidió que no se dejaran confundir por las voces que exigían disolver el partido primero y luego votar por la independencia. Nadie sabía lo que les estaba diciendo a los comunistas, pero, en todo caso, el mensaje estaba claro, había que apoyar la moción.
Pero la falta de quórum era un gran obstáculo que impediría llevar adelante el plan de Lukyanenko. Kravchuk esperó el regreso de los diputados, pero estos tardaban demasiado en regresar. Cada minuto que pasaba, a los independentistas, les parecía una eternidad. Corría un rumor que decía que Kravchuk había mandado a cerrar el túnel secreto que comunicaba el parlamento con el edificio del Comité Central ucraniano, lo que impedía que los diputados comunistas no pudieran abandonar la cámara evitando a la multitud enfurecida.
Finalmente, el número de diputados superó la cifra de trescientos. ¿Quién daría lectura a la declaración? Kravchuk propuso a Lukyanenko, pero el contacto que tenía en el Consejo del Pueblo, el poeta Dmytro Pavlychko, prácticamente le ordenó a leer el texto: quería, en efecto, que fuera el presidente del parlamento quien planteara la moción, porque, de lo contrario, era posible que los comunistas cambiarían de idea.
Leonid Kravchuk, que estaba recibiendo duras críticas por su actuación indecisa durante el golpe, no le quedó más remedio que aceptar. El texto decía lo siguiente: «En vista del grave peligro que corre Ucrania a raíz del golpe de estado ocurrido en la URSS el 19 de agosto de 1991, y siguiendo una tradición milenaria de construcción estatal, […] el Soviet Supremo de la República Socialista Soviética de Ucrania declara solemnemente la independencia de Ucrania […]. Esta declaración entra en vigor desde el momento de su aprobación». Akt proholoshennia nezalezhnosti Ukrainy.
Kravchuk pidió a los diputados que votaran. Instantes después apareció en la pantalla que tenía detrás el número de síes y de noes. Los diputados irrumpieron en vítores, se levantaron y se abrazaron unos a otros, era difícil, en medio de la euforia general, distinguir quienes eran demócratas y quienes los comunistas. El parlamento ucraniano había aprobado la declaración de independencia con trescientos cuarenta y seis votos a favor, dos en contra y cinco abstenciones.
El reloj indicaba las 17:55 horas, la multitud agolpada fuera del parlamento celebraba jubilosamente la decisión de la cámara, los diplomáticos extranjeros se dirigieron a sus legaciones a redactar informes a sus respectivos gobiernos. Néstor Gayovsky, el cónsul de Canadá, tituló su informe sobre la independencia de Ucrania «Desenlace sorprendente». Los diputados demócratas, a las nueve de la noche, exhibieron el símbolo de la victoria en la cámara, la bandera nacional ucraniana.
La gente por horas estuvo pidiendo que se la colocara en la fachada del parlamento, no consiguieron izar la bandera en lo alto del edificio, pero lograron introducirla en la cámara. Fue otra solución de compromiso acostumbrada de Leonid Kravchuk, en contra de la voluntad de los diputados comunistas que la consideraban una bandera nacionalista más que patriota. El presidente del parlamento permitió la presencia de la enseña en el interior del edificio, supuestamente como reconocimiento del triunfo de los demócratas de Moscú.
Viacheslav Tchornovil, aseguraba que los defensores de la Casa Blanca rusa habían colocado esa misma bandera en lo alto de un tanque. Los comunistas no podían rechazar una bandera que había ondeado en Moscú, aunque Moscú los había abandonado.
Junio de 2024