Capítulo: 3
Sucesos en la España peninsular y en la América española
La batalla de Trafalgar
Guerras imperiales. Antecedentes
La Guerra de los Siete Años.
La Guerra de los Siete Años o también llamada Guerra de la Conquista fue un conflicto armado de escala global. Una guerra que se desarrolló entre 1756 y 1763, que involucró a las potencias europeas en guerras en Europa América del Norte, América del Sur, África occidental y la India.
Por un lado, se aliaron el Reino de Prusia, el Reino de Hanover, el Reino de Gran Bretaña (junto a sus colonias americanas) y el Reino de Portugal. Por otro lado, el Reino de Sajonia, el Imperio austríaco, el Reino de Francia, el Imperio ruso, Suecia, y el Reino de España. Como las alianzas no son eternas hubo un gran cambio de aliados respecto a la anterior Guerra de Sucesión Austriaca (1739-1748).
Cuatro continentes se vieron involucrados, Europa, America, África occidental, India y Filipinas. Otras guerras regionales como la Guerra Franco-India, la Guerra de la Conquista, la Guerra Fantástica y la Tercera Guerra Cárnica se dieron en el contexto de la Guerra de los Siete Años.
La Guerra de los Siete Años estalló cuando los británicos atacaron posiciones reclamadas por Francia en América del Norte y capturaron una cantidad importante de navíos mercantes franceses. Pero el enfrentamiento entre las potencias europeas tuvo que ver con el deseo de Austria de recuperar Silesia, que le había sido arrebatada por Prusia en la Guerra de Sucesión Austriaca.
La Guerra de los Siete Años llegó a su fin en 1763 con el Tratado de París entre Francia, España y Gran Bretaña; y el Tratado de Hubertsburgo entre Sajonia, Austria y Prusia. Gran Bretaña desocupó a los franceses de Norte América, lo que abrió el camino para una posterior hegemonía mundial británica (1815–1914).
Al finalizar la guerra, se produjo un cambio total en el orden político europeo. Las consecuencias económicas fueron devastadoras para las potencias involucradas y, de alguna manera, fue el detonante de la Revolución americana de 1765, la Revolución francesa de1789, la Revolución haitiana de 1791, y porque no, del resto de las insurrecciones que terminarían con el imperio español fragmentado en América en el siglo XIX.
Alianza hispanofrancesa y guerras contra Gran Bretaña.
Guerra de la Convención o de la Primera Coalición (1793-1795). España se encuentra en coalición (junto con Inglaterra) contra la Francia revolucionaria en reacción por la ejecución del rey Luis XVI, de Francia (Revolución francesa). Se sufrieron varias derrotas, pero se temía más a sus aliados británicos, que amenazaba las posesiones españolas en América.
El tratado de San Ildefonso de 1796, fue firmado entre la Convención Nacional francesa y el rey Carlos IV de España, representado por el valido y primer ministro Manuel Godoy. Así se realiza la alianza con la Francia revolucionaria con primer Tratado de San Ildefonso. Guerra al lado de Francia contra Inglaterra en la guerra de la Segunda Coalición.
España es derrotada en las batallas navales de Cabo San Vicente (1797). La guerra acabó con el Tratado de Amiens (1802) entre Inglaterra y Francia y sus aliados. En ese tratado España recuperó Menorca (que se había perdido en 1708, durante la Guerra de Sucesión Española).
Así también se acordó el tratado de Aranjuez de 1801 con el Consulado de Napoleón Bonaparte, restablecieron la tradicional alianza que se venía sosteniendo desde la proclamación de Felipe V de España que había sostenido las relaciones entre las coronas de España y Francia, manteniéndose en el siglo XVIII en las disputas económicas e imperiales, en distintos enfrentamientos militares con el Imperio Británico.
En mayo de 1801, Napoleón quiso romper la alianza de Portugal con los británicos, el ejército español tuvo que intervenir, en virtud de su alianza con Francia, en el breve conflicto denominado «Guerra de las Naranjas», pese a todo, España supo aprovechar la situación para tomar la plaza de Olivenza (Badajoz).
La Guerra de las Naranjas. (20 de mayo-5 de junio de 1801)
Napoleón le exigió a Portugal que rompiera su alianza con Inglaterra, Portugal se negó. Napoleón obligó a España que declarase la guerra a Portugal. Manuel Godoy entonces secretario de Estado, ya había firmado varios tratados con Francia por lo que establecía una alianza mutua contra Gran Bretaña. Como Manuel Godoy había tenido que abandonar su cargo de manera temporal, en 1801 retomó su ministerio tras la caída de Urquijo y Mazarredo.
El pedido de Napoleón le venía muy bien para recobrar su prestigio, organizó un cuerpo expedicionario y se puso al frente del mismo. El nombre de «Guerra de las Naranjas» surge luego que Godoy se apropia de la plaza portuguesa de Elvas, los soldados recogieron unas ramas de naranjas que Godoy hizo llegar a la reina María Luisa de Parma (su amante, según los chismes), esposa del rey de España Carlos IV.
La oposición se encargó de ventilar este chisme para desprestigiar a Godoy, y aprovechó para llamar de esta manera al conflicto. La paz se firmó en Badajoz, el 6 de junio. España devolvió casi todas las veinte plazas conquistas, menos alguna posición fronteriza que por cuestiones de seguridad quería conservar. Portugal se vio obligado a cerrar sus puertos a Gran Bretaña.
Guerra anglo-española. (1804-1809)
En 1802 había terminado la guerra contra Gran Bretaña, pero vuelve a explotar cuando la flota británica ataca a la española compuesta por cuatro fragatas que transportaban caudales y mercancías desde América. En 1804, sin previa declaración de guerra los británicos capturan los recursos que procedían de América. Uno de los buques fue hundido y el resto fue apresado.
La guerra anglo-española (1804-1809) fue un conflicto que enfrentó a España, con el apoyo de Francia, contra Gran Bretaña. La contienda se debe ver dentro del contexto de las guerras napoleónicas. La guerra contra Gran Bretaña acabó cuando los franceses invadieron España. La guerra con Francia convirtió a los británicos en aliados, pero España y Gran Bretaña aún no habían firmado la paz.
Con ese fin, la Junta Suprema Central encargó a Juan Ruiz de Apodaca, como ministro plenipotenciario ante Gran Bretaña, para que llevara a cabo las negociaciones de paz. El conflicto terminó oficialmente el 14 de enero de 1809 con el tratado de paz y alianza entre el Gobierno británico y la Junta Suprema Central que gobernaba España durante la ocupación francesa, y, además, se acordaba la alianza hispano-británica contra Francia.
Las hostilidades entre españoles y británicos habían terminado el año anterior cuando los británicos toman partida por la Junta Suprema en su lucha contra las tropas napoleónicas. España, desde 1803, había ayudado económicamente y puesto su Armada para la guerra naval contra los británicos, cuya culminación sería en octubre de 1805 en la batalla de Trafalgar.
España en su propósito de ayudar a Francia en su plan de invasión de Gran Bretaña, el 14 de diciembre de 1804 le declaró formalmente la guerra a Gran Bretaña. La flota hispano-francesa tenían como tarea distraer a los buques británicos para permitir a los ejércitos napoleónicos cruzar el canal de la Mancha.
Pero fueron derrotados en Finisterre, el 22 de julio de 1805, y en Trafalgar, cerca de Cádiz, el 21 de octubre de 1805, terminando con los planes de Napoleón. La figura del día fue el almirante Horatio Nelson, que moriría durante la batalla. La flota franco-española, al mando del vicealmirante francés Pierre Charles de Villeneuve, quedó destruida, lo aliados perdieron 2400 hombres y los británicos 1587 muertos.
Napoleón ya no podría invadir Inglaterra y el dominio de los mares le aseguraban el control de las rutas comerciales más rentables del mundo. Esos nuevos mercados asegurarían una salida a las fábricas de Liverpool, Manchester y Londres, entonces saturadas y al borde de la quiebra. No se debe olvidar que el Banco de Inglaterra, había decretado por primera vez en su historia el curso forzoso de la libra, es decir, su circulación sin respaldo oro. Mas adelante, llegarían los llamados «libertadores de América» en ayuda del Imperio Británico.
Entre 1806 y 1807 se produjeron las dos «invasiones inglesas», cuando Gran Bretaña atacó el Virreinato español del Rio de La Plata, en la América del Sud. El intento británico de anexarlos a la corona británica terminó en fracaso. Estas invasiones se dieron dentro del marco de la Guerra anglo-española (1804-1809), undécima guerra anglo-española.
La Primera invasión inglesa fue en 1806, y la ciudad Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, fue ocupado por las tropas británicas en 1806 por 46 días, siendo rechazadas por las tropas del virreinato compuesto por un reducido ejército regular, por milicias populares porteñas y de los pueblos cercanos, y los refuerzos que llegaron del interior del Virreinato y de Montevideo, comandados por el francés, Santiago de Liniers, leal a la corona española, suceso conocido como «La Reconquista».
La Segunda invasión se produjo en 1807. Las tropas británicas tomaron Montevideo y luego intentaron tomar Buenos Aires, pero fueron rechazados por los defensores, por las tropas regulares y milicias urbanas, compuesto por una población que se había armado y organizado militarmente luego de la Primera invasión. Este rechazo a las fuerzas británicas será conocido como «La Defensa».
Hispanoamérica jugaba un rol de gran importancia, tanto en lo estratégico como en lo económico para Gran Bretaña, que estaba inmerso en plena Revolución industrial y que quería acabar con el Imperio español. Estos fracasos de los británicos significaron el ingreso de esta lejana región a las guerras napoleónicas.
La eficacia manifiesta de las milicias del Imperio español en esta región, aumentaron el poder y la popularidad de los líderes militares criollos, aumentado a su vez, el fervor de los grupos independentistas. Estas invasiones, se puede decir, que fueron también una de las tantas causas históricas que prepararon la emancipación del Virreinato del Río de la Plata, de la metrópoli, sede del Imperio.
La derrota de Trafalgar no fue lo mismo para Francia o para España. Napoleón Bonaparte, en 1804 fue proclamado «Empereur des Français», y renunció por el momento a la invasión por el mar a Gran Bretaña, pero no hay que olvidar que pudo equilibrar su poder con los triunfos sucesivos en Austerlitz, el 2 de diciembre de 1805, de Jena, el 14 de octubre de 1806, alcanzando la paz con austriacos, rusos y prusianos. Luego de estos dos triunfos napoleónicos, el poder en Europa quedo repartido, los mares bajo control británico y el terreno continental para Francia.
En cambio, para España la derrota de Trafalgar representó la destrucción de una parte importante de su Armada, lo que significaba la pérdida de su posición como potencia naval hegemónica. La comunicación con América queda cortada, se agravó la crisis económica al tener poca comunicación con los virreinatos americanos, y la alianza con Francia era pura incertidumbre.
El fracaso de las negociaciones con el imperio británico del primer ministro Lord Grenville, llevó a Napoleón a relanzar el «Decreto de Berlín» del 21 de noviembre de 1806. Esto derivó en el enfrentamiento directo con los británicos por medio de una guerra económica total de Bloqueo Continental, que ya se estaba aplicando de facto tras el aumento de las tasas aduaneras, el cierre de los puertos del norte de Francia, y en las desembocaduras del Elba y el Weser en 1806.
La preeminencia del factor económico se hace evidente con el «bloqueo continental» declarado por Napoleón, dueño de media Europa después del triunfo de Austerlitz, contra los productos británicos y a favor de las manufacturas francesas. La península ibérica y el Mediterráneo occidental no podía quedar fuera del interés napoleónico.
Le advirtió a Portugal que tomase medidas tendientes a cerrar el comercio con los británicos por sus puertos, la confiscación de los bienes y los residentes británicos en Portugal. Ante la falta de respuesta de la corte lusitana, en agosto de 1807, Napoleón le encargó al militar Jean-Androche Junot, la organización del «Cuerpo de Observación de la Gironda», compuesta de 30.000 soldados.
Napoleón le reclamó a la corte española su apoyo para forzar el bloqueo, y se le envió un ultimátum al gobierno portugués, a través del conde de Campo Alange, el 12 de agosto de 1807. El 25 de septiembre de 1807 los portugueses expulsaron a los navíos británicos. El 18 de octubre de 1807, el general francés Junot cruza la frontera, el 27 de octubre.
El valido Manuel Godoy firma el tratado de Fontainebleau, en la que se acuerda la participación militar conjunta y la cesión a la corona española de los nuevos reinos de Lusitania y Algarves, así como el reparto de las colonias. En enero de 1808, las tropas napoleónicas decidieron permanecer en España y adueñarse de toda la península Ibérica.
EL REINADO DE CARLOS IV (1788-1808)
El rey Carlos IV, fue bautizado como Carlos Antonio Pascual Francisco Javier Juan Nepomuceno José Januario Serafín Diego de Borbón, hijo del rey Carlos III de España y de María Amalia de Sajonia. Nació el 11 de noviembre de 1748, en Portici, Reino de Nápoles, y falleció el 19 de enero de 1819 (70 años), en Nápoles, Reino de las Dos Sicilias.
El rey Carlos IV La reina Maria Luisa de Parma
Carlos IV sucedió a su padre Carlos III, a la muerte de este en 1788. Fue coronado como rey poco antes del estallido de la Revolución francesa, su falta de experiencia y carácter, llevó a Carlos IV a delegar su gobierno en manos de su esposa y de su valido, Manuel Godoy, de quien se decía que era amante de su esposa María Luisa de Parma. Esta versión es afirmada por muchos historiadores y negado por otros, aunque nunca fue probado.
En el principio de su reinado, siguiendo el consejo de su padre, mantuvo en el poder a Floridablanca, siendo sustituido en 1792, por el conde de Arana y luego por Godoy, que procedía de la baja nobleza, quien permanecería como su valido hasta el final del reinado. Godoy aumentó el control real y redujo el de la alta nobleza, por lo que se ganó la enemistad de estos últimos.
Otro enemigo importante fue la Iglesia a partir de la decisión de Godoy de expropiar parte de las posesiones eclesiásticas para obtener fondos y solventar el esfuerzo bélico. El reinado de Carlos IV, estuvo marcado por la Revolución francesa de 1789, su política se centró en continuar con las reformas ilustradas, política acordada con Godoy, pero estos intentos se vieron frustrados por la injerencia napoleónica y el descontento interno provocado por estas reformas.
Dejó de lado las reformas, por miedo a los efectos de la Revolución francesa, para regresar al conservadurismo y a la represión. Desde 1792, se podría decir que los acontecimientos desarrollados en Francia, condicionaría la política exterior de Europa y de España. Luego de la ejecución de Luis XVI por los revolucionarios franceses, España se unió a las demás monarquías europeas en la Guerra de la Convención (1794-95), en la que fueron derrotadas por la Francia republicana.
El valido Manuel Godoy dio un giro a la política exterior llevando a España a alinearse con Francia por los tratados de San Ildefonso (1796 y 1800). España apoyó a Francia en su guerra contra Inglaterra de 1796-97, de nuevo en 1801 atacando a Portugal (Guerra de las Naranjas, que proporcionó a España la población de Olivenza) y, en 1805, poniendo la flota española a disposición de Francia para enfrentarse a Gran Bretaña en la batalla de Trafalgar (en la que se perdió la escuadra).
Con tal sucesión de guerras se agravó hasta el extremo la crisis de la Hacienda. Los ministros de Carlos IV se mostraron incapaces de solucionarla, pues el temor a la revolución les impedía introducir las necesarias reformas, que hubieran lesionado los intereses de los estamentos privilegiados, alterando el orden tradicional.
El deterioro de la monarquía española se acrecentó después del Motín de Aranjuez (1808), hecho en el que el príncipe heredero, Fernando VII, quitó a su padre del Trono y ocupó su lugar. Carlos IV llamó entonces en su auxilio a Napoleón, con quien había acordado poco antes dejar paso libre a las tropas francesas para invadir Portugal y repartir luego el país entre ambos.
Napoleón, aprovechando la debilidad de los Borbones españoles, optó por ocupar España (dando comienzo la «Guerra de la Independencia», 1808-14) y se llevó a la familia real a Bayona (Francia). Una vez en Bayona, Napoleón hizo que Fernando VII devolviera la Corona a Carlos IV, y este a su vez se la cedió a Napoleón (como habían acordado), para que éste se la entregara a su hermano José.
Carlos IV, permaneció prisionero de Napoleón hasta la derrota final de éste en 1814; pero en aquel año Fernando VII fue repuesto en el Trono español, manteniendo a su padre desterrado por temor a que intentara arrebatarle el poder. Carlos IV y su esposa María Luisa de Parma, murieron exiliados en la corte papal.
La Revolución francesa desembocó en el imperio napoleónico, por tanto, a Carlos IV le tocó reinar a la par de la Revolución francesa primero y después con el gobierno de Napoleón.
Manuel Godoy y Álvarez de Faria
Manuel Godoy y Álvarez de Faria (Badajoz, 12 de mayo de 1767- París, 4 de octubre de 1851) fue un noble y político español, favorito y primer ministro del rey Carlos IV entre 1792 y 1798, y hombre fuerte en la sombra de 1800 a 1808. Fue duque de la Alcudia y de Sueca y príncipe de la Paz por su negociación de la Paz de Basilea en 1795, título que años después Fernando VII declaró ilegal y que Godoy reemplazó, ya en el exilio, por el italiano de príncipe de Bassano.
Fernando VII Manuel Godoy
De origen hidalgo, fue elevado rápidamente al poder por Carlos IV, quien lo colmó de títulos y honores, lo casó con una prima suya, lo dotó de una inmensa riqueza y le confió los más altos cargos del Estado, ante la incapacidad de las camarillas cortesanas del inicio de su reinado, como el conde de Floridablanca (secretario de Estado de 1777 a 1792) y el conde de Arana (ídem en 1792), para enfrentar los graves problemas del momento.
Como secretario de Estado (1792-1798) y generalísimo (1801-1808) estuvo al frente del Gobierno de España durante la crisis europea provocada por la Revolución francesa y las ambiciones de Napoleón Bonaparte, que culminó con la invasión francesa de 1808 y la guerra de la Independencia, pocos meses después de la caída de Carlos IV y el propio Godoy a causa del motín de Aranjuez.
Como valido del rey, pudo sostener la situación de España ante el poderío de Francia con una política exterior pragmática (mientras que otras potencias como Austria, Prusia u Holanda eran humilladas o anexionadas). Mientras que en el interior trató de llevar a cabo un programa reformista ilustrado que generó un profundo rechazo en muchos grupos sociales, en especial entre la nobleza y el clero.
Godoy, uno de los personajes más vilipendiados de la historia de España, ha sido objeto en los últimos tiempos de una serie de estudios rehabilitadores coincidentes con el 150 aniversario de su muerte.
El «valido» fue una figura política propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII. No puede considerarse como una institución, ya que en ningún momento se trató de un cargo oficial, puesto que únicamente servía al rey mientras este tenía confianza en la persona escogida. No fue algo exclusivo de España, siendo similar el ejercicio del poder por los cardenales Richelieu y Mazarino en el Reino de Francia o por Cecil y Buckingham en el Reino de Inglaterra.
El de valido era el puesto de mayor confianza del monarca en cuestiones temporales. Las funciones que ejercía un valido eran las de máximo nivel en la toma de decisiones políticas, no limitadas a las de consejero sino al control y coordinación de la Administración, con lo que en la práctica gobernaba en nombre del rey, en un momento en el que las monarquías autoritarias han concentrado un enorme poder en su figura. Si el rey no puede o no quiere gobernar por sí mismo, es imprescindible el valido.
Como sinónimo de valido se suelen utilizar los términos «favorito» o «privado» (y privanza como sinónimo de valimiento). Ninguno de ellos debe confundirse con el cargo de primer ministro, que dirige el gobierno, pero cuya posición no depende de la confianza del rey.
El desprestigio político y social de la monarquía española.
El profundo malestar social en el Reino de España, por la crisis económica, se dirigen contra las reformas fiscales y agrarias que continuaban la labor ilustrada, hasta convertirse en un rechazo al Gobierno por parte de casi todos los sectores, como la nobleza, por la pérdida de privilegios y el favorecimiento a la burguesía; la clase ilustrada.
También debe apuntarse la parálisis de algunos avances y la exclusión del Gobierno de personalidades apreciadas como Jovellanos, Saavedra o Urquijo, el sector eclesiástico, por los continuos agravios contra sus derechos, jurisdicción y sobre todo los bienes, y el pueblo, que era muy influenciado por estos. Toda la culpabilidad recaía sobre Manuel Godoy, el favorito de Carlos IV, y orquestada por las ambiciones y sueños del príncipe Fernando.
La sublevación de éste, con el apoyo de buena parte de la nobleza, que dio lugar al llamado proceso de El Escorial, sucedido a fines de 1807, dará sus frutos poco después, con la ayuda del pueblo. El Motín de Aranjuez, producido el 17 de marzo de 1808, logrará la caída de Carlos IV, que abdica en Fernando VII (19 de marzo).
La crisis política surgió por las derrotas militares, las malas cosechas entre 1804 y 1805 en la Península, y las hambrunas, trajo como consecuencia una crisis económica y social. Al no poder llegar los ingresos desde América por el bloqueo naval británico provoco una severa crisis financiera y fiscal. Los gastos habían aumentado mucho debido a las guerras.
Año tras año aumentaba el déficit y para conseguir fondos se tenían que pagar mayores intereses a los prestamistas. Sino se pagaban las deudas contraídas no se podía sostener las guerras emprendidas. Se buscaron nuevas formas de conseguir dinero, por ejemplo, los Vales reales, que la corona vendía a particulares ofreciendo un interés alto, lo que hoy llamaríamos deuda pública. Estos vales las creó el rey Carlos III, padre de Carlos IV, en 1780, para hacer frente a los gastos de la guerra de Independencia de las trece colonias (Estados Unidos).
Se estipula que para 1800 una cuarta parte de la deuda era de este tipo y el resto con banqueros. Cuando los Vales comienzan a devaluarse, en 1783, se crea el Banco de Carlos III, con una forma de conseguir fondos privados para convertir los vales reales en monedas. El Banco se inicia como privado, pero al no llegar las inversiones esperadas, la corona asigna fondos desde instituciones públicas o eclesiásticas.
Por ello se hace la desamortización de Godoy de 1798. En decir, la mal llamada «Desamortización de Godoy», ya que fue realizada por el secretario de Estado Mariano Luis de Urquijo, en 1798. Godoy ya había sido desplazado del poder. Esta consistía en confiscar propiedades y tierras que no estaban en uso o explotadas, para de esa manera subastarlas y conseguir fondos.
Se puede considerar como tal la expropiación de tierras de los jesuitas cuando Carlos III los expulsó en 1767. Afectó al 20% de las propiedades de la Iglesia: las propiedades de los jesuitas que aún no habían sido vendidas y a las propiedades de las «obras pías» instituciones educativas de salud y benéficas de la Iglesia, como los hospitales y se realizó con el consentimiento de la Iglesia.
Deben vender sus propiedades y dar a la corona esos ingresos y los capitales que tenían antes. A pesar del aumento de ingresos con la desamortización, en 1800 la Corona está a punto de caer en bancarrota, es decir, es incapaz de pagar los plazos de la deuda contraída. El fin de la guerra con el Tratado de Amiens (1802) evitó que se produjera, ya que llegaron de nuevo los recursos de América.
El «Tratado de suministros» (1803) con Francia. Para que España no tuviera que entrar en la nueva guerra que sostenían franceses e ingleses se compromete a pagarle a Francia una importante cantidad de dinero cada mes. La corona necesita de nuevo ampliar sus fondos. Al mismo tiempo el gobierno era cada vez más impopular por la campaña que la alta nobleza y la Iglesia estaba fomentando contra Godoy, al que consideraban un arribista.
Estaban convenciendo a las clases bajas que Godoy era el responsable de todos los males. A esta facción se unió el príncipe Fernando que empezó a pensar que Godoy podría intentar ocupar el trono. En 1804 Gran Bretaña ataca a España y comienza la guerra anglohispana. Las comunicaciones entre la metrópolis y América vuelven a cortarse.
La Real Cédula (decreto para América) de consolidación (1804) por la que se aplica también la desamortización del 98 a la América española. Esto tuvo un efecto negativo en la vida de muchos americanos que contaban con los préstamos o arrendamientos de estas instituciones.
El Tratado de Fontainebleau.
El 27 de octubre de 1807 se había firmado en secreto el «Tratado de Fontainebleau» entre España y Francia. Tanto Francia como España eran enemigos de Gran Bretaña y Portugal era aliado de este último. De acuerdo al tratado, España le permitiría el paso por su territorio al ejército francés para conquistar Portugal. Se había acordado una invasión conjunta y la posterior división de los territorios portugueses.
Según este tratado Godoy se convertiría en gobernante directo de la mitad sur de Portugal con el título de Príncipe de los Algarves, Francia controlaría el centro y la zona norte se asignaba a una infanta, una hija de Carlos IV.
La presencia de tropas francesas en España se había tornado amenazante a medida que iban ocupando, sin respaldo del tratado, diversas localidades españolas, como Burgos, Salamanca, Pamplona, Barcelona, San Sebastián, Figueras. Las tropas francesas apostadas en España llegaban a unos 65000, que no solo controlaban las comunicaciones con Portugal, sino con Madrid y la frontera francesa.
En mayo de 1808 se quebró la pretendida tranquilidad que, desde la Corte, se intentaba mantener ante el avance de las tropas francesas que ocupaban la Península desde fines del año 1807, en pretendida ejecución del Tratado de Fontainebleau. En marzo de 1808, en previsión, la familia real se retiró al Palacio Real de Aranjuez, como medida necesaria para seguir camino hacia Sevilla, y luego a América.
La conspiración o complot de El Escorial.
El reinado de Carlos IV, desde el punto de vista económico, fue de profundas crisis, inflación y fuertes déficit en la Hacienda Estatal. Esta situación fue originada, en gran medida, por el aumento en los gastos militares debido a las guerras contra Francia y Gran Bretaña, y por la falta de ingresos en las arcas reales. Por un lado, los estamentos privilegiados gozaban de exenciones fiscales lo que significaba la disminución de los ingresos fiscales.
Las agresiones británicas en el mar a las flotas reales, dificultaba la llegada de los metales preciosos de América. Para conseguir dinero, la Corona española se vio obligada a emitir deuda pública («los vales reales»), o a la promulgación de las leyes desamortizadoras de 1798, impulsados por Manuel de Godoy. Esta medida no solucionó el problema del déficit, en cambio, aumentó la ira del clero contra Godoy y su política de reformas.
Las permanentes intrigas en la Corte contra Carlos IV, y su favorito y hombre de confianza Godoy, era llevado a cabo por el clero y la alta nobleza. El príncipe Fernando era parte de esas intrigas para derrocar a su padre Carlos IV, en complicidad con la alta aristocracia. Así, en 1807 se llevó a cabo el conocido «Proceso de El Escorial», el príncipe Fernando fue descubierto como parte del complot para derrocar a su padre, el príncipe de Austrias fue arrestado y confesó su participación. Para obtener el perdón del rey, no tuvo reparos en dar a conocer los nombres de los implicados.
El complot o la conspiración de El Escorial, fue un intento fallido llevado a cabo por el príncipe de Asturias, Fernando de Borbón, buscando la caída del «favorito» Manuel Godoy y mantener controlada a la reina María Luisa de Parma, quien era el principal apoyo de Godoy. La suerte del rey Carlos IV de España, de haber tenido éxito el complot, nunca fue claro.
El 27 de octubre de 1807, la familia real se encontraba en el Monasterio de El Escorial. Ese día se firmaría el Tratado de Fontainebleau, tratado por el cual la Monarquía española permitiría el tránsito de las tropas de Napoleón para atacar al Reino de Portugal. Es necesario recordar que los ejércitos franceses ya habían cruzado al territorio español desde el 18 de octubre.
De la «conjura de El Escorial» el príncipe Fernando, asombrosamente, salió fortalecido al ser considerado una víctima de la ambición de su madre y del «perverso favorito». Los desprestigiados fueron Godoy, la reina y el rey Carlos IV, el «débil».
El príncipe de Asturias Fernando, que desde la muerte de su esposa María Antonia de Nápoles en mayo de 1806, estaba relativamente alejado de la política de la corte, le solicita a su hombre de confianza, el canónigo Juan Escoiquiz (entonces desterrado en Toledo), en marzo de 1807, «que discurriese y le avisase los medios más propios para salvarle de las tramas de aquel tirano [Manuel Godoy], para salvar al Reino y aun a sus mismos padres, que serían, a pesar de su ciega afición a él, sus primeras víctimas».
Con la alusión a «las tramas» de Godoy, Fernando, se refería al nombramiento de Manuel Godoy como «Almirante General de España e Indias» con el título añadido de «Protector del Comercio Marítimo», lo que le confería el tratamiento de «alteza», como a los infantes. Carlos IV justificó el nombramiento, al que añadió el de decano del Consejo de Estado, por las altas cualidades de Godoy lo que le confería «la preferencia sobre toda clase de personas, después de los Infantes de España».
Este nombramiento al príncipe Fernando y al «partido fernandino» (el grupo de nobles y clérigos que formaban el entorno del príncipe y cuyo principal objetivo era derribar a Godoy) consideraban un paso previo para impedir el acceso al trono de su legítimo heredero que no era otro que el príncipe de Asturias, Fernando, temor que por otra parte no era nuevo.
Juan Escoiquiz, de inmediato se puso en contacto con el duque del Infantado, el noble más importante del «partido fernandino», y con el embajador Françoise de Beauharnais, del Imperio francés en Madrid, para que Napoleón apoyara el plan. Para lograr el objetivo, pensaron en casar al príncipe Fernando con una dama francesa emparentada con la familia imperial.
Godoy también había pensado en casarlo con su cuñada María Luisa de Borbón y Vallabriga, algo que no agradaba a Fernando. Escoiquiz se encargó de redactar un decreto que sería la clave de todo el plan, y que tras su copia de puño y letra y firma del príncipe Fernando, quedaría bajo la custodia del duque del Infantado para hacerlo público a la muerte del rey Carlos IV, hecho que consideraban inminente.
El decreto sería el primero promulgado por el nuevo rey y en él se destituía a Godoy y se nombraba al duque del Infantado jefe supremo de todas las fuerzas militares de la corte, los reales sitios y de Castilla la Nueva y ordenaba que todas las autoridades civiles se pusieran a sus órdenes. El decreto expresaba que el que negara la validez del decreto o que pretendiera «aunque sea por poco tiempo retardar la proclamación de nuestro ascenso al trono» sería declarado reo de lesa majestad.
El embajador francés, el 12 de junio de 1807, le escribió a su ministro de Asuntos Exteriores, refiriéndose a la cuestión matrimonial, en dicha carta le decía que, al príncipe de Asturias, Fernando «una esposa que le fuera dada por el emperador de los franceses le llenaría de felicidad». En otra misiva posterior del 30 de agosto volvió sobre el matrimonio.
En esta decía que el príncipe Fernando, hombre «recto, franco, religioso», «solicita de rodillas la protección de S.M. el emperador y sólo quiere aceptar la esposa que él ofrezca» y que «hará absolutamente todo lo que quiera S.M.». el embajador francés le comunicó a Fernando que, por deseo expreso de Napoleón, escribiera una carta al emperador pidiendo la mano de una francesa vinculada a la familia, sin pedir el permiso preceptivo a su padre el rey Carlos IV, el príncipe Fernando así lo hizo.
El 11 de octubre, en una carta enviada desde El Escorial, Fernando le aseguraba a Napoleón, su voluntad de «resistir (y lo haré con invencible constancia) mi casamiento con otra persona, sea la que fuere, sin el consentimiento y aprobación de V.M.». En esta carta Fernando, mostraba una actitud indigna impropia de un heredero de la corona española, renunciando a la tutela de su rey y padre para ponerse en manos de un soberano extranjero.
Todas estas maniobras urdidas por Fernando y sus partidarios, en especial el intento de contraer matrimonio con una francesa emparentada con la familia imperial, llegó a hasta el mismísimo Godoy, por intermedio de uno de sus agentes apostados en París, el contenido del intercambio epistolar entre Fernando y Napoleón, y a través de él a la reina María Luisa de Parma.
A Godoy también le informaron que entre la embajada francesa y el circulo de Fernando se estaba gestando «un golpe grande» que traería muchos males para algunos «aunque se lo tienen merecido por sus maldades». El rey Carlos IV recibió un papel con información de «una mano desconocida» depositada en su escritorio el 27 de octubre de 1807, en la que decía:
«que el príncipe Fernando preparaba un movimiento en palacio, que peligraba su corona y que la reina María Luisa podía correr un grande riesgo de morir envenenada; que urgía impedir aquel intento sin dejar perderse un instante y que el vasallo fiel que daba aquel aviso no se encontraba en posición ni en circunstancias para poder cumplir de otra manera sus deberes».
El 27 de octubre por la tarde, durante la visita protocolaria que hacía todos los días el príncipe a sus padres, el rey le registró los bolsillos encontrando las claves secretas que utilizaba en su correspondencia con el principal responsable de la conspiración, el canónigo Juan Escoiquiz, el rey a continuación ordenó el registro exhaustivo del cuarto del príncipe. Encontraron en el lugar documentos incriminatorios.
En un cuadernillo de doce hojas escrito por el príncipe y dirigido al rey en el que hacía un durísimo alegato contra de Godoy, que comenzaba con la siguiente frase:
«Ese hombre perverso es el que, desechado ya todo respeto, aspira claramente a despojaros del Trono y a acabar con todos nosotros» y se pedía su inmediato encarcelamiento, sin que se enterara la reina, «mi querida, pero engañada madre»; un papel de cinco hojas, también escrito por el príncipe, dirigido a la reina en el que se negaba a aceptar la propuesta de matrimonio con la cuñada de Godoy; una carta de Escoiquiz fechada en Talavera; y una carta que luego se supo que era de un criado de confianza del príncipe donde se hablaba de un regalo que se le iba a entregar al embajador francés.
Godoy escribió en sus Memorias que se encontró una carta fechada el mismo día 27 de octubre que la reina María Luisa hizo desaparecer ya que era demasiado comprometedora para el príncipe. En ella aparecía el auténtico objetivo de la conspiración: el destronamiento del rey Carlos IV. En la misma Fernando hacía un paralelismo entre la situación que se estaba viviendo en la corte con lo sucedido en el siglo VI, entre el rey visigodo Leovigildo y su hijo Hermenegildo.
El día 28 de octubre, el rey ordenó la detención del príncipe, y fue confinado en su cuarto bajo la vigilancia de guardias de corps, y todos los servidores de Fernando presentes en El Escorial, veintidós en total. Entre los detenidos se encontraban el Marques de Ayerbe y el conde de Orgaz. El rey «ordenó celebrar misas en acción de gracias».
En la mañana del día 29 de octubre, un día después de su detención, el príncipe Fernando fue conducido a presencia de los reyes. En el lugar se encontraba el gobernador del Consejo de Castilla Arias Mon y Velarde, y en casi su totalidad los miembros del gobierno, José Antonio Caballero, secretario de Gracia y Justicia; Pedro Cevallos Guerra, secretario de Estado; Miguel Cayetano Soler, secretario de Hacienda; y Gil de Lemus.
Al ser interrogado por José Antonio Caballero, el príncipe negó toda responsabilidad incurriendo en numerosas contradicciones, incluso llegó a decir que la autora era su difunta esposa María Antonia de Nápoles, quien había fallecido hace un año y medio antes. El día 30 al ser nuevamente interrogado, el príncipe lo confesó todo, dio los nombres de los implicados y asumió su responsabilidad, dijo que había sido «un hijo ingrato a sus augustos padres… que había faltado a sus deberes y obligaciones».
Prometió comportarse como «el más filial hijo, si hasta aquí ha sido tan ingrato, y mudar enteramente de vida», así como estimar «a un vasallo tan útil y que tanto ha servido al Estado como es el Almirante [Godoy]». Hasta el día 24 de noviembre se produjeron nueve interrogatorios, se convirtió en la principal y mayor fuente de información.
Incluyendo el decreto por el que se nombraba al duque del Infantado como jefe de todas las fuerzas militares de la corte, los reales sitios y Castilla La Nueva cuando muriera el rey, y que no formaba parte de los papeles encontrados en su cuarto. El interrogatorio del resto de los implicados confirmó lo relatado por el príncipe, y mencionando a los principales como el canónigo Escoiquiz y el duque del Infantado.
El príncipe Fernando se comportó como un cobarde ante el peligro, lo confesó todo y delató a sus cómplices. ante la autoridad, no dudó en suplicar de la forma más rastrera el perdón de los reyes y en prometer comportarse como el más fiel de los hijos. En su reunión con Godoy, le profesó su más ferviente admiración como persona y como gobernante. Ante la sociedad se mostró como el príncipe inocente y mártir, una imagen que le serviría de mucho en el futuro próximo.
A la población se le informó mediante dos decretos publicados en la Gazeta de Madrid los días 30 de octubre y 5 de noviembre, pero se hizo de una manera tan torpe que al final el que resultó beneficiado por la conjura fue, paradójicamente, su instigador el príncipe Fernando que quedó como víctima de las ambiciones de su madre y de Godoy.
En el decreto del 30 de octubre el rey Carlos IV decía que se había descubierto «el más inaudito plan que se trazaba en mí mismo palacio contra mi persona» y que a raíz de ello había ordenado la prisión de «varios reos» y «el arresto de mi hijo en su habitación».
La manera en cómo se resolvió la «Conspiración o la trama de El Escorial» creó una gran desconfianza hacia el rey Carlos IV, a quien pocos creyeron, y terminó por fortalecer la posición del partido fernandino. La mayoría de los españoles sospechó que Godoy había tramado un complot destinado a desacreditar e incriminar a su rival, y que los reyes lo habían secundado.
El 19 de marzo de 1808, el rey Carlos IV abdica a favor de Fernando VII.
El Motín de Aranjuez.
La abdicación de Carlos IV, es el resultado de una conspiración aristocrática enemiga de Manuel Godoy, los conspiradores ya se habían manifestado de manera violenta desde la noche del 17 al 19 de marzo de 1808 en el Real Sitio de Aranjuez, conocido como el Motín de Aranjuez. Los guardias del palacio, aprovechando el malestar del pueblo por el «afrancesamiento» de la corte, obligaron al rey Carlos IV a abdicar en favor de su hijo Fernando, príncipe de Asturias.
Se conoce como Motín de Aranjuez o «revolución de Aranjuez» la conjura llevada a cabo por la aristocracia presentada en forma de movimiento popular. Esta tuvo lugar entre la noche del 17 al 19 de marzo de 1808, en el Real Sitio de Aranjuez. Este hecho tuvo como consecuencia la caída de Godoy y la abdicación forzada del rey Carlos IV. En medio del clima suscitado por la invasión francesa y los rumores sobre una supuesta marcha de la corte a Andalucía o a las Indias, los conspiradores manipularon a la multitud que se había concentrado en las puertas del Palacio Real de Aranjuez, lugar donde estaba el rey con el favorito, el ministro Godoy.
El pueblo, inicialmente, solicitó la destitución del ministro Manuel Godoy, que nunca había gozado de las simpatías de la población española. El rey Carlos IV accedió a la petición, pero los revoltosos engolosinados fueron por más y le pidieron la abdicación al propio monarca, quien al sentirse solo y temeroso, aceptó entregar la corona a su hijo Fernando. Estos sucesos de marzo de 1808 fueron prácticamente un «golpe de estado», en la que el propio príncipe heredero estaba implicado.
Estos hechos, al menos en su versión oficial, se dio a conocer en un texto en la Gaceta de Madrid, se trata de un manifiesto destinado a los súbditos del Rey Carlos IV, en ella se comunica la entronización del Príncipe de Asturias, como Fernando VII, las razones alegadas para la advocación son motivadas por causas de salud.
Se hace notar la entrada en Madrid del nuevo Rey Fernando VII, en compañía de la corte. Como el pueblo de Madrid en representación del pueblo español asiste con júbilo a la entrada del nuevo monarca. En ella Carlos IV informa que su abdicación se produjo de buen grado, por motivos de salud – «y me sea preciso para reparar mi salud»- en la persona del Príncipe de Asturias, Fernando.
Tras los «aplausos, vivas y demás expresiones de fidelidad y ternura», o «llenos de amor hacia su Real Persona y de las esperanzas que promete un reinado que empieza baxo tan felices auspicios», se esconde la traición y la advocación forzosa impuesta a Carlos IV por los conjurados de Aranjuez. En una última orden como Rey, Carlos IV, manda «que sea reconocido y obedecido como Rei y Señor natural de todos mis reinos y dominios».
«El Rey nuestro Señor, acompañado de sus amados hermanos, tío y sobrinos, se trasladó ayer 24 del corriente desde el real sitio de Aranjuez al palacio de esta villa, donde permanecen S.M, y A.A. sin novedad en su importante salud. El júbilo y regocijo de los leales habitantes de Madrid ha sido qual correspondía a las extraordinarias circunstancias actuales, y los aplausos, vivas y demás expresiones de fidelidad y ternura del inmenso concurso que había acudido a solemnizar la primera entrada de nuestro joven Monarca, han manifestado bien a las claras los afectos de todos los corazones, y la veneración de sus pueblos, que llenos de amor a su real Persona, y de las esperanzas que promete un reinado que empieza baxo tan felices auspicios, se dan la enhorabuena de vivir baxo su a gusto imperio.
El Sr. Rey D. Carlos Quarto se sirvió expedir el real decreto siguiente:
«Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos, y me sea preciso para reparar mi salud gozar en clima más templado de la tranquilidad de la vida privada; he determinado, después de la más seria deliberación, abdicar mi corona en mi heredero y mi mui caro hijo el Príncipe de Asturias. Por tanto, es mi real voluntad que sea reconocido y obedecido como Rei y Señor natural de todos mis reinos y dominios. Y para que este mi real decreto de libre y espontánea abdicación tenga su exacto y debido cumplimiento, lo comunicaréis al consejo y demás a quienes corresponda. Dado en Aranjuez, a 19 de marzo de 1808.- Yo, el Rey. – A don Pedro Cevallos».
Gazeta de Madrid, 25 de marzo de 1808.
Este medio apareció en Madrid en 1661, con el nombre de Relación o gaceta de algunos particulares así políticos como militares. Pronto se convirtió en un órgano de información de carácter oficioso y en 1697 cambió su nombre por el de Gaceta de Madrid. Esta publicación desde su salida fue periódica. En 1762, por una Real Orden pasó a editarse con cargo al Estado dos veces por semana, y a ser el órgano oficial de Gobierno. A partir de 1884 fue una publicación diaria, cambiando en 1936 su nombre para llamarse Boletín Oficial del Estado. Debemos aclarar que su nombre original fue «Gazeta», luego pasaría a «Gaceta».
El príncipe Fernando logró su propósito en marzo de 1808, tras el Motín de Aranjuez, urdido por personajes de la alta nobleza y apoyado por gentes del pueblo bajo que asaltaron la Casa de Godoy. Luego de la abdicación Carlos IV se arrepiente y le pide a Napoleón ayuda como mediador para poder recuperar la corona.
Carta de Carlos IV a Napoleón. Marzo de 1808
Señor mi hermano: VM. sabrá sin duda con pena los sucesos de Aranjuez y sus resultas, y no verá con indiferencia a un rey que, forzado a renunciar la corona, acude a ponerse en los brazos de un gran monarca, aliado suyo, subordinándose totalmente a la disposición del único que puede darle su felicidad, la de toda su familia y de sus fieles vasallos. Yo no he renunciado en favor de mi hijo sino por la fuerza de las circunstancias. (…). Yo fui forzado a renunciar, pero asegurado con plena confianza en la magnanimidad y el genio del gran hombre que siempre ha mostrado ser amigo mío, yo he tomado la resolución de conformarme con todo lo que este gran hombre quiera disponer de nosotros y de mi suerte, la de la Reina y la del Príncipe de la Paz.
Dirijo a V.M.I. una protesta contra los sucesos de Aranjuez, y contra mi abdicación. Me entrego y enteramente confío en el corazón y amistad de V.M. (…). De V.M.I., su afecto hermano y amigo. Carlos.
De acuerdo al tratado de Fontainebleau las tropas españolas se asignaron al mando del general francés Jean-Andoche Junot, las tropas francesas entraron en España en el mes de octubre. Las tropas francesas ingresaron a Lisboa (Portugal) el 30 de noviembre de 1807. El día anterior la familia portuguesa encabezada por el Príncipe Regente, futuro Juan VI, se embarcaron rumbo a Brasil, entonces colonia portuguesa, lugar donde se instalaría la Corte.
Pero en lugar de volver a su país, las tropas francesas, se instalaron en las fortalezas próximas a las ciudades españolas y llegaron más refuerzos franceses. La mayor parte del ejército español estaba en ese momento fuera del territorio como aliados de Francia: 50.000 en Portugal y 10.000 en Dinamarca.
Las tropas francesas comenzaron a ocupar ciudades, sin ninguna dificultad. El ejército de Dupont se estableció en Burgos, y otro destacamento acampaba en Salamanca. A principios de 1808 nuevas tropas francesas cruzaron los Pirineos y se instalaron en Pamplona y San Sebastián. Poco después Barcelona y la fortaleza de Figueras.
El emperador Napoleón se proclama protector de todo Portugal ignorando lo acordado en Fontainebleau. Manuel Godoy, consciente de la jugada francesa, encarga al general Castaños formar un ejército para defenderse de los franceses y planear la huida de la familia real para organizar la resistencia desde las posesiones americanas, como habían hecho los reyes portugueses.
No hubo tiempo, la derrota en la batalla de Trafalgar, la invasión francesa y el mal gobierno de Carlos IV provocó un descontento en el pueblo español. Aprovechando esta situación, como relatábamos anteriormente, el Príncipe de Asturias, Fernando VII, en alianza con la nobleza, iniciaron una conspiración contra Godoy y Carlos IV conocida como Motín de Aranjuez, el 17 de marzo. Godoy fue encarcelado y Carlos IV fue obligado a abdicar.
Mayo 1808: Península:
Carlos IV y Fernando VII son retenidos en Bayona por Napoleón.
En 1808 Napoleón era el único capaz de resolver la situación política española. El destronado Carlos IV y el nuevo rey, Fernando VII, esperaban contar con su apoyo. El 10 de abril, Fernando VII partió de Madrid rumbo a Bayona en busca de ser reconocido por Napoleón. Dejó a cargo del país a una Junta de Gobierno presidida por su tío el Infante Antonio.
Ante los problemas políticos de la monarquía española y las disensiones en la corte española, Napoleón extendió invitaciones (por separado) a Carlos IV y a su hijo Fernando VII para escuchar sus planteamientos en Francia. Había una pugna entre Carlos y Fernando por el trono de España. Fernando respondió favorablemente al ofrecimiento de Napoleón e incluso pidió la mano de la princesa Charlotte Bonaparte Gabrielli.
Carlos IV quería recuperar el trono y Fernando VII legitimar su posesión, ambos necesitaban del apoyo de Napoleón. Fernando VII arribó a Bayona junto a su comitiva el 20 de abril con la oferta de Napoleón de ser reconocido como el legítimo rey. Esa misma tarde, Napoleón, le comunicó que había resuelto destronarle, compensándolo con la corona de Etruria, cosa que rechazó Fernando VII (Etruria era un reino satélite creado por Napoleón en una antigua región del centro de Italia).
El 30 de abril llegaron a Bayona sus padres, Carlos IV y María Luisa, y fueron recibidos como los legítimos reyes de España y agasajados por Napoleón. El Emperador le manifestó a Fernando VII que el único rey legal era Carlos IV a quien estaba obligado a devolver la corona obtenida por la violencia. Fernando VII se manifestó dispuesto a abdicar en Madrid ante las Cortes, lo que Napoleón no se le permitió.
Durante la ausencia de Carlos IV y Fernando VII, y con las tropas francesas apostadas en territorio español, Napoleón tuvo la oportunidad para tomar el control de España. Napoleón se encargó de tomar el control de la Junta de Gobierno por intermedio de Joaquín Murat, su cuñado y Mariscal de Francia, que en ese momento se encontraba en Madrid con las tropas francesas.
Napoleón sabía que en España aún quedaban Borbones y que el pueblo le debía lealtad a esta dinastía. Le escribió a Joaquín Murat, jefe del ejército de ocupación, ordenándole el envío de los infantes a Bayona. Pero Murat ya había tomado algunas previsiones, le otorgó la libertad a Godoy y fue conducido a Bayona para presionar a Fernando VII para que abdicara.
El 25 de abril de 1808, Murat logró que la Junta de Gobierno que estaba dirigido por el Infante don Antonio, hermano de Carlos IV, para que junto a sus sobrinos se reunieran con la familia real en Bayona. La Junta se negó, pero Murat les amenazó con obligarlos a partir, de modo que tuvieron que ceder.
Murat, haciendo gala de imprudencia organizó, para el 1 de mayo, un desfile con sus tropas en Madrid, vestido con su uniforme faustuoso y sus rizos, fue objeto de ironías y rechiflas. La Junta de Gobierno para evitar una rebelión militar de las pocas tropas españolas que permanecían junto a las francesas, que de fracasar hubiera supuesto la rendición de la plaza de Madrid, ordenó su acuartelamiento.
Al amanecer del día 2 de mayo de 1808, unos carruajes se detuvieron en la Puerta del Príncipe del Palacio Real y permanecieron un par de horas a la espera de los miembros de la familia real, que todavía estaban en España, para ser llevados a Bayona. El traslado del hijo menor de Carlos IV, el Infante Francisco de Paula de Borbón y futuro suegro de Isabel II, desató las iras de los madrileños.
Las crónicas del momento y actuales, cuentan que fue un modesto cerrajero, José Blas Molina y Soriano, que se encontraba en palacio el que dio la voz de alarma con sus gritos:
—«¡Traición! ¡Traición! ¡Nos han llevado al rey y se nos quieren llevar todas las personas reales! ¡Mueran, mueran los franceses!»
Y a continuación, Rodrigo López de Ayala Barona, mayordomo de palacio, desde uno de los balcones del recinto regio, confirmó a voces lo que había dicho el cerrajero:
-—«¡Vasallos a las armas! ¡Que se llevan al infante! ¡Vasallos a las armas!»
Y a las voces dadas desde palacio respondieron otras desde la muchedumbre que se había congregado:
—«¡Mueran los franceses! ¡Que no salgan los infantes!»
El entusiasmo de la gente se desbordó cuando el Infante Francisco de Paula se asomó a uno de los balcones, a punto de echarse a llorar, le recibió una clamorosa ovación. Los españoles creían (erróneamente) que, en Bayona, el Príncipe de Asturias, Fernando VII se estaba resistiendo enérgicamente al emperador.
El ayudante de campo de Murat fue enviado para averiguar que estaba sucediendo, la multitud estuvo a punto de lincharlo. Murat envió al palacio un batallón de granaderos, un escuadrón de caballería y dos piezas de artillería. Sin previo aviso, los granaderos abrieron fuego provocando la muerte de los primeros madrileños. Con este acto imprudente Murat hizo que Napoleón perdiera España.
Este grave hecho produjo un total levantamiento de las clases populares contra los ejércitos napoleónicos. La insurrección, se inició en el palacio real entre las nueve y las diez de la mañana, y se extendió por todo Madrid y llegó hasta la Puerta del Sol. Miles de soldados franceses, se enfrentaron a unos civiles mal armados con algunas armas de fuego y cuchillos.
Por orden del capitán general Francisco Xavier Negret la guarnición española quedó acuartelada. Peo algunos militares no acataron la orden y se sumaron al levantamiento. Los capitanes Pedro Velarde y Luis Daoíz, y el teniente Ruiz, con un grupo de soldados y cien civiles, tomaron posición en el parque de artillería de Monteleón, muchos de ellos morirían ante la superioridad numérica de los franceses.
El destacamento enviado por Napoleón a España incluía una compañía de ochenta mamelucos (Los mamelucos eran soldados egipcios de caballería incorporados en el ejército de Napoleón luego de su expedición a Egipto en 1798), cuya misión era proteger a Murat, estaban acuartelados junto a la Puerta de Alcalá. La mayoría de los sublevados que cayeron en la Puerta del Sol fueron víctimas de los mamelucos.
Los mamelucos, en la mañana habían pasado por ese lugar sufriendo grandes pérdidas, terminada la misión regresaron rumbo al palacio real atravesando Madrid. Decididos a vengar a sus caídos durante la mañana, y como continuaban disparando contra ellos saquearon las viviendas de los sublevados y asesinaron a todos los que encontraron en ellas. El pintor Goya se inspiró en esos hechos para seis años después pintar su cuadro «La carga de los mamelucos».
Alrededor de las 14:00 horas concluyó el enfrentamiento de manera temporal, se abrió un breve intermedio ante lo que luego vendría. Las tropas de Murat retomaron el control de la ciudad y se dedicaron a fusilar a los sospechosos. El 2 de mayo murieron 409 personas, 370 eran civiles y 39 militares, heridos 170, 142 civiles y 28 militares. En el Prado (actual estación de Atocha), fueron fusilados 32, uno en Cibeles, 2 en el Portillo de Recoletos, 3 en la Puerta de Alcalá, 5 en el Buen Suceso y 24 en la montaña del Príncipe Pío.
El pintor Goya, permaneció escondido en su casa, no pintó «Los fusilamientos» ni «La Carga de los Mamelucos» durante los acontecimientos, esos cuadros fueron pintados en 1814 y lo pagaron los contribuyentes. Después de la represión del 2 de mayo, Goya se puso al servicio de José I (José Bonaparte) y recorrió las iglesias y museos para confiscar los cuadros que habían de ser trasladados a París.
Entre ellos obras de Velázquez, Murillo y Valdés Leal. En retribución a sus servicios al enemigo, en 1811, Goya recibió la condecoración de la Real y Militar Orden de España, instituida por José I (José Bonaparte), conocida popularmente con desprecio como la «Orden de la Berenjena». Quienes dieron la vida por la patria fueron gente sencilla como:
Juan Antonio Alises, palafrenero; Manuel Álvarez, carretero de la provisión del pan; Benito Amigide, tendero; Manuel Antolín, jardinero; Teodoro Arroyo, zapatero; Domingo Braña, mozo de tabaco en la aduana; José del Cerro, de 14 años, aprendiz de empedrador; Miguel Cubas, carpintero; Juan Fernández, hortelano; José Fumagal, oficial de la Dirección de Lotería; Francisco Gallego Dávila, presbítero; Manuel García Valdés, lavandero; Juan José García, cartero; Pascual López, oficial de la Biblioteca del Duque de Osuna; Fernando Madrid, oficial de carpintería; Manuela Malasaña, de 15 años, bordadora; Félix Mangel, guarda de coches; Gregorio Martínez, mancebo de caballerizas y esquilador; José Eusebio Martínez, arriero; Antonio Matarraz, aserrador; Pedro Oltra, albañil…
El escritor Alejo Carpentier, siglos después, nos presentaría ese panorama:
(¼) Luego fue el furor y el estruendo, la turbamulta y el caos de las convulsiones colectivas. Cargaban los mamelucos, cargaban los coraceros, cargaban los guardias polacos, sobre una multitud que respondía al arma blanca, con aquellas mujeres, aquellos hombres que se arrimaban a los caballos para cortarles los ijares a navajazos. Gentes envueltas por pelotones que desembocaban por cuatro calles a la vez, se metían en las casas o se daban a la fuga, saltando por sobre tapias y tejados. De las ventanas llovían leños encendidos, piedras, ladrillos; derramábanse cazuelas, ollas, de aceite hirviente, sobre los atacantes (…). Luego vino la noche. Noche de lóbrega matanza, de ejecuciones en masa, de exterminio, en el Manzanares y la Moncloa. Las descargas de fusilería que ahora sonaban se habían apretado, menos dispersas, concertadas en el ritmo tremebundo de quienes apuntan y disparan, respondiendo a una orden, sobre la siniestra escenografía de los paredones enrojecidos por la sangre. Aquella noche de un comienzo de mayo hinchaba sus horas en un transcurso dilatado por la sangre y el pavor. Las calles estaban llenas de cadáveres, y de heridos gimientes, demasiado destrozados para levantarse, que eran ultimados por patrullas de siniestros mirmidones, cuyos dormanes rotos, galones lacerados, contaban los estragos de la guerra a la luz de algún tímido farol, solitariamente llevado por toda la ciudad, en la imposible tarea de dar con el rostro de un muerto perdido entre demasiados muertos.
El siglo de las Luces, 1962.
El Mariscal Joaquín Murat, jefe de ocupación del ejército francés, sería sido nombrado como Lugarteniente general del Reino y Presidente de la Junta Suprema de Gobierno, el día 4 de mayo, dio a conocer lo siguiente:
Orden del día:
Soldados: mal aconsejado el populacho de Madrid, se ha levantado y ha cometido asesinatos. Bien sé que los españoles que merecen el nombre de tales han lamentado tamaños desórdenes, y estoy muy distante de confundir con ellos a unos miserables que sólo respiran robos y delitos. Pero la sangre francesa vertida clama venganza. Por lo tanto, mando lo siguiente:
Art. 1. Esta noche convocará el General Grouchy la comisión militar.
Art. 2. Serán arcabuceados todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas.
Art. 3. La Junta de Gobierno va a mandar desarmar a los vecinos de Madrid. Todos los moradores de la corte, que, pasado el tiempo prescrito para la ejecución de esta resolución, anden con armas, o las conserven en su casa sin licencia especial, serán arcabuceados.
Art. 4. Todo corrillo que pase de ocho personas, se reputará reunión de sediciosos y se disipará a fusilazos.
Art. 5. Toda villa o aldea donde sea asesinado un francés será incendiada.
Art. 6. Los amos responderán de sus criados, los empresarios de fábricas de sus oficiales, los padres de sus hijos y los prelados de conventos de sus religiosos.
Art. 7. Los autores de libelos impresos o manuscritos que provoquen a la sedición, los que los distribuyeren o vendieren, se reputarán agentes de la Inglaterra, y como tales serán pasados por las armas.
Dado en nuestro cuartel general de Madrid, a 2 de mayo de 1808.
Catálogo de la exposición: Madrid, el 2 de mayo de 1808. «Viaje a un día en la Historia de España», Madrid, 1992, pp. 131-132.
Entre las víctimas sacrificadas por la ferocidad francesa, el memorable día 2 de mayo, fue una sobrina carnal, Manuela Malasaña, de edad de 15 años, hija de Juan y María Oñoro, ya difuntos, habitantes de la calle de San Andrés, número 18, cuya joven viniendo de bordar fue registrada, y sin más motivo que haberla hallado las tijeras que traía colgadas de una cinta para uso de su ejercicio, la fusilaron bárbaramente los soldados franceses hacia el parque de Artillería en cuyo sitio aún subsiste una cruz.
EL MITO DEL ALCALDE DE MÓSTOLES.
Mientras tanto, la familia real estaba en Bayona, el Consejo de Castilla pedía paz y sosiego y las Capitanías Militares consideraron que el levantamiento era una locura. Sin embargo y a pesar de todo, Pérez Villamil, fiscal del Consejo Supremo de Guerra redactó el bando que firmó el alcalde de Móstoles. O el supuesto bando, la tradición popular mantiene el relato de un alcalde de pueblo que declaró la guerra a Napoleón.
Este mito se mantuvo por más de una centuria, convencidos de que este bando inició la Guerra de la Independencia contra los franceses.
«Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mí el alcalde ordinario de la villa de Móstoles.
Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre.
Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey.
Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son.
Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.
Móstoles, dos de mayo de mil ochocientos ocho.
Andrés Torrejón».
Es cierto que Torrejón García era alcalde de Móstoles, pero no era el único alcalde de la localidad, y no redactó jamás el bando de guerra, ni el contenido del bando declaraba la guerra a los franceses. Lo cierto es que en Móstoles tuvo lugar una reunión entre algunas personas. Esteban Fernández de León, antiguo intendente del Ejército, fue testigo de los sucesos del 2 de mayo en Madrid y estaba de camino a su tierra natal en Badajoz.
Al pasar por Móstoles, se reunió con Juan Pérez Villamil y Paredes, amigo suyo y, como él, ferviente absolutista seguidor de Fernando VII, era poseedor de varias propiedades en la localidad. Fernández de León le informó de lo que estaba sucediendo en Madrid y le sugirió redactar un bando para advertir a las poblaciones del sur de la Península sobre la sangrienta represión en Madrid el 2 de mayo. El bando decía:
Es notorio que los Franceses apostados en las cercanías de Madrid y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas, por manera que en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre.
Como Españoles es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la Augusta persona del Rey.
Procedan Vuestras Mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás Pueblos y alentándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los Españoles lo son.
Para que este bando tuviera legitimidad jurídica, debía ser firmado por la autoridad local, y así fue presentado a la firma de los dos alcaldes locales: Andrés Torrejón y Simón Hernández, y que luego de ser apresados por los franceses dijeron que fueron inducidos a firmar el documento por «un hombre no conocido, que se apareció con tropa en Móstoles la tarde del dos de mayo».
Torrejón y Hernández fueron condenados a muerte, pero fueron liberados luego de pagar treinta mil reales. El verdadero bando se conoce desde 1908, una copia se dio a conocer en Cumbres de San Bartolomé (Huelva).
En el Cádiz de las Cortes, en los primeros meses de la Guerra de la Independencia, se dio una división política de los patriotas, entre liberales y serviles (absolutistas), los primeros creían firmemente en el mito de un humilde que, en un acto que encarnaba la soberanía nacional, y ante el vacío de poder, hicieron circular un comunicado por media España, llamando a levantarse contra los franceses.
Los segundos, sostenían que detrás de esa iniciativa estuvo uno de los suyos, Juan Pérez Villamil. Así comenzó a utilizarse el mito con distintos intereses políticos. Llego a tener mayor difusión gracias a la obra de teatro compuesta por el escritor Juan Ocaña Prados, El grito de Independencia o Móstoles en 1808, y que fue estrenada en 1883.
Los graves e inesperados acontecimientos del 2 de mayo en Madrid precipitaron los hechos, Napoleón y los reyes Carlos IV y María Luisa, amedrentaron a Fernando VII, quien devolvió la corona a su padre el 6 de mayo, al mismo tiempo, Napoleón convence a Carlos IV que abdique en su favor con el fin de sofocar la sublevación de Madrid.
Carlos IV pone únicamente dos condiciones: que mantengan la unidad del Imperio y que preserve el catolicismo. Napoleón acepta y luego los traslada a Francia donde les concede dos señoríos franceses y rentas vitalicias. Napoleón cede la corona a su hermano José, y llama a los representantes de la nobleza, el clero y a las ciudades para que juren lealtad al nuevo rey y colaboren en la redacción de la Constitución o, Estatuto de Bayona.
Hay quienes sostienen que se puede llamar Constitución, ya que participan una asamblea de notables que representan al reino. Y también una Carta Otorgada ya que se hizo por iniciativa de Napoleón y fue él mismo quien redactó la mayor parte, por lo que se puede denominar Estatuto de Bayona.
Yo el Rey. Carta al Gobernador del consejo de Castilla. Gaceta de Madrid, vermes 20 de mayo de 1808.
He tenido a bien dar a mis amados vasallos la última prueba de mi paternal amor. Su felicidad, la tranquilidad, e integridad de los dominios que la divina providencia tenía puestos bajo mi gobierno han sido durante mi reinado los únicos objetos de mis constantes desvelos, Cuantas providencias y medidas se han tomado desde mi exaltación al trono de mis augustos mayores, todas se han dirigido a tan justo fin, y no han podido dirigirse a otro. Hoy, en las extraordinarias circunstancias en que se me ha puesto y me veo, mi conciencia, mi honor y el buen nombre que debo dejara la Posteridad, exigen imperiosamente de mí que el último acto de mi Soberanía únicamente se encamine al expresado fin, a saber, a la tranquilidad, prosperidad, seguridad e integridad de la monarquía de cuyo trono me separo, a la mayor felicidad de mis vasallos de ambos hemisferios
Así pues, por un tratado firmado y ratificado he cedido a mi aliado y caro amigo el Emperador de los franceses todos mis derechos sobre España e Indias; habiendo pactado que la corona de las Españas e Indias ha de ser siempre independiente e íntegra cual ha sido y estado bajo mi soberanía, y también que nuestra sagrada religión ha de ser no solamente la dominante en España, sino también la única que ha de observarse en todos los dominios de esta monarquía. Tendréislo entendido y así lo comunicaréis a los demás consejos, a los tribunales del reino, jefes de las provincias tanto militares como civiles y eclesiásticas, y a todas las justicias de mis pueblos, a fin de que este último acto de mi soberanía sea notorio a todos en mis dominios de España e Indias, y de que conmováis y concurran a que se lleven a debido efecto las disposiciones de mi caro amigo el Emperador Napoleón, dirigidas a conservar la paz, amistad y unión entre Francia y España, evitando desordenes y movimientos populares, cuyos efectos son siempre el estrago, la desolación de las familias, y la ruina de todos.
Renuncia de Fernando VII. Tratado entre el rey Fernando VII y el Emperador Napoleón; Bayona, mayo de 1808
Su Alteza real el Príncipe de Asturias se adhiere a la cesión hecha por el rey Carlos de sus derechos al trono de España y de las Indias en favor de su Majestad el Emperador de los Franceses, Rey de Italia y protector de la Coinfederación del Rhin, y renuncia en cuanto sea menester a los derechos que tiene como príncipe de Asturias a dicha corona (…)
Proclama de Napoleón a los españoles. Bayona, 25 de mayo de 1808.
Españoles: después de una larga agonía vuestra nación iba a perecer. He visto vuestros males y voy a remediarlos… Vuestros príncipes me han cedido todos sus derechos a la corona de las Españas; yo no quiero reinar en vuestras provincias (…) y os haré gozar de los beneficios de una reforma sin que experimentéis quebrantos, desórdenes y convulsiones.
Españoles: he hecho convocar una asamblea general de las diputaciones, de las provincias y de las ciudades. Yo mismo quiero saber vuestros deseos y vuestras necesidades… asegurándoos al mismo tiempo una Constitución que concilie la santa y saludable autoridad del Soberano con las libertades y privilegios del pueblo.
Españoles: acordaos de lo que han sido vuestros padres, y mirad a lo que habéis llegado. No es vuestra la culpa, sino del mal gobierno que os regía. Yo quiero que mi memoria llegue hasta vuestros últimos nietos y que exclamen: es el regenerador de nuestra patria.
El 5 de mayo de 1808 se llevaron a cabo las abdicaciones en Bayona de Carlos IV y Fernando VII, en favor de Napoleón Bonaparte, quien impuso la sustitución dinástica entregando la corona a su hermano José Bonaparte con el nombre de José I. A este episodio se dio en llamar la «farsa de Bayona».
La misma concluyó cuando Napoleón coronó como rey de España, el 10 de mayo de 1808, a su hermano como «José I», conocido popularmente como «Pepe Botellas» por su afición al vino. José Bonaparte hasta ese momento venía desempeñando el mismo papel en el reino de Nápoles, que el emperador se lo había arrebatado a otro miembro de la familia de los Borbones.
Napoleón intentó otorgar a la monarquía un carácter reformista, dotándola de una ley fundamental, la Constitución de Bayona de 1808. Pero esta no era otra cosa que una Carta Otorgada, elaborada por la voluntad del monarca e ignorando el concepto de soberanía nacional. Esta Constitución no llegó a tener vigencia por la Guerra de la Independencia.
El 12 de mayo también renunciarían a sus derechos los otros posibles sucesores Carlos y Antonio en Burdeos, al igual que la reina de Etruria. El infante Francisco de Paula era menor de edad y no suscribió la abdicación.
Benito Pérez Galdós en «La corte de Carlos IV», definió a Fernando VII, como «el más despreciable de los seres». El 22 de junio de 1808 Fernando felicitó a Napoleón por la designación de su hermano José, al trono de España, diciendo: «No podemos ver a la cabeza de ella (la Nación hispana) un monarca más digno ni más propio por sus virtudes para asegurar su felicidad». Y recomendó a sus vasallos la sumisión y amistad con Napoleón.
Los políticos y los «grandes de España» aceptaban las sugerencias de los Borbones y se preparaban para hacer negocios con los franceses, el pueblo español no aceptó esta situación y se organizaron en juntas de gobierno que se instalaron en las principales ciudades, y estaban coordinadas por la central de Sevilla, para resistir al invasor.
El ex rey Carlos IV, la ex reina y Manuel Godoy, fueron conducidos al palacio de Fontainebleau, en Francia. Fernando VII, llamado «El Deseado», fue retenido en Francia y alojado junto con su esposa y parte de la corte en el castillo de Valençay, en el valle del Loire, atendido por sirvientes y con todas las comodidades.
Fernando fue invitado por Napoleón a su boda con la archiduquesa María Luisa de Habsburgo. Los partidarios de Fernando, que creían que Fernando era un patriota, y se encontraba «cautivo» por Napoleón, prepararon planes para su evasión y su regreso a Madrid. Sin embargo, el propio Fernando se encargó de denunciarlos ante Napoleón y un buen número de ellos terminaron frente a pelotones de fusilamiento.
Ante la invasión napoleónica a Portugal, el príncipe regente Juan, con toda su familia y su corte, fue trasladado por los ingleses a Brasil. La princesa regente Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII y esposa de don Juan, se proclamaba como legítima representante de los Borbones de España. La princesa Carlota, reclamó los derechos sobre los territorios del Río de la Plata hasta que volviese don Fernando al trono español.
La carga de los mamelucos. Francisco de Goya
La Junta Central de Sevilla mandó una nota «agradeciendo» su preocupación, pero afirmando que los derechos de Fernando estaban bien asegurados por ese órgano. El príncipe Juan fue nombrado regente de Portugal en 1792, ante la demencia de su madre, la reina María I de Braganza. A la muerte de ésta, en 1816, se coronó en Río de Janeiro como Juan VI, rey de Portugal y emperador del Brasil. La corte portuguesa en Brasil aumentará aún más la influencia inglesa en la región.
Carlos IV, su esposa María Luisa y Manuel Godoy salieron para Fontainebleau y Fernando VII para Valençay donde permaneció confinado seis años, hasta el final de la ocupación francesa en 1814. De suerte que la corona de España quedó en manos de Napoleón para coronar a su hermano José.
Repasando, los hechos más relevantes en la península y en América, fueron los siguientes:
En Madrid el 2 de mayo, se produce la rebelión de los madrileños y fue el detonante de la guerra de la Independencia (1808–1814). La primera junta de defensa se organizó en Cartagena el 23 de mayo y la segunda en Oviedo el 25 de mayo, como Junta General de Gobierno. El día 24 se crean las juntas de Valencia y Zaragoza, el 27 de mayo se constituye una junta en Sevilla con el nombre de Junta Suprema de España e Indias.
En los campos y aldeas surgieron ejércitos improvisados, guerrillas de la gleba, armadas de viejos fusiles e instrumentos de labranza. La rebelión de un pueblo abandonado por sus Reyes y menospreciado por sus incapaces clases dirigentes, se extendió rápidamente por toda la Península.
Napoleón no le concedió importancia a la espontánea resistencia en España y, el 6 de junio de 1808, reunió en Bayona a un numeroso grupo de nobles de burgueses españoles y ante ellos promulgó el Decreto Imperial, en el que otorgó oficialmente la Corona a su hermano José y ofreció a España una Constitución de rasgos liberales, en cuyo Título X se declaraba que «los Reyes y provincias españolas de América y Asia, tendrán los mismos derechos que las provincias españolas».
El texto de dicho Título X estaba sumamente planificado para conseguir la simpatía de los españoles de América, pero es posible que ni el mismo Napoleón llegará a prever su impacto posterior en el proceso de independencia de los reinos españoles de ultramar. El 8 de julio de 1808, firmaron en Madrid, reconocidas personalidades hispanoamericanas el acta en la que ofrecieron su total adhesión y acatamiento al Rey José I.
Para las ceremonias celebradas ese día, el antioqueño Francisco Antonio Zea, fue comisionado para dirigir un discurso al nuevo monarca José I. Sus palabras son muy claras sobre el efecto que había producido entre los americanos afincados en España, las promesas liberales de Napoleón Bonaparte, la misma fue poderosísima para fortalecer las intenciones separatistas de la «Madre Patria».
«Los representantes de vuestros vastos dominios de América – dijo Zea al Rey José – no contentos con haber tributado a V.M., en unión con la Metrópoli, el homenaje debido a su soberanía, se apresuran a ofrecerle el de su reconocimiento por el aprecio que V.M. ha manifestado hacer de aquellos buenos vasallos en cuya suerte se interesa tan vivamente, de cuyas necesidades se ha informado y cuyas largas desgracias han conmovido su corazón paternal. Olvidados de su gobierno, excluidos de los altos empleos de la Monarquía, privados injustamente de la ciencia y de la ilustración y, por decirlo todo de una vez, compelidos a rehusar los dones que les ofrece la naturaleza con mano liberal, ¿podrían los americanos dejar de proclamar con entusiasmo una Monarquía que los saca del abatimiento y de la desgracia, los adopta por hijos y les promete la felicidad? No, señor. No se puede dudar de los sentimientos de nuestros compatriotas – los americanos – por más que los enemigos de V.M. se lisonjean de reducirlos; nosotros nos haríamos reos a su vista; todos unánimes nos desconocerían por hermanos y nos declararían indignos del nombre americano, si no protestáramos solemnemente a V.M. su fidelidad, su amor y su eterno reconocimiento».
Hubo sectores de la nobleza y de la burguesía españolas que «apoyaron» las posturas liberalizantes de Napoleón y los planes para el futuro de España. Pero también es cierto que temían los peligros que se avecinaban no sólo de la revolución social que ya se estaba produciendo en rechazo a los franceses en la propia península, sino también la suerte que podrían correr los virreinatos en América, ya que muchos criollos no ocultaban sus deseos, aprovechando las circunstancias, de una mayor autonomía.
Lo primero que hicieron fue constituir la famosa Junta Central, cuya sede trasladaron a Sevilla, al sur de España, fuera del alcance de las tropas francesas, el 25 de agosto de 1808. Al respecto dice el historiador Carlos Ameyda:
«En cierto sentido, las juntas fueron creadas para impedir que las provincias españolas peninsulares llevaran a cabo proyectos republicanos, por un lado; y, por otro, se pudiera mantener, aunque fuera en una especie de interdicción, el sistema monárquico mientras estuvieran presos Carlos IV y Fernando VII y, por supuesto, España estuviera invadida por Francia».
Algunos historiadores sostienen que en la Primera Junta se dio inicio a una lucha entre el pueblo español y las obsoletas oligarquías peninsulares, el historiador Vásquez Fraile, dice:
«desde el principio se manifestaron en ella dos tendencias: una dirigida por el Conde de Floridablanca, enemiga de reformas y partidaria del antiguo régimen, y otra, inspirada por Jovellanos, que pedía la convocatoria de Cortes. Prevaleció el primer criterio y la Junta se dedicó a publicar proclamas y manifiestos y a dar disposiciones extrañas a la guerra».
Enfrentada la Junta de Sevilla al revolucionario Título X de la Constitución otorgada por Bonaparte a España, título que reconocía a las Colonias los mismos derechos que a la Metrópoli, no tuvo más remedio que otorgar concesiones semejantes y afirmar en un célebre Manifiesto que los dominios no son «propiamente colonias o factorías, como las de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la Monarquía española».
Los problemas se manifestaron cuando la Junta Central pretendía que cada uno de los Virreinatos y Capitanías Generales independientes nombraran un diputado para la Junta. En cambio, las pequeñas provincias de España habían elegido dos diputados, y los vastos Reinos de América, el de México, por ejemplo, que tenía la mitad de la población de la península, solo enviaría uno.
Los Cabildos asumieron ser los portavoces del descontento de los americanos ante el trato desigual otorgado a los dominios españoles. El diputado electo por Nueva Granada a la Junta de España, Antonio de Narváez, se le instruyó tan pronto llegara a Sevilla expresara los términos que debían servir como pauta a las futuras relaciones entre Madrid y sus virreinatos.
Las instrucciones fueron firmadas por Gregorio Gutiérrez Moreno, Síndico Procurador del Ayuntamiento (Alcaldía); sus apartes principales decían:
«Que siendo el origen funesto de las calamidades que sufre la Monarquía el abuso con que se ha depositado en los Ministros toda la autoridad soberana, que han ejercido tirana y despóticamente en agravio de nuestras antiguas leyes constitucionales que lo prohíben, el Excelentísimo señor Diputado pedirá el cumplimiento de estas mismas leyes, con la protesta de que se reconoce y jura al Soberano (Fernando VII), bajo la precisa condición de que él también jura su obediencia y se sujeta a las variaciones y adiciones que el tiempo y las circunstancias hagan conocer como necesarias a juicio de las Cortes. Que éstas deben quedar permanentemente establecidas con el objeto ya indicado, constituyendo un cuerpo que tenga una verdadera representación nacional y en que se le dé igual parte a la América que a la España. Que debiendo ser una, igual y uniforme representación de ambas, no reconocerá el Señor Diputado de este Reyno superioridad alguna respecto de las de la Península; antes, por el contrario, sostendrá su representación americana con igual decoro al de la española, reclamando al efecto la pluralidad de los votos de ésta respecto de los de aquélla».
En defensa de tal postura se argumentaba que el tamaño del sólo virreinato del Nuevo Reino de Granada triplica o cuadriplica al de España. «Su extensión es de sesenta y siete mil doscientas leguas cuadradas, de seis mil seiscientas diez varas castellanas. Toda España no tiene sino quince mil setecientas, como se puede ver en el Mercurio de enero de 1803, o cuando más diez y nueve mil cuatrocientas, setenta y una, según los cálculos más altos». En realidad, un virreinato conformado por más de veinte gobernaciones y provincias, más de setenta villas y ciudades, más de mil aldeas, y ocho obispados eclesiásticos.
Finalmente, al cabo de un tiempo, los criollos -basándose en que el Papa había entregado las tierras americanas a los Reyes Católicos y sus sucesores, y no a España o a los españoles-, se negaron a enviar diputados a la Junta de Regencia- que ya había reemplazado a la Junta Suprema inicial, y exigieron a través del Cabildo la formación de juntas de gobierno propias.
Año 1809
En la Península: El 19 de julio se reconocen las juntas americanas. Batalla de Ocaña el 19 de noviembre con decisiva victoria francesa. El 12 de diciembre se rindió Gerona. Los franceses controlan casi toda España, salvo Andalucía y parte de Cataluña.
En América: En el Río de la Plata el 1 de enero, Martín de Álzaga lleva a cabo un intento de destituir al virrey Santiago de Liniers, pero las milicias criollas lo apoyan y dispersan a los sublevados. Insurrección en el Alto Perú del virreinato del Río de la Plata el 25 de mayo en la ciudad de Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia). Se forman Juntas en Buenos Aires, Chuquisaca (25 de mayo), La Paz (16 de julio), Quito (10 de agosto) y Lima (26 de noviembre). En agosto La junta de Quito declara la independencia de sus territorios. Conjura de Valladolid en la Nueva España en diciembre.
La reacción inicial contra esas organizaciones de las autoridades españolas en América fue violenta, pero finalmente terminó por imponerse. En 1810 por toda América, desde México hasta Buenos Aires, la autonomía frente a España tomó forma y se hizo irreversible.
La abdicación de Bayona y la Guerra de la Independencia Española tuvieron profundas repercusiones en Europa y en Hispanoamérica. En la mayoría de los virreinatos en América se formaron juntas autónomas de gobierno que desconocían la autoridad de José Bonaparte y reconocían la legitimidad de Fernando VII. Pero estas juntas de gobierno, aprovechando las circunstancias, pese a las campañas de la Guerra de Independencia y que Fernando VII fuera restituido en el trono, siguieron adelante buscando la independencia.
La definitiva abdicación de Bayona, y la convocatoria de la Asamblea de Bayona (19 de mayo), fueron agitando al pueblo español, provocando un levantamiento generalizado ante un Gobierno sin Rey y bajo las órdenes de una potencia extranjera, y, por tanto, ilegítimo. La guerra y la revolución estallan.
Es entonces cuando se generaliza la apelación a la Constitución histórica española, que había sido rota definitivamente por el absolutismo despótico de Carlos IV. De ella se derivarán viejos conceptos con nuevos contenidos, como el de soberanía, derechos naturales, nación española, derecho de la misma a constituir su Gobierno, Monarquía moderada, Cortes, Constitución, etc. Los escritos sobre el tema, que ya existían, se multiplicaron.
Cargos que el tribunal de la razón de España hace al Emperador de los franceses, Madrid, Gómez Fuentenebro y Compañía, 1808.
«[…] no puede privar a la nación del derecho que tiene de ser absoluta dueña y señora de elegir a su voluntad, y con el voto general de sus representantes, quien la haya de mandar, si por algún accidente finalizase la dinastía reynante […] Teniendo jurado a su Príncipe Fernando, desde la edad de cinco años, con todas las formalidades de las leyes y constituciones de España, es la voluntad del pueblo todo, que el dicho Príncipe sea su señor y Rey»