SALVADOR ALLENDE
EL FRACASO SOCIALISTA DE SIEMPRE
Ricardo Veisaga
Estas últimas semanas con motivo de cumplirse los cincuenta años del golpe militar en Chile y la muerte por suicidio de Salvador Allende, la izquierda cultural y los tontos o idiotas útiles salieron a «mantener la memoria», adulterando como siempre el relato, inventándose grandezas que no las hubo, tratando de esconder sus miserias y fracasos, satanizando a sus enemigos ideológicos.
La izquierda, como siempre, además de ser los perdedores de la Historia, de estar en el lado equivocado, son irredentos adoran el fracaso. No hay un solo país en el mundo donde hayan tenido un gobierno exitoso ni en el siglo XX ni en el actual siglo XXI. En todos los lugares donde estuvo presente la izquierda lo hizo bajo el empleo de la fuerza, del poder etológico de las bestias, manu militari.
Para ocuparnos un poco del mito de Salvador Allende, a quien suele presentarse como un demócrata, como bueno y caritativo, es sumamente necesario ubicarlo en un contexto para mostrar cómo y por qué terminó como terminó. Las cosas muchas veces no suceden aisladas en el mundo y Chile de los setenta no fue la excepción. El proceso iniciado en Chile, en plena Guerra Fría, solo podía terminar mal, rodeado de países gobernados por militares.
Aun cuando Perú era gobernado por el general Juan Velasco Alvarado, un militar de izquierdas, pero enemigo de Chile, y ni que decir de Cuba, encargada de desparramar por todo iberoamérica el marxismo leninismo. El propio general Juan Carlos Onganía, presidente argentino, había sido el inspirador de las «fronteras ideológicas» siguiendo lo expuesto unos años antes en la Academia Militar de West Point, en Estados Unidos.
En el mes de agosto de 1968, alrededor de unos 200.000 soldados del Pacto de Varsovia (la Unión Soviética, Polonia, Bulgaria, Alemania Oriental y Hungría) y apoyados por 4500 tanques invadieron Checoslovaquia y liquidaron sangrientamente «la Primavera de Praga». El 20 de enero de 1969, el presidente Richard Nixon iniciaba su mandato. El enfrentamiento entre el Este y el Oeste se había profundizado en Vietnam.
Días después, Nixon habría mantenido una reunión con el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) el ecuatoriano Gala Plaza. En esa reunión Nixon le expresó su preocupación sobre la situación que se vivía en las repúblicas de América. En Perú, el régimen militar de izquierda expropiaba la estadounidense «Internacional Petroleum Company», y establecía relaciones con la Unión Soviética, mientras tanto, las guerrillas operaban en el continente con la ayuda coordinada del Partido Comunista de Cuba.
La Historia solo se puede explicar desde la dialéctica de imperios, y el gobierno de Allende en Chile, es una de las muchas consecuencias de esa dialéctica. Por tanto, el imperio estadounidense hizo lo que debía. Aquí no corren los discursos éticos o morales, están de sobra. ¿América para los americanos? Es obvio, ¿no? Porque debería ser América para los comunistas soviéticos o los chinos maoístas. O ahora, para la Rusia de Putin o la China capitalista depredadora de Xi Jinping.
El gobierno estadounidense nunca ocultó que ese era su plan, posteriormente, tampoco tuvo problemas en desclasificar documentos que prueban su injerencia. Y lo hizo a través de presiones económicas y políticas, pero al contrario del Pacto de Varsovia, no mandó tanques ni 250.000 soldados. Durante el gobierno de Allende, Fidel Castro dijo que Chile estaba solo, ni el marxismo internacional confiaba en su proyecto, solo estaba la oposición chilena y los Estados unidos cuando Washington vislumbró la amenaza en su esfera de influencia.
Digamos, cuando el presidente Richard Nixon movilizó a la CIA aconsejado por el entonces asesor de Seguridad Henry Kissinger, para tratar de impedir el triunfo electoral en 1970, de la Unidad Popular, el partido de la izquierda y Allende. El jefe de la CIA Richard Helms, había recibido al teniente general Alejandro Agustín Lanusse, militar argentino. Apenas habían transcurrido once días de la victoria (parcial porque debía ungirlo el Congreso Pleno) de Salvador Allende cuando Estados Unidos comenzó a conspirar para que el candidato de la Unidad Popular no asumiera el poder constitucional.
La invitación a Lanusse respondía a ese objetivo. La trama de la entrevista figura en el «Legado de cenizas – La historia de la CIA», libro de Tim Weiner. El autor cuenta que Richard Helms le pidió al agente Tom Polgar (jefe de la base en Buenos Aires) que invitara de manera urgente a Washington al comandante en jefe del Ejército Argentino.
Tim Weiner dice en su libro: «La tarde del 15 de setiembre, Polgar y Lanusse estaban sentados en la suite del director del cuartel general de la CIA, aguardando que Richard Helms regresara de una reunión con Richard Nixon y Henry Kissinger. Helms estaba muy nervioso cuando volvió […] Nixon le habría ordenado que organizara un golpe de Estado en Chile […] Helms tenía cuarenta y ocho horas para presentar un plan a Henry Kissinger y cuarenta y nueve días para detener a Allende. «No deje piedra sin mover para impedir la elección de Allende y hay que reventar la economía» fueron los consejos presidenciales.
Con esta orden Richard Helms se dirigió al general Lanusse y le preguntó qué querría su junta militar por ayudar a derrocar a Allende. El general argentino miró fijamente al jefe de la inteligencia estadounidense y le dijo: «Señor Helms, usted ya tiene su Vietnam; no me haga a mí tener el mío».
El 15 de septiembre de 1970, en la sede central de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), en Langley, Virginia, su director, Richard Helms a instancias de Nixon y Kissinger, fracasado el intento de comprometer al jefe militar argentino Lanusse, se centró en crear un acto de convulsión para impedir la consagración de Allende. Primero buscó evitar que el Congreso chileno ratificara la victoria electoral de Allende en 1970.
Las elecciones habían tenido lugar el viernes 4 de setiembre de 1970. A la noche los resultados indicaban que la Unidad Popular ocupaba el primer puesto con el 36% de los votos. A escasa diferencia lo seguía Jorge Alessandri con 34,9% y con varios puntos de distancia se ubicó el democristiano Tomic, con el 27,8%. Lo que restaba de acuerdo a los comicios era intentar convencer a la Democracia Cristiana para que no votara por el socialista Allende en el Congreso Pleno.
La Democracia Cristiana en iberoamérica era un partido de centro izquierda, mas inclinados a la izquierda, por tanto, como era de esperar sus legisladores le dieron el voto a Salvador Isabelino del Sagrado Corazón de Jesús Allende Gossens. Según el partido de Eduardo Frei, bajo la condición de que aceptase siete Estatutos de Garantías Democráticas.
Dichas garantías, que deberían incorporarse a la Constitución, trataban sobre el papel de los medios de comunicación; los partidos políticos; las Fuerzas Armadas; el derecho de reunión y de libertad personal; el derecho a asociarse y agremiarse, y el derecho de peticionar y huelga. Durante esas jornadas, el presidente de la Democracia Cristiana expresó que «negarle la posibilidad a Allende sería como decirle al 36% del electorado, ustedes tienen derecho a participar en las elecciones, pero no pueden ganar».
Tiempo después, Salvador Allende, en una entrevista con el izquierdista francés Regis Debray para la revista pro castrista Punto Final, dijo que había aceptado las Garantías Constitucionales «como una necesidad táctica para asumir el Poder, lo importante en ese momento era tomar el gobierno».
Eduardo Frei Montalva fue el «Kerenski chileno» así como el ruso le sirvió en bandeja el poder a los bolcheviques, la Democracia Cristiana les entregó el poder a los marxistas de Allende. Tiempo después sería el primer conspirador y recorrería el mundo despotricando contra el socialismo de Allende.
A los democristianos (en mi país lo llamaban: democretinos) creían ingenuamente que, ante una derrota electoral de la Democracia Cristiana, votarían por Salvador Allende antes que, por Alessandri, pensaban que con los socialistas luego de la toma del poder por la Unidad Popular, seguiría funcionando la democracia, elecciones libres cada seis años, etc.
A cuatro meses del gobierno de Allende, Eduardo Frei, decía: «Por lo pronto hambre y racionamiento y como consecuencia del aumento del 40% de los salarios, del crecimiento de la presión tributaria, de la fijación de precios topes a la producción, del crecimiento del presupuesto en un 60%, del mantenimiento de la cotización del dólar al nivel de octubre último, y la estimada emisión monetaria de un 80% mas de lo existente en circulación llevará a Chile a un desastre irreparable». En esos días Unidad Popular retiró del Congreso ante el repudio generalizado la propuesta de creación de «Tribunales populares» al estilo de Cuba y países comunistas.
El 16 de septiembre de 1970, según un Memorándum de archivo, sobre el «Proyecto Fulbelt», durante una cumbre de Helms con los principales funcionarios de la CIA, el jefe de la inteligencia sostuvo que «el Presidente Nixon decidió que el régimen de Allende en Chile no es aceptable para Estados Unidos. El presidente le pidió a la Agencia que impida que Allende asuma el poder o que lo desaloje de él. El presidente destinó 10 millones de dólares con ese objetivo.
Había que evitar a toda costa el efecto contagio lo mismo que hicieron los soviéticos en repetidas ocasiones en Polonia, Hungría, Berlín, Checoslovaquia, etc. En la cumbre Thomas «Tom» Karamessines, asistido por un equipo de Operaciones, asumió la responsabilidad absoluta de proyecto. El mismo día que asumía Salvador Allende como presidente, el 3 de noviembre de 1970, Theodore L. Elliot Jr., elaboraba el «Documento de opciones para Chile», para el Consejo de Seguridad que se reuniría 48 horas después.
El memorándum para el señor Kissinger-Casa Blanca, de 15 páginas decía: «Allende buscará establecer en Chile un sistema autoritario guiado por los principios marxistas». «El gobierno de Allende tendría un sesgo anti norteamericano». «Es probable que Chile se convierta en refugio de subversivos latinoamericanos y en escenario para movimientos subversivos en otros países».
El secretario privado de Allende, Osvaldo Puccio, dijo: «tenemos contactos especiales con los movimientos de izquierda de algunos países, a pesar de que había relaciones diplomáticas a nivel de gobierno con esos países. También teníamos que invitar a los movimientos de liberación con los cuales la Unidad Popular mantenía relaciones tácticas y fraternales, por último, algunas personalidades».
«Invitadas por la Central Única de Trabajadores de Chile (SECH) concurrieron a los actos de transmisión del mando presidencial, gran cantidad de representaciones gremiales, especialmente de los países de la «Cortina de hierro y de Cuba», según informe del embajador argentino en Chile, Javier Teodoro Gallac.
De Argentina, «la figura más importante fue Raúl Ongaro», el líder sindical de izquierda. También se destacaron el escritor Julio Cortázar, Inda Ledesma y el chileno exiliado en Argentina, Lautaro Murua. «Yo fui a Cuba y luego de apoyar la revolución cubana no podía estar lejos de los chilenos», dijo el zurdo Cortázar.
El 22 de octubre, a poco más de cuarenta días del triunfo electoral de Allende, y a dos de su proclamación en el Congreso Pleno, un grupo armado intentó secuestrar a la salida de su casa en el Barrio Golf, al comandante en jefe del Ejército, general René Schneider, quien hasta ese momento había rechazado todas las insinuaciones de desviar el orden institucional. Schneider intentó resistir, pero fue baleado y murió el 25 de octubre. Fue señalado como responsable el general chileno Roberto Viaux Marambio.
El 15 de octubre, el jefe de la CIA informó que la «única posibilidad que quedaba era un plan de aficionados, organizado por un tal general Roberto Viaux para secuestrar al general Schneider y llevarlo a la Argentina. El plan es desesperado. Lo descarté. Nada sería peor que un golpe abortivo. Nixon estuvo de acuerdo». Según la versión de Kissinger, Viaux no quería o no podía ya frenar el plan en marcha. Kissinger volvió a anotar: «Entonces, el 22 de octubre, el grupo Viaux, al cual explícitamente se le había dicho que desistiera, por medio de la CIA, el 17 de octubre, prosiguió por su cuenta, desafiando a la CIA y sin nuestro conocimiento. Trataron de secuestrar al general Schneider y estropearon todo».
Ante la actitud de los democretinos, los planes se decantaron por hacer que el gobierno de Allende dure lo menos posible. La máxima cabeza de la conspiración fue el general Sergio Arellano Stark, el ex edecán militar del presidente Eduardo Frei Montalva. En 1971, Arellano Stark, había regresado a Chile de su agregaduría militar en España y asumió como comandante del Regimiento de Infantería Nº 2 «Maipo», en el puerto de Valparaíso.
En esa calidad, mantuvo reuniones conspirativas con efectivos de la Armada que originaron el golpe de Estado, entre ellos José Toribio Merino y Patricio Carvajal. En diciembre de 1972 regresó a la capital Santiago, como general, asumiendo el mando del nuevo comando de tropas del ejército en Peñalolén. A mediados de 1973 mantuvo nuevas reuniones que planificarían el golpe de Estado final. Mientras el desastre continuaba por obra del gobierno de Allende, se tejían planes para salir de la crisis, un sector importante abogaba por darlo por terminado.
En una reunión el general Merino les dijo a los conspiradores: —¿Están locos? ¿Y qué vamos a hacer después de derrocar a Allende? ¿Cómo vamos a gobernar un país que está en ruinas? —¿Y si ustedes contaran con un plan de reconstrucción?, le preguntó uno de los presentes. Arturo Fontaine Aldunate, cuenta en «Los economistas y el Presidente Pinochet», la conspiración comenzó a gestarse seriamente en agosto de 1972, cuando los comprometidos mantuvieron un largo almuerzo en el Círculo Español de Valparaíso:
«El plan que quieren los marinos empieza a trabajarse a partir de esa reunión. La elaboración del proyecto les llevaría más tiempo del previsto y finalmente cuando lo terminaron, denominaron “El Ladrillo” al extenso documento. A partir de ese momento los marinos podía decir, no sin preocupación, “tenemos un plan”. Ahora, todo era cuestión de esperar el momento más propicio».
El que recibió el pedido fue Roberto Kelly, un ex oficial naval, compañero de camada de futuros almirantes. Amigo de quien más tarde sería canciller en una de las etapas del gobierno de Pinochet, el empresario Hernán Cubillos Sallato. Además de Cubillos, Kelly y el empresario Agustín Edwards frecuentaban a altos oficiales de la Armada, como Merino (quien llegaría a comandante en jefe de la Armada), Patricio Carvajal (jefe de la Defensa Nacional) y Arturo Troncoso Daroch.
«Botar a Allende no cuesta nada. Lo importante es qué hacer con el Gobierno; cómo solucionar los problemas económicos», le transmitieron a Roberto Kelly y éste se comprometió a presentarles un plan en treinta días, pero finalmente «Kelly les ofrece a los marinos el estudio en un plazo de noventa días». Es decir, para noviembre de 1972. Apareció luego Álvaro Bardón, quien tenía conexiones con economistas de la Democracia Cristiana y el ex presidente, Eduardo Frei, que lo había nombrado asesor del Consejo del partido.
Posteriormente fueron convocados Pablo Baraona, Manuel Cruzat, Sergio de Castro, Andrés Sanfuentes, Sergio Undurraga Saavedra, Juan Villarzú, José Luis Zabala y Raúl Sáez. No eran más de diez. Todos con experiencia empresaria; muchos con estudios de postgrado en el exterior y todos, absolutamente todos, convencidos que el gobierno de Allende llevaba a Chile al precipicio y que la salida a esa situación debía ser no convencional. Así fue como todos, después del martes 11 de Setiembre de 1973, tuvieron cargos en los distintos niveles de la conducción económica del gobierno militar.
El 2 de noviembre de 1972 en un discurso transmitido por radio y televisión, el presidente anunciaba la incorporación de militares al gabinete ministerial. Carlos Prats González, comandante en Jefe del Ejército, se hacía cargo de la cartera de Interior; en Obras Públicas era designado el contralmirante Ismael Huerta y en Minería asumía el general de la Fuerza Aérea, Claudio Sepúlveda Donoso.
Este gabinete fue considerado de salvación nacional, un manotazo de ahogado de Allende. Frente a los hechos, Frei declaró que el gobierno de la Unidad Popular «con habilidad y audacia utiliza a las Fuerzas Armadas para que se hagan cargo del desastre económico, político y social que enfrenta Chile».
Tras Arellano y el almirante Merino apareció el general Gustavo Leigh Guzmán el jefe de la Fuerza Aérea, quien más tarde escribiría que «los militares preparaban el derrocamiento de Allende era también una verdad a medias». Nada se sabía en cambio de la actitud de las otras dos armas y de Carabineros. Los carabineros fueron siempre un sector de izquierda. No se conocía el pensamiento de los Altos Mandos del Ejército (aunque estaba en marcha una revuelta, no institucional de la fuerza, como se probaría semanas más tarde con el «tanquetazo»).
En la mañana invernal del 29 de junio hubo un intento de golpe de Estado, el último de varios en los años previos al 11 de septiembre, cuando oficiales sublevados del regimiento blindado Nº2 con el apoyo de Patria y Libertad avanzaron con tanques y vehículos militares hacia La Moneda. Conocido como «Tanquetazo», liderado por el teniente coronel Roberto Souper Onfray.
El viernes 29 de junio menos de una docena de tanques del Regimiento Blindado 2 y cerca de 40 efectivos, al mando del teniente coronel Roberto Souper Onfray salían a la calle. Los ciudadanos pensaron que se trataba de un desfile o de un acto de homenaje a su Comandante en Jefe. Los efectivos pasaron por la Alameda, enfilaron después por Mac Iver y llegaron a la casa de gobierno por Moneda. A las 09.01 empezaron a dispararle a La Moneda y al Ministerio de Defensa.
Allende se encontraba en esos momentos en su residencia de Tomás Moro y allí se concentraron los dirigentes de la Unidad Popular. Contaban con pocas y confusas noticias por lo que, pensando que el ataque formaba parte de un plan más amplio, el Presidente se dirigió al pueblo por radio solicitándoles que salieran de sus casas «con armas o lo que tengan».
Esa misma noche Henry Kissinger informaba a Nixon que «Todo indica que el intento de golpe fue un hecho aislado y un esfuerzo pobremente coordinado». Mientras tanto, volvía a reflotarse la idea de que Allende estuviera apoyado por un gabinete militar, una suerte de «bordaberrización a la chilena». El general Carlos Prats en sus apuntes sostiene que en el gobierno no había «unidad» y que «el Partido Socialista, el MIR y otros grupos no dejan de insistir en que ha llegado el momento de lanzarse a la lucha, al enfrentamiento, para liquidar al régimen capitalista, destruir los órganos ‘burgueses’ de poder e implantar el poder popular, la dictadura de los trabajadores».
El ataque fue sofocado por una contraofensiva dirigida por el comandante en jefe del Ejército, Carlos Prats. Dejó 22 muertos y la sensación de que el golpismo aún carecía de apoyo pleno en las Fuerzas Armadas. Sin embargo, quienes estaban dispuestos a derrocar a Allende parecieron tomar nota de la importancia que tenían los oficiales leales a él. Pero el ruido de sables no se acalló ni Allende consiguió ganarse la confianza del general Augusto Pinochet, que el 11 de septiembre de ese año lideraría un golpe militar acordado entre las tres ramas de las Fuerzas Armadas chilenas.
Entre mayo y junio de 1973 la Fuerza Aérea había elaborado el «Plan Trueno» que «era un plan líquido, para actuar en cualquier situación de emergencia política que se produjera durante esos días», explicaría más adelante el general Gustavo Leigh Guzmán. El 23 de agosto, el general Augusto Pinochet Ugarte fue designado Comandante en Jefe del Ejército. El segundo integrante de la Junta que daría el golpe de septiembre se hacía cargo de la conducción de su Fuerza (hasta ese momento ya lo era, pero en calidad de interino). Faltaban menos de treinta días para el 11 de septiembre de 1973.
Salvador Allende, devoto confeso del dictador Stalin, gobernó Chile en el período 1970-1973, llegó al poder con tan sólo el 36% de los votos, pero para lograr el triunfo gozó del auxilio de los democretinos, y bajo el amparo y subsidio del totalitarismo soviético, más el auxilio permanente de grupos terroristas locales y cubanos, al asumir impuso a sangre y fuego un despotismo en donde el crimen político de la mano de sus guerrillas era moneda corriente.
A los pocos días de asumir la Unidad Popular, comenzaron a producirse la toma de feudos y hechos violentos ocurridos entre campesinos y agricultores en la provincia de Cautín. Impulsó la persecución a la prensa libre. Los comunistas se dedicaron a adquirir emisoras radiales y a la intimidación, impusieron veedores del partido que controlaban la información. Solo Radio Minería, radio Cooperativa y Radio Portales resistieron las presiones, las demás cayeron en la órbita marxista.
Con la excusa de las industrias estratégicas expropiaron 150 empresas que sumaban el 80% de la actividad industrial privada. También expropiaron gran cantidad de bancos. Expropiaron 4400 explotaciones agropecuarias y promovieron la invasión de otros 2000 predios. En el campo como en la industria, las invasiones anticipaban las expropiaciones. Creían en el reparto de tierras, aunque generara hambre para los beneficiarios y la población en general.
Pasaron de la Reforma Agraria a la proscripción de proyectos de desarrollo capitalista en la ruralidad. Las expropiaciones fueron rápidas, pero más rápido fue la llegada del hambre y de los cacerolazos. Allende, mantuvo diálogo con la oposición, pero negaba cualquier apoyo a la acción armada de la guerrilla MIR, o Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Pero sus hechos decían lo contrario. Allende no necesitó derogar las leyes para eliminar las libertades, estas ya se encontraban en desaparición por el sometimiento popular al monopolio económico del estado socialista.
Encarceló opositores, instaló el robo o la confiscación masiva de empresas, fundos e inmuebles. Promovió el adoctrinamiento marxista en la enseñanza infantil. Además de las hambrunas generalizadas y el desabastecimiento que su administración engendró. El descontento general cundía progresivamente y las manifestaciones contra el régimen se fueron tornando multitudinarias.
La dictadura perdió asimismo las elecciones de medio término (a pesar del gigantesco fraude efectuado que denunció y luego comprobó la Cámara de Diputados). Allende desatendió y despreció, además, las instituciones del Estado, las cuales promediando 1973 (el Congreso, la Contraloría General de la Nación y la Corte Suprema de Justicia al unísono) se pronunciaron todas y cada una de ellas determinando de manera oficial y expresa, la ilegalidad, la inconstitucionalidad y la ilegitimidad del ejercicio de su investidura, fijando entonces que el propio Allende era ya una suerte de invasor, un intruso en el Poder Ejecutivo chileno y que por ende estaba usurpando un status que ya no le correspondía: urgía entonces impulsar la inmediata destitución de quien accedió al poder por una vía legal pero que lo ejerció de modo manifiestamente ilegal.
A los 26 días de asumir como Ministro del Interior el general Carlos Prats Gonzalez, se convirtió en presidente interino, Allende inicio una larga gira por México, las Naciones Unidas, la URSS y Cuba. En esas dos semanas Allende dialogó con otros izquierdistas, Juan Velasco Alvarado (Perú), Omár Torrijos (Panamá) y Hourari Boumedienne de Argelia. «Las relaciones entre Argel y Chile serán de amistad revolucionaria porque tenemos enemigos comunes», dijo Boumedienne.
Cuando llegó a Moscú hubo un silencio oficial, el diario Pravda del Partido Comunista, redujo sus informaciones a dos líneas. El embajador argentino en la Unión Soviética dijo, Allende «habría considerado una ayuda militar a Chile que, según fuentes castrenses de Washington, podría «alcanzar la suma de 50.000.000 de dólares».
Allende procuró ayuda financiera de la Unión Soviética, que había aportado dinero a su campaña electoral y luego dio maquinaria agrícola o becas estudiantiles a Chile, pero Moscú consideró inviable dar sustento monetario a un país tan lejano y debilitado. Ni las tres semanas de gira por Chile de Fidel Castro, sirvió para evitar el desabastecimiento de azúcar que sufría la población chilena. Ni la URSS ni los países del bloque socialistas creían en Allende y tampoco querían poner en riesgo el equilibrio internacional, aun con el recuerdo vivo de la crisis de los misiles.
Ni la nacionalización de la minería del cobre, ni la aceleración de la reforma agraria, ni el congelamiento de los precios de las mercancías, ni el aumento de salario a cuenta de una emisión de moneda que acabó siendo contraproducente resolvieron la situación ni consiguieron estabilizar la crisis social. El enfrentamiento del Gobierno con el Poder Judicial chileno a raíz de las expropiaciones y nacionalizaciones, llevaron a Allende a una situación límite. El gobierno intentó la reforma educativa, la Enseñanza Nacional Unificada (ENU), que intentaba cambiar el sistema educativo «bajo la urgencia de crear el hombre nuevo». Es decir, el hombre nuevo marxista-leninista, el hombre perdedor.
El embajador argentino en Chile Teodoro Javier Gallac, decía: la estatización bancaria marchaba a todo vapor «No deja de reconocer Allende —Y esto siempre con carácter confidencial a un periodista vinculado a esta embajada— que la expropiación del cobre, de la manera que se va a cumplir si se aprueba la ley propuesta por el Gobierno, será en cierto modo un despojo, porque el propósito es pagar la primera cuota por la expropiación y olvidar el resto».
«El movimiento acelerado de la revolución marxista en Chile, se debe a que no están tan seguros, en el sentir de los comunistas, de la permanencia y duración del gobierno del señor Allende».
No hay que olvidar que los sectores empresariales y gremiales realizaron huelgas y protestas, en la ultraderecha surgió el frente Patria y Libertad, una organización que inició acciones de sabotaje contra el gobierno. En el otro extremo ideológico, aliados a la Unidad Popular, actuaba el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un grupo guerrillero que ocupaba tierras privadas y fábricas inspirado en la revolución cubana, la cual también despertaba admiración dentro del Partido Socialista.
El 8 de junio de 1971, el comando de izquierda «Vanguardia Organizada del Pueblo» (VOP), asesinó a Edmundo Pérez Zujovic, ex ministro del Interior y vicepresidente del Kerenski chileno, Eduardo Frei. El autor, Ronald Rivera, era el jefe del VOP, un desprendimiento del MIR que seis meses antes había sido indultado por Allende. El VOP dijo en un comunicado que fue: «un asesinato revolucionario».
En ese momento ya se había reanudado un paro de transportistas que en octubre de 1972 bloqueó el país y acentuó las dificultades económicas. La subida de precios alcanzaba tasas estratosféricas, al hilo de un aumento de la base monetaria del 264%. Con la inflación desbocada, los precios subieron un 34,5% en 1971, un 216,7% en 1972 y un 605,9% en 1973. Los controles agravaron la situación y los sueldos en 1973 eran ya un 30% inferiores que en 1970.
La tasa de crecimiento se desplomó: de poco sirvió el artificio inflacionista de 1971, con un aumento del PIB del 9%, porque en 1972 y 1973, Chile entró en recesión. Las reservas internacionales se hundieron de 320 a 36 millones de dólares. La balanza comercial pasó de un superávit de 246 millones a un déficit de 73 millones. El mercado negro se disparó como única forma de escapar el desabastecimiento. En apenas tres años, Allende destrozó la economía chilena. tras su gestión Chile era junto con Haití el país más rezagado y pobre del continente.
Allende siempre fue un marxista radical, una semana después de la muerte de Stalin, pronunció un incendiario discurso en Santiago en el que se deshizo en loas al difunto dictador soviético. En el Congreso Anual de 1965, celebrado en Linares, el Partido Socialista chileno de Allende se definió como «marxista-leninista» y habló abiertamente de «descartar la vía electoral como método para alcanzar el poder».
Esta postura se completó con la afirmación de que dicho objetivo debería emplearse «con los métodos y medios que la lucha revolucionaria haga necesarios». El partido de Allende declaró en su Congreso de 1967, celebrado en Chillán, que «la violencia revolucionaria es inevitable y legítima, constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico». La formación señaló también que «sólo destruyendo el aparato democrático-militar del Estado burgués se puede consolidar la revolución socialista» y proclamó que «las formas pacíficas o legales de lucha no conducen por sí mismas al poder».
En aquellos encuentros políticos estaban presentes delegados de los regímenes comunistas de la Unión Soviética. Las alianzas también englobaban a grupos socialistas panarabistas, como el Bath sirio, y con la colaboración de la dictadura cubana.
Allende nombró al general Prats como su ministro de Defensa y a otros altos mandos militares y policiales para dirigir ministerios cruciales en lo que se denominó un «gabinete de salvación nacional». La pelea entre comunistas y socialistas, legó a un punto en que, durante un conclave de la Unidad Popular en La Moneda, el presidente interrumpió gritando: «¿Quieren decirme quién diablos es el presidente de la república y manda aquí?»
Luego de la fuga de los guerrilleros marxistas del penal de Trelew, Argentina, rumbo a Chile en un avión secuestrado. Allende no hizo lugar el pedido del gobierno argentino: «…Chile no es un portaaviones para que se lo use como base de operaciones. Chile es un país capitalista con un gobierno socialista y nuestra situación es realmente difícil (…) la disyuntiva es entre devolverlos o dejarlos presos (…) pero este es un gobierno socialista, mierda, así que esta noche se van para La Habana», comentó Salvador Isabelino del Sagrado Corazón de Jesús Allende Gossens.
Eso de país capitalista con gobierno socialista es un círculo cuadrado. La hija del presidente, Beatriz Allende, había visitado a los guerrilleros presos. El 20 de enero de 1973 ex integrantes del MIR como Carlos Martínez Briceño, Andrés Golanakis, Silvia Lucceve y Rafael Ruiz ingresaron al partido socialista, por tanto, a la Unidad Popular. Varios de ellos habían constituido a fines de 1968 el Movimiento Revolucionario Manuel Rodrigue (MR-2) que se movía bajo la influencia de los Tupamaros uruguayos, del guerrillero Mujica, luego presidente.
El 14 de marzo el MIR atacaba a Salvador Allende, Miguel Enríquez, secretario general decía: «desde hace algunos meses se ha estado impulsando en conjunto una política que en su contenido general tiende a consolidar la paz social y el orden burgués». El MIR nacido bajo la influencia de la revolución cubana, adherían a la toma del poder a través de la vía armada.
Después del 11 de septiembre de 1973, el grupo quedó a cargo del sobrino del ex presidente, Andrés Pascal Allende, que tuvo que dirigir la resistencia desde Cuba o de la Nicaragua sandinista, mientras sus militantes eran abatidos en Chile, lo mismo le sucedería a la guerrilla marxista leninista de origen peronista el ERP que hicieron una retirada táctica hacia Cuba, México o Nicaragua.
El MIR, ERP, Tupamaros de Uruguay y el ELN de Bolivia formaron la Junta Coordinadora Revolucionaria que producirían asesinatos, secuestros, asaltos en diferentes países del cono sur, durante las presidencias constitucionales de Juan Domingo Perón y de Isabel Martínez de Perón entre 1973 y 1976. En una reunión con gente del MIR, ante las críticas a su gestión y al abandono de la lucha armada, Allende, afirmó que su gobierno constituía un tránsito al socialismo y se vio obligado a «criticar el afiebramiento de algunos que creen que de la noche a la mañana se puede transformar una sociedad».
Allende citó a Lenin, leyendo frases de un libro que tenía en la mano en respuesta al auditorio: «El extremismo revolucionario es traición al socialismo…sílbenlo a Lenin no a mí». Allende en Valparaíso señaló: «Yo no soy el presidente del Partido Socialista; soy el presidente de la Unidad Popular. Tampoco soy el presidente de todos los chilenos», el país estaba roto. Premonitoriamente el poeta comunista, el embajador en Francia, Pablo Neruda, durante una reunión nocturna en la embajada ante Louis Aragón, Jean Marcenac, altos dirigentes del Partido Comunista francés, incluyendo a Jacques Duclos, Neruda dijo en chile hay una suerte de Vietnam silencioso y pide respaldo.
El político y escritor argentino Juan Bautista Yofre habló sobre Los secretos diplomáticos sobre el gobierno de Salvador Allende. Voy a citar parte de la misma.
— A 50 años de la caída de Salvador Allende en Chile, ¿por qué considerás que falló el intento socializador de la Unidad Popular?
— Primero porque más del 50% de la población no quería un proceso socializante ni comunista para Chile. Para confirmarlo no hay nada más que ver los resultados de la elección presidencial de 1970 (Allende ganó con el 36,4%) y la famosa definición del mismo Allende al pensador francés Regis Debray: “Yo no soy el Presidente del Partido Socialista; yo soy el Presidente de la Unidad Popular. Tampoco soy el Presidente de todos los chilenos. No soy el hipócrita que lo dice, no. Yo no soy el Presidente de todos los chilenos”. Luego, para lograr acceder al gobierno, tuvo que dar garantías al pleno del Congreso de que no iba a violar la institucionalidad y el sistema democrático. Pues bien, en varias ocasiones violó la Constitución a través de “los resquicios legales” y otras maniobras hasta que, al final, a través del “Acuerdo de la Cámara de Diputados sobre el grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República”, firmado por su titular, Luis Pareto González, fue declarado fuera de la ley por quebrar gravemente la Constitución. El dictamen le fue remitido a Allende el 23 de agosto de 1973.
— ¿Qué significó la experiencia de Allende en América y particularmente en nuestro país?
— Para la América Latina de aquel entonces, con la Guerra Fría en pleno desarrollo, el acceso al poder de la Unidad Popular resultó un llamativo toque de atención. Sin la violencia cubana de 1959, el comunismo podía hacerse cargo del poder poniendo en serio riesgo la convivencia de los países estableciendo a la vista de todo un sistema castrista que la mayoría no deseaba.
— ¿Cómo fue la relación del líder de la Unidad Popular con el Justicialismo? ¿Perón lo veía como una amenaza?
— Para ser realista hay dos Perón. El del exilio, el que le escribió una carta a Allende felicitándolo por su victoria electoral. Es el líder político más importante de la Argentina buscando volver al poder con el mayor apoyo de la población. Es el que le dice en privado al coronel Juan Francisco “Tito” Guevara en 1972: “Yo, claro, voy a volver al Poder y tengo dos caminos: las urnas o las armas. Pero para llegar a las urnas yo necesito que me voten todos, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda y (por el momento) yo no puedo dar un documento político u opinión de doctrina (sobre lo que ocurre en la Argentina) porque voy a perder votos. Ahora, eso sí, cuando llegue al gobierno ahí llegará el enfrentamiento (con la subversión marxista), pero yo desde el gobierno”.
— ¿Y el otro?
— El otro Perón es el teniente general del Ejército Argentino que vuelve para poner orden interno y a resguardar las fronteras de su país. Es el que, al día siguiente de su victoria electoral, en septiembre de 1973, como presidente electo, manda un enviado especial a dar su solidaridad y ayuda a la Junta Militar que presidía el general Augusto Pinochet. Para decir todo esto cuento con dos pruebas: el testimonio grabado de la conversación de “Tito” Guevara con Perón en Madrid y el Acta de la Junta Militar chilena.
— ¿Cuál fue la relación de Allende con Cuba y qué consejos recibió de Fidel Castro?
— Al asumir la presidencia, Salvador Allende restableció las relaciones en todos los órdenes con Cuba y recibió consejos de Fidel Castro antes y después de llegar a La Moneda. Entre otros, le dijo que mantuviera a la industria del cobre dentro del “área del dólar” y que no diera “una imagen revolucionaria”. Como vemos, todos engaños: Allende estatizó la industria del cobre sin ningún reparo e indemnización para los inversores y daba una imagen “moderada”, mientras que fuertes corrientes de la Unidad Popular (el partido que él presidía) intentaban “cubanizar” a Chile. Por cierto, no hay que olvidar que Allende fue titular de la “Organización Latinoamericana de Solidaridad” (OLAS), una creación castrista para subvertir al continente dirigida desde La Habana.
— ¿Cómo fue la misión del embajador argentino Gallac en ese país?
— Cuando Javier Teodoro Gallac llegó a Chile como embajador ya era uno de los diplomáticos de la primera línea del Palacio San Martín y su destino en Santiago era y es uno de los cargos más relevantes de la diplomacia argentina. Su gestión no la debo calificar. Tan solo pongo sobre la mesa sus informes, su gestión económica y su acceso a los más importantes dirigentes chilenos de la época.
— ¿Qué actitud tomó Perón con la llegada de Pinochet?
— El Perón que llega definitivamente viene a poner “orden”, es decir, a terminar con el caos del gobierno de Héctor Cámpora, la infiltración castro-comunista en su movimiento y los años de peleas políticas y decadencia. Llega con la adhesión y comprensión de la mayoría de la dirigencia argentina y las Fuerzas Armadas. Llega también con amplios apoyos y compromisos extranjeros. Sabía que Chile era un santuario para la subversión argentina, como lo conocía Brasil. Quizá la mejor respuesta surge de la propia voz de Perón a una persona que lo acompañaba el 20 de junio de 1973 en su vuelo de retorno: “No se crea todo lo que se dice, de que el pueblo me trae. El que quiere que yo vuelva es Estados Unidos para terminar con el comunismo en América Latina. No vuelvo a encabezar un golpe militar, voy a ser Presidente de la Nación electo por el pueblo”.
— ¿Se esperaba en los medios diplomáticos que el Golpe en Chile fuera tan sangriento y se extendiera por tantos años?
— Si observamos bien, el golpe fue ideado y planificado en las esferas castrenses con muy poca participación de civiles. Ni en Chile ni en el exterior se esperaba que fuera tan represivo. Es más, la Democracia Cristiana, uno de los partidos más fuertes de aquel momento, imaginaba un corto trance del gobierno militar para restaurar la normalidad y devolver el poder a la ciudadanía y no fue así. Hay que comparar las declaraciones iniciales de Patricio Aylwin y Eduardo Frei con las posteriores, cuando se enteran que el gobierno de Pinochet tenía objetivos y no plazos y, además, iba a reformar la Constitución. También hay que decir que, luego de una prolongada dictadura, Pinochet abandonó el poder luego de someterse al veredicto de la ciudadanía. Algo que no ocurrió en Cuba o en la Venezuela de la actualidad.
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Hay algunas facetas poco conocidas de Allende, ya de joven había dado muestras de su radicalidad. En 1933 publicó una polémica tesis doctoral titulada «Higiene mental y delincuencia». Según el profesor Víctor Farías, dicho documento sostenía que la delincuencia tiene orígenes genéticos. Juan Carlos Girauta en una reseña del libro con el que Farías sacó a la luz la oscura tesis doctoral de Allende, afirmó lo siguiente:
«Quien sienta algún afecto por la figura de Salvador Allende, es decir, toda la izquierda, está a punto de encontrarse con una desagradable sorpresa, por decirlo suavemente. Recordarán al ex presidente socialista de Chile como el revolucionario mártir que tantos jóvenes lloramos en los años setenta ante las estremecedoras escenas finales de La batalla de Chile, aquella película inacabable que había que ver por trozos.
En realidad, fue un convencido antisemita, un defensor de la predeterminación genética de los delincuentes que extendió su racismo a árabes y gitanos, consideró que los revolucionarios eran psicópatas peligrosos que había que tratar como enfermos mentales, propugnó la penalización de la transmisión de enfermedades venéreas y defendió la esterilización de los alienados mentales. Ideas rechazadas por la opinión pública mundial en pleno, con una sola excepción: la Alemania nazi. Porque Allende defendía estas posturas precisamente en los años treinta».
Años después, como ministro de Salud del gobierno de izquierdas que ocupó el poder en Chile entre 1939 y 1941, Allende elaboró un proyecto de ley que acabó guardado en un cajón debido al escándalo que levantó. Explicando la fallida propuesta, Allende declaró al diario La Nación que era necesario desarrollar «un trípode legislativo en defensa de la raza» que contemplaba «la esterilización de los alienados mentales». Para ello, contemplaba incluso la creación de tribunales de esterilización, como también dictaban las leyes aprobadas en la Alemania nazi.
En un informe secreto de la inteligencia de Estados Unidos, definiría a la renuncia al ministerio de Defensa y a la jefatura del Ejército del general Prats, el general leal a la Constitución, «principal factor atenuante contra un golpe de Estado». Esa dimisión se produjo después de que Prats pidiera sin éxito una declaración de apoyo de sus generales, tras una protesta frente a su casa en la que participaron esposas de altos oficiales militares.
Carlos Prats recomendó entonces que Augusto Pinochet lo sucediera como jefe del Ejército, sin imaginar que poco después ese mismo general conduciría el golpe de Estado y el largo régimen militar que lo asesinaría a él mismo junto a su esposa en un atentado en Argentina en 1974.
El 30 de agosto el almirante José Toribio Merino llegó a pináculo de su carrera cuando los altos mandos de la Armada, en forma conjunta, exigieron la renuncia del almirante Raúl Montero por considerar que no representaba el pensamiento de la Fuerza. El comandante en Jefe de la Armada se mantenía en su cargo desde noviembre de 1970. Allende a las pocas horas de conocer la decisión de los mandos navales, rechazó la renuncia de su comandante en Jefe, dejando a Montero inmerso en una situación indefinida. Era el comandante sin el apoyo del almirantazgo.
No se aceptaba su renuncia, pero Merino reclamaba su liderazgo. Así se llegó al 10 de septiembre. En su libro de Memorias el almirante Merino cuenta que el 30 de agosto cruzó los alfombrados ambientes de la residencia presidencial de Tomás Moro, pasó los diferentes filtros que imponían los miembros de la custodia del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (colegas del PRT-ERP de Argentina) y entró en el despacho donde lo esperaba de pie el Primer Mandatario. Allende tenía como guardia de seguridad a militantes del MIR.
No estaba solo, lo acompañaban los almirantes Montero, Cabezas y Huidobro. Merino adoptó una actitud marcial y esperó que Salvador Allende rompiera el silencio:
—Allende: «Usted se propone ser Comandante en Jefe de la Armada».
—Merino: «Sí, Excelencia. Aspiro al cargo porque me corresponde según el escalafón, ya que Montero ha presentado su renuncia indeclinable. Por otro lado, es ésa la voluntad de mis oficiales, explícitamente manifestada».
—Allende: «Si usted ha declarado públicamente que es antimarxista, ¿cómo quiere que lo nombre?»
—Merino: «Me corresponde por derecho el cargo de Almirante en Jefe y lo seré». Según Merino el diálogo fue más violento. Allende, en un momento le dijo: «¿Entonces quiere decir que estoy en guerra contra la Marina?».
—Merino: «Sí señor estamos en guerra con usted. La Marina estará en guerra, porque no es comunista y no será nunca comunista, ni los almirantes, no el Consejo Naval, ni ningún marinero…». La reunión terminó sin ninguna decisión y Merino con Huidobro se retiraron.
El sábado 8 de septiembre de 1973 desde Santiago un oficial de la CIA informa a Washington que «la Armada tiene previsto iniciar un movimiento para derrocar al Gobierno de Salvador Allende en Valparaíso a las 8.30 del 10 de septiembre» (como veremos hubo un cambio de fecha) y que la Fuerza Aérea «apoyará la iniciativa después que la Armada dé un paso positivo, como el de ocupar la provincia de Valparaíso».
También se informa que el general Gustavo Leigh había tomado contacto con el general Augusto Pinochet y que éste dijo que el Ejército «no se opondrá a la acción de la Armada» y que la fuente informativa «estima que unidades del Ejército se unirán al golpe de Estado después que la FACH preste su respaldo a la Armada». En otro cable se relata que «el general Sergio Arellano, golpista clave del Ejército, ha dicho según informes, que está listo para actuar, sugiriendo que ha asegurado el apoyo de los comandantes de tropas de los regimientos más importantes».
Los informes estadounidenses no reflejaban con exactitud en qué posición estaba Pinochet. El sábado 8 a la noche Arellano va a informarlo al jefe del Ejército a su casa de la situación que se vivía. Le relata que la Armada, la Fuerza Aérea, Carabineros y que amplios sectores del Ejército compartían el movimiento. «Tenemos dos alternativas –le dijo—o los generales con sus comandantes en jefe a la cabeza asumimos nuestra responsabilidad o nos desentendemos y la mayoría de los comandantes de unidades se plegarán por su cuenta a las otras instituciones, ya que la acción se haría de todas maneras el día 11. En un momento del encuentro Pinochet dijo en voz alta: ¡Yo no soy marxista, mierda! Al tiempo que golpeaba el brazo de su sillón».
El domingo 9 el senador Altamirano pronunció por radio un discurso muy violento y a las 16 de ese día el general Leigh llega a la casa de Pinochet y lo informa de lo que va a pasar el martes 11. Entre pocas palabras, el dueño de casa le dijo: «Mira, pero tú sabes que esto nos puede costar la vida» y Leigh le respondió «¡Por supuesto, pero aquí no queda otra cosa que jugarse!» La conversación se cortó con la llegada desde Valparaíso del contralmirante Sergio Huidobro, jefe de la Infantería de Marina, con un corto mensaje escrito por Merino que llevaba escondido en sus medias que decía entre otras cosas: «Bajo mi palabra de honor, el día D será el 11 a la hora 06.00…Augusto: Si no pones toda la fuerza de Santiago desde el primer momento, no viviremos para el futuro».
Pinochet y Leigh firmaron el «conforme» y el jefe del Ejército al día siguiente (lunes 10) reunió a los generales de su mayor confianza y dio las ordenes sobre que lo debían hacer al día siguiente. Ese domingo 9 de septiembre se decide el golpe, y Pinochet entiende que debe embarcarse en el golpe porque está consciente que Merino va a dar el golpe, y lo último que podían permitirse era división entre militares, ya que habría estallado una guerra cívico-militar.
Acorralado por las fuerzas vivas chilenas, Allende se encontraba en el lugar político no imaginado. El hartazgo popular era apabullante y sólo las milicias guerrilleras (calculadas entre 10 y 20 mil elementos armados según las distintas fuentes), más un puñado de adherentes dispersos, seguían respaldando a la tambaleante dictadura de la Unidad Popular.
Allende, sintiéndose más sólo que nunca ante la inmovilidad guerrillera y el silencio de los pocos acólitos que le quedaban, escapó de sí mismo pegándose un tiro en el mentón en uno de los despachos del edificio gubernamental, tras presionar el gatillo de un fusil soviético AK47 un regalo de su amigo y colega Fidel Castro, huyendo así de la responsabilidad política que le cabía por el terrible daño infligido a su país, pasando a convertirse en un mito.
El 13 de noviembre de 1973, el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, pasó la tarde en una villa de Beijing conversando con el primer ministro de China, Chou En Lai. Durante el encuentro se habló de Chile y ambos coincidieron en que el presidente Allende cayó por sus propios errores.
—Chou En Lai: Y respecto a la economía, nosotros le dijimos que se prepararan para las nacionalizaciones, y no lo hicieron. El resultado fue que la producción cayó y le hicieron a la gente demasiadas promesas que no podían cumplirse…
—Kissinger: No había organización. No había disciplina. Eso, y la total incompetencia, llevaron al colapso al gobierno. Había demasiadas divisiones entre las facciones. Ellos hicieron todo con entusiasmo y sin preparación.
—Chou En Lai: Pero hay un punto positivo en el caso chileno. Por los pasados 200 años no había habido ningún golpe en el país. Entonces puede ser bueno.
—Kissinger: ¿Fue bueno que hubiera un golpe militar?
—Chou en Lai: Fue bueno. Una mala cosa puede convertirse en un buen logro. Esa es nuestra forma de ver las cosas. Nosotros les dijimos a ellos sobre esto, pero no nos creyeron. Ese tipo de fenómeno fue causado por sí mismo. Nosotros le damos sólo un limitado apoyo a las revoluciones en los países latinoamericanos. Todavía estamos aprendiendo.
—Kissinger: Yo espero que no aprenda muy rápido.
Chile, al igual que el resto del mundo, estaba inserto en un contexto de guerra fría, dialéctica de imperios, donde los imperios representados por Estados Unidos y la Unión Soviética de entonces, se distribuían espacios de dominación. La aparición de un régimen comunista en las costas mismas de Estados Unidos, como consecuencia del derrocamiento de Batista en Cuba. Estados Unidos no podía tolerar un segundo régimen marxista en Iberoamérica.
Poco menos de dos meses más tarde Eduardo Frei Montalva envía una carta a Mariano Rumor, entonces presidente de la Unión Mundial de la Democracia Cristiana, cuya sede se encontraba en Roma, Italia. «Instaurado el gobierno convergieron hacia Chile varios miles de representantes de la extrema izquierda, de la guerrilla y de los movimientos de extrema izquierda revolucionarios de América. Llegaron elementos Tupamaros del Uruguay, miembros de guerrillas o movimientos extremos del Brasil, de Bolivia, de Venezuela y de todos los países, como hay numerosos casos, por delitos graves inexcarcelables».
Eduardo Frei Montalva, el Kerenski chileno, luego de la caída de Allende dijo el 10 de octubre de 1973, al diario ABC: «Cuando un gobierno actúa como lo hizo Allende, el derecho al levantamiento se convierte en un deber».
En junio Juan Perón fue a la clínica del doctor y amigo, Antonio Puigvert, en Madrid, para que lo revisara y a despedirse. «…A mí me lo explico muy claro y en pocas palabras: “no me queda otra solución que volver allá (Argentina) y poner las cosas en orden. Cámpora ha abierto las cárceles y ha infiltrado a los comunistas por todas partes”». Como dijo su amigo el periodista Emilio Romero: «de Puerta de Hierro (la residencia de Perón) había salido Perón no ya para hacer una revolución, sino para contenerla. Perón estaba ya más cerca de la filosofía que de la política».
Emilio Romero, como buen periodista ignora que eso es filosofía y política, es decir, teoría y praxis. Perón también le dijo a su amigo y médico Pedro Cossío, ante la caída de Allende: «con lo que ha pasado en Chile desde ese lado estamos protegidos», el testimonio es coincidente con las declaraciones de Perón al periódico italiano Il Giornale D’Italia, en septiembre de 1973, Perón destacó que la caída de Allende había cerrado «la única válvula de escape para la guerrilla argentina».
También afirmó que «los responsables de los acontecimientos en Chile fueron los guerrilleros y no los militares». En el mismo sentido, casi con las mismas palabras, es lo que dijo Allende sobre la Juventud Peronista, en su última entrevista con el general Alejandro Lanusse en mayo del 73. El socialismo ha sido un fracaso permanente en todo el mundo, para obtener el poder y permanecer un tiempo necesita imponerse de modo totalitario por las armas. Las armas son importantes para sofocar los reclamos y el descontento.
El socialismo lleva dentro de si el germen de su destrucción, así cayó la URSS la patria del socialismo realmente existente. Su modelo económico en comparación empírica con el capitalismo ha demostrado su total inutilidad.
14 de septiembre de 2023.