Cuadernos de Eutaxia —30
PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD
MONTONEROS
El sepelio del general Pedro Aramburu, su hijo Eugenio y el presidente Alejandro Agustín Lanusse, y el Montonero, el guerrillero socialista Mario Eduardo Firmenich.
Se dice que el secuestro del ex presidente argentino, el general Pedro Eugenio Aramburu obedeció a muchas razones, uno de ellos puede interpretarse como gesto de amenaza al gobierno del general Juan Carlos Onganía, también como una manera de presentación ante la sociedad ejecutando al que había ordenado fusilar a los que se habían levantado en armas para reponer en el poder a Juan perón.
Esos motivos son entendibles, pero hay otro que es más importante que los demás. Y es que esa operación militar del secuestro de un ex presidente, odiado por todos los peronistas, los colocaba de hecho por arriba de la Resistencia Peronista como interlocutores más importantes frente a Perón. Todos sabían que el general Juan Perón desde el exilio, elegia sus interlocutores. De hecho, a partir de ese momento la Resistencia y sus quince años de lucha quedaran eclipsada y este grupo de jóvenes, que Perón llamará «juventud maravillosa», levanta campamento en las cercanías del líder Juan Domingo Perón.
Firmenich dio a entender en sus últimos testimonios que el secuestro y asesinato de Aramburu fue una venganza por la Revolución Libertadora de 1955, por el golpe de Estado que derrocó a Perón, por el fusilamiento de los involucrados en la rebelión de Juan José Valle, el robo del cadáver de Eva Perón. En realidad, no quisieron robar el cadáver de Eva con malos fines sino para preservarla, de hecho, nada costaba quemarla. Y por supuesto, como todo izquierdista, Firmenich dirá que respondía a la voluntad del pueblo.
Solamente tres integrantes del grupo que secuestró a Aramburu se refirieron alguna vez públicamente. Norma Arrostito y Mario Firmenich, dieron detalles en una entrevista publicada en la revista Causa Peronista el 6 de septiembre de 1974, con motivo de la decisión de Montoneros de pasar a la clandestinidad. Ignacio Vélez Carrera, otro de los fundadores de Montoneros. El núcleo de Montoneros conformó entre fines de 1968 y principios de 1969 en total secreto. «Trabajábamos en silencio: la ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de la organización», dijo Firmenich en la entrevista publicada en Causa Peronista.
En una entrevista concedida a la periodista María O’Donnell, en 2017, de la entrevista con la periodista, Firmenich deja claro que el objetivo era el Almirante Isaac Francisco Rojas, oficial naval militar que se desempeñó como vicepresidente de Aramburu. No se decidió finalmente su secuestro porque investigaciones previas no lo aconsejaban, «Rojas era muy meticuloso con su seguridad. Un tipo muy paranoico. Se movía de forma tal que resultaba imposible aplicar el factor sorpresa que necesita una operación de este tipo», dijo Firmenich.
Conformar el grupo operativo, con integrantes a jugarse en una acción arriesgada fue el primer paso. En un reportaje de septiembre de 1974 en la revista La Causa Peronista, Mario Firmenich y Norma Arrostito revelaron algunos detalles, como la fecha del secuestro y la modalidad de ejecución: «El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro… La ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de la organización».
«El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro. Concebimos la operación a comienzos de 1969. Había de por medio un principio de justicia popular, -una reparación por los asesinatos de junio del 56- Pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer. Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo, porque aún no teníamos formado el grupo operativo. A fines del 69 pensamos que ya era posible encarar el operativo. A los móviles iniciales, se había sumado en el transcurso de ese año la conspiración golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de recambio al régimen militar, debilitado tras el Cordobazo. Por la Importancia política del hecho, por el significado que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos a la operación con e criterio de todo o nada. El grupo inicial de Montoneros se juega a cara o ceca en ese hecho». Mario Firmenich.
El guerrillero asesino, Firmenich, comentó que matar a cualquiera de los dos les daba lo mismo y que la balanza se inclinó por la víctima más vulnerable: Aramburu, que no tenía custodia. «Lo importante era emitir un mensaje claro». Eso lo habían aprendido, el asesinato, en el Colegio nacional de Buenos Aires, donde cursó sus años de formación, se refería al fusilamiento de Manuel Dorrego, quien luchó en la guerra civil española en América y luego fue gobernador de Buenos Aires.
«En el colegio nos habían enseñado en dos líneas cómo habían fusilado a Dorrego. Pues bien, nosotros los obligaríamos a contar en dos líneas cómo había sido el ajusticiamiento de Aramburu…», y «En el revisionismo histórico está nuestra base», sostuvo Firmenich, y es cierto, el revisionismo fue llevado a cabo por gente de ideas izquierdistas. Firmenich había aprendido eso en el Colegio Nacional, pero lo idiota lo traía en los genes, un asesino que llevó a otros cabezas de termo a la muerte.
Al final fue seca listillo. En el mismo reportaje, Norma Arrostito puso la cuestión en números: «Toda la ‘organización’ éramos doce personas, entre los de Buenos Aires y los de Córdoba. En el operativo jugamos diez». A Normita también la pasaron al otro lado sin pago de peaje.
El secuestro del general Pedro Eugenio Aramburu
El ex presidente argentino fue secuestrado el 29 de mayo de 1970, fecha que recordaba el día del Ejército con un acto en El Palomar, Buenos Aires, al que nadie lo había invitado. Es que las Fuerzas Armadas tenían sus propias internas y Aramburu se encontraba enfrentado al entonces presidente Juan Carlos Onganía, quien había encabezado el golpe de Estado denominado Revolución Argentina de 1966.
Por lo que se supo la noche anterior Aramburu comenzó a recibir extraños llamados telefónicos, sospechó que su enemigo en las fuerzas estaba burlándose de él de alguna manera. Para el 29 de mayo, el grupo Montoneros eran desconocidos, y de esa manera se presentaron en sociedad, buscando la atención de Juan Perón. El grupo operativo estaba integrado por doce personas, y de ellos solo participaron diez en el operativo que llamaron «Operación Pindapoy».
Casi todos los miembros del grupo terrorista estaban ligados con el nacionalismo y la Juventud Católica, seamos claros de un catolicismo posconciliar, progresista, izquierdista y con aires maricones. Fernando Abal Medina y Emilio Ángel Maza, habían pasado por la Guardia Restauradora Nacionalista, una escisión de Tacuara. Esther Norma Arrostito, «Gaby», había militado en la Federación Juvenil Comunista, la FEDE, lo mismo que su marido, Rubén Ricardo Roitvan. La Arrostito sería más tarde pareja de Abal Medina. Ignacio Vélez, lo mismo que Emilio Maza, había sido cadetes del Liceo Militar General Paz.
Fueron 8 los que intervinieron directamente en la «Operación Pindapoy», Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus, Ignacio Vélez Carreras, Emilio Ángel Maza, Carlos Capuano Martínez, Mario Firmenich, Norma Arrostito y su cuñado Carlos Maguid. Ellos mismo lo informaron el 3 de septiembre de 1974 en el semanario La Causa Peronista, N° 9, el último ejemplar que dirigía Rodolfo Galimberti. A principios de 1970 el grupo comenzó a hacer seguimientos de los movimientos de Aramburu para planificar el secuestro.
«El edificio donde él vivía está frente al colegio Champagnat, y averiguamos que en el primer piso -de ese colegio- había una sala de lectura o una biblioteca. Entonces nos colamos y fuimos a leer ahí. El que inauguró el método fue Fernando (Vaca Narvaja), que era bastante desfachatado. Más que leer, mirábamos por la ventana. Nos quedábamos por periodos cortos, media hora, una hora. Nunca nadie nos preguntó nada», según Firmenich.
Descubrieron que Aramburu no seguía una rutina, «Solía salir alrededor de las once de la mañana, a veces antes, a veces después, a veces no salía. Lo vimos tres veces desde el Champagnat. Después fichamos desde la esquina de Santa Fe, en forma rotativa. Llegamos a hacer relevos cada cinco minutos. Teníamos que hacer así porque en esa esquina había un cabo de consigna, uno rubio, gordito, y no queríamos llamar la atención», contó Norma Arrostito.
Por ello habían pensado secuestrarlo en la calle. «Pensábamos llevar uno de esos autos con cortina en la luneta y tapar las ventanillas con un traje a cada lado. Le dimos muchas vueltas a la idea hasta que la descartamos y resolvimos entrar y sacarlo directamente del octavo piso. Para eso hacía falta una buena ‘llave’. La mejor excusa era presentarse como oficiales del Ejército. El Gordo (Emilio) Maza y otro compañero habían sido liceístas, conocían el comportamiento de los militares. Al Gordo maza incluso le gustaba, era bastante milico, y le empezó a enseñar a Fernando los movimientos y las órdenes. Ensayaban juntos», dijo Firmenich.
Los uniformes los compraron en una sastrería, haciéndose pasar por jóvenes oficiales del Ejército. «Fernando Abal tenía 23 años, Ramus y Firmenich 22, Capuano Martínez, 21. Cortándose el pelo pasaban por colimbas. Así que allí compramos las insignias, las gorras, los pantalones, las medias, las corbatas. Un oficial retirado peronista donó su uniforme: simpatizaba con nosotros, aunque no sabía para qué lo íbamos a usar. El problema es que a Fernando le quedaba enorme. Tuve que hacer de costurera, amoldárselo al cuerpo. La gorra la tiramos -era un gorrón- le bailaba en la cabeza, pero usamos la chaquetilla y las insignias», dijo Arrostito.
«Una cosa que nos llamó la atención es que Aramburu no tenía custodia, por lo menos afuera. Después se dijo que el ministro Imaz se la había retirado pocos días antes del secuestro, pero no es cierto. En los cinco meses que estuvimos chequeando, no vimos custodia exterior ni ronda de patrulleros. Solamente el portero tenía pinta de cana, un morocho corpulento. A alguien se le ocurrió: Si no tenía custodia, ¿Por qué no íbamos a ofrecérsela? Era absurdo, pero esa fue la excusa que usamos». Mario Firmenich.
La noche del 28 de mayo, Fernando Vaca Narvaja llamó por teléfono al departamento de Aramburu y pidió hablar con él con una excusa. «Aramburu lo trató bastante mal, le dijo que se dejara de molestar o algo así. Pero ya sabíamos que estaba en su casa», relata Arrostito. Eso decidió su secuestro el día siguiente, el 29 de mayo, día del Ejército. Para Ignacio Vélez, la coincidencia con la fecha fue casual, no algo previamente planificado. «Hay cosas que la historia hace de casualidad. El 29 de mayo, Día del Ejército. Yo creo que no se pensó la fecha. Por ahí, el Gordo (Maza) y Fernando (Abal Medina) la pensaron».
«Dentro de Parque Chas dejamos estacionados esa noche los dos autos operativos: la pick-up Chevrolet y un Peugeot 404 blanco; y tres coches más que se iban a necesitar: una Renoleta 4L blanca mía, un taxi Ford Falcon que estaba a nombre de Firmenich, y una pick-up Gladiator 380, a nombre de la madre de Ramus. La mañana del 29 salimos de casa. Dos compañeros se encargaron de llevar los coches de recambio a los puntos convenidos. La Renoleta quedó en Pampa y Figueroa Alcorta, con un compañero adentro. El taxi y la Gladiator cerca de Aeroparque, en una cortada, el taxi cerrado con llave y un compañero dentro de la Gladiator», detalla Norma Arrostito.
A las 08.45 horas, un Peugeot 504 blanco se detuvo en la calle Montevideo, entre Santa Fe y Charcas, como se llamaba entonces Marcelo T. de Alvear. Capuano Martínez iba al volante y Ignacio Vélez, Fernando Abal Medina y Maza, estacionaron en el garaje del Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas. Vamos los tres al edificio, se queda Capuano. A Mario, a Maguid y a Arrostito estaban en otro vehículo, con Gustavo Ramus al volante, era un operativo compartimentado.
Mario Firmenich iba disfrazado de policía, y Carlos Maguid, con una sotana. Firmenich se paró en la vereda y Maguid buscaba confundirse entre los curas. La puerta trasera de la camioneta quedó abierta, con una ametralladora al alcance de la mano para cualquiera de los dos, también llevaban granadas. Norma Arrostito se había bajado antes, en la esquina de la avenida Santa Fe, y caminaba hacia la puerta, era su puesto de vigilancia asignado.
Fernando y el Gordo Maza estaban vestidos de militares, Ignacio Vélez de civil con pelo cortito y un sobretodo. Ignacio Vélez va al séptimo piso, el Gordo maza y Fernando Abal medina al octavo. Mientras, en el séptimo piso, Ignacio Vélez mantenía abierta la puerta del ascensor, para evitar interrupciones y poder salir rápido, Fernando Abal Medina y Maza, a las 08.50 tocaron el timbre del departamento del octavo piso de Montevideo 1053.
Los atendió la esposa del general Aramburu, Sara Herrera, y los dejó subir sin preguntas. Cuando llegaron al octavo piso, los dos vestidos de militares salieron al palier del departamento, Ignacio Vélez, que estaba de civil, quedó escondido dentro del ascensor.
Sara Herrera abrió la puerta y Abal Medina, con un bigote postizo, se presentó con un apellido falso que ella no recordaría luego. «Nos envía el comandante en jefe del Ejército a ver al teniente general Aramburu», dijo Abal Medina. «No le infundieron dudas: eran oficiales del Ejército. Los invitó a pasar, les ofreció café mientras esperaban que Aramburu terminara de bañarse. Al fin apareció sonriente impecablemente vestido. Tomó café con ellos mientras escuchaba complacido el ofrecimiento de custodia que le hacían esos jóvenes militares».
Pasaron a un living en el que nunca habían estado, pero conocían a la perfección. Firmenich los había espiado desde la biblioteca del Champagnat, ubicada a la misma altura en el edificio de enfrente. Esperaron en unos sillones mientras el general se preparaba. Les ofrecieron una taza de café, que no tocaron para evitar dejar huellas digitales. Unos minutos después Fernando Abal Medina le dijo a Aramburu:
-Mi General, usted viene con nosotros.
Aramburu se puso de pie y salió con ellos. Aprovecharon que Sara Herrera había bajado a realizar unas compras, se retiraron en silencio. Sin dejar ningún tipo de rastros ni recados para la esposa.
En el ascensor los esperaba Ignacio Vélez. «Bajamos los cuatro, todos juntos en el ascensor. Él estaba convencido de que iba a una asonada. Y ahí caminamos, subimos al Peugeot. Soy el único que está vivo de ese viaje: en la ida, hasta detrás de la Facultad de Derecho, donde estaba la camioneta, una Jeep Gladiator, y se hizo el transbordo». «¿Si se resistía? Lo matábamos. Ese era el plan, aunque no quedara ninguno de nosotros vivo», dijo Firmenich en la entrevista de Causa Peronista.
Al regresar de las compras, Sara Herrera, encontró sospechoso que su esposo no le avisara a donde pensaba ir, algo no estaba bien. Preguntando a personal del edificio, se enteró que no eran dos, sino tres quienes escoltaron al militar hasta el Peugeot 504. Uno de los oficiales abrió la puerta trasera, Aramburu subió y quedó en el medio cuando el otro subió por la otra puerta. El que iba de civil había ocupado el lugar del acompañante.
En una declaración posterior que realizó el responsable del estacionamiento del edificio, Humberto Fernández, dijo que toda la escena había sido muy extraña, desde no haber sido saludado hasta que se haya subido a la parte de atrás del auto, pero no le dio importancia y tampoco se le ocurrió memorizar el número de la patente. A las 10.20, Sara Herrera llamó a su hijo al estudio de abogados donde trabajaba, y le pidió que fuera a verla de inmediato. Luego, hizo lo mismo con Bernardino Labayru, uno de los generales que acompañaba sin condiciones a su marido desde la época de la Revolución Libertadora.
Cuando se reunieron en casa del general Aramburu sus amigos, conocidos, contactos políticos, estos descartaron la idea de un secuestro realizado por el Ejército, lo que generó aún mayor inquietud. La noticia llegó al presidente Juan Carlos Onganía en el evento de El Palomar, pero ante la sospecha de que no harían nada se decidió contactar a Lauro Laiño, subdirector del diario La Prensa.
A las 12.45, finalmente, el comando radioeléctrico pidió la intercepción del Peugeot 504 blanco en el cual «viajarían dos personas con uniforme militar y dos de civil, más un tercero que sería una alta autoridad nacional, que se trataría del ex Presidente Provisional de la Nación, el teniente general retirado Pedro Eugenio Aramburu».
Firmenich especuló en La Causa Peronista que Aramburu «debía creer que alguien se adelantaba al golpe (a Onganía) que habían planeado» y que también los benefició el factor sorpresa: «Teníamos una ventaja: nadie sabía que existíamos. No había guerrillas urbanas operando tampoco», le dijo en Barcelona a O’Donnell.
El camino a Timote.
Llevaron a Aramburu en el Peugeot hasta las cercanías de la Facultad de Derecho, donde los esperaba la camioneta Gladiator. Lo primero, se desprendieron del Peugeot -un auto robado y con patente falsa- a unas treinta cuadras, abandonándolo en una calle paralela a las vías del tren Mitre, tras una plaza pegada a la Facultad de Derecho. «Hacíamos todo con guantes, para no dejar impresiones digitales. No sabíamos mucho sobre el asunto, pero por las dudas no dejábamos huellas ni en los vasos. En las prácticas llegamos a limpiar munición por munición con un trapo», dijo Firmenich.
Pasaron al general Aramburu a la camioneta Chevrolet —también robada- y lo sentaron en la parte trasera, sobre la rueda de auxilio. Alguien llevaba un cuchillo de combate para «eliminar al jefe de la Libertadora» allí mismo si era necesario: «Así se había decidido desde el principio. El fusilador tenía que pagar sus culpas a la Justicia del pueblo».
«Capuano, la Flaca (Arrostito) y otro compañero subieron adelante, Fernando y Maza con Aramburu, atrás. Allí se encontró por primera vez con ‘el cura’ (Maguid) y conmigo. Debió parecerle esotérico: un cura y un policía; y el cura que en su presencia empezaba a cambiarse de ropa. Se sentó en la rueda de auxilio. No decía nada, tal vez porque no entendía nada. Le tomé la muñeca con fuerza y la sentí floja, entregada. Maza, ‘el cura’, la Flaca y otro compañero se bajaron en Pampa y Figueroa Alcorta, llevándose los bolsos con los uniformes y parte de los fierros. Fueron a la casa de un compañero a redactar el Comunicado número uno. Quedaron Ramus y Capuano adelante, Aramburu, Fernando y yo atrás, Seguimos hasta el punto donde estaban los otros dos coches. Bajamos, Capuano subió al taxi, y nosotros nos dirigimos a la otra pick-up, la Gladiator, donde había un compañero», recuerda Mario Firmenich.
En ese lugar Ignacio Vélez y otros miembros del comando se separaron del grupo, algunos se dividieron en dos Renault 4L que desde la noche anterior permanecían estacionados en la zona. Abal Medina y Firmenich abandonaron la pickup y subieron a Aramburu a la camioneta Gladiator 380 de la madre de Ramus. «Yo había dejado una Renoleta estacionada cerca de los bosques de Palermo. Y nos quedamos en Buenos Aires viendo algunos detalles operativos; dejar los fierros, ese tipo de cosas. Y después, camino a Córdoba, pasamos por Rosario y dejamos en dos o tres baños los comunicados del secuestro de Aramburu, con lo cual dispersábamos la búsqueda. Llegamos a Córdoba bien», relata.
La Gladiator tenía un toldo y cargaba fardos de pasto en la caja, que en realidad camuflaban una puertita. Subieron ahí a Aramburu, custodiado por Abal Medina y otro integrante del comando. Partieron hacia Timote, con Gustavo Ramus al volante y Firmenich, todavía con uniforme de policía, como acompañante. Adelante, un taxi manejado por Capuano Martínez, controlaba si había controles policiales. En caso de verlos, daría aviso por un walkie talkie.
Evitaron la autopista y gran parte del viaje fue por un camino de tierra que corría paralelo a las vías del tren. Tardaron ocho horas en recorrer una distancia que se podía cubrir en cuatro, pero les pareció más seguro evitar controles. No se detuvieron ni a Omer o ir al baño. Llegaron a «La Celma», el campo de la familia Ramus en Timote, del municipio de Carlos Tejedor, en la provincia de Buenos Aires, a las seis de la tarde. «Aramburu no habló en todo el viaje salvo cuando los compañeros tuvieron que buscar el bidón en la oscuridad. ‘Aquí está’, dijo», recuerda Mario Firmenich. «Fue un paseo», sentenció Firmenich.
«General Aramburu, usted está detenido por una organización revolucionaria peronista que lo va a someter a un juicio revolucionario», escuchó el militar en la voz de Fernando Abal Medina. «Bueno», fue su respuesta. Cuando caía la noche del 29 de mayo, Jorge Antonio Bocacci, periodista de la agencia Saporiti, recibió una llamada misteriosa, en la que le avisaban que en Zapata 573, barrio de Colegiales, encontraría información sobre el secuestro del general Aramburu, debajo de una cortina metálica.
En el sobre mencionado se encontraba el primer comunicado de un desconocido comando, el «Juan José Valle» de Montoneros, que se hacía responsable del secuestro. El comando, por el momento no pedía nada a cambio. Comenzaron a aparecer cartas, llamadas, mensajes, de diferentes grupos que se hacían pasar por Montoneros con pedidos disímiles. Esto enfureció a Abal Medina, quien escribió un segundo comunicado para demostrar que ellos realmente eran los responsables del hecho y pedía a «las organizaciones cuyos nombres han sido utilizados la pronta desmentida de los falsos comunicados».
Luego apareció otro comunicado en Rosario, hacia donde se había dirigido Ignacio Vélez Carreras tras el secuestro, para dar la impresión de una extensión territorial amplia. Los primeros interrogados por parte de la policía fueron los integrantes de un grupo folclórico llamado Montoneros, luego la hija de Juan José Valle, la gorda Susana, pero en ambas ocasiones no tenían nada para relacionarlos al caso, así que los liberaron.
El 31 de mayo, salió un nuevo comunicado, en el que se anunciaba que el tribunal revolucionario había resuelto: «condenar a Pedro Eugenio Aramburu a ser pasado por las armas en lugar y fecha a determinar» y que se le iba a «dar cristiana sepultura a los restos del acusado, que solo serán restituidos a sus familiares cuando al Pueblo Argentino le sean devueltos los restos de su querida compañera Evita».
Mientras tanto, Sara Herrera guardaba esperanzas. En su departamento se había armado un grupo de investigación paralela, con militares afines a su marido, y hasta habían tenido una reunión con Onganía, en la que no obtuvieron respuestas.
El 1º de junio de 1970, salió el cuarto comunicado:
Al Pueblo de la Nación:
La conducción de Montoneros comunica que hoy a las 7.00 horas fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu.
Que Dios Nuestro Señor se apiade de su alma.
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El general Pedro Eugenio Aramburu, estuvo secuestrado tres días en un dormitorio del casco de la estancia «La Celma», durante ese tiempo fue sometido a la parodia de dos «juicios revolucionarios», una por los fusilamientos de junio de 1956 y la desaparición del cadáver de Eva Perón. La madrugada del 2 de junio, Fernando Abal Medina, le comunicó que había sido «sentenciado a la pena de muerte».
El marxista Mario Firmenich, reconstruyó los últimos momentos de Aramburu antes de su muerte, algo que no es creíble, es su versión, ayudado por ser el único sobreviviente y porque Ignacio Vélez Carreras no quiso hablar del tema, y además falta el testimonio del famoso testigo que nunca se mencionó, al menos su nombre:
«Ensayó conmovernos. Habló de la sangre que nosotros, muchachos jóvenes, íbamos a derramar. Cuando pasó la media hora lo desamarramos, lo sentamos en la cama y le atamos las manos a la espalda. Pidió que le atáramos los cordones de los zapatos. Lo hicimos. Preguntó si se podía afeitar. Le dijimos que no había utensilios. Lo llevamos por el pasillo interno de la casa en dirección al sótano. Pidió un confesor. Le dijimos que no podíamos traer un confesor porque las rutas estaban controladas.
-Si no pueden traer un confesor -dijo-, ¿cómo van a sacar mi cadáver?
«Avanzó dos o tres pasos más. ‘¿Qué va a pasar con mi familia?’, preguntó. Se le dijo que no había nada contra ella, que se le entregarían sus pertenencias».
«El sótano era tan viejo como la casa, tenía setenta años. Lo habíamos usado la primera vez en febrero del 69, para enterrar los fusiles expropiados en el Tiro Federal de Córdoba. La escalera se bamboleaba. Tuve que adelantarme para ayudar su descenso. «Ah, me van a matar en el sótano», dijo.
«Bajamos. Le pusimos un pañuelo en la boca y lo colocamos contra la pared. El sótano era muy chico y la ejecución debía ser a pistola». Fernando tomó sobre sí la tarea de ejecutarlo. Para él, el jefe debía asumir siempre la mayor responsabilidad. A mí me mandó arriba a golpear sobre una morsa con una llave, para disimular el ruido de los disparos.
«-General -dijo Fernando-, vamos a proceder.
«-Proceda -dijo Aramburu.
«Fernando disparó la pistola 9 milímetros al pecho. Después hubo dos tiros de gracia, con la misma arma y uno con una 45. Fernando lo tapó con una manta. Nadie se animó a destaparlo mientras cavábamos el pozo en que íbamos a enterrarlo».
Medio siglo después de los hechos, sólo dos de los integrantes del comando que secuestró y mató a Pedro Eugenio Aramburu están vivos: Mario Firmenich e Ignacio Vélez. Abal Medina, Ramus, Maza y Capuano Martínez murieron en enfrentamientos con fuerzas de seguridad. Arrostito y Maguid fueron secuestrados y asesinados durante el gobierno militar.
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La periodista María O’Donnell, de ideología izquierdista, trata de reforzar las mentiras o el relato de Mario Firmenich, cuenta que en el encuentro que tuvo con Firmenich, en agosto de 2017 en un restaurante de la localidad española de Sitges, a pocos kilómetros de donde vive desde hace años el ex líder guerrillero. Cuenta que le preguntó a Firmenich cómo fue posible que Aramburu responda «Proceda» cuando estaba a punto de ser ejecutado por Fernando Abal Medina si, como cuenta el relato oficial, al militar le habían colocado una media en la boca para evitar que gritara.
«Firmenich tomó la servilleta de tela de color bordó que estaba sobre la mesa, la dobló en cuatro, se la metió en la boca. Me miró a los ojos, empezó a mover la mandíbula y pronunció tres sílabas: Pro-ce-da», evoca la periodista, que dice haber escuchado la palabra con nitidez. Perdone la kamarada que pronuncie tres sílabas: Ja-Ja-Ja.
El comando que sacó a Aramburu de su casa, lo trasladó a una estancia en la localidad de Timote –propiedad de la familia de Ramus- en el partido bonaerense de Carlos Tejedor, lo sometió a un «juicio revolucionario» y lo mató con un disparo de pistola 9 milímetros en el pecho y dos tiros de gracia estaba integrado por Mario Eduardo Firmenich, Norma Esther Arrostito, Ignacio Vélez, Emilio Maza, Carlos Alberto Maguid, Fernando Abal Medina, Carlos Ramus, Carlos Raúl Capuano Martínez y otras dos personas no identificadas. El número de 10 participantes en la operación fue precisado por Arrostito.
Pero el relato parece ser en realidad diferente, hay un testigo secreto que aporta las pruebas de como mataron a Aramburu que derrocó a Perón en 1955. En realidad, fue el general Lonardi y no Aramburu. El periodista Juan Gasparini, escribió: Los entretelones del caso Aramburu, un crimen de medio siglo sin dilucidar.
«Al personaje central de esta nota lo llamaremos Manuel, para protegerlo del escarnio mediático porque no se lo merece. A reserva del consecuente recordatorio conviene presentarlo diciendo que llegó a ser el responsable de Rodolfo Walsh en el mentado Servicio de inteligencia de Montoneros. Su identificación hay que rastrearla en la literatura política que alude a los fundadores de sus cuatro vertientes (FAR, FAP, Descamisados y los primigenios Montoneros), pero no será en esta reconstitución periodística, que aparecerán su nombre y apellido, entre los que liquidaron al Teniente General R, Pedro Eugenio Aramburu, el 1 de junio de 1970. Supe de su participación en el hecho antes de la primera edición de mi libro Montoneros final de cuentas, en 1988, que acaba de reeditarse en la Argentina (Estela Eterna), donde la mayoría de las identidades reveladas son prácticamente las mismas que originariamente, casi todos muertos en combate, o desaparecidos.
Manuel ostentó el grado de Oficial Primero, un cuadro medio de la Organización Político-Militar, (OPM). Durante su trayectoria, estuvo detenido, fue torturado, y su círculo familiar sufrió la represión de la dictadura militar. Fracasado el proyecto colectivo, incursionó en la honorable opción individual de buscar refugio en el extranjero. Rehízo su vida con perfil bajo. Abrazó una insospechable profesión, desvinculada de la política y relacionada con el arte y la comunicación. Se casó con una lugareña, y recuperó su apodo de antaño, extrañamente similar a un ignoto paraje muy lejos de la Argentina. Lo frecuenté vía amistades comunes en el primer tramo del exilio, sin que jamás habláramos de que acaso él sabía que yo sabía que había participado en el homicidio de Aramburu. Actualmente debe tener más o menos mi edad: 71 años.
Con el correr del tiempo, Manuel evitó ser detectado por varios radares. Mejor dicho. Inicialmente fue el “tercer montonero”, en El mito de los 12 fundadores, escrito por el abogado Lucas Lanusse. O alias Julio, en la novela de José Pablo Feinmann. Resultó un “desconocido” en el manuscrito sobre el tema del escritor José Amorín, para resurgir como “un cuarto montonero” en la biografía de Firmenich de Felipe Celesia y Pablo Waisberg. Y sería un “quinto hombre”, de acuerdo con el diario La Nación, de Buenos Aires, en el comentario de días pasados de un flamante libro firmado por María O’ Donnell, imposible de conseguir a tiempo en Ginebra, para consultarlo antes de terminar de editar la presente radiografía periodística.
Por resonancias del Cordobazo, entidad de la señera revuelta popular de 1969 en Argentina, la audiencia montonera denominó un año después “Aramburazo”, al atentado que eliminó al cabecilla de la Revolución Libertadora de 1955. De su trágica suerte, sobre todo perdura, lo desconocido, esto es la silueta incierta de un “anónimo” o “el otro” que intervino en el crimen, cuyo difuminado perfil se trasluce en el “relato secreto” redactado 40 años después por el periodista Ricardo Grassi, un “especial” para Clarín, del 30 de mayo de 2010. El diario lo presenta como un “texto estremecedor”, al margen de haber recuperado las declaraciones de dos montoneros de la vieja época, Mario Firmenich, aún con vida, y Norma Arrostito, muerta envenenada en el centro clandestino de detención de la ESMA en 1978, quienes si se mezclaron en el “aramburazo”. El “organizador y director real” de la publicación inicial de 1974, y de su aniversario en 2010, fue precisamente el mismo Grassi, por encima del director formal de la primera, el ex guerrillero Rodolfo Galimberti, fallecido entre tanto naturalmente en 2002, inscripto en la contratapa de La Causa Peronista del 3 de septiembre de 1974. (1)
Cómo murió Aramburu, tituló dicha revista montonera en esa última fecha, que exhumó también un cruce de cartas con Perón, quien avaló lo actuado por los guerrilleros, a pesar que la edición mantuvo el faltante de “el otro compañero”. El 25 de agosto de 2010, subí a mi website oficial (www.juangasparini.com), ayudado en las sombras por ex-guerrilleros, una recapitulación de los dos “operativos emblemáticos” en la historia montonera: las ejecuciones de Pedro E. Aramburu y José I. Rucci. Parte de tales reflexiones se retoman aquí. Intentan proseguir, mejorar y profundizar lo aportado, arrimando más datos y puntos de vista; debiendo recordar, como se suele decir, que siempre, “hoy somos más inteligentes que ayer”.
En Final de cuentas, me limité a informar que la idea de ejecutar a Aramburu fue “del estudiante cordobés de medicina, Emilio Ángel Maza (y no iniciativa del general Francisco Imaz, ministro del interior de la “morsa” Onganía, como decían ciertas fuentes)”. Diferentes versiones creíbles y documentadas que abrevan en mártires y náufragos de Montoneros, situaban a Maza como el jefe de la docena de cordobeses, quienes, coordinados con la célula liderada por Fernando Abal Medina, en Buenos Aires, llevaron a cabo el violento acto fundacional de la organización. Sin embargo, en el número de La Causa Peronista ya consignado, Maza sale de escena luego de la captura de Aramburu, poco antes de cambiar de vehículo al ex-Presidente de facto, en los alrededores de la Facultad de Derecho en Buenos Aires, para llevarlo a una estancia en Timote, Provincia de Buenos Aires, juzgarlo, fusilarlo con tres tiros de dos armas cortas, y enterrarlo.
Le tocó al aludido Ricardo Grassi, en el libro que sucedió cinco años más tarde al artículo de Clarín del 2010 antes mencionado, restaurar la participación de Emilio Maza, en el “juicio y castigo” de Aramburu. La obra se llamó El Descamisado Periodismo sin aliento. La revista que cubrió el conflicto y la ruptura de Perón con Montoneros. Le corresponderá a él, descorrer el velo del “conocido común” que le facilitó descubrir al “otro”, o sea Manuel, según lo que haya pactado hipotéticamente con éste. La condición para que Grassi lo entrevistara fue “no sacarle fotos, no llevar un grabador, no decir su nombre, no describirlo físicamente”. La faena periodística de Grassi estableció el rol preciso de cada uno, sobre todo el de Manuel, que fue el único que presenció cómo Abal Medina, al cumplir con la condena, disparó una bala de 9 milímetros en el pecho a Aramburu. Después se eclipsó del sótano de La Celma, A continuación, descendió Maza, quien, en un gesto complementario, remató a Aramburu tirándole dos plomos de una 45. Manuel fue el único testigo de los dos episodios por separado y sucesivos. (2)
Maza y Abal Medina no solo compartieron el remate del plan concebido para acabar con Aramburu, y vengar el Golpe de Estado de 1955… […]
Hacia las 17,30 hs., mientras las radios ya habían anunciado el secuestro “desde la una de la tarde”, arribaron a “La Celma, un casco de estancia que pertenecía a la familia Ramus. El taxi se volvió a Buenos Aires y nosotros entramos”, resumió Firmenich, aludiendo a él, Abal Medina, Manuel, y Aramburu. Ramus se quedó conversando con el capataz para distraerlo.
Manuel le confirmó a Grassi que Maza “estuvo en Timote y jugó un papel decisivo, lo cual resulta coherente porque era tan jefe como Abal Medina, éste del grupo de Buenos Aires, Maza del de Córdoba. O no se quedó en Buenos Aires o llegó a La Celma después. ¿Como? El otro dice que no lo recuerda y es inútil insistir”, reprodujo Grassi, citando a Manuel. Si Abal Medina y Maza compartían la jefatura del germen montonero desde dos provincias distintas, no es descabellado concebir que se dividieran responsabilidades. Se justificaría que Maza haya permanecido en Buenos Aires para garantizar la desconcentración o retirada de una parte del equipo operativo, y tomar las iniciativas de los comunicados Montoneros para darle contenido y difusión en la prensa, al tiempo que Abal Medina continuaba al frente de los aspectos militares que restaban para completar lo emprendido.
No obstante, resulta inexcusable que Firmenich haya omitido en la entrevista de 1974 en La Causa Peronista, el reintegró de Maza al equipo operativo para concretar el enjuiciamiento y dar cumplimiento de la pena de muerte que sin duda se le infligiría a Aramburu en Timote. En 2015, tras escuchar al “otro”, es decir a Manuel, Grassi sentenció: “no sé por qué la conducción de Montoneros eligió ocultar el papel de Maza … quien realmente mató a Aramburu”. Por deprisa, las deducciones son evidentes. En 1974, al aparejar la cobertura periodística tutelada por Grassi, Firmenich se había convertido en el Primus inter pares de los Montoneros fusionados en octubre del 73, disolviendo las cuatro vertientes en una Organización Político Militar (OPM). Para entonces ya hacía cuatro años que Maza estaba muerto. Es conjeturalmente factible colegir que Firmenich, por razones que le competería explicar, haya acondicionado su intervención, borrando al occiso Maza y realzando la suya.
Manuel no quiso abundar sobre lo publicado por la prensa montonera. “El relato siempre me resultó crudo y cruel”, afirmó. “Aramburu fusiló y murió fusilado”, le respondió a Grassi “sin pestañear”. Sostuvo que ni él ni Firmenich estuvieron presentes en una habitación de la planta baja cuando Abal Medina le comunicó la condena de muerte a Aramburu. Abal Medina instruyó a Firmenich ir a otro lugar a martillar sobre una morsa para absorber o disimular el ruido de los estampidos. Manuel no se arrepintió a renglón seguido de haber asistido como único testigo a los dos incidentes de la ejecución, que acontecerían en el sótano de la La Celma en dos capítulos separados y sucesivos. La detonación de la pistola 9 milímetros de Abal Medina “empujó a Aramburu contra la pared y se desplomó de costado. Fernando alcanzó a taparlo con una manta”. De inmediato le ordenó a Manuel: “¡Quedate aquí!”, y subió, dejándolo solo cuidando el cuerpo de Aramburu. “Muy poco después escuché que alguien bajaba. Era Maza. Tocó el cuerpo, dijo aún está vivo y con su pistola tiró dos balazos en el cuerpo, verificó la muerte y se fue. Abal tendría que haber tirado a la cabeza, no al pecho, pero quizás no pudo …”, evaluó Manuel. “Casi enseguida llegó Firmenich, con quien teníamos que cavar el pozo donde enterraríamos el cadáver”. Tres horas más adelante, Maza los ayudó a ponerlo en la fosa. “Pasado el mediodía, se fueron todos a Buenos Aires”, finalizó Grassi. (4)
En cualquier caso, Firmenich y Arrostito corrieron el riesgo de no sacar a luz exactamente todo lo ocurrido, dejándole al lector la posibilidad de apelar a su propia imaginación para colmar la falta de mayor información, que se le retaceaba. La brecha ha sido aprovechada por incautos, adversarios o detractores. Valdrá la pena precisar que no solo les imputan a los gestores de Montoneros, sin pruebas, la elucubración de haber sido manipulados por la dictadura de Juan Carlos Onganía, en perjuicio de la cual se le atribuía conspirar en su contra a Aramburu. Hay más.
Ante todo, el reportaje de La Causa Peronista, apareció dos meses después que falleciera el General Juan Domingo Perón, el 1 de julio de 1974. El estallido periodístico del “ajusticiamiento” de Aramburu dio la impresión de iniciar la fuga hacia adelante de los guerrilleros peronistas, en un contexto de acoso y derribo. En sus filas hacían estragos las Tres A del Brujo José López Rega, Isabel Perón, las patotas sindicales, y las bandas de militares sedientos de sangre, reciclados al amparo de un gobierno constitucional. Los hombres y mujeres integrantes o sucedáneos de las formaciones especiales del peronismo, bendecidas por Perón, pasaron a la ilegalidad. Relegaron la organización y movilización de masas como herramienta preponderante de militancia, retomando la lucha armada, enarbolándola a modo de instrumento principal de combate, método que habían abandonado, ulteriormente al 11 de marzo de 1973, consecuencia ponderada, aunque insuficiente, acto seguido a la victoria electoral del justicialismo. […]
Fueron “la juventud maravillosa”, como la bautizó Perón, y produjeron ingredientes de adoctrinamiento, organización, resistencia y mística de lucha revolucionaria justa y representativa. Contribuyeron a voltear al régimen militar en las urnas del 11 de marzo de 1973. Eso no se los puede quitar nadie. Ni los escribas al servicio de las malas intenciones que suelen infiltrar la prensa sensacionalista, conservadora y anti-progresista, o los traficantes de residuos judiciales y papeles tóxicos de los servicios secretos. Tampoco los contaminados con ideologías reaccionarias, emparentados con las capas dominantes de la economía monopólica y extranjerizante. Todos ellos son funcionales a los genocidas, partidarios de una reconciliación de las víctimas con los ex-represores, quienes no reconocen los hechos, no se arrepienten de las atrocidades, no cooperan con la Justicia, y siguen permanentemente al acecho.
Maza cayó en el copamiento de La Calera, en Córdoba, el 8 de julio de 1970. Abal Medina pereció en un enfrentamiento con la policía en un bar de la localidad de William Morris, Provincia de Buenos Aires, el 7 de septiembre de 1970. Sucumbió junto a Carlos Gustavo Ramus. Carlos Maguid, fue secuestrado en Lima, Perú, el 12 de abril de 1977. Continúa desaparecido. Se había escindido de Montoneros en 1973. Norma Arrostito fue secuestrada en la ESMA el 2 de diciembre de 1976. Sus captores allí la envenenaron el 15 de enero de 1978. Ignacio Vélez ha sobrevivido.
* Juan Gasparini, Ginebra, 18 de mayo de 2020, autor de Montoneros Final de cuentas, editado por Estela Eterna, 2020.
Junio de 2024