Serie Roja — 15
ENTRETELONES SOVIÉTICOS
SUCESOS DURANTE EL GOLPE BOLCHEVIQUE
Un joven anuda una soga de acero al cuello de la estatua de Félix Dzherzhinski, el primer jefe de la policía secreta bolchevique, para que una grúa lo arranque de su pedestal entre el alborozo general.
La compañía de tanques al mando del mayor Evdokimov, que había declarado su lealtad a los líderes de la RSFS de Rusia, se retiró de la Casa Blanca al anochecer. El cuartel general improvisado para la defensa de la Casa Blanca estaba encabezado por el general Konstantín Kobets, un diputado de la RSFS de Rusia. Tuvo a su mando generales y altos oficiales, algunos de ellos retirados, que se presentaron voluntarios para la defensa de la Casa Blanca.
El Grupo Alfa al mando del general Víktor Karpujin y otros altos oficiales del grupo, junto con el general Aleksandr Lébed, subjefe de las Tropas Aerotransportadas, se mezclaron con la multitud cerca de la Casa Blanca y evaluaron la posibilidad de llevar a cabo la operación. Después de eso, Víktor Karpujin y el Grupo Výmpel al mando del coronel Beskov intentó convencer a Aguéyev que la operación era imposible, y que el resultado sería un baño de sangre.
Aleksandr Lébed, con el consentimiento de Pável Grachov, comandante de las Tropas Aerotransportadas, volvió a la Casa Blanca e informó secretamente al cuartel general de la defensa que el ataque se iniciaría a las 2 de la mañana. Un asalto planificado del edificio por el Grupo Alfa, las Fuerzas Especiales del KGB, después de que las tropas unánimemente se negaran a obedecer. El 21 de agosto de 1991, la gran mayoría de las tropas enviadas a Moscú se ponen abiertamente en fila al lado de los manifestantes o de los no desertados. El golpe fracasó y Gorbachov, que había sido asignado a la residencia en Crimea, regresaba a Moscú.
Los rumores que circulaban por Rusia, ya hablaban de las primeras deserciones, se decía que el primer ministro, Valentín Pávlov, estaba enfermo y que el mariscal Dmitri Yázov, habría dimitido como miembro del Comité de Emergencia, y se habrían dado numerosos enfrentamientos entre los comandantes militares y los dirigentes políticos de repúblicas importantes, entre ellos Nursultán Nazarbáyev, de Kazajistán y Leonid Kravchuk de Ucrania.
Dmitri Yázov y Kryuchkov ordenaron que se preparara el ataque al parlamento, paracaidistas y unidades anti disturbios rodearían la Casa Blanca y despejarían el área, y el comando Alfa del KGB y la unidad B del ejército asaltarían el edificio con lanzagranadas, y detendrían a Yeltsin. Pero surgieron desavenencias entre los jefes del golpe. El presidente en funciones Yanáiev, temía que se usara a los militares para el trabajo sucio y luego convertirlo a él en chivo expiatorio.
El general Pável Grachov, comandante de las fuerzas aerotransportadas, le dijo a Sháposhnikov, sobre el ataque a la Casa Blanca: «Si se les ocurre insinuar que debo ser yo quien dé la orden, les mandaré a paseo». Allí surgió de nuevo el grave problema de la Unión Soviética, la cuestión de la identidad rusa y la soviética. Los paracaidistas comandados por el general Aleksandr Lébed, fueron los primeros en llegar a la Casa Blanca, y cuando se declararon soviéticos, uno de los defensores del parlamento respondió: «¿Qué diablos quiere decir soviético?».
Ian Elliott, reportero de la emisora Radio Libertad, describió más tarde una escena en una calle de Moscú. Un hombre borracho «se desgarró la camisa y, apretando el pecho desnudo contra la boca del Kalásnikov que empuñaba nervioso un adolescente, gritó: “No nos vas a disparar, ¿verdad? Eres ruso, como nosotros”» y se le permitió pasar. El problema de las nacionalidades será vital en la implosión de la URSS.
El general Valentín Varénnikov, que se había encarado con Gorbachov en Foros la tarde del 18 de agosto, estaba de regreso en Moscú, previo paso por Ucrania. Se decidió a encararse con Yeltsin y envió vehículos blindados a la Casa Blanca. Los primeros disparos los lanzaron los soldados de la división Tamán al pasar por el frente del parlamento. Los veteranos de la guerra de Afganistán que defendían el parlamento, sabían cómo inutilizar los blindados, cegaron las rendijas por las que miraban, con trozos de tela sobre ellas.
El Grupo Alfa y el Grupo Výmpel no se movieron en dirección a la Casa Blanca, como estaba planeado. El mariscal Dmitri Yázov supo de las primeras bajas al regresar de la reunión, y luego de la cual había empezado a sospechar que Guennadi Yanáiev y otros golpistas pretendían eludir la responsabilidad. El mariscal le dijo le dijo a su lugarteniente; «¡Ordéneles que se detengan!».
El mariscal Dmitri Yázov, ordenó a las tropas salir de Moscú. Las tropas empezaron a salir de la ciudad a las 8 de la mañana. Kryuchkov quedo perplejo al saber que los militares no iban a participar en el asalto al parlamento. Por su parte, el comandante de las fuerzas del ministerio del Interior anunció que, si el ejército no iba a participar, sus tropas tampoco.
Las unidades especiales del KGB también se negaron a atacar la Casa Blanca. Según aseguraría más tarde Vladimir Putin, futuro presidente de Rusia, el director del KGB recibió ese día una llamada inesperada de San Petersburgo: el mayor Anatoli Sobchak, que apoyaba a Boris Yeltsin, le preguntó que había ocurrido con la carta de dimisión remitida un año antes por su lugarteniente, el coronel del KGB Vladimir Putin, de treinta y ocho años.
Ese día, Putin envió, al parecer, una segunda carta: a quien guardaba lealtad era a Sobchak, y no a los cabecillas del golpe. Varios biógrafos de Putin ponen en duda que enviase la carta en pleno golpe: creen que presentó su dimisión más tarde, una vez fracasó el golpe. En aquellos días Putin, esperó a ver qué pasaba, en cualquier caso, su conducta no fue la que esperaba Kryuchkov de sus subordinados. muchos fueron los funcionarios del KGB que esperaron a ver qué pasaba con el golpe.
A Vladímir Kryuchkov no le quedó más que suspender la operación. Un helicóptero no pudo aterrizar en la azotea de la Casa Blanca por culpa de un aguacero y el intento de enviar un comando vestido de paisano se vio frustrado por los defensores. Kryuchkov, ordenó cortar las líneas telefónicas del edificio, ya que estaba pensando en un asedio prolongado. A las ocho de la mañana, Dmitri Yázov ya había llamado a los comandantes militares para ordenarles que retiraran las tropas de Moscú.
Vladímir Kryuchkov y los demás miembros del Comité, quedaron asombrados, y se presentaron en el ministerio de Defensa y trataron de convencer a Yázov de revocar la orden. Lo acusaron de cobardía y traición, pero el mariscal no cambió de parecer, dijo que no iba a cambiar nada disparando contra la población civil. La noticia de la retirada de las tropas de Moscú llegó a los cansados defensores de la Casa Blanca.
Los miembros del GKChP se reunieron en el Ministerio de Defensa de la Unión Soviética, y no sabiendo qué hacer, enviaron una delegación a Crimea para reunirse con Mijaíl Gorbachov y negociar. Integraban la comisión: Vladímir Kryuchkov, Dmitri Yázov, Oleg Baklánov, Aleksandr Tizyakov, el presidente del Sóviet Supremo de la Unión Soviética, Anatoly Lukyánov y el Vicesecretario General del PCUS, Vladímir Ivashko volaron hacia la península.
La noche anterior, al oír los disparos, el principal guardaespaldas de Boris Yeltsin, Aleksandr Korzhakov, fue a despertar a Boris Yeltsin y lo condujo en ascensor hasta el garaje y lo sentó en el asiento posterior. Boris Yeltsin que no había espabilado del todo, preguntó: «¿Adónde vamos?», el guardaespaldas dijo: «¿Cómo que adonde? Vamos a la embajada de Estados Unidos. Está a doscientos metros de aquí, llegaremos enseguida». Boris Yeltsin se mostró sorprendido: «¿A qué embajada dices? No vamos a ninguna embajada».
A las cinco de la mañana, las autoridades militares de Moscú levantaron el toque de queda. Jim Collins, el encargado de negocios de Estados Unidos pudo ver el campo de batalla de la noche anterior. Luego informaría a Washington que «la media docena de BMPS que habían quedado atrapados después de la medianoche en el paso subterráneo de la avenida Kalinin se rindieron a las fuerzas del RSFSR». A las 20:00 horas llegó a la embajada un fax del servicio de información ruso confirmando que las autoridades militares de Moscú ordenaron la retirada inmediata de las tropas.
Según un alto mando, el ejército no iba a asaltar el parlamento «ni mañana ni pasado mañana». Boris Yeltsin y sus hombres, ya estaban al corriente. El director del KGB, Kryuchkov, telefoneó a Yeltsin para comunicarle que el asalto no iba a producirse. Un funcionario estadounidense, años después, le dijo al periodista de investigación Seymour M. Hersh, que el presidente George Bush había ordenado trasmitir a Yeltsin el contenido de las comunicaciones telefónicas que se captaban de los cabecillas del golpe y las autoridades militares soviéticas.
«El ministro de Defensa y el director del KGB utilizaban las líneas telefónicas más seguras para comunicarse con los comandantes militares, escribiría Hersh, citando a su fuente. A Yeltsin le contábamos de inmediato lo que decían». Según Seymour Hersh, un experto en comunicaciones fue enviado al parlamento desde la embajada estadounidense con la misión de establecer una línea segura que permitiese a Boris Yeltsin contactar con los altos mandos del ejército. De este modo, «Yeltsin pudo advertirles de que no actuaran». Seymour M. Hersh, «The Wild East», Atlantic Monthly, junio de 1994.
Ni George Bush ni ningún miembro de su gobierno menciona este hecho, ya que habrían violado una ley, firmada por el presidente cuatro días antes del golpe, prohibiendo ejecutar operaciones encubiertas en otros países sin antes notificar al Senado. El21 de agosto, el presidente Bush telefoneó a su homólogo ruso desde su residencia de Kennebunkport, eran las 08:00 horas en Maine y las 15:30 en Moscú.
George Bush le preguntó cómo podía ayudarle: «Tenemos mucho interés en hacer algo útil y evitar acciones contraproducentes. ¿Qué sugiere usted?». Boris Yeltsin le respondió: «Por desgracia, aparte de llamar la atención de la comunidad internacional sobre nuestra situación y ofrecernos apoyo moral, no se me ocurre qué pueden hacer». Respecto a su intención de detener golpistas, no podía «entrar en detalles» por teléfono. «Lo comprendo», contestó George Bush.
En realidad, lo que le preocupaba a Boris Yeltsin eran las maniobras políticas de sus adversarios. Le informó a George Bush que una delegación rusa había viajado a Crimea con dos colaboradores de confianza de Gorbachov para entrevistarse con el presidente soviético. «Por desgracia, cinco de los golpistas, Yázov entre ellos, salieron [para Crimea] cuarenta minutos antes: quieren adelantársenos y obligar a Gorbachov a firmar un papel o llevarle a un lugar secreto. Lo que intento es recabar la ayuda de Kravchuk [el líder de Ucrania] para que aterricen en Simferópol e impedir que lleguen [hasta Gorbachov] primero».
Boris Yeltsin le contó a George Bush, que los golpistas estaban presionando a los miembros del Sóviet Supremo, que se iba a reunir el día 26, para que les dieran un fundamento legal a las decisiones del Comité de Emergencia. Según esto, el golpe podría fracasar militarmente pero no políticamente, y la figura clave era Mijaíl Gorbachov. Boris Yeltsin envió a Crimea a su lugarteniente, el general Aleksandr Rutskói, y a un grupo de oficiales armados con Kalásnikov.
Boris Yeltsin también quería que el jefe de las fuerzas aéreas soviéticas, el mariscal Sháposhnikov, que lo respaldó desde el principio, desviase el avión de los golpistas, pero Sháposhnikov no podía hacer nada, eso dependía del jefe del estado mayor para ordenar el aterrizaje del avión presidencial. El tercer avión que se dirigía a Crimea era el del presidente del parlamento soviético, Anatoli Lukianov, que había apoyado a los golpistas, pero que ahora quería mostrar su independencia.
Antes de la 13:00 horas, el mariscal Dmitri Yázov abrazó a su mujer Emma y se dirigió al aeropuerto. Yázov, finalmente iba a seguir el consejo que le había dado el primer día del golpe, abandonar a los golpistas y encontrarse con Gorbachov. Cuando Yázov avisó al Comité de Emergencia que, además de retirar las tropas de Moscú, viajaba a Crimea para ver a Gorbachov, Kryuchkov trató de disuadirle. Durante el vuelo se enteraron que el presidente ruso Boris Yeltsin había dictado una orden de detención contra ellos.
Así que la esperanza que les quedaba era convencer a Gorbachov. «No pude ser tan estúpido como para no darse cuenta de que sin nosotros no es nadie» dijo Kryuchkov de Mijaíl Gorbachov. La comitiva de coches oficiales en la que viajaba Kryuchkov, Yázov y antiguos colaboradores de Gorbachov, llegó por la tarde a la residencia de Foros. A la delegación lo acompañaba el jefe del directorio de seguridad del KGB, el general Yuri Plejánov. A las cinco se abrió la puerta de la residencia presidencial, pero dos guardaespaldas de Gorbachov armados de Kalásnikov salieron de detrás de unos matorrales y dieron la orden de detenerse.
El general Yuri Plejánov ordenó a los guardias que les franquearan el paso: «¿No dejáis pasar al jefe de seguridad?», pero los guardias no se inmutaron, solo respondían a Gorbachov. Yuri Plejánov ordenó a sus hombres, advirtiéndoles de que los guardias estaban dispuestos a disparar. A continuación, los golpistas dijeron que querían ver a Gorbachov y se retiraron a la casa de invitados, donde esperarían que Gorbachov los llamase. Anatoli Cherniaev corrió a decirle a Mijaíl Gorbachov que no los recibiera, Gorbachov le aseguró que no pensaba hacerlo.
«Les puse ante un ultimátum: o restablecían las comunicaciones [en la residencia] o no hablaba con ellos. En cualquier caso, me negaba a recibirles por ahora», diría después Gorbachov. Los golpistas hicieron lo que se les exigía, el primero en usar la línea telefónica fue Kryuchkov, pero Gorbachov no quiso hablar con él, sí contactó con el jefe del estado mayor del ejército, el general Mijaíl Moiseev, a quien ordenó que los representantes de la Federación Rusa aterrizaran sanos y salvos en Crimea.
Los golpistas estaban preparando una emboscada contra ellos. Al comandante de la guarnición del Kremlin se le advirtió de que solo podía obedecer al presidente soviético, y al ministro de comunicaciones se le ordenó cortar las líneas telefónicas de los golpistas, Mijaíl Gorbachov volvía a estar al mando. Una vez restablecida las comunicaciones en Crimea, el presidente se propuso a recuperar el control del ejército y las fuerzas de seguridad, y analizar la nueva situación política para dar los pasos siguientes.
Vadim Medvédev, el ayudante de Gorbachov, recordaría que él contactó con el presidente desde Moscú, «el presidente me contó que ya había llamado a Moscú y a varias repúblicas, y se disponía a hablar con Yeltsin». El 21 de agosto, Gorbachov resucitó, volvió a ser necesario tanto para los golpistas como los demócratas encabezados por Boris Yeltsin. Entonces Gorbachov recibió una llamada inesperada desde Washington.
El ejército de Estados Unidos había intentado una y otra vez ponerse en contacto con Mijaíl Gorbachov por orden de Brent Scowcroft, y finalmente lo había logrado. Los militares estadounidenses corrieron a buscar a Bush. «¡Dios existe! Llevo cuatro días encerrado en esta fortaleza», le dijo Gorbachov al interprete estadounidense, Peter Afanasenko. «Dios mío, es maravilloso poder hablar contigo, Mijaíl», dijo George Bush. «Tengo que felicitarte por la posición que has adoptado desde el primer momento. Te has mantenido firme», dijo Gorbachov.
Por suerte o tal vez desconocía Mijaíl Gorbachov las primeras declaraciones que hizo George Bush. «Queremos seguir avanzando con vosotros. Lo ocurrido no nos va a hacer vacilar. Se ha impuesto la democracia» dijo Gorbachov. «Ahora mismo le trasmitiré ese mensaje al mundo entero», respondió un eufórico Bush. El presidente Bush tenía mucho que celebrar, su estrategia de apoyar la incipiente democracia rusa, pero sin romper del todo relaciones con los golpistas, había funcionado.
La delegación rusa, encabezada por el vicepresidente Rutskói, llegó a Foros a las 20:00 horas. Al ver a personas con fusiles que acompañaban a Rutskói, Raisa Gorbachov preguntó si venían a detenerlos. El vicepresidente Rutskói contestó que al contrario venían a liberarlos, Rutskói a diferencia de los golpistas fue recibido de inmediato.
Anatoli Cherniaev, escribió en su diario que el encuentro entre Mijaíl Gorbachov y «los rusos» se le quedaría grabado el resto de su vida. «Me pongo a observarlos. Entre ellos hay quienes no paraban de maldecir a M. S. [Gorbachov], enfrentarse con él, atacarlo en la prensa y en el parlamento. Pero ahora, ante la adversidad, se han unido por el bien del país. Al ver la euforia general, los abrazos, he llegado a decir en voz alta: ‘La unidad entre el gobierno central y Rusia se ha consumado sin necesidad de firmar ningún tratado’».
Con esto se acababan los recelos que había frente a Gorbachov, lo mismo pasaba con Boris Yeltsin y sus colaboradores que dudaron hasta el final si el presidente soviético estaba o no detrás del golpe. El traductor de Mijaíl Gorbachov, Pável Palazhchenko, contó, para sorpresa de los moscovitas, que los golpistas lo habían tenido aislado, el rostro demacrado de la esposa de Mijaíl Gorbachov, Raisa lo decía todo. Mijaíl Gorbachov salió en el mismo avión que Aleksandr Rutskói y los demás miembros de la comitiva rumbo a Moscú. El vicepresidente lo había convencido que era más seguro usar el avión presidencial, y que los golpistas podrían intentar derribarlo.
A Vladímir Kryuchkov se le permitió volar en el mismo avión que Gorbachov y «los rusos», lo que le dio esperanzas de zafar. Antes de subir lo registraron y durante el vuelo fue aislado y nadie le dirigió la palabra, aparte de la guardia. Kryuchkov fue utilizado como escudo humano para evitar un atentado que muchos creían, y además que Kryuchkov mismo había organizado.
Una vez el avión se detuvo en el aeropuerto de Moscú, el vicepresidente de Rusia, Rutskói sería quien daría la orden de arrestar al dirigente de la KGB Vladímir Kryuchkov fue detenido por las autoridades rusa, no soviéticas. Permaneció en el avión hasta que le sacaron por la escalera trasera y en la propia pista sería el Fiscal General, de Rusia, Valentín Stepankov, quien le anunció su detención. Fue llevado provisionalmente a un edificio ubicado en el complejo turístico cercano a la capital. Al llegar al lugar de detención, Kryuchkov pidió Whisky, pero no se lo dieron, eso evidenciaba que los tiempos habían cambiado.
El mariscal Dmitri Yázov, maldijo el día que había aceptado incorporarse al Comité de Emergencia. Cuando llegaron al aeropuerto, Dmitri Yázov, con resignación recibió la noticia de su detención. Lo mismo sucedería con otros golpistas como Aleksandr Tizyakov o Baklánov, que volaban en otro avión y que serían detenidos sin ninguna resistencia a primera hora del 22 de agosto fueron detenidos en el aeropuerto. Sus chóferes esperaron en vano, pues no volverían a ocupar sus automóviles oficiales Zil.
Ya con anterioridad había quedado fuera de juego el que formalmente aparecía como cabecilla de ese Comité, el vicepresidente de la URSS, Guennadi Yanáiev, que el día antes, en la confusión reinante en aquel momento, resultó que, dentro de la amalgama de leales, traidores y titubeantes, era el único de los golpistas que estaba en el Kremlin.
Por la mañana del mismo día, el ministro de Interior, Boris Pugo, de origen letón y siempre muy vinculado a la actividad política comunista en esa república báltica, hasta que fue promovido al ámbito soviético estatal en la etapa de la perestroika, concretamente en 1987, fue detenido en su oficina. Sería el giro a la derecha de Gorbachov buscando su propia supervivencia lo que en el otoño de 1990 colocaría a Boris Pugo al frente de un cargo institucional tan importante como miembro del Gobierno.
Boris Pugo, el ministro de Interior de la URSS, decidió apartarse de modo drástico de lo que acontecía, se suicidó en su dormitorio junto a su mujer, disparándose un tiro en la boca y dejando una nota en la que lamentaba lo sucedido, aunque pretendía justificar su actuación en todo este proceso. Pugo y su mujer se suicidaron el 23 de agosto de 1991. El mismo día, Pávlov y Vasili Starodúbtsev fueron detenidos. Oleg Baklánov, Valeri Boldin y Oleg Shenin fueron detenidos el 24 de agosto.
El vicepresidente de la URSS, Guennadi Yanáiev, que apenas llevaba 9 meses en el cargo, era un burócrata gris y cuyo ascenso había sido propiciado personalmente por el propio Mijaíl Gorbachov, contra el sector reformista. Además de Yanáiev, como líder formal de los golpistas, había otros siete miembros. Entre ellos figuraba el primer ministro Valentín Pávlov, de formación financiera y cuya dura reforma de precios del año anterior afectó gravemente el nivel de vida de los ciudadanos.
Valentín Pávlov, con gran olfato y astucia, a mitad del rio se quiso bajar del caballo, concretamente el día 20 de agosto, se declaró oficialmente «enfermo», retirándose de la circulación. Además de estos reconocidos miembros del Comité Estatal para el Estado de Excepción, se destaca el presidente del Sóviet Supremo de la URSS, Anatoli Lukianov, y al que los analistas sitúan, en cuanto a su protagonismo en el golpe de Estado, en dos posiciones tan diferentes como la de simple cómplice pasivo hasta máximo ideólogo de la intentona.
Para completar el cuadro de instituciones implicadas, no podía faltar el PCUS, con la presencia en el Comité de su vicesecretario general, Vladímir Ivashko. Al haber apoyado al GKChP un buen número de dirigentes de los comités ejecutivos regionales, el 21 de agosto el Sóviet Supremo de la URSS aprobó la Decisión 1626-1, autorizando al presidente de la RSFS de Rusia Boris Yeltsin al nombramiento de los jefes de las administraciones regionales, ya que la Constitución soviética no otorgaba ese derecho al presidente de una de las repúblicas de la Unión Soviética.
Gorbachov, una vez que se restauraron comunicaciones con la dacha, había declarado nulas todas las decisiones del GKChP y destituyó a todos los miembros de los puestos oficiales. El fiscal general de la Unión Soviética dio comienzo a las investigaciones por intento de golpe de Estado. A su regreso al poder, Gorbachov se comprometió a castigar a los inmovilistas del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Gorbachov dimitió de su puesto de Secretario General del PCUS pero quedó cómo presidente de la Unión Soviética.
El 22 de agosto de 1991, el Sóviet Supremo de la RSFS de Rusia aprobó la Decisión 1627/1-1, declarando la bandera histórica rusa como la bandera nacional de Rusia, en lugar de la bandera de la Unión Soviética. La noche del 23 al 24 de agosto, el monumento a Féliks Dzherzhinski, el fundador de la Cheka, en frente del edificio de la KGB en la plaza Dzherzhinski (Lubianka), fue derribado por la acción popular.
El 24 de agosto, miles de ciudadanos de Moscú tomaron parte en el funeral de Vladímir Úsov e Ilyá Kricevski. Mijaíl Gorbachov póstumamente los condecoró con el título de Héroes de la Unión Soviética. Boris Yeltsin pidió perdón a sus familias por no haber sido capaz de prevenir sus muertes.
El fracaso del golpe de Estado presentó una serie de colapsos de las instituciones de la Unión Soviética. Boris Yeltsin asumió el control de la sociedad central de televisión y de los ministerios y organismos económicos. Al llegar al aeropuerto de Moscú, el presidente se dirigió a los periodistas que lo aguardaban: «Lo más importante es que las medidas que hemos tomado desde 985 han tenido resultados reales. La sociedad ha cambiado, y ese ha sido el principal obstáculo para el atrevimiento de unos cuantos individuos. […] Ese ha sido también el gran triunfo de la perestroika».
Agradeció a Boris Yeltsin la postura adoptada frente a los golpistas, y el papel de los ciudadanos de la Federación Rusa. Mijaíl Gorbachov no había llegado a entender muchos aspectos de la situación posterior al golpe, uno de ellos era el creciente poder de las masas, algo extraño en Rusia, siempre careciente de una capa conjuntiva ascendente, que posteriormente con Vladimir Putin desaparecerá por completo.
Las masas que se habían atrevido a desafiar al aparato militar llenando plazas y defendiendo la Casa Blanca era una fuerza política importante y un arma poderoso que Boris Yeltsin estaba dispuesto a usarla. Gorbachov no sabía hablar a la gente, no tenía calle, o no lo suficiente para darse a entender y aprovechar esas fuerzas en las luchas políticas que estaban ya frente a sus narices. Los que se habían enfrentado al Comité de Emergencia, no peleaban por los ideales de la glasnost y la perestroika del presidente soviético.
La gente no quería «reestructurar» el sistema que estaba agotado y había fracasado, lo que querían era construir uno nuevo. En los días posteriores al golpe, Mijaíl Gorbachov desaprovechó la oportunidad de ser un político diferente, y en el primer lance caería derrotado con el cada vez más poderoso, Boris Yeltsin, y ese fracaso como político marcaría la derrota definitiva de la Unión Soviética. No para salvar a la URSS, sino para evitar la desintegración del imperio.
28 de abril de 2024