Serie Roja —17
EL REGRESO DE RUSIA
BORIS YELTSIN CONTRA ATACA
Al día siguiente de su retorno a Moscú, luego de descansar, al mediodía se dirigió al Kremlin. Mijaíl Gorbachov había llamado a una reunión con sus colaboradores más cercanos. Lo más importante de la reunión era la reorganización de los cuadros del Estado. Lo primero fue destituir de sus cargos a los golpistas y a sus aliados. Lo inmediato era la destitución y sustitución del jefe del KGB y de los ministros de Interior y de Defensa.
Mijaíl Gorbachov ascendió a lugartenientes que creía que no estaban involucrados en el golpe, para Defensa eligió al general Mijaíl Moiseev, quien había causado buena impresión al presidente George Bush y colaboradores, cuando viajó a Washington en la primavera. George Bush en las conversaciones que tuvo con Yeltsin, durante el golpe, le preguntó dos veces por Moiseev si se estaba portando bien, Boris Yeltsin le respondió que no. Mijaíl Gorbachov no opinaba lo mismo.
Al director de los servicios de inteligencia exterior, Leonid Shebarshin, experto en Oriente Medio, se le ascendió a jefe del KGB. Shebarshin había pasado el primer día del golpe jugando al tenis, desligándose de la operación de sus colegas. En lugar del ministro de Interior, Boris Pugo, que había cometido suicidio, fue sustituido por su lugarteniente, para Gorbachov el hecho de que estas personas no tuvieran nexos con los golpistas era menos importante que tuvieran vínculos con Boris Yeltsin.
La reorganización ministerial provocó el primer enfrentamiento entre Gorbachov y Yeltsin, luego del golpe. Gorbachov estaba redactando y firmando decretos, mientras Boris Yeltsin se encontraba en contacto con las masas y pronunciaba discursos, como ese mediodía ante miles de moscovitas en el que declaró la bandera imperial tricolor -roja, azul y blanca- la bandera oficial de la federación Rusa.
Aleksandr Korzhakov, el guardaespaldas de Yeltsin, recordaría más tarde la molestia de su jefe ante el nombramiento de los nuevos ministros de Gorbachov, «A Yeltsin, naturalmente, lo sacó de quicio ese gesto de independencia tan audaz. Así que decidió rehacerlo a su manera». Yeltsin entendía que era él quien debería llevar la voz cantante después del golpe y no Mijaíl Gorbachov. Era obvio, que los ministros responsables del ejército, la policía y los servicios de inteligencia decidirían el futuro político del país y también del propio Boris Yeltsin.
Boris Yeltsin quería colocar en esos cargos a aliados suyos, o al menos a personas que no le debieran nada a Mijaíl Gorbachov. La ventaja de Boris Yeltsin consistía en que él conocía las actuaciones de los altos dirigentes soviéticos durante el golpe, mientras que Mijaíl Gorbachov, carecía de esa información. Al momento de enterarse de los nombramientos por televisión, llamó a Gorbachov: «¿Qué has hecho, Mijaíl Serguéyevich? Moiseev fue uno de los que organizaron el golpe, y Shebarshin es una persona próxima a Kryuchkov, el principal cabecilla».
Mijaíl Gorbachov trató de salir del brete donde se había metido. «Sí, puede que me haya equivocado, pero ya es demasiado tarde. El decreto ha salido publicado en la prensa y se ha leído en la televisión». Boris Yeltsin, muy molestó le dijo que pasaría por su despacho al día siguiente. Boris Yeltsin tenía pensado en anular el decreto de Mijaíl Gorbachov, y que el presidente soviético aprobase el suyo, que concedía mayor soberanía económica a la Federación Rusa. Mijaíl Gorbachov revocó los decretos promulgados por los golpistas, pero reconoció la validez de las disposiciones que Yeltsin había citado en circunstancias extraordinarias.
Boris Yeltsin aseguraba haber firmado el día 20 un decreto en virtud de la cual todas las empresas radicadas en territorio ruso pasarían a estar bajo la autoridad de la Federación Rusa, y también medidas destinadas a crear aduanas y reservas de oro rusas. Así como la explotación de los recursos naturales y la recaudación de los impuestos correspondientes. El presidente ruso había urdido una estratagema para hacer que Gorbachov aprobase una disposición que de otro modo rechazaría, ya que esta atentaba con las bases económicas de la Unión Soviética.
El día 22 Boris Yeltsin había firmado un decreto que prohibía la publicación de Pravda y otros periódicos que habían apoyado el golpe, también había destituido al director de la agencia de noticias TASS, y asumió la autoridad sobre los medios del Partido Comunista en territorio ruso. El ayudante de Gorbachov, Vadim Medvédev, describió las decisiones tomadas por Yeltsin como un contragolpe. Cuando Yeltsin le exigió a Gorbachov que destituyera a Moiseev, dijo: «Ya veré cómo lo puedo arreglar». Yeltsin se negó a abandonar el despacho: «No, no me voy de aquí hasta que lo hagas. Dile a Moiseev que venga ahora mismo, y lo destituyes».
La posición de Boris Yeltsin se vio afianzada cuando sus guardaespaldas le entregaron una nota, en donde le comunicaban que Mijaíl Moiseev había mandado a destruir los documentos que revelaban la implicación del ministerio de Defensa en el golpe. En la nota figuraba el nombre y el teléfono del oficial encargado de destruirlos. Yeltsin ordenó que lo llamaran y luego le puso el auricular a Gorbachov: «Dile al teniente mayor que pare de destruir los documentos y que los ponga bajo custodia».
Mijaíl Gorbachov cumplió la orden de Yeltsin, y cuando insistió que Moiseev fuera llamado al despacho, Gorbachov de nuevo obedeció: «Infórmale de que ya no es ministro», le dijo al soviético, y este tuvo que ceder. En su reemplazo fue nombrado el mariscal Yevgueni Sháposhnikov, que estaba alineado con Boris Yeltsin. También lo convenció para que nombrara a Vadim Bakatin como director de la KGB, Bakatin era aliado de Gorbachov, pero se había alineado con Yeltsin durante el golpe.
Boris Yeltsin exigió que se destituyera al ministro de Asuntos Exteriores, Aleksandr Bessmertnykh, que se había declarado enfermo durante el golpe, y al ministro de Interior que había sido designado el día anterior. «Le dije que habíamos salido escarmentados del golpe, y por eso tuve que insistir en que no eligiera a nadie sin mi previo consentimiento. Me miró fijamente, su expresión era la de un hombre acorralado», diría tiempo después Yeltsin.
La designación de Sháposhnikov y Bakatin sería decisivo en los meses anteriores a la implosión de la URSS. Mijaíl Gorbachov quería salvar el partido, en julio había impuesto en el Comité Central un programa inspirado en el modelo socialdemócrata europeo. En sus memorias dijo: «El partido se iba a romper antes o después, dadas las diferencias políticas e ideológicas entre los militantes. Yo estaba a favor de proceder por medios democráticos: convocar un congreso en noviembre propiciando una escisión pacífica. Según ciertas encuestas, la tercera parte de la militancia estaba de acuerdo con el programa que defendía con mis seguidores».
Pero los adversarios de Mijaíl Gorbachov aprovecharon su poder de movilización para suspender las actividades del Comité Central, así que se quedó sin partido. Las calles se llenaron de los partidarios de la revolución democrática. Los funcionarios del ayuntamiento que dirigían las protestas impidieron a algunos manifestantes cada vez más violentos, asaltar edificios del KGB. Los funcionarios de la embajada de Estados Unidos fueron testigos de la escena. Al principio quisieron derribar la estatua de Félix Dzherzhinski, con un camión, pero las autoridades les explicaron que era muy pesado y podría abrir un hueco en el suelo y aterrizar en las vías del metro.
Horas más tarde unas grúas Krupp lo retiraron. «Poco antes de la medianoche se cortaron los últimos pernos y se maniobraron las grúas para levantar la estatua del pedestal. En ese momento la multitud prorrumpió en vítores y empezó a gritar ‘¡Abajo el KGB!’, ‘¡Rusia!’, ‘¡Verdugo!’. Los tres edificios del KGB estuvieron a oscuras todo el rato. Cuando se encendía una luz en uno de los despachos, la gente señalaba con el dedo y gritaba airada hasta que se apagaba. ‘Nos tienen miedo’, decían algunos», según consta en el informe estadounidense enviado a Washington.
Centenares de ciudadanos que se concentraron delante de la comisaria de la plaza Petrovka, intentaban una revuelta para apoderarse de las armas de la comisaria. En ese momento había un vacío de poder en las comisarías, el ministro de Interior, Boris Pugo, se había suicidado, el sustituto nombrado por Gorbachov, había sido rechazado por Boris Yeltsin. Las autoridades locales intervinieron para poner orden, y desviaron la manifestación a la sede del Partido Comunista, «El alcalde necesita vuestra ayuda. Vamos todos al Comité Central», les dijeron a los manifestantes.
Los manifestantes se estaban manifestando no solo contra el golpe sino contra el Estado soviético dirigido por el PCUS. Ese mismo día Gorbachov y Yeltsin negociaban la remodelación ministerial. Guennadi Burbulis ejercía el poder efectivo en Moscú y en el país. Guennadi Burbulis tenía 46 años y era nieto de inmigrantes letones. Burbulis gobernaba desde su despacho y se comunicaba con Boris Yeltsin que estaba reunido con Mijaíl Gorbachov y los lideres de las repúblicas, a través de las notas que le iban pasando a Yeltsin.
Guennadi Burbulis le envió una nota a Gorbachov mientras se encontraba reunido con Boris Yeltsin, una nota donde aseguraba que ciertos dirigentes del partido estaban destruyendo documentos que los implicaban en el golpe, y le exigía que autorizase el cierre provisional de las dependencias del Comité Central. Gorbachov acabó firmando la orden para tranquilizar a Yeltsin. Mijaíl Gorbachov como máximo dirigente del partido estaba acabado y como presidente de la URSS se encontraba en una situación muy precaria.
Los funcionarios se dirigieron a la sede del Partido con la nota firmada por Gorbachov, y en el lugar avisaron a los apparatchiks que debían cerrar los despachos y largarse a sus casas. Cuando un alto funcionario del Comité Central, Nikolái Kruchina, dijo que no podían suspender todas las actividades, así como así, le señalaron a los manifestantes que se encontraban afuera: «¡Deja de hacer el tonto y obedece!». Kruchina como vio que no había suficientes guardias se dio por vencido.
Se comunicó desde el centro de megafonía: «En vista de los últimos acontecimientos, y con la aquiescencia del presidente, se ha decidido cerrar el edificio. Disponen de una hora para marcharse. Únicamente pueden llevarse sus objetos personales», fue lo ordenado. Cuando los apparatchiks abandonaban el lugar los manifestantes les gritaban «¡Sinvergüenzas!». Al secretario del partido en Moscú, Yuri Prokófiev, que el último día del golpe había exigido una pistola para suicidarse, lo insultaron y lo agredieron, la policía tuvo que escoltarlo hasta un taxi.
Los manifestantes registraron a los apparatchiks, exhibiendo como botín el decomiso de las salchichas y los ahumados que algunos trataron de sacar clandestinamente, esos alimentos eran difíciles de conseguir entonces. En una reunión informal que tuvo Mijaíl Gorbachov con varios diputados rusos que fue retrasmitida por televisión al día siguiente de la sesión del Soviet Supremo de la Federación Rusa, a la que asistieron Yeltsin y Mijaíl Gorbachov.
La comparecencia de Mijaíl Gorbachov, se iba a transformar en un juicio sobre su responsabilidad en los acontecimientos. Todo su gobierno estaba implicado, todos los conspiradores eran de la entera confianza, Gorbachov trata en vano de exculpar al partido. Los diputados presentes interpretaron las palabras de Gorbachov como un intento de frenar el avance de Rusia hacia la democracia y la liberalización de la economía, y un intento de devolverla a las políticas de la URSS.
Algunos de los presentes le pidieron al presidente soviético que calificase al Partido Comunista, del que procedía su poder, como una organización criminal. Mijaíl Gorbachov salió en defensa del comunismo: «Esto es una forma más de proseguir una cruzada, una guerra religiosa. El socialismo, tal como yo la entiendo, es una idea en la que ha creído y cree la gente no solo de aquí, sino también en otros países».
Los diputados le preguntaron por la propiedad de los bienes de la Unión Soviética radicados en el territorio de la Federación Rusa, y sobre el decreto que había firmado con Boris Yeltsin sobre la soberanía económica de esa república. Boris Yeltsin, le dijo: «Hoy has dicho que firmarías un decreto ratificando todos los que yo he firmado en ese periodo».
«No creo que me hayas tendido una trampa trayéndome aquí», respondió Gorbachov, luego agregó que convalidaría todos los decretos, menos el relativo a los bienes de la Unión. «Ese decreto lo dictaré después de firmar el tratado», añadió. A Boris Yeltsin no le gustó lo dicho por Gorbachov, y contratacó: «Hablando de cosas menos serias, ¿Por qué no firmamos ahora un decreto suspendiendo las actividades del Partido Comunista ruso?» Gorbachov quedó helado, con la desaparición del partido su poder quedaría en nada.
Mijaíl Gorbachov objetó que no podía proscribir al partido, Boris Yeltsin le dijo que solo estaba suspendiendo sus actividades. Los diputados rusos acogieron el decreto con aplausos y vítores, y continuaron interrogando a Mijaíl Gorbachov. Boris Yeltsin se había adjudicado un triunfo sobre el soviético Gorbachov, con la revocación de los nombramientos ministeriales, había perdido casi toda su autoridad como presidente del país, con la suspensión del Partido Comunista, la base de su poder.
Boris Yeltsin, que había salido vencedor del golpe defendiendo a su viejo adversario, ahora va a deshacerse de él para erigirse en el único hombre fuerte de la URSS. Ante el júbilo de los diputados y de millones de espectadores, Boris Yeltsin firma con parsimonia el decreto que prohíbe temporalmente las actividades del PCUS en Rusia. Mijaíl Gorbachov no tiene más remedio que dimitir como secretario general del partido y disolver sus órganos.
El día 23 por la tarde, George Bush y Bren Scowcroft vieron la retrasmisión televisiva de la reunión que tuvo Gorbachov con los diputados rusos, es decir la humillación a la que lo sometieron. «Es el fin. [Gorbachov] ya no es independiente: sigue órdenes de Yeltsin. Creo que Gorbachov no acaba de entender lo que ha ocurrido», dijo Ben Scowcroft. George Bush opinaba lo mismo: «Me temo que está acabado». Estados Unidos estuvo enfrentado al Partido Comunista durante toda la Guerra Fría, y estos dos estadounidenses eran veteranos de esa guerra, por tanto, tenían mucho que celebrar.
La situación política en Rusia ya estaba cambiando, el día 21, Boris Yeltsin llamó eufórico desde la Casa Blanca rusa a George Bush, y trasmitía la impresión de estar al mando de todo, y en realidad, lo estaba. «Tal como acordamos, le informo de los últimos acontecimientos», le dijo al presidente George Bush luego de un breve saludo. «Sí, cuénteme, si es tan amable», respondió Bush. «El primer ministro Siláyev y el vicepresidente Rutskói han traído al presidente Gorbachov sano y salvo a Moscú. También le comunico que el ministro de Defensa Yázov, el primer ministro Pávlov y el director del KGB, Kryuchkov, han sido detenidos».
«He ordenado al fiscal general de la Unión Soviética que abra diligencias contra todos los golpistas», dijo Yeltsin. El fiscal general de la Unión Soviética recibía órdenes del presidente ruso y no del soviético, era obvio que la situación había cambiado.
«Amigo mío, es usted muy popular aquí. Ha demostrado respeto a la legalidad y abanderado los principios democráticos: enhorabuena. Han sido ustedes quienes han estado en primera línea de combate, resistiendo en las barricadas, y nosotros no hemos hecho más que apoyarlos. Luego han traído sano y salvo a Gorbachov y le han devuelto el poder. Se han ganado muchos aliados en todo el mundo. Seguimos poyándolos y les felicitamos por su valor y por todo lo que han hecho. Le ofrezco un consejo de amigo: intente descansar un poco». “Telecon with President Boris Yeltsin of the Russian Federation”, 21 de Agosto de 1991.
Boris Yeltsin, no pensaba en descansar, ahora ya no se enfrentaba a los golpistas, sino a Mijaíl Gorbachov, y el combate se iba a librar no solo en Moscú, en Rusia o en la Unión Soviética, sino también en las capitales occidentales y en los organismos internacionales. Los ciudadanos rusos y los soviéticos, y los dirigentes occidentales, se encontraban en una disyuntiva, apoyar a Boris Yeltsin elegido democráticamente y partidario de transformar de manera radical el sistema soviético, o mantenerse fieles a Mijaíl Gorbachov.
Ese mismo día, el joven ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa, Andréi Kozyrev, llegó a Estrasburgo invitado por el Consejo de Europa. Kozyrev, quería ante todo advertir a los lideres europeos de que había llegado la hora de que tomasen partido en la política soviética. El mensaje era distinto al trasmitido por los rusos hace unos días. Por lo pronto ya no le tendían la mano a Gorbachov. Según un diplomático estadounidense, Andréi Kozyrev, «criticó reiteradamente a ‘ciertos dirigentes’ que no defienden el ideal democrático y que carecen de legitimidad, al no haber sido elegido por los ciudadanos», era un tiro por elevación para Gorbachov.
Por otra parte, Andréi Kozyrev, dudaba de «las condiciones psicológicas necesarias para emprender reformas profundas», ya que estaba «atenazado por el miedo», y pretendía cambiar las cosas, pero a la vez conservar el sistema. «Creo que debe hundirse el sistema que los sostiene, él y su familia ya no serán nada». El día 24 por la mañana el presidente soviético Mijaíl Gorbachov asistió al funeral por los tres jóvenes que habían muerto defendiendo la Casa Blanca la noche del 20, y aprovechó la ocasión para agradecer a los que habían luchado por la democracia.
Pero también tenía otros motivos y quería exhibir la bandera soviética, y aprovechó para conceder a los caídos la distinción de héroes de la Unión Soviética. La multitud estaba conmovida, pero Boris Yeltsin, el verdadero héroe de la resistencia al golpe, encontró la oportunidad para quitarle protagonismo a Gorbachov. La Federación Rusa no podía otorgar ningún título a los caídos, así que les pidió perdón a las madres de los tres jóvenes por no haber podido salvarles la vida. Una vez más Boris Yeltsin le ganaba la partida a Gorbachov.
Luego del funeral, Mijaíl Gorbachov se dirigió al Kremlin para firmar unos cuantos decretos. Se encargó de disolver su gabinete y sustituirlo por un comité encabezado por el primer ministro ruso, Iván Siláyev, dimitió como secretario general del PCUS, argumentando como motivo principal la postura que habían adoptado sus dirigentes durante el golpe. A sus antiguos compañeros de partido les aconsejó que disolvieran el Comité Central y pidieran a las ramas regionales que decidiesen su destino.
Como presidente de la URSS, decidió poner los bienes del Partido Comunista bajo la custodia de los sóviets provinciales. No estaba en sus planes dirigir una organización proscripta que ya no le suponía ninguna amenaza como lo había creído antes, y que ahora tampoco lo podía utilizar como un arma política en la batalla que se había iniciado después del golpe. Gorbachov, en sus memorias quiere demostrar que fue el aparato del partido quien lo había traicionado en agosto de 1991, y no al revés.
No era verdad que los apparatchiks hubieran dirigido el golpe, su única implicancia fue la participación en el desarrollo del golpe más como espectadores que como actores principales. En ese momento estaban muy desmoralizados y desorganizados como para hacerlo. En el comunicado del Comité de Emergencia a los ciudadanos, no habían mencionado al partido, ni a la política ni a los ideales de esa organización. Los verdaderos cabecillas del golpe estaban en el KGB y en el ejército. Es cierto que los apparatchiks habrían sacado ventaja con el triunfo de los golpistas que aspiraba entre otras cosas, a anular el decreto de Boris Yeltsin que había prohibido la presencia de representantes del partido en las empresas públicas.
Cinco días antes del golpe, el día 18 de agosto, en una reunión celebrada por el Comité Central, los jerarcas del partido habían discutido como contrarrestar la ofensiva de Boris Yeltsin. El golpe surgía como la única alternativa para devolver al partido el monopolio del poder político. Pero una vez fracasado el golpe y Mijaíl Gorbachov dimitiendo como secretario general, la institución que había gobernado con mano de hierro el país, desapareció de manera incruenta, lo mismo que luego le sucedería a la Unión Soviética.
La única sangre que hubo fue la de los dirigentes que optaron por suicidarse antes que enfrentar un juicio. El primero de ellos fue el ministro de Interior, Boris Pugo. El 22 de agosto por la mañana, unos funcionarios rusos llamaron por teléfono a su casa para solicitar una reunión. Mas tarde cuando el grupo integrado por cuatro personas, entre ellos se encontraba el consejero económico de Gorbachov, Grigori Yavlinski, se hicieron presentes, un anciano con claros síntomas de demencia les abrió la puerta, esa persona era el suegro de Pugo.
Uno de los visitantes vio un charco de sangre, al entrar en el dormitorio encontraron el cuerpo del ministro tendido en la cama, estaba muerto de un balazo, había preferido suicidarse antes que la policía lo detuviera. Su esposa, Valentina, estaba sentada cerca de la cama, estaba gravemente herida, reaccionó cuando le hablaron, pero no podía decir nada. Poco más tarde moriría en el hospital de Moscú. Boris Pugo dejó una nota en la que pedía perdón a su familia: «Esto es un error. He obrado con rectitud toda mi vida».
El mariscal Serguéi Ajroméyev, que también había apoyado el golpe, unos días más tarde se suicidaría en su despacho del Kremlin. Ajroméiev había sido uno de los representantes soviéticos que había participado en la negociación con Estados Unidos para los tratados de reducción de armas. El 19 de agosto, primer día del golpe, Ajroméyev, que tenía 68 años y ejercía de consejero para asuntos militares de Mijaíl Gorbachov, interrumpió sus vacaciones en Sochi para regresar a Moscú y ponerse a las órdenes de Guennadi Yanáiev.
Serguéi Ajroméyev le dijo que estaba de acuerdo con los objetivos del Comité de Emergencia y que estaba dispuesto a ayudarle a llevar a cabo. Guennadi Yanáiev le encomendó recabar información sobre las repúblicas y analizarlas, también le pidió que redactara el borrador del discurso que iba a pronunciar en el parlamento soviético, con mucho entusiasmo realizó los dos encargos. Antes de suicidarse le escribió a Gorbachov una carta explicando porque había apoyado el golpe.
«Estoy convencido desde 1990 de que nuestro país se encamina a la ruina. No tardará en desintegrarse. Quería decirlo bien alto… […] Soy consciente de que, como mariscal de la Unión Soviética, he faltado al juramento militar y cometido un delito. […] No me queda sino asumir las consecuencias de mis actos». A la carta adjuntó un billete de cincuenta rublos: la cantidad que le debía a la cafetería del Kremlin.
Vadim Medvédev, que conocía muy bien a Boris Pugo y a Serguéi Ajroméyev, declararía después: «Comprendo su tragedia. Traté mucho a Boris Karlovich [Pugo], y me parecía un hombre íntegro a su manera, entregado a una idea política y ajeno a las intrigas del arribismo. Tampoco dudo de la honradez de Serguéi Fiódorovich». Es cierto que ambos creían en el comunismo y en la unidad indisoluble de la Unión Soviética, pero nada es para siempre y menos si es un fracaso.
Serguéi Ajroméyev combatió en la Segunda Guerra Mundial por esos ideales, Boris Pugo era hijo de un letón, miembro de una de esas unidades de élite de Lenin que habían servido como fanático a la revolución, y había dedicado gran parte de su vida a combatir el nacionalismo letón, primero como director del KGB y luego al frente del Partido Comunista en la región. El golpe de agosto provocó en ambos la esperanza de continuar en el mundo en que habían vivido y encontraron su propia identidad.
El fracaso del golpe fue para ellos el hundimiento definitivo de ese mundo, lo que constituía un desastre personal. El camino que les quedaba era el suicidio en una sociedad que rechazaba el mundo que ellos habían vivido, y luego del golpe eran, más o menos, unos delincuentes que habían traicionado a sus compatriotas y al presidente. Luego de la dimisión de Gorbachov como secretario general del partido soviético y la transferencia de los bienes del partido, al día siguiente, Boris Yeltsin firmó un decreto para incautarse de ellos.
El alto funcionario del Comité Central, Nikolái Kruchina, de sesenta y tres años, se dirigió por la tarde a su antiguo despacho para discutir estas disposiciones con representantes del gobierno de Moscú, la reunión terminó a las nueve de la noche, y no fue bien. Al escolta del KGB le llamó la atención que Kruchina, una persona que era normalmente simpático, no lo saludara al regresar al regresar del Comité Central, se notaba decaído.
Al llegar a su casa, Nikolái Kruchina vivía en el quinto piso de un lujoso edificio del centro de Moscú, le dijo a su mujer que tenía cosas por hacer y le dio las buenas noches. Pasado las cinco de la mañana, Kruchina, salió a la terraza y se lanzó al vacío. Nikolái Kruchina, aparentemente se suicidó porque creía que había roto el juramento de lealtad a su jefe y temía que se abriera una investigación sobre las finanzas del partido.
La reunión que había tenido el día 25 lo había dejado muy preocupado, él era el encargado de los asuntos económicos de la organización, y había firmado casi todos los documentos importantes que autorizaba la transferencia secreta de fondos a empresas nacionales y extranjeras. El funcionario local, Vasily Shakhnovsky, le había dicho que tenían que encontrarse nuevamente «para hablar exclusivamente del dinero del partido», Nikolái Kruchina se puso pálido y terminó abruptamente la charla, y prometió que tratarían el asunto al día siguiente, pero eso no sucedería nunca.
Nikolái Kruchina, de lo único que no quería hablar era del dinero, en investigaciones posteriores se supo que parte de los fondos habían salido del país, destinados a causas «justas». Según los memorandos firmados por Nikolái Kruchina, se trataba de financiar clandestinamente partidos y movimientos comunistas en todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Afganistán. Sin embargo, la mayor parte del dinero había ido a parar a los bancos y negocios creados por los apparatchiks del partido y los empresarios amigos de los últimos dos años de mandato de Gorbachov.
Los dirigentes del partido no solo querían tener el poder político, también querían el poder económico y asegurarse una vida cómoda fuera del aparto. De esta manera el país se evitaba un conflicto prolongado y tal vez sangriento con una clase dirigente muy extendida y aferrada a sus privilegios, y que en una transición política no iban a ganar nada, y hubiesen tenido que desfilar a declarar ante la justicia. El proceso no fue del todo incruento, Nikolái Kruchina, fue uno de ellos.
El fracaso del golpe de agosto de 1991 precipitó lo que Gorbachov pretendía evitar: la desintegración de la Unión Soviética. El proyecto de Gorbachov de establecer un nuevo Tratado de la Unión fue languideciendo a la par que su estrella política, hasta que, a finales de aquel año, los presidentes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania decidieron en una reunión secreta dar por muerta a la Unión Soviética y alumbrar la difusa Comunidad de Estados Independientes (CEI). Rusia heredaba la consideración de superpotencia: se quedaría con el arsenal nuclear soviético y el sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU.
El 25 de diciembre, Gorbachov dimitió como presidente de un estado que había dejado de existir y abandonó su despacho en el Kremlin. Su nuevo inquilino, Boris Yeltsin, como buen converso, se hizo ferviente devoto de la economía de mercado y de la libre empresa, y en pocos años transformó de tal modo el país que los peores presagios de los golpistas a los que venció fueron cuentos infantiles al lado de la durísima realidad a la que tuvieron que hacer frente la mayoría de rusos. Los rusos no estaban preparados para una economía de mercado.
5 de mayo de 2024.