DE LA HISPANOESFERA A LA IZQUIERDAESFERA
Los idiotas útiles del izquierdismo
La cuestión de la hispanidad no es un fenómeno nuevo, tiene larga data, un tema bastante tratado y sobre todo maltratado, la polémica en torno a ella tiene algunos siglos lo que para la vida efímera de una persona es mucho tiempo. La recurrencia a la hispanidad es cíclica, surge cada cierto tiempo y especialmente en momentos de luchas imperiales, y quienes se dedican a agitar fantasmas son personas que aprovechan y explotan las frustraciones políticas de las personas.
No digo que lo hagan todos, pero si en gran proporción. Pero el uso y abuso de la hispanidad responde a necesidades políticas, es una cuestión totalmente politizada, y quienes lo hacen con ese propósito, seguramente tendrán reconocimiento, hablarán en todos los foros posibles, serán premiados y tendrán una gloria efímera. El nacionalsocialista y escritor Hanns Johst, ridiculizando el uso de la palabra cultura, en su obra de teatro Schlageter, poniendo en boca de su personaje Friedrich Thiemann, dice:
«wenn ich Kultur höre…entsichere ich meinen Browning!» (cuando oigo hablar de cultura, ¡Inmediatamente saco mi Browning!), algunos traducen por ¡Quito el seguro de mi Browning! Frase atribuida erróneamente a Hermann Goering, Henrich Himmler y Joseph Goebbels, todos nazis. Bien, cuando escuchó la palabra «hispanidad» o cada vez que aparece un nuevo hispanista, me sucede lo mismo, no solo echo mano a mi pistola, sino que le quito el seguro y apunto. Inmediatamente sospecho que estamos ante un nuevo engaño.
Esta prevención viene, para decirlo tomándole prestado el título, al antiguo libro de mi compatriota Enrique Hudson «Allá lejos y hace tiempo». En mi juventud solía frecuentar fundaciones y centros de estudios donde se daban cursos y conferencias de corte histórico-político. En una cierta ocasión, una vez terminada la exposición, durante las preguntas al expositor, se armó la «dialéctica de los puños y las pistolas» para decirlo en términos falangistas.
Se armó una muy, pero muy grande, solo faltaron las pistolas. Cuando el ambiente se fue calmando, un señor de unos setenta años, quien concurría con bastante asiduidad al lugar, mirándome con tristeza me dijo: «tenía tu edad y ya escuchaba las mismas discusiones y promesas, y ya vez, nunca se cumple». Bien, ya estoy muy cerca a la edad del señor de la anécdota, pero estoy muy lejos de creer en mitologías, o bien lo superé gracias a ese antídoto.
No estoy en contra de lo que fue la hispanidad, como podría estar, si yo soy ontológica y culturalmente una consecuencia de esa maravillosa gesta, única en lo que va de nuestra efímera existencia y algo que me llena personalmente de orgullo, además de haber nacido en la última ciudad española fundada en América. Pero otra cosa es creer en historiadores o divulgadores de turno, que creen que tienen la clave de la «salvación» de la hispanidad. La hispanidad se defiende sola no necesita de estos salvadores ¿Qué hay una leyenda negra? Como negarlo, pero el uso de ese tipo de propaganda negativa no es exclusivo del imperio español.
Todos los imperios, especialmente los imperios universales, tuvieron o tienen que cargar con esa propaganda adversa, a menos que creamos, como lo cree el ignorado y oscuro ex secretario legal y técnico, de una más oscura ex presidente Isabel Perón, Julio Gonzalez, julito, como lo llamaban despectivamente en esa época, que la historia es una cuestión maniquea, o una reducción binaria, por un lado, el bien, donde seguramente se encuentra julito y el mal se reduce al imperio británico. Ningún investigador o historiador medianamente serio en la actualidad, puede sostener esas supercherías atribuidas al imperio español en América.
Estamos hablando de «Hispanidad» y es el momento necesario de ir a su significado, la Real Academia de la Lengua Española, dice: hispanidad. De hispano e -idad. 1. F. Carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura hispánica. 2. F. Conjunto y comunidad de los pueblos hispánicos. 3. F. desus. Hispanismo. Es decir, una comunidad de pueblos hispánicos que tienen una lengua y cultura común. Una lengua común es innegable, en cuanto a una cultura común, es sumamente discutible.
La cultura de los uruguayos y argentinos, tiene más de común con ciertos países de Europa como Italia, España, Francia, que, con países de Centro, Norteamérica (México), Sudamérica, eso se ve con los inmigrantes hispanos, latinos o como se quieran llamar, que viven en Estados Unidos, que sirven de muestrario del mosaico que es el mundo hispano o latino, o en los nuevos marielitos venezolanos que están ingresando ilegalmente a Estados Unidos, con una cultura que da vergüenza ser hispano, por suerte, estos grupos se denominan y los denominan latinos.
Ser hispano y ser latinos, son dos cosas totalmente distintas, cuya distinción no solo es política sino cultural, sociológica, lo que tira abajo con el mito de la cultura común, voy a confesar que en muchos valores y en cuestiones importantes de la vida, me siento más cerca de un anglosajón que de un «camarada latinoamericano», pero de esta cuestión se tratará en otro artículo.
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En octubre del año 2017, se dictó en España un «Ciclo de Conferencias sobre la Hispanidad», bajo el título: «HISPANIDAD: UN CONCEPTO, UNA HISTORIA, UNA REALIDAD CULTURAL», ciclo coordinado por los señores Enriqueta Vila Vilar y Serafín Fanjul. En la presentación los organizadores dijeron:
«El concepto de Hispanidad comienza a tomar forma en España, cuando, a partir del noventa y ocho, se pierden los últimos territorios españoles en América. Escritores destacados como Maeztu, Labra, Madariaga, Menéndez Pidal o Américo Castro coinciden en que hay tres cuestiones que lo conforman: raza, religión y lengua. Sin embargo, ya en el periodo de entreguerras, Altamira Crevea, que viajó largamente por toda Sudamérica, señaló que el hispanismo está constituido por algo más que estos tres elementos, e incorpora otros como la emigración, la identidad cultural o la expansión literaria. No se trata ya sólo de creencias o ideologías sino de algo vivo que evoluciona día a día y que se proyecta hacia el futuro.
Nace así el concepto de Hispanidad. Algo sublime que nos hermana con más de 500 millones de personas de distinta raza, religión e ideología que usamos un lenguaje común. Algo que muchos españoles desconocen –cuando no se avergüenzan- porque se ha enseñado mal en las escuelas, en los institutos y en las universidades. La Real Academia de la Historia pretende, con este ciclo de conferencias, establecer un claro debate entre conceptos y procesos históricos para mirar al futuro con la esperanza de que esta hermosa palabra – Hispanidad- que ha sido borrada de nuestro ideario, recobre el sentido que tiene para todos los hispanistas del mundo».
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Yo no estoy hermanado con gente que comulgan distintas ideologías, más aún si se trata de izquierdistas. Entre los componentes mencionados de la Hispanidad solo hay dos elementos que considero correctos, religión y lengua, lo de «raza» es totalmente discutible. En cuanto al aporte que habla Altamira Crevea, carece de importancia, ya que lo que menciona es una consecuencia de la lengua básicamente y, en segundo lugar, la religión. Pero lo más importante es el reconocimiento del uso que se hace del concepto hispanidad como una cuestión política ¿Cómo no ser podría ser político?
El descubrimiento de América fue realizado por un Imperio y la religión acompañando al imperio. Esto también es necesario dejar aclarado, como dijo acertadamente Elvira Roca Barea en una entrevista: «-No soy religiosa, pero sí de cultura católica y me indigna que 500 años después de la Reforma, la Iglesia de Roma organice funerales a Lutero y dé por bueno lo que se dijo, los grabados atroces contra los católicos. Me indigna porque a este país le ha afectado mucho. La Iglesia católica sería hoy una nota a pie de página en la historia de Europa si España no se hubiera dejado la sangre, la vida y el dinero por ella».
El proceso llamado Hispanización empieza con el descubrimiento de América y su evangelización, fase imperial que en la Monarquía de los Austrias incluye buena parte de Europa, y también comienzan los problemas. No hay que olvidar la rebelión de los comuneros contra un rey nacido en Flandes y educado por extranjeros. Un rey que en 1519 vuelve a tierras alemanas con el tesoro que le envía Hernán Cortés, y los príncipes electores alemanes temen la hispanización de sus instituciones y le hacen firmar una serie de capitulaciones en garantía.
La hispanización se empieza a derrumbar a principios del siglo XIX y llega hasta nuestro presente, las guerras civiles en la América española que de 1802 a 1824-30 disuelven lo que se conoce a nivel político el Imperio español, la Monarquía católica o Hispanidad. El fin del proceso llamado hispanidad se debe a la traición de los llamados libertadores. Si no se entiende esto es porque no entienden nada.
Por tanto, la hispanidad pertenece a un tiempo y un lugar determinado, y por lo mismo está clausurado en la historia. Pero, sucede que la hispanidad actual es empleada o esgrimida por historiadores, divulgadores o los aprovechadores de siempre, como un hecho totalmente político, y por lo mismo, sueñan con su repetición en la historia lo que es una total estupidez.
Karl Marx en la obra escrita entre diciembre de 1851 y marzo de 1852, en El 18 de brumario de Luis Bonaparte, publicada en la revista «Die Revolution», de su amigo Joseph Weydemeyer y publicada en alemán en New York, época en que el alemán estuvo a punto de ser la lengua oficial de Estados Unidos. Marx hace una corrección a la idea de Hegel de la historia que se repite a sí misma, el texto comienza con la famosa frase «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».
Una gesta tan enorme realizada por la corona española exigía un «Imperio» que hoy ya no existe, no solo porque España no lo es, ni quiere ser y tampoco ninguno de los países hispánicos realmente existentes lo son, ni serán imperios de aquí a unos siglos y no me quiero meter en hacer futurología, pero es obvio. Como ya lo dijo Luis Carlos Martín Jiménez, la lengua y la moneda son compañeras del imperio, y lo único que nos queda es la lengua. Una lengua que a veces es incompresible por la enorme degeneración lingüísticas propias de los regionalismos, y de la incultura de sus habitantes.
La lengua en nuestros tiempos se ha convertido por los deseos de los hispanistas en un arma de guerra. Son innumerables las referencias a la presencia de hispanos o latinos en Estados Unidos, y, por tanto, según estos, se convierte en una automática equivalencia, a que se habla español en igual medida al número de hispanos, lo que provoca o provocaba en los hispanistas un cierto motivo de triunfalismo y una directa advertencia al imperio estadounidense de su fin, engullido desde esa superestructura, la lengua, para decirlos en términos marxistas.
Otra estupidez total, hablan por boca de ganso, y la realidad es que sucede todo lo contrario (en su momento escribí un artículo al respecto) el castellano o español en Estados Unidos va a la baja y sin posibilidad de detenerse. El imperio español no existe y la Iglesia Católica de ahora no es la misma que la de aquel entonces, es más, se puede decir con toda razón que es enemiga de aquella hispanidad. La ideología indigenista enemiga mortal de la hispanidad es asumida por la Iglesia católica actual con el papa Francisco a la cabeza.
Paradójicamente, los valores que nos llegan de aquella hispanidad son asumidos sin vergüenza alguna y defendidas por las iglesias cristianas evangélicas, lo reafirmo una vez más, aunque moleste a algunos intelectuales, cosa que me tiene sin cuidado. Y la Iglesia Católica oficial actual es enemiga de la hispanidad.
Políticamente, adhiero a la tesis de Gustavo Bueno, de que el motor de la Historia es la dialéctica de imperios. Si algunos de sus infieles seguidores en esta cuestión no lo sigan y se dediquen a especular con imperios inexistentes, es problema de quienes se manejan con ideas fantasmales. La hispanidad actual asume el papel de una supuesta neutralidad frente a la dialéctica de imperios, lo mismo que el anacrónico tercermundismo, que en el fondo no era otra cosa que un izquierdismo disfrazado.
Eso es Marcelo Gullo con sus pataleos tercermundistas peronistas y sus flojitas teorías políticas. No aceptar que el motor de la historia es la dialéctica de imperios lleva necesariamente a fantasear con imperios inexistentes o que tendrían lugar en un futuro que ni ellos conocen. En el fondo, lo que no tienen es la suficiente honestidad de sostener de manera pública su postura antiestadounidense.
Como me interesa y creo en la existencia del «mercado» a diferencia de otros, suelo navegar por la internetesfera para decirlo en términos actuales puestos de moda, como la iberoesfera, la fachoesfera, según el izquierdista Pedro Sánchez, etc. Son innumerables los canales en YouTube dedicados a la hispanidad, muchos de ellos, desde el cobarde y tramposo anonimato, que no se atreven a poner una dirección de correo electrónico o postal, se niegan al contacto con el público, se esconden bajo nombres de reminiscencias militaristas, etc.
Pero lo importante no son los videos sino lo que opinan las personas que consumen este tipo de mercancías, hay que leer abajo. «Latinoamérica tiene que unirse, ¡ya!», «No hay que perder el tiempo, hay que unirse», «Unidos somos una potencia mundial», y un largo etcétera de este tipo de chorradas. ¿Unidad y unión bajo quién o que sátrapa latinoamericanista? ¿Unidos en qué? ¿Con quién? ¿Con Andrés López Obrador, con Nicolás Maduro, el comunista Petro, con Arce, Evo Morales o los zurdos peronistas? ¿Con el Foro de San pablo, con el grupo de Puebla?
O como uno de ellos que en su «plataforma electoral» habla claramente de su opción por Argelia un país de la órbita dictatorial y orientalista, es decir, Rusia, China, Corea del Norte, Irán, y se pone del lado de Palestina, una manada etológica no estatal enemiga de lo que fue la hispanidad y del Occidente al que pertenecemos. Y no hace falta mencionar su intervencionismo estatista que lo pone inequívocamente del lado de la izquierda, al cual cree combatir.
Este tipo de videos son verdaderos instrumentos de confusión para los miles y miles de cabezas de termo que recorren y abundan en la red. Hablar y menear la cuestión de una hispanidad política en estos tiempos es, simplemente, hacerle el juego a la izquierda. La hispanidad se constituyó como un principio político durante buena parte del siglo XX español. La necesidad de un supuesto diálogo entre países que utilizaban una misma lengua para comunicarse fue una idea liberal conservadora.
Desde 1936 y hasta el 1941, se puede constatar la existencia de obras que defienden la creación de un bloque hispánico de regímenes autoritarios como una tercera zona de poder junto al espacio mediterráneo controlado por Italia y el del norte europeo por Alemania. La idea de una unión continuaría en el franquismo nacionalcatólico, como una necesidad política para tratar de romper el cerco del aislamiento político internacional, situación en la que España había quedado sumida tras el final de la Segunda Guerra Mundial.
Previo a este periodo ya existía un culto a la hispanidad como comunidad política con poder, pero esta es utópica y mítica, y que aspiraba a modelar su entorno y que tenía como modelo la restauración de un pasado mítico. Este propósito se encuentra ya en las primeras independencias ultramarinas (1808-1824), ahondado por el fracaso de no alcanzar la unidad territorial del mundo hispano con la Constitución de 1812.
Numerosos intelectuales españoles del siglo XIX lamentaron la pérdida de las provincias de ultramar y pensaron el futuro político internacional de España en la creación de una suerte de comunidad post-imperial con las nuevas repúblicas de la América española. Error, las naciones son enemigas del Imperio. Existen numerosos trabajos historiográficos al respecto, se puede ver en primer lugar a conservadores políticos o publicistas como Antonio Ferrer de Couto o José María Rivero.
Obviamente que imaginaron a estas sociedades hispanas como una comunidad racial predispuesta a las formas de gobierno monárquico y autocrático, enfrentado a otra civilización representado por la raza anglosajona (como siempre) con un determinado tipo antropológico individualista, materialista y propenso a las formas democráticas de Estado, la misma crítica que hacen los zurdos actuales. El momento más importante de estas ideas llegó con la Generación del 98, desgarrada por la Guerra Hispano-estadounidense. Con la generación del 98, el regeneracionismo español cuestionó al liberalismo bajo el cual se habría dilapidado la herencia imperial y la grandeza de España.
Este movimiento hispanoamericanista se abrió en dos líneas ideológicas, por un lado, de ideología progresista que actualizó los planteos de intelectuales progresistas, republicanos y socialistas del siglo XIX. Hay que mencionar a Rafael Altamira Crevea como uno de sus máximos referentes de esta corriente. Altamira defendió la creación de una comunidad hispanoamericana de naciones progresistas y democráticas, que abogaran por la supresión aduanera, la liberalización comercial, la construcción de redes académicas, literarias y la cesión de competencias soberanas a órganos que le otorgue una representación internacional común en la Sociedad de Naciones.
En 1909, Miguel de Unamuno reintrodujo el término Hispanidad, con el fin de cambiar la visión española de madre patria para reemplazarla por otra fraternal sobre las naciones hispanas, en un plano de igualdad. Se intentaba impulsar una idea de los Estados Unidos del Sur, para equilibrar la influencia anglosajona y protestante. Es decir, que Unamuno estuvo muy próximo de lo que se denominó conservadurismo hispanoamericano regeneracionista.
Corriente encabezada por personajes como Ángel Ganivet y José María Pemán, postulados de un hispanismo conservador que previamente habían sido reproducido por intelectuales como Marcelino Menéndez Pelayo y bajo el amparo del canovismo político. En 1914, el historiador y periodista Julián Juderías publicó su famoso libro: «La Leyenda Negra y la Verdad Histórica». Juderías denuncia a los intelectuales progresistas que se habían sumado, según él, junto a pensadores extranjeros para desdibujar la historia de España, y alentando el desprecio de los españoles hacia sus propias tradiciones.
Julián Juderías contraponía el carácter depredador, plutocrático y exterminador del colonialismo anglosajón con el imperialismo español. Esta tendencia ideológica va a continuar con la influencia de los seguidores intelectuales del francés Charles de Maurras. El sacerdote Zacarías de Viscarra, afincado entonces en Buenos Aires, propuso reemplazar el día de la raza por el día de la hispanidad en 1926. Y no hay que olvidar a Ramiro de Maeztu y Eugenio D’Ors.
La cuestión de la religión muy presente en el discurso hispanista, fue lo que trazó una línea de separación con sus predecesores liberal-conservadores. Una idea que continúa hoy de manera irracional defendiendo una religión oficial que ha asumido el discurso de la actual izquierda, un discurso tan dañino no solo para el cristianismo sino para el mundo Occidental.
Reducir la defensa de aquella hispanidad a ser acolito de la religión católica, es caer en un reduccionismo tonto, muchas personas como yo, defienden la hispanidad y no por ello adherimos o somos miembros de una religión. La hispanidad como un hecho histórico, que ya no se puede repetir como hecho político concreto, en los intentos actuales ha caído en un utopismo hipertrófico.
El español-venezolano Francisco de Miranda fue el primero en concebir un proyecto político de alcance continental. Desde 1790, Francisco de Miranda soñaba con una Hispanoamérica emancipada y unida. El proyecto de Miranda reapareció en 1797 con el Acta de París, documento que preveía la formación de un «cuerpo representativo continental». En los años de la guerra civil en la América española (1808-1826), la idea de una identidad común y de unión estaba muy generalizada.
En América muchos criollos ya no se sentían «españoles americanos» o «españoles de ultramar». La primera junta de gobierno de las colonias hispanas, creada en Caracas el 19 de abril de 1810, a sólo una semana de su formación, dirigió una exhortación a los cabildos para «contribuir a la grande obra de la confederación americano española». En Chile, Juan Martínez de Rozas, uno de los líderes del movimiento juntista de 1810, se pronunciaba por la «unión de América».
El secretario de la junta de mayo de Buenos Aires, Mariano Moreno, era partidario de la creación de una especie de sistema federativo en la América española. La primera constitución del Reino de Quito, promulgada en 1812, dejaba «a la disposición y acuerdo del congreso general todo lo que tiene trascendencia al interés público de toda la América, o de los estados de ella que quieran confederarse».
Bernardo de O’Higgins abogaba en su manifiesto del 6 de mayo de 1818, en calidad de director supremo de Chile, por «instituir una Gran Federación de Pueblos de América». El 21 de diciembre de 1816, el director supremo de Buenos Aires, Juan Martín de Pueyrredón, en instrucciones reservadas a José de San Martín relativas a la campaña para la liberación de la capitanía general de Chile, le había solicitado «que Chile envíe su diputado al Congreso General de las Provincias Unidas, a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que, de toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola nación».
Esa asamblea, reunida en Tucumán, para declarar formalmente la independencia (no Argentina), estaba impregnada del espíritu unionista y proclamó la creación de las Provincias Unidas en Sudamérica. José de San Martín, en su condición de Protector de la Libertad del Perú, se manifestó partidario de la alianza de los territorios liberados. En la entrevista de Guayaquil, a fines de julio de 1822, coincidió con Simón Bolívar en crear una unión mayor de las antiguas colonias españolas.
Pero Simón Bolívar tenía una idea propia de unión de toda América, pero bajo su mando, soñaba con ser el Napoleón de las Américas, pero ya sabemos cómo terminó toda esa historia, no voy a referirme a Simón Bolívar ya que lo hice ampliamente en otros artículos en esta misma página. También esta idea estuvo en José Martí, cuya prédica es tan utilizada y alabada por las izquierdas, y por lo mismo tan utilizado por el castrismo-leninista. Leamos a José Martí:
«Jamás hubo en América, de la independencia a acá, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus dominios en América hacen a las naciones americanas de menos poder, ligadas por el comercio libre y útil con los pueblos europeos, para ajustar una liga contra Europa, y cerrar tratos con el resto del mundo. De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia».
Todos los izquierdistas en iberoamérica han abogado por la unidad del continente, por la Patria Grande, olvidándose que ya existía una Patria Grande que iba de un continente a otro, y que fue desguazada por traidores a su propia patria. Todos tenían un plan sobre iberoamérica, entre ellos no podemos dejar de mencionar a León Trotski y en la actualidad al papa Francisco. La cuestión de la hispanidad política en nuestros días sigue repartida en dos vertientes, una la nacional católica y la otra la izquierdista.
Los supuestos historiadores o intelectuales hispanistas, debo inferir, son en general, hipócritas o ignorantes. La hispanidad se cierra con la guerra civil en la América española, llevado a cabo por oligarcas españoles como Simón Bolívar, y otros criollos resentidos que querían tener el control político, el control económico ya lo tenían, en el caso de la familia Bolívar, eran terratenientes mantuanos explotadores.
Otros personajes como José de San Martín, o personajes menores o secundarios como Güemes, y otros héroes regionalistas, todos ellos eran españoles y cometieron traición a la Patria. «Alta Traición» por su doble condición de ciudadanos y militares, y como si esto fuera poco sirvieron a los lógicos planes imperiales, en esa dialéctica de imperios.
En este caso, nos referimos a Gran Bretaña. Simón Bolívar fue el encargado de endeudar a la América española. Muchos de manera consciente o inconscientemente fueron idiotas útiles de los británicos. Luego de cometer traición a la corona estos personajes peregrinaban a Gran Bretaña, no iban a Suiza o a Italia.
Viajaban a su nueva madre patria, iban a Londres, paso previo a América, trabajaron para las logias masónicas que entonces eran instrumentos políticos de los británicos, ya que, en virtud de acuerdos con la corona española, no podían realizar actos en contra de España, de la misma manera que los izquierdistas en tiempos de la Guerra Fría viajaban a Moscú o a La Habana, o los islámicos a la Meca o a Medina.
Pero parece que estos historiadores hispanistas, no entienden que es la traición o los traidores, por ello voy a recurrir a un filósofo, al gran Alfonso Fernández Tresguerres, que dijo acerca de la traición o de los traidores:
«Que sea visto el traidor como «el más detestable de los villanos», según dice Adam Smith, es debido, en su opinión, a que su delito atenta directa e inmediatamente contra la existencia misma del Estado, de ahí que éste se muestre más vigilante y precavido ante la traición que frente a cualquier otra de las ofensas que puedan serle infligidas.
Yo creo, desde luego, que éste es uno de los aspectos esenciales del asunto, pero no me parece que sea el único, y ni siquiera el primigenio. Atentar contra la seguridad de la patria es considerado (porque, en efecto, lo es) algo de extrema gravedad, y una modalidad de traición frente a la cual las traiciones que puedan tener lugar entre particulares (sea en la amistad, los negocios o el amor) diríanse perder relevancia y pasar, por así decirlo, a un segundo plano; y acaso por eso, porque afecta a todos y no sólo a una parte, es por lo que, para designarla, hemos acuñado el término de «alta traición»; como si con ello se quisiera decir que las otras, las que se producen (y aun prodigan) en el ámbito de las relaciones interpersonales son «bajas traiciones», traiciones de menor relevancia y repercusión, traiciones casi anecdóticas, comparadas con aquéllas que pudieran amenazar la pervivencia de la patria o del Estado. Y no digo yo que esto no sea así (que alguien sea traicionado por un amigo o por una mujer resulta, por lo general, completamente intrascendente para el conjunto de la comunidad a la que pertenece, y únicamente le afecta a él en tanto que individuo), más opino, sin embargo, que la llamada «alta traición» es un hecho derivado de una situación más originaria o, si se quiere decir de otro modo, una continuación o adaptación de esta situación a nuevos parámetros sociales y políticos distintos de aquéllos en los cuales se produjo; y es a éstos a los que debemos remontarnos si queremos comprender por qué es visto el traidor como «el más detestable de los villanos».
Yo sospecho que si la traición es vicio tan larga y contumazmente denostado es debido a que la virtud a él opuesta y correspondiente, esto es, la lealtad, ha resultado ser un elemento fundamental en la lucha por la existencia de una especie tan particularmente indefensa, desde el punto de vista físico, como lo es la humana. No cabe pensar, desde luego, que en los albores de la humanidad nuestros antepasados hubieran logrado sobrevivir sin unas dosis importantes de cooperación y solidaridad, de confianza en el compañero al lado del cual cazamos o nos defendemos y de lealtad mutua; sin la seguridad de que no defraudará nuestras expectativas y la firme voluntad, por nuestra parte, de no defraudar las suyas…, es decir, sin todo aquello que justamente la traición viola y aniquila, porque ésta, en efecto, supone siempre engaño y deslealtad, abandono del otro e incumplimiento de lo que espera de nosotros; y si tales pautas de comportamiento hubieran sido dominantes en nuestro nacimiento como especie, escasamente hubiéramos pasado de ser algo más que una mera anécdota en la historia de la vida en la Tierra. Dice Eibl-Eibesfeldt que «es difícil imaginar una vida sin adhesiones ni fidelidad (lealtad)». Sin duda; pero más difícil resulta imaginar que sin ellas pudiésemos estar hoy aquí reflexionando sobre el asunto. Nada tiene de extraño, pues, que, como observa Wilson: «El tramposo, el traidor, el apóstata y el que cambia de bandera son objeto de odio universal», en tanto que: «El honor y la lealtad son respaldados por los códigos más rígidos.»
Pero si esto es como decimos, entonces debemos concluir que de las dos dimensiones a las que se extiende el acto de traicionar, de los dos referentes sobre los cuales puede ejercerse la traición, a saber: el individuo y el grupo, es prioritario y original el primero, y derivado, el segundo. O lo que es lo mismo: que traición y lealtad fueron, inicialmente, vicio y virtud, respectivamente, de carácter ético, en tanto que, referidos al otro, al amigo o al compañero (también a la familia), y sólo posteriormente cobrarán un alcance moral (cuando comprendan en su radio de acción al grupo) o político (cuando se hallen orientados hacia la patria o el Estado). Hoy (evidentemente) son las dos cosas, y en cualquiera de ambos aspectos es la traición actitud tan detestable que a su sola sospecha le sigue la condena, sin que se estime necesario esperar a la comisión o consumación efectiva de la misma. Como de nuevo señala atinadamente Adam Smith: «El plan para cometer un delito, por más nítidamente que resulte probado, casi nunca es penado con la misma severidad que el cometerlo de hecho. La única excepción es quizá la traición.» Nos hallamos, tal vez, en exceso condicionados por nuestro pasado evolutivo como para que todo ello pudiera ser de otro modo, máxime si se tiene presente que la traición no es un único delito o una sola maldad, sino que arrastra consigo (como antes apuntaba) un cúmulo tal de vilezas capaces de poner en serio peligro la supervivencia del individuo, de la familia, del grupo o del Estado.
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Resulta que los hispanistas como Marcelo Gullo, califican de patriota al traidor José Francisco de San Martín. ¿Patriota, de que patria? Debería aclarar Gullo y va también para los otros historiadores hispanistas que hipócritamente miran para otro lado, y no se definen. ¿Qué patria? Ya que todos eran españoles de la península o de ultramar. ¿Argentina? No existía, sin embargo, aunque no lo mencionen estos historiadores están dando a suponer que sí lo es, y hay otros que directamente califican a San Martín como argentino. La república argentina recién tendrá su aparición y concreción como un verdadero Estado, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando recién estén funcionando sus tres capas que constituyen un Estado.
Antes de eso no había tal «Argentina» y ninguna de sus capas funcionaba. Muchos se estarán preguntando ¿Y usted de que país es? Bueno, nací en la segunda mitad del siglo XX en un verdadero Estado llamado Argentina y cuyo padre de ese Estado fue el general Julio Argentino Roca. Antes de Roca había constituciones, pero nadie la cumplía, tenía distintas denominaciones, su capa cortical era inexistente, y su capa basal improductiva, primero había que desalojar a los indígenas invasores que no se sometían al Estado, y la soberanía no se discute, se ejerce.
No había límites reconocidos internacionalmente, tenía un territorio menor que el actual, carecía de instituciones propias de un Estado, su bandera, los símbolos y toda la parafernalia propia de los Estados, era distinta a la actual. Es decir, no nací en un seudo Estado llamado Provincias Unidas del Rio de La Plata, o la Confederación de Juan Manuel de Rosas, esa «estancia-nación» bonaerense, que se negó a concederles una constitución al interior del país alegando falsamente que no era el momento, sumiéndolos en la misera, con un territorio miserable en extensión, la Patagonia en discusión, etcétera.
Por tanto, no le debo respeto a gente traidora, con ellos no me juntaría ni a tomar un café. Mi pasaporte reza: República Argentina, repito, no Provincias Unidas… Pero lo más grave es que instituciones u organizaciones hispanistas, premien a personas que rinden tributo a traidores que fueron quienes terminaron con la real y concreta hispanidad, la única realmente existente. «Roma no paga traidores», decía un viejo dicho, pero España paga traidores y les levanta monumentos, simplemente vean las de Bolívar y San Martín en España, mientras tanto los indigenistas pretenden borrar todo pasado hispano en América.
Al final, los hispanistas peninsulares cultivan un hispanismo de tipo europeo, gustan de rendir honores a los españoles peninsulares, pero nadie habla, salvo honrosas excepciones como hispanae.com, o mencionan a los bravos y leales tlaxcaltecas, que hicieron un culto de la lealtad y no de la traición, que no fueron subordinados de los españoles, sino que pelearon a la par y gozaron de privilegios.
¿Por qué no hablan de los indígenas realistas? Alguno de los hispanistas sabrá quien fue don Antonio Navala Huachaca, Juan Agustín Agualongo Cisneros. Y si lo saben porque no le levantan monumentos. Tal vez no importen porque no eran blancos y europeos. Pero rinden honores a traidores como San Martín que cultivaba un odio a España y su discurso era indigenista (entendible, psicológicamente), ya que él era hijo biológico de don Diego de Alvear y Ponce de León y de la indígena Rosa Guarú, razón entre otras, por la que regresó a un lugar del cual no tenía ni memoria.
En cuanto a la vertiente izquierdista, ahí lo tenemos a Santiago Armesilla Conde que en su cruzada utopista quiere revivir al marxismo político que en la actualidad es «perro muerto», utilizando la crítica de don Gustavo Bueno Martínez, que le hizo a Karl Marx en la vuelta del revés. Un revisionista idealista, que se cree «materialista político» y no es más que un idealista. Eso sí, constante en la búsqueda del retorno del marxismo. Deambulaba por los Foros de Nódulo, hace décadas, en búsqueda de la séptima generación de izquierda, que sería hispanista y marxista, sin darse cuenta que ésta ya estaba en marcha hacía décadas, pero no hispanista ni marxista, sino cultural marcusiana.
Ahí lo tenemos luego peregrinando detrás del socialismo chavista, del socialismo del siglo XXI, desde distintas denominaciones y proyectos políticos de izquierda, como El Revolucionario, Izquierda hispánica, Razón Comunista y otras tantas denominaciones en búsqueda de su revolución marxista. Pero en el ámbito de la hispanidad lo encontró y se le hizo «el campo orégano» y desde allí inició una vez más su revolución internauta, atrapar incautos y de paso monetizar.
Monetizar me parece bien, al final otro camarada chino que se había avivado de la estupidez de Mao, dijo que era maravilloso ser rico. Este revolucionario de internet encontró tierra fértil entre los que no lo conocen, pero no soporta «un archivo» como suele decir el presidente Javier Milei, de quien Santiago Armesilla y su mentor el peronista Marcelo Gullo se burlan.
Pero Javier Milei a diferencia de estos dos fracasados políticos, en dos años, ex nihilo, de la nada, armó un partido político y hoy es presidente de un país hundido en la miseria y la corrupción, por obra y desgracia de los estatistas de siempre, del cáncer peronista del cual es parte Marcelo Gullo. Nuestro conocido Santiago Armesilla, aparcó la fraseología marxista, ya no habla de la plusvalía ¿Quién puede hablar de semejantes tonterías? Cuando la China capitalista la produce por segundo o por minuto.
Siempre se las apaña para estar rodeado de idiotas útiles, que no dudan en acompañarlo (aunque traten de despegarse, y ensayen explicaciones previas, pero bien que lo acompañan), sigue engrosando esa estafa llamada hispanidad política, porque la otra, la que hizo posible la mayor mestización del mundo conocido, una obra civilizatoria como Imperio generador, al decir de Gustavo Bueno, que me llena de orgullo, no necesita de salvadores, esa está clausurada en el tiempo y ya no podrán modificarla en lo que realmente importa.
Los cientos de millones de personas que resultaron de esa gesta gloriosa y se prolongan en el tiempo, no necesitan de los embaucadores de siempre. Y estamos maduros para optar en una dialéctica de imperios actual entre Oriente y Occidente, y el resto es puro humo.
4 de marzo de 2024.
—«Simón Bolívar, el endeudador de América», agosto de 2023, revistaeutaxia.com.
—«José Francisco de San Martín y Matorras, el santo de la espada», publicada en Revista Metábasis, y en revistaeutaxia.com, agosto de 2023.
—«Los conquistadores Tlaxcaltecas», publicada en Revista Metábasis, y en revistaeutaxia.com, agosto de 2023.
—«Indígenas realistas», revistaeutaxia.com, agosto de 2023.
—«El español en los Estados Unidos. Presente y futuro», revistaeutaxia.com, 2020.