Cuaderno de Eutaxia — 25
ATAQUE AL BATALLÓN DE MONTE CHINGOLO
LA MAYOR DERROTA DEL EJÉRCITO REVOLUCIONARIO DEL PUEBLO
Eduardo Luis Chavanne, soldado del Batallón Depósito de Arsenales 601 «Domingo Viejobueno», que combatió a la guerrilla del ERP.
La manada seguía desorientada y ebria, seguían creyendo con fe de carbonero que podían hacer una revolución marxista, nunca entendieron que la Argentina no era Cuba y que el Ejército argentino no era las guardias corruptas y decepcionadas de Batista. Creían que por salir amenazantes y ruidosamente a las calles, asesinar, robar bancos, meter bombas, secuestrar empresarios, ya estaba todo cocinado.
Pero muy pronto las izquierdas comenzarían a dirimir una interna, la masacre de Ezeiza el 20 de junio de 1973 fue uno de esos hechos. Un grupo de iluminados se creyeron que podían avivar una lucha de clases, se creyeron que poseían la verdad y en ese camino se enfrentaron a Juan Domingo Perón, antiguo aliado suyo, pero los cosas habían cambiado, las cosas se le fueron de la mano a Perón, y su regreso al país fue, dicho por el Tata Yofre, a pedido de Estados Unidos para acabar con el marxismo, Perón mismo lo dijo.
Roberto Santucho, jefe del ERP, tenía diferencias con la jefatura de Montoneros, y la principal diferencia la tenía con Juan Domingo Perón. Montoneros fue la «juventud maravillosa» del general Juan Perón, mientras sirvió a sus planes, luego serían «esos imberbes» que lo molestaban en la Plaza de Mayo y los expulsó. Santucho decía que la revolución socialista debía lograrse por las armas, no importaba si el gobierno de turno era una democracia elegida por el voto popular o por las fuerzas militares.
Lo que importaba era la implantación del socialismo, Montoneros creía que podía hacer la revolución socialista de la mano de Juan Perón, ya que el general lo decía desde el exilio y que se apoyaba en la clase obrera y se mostraba alejado del capitalismo. Hasta en esa estúpida marcha del peronismo, unas estrofas rezan «combatiendo el capital». Para Roberto santucho, Juan Domingo Perón no era otra cosa que un impostor al que se debía desenmascarar. El ataque a la guarnición militar de Azul, en el fondo era una provocación a Perón para que reaccionara en contra del ERP y de Montoneros. Y Perón había reaccionado, estaba enfermo de espanto ante el avance de los marxistas.
Así diría Perón públicamente:
«Todo tiene un límite (…) se trata de poner coto a la acción disolvente y criminal que atenta contra la existencia de la patria y sus instituciones (…) el repudio unánime de la ciudadanía, hará que el reducido número de psicópatas que va quedando sea exterminado uno a uno para bien de la República (…) Estamos en presencia de verdaderos enemigos de la Patria (…) El aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos (…) Nuestro ejército, como el resto de las Fuerzas Armadas (…) no merecen sino el agradecimiento del pueblo Argentino».
Roberto Santucho, luego de las palabras de Perón, diría:
«…de los hechos expuestos surge con claridad meridiana que el verdadero jefe de la contrarrevolución, el verdadero jefe del actual autogolpe contrarrevolucionario, y el verdadero jefe de la política represiva, que es la línea inmediata más probable del nuevo gobierno, es precisamente el general Juan Domingo Perón. Y no porque él sea un traidor sino porque es un consecuente defensor de su clase, la burguesía, a la que permanece completamente fiel a pesar de no haber sido comprendido un tiempo por gran parte de sus hermanos de clase, por sectores de los capitalistas nacionales y extranjeros».
Es entonces cuando Roberto Santucho se dirige a Montoneros e invitándoles a unirse en un solo frente:
«Amplios sectores del peronismo progresista y revolucionario, que creían sinceramente a Perón un revolucionario, se encuentran en estos momentos desorientados. Nuestro Partido y nuestro Ejército guerrillero han llamado constantemente a la unidad a estos compañeros y sus organizaciones. Hoy tenemos que reiterar ese llamado recordando, además, puntualizando, que la línea que adopte el conjunto del peronismo progresista y revolucionario en la actual situación tiene una importancia enorme para la revolución, para el desarrollo de las poderosas energías combativas de nuestro pueblo. Las organizaciones armadas FAR y Montoneros y parte de la Tendencia Peronista Revolucionaria han cometido un grave error muy notable y perjudicial para el campo popular, especialmente a partir del 25 de mayo: confiar ciegamente en Perón y basar toda su política en esa confianza».
En este contexto de esta la lucha por el poder el PRT, como dirección política y militar del ERP, decidió intentar la toma del Batallón de Arsenales 601 de Monte Chingolo, provincia de Buenos Aires, con el objeto de apropiarse de 20 toneladas de armamento para dar un vuelco en la relación de fuerzas político militares y demorar, según ellos, la consumación de un nuevo golpe militar que ya estaba en preparación.
El fallido asalto al Batallón Deposito de Arsenales 601 «Domingo Viejobueno», que estaba ubicado en la localidad de Monte Chingolo, partido de Lanús, n la provincia de Buenos Aires, con el objetivo de apropiarse de una gran cantidad de armamento.
La unidad militar llevaba el nombre de Domingo Viejobueno, nacido en la ciudad de Buenos Aires el 4 de agosto de 1845. Había entrado al ejército a los 16 años y como teniente de artillería combatió en la guerra del Paraguay. Fue el primer jefe del Arsenal de Guerra, que funcionaba entre las calles Pozos, Sarandí, Garay y Brasil, en la ciudad de Buenos Aires.
El ataque fue llevado a cabo por el Batallón urbano en formación «José de San Martín» del ERP. Este Batallón estaba compuesto por tres compañías urbanas. Entre ellos había guerrilleros con experiencia de la casi aniquilada Compañía de Monte «Ramón Rosa Jiménez» de Tucumán. El ataque reunió a las tres compañías que tenía el ERP en Buenos Aires, reforzadas por militantes de otros lugares del país. La acción militar involucraba en total a 250 guerrilleros.
Estaba planificado que el grupo principal debía tomar el cuartel y retirarse con las armas, las otras unidades tenían que neutralizar puestos policiales, las rutas y accesos que deberían tomar para llegar al Batallón los refuerzos de los regimientos 7° de La Plata, 3° de La Tablada y 1° de Palermo. Luego del éxito, los guerrilleros tendrían tiempo para esconderse en los partidos de Quilmes, Avellaneda y Lanús, hasta el día siguiente.
También se había previsto que una unidad coparía una estación de radio para transmitir una proclama de la comandancia del ERP instando a los argentinos a sumarse a sus filas y enfrentar el golpe que estaban planificando las Fuerzas Armadas. Estaba previsto que 70 combatientes del grupo de ataque debían reunirse en un punto determinado a quince minutos del cuartel. Desde ese lugar saldrían en una caravana encabezada por un camión seguido por dos pickups y cuatro autos.
El camión estaba destinado a embestir la puerta y tirarla abajo donde estaba el puesto N°1 de guardia. De inmediato, los guerrilleros se desplegarían en pequeños grupos y podrían reducir la resistencia de las compañías de seguridad y de servicios. Gracias a su poder de fuego y la sorpresa, ocuparían los tres puntos neurálgicos: la guardia central, el casino de oficiales y los depósitos de armas.
El camino General Belgrano debería ser neutralizado por dos grupos, y de esa manera impedir la entrada de refuerzos y cubrir la salida de los camiones y los coches. También, varios grupos comandos cortarían los caminos entre la Capital federal y el sur del Gran Buenos Aires, especialmente el puente de La Noria y el puente Nicolás Avellaneda. La comunicación entre los atacantes se realizaba a través de walkie-talkie con el comandante de la acción, Benito Urteaga, quien permanecería en una casa y consultaría con Roberto Mario santucho, quien estaría a la espera en otra casa.
El ataque estaba programado para el día lunes 22 de diciembre al atardecer, pero el aviso de un soldado traidor que pertenecía al PRT-ERP hizo que se postergara. Este soldado le advirtió a su contacto del ERP que las guardias estaban reforzadas por «alerta roja». Benito Urteaga al enterarse de esta noticia consultó con Roberto Santucho y decidieron suspender la acción, pero quedaron acuartelados los 250 guerrilleros.
Esa noche la comandancia del ERP recogió otros informes y supo que el «alerta roja» se había dado en muchas unidades militares, se atribuía la alerta a una asonada de la Fuerza Aérea, encabezada por el brigadier Jesús Capellini, que había cesado el día anterior y que terminó con un cambio en la cúpula aeronáutica. Luego de confirmarse que se había levantado la alerta, el ERP lanzó, al día siguiente, el operativo. Esa tarde ocuparon un hotel alojamiento para parejas de Quilmes y entraron unos setenta miembros del ERP. Desde donde salieron más tarde en autos con las armas listas.
El jefe del grupo de ataque, el capitán Abigail Attademo, intentó comunicarle a Benito Urteaga que iba a proceder, pero el walkie-talkie no contestó y Abigail Attademo decidió seguir adelante. La operación había sido planeada por Juan Eliseo Ledesma, alias «Comandante Pedro», quien había sido capturado antes del ataque, el 7 de diciembre de 1975. Ledesma fue torturado y ejecutado en Campo de Mayo por los militares. No suministró información a los militares.
Al día siguiente se produjo la captura de varios familiares de Roberto Santucho quienes al finalmente fueron liberados. Santucho pese de la caída de Ledesma decidió seguir adelante con la operación ya que confiaba en que este no los delataría. Hubo otras caídas posteriores que provocó un debate en el ERP acerca de continuar con el plan de ataque o no.
La fuerza atacante estaba comandada por Benito Urteaga, Carrizo, Irurzún y Abigail Attademo. El Batallón de Arsenales 601 contaba con 18 oficiales, 67 suboficiales, 189 empleados civiles y unos 404 soldados conscriptos de los cuales solo unos pocos se encontraban en la unidad. El 23 de diciembre 1975, el nivel del índice de precios al consumidor era elevadísimo respecto al año anterior. La alimentación e indumentaria fueron los rubros más castigados.
Por eso a los vecinos de la plazoleta ubicada sobre el Camino General Belgrano, en Quilmes, les llamó la atención el puesto callejero que se había instalado, en la que vendían un paquete de tres panes dulces y una sidra a 150 pesos, un precio increíble. Los vendedores, en realidad, eran diez guerrilleros del ERP de la Compañía «Juan de Olivera», y en el fondo de las cajas y canastos con la mercadería, ocultaban fusiles y escopetas. A las 19:40 esos vendedores se quitaron las ropas y dejaron ver uniformes color verde. Los vecinos corrieron espantados.
Al mismo tiempo, los terroristas habían atacado los puentes Avellaneda, La Noria, Uriburu y Victorino de la Plaza para distraer a la policía y al ejército, que ya estaba avisado del ataque que se produciría. Dos camiones, procedentes de Florencio Varela, llenos de hombres, enfilaron hacia el Batallón de Arsenales «Domingo Viejobueno» por el Camino General Belgrano. El primero de ellos, un camión Mercedes Benz 1112, de color azul, que servía de transporte de gaseosas estaba manejado por el sargento guerrillero de alias «Manuel».
El camión logró derribar el portón de entrada del Batallón de Arsenales 601, por detrás del camión entraron cinco automóviles y dos camionetas, pero fueron recibidos por disparos de ametralladoras pesadas. El camión quedó medio cruzado, el chofer murió en el acto quedando tumbado sobre el volante, lo que hizo que el vehículo zigzagueara y se incrustara contra la garita. Los vehículos que venían detrás, cuando quisieron esquivarlo, se vieron atrapados en un zanjón de un metro de ancho y 40 centímetros de profundidad que había abierto la empresa de gas dos días antes.
El ataque sorpresa se había convertido en una trampa mortal, muchos de los atacantes cayeron en los primeros minutos de combate, cuando desde las alturas del tanque de agua y desde otros puntos estratégicos les llovieron ráfagas de balas, pero otros lograron dispersarse y abrieron fuego. En el interior del Batallón se encontraron con el fuego de ametralladoras y de fusilería, con pozos de zorro y zanjas excavadas, haciendo evidente la preparación previa y con ella la pérdida del factor sorpresa.
Otro grupo entró por los fondos del cuartel. Se combatió además en los cortes de rutas y puentes cercanos al Batallón. En el tiroteo hirieron gravemente al sargento ayudante Cisterna y mataron de un tiro en el pecho al soldado Ruffolo. El cuartel contaba con el 30% de su personal, ya que muchos habían sido licenciados por la Navidad. Con el correr de los minutos, los soldados conscriptos, que disparaban sin parar, comenzaron a hacerlo con más puntería.
Una mujer guerrillera conocida como «la petisa María» ingresó al cuartel en la caja de una camioneta Fiat, que había recibido varias ráfagas de ametralladora. Según lo que ella cuenta, cuando estaba a punto de saltar, un balazo derribó a un compañero que, al caer, la desparramó de nuevo en la caja del vehículo. Finalmente, cuando pudo pararse comenzó a disparar. «Me puse detrás de la cabina, parada en la caja, y empecé a tirarles. ¡Era un barullo infernal! ¡Un bolonqui!», le contaría muchos años después a Gustavo Plis-Sterenberg, autor del libro: «Monte Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina». Un libro pro guerrilla marxista.
Según esta versión, María fue una de los sobrevivientes del ataque al cuartel. Salvó la vida porque cuando oscureció se subió a un árbol pequeño donde pasó toda la noche. «Busqué y encontré unos arbolitos, como arbustos, entre la ligustrina. Eran unos arbolitos de como un metro, muy extraños. Tenían el tronco chiquito, arriba la copa caía como un sauce y quedaba un espacio ahí adentro, como una casita. Yo me agarré a uno de esos arbolitos, me metí adentro y me quedé ahí hecha un bollito. Como se me veían las piernas, flexioné las rodillas y me quedé sin moverme, abrazada al arbolito».
******
Cuando se inició el ataque, de manera simultánea se iniciaron acciones de corte de los nueve puentes que unen la Capital y el Oeste con el Sur del Gran Buenos Aires, se hostigaba al Regimiento 7 de La Plata que acudía al Batallón Viejobueno y a las brigadas de la policía provincial de Quilmes, Avellaneda y Lomas de Zamora, se interrumpía el tránsito en los dos caminos que unen La Plata con el Sur del Gran Buenos Aires y se tendían dos anillos de contención alrededor del cuartel de Monte Chingolo.
El puente del Camino de Cintura sobre el río Matanza fue cortada por un grupo de apoyo del ERP. En ese lugar un grupo de erpianos, cruzó una gran cantidad de automóviles particulares y un gran camión tanque y se derramó el gasoil que contenía, provocando un enorme incendio. A las 19:15 hs, una columna de camiones y Carriers del Regimiento 3 de La Tablada rompió la contención dirigiéndose a hacia Lanús. En la contención que prepararon los del ERP sobre la calle Montevideo, estaba Alejandro Bulit, alias «juancito».
Bulit pertenecía al Secretariado de la Regional Sur, quien intentó tirar una granada de fabricación casera, la granada había sido alterada en su funcionamiento correcto por un agente enemigo infiltrado en nuestras filas (el Oso Ranier), Alejandro Bulit acciona el encendido de la granada y aparentemente este no funciona. Alejandro mira el mecanismo y entonces explota la granada destrozándole el rostro y una mano.
Según versiones posteriores, dicen que a Bulit sus camaradas dándolo por muerto y en medio de la lucha, lo dejaron allí. Luego el ejército lo recogió moribundo y lo arrojó al Riachuelo. Alejandro reaccionó con el agua y comenzó a nadar. Le tiraron varias ráfagas acribillándolo a balazos. Esta épica es contada por los perdedores asesinos de la izquierda.
La llegada de helicópteros artillados, provenientes de la VII Brigada Aérea de Morón, que dispararon desde la calle del frente del cuartel, fue el fin para los atacantes. Cuando quisieron cubrirse, quedaron a merced de los defensores. Finalmente fueron rechazados y huyeron. Los soldados defensores entendieron que todo se había terminado cuando escucharon el sonido de un M113, un vehículo mecanizado a oruga que venía del regimiento de La Tablada y una fracción del Regimiento de Granaderos a Caballo.
La retirada de los guerrilleros del ERP empezó a las 21:00 cuando llegaron los refuerzos militares. La conmoción duró hasta el día siguiente. La persecución se continuó en la villa aledaña al cuartel. En tres de los cuatro lados del cuartel habían «villas miseria» o barrios marginales. El barrio Iapi, frente al Batallón de Arsenales, albergaba a unas 5.000 personas. Santa María, a un costado, no tenía más de 1.000 pobladores. El barrio 25 de Mayo daba a las espaldas del cuartel y era el más poblado: cerca de 10.000 habitantes.
El ERP no tenía casas operativas en esas villas ni había hecho trabajo político entre sus habitantes. Había, en cambio, cierta presencia de Montoneros, a partir de unidades básicas peronistas abiertas tiempo antes por militantes del Movimiento Villero Peronista y la Juventud Peronista. Pero los locales de esas agrupaciones habían sido levantados por los ataques y amenazas de los intendentes de Avellaneda, como Herminio Iglesias, de Lanús, Manuel Quindimil, y de Quilmes, José Ribella.
Los cincuenta guerrilleros que pudieron retirarse del cuartel antes de que amaneciera el miércoles 24 de diciembre, atravesaron las villas miseria. Muchos recurrieron a los pobladores para orientarse o esconderse por un rato o para que los guiaran hasta cruzar el arroyo Las Piedras, que estaba detrás del barrio Iapi, en algún caso llegaron a refugiarse en las casillas para hacer primeras curaciones de heridos.
Las fuerzas militares no entraron en las villas hasta antes del amanecer, pero los helicópteros del Ejército para patrullar sobre las viviendas y zonas descampadas de los tres asentamientos. En la madrugada ingresaron con tanquetas y soldados de infantería. Los militares avisaban por altoparlantes que nadie saliera ni se asomara hasta nueva orden. Las patrullas allanaron casa por casa. Muchos pobladores fueron llevados al cuartel para interrogarlos sobre posibles conexiones con militantes del ERP que se habían escondido en sus casas.
El cementerio de Avellaneda, del Barrio Corina, vieron como la noche del martes 23, fue rodeado por efectivos militares e ingresaban con los cadáveres. El responsable del operativo posterior al ataque fue el general Oscar Gallino, quien le brindó una entrevista a la revista «Todo es historia» en 1991. Cuando le preguntaron si estuvo en contacto con guerrilleros detenidos en aquella noche respondió: «No tuve oportunidad de hablar porque las unidades de Inteligencia del Ejército, o del primer cuerpo que actuaba en esa ocasión, hicieron su trabajo».
Según trabajos de investigación, las bajas del ERP fueron de 67 guerrilleros, unos 30 de ellos ejecutados luego de que se hubieran rendido y unos 25 heridos que fueron evacuados por sus camaradas. Esto incluye a quienes ingresaron al cuartel, a los que intentaron entorpecer la llegada de los refuerzos y algunos habitantes de las villas vecinas. Según el trabajo de Bohoslavsky y García (2020) las bajas del ERP fueron 53. Tres de ellos están desaparecidos. El mismo trabajo calcula que 23 prisioneros del ERP fueron ejecutados luego de rendirse.
Los muertos del Ejército y las fuerzas de seguridad en el combate de Monte Chingolo, fueron de dos oficiales, el capitán Luis María Tetruzzi, el teniente primero, José Luis Espinassi, el sargento ayudante, Roque Cisterna. Cuatro soldados, Roberto Caballero, Raúl Sessa y Benito Ruffolo, y 34 heridos de distintas fuerzas. El comando guerrillero que dirigió la operación se instaló en un departamento de la calle Perú 1330, en San Telmo, Buenos Aires. Dicen que intervinieron 170 guerrilleros, pero el número que asciende a 250 si se tiene en cuenta los hombres que participaron en diversas acciones secundarias y de apoyo.
El plan al descubierto
Dos fueron los conductos para que el ejército descubriera el plan del ERP. Una de ellas se obtuvo cuando se encontraron los croquis en poder del jefe de la Logística del ERP, Juan Eliseo Ledesma, y las delaciones producidas tras esa captura, pero la confesión del plan no vino por Juan Ledesma, sino por su segundo en Logística, Elías Abdón, los militares esperaban el ataque, aunque sabían cuál era el objetivo exacto del ataque, suponían que fuera en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.
El otro, mejor dicho, los otros fueron el agente de inteligencia del Ejército Rafael de Jesús Ranier, alias «el Oso», infiltrado en el ERP en el sector de Logística, y de dos infiltrados más, Carlos Antonio Españadero, alias «Mayor Peña» o «Mayor Peirano» y Miguel Ángel Lasser. Distintas capturas de dirigentes del ERP permitieron a inteligencia de Ejército atar los cabos y estar alertas a los operativos de distracción de los guerrilleros. Los responsables de inteligencia del PRT-ERP no demoraron en descubrir que los militares estaban alertas y esperándolos porque tenían un infiltrado.
El infiltrado era Ranier, «el Oso» y operaba a las órdenes de un oficial del Batallón de Inteligencia 601, el mayor Carlos Antonio Españadero. A mediados de diciembre de 1975, Ranier le informó a Españadero que sus jefes del ERP le habían multiplicado sus tareas, que tenía como epicentro el Sur del Conurbano Bonaerense. Comentó de traslados de personas a casas operativas de la zona, de un gran movimiento de armas, de concentración de guerrilleros.
Antonio Españadero llevó esa información a sus superiores en el Batallón 601 de Inteligencia y los analizaron a fondo. Llegaron a la conclusión que el ERP preparaba un ataque a alguna instalación militar de la zona sur del Gran Buenos Aires. No comparto la versión que se difundió, que sabían exactamente que el lugar de ataque era el Batallón de Monte Chinglo, en el partido de Lanús. Sabían que se trataba de una unidad militar pero no cual.
Los militares tomaron la decisión de que el ERP siguiera con sus planes, y se prepararon para tenderles una trampa. El Oso pasaba diariamente información y en cierta ocasión durante un traslado de las armas, hizo un alto para que personal del ejército las inutilizara, de esta manera muchos fusiles FAL llegaron a manos del ERP con los percutores alterados, y a las granadas les fueron neutralizados el mecanismo de retardo para que explotaran en manos de los lanzadores.
El Oso Ranier fue detenido por un comando del PRT-ERP a principios de enero de 1976 y fue interrogado y torturado durante varios días. El 13 de enero fue obligado a confesar y a escribir una carta relatando sus acciones, que luego fue publicada por la revista de propaganda del ERP, «Estrella Roja». Según versiones del ERP, le habrían dado a elegir como prefería ser ejecutado, si de un disparo o por inyección letal, el Oso habría elegido la inyección.
Esa noche, cuatro guerrilleros del ERP metieron su cadáver en un auto y lo abandonaron en el barrio de Flores, en Buenos Aires, en un cartel escribieron: «Soy Jesús Ranier, traidor a la revolución y entregador de mis compañeros». El Oso Ranier nunca fue de ellos, Jesús era un peronista tucumano que se había sumado a la organización a fines de 1974, por tanto, no cabe la traición. Lo importante es que fue leal a su patria y no al marxismo internacional apátrida.
El fracaso militar del ERP en Monte Chingolo, fue el inicio de la derrota definitiva de los marxistas-leninistas del PRT-ERP. Para el 24 de marzo de 1976, la mayoría de sus miembros estaban muertos y los que quedaban no tenían capacidad para operar. El ataque del ERP se produjo durante el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón. Lo vergonzoso de todo esto es que cuando regresó la democracia y accedieron al poder los izquierdistas, el Estado pagaría indemnizaciones por cada uno de los atacantes que murieron, fueron premiados esos inútiles por atacar al Estado.
******
Hace 49 años, Eduardo Luis Chavanne, tenía 21 años. Solo le faltaba un mes para cumplir con su Servicio Militar Obligatorio el 23 de diciembre de 1975. Chavanne había recibido tres meses de instrucción en La Calera, Córdoba, donde hizo el curso de paracaidista. Pero desde abril de 1975 estaba destinado en el Batallón Depósito de Arsenales «Domingo Viejobueno», en el cuartel del Ejército, en Monte Chingolo. Era parte de la Compañía de Seguridad y participaba de las guardias en los 9 puestos de vigilancia que tenía el predio.
Eduardo Luis Chavanne, dice que no padeció la conscripción, tenía vocación de servicio, se había formado como Bombero Voluntario. Pero estaba listo para regresar a su hogar, en Quilmes, donde se crió, junto a sus padres y sus tres hermanos. Hace unos años en una entrevista relató lo siguiente:
-¿Qué recuerda del combate del 23 de diciembre de 1975?
-Todo. Eran más o menos las 18, yo estaba de guardia y el Cabo González me había liberado 10 minutos temprano. Entonces agarré mi fusil y me fui caminando. Justo cuando pasaba frente a la comandancia, lo vi al sargento Saravia, que estaba empuñando su pistola, y me dijo: «Vamos que ya se metieron estas mierdas». Entonces me di vuelta y veo que entra un camión de gaseosas junto a varios coches, que iban para un lado y para el otro. Yo tenía el fusil en la mano, entonces lo agarré fuerte y lo seguí a Saravia. Nos metimos en la cantina, donde estaban muy asustados el cantinero y la señora. Ya se escuchaban los ruidos del combate.
Adentro estábamos nosotros 4 más 3 soldados. Saravia me repetía «tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo, tranquilo…» Ahí es cuando a uno le aflora la mente y se da cuenta de que todo lo que nos habían enseñado era para algo. Rompí el vidrio de una ventanita y empecé a apuntar. Tenía 125 municiones. No era mucho, si se considera que el fusil, en modo automático, puede acabarlas en poco tiempo.
Al tercer tiro que doy yo, escucho que una bala me pasa al lado de la cabeza. No me lastimó, pero me rozó la oreja y me desestabilizó. Me senté en el piso, lloriqueé un poco y pensé «¿Qué carajo hago acá?». Pero volví a recomponerme. Por la ventana veía a los terroristas. Se movían entre los árboles. Algunos estaban de ropa militar, otros con camisa a cuadros y vaquero.
Saravia nos volvió a arengar: «¡vamos, muchachos, vamos!», gritaba. Bueno, me recuperé y volví a apuntar. En un momento gritan que había que ponerse el pañuelo blanco en el cuello, para diferenciarnos de ellos. Pero ahí ellos hacen lo mismo para generar confusión…
En un momento frenó el fuego. Los guerrilleros nos gritaron a los soldados conscriptos: «Ríndanse que con ustedes no es». Y yo pensé: «Hijo de puta… ¿qué me rinda? Si viniste a matarme». Me daba bronca porque pedían que nos rindiéramos, mientras que yo sabía que tenían la orden de matar a todos, bajar la bandera argentina y subir la bandera del ERP. Se iban a llevar 20 toneladas de armas para Tucumán. Ellos, que eran los «jóvenes idealistas», no fueron a hablarnos con la palabra, o con un libro. Seguimos disparando.
Pero justo nos tiraron una granada que se metió entre la cantina y la guardia, muy cerca de donde estaba. Voló a la mierda todo, las paredes y varios cajones de madera llenos de botellas de vidrio de Coca Cola. Algunos cajones cayeron encima mío y me quebré la pierna. Pero el combate seguía. A esa altura ya habían pasado como 3 horas y pico de tiroteo. Justo en ese momento llegó la ayuda, se empezaron a oír a un grupo de hombres cantar. Eran los del regimiento de La Tablada, que venían por la avenida Pasco.
-¿Estaba en condiciones de seguir peleando?
-No, ya no. En un momento, los guerrilleros empezaron a replegarse. Pero el combate continuó, porque los pibes fueron a buscarlos. Cuando se liberó el área de la cantina, un sargento primero de La Tablada nos dijo que saliéramos. Pensó que éramos subversivos, pero Saravia se identificó y rápidamente nos dieron asistencia. Yo tenía la pierna quebrada pero no me daba cuenta. Hasta que intenté moverme: no podía caminar. Me llevaron a la comandancia. Después a algunos nos subieron a un helicóptero que nos trasladó al hospital aeronáutico. Allá me hicieron las primeras curaciones.
-¿Pudo comunicarse con su familia?
-No, para nada. Al otro día, mi viejo fue al regimiento a preguntar por mí. El 23 se había ido a dormir sin saber lo que había pasado. El guardia lo vio y cruzó los brazos de un lado para el otro, le hizo la seña de que yo no estaba ahí. Y mi papá se volvió a mi casa pensando que me habían matado. Recién unas horas después le informaron que yo estaba en el hospital.
-¿Cuánto tiempo permaneció internado?
-Un mes, porque estaba enyesado hasta la rodilla. Cuando me dieron el alta en el hospital, fui al batallón a que me dieran la baja. Vieron que estaba rengueando y me dieron un bastón. Luego me fui.
-¿Mató durante el enfrentamiento?
-Sí, maté. No me gusta hablar de eso… Pero si me lo preguntás, sí. Sí, maté. Uno no está preparado para eso. Ni para morir ni para matar. Pero no iba a dejar que me mataran. Llega un momento en el que uno prioriza su vida.
Un baño de sangre
Para el Ejército Revolucionario del Pueblo, la derrota en Monte Chingolo constituyó un golpe letal. Perdió a muchos combatientes: 62 guerrilleros murieron y 30 resultaron heridos. Mientras que en el Ejército y las fuerzas de seguridad tuvieron siete bajas: 2 oficiales, 1 suboficial, 1 marinero y 3 soldados conscriptos (Roberto Caballero, Manuel Benito Ruffolo y Raúl Fernando Sessa).
-A lo largo de los años, distintas versiones señalaron que el Ejército estaba al tanto de los planes de ataque, y que esperó a los guerrilleros para abatirlos en el cuartel. ¿Cree que es cierto eso?
-Nosotros, los soldados, no sabíamos nada. Y creo que los suboficiales y los oficiales de menor rango, tampoco. La mitad de la compañía de seguridad estaba de franco. Si hubiésemos tenido indicios, ¿los hubiesen dejado ir? Es mentira que el Ejército estuviera preparado. Y es mentira que hubiese soldados del Ejército esperando, camuflados, detrás de las plantas. Lo único que había de diferente en el regimiento ese día fue que habían cavado una zanja detrás de las torres de transmisiones. Fuera de eso, el día había sido normal, como cualquiera. Todo lo que se dijo es mentira.
-¿Qué más se dijo?
-Que había gente de otros batallones esperando adentro, a modo de refuerzo, como si estuviéramos listos para lo que iba a pasar. Mentira. Y también desmiento que el coronel Eduardo Abud estuviera esperando arriba de una torre tanque con una ametralladora. Abud estaba lejos del lugar en el que entraron con el camión y los autos. Son mentiras que inventaron esos impresentables para quedar como víctimas, cuando fueron ellos los que fueron allí a matarnos, dicho sea de paso, en un gobierno constitucional y democrático.
-¿Cómo siguió su vida después de aquel día?
-Cuando me empezó a caer la ficha, hubo días en los que empezaba a sentir el tableteo de la ametralladora en la cabeza y me ponía en posición para tirar. Tenía pesadillas, estrés postraumático. Mi vida era mala. Yo estaba mal, estaba agresivo, decaído, pensaba mucho en Jorge Bufalari, una persona tan dulce, y en cómo lo habían herido… Por suerte no murió. Y me peleé con la chica con la que estaba saliendo, porque pensé que ella no merecía verme así.
-¿Se vio, en los años siguientes, con los otros conscriptos con los que compartió en ese batallón?
-No tanto. Hubo muchos que quedaron mal… Había uno que vivía en Mar del Plata y al que quise visitar, que se ponía mal si me veía, por los recuerdos que le traía hablar de eso. Un día su mamá me pidió que no lo visitara más. Y por supuesto que respeté ese pedido.
-¿Pudo cicatrizar la herida emocional?
-El tiempo curó algo, pero cada vez que se acerca la Navidad me angustio un poco.
-¿Hay algo que pueda ayudar a que usted y los otros soldados puedan convivir mejor con este recuerdo?
-Sí, con algunos conscriptos pedimos que nos permitan entrar al lugar en el que estaba el regimiento. Hoy el predio forma parte de un polo industrial. Muchas veces contactamos al polo, la última fue hace dos meses. Pedimos que nos dejen poner una garita en una esquina, a modo de homenaje, o una placa. Pero no lo conseguimos.
******
Lo que no se debe olvidar es que el ataque guerrillero ocurrió durante un gobierno constitucional. La vicepresidente, elegida en las urnas, era María Estela Martínez de Perón. Recién tres meses después llegó el golpe militar y fue para combatir y eliminar a los marxistas, ya que el gobierno de la viuda de Perón era una inoperante e inservible. Unos meses más adelante, en julio de 1976, Mario Roberto Santucho y el número dos de la organización, Benito Urteaga, fueron eliminados en Villa Martelli. El cuerpo de Santucho nunca fue localizado.
El 27 de diciembre de 1975 el Buró Político del PRT determinó que fue un gravísimo error lanzar la operación en conocimiento de indicios de que el enemigo pudiera estar alertado. Se subestimó al enemigo y además había déficits de tipo militar en el ERP. Era necesario incrementar el nivel de formación militar de los milicianos del ERP. Sin embargo, Mario Roberto Santucho, calificó a la acción como «derrota militar, pero triunfo político». El ex guerrillero De Santis considera que no se trató de un triunfo político porque el ataque incrementó el reflujo político que se percibía ese año.
El resultado de la batalla desalentó y desanimó a las masas. Luis Mattini, el sucesor de Mario Roberto Santucho a partir de julio de 1976, en su libro «Hombres y mujeres del PRT-ERP» escribió que la consigna «una derrota militar y un triunfo político» era inentendible.
Con los años, el cuartel se reconvirtió en un parque industrial privado, y pocos saben que fue escenario de una época trágica de nuestra historia, tiempo en que uno delirantes marxistas querían incorporar a la Argentina al proletariado internacional. Con los años la izquierda en el poder nos llevaría a la miseria socialista, por suerte, hoy fueron desalojados del poder.
18 de abril de 2024.