Cuadernos de Eutaxia. —37
AJUSTE DE CUENTAS EN TRELEW
El Capitán Luis Sosa, al momento de su detención y en la base Almirante Zar.
Cuando los guerrilleros izquierdistas secuestraron el avión de Austral, mantuvieron a los pasajeros como rehenes, ya que los necesitaban para evitar algún ataque de un caza de la Fuerza Aérea Argentina que despegara de la base de Villa Reynolds, San Luis, o de la Brigada Aérea de El Plumerillo, en Mendoza, antes de cruzar la Cordillera de los Andes rumbo a Chile. Mientras tanto, las unidades de la Marina rodearon en muy poco tiempo la cárcel de Rawson y se movilizaron tropas de Gendarmería y del Ejército hacia Rawson.
No olvidemos que los guerrilleros tenían cautivos a los guardias en los calabozos, tenían en su poder un arsenal y organizaron la defensa militar en el lugar. Mientras que en el aeropuerto de Trelew, cuando vieron que el avión de Austral se alejaba rumbo a Chile, los diecinueve fugados recuperaron un bolso con armas del taxi, hicieron rehenes a los choferes de los taxis y tomaron la torre de control, como antes lo había hecho el comité de fuga. Se quedaron en el aeropuerto a la espera del siguiente vuelo de Aerolíneas Argentinas, era una alternativa prevista por si había cambio de planes.
Al acercarse a Trelew el piloto del Boeing de Aerolíneas, pidió autorización para aterrizar. Desde la torre de control le avisaron que la pista disponible era la 26. En ese momento, se produjo una irrupción en la comunicación entre la torre y la cabina del Boeing. Esta provenía de la base naval: «Atención, Aerolíneas, no descienda, que el aeropuerto está tomado por fuerzas subversivas». Sin embargo, al operador de la torre de control, los subversivos le colocaron un fusil sobre su cabeza, y se vio forzado a decir que habían tenido un contratiempo pero que todo ya había superado.
Pero nuevamente indicaron desde la base: «Negativo, Aerolíneas. Le repito que el aeropuerto está tomado por fuerzas subversivas, no aterrice, no aterrice». El operador de la torre le indicó al comandante del Boeing que si no aterrizaba lo iban a matar. Pero no hubo más comunicación. El Boeing retomó altura. El operador esperó oír un disparo que no se realizó. Los fugados del penal de Rawson estaban casi sin escape. Una avioneta que aterrizó en el aeropuerto creó expectativas, pero era muy pequeña y no era apta para vuelos nocturnos.
Al verse rodeados, estuvieron negociando por horas, en una llamada telefónica los guerrilleros dijeron que estaban dispuestos a entregarse en presencia de un juez, un médico y la prensa. Cumplido el pedido, a las 21:00 horas, tres guerrilleros dieron una rueda de prensa y se entregaron. Aunque les habían garantizado que los llevarían a una comisaría o al penal, el capitán Luis Sosa ordenó su traslado a la base Almirante Zar. El miércoles 16 a la madrugada las tropas del gobierno habían retomado el control del penal de Rawson. Los presos fueron encerrados en sus celdas. En la base naval, los 19 prisioneros fueron encerrados en calabozos.
Una semana después los guerrilleros fueron ametrallados, 16 de ellos murieron y tres sobrevivieron. Los fallecidos fueron: Alejandro Ulla (ERP), Alfredo Kohan (FAR), Ana Maria Villareal de Santucho (PRT-ERP), Carlos Alberto del Rey (PRT-ERP), Carlos Astudillo (FAR), Clarisa Lea Place (PRT-ERP), Eduardo Capello (PRT-ERP), Humberto Suárez (PRT-ERP), Humberto Toschi (PRT-ERP), José Ricardo Mena (PRT-ERP), María Angelica Sabelli (FAR), Mariano Pujadas (Montoneros), Mario Emilio Delfino (PRT-ERP), Miguel Ángel Polti (PRT-ERP), Rubén Pedro Bonnet (PRT-ERP) y Susana Lesgart (Montoneros). Lograron sobrevivir Alberto Miguel Camps (FAR), María Antonia Berger (FAR) y Ricardo René Haidar (Montoneros). Una lástima que quedaran vivos.
En los años posteriores a este suceso, las izquierdas entonaron consignas como: «la sangre derramada no será negociada», eso fue hasta que apareció el estado socialista y le dieron la pasta, los billetes, a estos buenos para nada que intentaron llevar al país a la órbita soviética, es decir, al fracaso y a la ruina. El 15 de octubre de 2012, en el Tribunal Federal de Comodoro Rivadavia, los jueces serviles a gobiernos izquierdistas, condenaron a prisión perpetua a Emilio Del Real, Luis Sosa y Carlos Marandino como autores de la masacre, aplicándole la calificación de «crimen de lesa humanidad».
Cuando el jefe de la Infantería de Marina, capitán Luis Sosa, tomó a los guerrilleros, estos dijeron ante los medios:
«Todas las organizaciones que están aquí, Montoneros, FAR, ERP, somos hijas de las movilizaciones del ‘69, somos entonces parte del pueblo. Toda la gente que está aquí es parte del pueblo, es nuestro deber, es nuestra obligación, velar por su seguridad. Tenemos ejemplos claros (de la razón por la que optamos por la violencia): el aumento de la luz, cualquier hecho en el pueblo, en el proletariado, en las distintas clases sociales partes del pueblo… cualquier manifestación por más pacífica, de cualquier tipo, genera una represión violenta y la muerte de obreros, de gente del pueblo. Y eso por pedir por la luz, por cualquier cosa. Nosotros hemos entendido que la única forma de combatir a la dictadura militar, de combatir al capitalismo, es organizándonos, creando una fuerza militar que derrote a la fuerza militar del enemigo. Si hay elecciones y si estas son lo suficientemente limpias como para poder participar, el pueblo va a participar; el pueblo tiene suficiente conciencia para discernir eso. Hasta este momento, las elecciones son sucias, tramposas, restringen. Entonces, nuestra obligación es estar junto al pueblo porque somos parte del pueblo. Si hay elecciones limpias, el pueblo participará y nosotros también lo haremos. Pero esta no es la situación. Ni podemos pensar, ni nos podemos poner a hablar de eso».
Estas fueron las ultimas estupideces dichas en vida, por el marxista Rubén Pedro Bonnet del PRT-ERP. En la noche del 15 de agosto de 1972, el capitán Luis Sosa le informó al juez que el presidente Agustín Lanusse había dictado el «estado de emergencia nacional» y que la autoridad ya no era del juez sino de las fuerzas de seguridad, que habían asumido el control de la zona. Las fuerzas quedaban al mando del V Cuerpo del Ejército, a cargo del general Eduardo Betti. El juez, el médico, el abogado y los periodistas fueron obligados a descender en la puerta de la base aeronaval y no ingresaron. A la medianoche, los guerrilleros entraron en los calabozos individuales de la base naval Almirante Zar.
El 16 de agosto de 1972, a las 08:00 horas, los presos entregaron el penal de Rawson a las fuerzas militares. Los bombos, las guitarras y los panfletos fueron a la hoguera. Mas de dos mil uniformados rastrillaron Puerto Madryn, Trelew y Rawson, revisando y verificando las documentaciones, se hicieron detenciones de personas y de vehículos, se allanaron algunas casas.
El abogado radical Abel Amaya, un hombre de izquierda, que participó en calidad de testigo y garante de la rendición de los guerrilleros, fue detenido, y una bomba estalló en su estudio jurídico. Los familiares que llegaban a la comisaría de Rawson, para informarse sobre los guerrilleros presos iban al calabozo. Las gestiones de abogados y del propio juez Godoy para visitar a los detenidos de la base aeronaval fueron rechazadas.
El único civil que ingresó fue el juez de la Cámara Federal Jorge Quiroga, el 21 de agosto. Realizó una ronda de reconocimiento de los detenidos para identificar a los autores de la muerte del guardiacárcel, Juan Gregorio Valenzuela, es decir, María Villareal, ex pareja de Roberto Santucho. En un primer momento los detenidos en la base aeronaval, recibieron un buen trato, este había sido correcto, de rutina, burocrático, los médicos los revisaron, les tomaron fotografías, les quitaron sus pertenencias. Pero fue aumentando las tensiones, empezaron los maltratos, había mucho odio en la sociedad, la Argentina estaba sumida en una guerra.
El lunes 21 de agosto el presidente chileno, el comunista Salvador Allende, denegó la extradición a la Argentina de los guerrilleros prófugos, estos eran diez, y los autorizó a viajar a Cuba. Cuando se supo esta decisión, la Junta de comandantes realizó una reunión de urgencia con los altos mandos de las Fuerzas Armadas, el ministro del Interior, Arturo Mor Roig, y Hermes Quijada, jefe del Estado Mayor de la Armada. La reunión duro varias horas. En esa reunión se habría tomado la decisión de pasar por las armas a los detenidos de la base aeronaval de Trelew.
El día 21 de agosto, a las 18:00 horas, el comandante de la «zona de emergencia», general Eduardo Betti, difundió el siguiente bando militar: «El que incurra en actitudes que perturben la normal convivencia, el orden y la tranquilidad publica será reprimido con la sanción de arresto, salvo que el hecho constituya una infracción más grave, en cuyo caso será juzgado según corresponda. La sanción de arresto será aplicada por orden irrecurrible y se cumplirá en el lugar que se determine, conforme con las disposiciones del caso para esta zona de emergencia».
Ese mismo día llegaron a Rawson, ciento cuarenta soldados de Gendarmería Nacional, para reforzar la vigilancia del penal. Tomaron posición en los extremos de cada pabellón y patrullaron el patio exterior y las salidas, en prevención de posibles alteraciones en la cárcel. El martes 22 de agosto, a las tres y media de la madrugada, los guerrilleros detenidos en la base Almirante Zar fueron despertados a los gritos. Les ordenaron formar en fila, cada uno al lado de su celda, y fueron ejecutados, según versiones de los perdedores, los izquierdistas.
«El día de la masacre, a la mañana, fui a declarar al juzgado federal de Rawson. Y me pusieron contra la pared, con la mano atrás, en la puerta del despacho del juez. Dos o tres horas con un perro de policía al lado que no me dejaba mover. Llegó el juez Quiroga y dijo: “Hubo un intento de fuga en la base”. Yo le dije: “No, los mataron. ¿Cómo se van a querer fugar esposados como estaban ahí?”. A mí me lo habían dicho esa mañana los “comunes” en la comisaría tercera, tenían una radio. Me negué a declarar y me mandó a la cárcel, que quedaba a tres cuadras desde el juzgado. Y pusieron un infante de marina para custodiarme cada cinco metros, haciéndome el camino. Yo esposado, como un condenado, iba con un arma en el cuello. Y le dije: “Se te puede escapar un tiro…”. “No se va a perder nada” (cuánta razón). Entré al penal, me metieron en un calabozo de aislamiento y a los tres días me llevaron a la celda del pabellón. Empecé a saludar a los compañeros y ahí encontré a Lewinger y a González Langarica», recordó el guerrillero Jorge Luis Marcos.
Jorge Lewinger, después de la fuga del penal tomó la ruta provincial 11 con la intención de cruzar la meseta patagónica y llegar a Bariloche. En un desvío de tierra, un charco congelado le arruinó el carburador de la camioneta. No pudo volver a encender el vehículo. Por la noche encontró reparo en un puesto de campo y caminó hasta Gan Gan en busca de un colectivo que lo llevara a Bariloche. Fue a una tienda para comprar un pantalón y a la salida un policía lo apuntó con una ametralladora y lo detuvo.
González Langarica fue detenido en una chacra del valle de Rio Negro. Lo subieron a un helicóptero y fue trasladado al penal de Rawson. El 24 de agosto de 1973, el marxista dirigente sindical, Agustín Tosco, contaría al diario El Mundo:
«En la mañana del 22 de agosto nos requisaron en forma muy dura y nos propinaron golpes de puño a varios además de hacernos correr desnudos desde el baño hasta cada una de las celdas. Habíamos gritado y protestado con toda nuestra fuerza. A las once aproximadamente se corrió, por el lenguaje mudo de la mano que usábamos en el penal, la noticia de que tres compañeros habían sido asesinados en la base naval de Trelew. A medida que lográbamos noticias, el número de muertos iba aumentando. Todos estábamos encaramados y tomados de los barrotes cruzados de la ventana de la celda. Había rostros enmudecidos. Otros lloraban con profundo dolor y rabia. A la noche se preparó un homenaje simultaneo en los seis pabellones ocupados por los presos políticos y sociales. Espontáneamente, cada uno relataba aspectos de la vida, las convicciones de los caídos, hasta completarlos a todos. Luego a mí se me concedió un honor proletario, como obrero, de hablar para despedir en el sentido físico a los diecinueve compañeros (para nosotros eran diecinueve). Tuve ese honor y grité que esa sangre iba a ser vengada por nuestro pueblo, que íbamos a seguir adelante, se gritó el nombre de cada uno y cada vez se respondía en forma vibrante y unánime, a voz en cuello: ¡Presente! ¡Hasta la victoria siempre!».
Y, ¿qué quería el marxista Tosco, que llore? Estos tipos fueron tontos hasta el último día, querían vencer al capitalismo y fueron derrotados. Cada uno de estos, Tosco, y los demás guerrilleros marxistas fueron los perdedores de la Historia. Fueron responsables de que una ideología equivocada, perversa, empobrecedora, criminal, que se cargara con la libertad y la vida de más de cien millones de personas en el mundo. Y quienes lo niegan, son marxistas resentidos, me la suda lo que piensen, estos guerrilleros fueron los que querían imponer el marxismo porque se le ocurrió a su real o proletaria gana.
Durante la madrugada del 22 de agosto de 1972, la dictadura anticipó un hecho de sangre en la base aeronaval. El primer cable de la agencia estatal Télam informó que «los extremistas» se habían apoderado de armas y ocuparon el despacho del capitán Luis Sosa, la respuesta militar había provocado trece muertos y siete heridos. En forma inmediata se pidió a los abonados de la agencia que se anulara ese cable y se emitió otro que informaba que «quince extremistas ocuparon hoy», pero volvió anularse y se comenzó a transmitir uno más que indicaba: «Durante un fallido intento de fuga, quince delincuentes subversivos…». este también fue anulado.
El 22 de agosto, el general Eduardo Betti, a cargo de la «zona de emergencia», explicó que Mariano Pujadas le había arrebatado el arma a un jefe de turno durante un recorrido de control por las celdas y había intentado huir con el militar como escudo humano. Tras él se había abalanzado el resto de los prisioneros hacia la salida, acción que desencadenó los disparos de los guardias. El 24 de agosto, un oficial de la «zona de emergencia», el mayor Laroca, informó que los hechos se sucedieron durante una inspección de rutina, cuando los detenidos estaban formados en una sola hilera, y Mariano Pujadas le arrebató el arma al capitán Luis Sosa.
Es ahí cuando los guardias comenzaron a dispararles. Y los detenidos, «en vez de desplegarse o tirarse hacia el suelo, avanzaban hacia los militares que disparaban sus armas. Así fueron cayendo unos sobre otros, formando prácticamente una pila». Las versiones que se dieron desde las fuerzas armadas para tratar de explicar lo sucedido en la base naval, fueron mentiras, consecuentes por no haber sabido enfrentar a la subversión marxista con la ley aplicando la pena de muerte y otras penas correspondientes. Pero prefirieron actuar por izquierda como los guerrilleros marxistas.
El 25 de agosto, la Junta de Comandantes, decidió ofrecer la versión oficial. Por decisión del presidente Lanusse, su vocero fue el contralmirante Hermes Quijada, jefe del Estado Mayor Conjunto. Quijada se dirigió al país por radio y televisión. El informe de Hermes Quijada, dijo que, cuando los detenidos estaban formados en hilera, Pujadas tomó del cuello al jefe de turno que recorría el pasillo, le quitó el arma, tiró dos tiros que no dieron en el blanco, pero fueron muy próximos a los guardias, y fue repelido junto al resto de los detenidos por acción de las armas.
Los familiares de los guerrilleros eliminados intentaron realizar un velatorio colectivo, pero el gobierno impidió ese acto político propagandístico, el gobierno indicó que los cadáveres serían entregados en el domicilio legal asentado en sus documentos. El delegado de Juan Domingo Perón, el izquierdista Héctor Cámpora, el Partido Justicialista dio su sede ubicada en la avenida La Plata para despedir los restos de María Angélica Sabelli, Eduardo Capello y Ana María Villarreal de Santucho.
Ana María Villareal, entonces ex de Santucho, y la que remató en el piso a Gregorio Valenzuela, el guardiacárcel, no era peronista, no era de la izquierda nacional o socialismo nacional, sino de la izquierda internacionalista, no de la izquierda nazi o de la mussoliniana sino la marxista. El gobierno no quería publicidad izquierdista, ni homenajes, actos, ni procesiones. Ordenaron el retiro los cadáveres y dieron un ultimátum de una hora, y de nada valieron los amparos judiciales ni las razones humanitarias.
El I Cuerpo de Ejército ordenó el retiro de los cadáveres, y el comisario Alberto Villar, adjunto a la jefatura de la Policía Federal, cercó veinte manzanas del barrio con la brigada antiguerrillera e irrumpió en el lugar con ciento veinte policías en motocicleta, patrulleros, dando inicio al cumplimiento de la orden, en tanto, los izquierdistas que se reunieron en las inmediaciones cantaban el himno nacional, lo lógico era que estos apátridas cantaran la Internacional. Luego de dos horas, el comisario Villar logró su objetivo: llevarse los cadáveres de los fusilados para ser enterrados en los cementerios de Boulogne y Chacarita.
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El capitán de fragata Luis Emilio Sosa, falleció en la Capital Federal a la edad de 81 años. Sosa había sido condenado a prisión perpetua por los 16 fusilamientos del 22 de agosto de 1972, en los calabozos de la Base Aeronaval Almirante Zar. La muerte de Sosa sucede a días del fallecimiento de otro de los condenados por el caso, Emilio Del Real, el único que sobrevive es el cabo Carlos Marandino, con prisión domiciliaria en Paraná, Entre Ríos. Luis Sosa había sido detenido en febrero de 2008 en una mueblería de Capital Federal, para luego ser trasladado a Rawson.
Luis Sosa sostuvo ante el juez Hugo Sastre, la versión oficial de la fuga, pero en el juicio en el Cine Teatro «José Hernández» guardó silencio. En la segunda audiencia se leyó lo que ya le había contado a Sastre, mostrándose como un militar disciplinado pero que se definía conciliador y sin rencores. El capitán Luis Sosa aseguraba que todo lo que se dijo tras esa noche «me afectó muchísimo» pero que «en ningún momento reconocí la culpabilidad». Sabía que el expediente lo colocaba como el líder del grupo de fusiladores.
«Voy a pecar de inmodesto porque no me creen: lo triste es que todo marino, sin excepción, me tiene como un individuo decidido, un héroe. Y yo no quiero ser héroe; fue una cosa que no tuvo nada que ver con eso. Si me dijeran que di la orden, vaya y pase, pero yo no di ninguna orden». Según Luis Sosa era la 01:00 y miraba televisión en su camarote de la Base cuando el teniente Roberto Bravo le avisó que «esta gente se está portando muy mal», en referencia a los presos. «Interpreté que la situación estaba muy tensa, pero creí que no tenían ningún resentimiento por su entrega en el Aeropuerto».
Ante la justicia, el marino insistió con que recorrió los calabozos para tranquilizar los ánimos de los militantes, que no paraban de quejarse. Pasó por el medio de la fila, ida y vuelta, rozándoles los hombros en el pasillo estrecho y cara a cara para «darles una perorata» que los calmara.
De repente Mariano Pujadas lo golpeó de espaldas y le sacó el arma reglamentaria. «Sentí que me levantaban de atrás con un movimiento imprevisto y caí boca arriba. Él era cinturón negro y quedé totalmente conmocionado», alegó. Del Real y Bravo –que formó en fila a los presos antes de llamar a Sosa- abrieron fuego para contener el posible desbande y fuga. «Vi cuatro bocas de disparos muy intensos en apenas tres metros, pero no di ninguna orden ni de abrir ni de cerrar el fuego».
Alguien gritó que Luis Sosa estaba herido. Pero no sintió el típico ardor de un balazo. «Luego me informaron que me habían intentado sacar el arma». Luis Sosa se presentó como «un militar precavido» que esa noche sólo intentó «enfriar los ánimos». Y que no caminó entre los presos para provocarlos. «Quería estar cerca para convencerlos de que no hicieran nada y cuando llegué ya estaban alineados en el pasillo». No dudó antes de hacer ese paseo arriesgado en un pasillo de apenas un metro de ancho porque «no me pareció imprudente». Pero admitió que el personal de la Armada no está educado para cuidar presos.
El capitán tenía entonces 37 años y llevaba 21 como marino. «Mi prioridad era templar los ánimos y solucionar el problema de los presos, que no estuviesen en mala situación en ese turno de la guardia». El juez Sastre le preguntó qué opinaba de Montoneros y otros grupos revolucionarios: «No hago distinciones de ideologías porque eran bastante comprensivos y siempre colaboraron en todo». Tampoco especuló acerca de qué habría sucedido si los detenidos se fugaban. «No lo puedo prever porque, aunque las medidas de seguridad estaban bastante bien tomadas, siempre hay huecos».
El capitán Sosa no recordó cuándo dejó la Base Zar. Sí que en noviembre del ´72 ya estaba en Puerto Belgrano. «Mi estado anímico era terrible». Tampoco contestó sobre su huida del país y la protección de la Armada. Enrique Guanziroli, Pedro de Diego y Nora Cabrera de Monella, del Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia, no les importó la versión oficial ya lo tenían decidido desde el mismo momento al reabrir la causa, y lo condenaron. Era la revancha del izquierdismo, de aquellos que escriben la historia, aunque sean los perdedores de la historia.
Luis Sosa, con cáncer y al cuidado de su esposa Estela González, nunca estuvo en cárcel común. La promoción 80 de la Escuela Naval Militar despidió a Sosa como «un digno camarada» que «falleció en cautiverio».
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La izquierda marxista quedó muy golpeada luego de lo de Trelew y Rawson, y como buenos resentidos (los izquierdistas son por naturaleza resentidos) realizaron operaciones criminales como represalia por la muerte de los guerrilleros presos en la Base Aeronaval, Almirante Zar. Estas acciones incluyeron el asesinato de tres militares y cinco policías argentinos, un político retirado y, al parecer, un ejecutivo.
Los guerrilleros subversivos, se engañaban con consignas futboleras, como: «la sangre derramada no será negociada» que seguirían en la lucha «hasta la victoria final» y que «la unidad de los revolucionarios, sellada con sangre en Trelew» sería el legado a conservar por las organizaciones armadas de izquierda. La primera se acabó con el dinerito del estado al cual querían acabar. La unidad se terminó cuando llegó la hora de la dispersión en la derrota, y eso de la victoria final, fue un cuento chino, ya que fueron derrotados por la policía y los militares, y su ideología quedó fuera de la Historia, derrotada por el capitalismo y las sociedades libres.
Los militantes de Montoneros pertenecientes a los pelotones Mariano Pujadas y Susana Lesgart, mataron al coronel Héctor Alberto Iribarren, jefe de inteligencia del III Cuerpo de Ejército. El 30 de abril de 1973, guerrilleros del ERP asesinaron al vicealmirante Hermes Quijada, exjefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, reputado como uno de los responsables de la masacre. Víctor José Fernández Palmeiro, uno de los atacantes, fue mortalmente herido durante el hecho por el conductor del vehículo de Quijada.
El 15 de julio de 1974, integrantes de Montoneros asesinaron al ex ministro del Interior Arturo Mor Roig. El contraalmirante Horacio Mayorga afirmaría que él también fue el blanco de los guerrilleros durante de este periodo: «Intentaron secuestrar a mi hija, ellos fueron a buscarla en la escuela. Ellos dispararon contra las guardias al frente de mi casa, y me hicieron saber en Puerto Belgrano que un guerrillero del ERP había hecho amistad con mi empleada doméstica en la clase de Biblia en la iglesia justo al lado con el fin de colocar una bomba, tal como le había pasado a Cardozo».
Para el segundo aniversario, guerrilleros del ERP atacaron una estación de policía en Virreyes, provincia de Buenos Aires, e hirieron gravemente a un policía. Ese mismo día una docena de bombas fueron detonadas en Córdoba y La Plata. En la víspera del tercer aniversario, más de 200 guerrilleros liderados por Enrique Gorriaran Merlo, atacan el 20 de agosto a la jefatura de la Policía de Córdoba, en represalia por lo de Trelew, matando a cinco policías, el sargento Juan Carlos Román, cabo Rosario del Carmen Moyano y los agentes Luis Rodolfo López, Jorge Natividad Luna y Juan Antonio Diaz, hiriendo a cuatro.
El pelotón montonero Arturo Lewinger, el 22 de agosto de 1975, hizo explotar una carga explosiva adentro de la sala de motores del destructor ARA Santísima Trinidad, el casco fue dañado de manera considerable, retrasando su terminación. El 25 de agosto de 1976, Montoneros asesinan en Córdoba al ejecutivo de la empresa FIAT Carlos Berconetti. En el cuarto aniversario, dos autobuses llenos de militantes atacan una estación de policía en el suburbio de Florencia Varela, provincia de Buenos Aires, y en otros lugares, militantes hacen explotar 10 bombas en las esquinas de calles y estaciones de metro, hiriendo a tres personas.
La etapa que menos ha tenido investigación histórica o política, fue entre 1973 y 1976, la anterior al gobierno militar, periodo en que se desarrolla el auge de los movimientos guerrilleros marxistas en Argentina, y también los grupos paramilitares en reacción al izquierdismo. El periodista Ceferino Reato, dijo que quiso indagar en especial sobre la ciudad de Córdoba y las juventudes militantes de los ’70 y de las primeras prácticas militares.
«Yo partí de una hipótesis. Me parecía que comprender la tragedia de los ’70 es muy difícil. Tiene una magnitud considerable, es profunda, son heridas que no cierran. Cómo encontrar un lugar o una imagen que resumiera toda esa tragedia nacional y la hiciera más comprensible y más accesible para los que no vivieron esa época. Y encontré un lugar: Córdoba».
«Córdoba es la síntesis perfecta de lo que ocurrió en los ’70 a nivel nacional, porque en Córdoba están todos los ingredientes de aquella época. Por ejemplo, en primer lugar, una clase obrera, que era la más moderna y dinámica de su tiempo, que era la clase obrera formada, fraguada en la industria automotriz (principalmente en Fiat e IKA-Renault), que estaba aliada con el estudiantado. Y todos sabemos del prestigio de la Universidad Nacional de Córdoba», dijo Reato, y sobre los refrentes de esas organizaciones, mencionó: «Esa clase obrera había generado liderazgos singulares e importantísimos, como Elpidio Torres, en Mecánicos, también Agustín Tosco, en Luz y Fuerza, Atilio López, en Colectiveros. Algunos de ellos eran peronistas, pero muy autónomos respecto del peronismo y de la CGT a nivel nacional. Entonces la CGT regional Córdoba siempre fue rebelde, siempre fue autónoma. Y estaba aliada con los estudiantes».
«También el ERP, que era la guerrilla más guevarista tenía una fuerte presencia en las fábricas y en el estudiantado. A punto que Santucho, que era el número 1 del ERP y su bureau, vivieron durante muchos meses en Córdoba. También los Montoneros vivieron en Córdoba después de pasar a la clandestinidad cuando murió Juan Perón en el ’74». «Porque en ese período ocurren cosas importantísimas. Caen apresados jefes importantes de Montoneros, entre ellos Osatinsky y Mendizábal, que eran dos de los ocho miembros de la cúpula nacional de Montoneros. Vivían en Córdoba porque querían estar cerca de la clase obrera de la cual se postulaban como la vanguardia armada. Ellos sabían, como las guerrillas del ERP, que esa era la clase obrera que iban a hacer la revolución socialista. Por eso Montoneros con Firmenich a la cabeza se va a vivir a Córdoba», explicó Ceferino Reato.
«Ahora, el 7 de agosto, la Policía allana una casa operativa de Montoneros, y ahí captura a los jefes en el noroeste del país, en Cuyo, y también caen Mendizábal y Osatinsky. A partir de ahí se sucede una serie de episodios, que vuelve a resumir los ’70 porque hay un ataque del ERP encabezado por el jefe militar en Córdoba que era Enrique Gorriarán Merlo, con más de 200 guerrilleros a la jefatura de la Policía de Córdoba, que estaba en el Cabildo, frente a la plaza principal de la ciudad». «Hay más de 200 guerrilleros que atacan a la Policía cordobesa en cuatro puntos. Mueren cinco policías, muere un guerrillero».
«Al día siguiente, la Policía en represalia mata a Osatinsky que había sido capturado. Después roban el cadáver de Osatinsky. Luego sucede que Montoneros fusila a la persona que le había dado a la Policía los datos para allanar aquella casa en la cual estaban reunidos los jefes locales. Y este señor que se llamaba Fernando Rubén Haymal, ahora es una de las personas que figuran en los listados de víctimas de terrorismo de Estado como si hubiera sido muerto por un comando de derecha, cuando fue fusilado por Montoneros por traición y delación», explicó Reato.
Los grupos paramilitares también comenzaron su accionar en esos años y no solo se trataba de la Triple A. «Además, está la creación con el general Menéndez ya como jefe del tercer cuerpo del Ejército de un grupo paramilitar Comando Libertadores de América que ensaya las tácticas represivas que después la dictadura, a partir del golpe del 76, va a masificar en todo el país. Por eso defino a esta época como el ‘laboratorio de la dictadura’».
«El período de los años peronistas previo a la dictadura, es como capítulo arrancado de los libros de historia. Nadie ha investigado demasiado sobre el período 73-76 donde se sucedieron cuatro gobiernos peronistas». «Creo que el kirchnerismo no quiere que se investiguen y no motiva esas investigaciones porque el kirchnerismo está muy contento con la imagen de jóvenes idealistas, puristas, de los cuales ellos se consideran como los genuinos y virtuosos herederos y no quieren que haya publicaciones que demuestren que esos jóvenes no eran tan puros ni tan buenos y además no defendían los derechos humanos ni la democracia», prosiguió.
«Por el otro lado, en la oposición, el peronismo que no es K, no quiere que se hable de lo que pasó especialmente durante el gobierno de Isabel Perón. Porque vemos en mi libro que, en Córdoba, en los últimos seis meses del Gobierno de Isabelita, hubo 69 desaparecidos, es decir, 69 personas que fueron secuestradas o detenidas y que todavía no han aparecido. Siguen desaparecidos. Y ha habido muchas muertes», en «En 1975, en todo el país, hubo 1065 muertes por razones políticas».
En la década del setenta, la Argentina, se encontraba en medio de una de las mayores violencias políticas, mientras el mundo se debatía en la dialéctica de imperios. Los grupos subversivos que estaban vinculados al marxismo soviético, vía Cuba, querían imponer un modelo empobrecedor, sin libertades individuales. En nombre del pueblo esa categoría inexistente, trataban de sumar al país en el bloque de los perdedores de la historia. Hablaban en nombre del pueblo y magnifican su violencia criminal, llamando héroes a grupúsculos criminales.
La parodia de los jueces, el cartel de la toga de la estrella roja, absolvió a Jorge Enrique Bautista del cargo de encubrimiento por el cual se lo había imputado y a Norberto Rubén Paccagnini, quien al momento de ocurrir los hechos era jefe de la Base Aérea. Los magistrados dentro de su narrativa izquierdista consideraron al episodio como un «crimen de lesa humanidad», cuando en realidad, lo único que puede llamarse crimen de lesa humanidad es el marxismo, y también el peronismo.
Poco tiempo después, con el triunfo del peronismo de izquierda internacionalista, del comunista Héctor Cámpora, tendrán su tiempo de gloria, el país se llenó de una literatura exaltando a los héroes de Trelew, y cualquier otro crimen guerrillero, por medio de numerosos folletos y artículos en diversas publicaciones se multiplicó la campaña izquierdista, la edición de libros para adoctrinar a las personas. Los aniversarios del suceso de Trelew, fueron motivo de masivos actos y movilizaciones conmemorativas impulsados por organizaciones obreras, estudiantiles, barriales y partidarias, todas de izquierda, siendo acompañadas por un aluvión de volantes, afiches, tanto en la prensa partidaria como en publicaciones de izquierda.
No cabe duda, en la Argentina hubo una guerra, y como en toda guerra suceden enfrentamientos, ejecuciones y muertes. Y como dijo la gorda Hebe de Bonafini, que felizmente está muerta, cuya única contribución fue parir a hijos guerrilleros, durante un acto marxista en la Patagonia, cuando un familiar del guardiacárcel Valenzuela, le hizo notar de su ejecución, alegremente la cerda dijo: «alguien tenía que morir». Esa sentencia guerrillera fue cumplida por unos seis mil marxistas, un número demasiado insignificante para evitar que el país cayera en el fracasado marxismo internacional.
Héctor Cámpora también caería, pero el ajuste de cuentas sería interno, de él se ocuparía el propio general Juan Domingo Perón. La crisis en el partido luego de su ruptura con la Juventud Peronista, donde anidaba la organización Montoneros, se hizo evidente tras la victoria de la fórmula Cámpora-Solano Lima. Pero la gestión del «tío» Cámpora no llegaría a los cincuenta días. En medio del desorden y la violencia, el camporismo finalizó el 13 de julio porque juan Domingo Perón llegaba al país para imponer el orden tras más de tres lustros de exilio.
En la primera semana de junio, Perón fue a la clínica del doctor Antonio Puigvert en Barcelona, «para que lo revisase y para despedirse. Aunque su aspecto no lo denotara, tenía ya ochenta años. Y no volvía a la Argentina para pasar bajo arcos triunfales entre aclamaciones y olor a multitud. Volvía para luchar […] A mí me lo explicó muy claro y en muy pocas palabras: ‘No me queda otra solución que volver allá y poner las cosas en orden. Cámpora ha abierto las cárceles y ha infiltrado a los comunistas por todas partes’». También le confesó: «Mire, Puigvert. En estos años he estudiado mucho, he revisado mucho y me he dado cuenta de los errores que cometí en mi primer período. Errores que voy a hacer lo posible de no repetir. Como yo ya tengo conciencia de lo que es gobernar, no volveré a caer en ellos».
El martes 12 de junio, Perón invitó a Armando Puente para conversar en la quinta 17 de Octubre. El periodista tenía una larga relación con el ex presidente. Era el primer periodista argentino que lo había entrevistado cuando llegó a vivir a España, en 1961, y desde ese momento cubrió periodísticamente su largo exilio en España. Armando Puente comentaría la charla con Perón:
«Perón me recibió brevemente para hacerme un par de comentarios que le interesaban. Me dijo que ‘andan diciendo que estoy enfermo… no tengo otra cosa que un pequeño resfriado’, como diciéndome ‘hable usted de que yo no estoy enfermo’. Perón nunca me ordenó nada, él se limitaba a sugerir. Además, me expresó, entre guiños y medias frases, que las cosas no andaban bien en la Argentina y ‘que estaba preocupado porque estos aventureros marxistas están entrando en el gobierno… éste es un gobierno de putos y de aventureros’». «¿Cómo digo esto?», se preguntó Puente. Se quedó helado.
Su delegado Jorge Paladino, diría lo siguiente: «Perón viene a terminar con Cámpora». Perón sentía un gran desprecio por Héctor Cámpora, ya había sentenciado su muerte política. El periodista Emilio Romero, dijo: «de Puerta de Hierro había salido Perón no ya para hacer una revolución, sino para contenerla. Perón estaba ya más cerca de la filosofía que de la política». Sobre cómo se produjo la caída de Cámpora habrá un artículo próximamente.
19 de octubre de 2024.