Cuadernos de Eutaxia —36
FUGA DEL PENAL DE RAWSON
El día 6 de julio de 1972, la conducción conjunta del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), de Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que se encontraban detenidos en el penal de Rawson (Chubut) habían tomado la decisión de escaparse del penal.
Tres meses antes, el presidente Alejandro Agustín Lanusse, había reunido en ese penal a 50 miembros de esas organizaciones guerrilleras marxistas, en el lugar, había más de 150 guerrilleros presos en la unidad 6, del Servicio Penitenciario Federal. Una cárcel de máxima seguridad, a 1.500 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, en un pequeño pueblo de 7.000 habitantes. En el lugar había un escuadrón de Gendarmería Nacional y un destacamento del Ejército con cien efectivos, muy cerca de la cárcel.
A unos 22 kilómetros de Rawson está Trelew, por entonces con 30.000 habitantes, donde está la «Base Almirante Zar» de la Armada, con una importante dotación de infantes de marina. Entre ambas ciudades está el aeropuerto, ya unos 80 kilómetros se encuentra Puerto Madryn, sobre la costa y al interior de la provincia, Gaiman, una colonia galesa de 3.000 habitantes, era la población más cercana.
En la prisión, Marcos Osatinsky de las FAR, Fernando Vaca Narvaja, de Montoneros y Mario Santucho del PRT-ERP, habían planificado tomar seis pabellones del penal. El plan consistía en reducir a los guardias y abrir las puertas. Luego, tomar por sorpresa a la guardia armada, la armería y abrir la puerta de salida. Afuera esperarían los vehículos a cargo de los miembros de FAR y ERP que los llevarían hasta el aeropuerto. En el aeropuerto estaría esperando un avión al que subirían para volar a Santiago de Chile. En ese país gobernaba el socialista Salvador Allende, que según dijeron los guerrilleros, no sabía nada del plan. Chile y Argentina, en ese entonces, tenían convenios de extradición.
Pedro Cazes Camarero, el guerrillero marxista, señaló: «En la cárcel nos mezclaron con los montos. Estudiábamos juntos marxismo e historia argentina, larguísimas discusiones. También con las FAR, que discutía su fusión con los montos. Montoneros pedía el regreso de Perón, y nosotros decíamos que no considerábamos que su regreso daría el salto cualitativo. Nosotros íbamos por el socialismo. Perón no nos parecía un obstáculo, pero nosotros seguíamos con el piñón fijo, asaltando cuarteles, cosas cada vez más grandes ¿Por qué́? Porque pensábamos que la lucha democrática antidictatorial iba a ser subsumida por la lucha por el socialismo en la revolución permanente, la ley interna de la revolución. En la práctica, lo que ocurrió fue que la lucha por el socialismo se subsumió en la lucha antidictatorial por la democracia. El fenómeno fue al revés. Nosotros fuimos subsumidos. Entonces, mientras estaban los milicos, la gente decía que estaba a favor de ‘los montoneros del ERP’, usando Montoneros como género próximo y ERP como diferencia especifica. Ésa era la realidad. Pero nosotros distábamos de tener una comprensión de todo eso. Hay que hacer un montón de concesiones a la política de alianzas. Consecuentemente, llevamos adelante el esfuerzo por ‘la libertad de los presos’, por ‘la unidad de las organizaciones guerrilleras’, esa fue la consigna propagandística permanente. Unidad con montos y FAR, que se llevó en una sola oportunidad, en la cárcel de Rawson. Las FAL (Fuerzas Argentinas de Liberación) no participaron porque no existían. Y encima, (Juan Carlos) Cibelli, un intelectual con pie plano, no veía un pomo. Daba clases de marxismo. Nosotros, para esa época, teníamos una carretilla llena de tipos que venían al pie, y daban clase de marxismo. Venían del PC».
Estos guerrilleros, como todos los demás, la cabeza no les daba para otra cosa que no fuera marxismo y así les fue, al final serían derrotados intelectual y políticamente, fueron los perdedores de la Historia.
Esperaban que en esta fuga escaparan unos 120 presos, algunos detenidos no sabían sobre la fuga. Roberto Santucho y Osatinsky le habían comunicado sobre la operación al dirigente sindical, al marxista Agustín Tosco. El dirigente sindical de Córdoba había sido una de los cabecillas del Cordobazo, pero se negó, su respuesta habría sido que él saldría como resultado de las luchas populares y no por un golpe comando. Les deseó suerte. Tosco estaba equivocado, no habría nunca luchas populares, saldrían los guerrilleros por una decisión política del peronista izquierdista Héctor Cámpora.
Con Agustín Tosco, ya habían hablado meses antes del traslado al penal de Rawson, la consulta fue sobre las posibilidades de fuga: —Che, gringo, ¿cuántos kilómetros hay del penal al aeropuerto más próximo? —había preguntado el líder del PRT-ERP, Roberto Santucho. Le respondió Tosco —Ni se te ocurra, Negro. Es imposible fugarse de ahí, ni con un submarino ruso. El gran problema como escapar o esconderse en la estepa patagónica. Pensaron en dejar escondido alimento, abrigo, agua para varias semanas, luego de relevar el terreno descartaron la idea.
«En la etapa de preparación estuve en el sur. Los Tupamaros, en ese tiempo, habían sacado la idea de las ‘tatuceras’, que eran cuevas que se hacían en la tierra. Yo recorrí caminando toda la zona, y era imposible. No había posibilidad de guardar agua, comida ni nada. Además, lo que más me preocupó, pasé una semana después y todavía estaban mis huellas marcadas. Y teníamos noticias de que estaban reforzando la seguridad en Rawson, donde no había ningún tipo de apoyo logístico. Quizá podría haber algún simpatizante de presos, pero no podías caerle con armas. Había que hacer 1.500 kilómetros, llegar al sur con camiones, armas, todo. Mi tarea original era contener a los marinos de la base naval Almirante Zar. Podía saltar algo en plena fuga, y que se informara a la base. ¿Cuál sería la orden a la policía? ‘Rodéenlos, no dejen levantar el avión, pongan algo en la pista y vamos nosotros a tomar esto.’ Con los equipos de ellos, las tanquetas, con todo. Esto es lo que iba a pasar. ¿Entonces cómo íbamos a contenerlos? Con las bombas ‘vietnamitas’ y ‘africanas’, un explosivo al medio y todo lo demás, tornillos. Íbamos a ir escondidos por el campo, en un lugar suficientemente lejano, para que la balacera no afectara al avión y suficientemente cerca como para salir corriendo y subir últimos. Éramos cinco compañeros, con FAL; con las bombas vietnamitas, íbamos a parar a los marinos ahí, en la oscuridad, con las bombas que les explotaran cuando vinieran. ¡Pum! Las teníamos listas en Buenos Aires», dijo Alejandro Ferreyra, miembro del PRT-ERP. Detenido entre el 6 de septiembre de 1973 hasta 1984.
También habían barajado la posibilidad de conseguir un avión y llevarlo a una pista clandestina improvisada, pero podrían caber pocos y rápidamente alcanzados por los aviones cazas de la Armada Argentina. La mejor opción era secuestrar un avión de línea, para tal objetivo, el ERP contaba con dos hombres experimentados para esa misión: Alejandro Ferreyra Beltrán, cordobés, y Víctor Fernández Palmeiro, de Buenos Aires. Las FAR aportaba una mujer, Ana Wiessen. El primero no estaba convencido. Víctor Fernández tampoco, pero no tenían ningún plan B para ofrecer después de dos meses de búsqueda por la Patagonia, un lugar para ocultarse.
Antes de optar por este plan habían fantaseado con cavar un pozo desde un pabellón en dirección al muro, eso implicaba hacer un túnel, quitar baldosas del piso, sacar tierra con hierros extraídos de los calentadores o de las camas. Luego de excavar unos días, el pozo empezó a desbordar de agua y fue imposible ocultarlo. En realidad, los guerrilleros se pasaron sonando, no tenían los pies sobre la tierra. Lo que cambio la situación fue la llegada de los presos políticos a Rawson.
—Para el martes 15 de agosto hay un vuelo de Austral que sale de Buenos Aires, hace escala en Comodoro Rivadavia y va a Trelew —dijo Alejandro Ferreyra en una reunión realizada en Bahía Blanca donde debían ultimar detalles. —Ese es el nuestro —confirmaron Fernández Palmeiro y Jorge Marcos, quien era el jefe militar del ERP ante la gran cantidad de miembros detenidos. Era el lunes 24 de julio. El avión era un BAC-111 con capacidad para más de 130 pasajeros y con combustible como para desviar el vuelo a Puerto Montt o incluso a Santiago de Chile.
El lunes 7 de agosto a la noche, a los tres miembros del ERP se sumaron tres de las FAR: Jorge Lewinger —el responsable operativo, que a su vez era chofer de uno de los camiones—, Carlos Goldenberg —quien manejaría el auto en el que subirían Quieto, Osatinsky, Vaca Narvaja, Santucho, Gorriarán Merlo y Menna— y Ana Wiessen, quien debía abordar el avión de Austral. La logística de transporte de la fuga estaba a cargo de Jorge Lewinger, Pablo Gonzalez Langarica y Carlos Goldenberg, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
La fuga debía cumplir tres fases, la toma del penal, el secuestro del avión aerocomercial de la compañía Austral al aterrizar en el aeropuerto de Trelew y poder trasladar a 116 presos desde la cárcel hacia el aeropuerto. Todo estaba controlado, incluyendo el automóvil que trasladarían a los seis jefes de las guerrillas armadas, y los dos camiones para el resto de los detenidos. La fuga contaba con la colaboración de un guardiacárcel, que ingresaría al menos una pistola y un uniforme militar.
Dice Pedro Cazes Camarero, militante del PRT-ERP, detenido entre el 8 de julio de 1971 y el 25 de mayo de 1973, y entre el 10 de septiembre de 1973 y el 10 de octubre de 1983. «Los camiones para la fuga fueron robados en Buenos Aires y llevados a Rawson. Fueron preparados para correr. El PRT tenía un taller muy grande de acondicionamiento de motores. La comunicación se hacía con radios que armamos nosotros. Había que traer suficientes radios portátiles, desarmarlas y armarlas, y esconderlas. No era tan sencillo. También existían las cartas y señales, un sistema para hablar con las manos, que todavía me lo acuerdo. Así nos comunicábamos con las compañeras que estaban en el pabellón de arriba».
«Carmelo Fazio (o Facio) fue uno de los tantos celadores que nos compramos. En su caso, nos entró las armas y otras cosas que no hay que revelar porque hay gente que está viva. Por los chequeos de él que hicimos por afuera, Fazio nos parecía el más apropiado y el más permeable políticamente. Hubo gente que viajó a Rawson para hacer inteligencia fuera de la cárcel durante meses. Al principio se les hablaba a través de la reja, y una vez que estaba captado, se le hablaba afuera, porque los celadores dormían en sus casas. Siempre se hacen tareas de inteligencia. Entonces, cuando te relacionás con un tipo, empezás a tener cierto rapport político. Lo primero que tenés que hacer es darle plata y no pedirle nada. Luego más plata, y después le hacés entrar paquetitos con información. Tenés una nube de tipos así. Alguno de ellos te puede servir para meter una ametralladora dentro de la cárcel. Hay que andar con mucho cuidado. Pero tarde o temprano la fuga tenés que hacerla porque no está pensada para la eternidad. En Rawson había varios celadores que aceptaron dinero, que se ofrecían, además. Algunos por guita y otros por razones de militancia, eran peronistas. Pero ese no era el problema. Nosotros teníamos plata porque entraba clandestinamente. Fazio introduce varias armas en latas de dulce de batata».
«Dormimos con Manuel en una hostería de Puerto Madryn. Ana Wiessen no sé donde durmió. Llegamos a Trelew una hora antes que aterrizara el avión. No queríamos llegar mucho tiempo antes. Dejamos el auto en el estacionamiento del aeropuerto. Un Cisitalia, un auto más o menos chico. En el baúl tenía un FAL, armas cortas y miguelitos, por precaución. No teníamos comunicación con Josecito (Lewinger), que estaba en Rawson. Probamos unos walkie-talkie, pero no daban más de dos mil o tres mil metros. El aeropuerto era muy chiquito, entonces nos quedamos afuera. Había un patio con jardín, plantas, y nos sentamos a conversar mientras esperábamos que llegaran los compañeros de Rawson y entonces tomar el aeropuerto. Estábamos a la expectativa», dice Jorge Luis Marcos, militante del PRT-ERP, detenido entre el 15 de agosto de 1972 y el 25 de mayo de 1973.
«El día anterior a la fuga fuimos del Aeroparque de Buenos Aires a Comodoro Rivadavia. Por supuesto, con pistolas. Se podía entrar con pistolas y fumar. Era todo distinto. No se revisaba. Nos alojamos en un hotel. El Gallego (Fernández Palmeiro) habló a Buenos Aires, estaba todo bien. Confirmamos que había vuelo para el día siguiente a las seis de la tarde y se lo informamos al contacto de Lewinger, ellos fueron al penal y desde lejos hicieron una señal: “Está todo bien”. El 15 de agosto tomamos el vuelo desde Comodoro, que hacía Comodoro, Trelew, Buenos Aires. Nos sentamos adelante y a los pocos minutos aterrizamos. Mi tarea era contener al pasaje cuando el Gallego fuera a la cabina. Íbamos a tomar el avión cuando viéramos a los compañeros en la pista, por contacto visual. Pero vimos que subió Anita Wiessen al avión y les planteó a las azafatas que esperaran, que tenía un problema con el equipaje, bajó y se fue. Quedó la escalerilla con la puerta abierta. Pensamos que no habrían llegado los compañeros. Con el Gallego nos quedamos tranquilos, dijimos: “Bueno, vamos a ver…”», según Alejandro Ferreyra, militante del PRT-ERP, detenido desde el 6 de septiembre de 1973 hasta 1984.
A las 13:00 horas del martes 15 de agosto, los presos de los seis pabellones formaron la fila con sus platos de aluminio para comer. A esa hora, Goldenberg y Lewinger estaban en la ciudad de Trelew junto a los otros dos choferes. Unas horas después, los cuatro estarían a pocos metros del penal, esperando la orden para entrar y sacar a los ciento veinte presos. Jorge Luis Marcos, estaba un hotel de Trelew. Su misión era presentarse a las 18:00 horas en el aeropuerto y hacer que los presos subieran el avión. Wiessen también estaba en Trelew para abordar el avión en esa escala.
Ferreyra y Fernández Palmeiro estaban en dos mesas distintas del bar del aeropuerto de Comodoro Rivadavia, esperando el momento de embarcar junto con otros sesenta y cuatro pasajeros. A las 18:10, los parlantes del aeropuerto de Comodoro Rivadavia informaron que el vuelo de Austral con destino a Buenos Aires y escala en Trelew saldría a las 18:30. En Rawson, alguien parado frente al penal había hecho una señal con el pañuelo para confirmarles a los presos que el avión había partido de Buenos Aires hacia Comodoro.
El 15 de agosto de 1972, a las 18:30 horas, un guerrillero vestido con uniforme militar llamó desde la reja a un oficial de servicio y, cuando este se acercó, le colocó un arma en el estómago. Se abrió la primera reja. Se estimaba que el avión de Austral aterrizaría en Trelew en veinte minutos, y Lewinger, en las inmediaciones, se acercaría al penal para recibir la señal y ordenar el ingreso del transporte. Luego de reducir al primer guardia, el grupo de avanzada, los seis hombres del comité de fuga encañonaron a otros guardiacárceles, entre ellos estaba el entregador Fazio, que puso sus manos en la nuca y se arrodilló.
Otros penitenciarios lo imitaron. Distintos grupos fueron atravesando pabellones y reduciendo a los custodios. En quince minutos, a las 18:45, mientras ya estaba en curso la maniobra de aterrizaje del avión de Austral en Trelew, casi setenta guardias habían sido encarcelados.
«Había tres grupos: uno que tomaba el ala izquierda, otro el ala derecha y el grupo central, de Santucho, Gorriaran, Menna, Quieto, Osatinsky y Vaca Narvaja. Cuando tomamos la cárcel, Vaca Narvaja salió a tomar el pabellón externo, de chapa, que había en el patio. Ahí se suponía que había algunos suboficiales, a los que tenía que persuadir de que era un oficial. Vaca Narvaja entró y encontró una compañía completa de cadetes del Servicio Penitenciario, con más de ochenta personas. Se ‘vendió’ como oficial. “Todo el mundo al pie de la cama. Suboficial, sargento ayudante, principal, no sé qué… que salgan a formar, dejen las armas al pie de las camas…”, y los trae marchando, “run, run, run”», según el relato de Pedro Cazes Camarero.
A las 18:22 llegó la señal y a las 18:30 empezó la toma del penal. El grupo de avanzada tenía encañonado al jefe de guardia, que le iba abriendo paso. Los ocho grupos habían tomado la enfermería, la cocina, las oficinas de las dos alas, el casino de oficiales, la oficina del director y la guardia de reserva. En ese lugar se tomaron armamento, los detenidos ya tenían en su poder más de cien fusiles FAL y la misma cantidad de pistolas.
Cada uno de los sectores se fue controlando, solo faltaba la sala de guardia. El puesto armado estaba a unos cien metros del edificio de la cárcel, cerca de la salida, un guardiacárcel Gregorio Valenzuela, era ayudante de quinta en la escala penitenciaria, uno de los escalafones más bajos, sospechó del grupo que llegaba, agarró su arma y les dio la voz de alto. Era las 18:45 horas, desde el grupo le dispararon una ráfaga de FAL. El cabo Juan Valenzuela cayó muerto en la puerta de la Conserjería, camino a la salida de la cárcel.
El guerrillero marxista, Pedro Cazes Camarero, contó lo siguiente: «Él (Valenzuela) estaba llegando retrasado, entra en el penal, va a la sala de guardia, que era una salita ridícula con cuatro o cinco FAL, y empieza a tomar la guardia. Nosotros habíamos encerrado al resto de los guardiacárceles en la sala de armas del primer piso. Y ahí es cuando aparece Valenzuela, entra en esa sala, se aviva, ve los movimientos. De hecho, casi fracasamos porque se parapeta en la puerta de salida. Un tipo armado con un fusil, aunque tengas cien tipos armados, no te deja salir de una casa. Y antes de que terminara de parapetarse, salió Osatinsky y lo mató. Al matarlo, saltó el ruido de los distintos lugares. Tiros siempre hay a la noche. Nosotros teníamos el intercomunicador para decir: “No, se le escapó un tiro…” y nadie levantó la perdiz. Valenzuela entró prematuramente. No habíamos controlado esa sala».
Mirta y Mónica Valenzuela, hijas de Juan Gregorio Valenzuela, comentaron a la prensa el 27 de mayo de 2012: «Mi papá hacía la guardia en la puerta junto con Justino Galárraga y un tercero, Montenegro. Vieron venir a decenas de guerrilleros de la mano vestidos de penitenciarios. Mi papá tardó en reconocer que esos no eran sus compañeros. Dio la voz de alto, pero le pidieron que se entregara. Se tocó la cartuchera y no tenía la pistola. Cuando la buscó sobre la mesa, fue tarde para defenderse: una ráfaga lo acribilló. Recibió trece disparos de ametralladora, casi todos en la zona baja de su cuerpo. Y como no murió, lo remataron de un tiro en la cabeza. Sus otros dos compañeros sobrevivieron. Uno de ellos, Justino Galárraga, se hizo el muerto cuando fueron a verlo. Pero la mujer de Santucho se acercó al cuerpo de mi papá y dijo: “Éste todavía vive”, y le pegó un tiro en la cabeza».
«Una vez que mataron a Valenzuela, buenas noches, se terminó la joda. El portón estaba ahí nomas, después había otro portón al que nadie le daba pelota porque estaba abierto. El señor que habría el portón nos abrió el portón. Era un gordo, de base. Salimos y sólo vimos el polvo de los camiones. Todo esto que parece una larga perorata duró tres minutos. Lewinger era el responsable militar de las FAR. Había sido recomendado por los cubanos. Un tipo muy importante, con muchos galones. No era un pobre infeliz al que nosotros por alguna razón misteriosa le dimos una responsabilidad. Pero él estuvo todo el tiempo en contra de la operación y la hizo por disciplina partidaria. Él decía que no saldría bien», según Pedro Cazes Camarero.
«Técnicamente se define como una operación con “muy poca fricción”, es decir, que no tolera las fallas. Y a la primera falla que hubiera se iba a pudrir todo. Entonces, él estaba casi convencido de que íbamos a fracasar. Entonces, las pibas le hicieron la señal correcta desde la ventana del primer piso. Lewinger se subjetiviza y huye. Ordenó llevar todo: «Vámonos». Y se fueron. Nos dejó a pie en toda la Patagonia. La fuga es una operación militar. Depende del jefe. Si el jefe se caga o decide irse… Yo ya había metido en el calabozo a los guardiacárceles y, cuando me enteré de que no estaban los camiones, llamamos a la compañía de taxis por teléfono. Los números estaban en un papelito: «Compañía de taxis». ¿Quién iba a pensar que eran los presos los que pedían taxis? Entonces dijimos: «Manden taxis que unos familiares de los presos tienen que viajar». Una vez que estábamos en la puerta, salimos a ver si se podía conseguir un camión. Pero era un desierto: las casas cerradas, no había un puto camión…, dijo.
Jorge Lewinger había ordenado la partida de las unidades de traslado de los presos. Solo Goldemberg con el Falcon se quedó. El resto de los choferes se retiraron. El auto con siete pasajeros salió camino al aeropuerto. Goldenberg, cuando esperaba la orden de ingreso, escuchó los tiros, no vio la señal de Lewinger, o la desobedeció, y entró con el Falcon color crema en el penal de Rawson. Faltaban diez minutos para las siete.
Los camiones se fueron por la ruta 3, camino al aeropuerto de Trelew. El comité de fuga se subió al Falcon que conducía Goldenberg. Los seis líderes guerrilleros que lograron fugarse fueron Fernando Vaca Narvaja (Montoneros), Marcos Osatinsky (FAR), Roberto Quieto (FAR), Mario Roberto Santucho (ERP), Enrique Gorriaran Merlo (ERP) y Domingo Mena (ERP).
Salieron del penal con desesperación en busca de los camiones por las calles de Rawson. No los encontraron. Ya eran las siete. Acababa de autorizarse el embarque de los pasajeros del avión de Austral. El comité de fuga decidió abandonar la búsqueda e ir hacia Trelew. A las 19:20, llegaron tres taxis a la puerta del penal. Fueron reducidos, y los presos abordaron sus vehículos. Primero subieron diecisiete, luego se sumaron dos más.
Eran 19 dirigentes de la segunda línea de PRT-ERP, FAR y Montoneros. Estaban organizados en grupos. El resto —alrededor de cien detenidos de las organizaciones armadas— seguía ordenado atrás, en fila, a la espera del transporte. El portón estaba abierto, se veía la calle. Pero ellos no sabían qué pasaba, porqué no les daban la orden de salida. Esperaban esa orden en tensión, pero esa orden no llegaba. El grupo que salió a buscar camiones o autos por las calles de Rawson no encontró nada. Hasta que llegó la orden de repliegue.
«Se fueron los taxis y les digo a los compañeros, que estaban haciendo una cola a lo largo del pasillo, que volviéramos a la cárcel. Nos encerramos y llamamos al juez de Trelew. Al principio no nos dio bola. Después vino. Teníamos la esperanza de que los otros compañeros hubieran subido al avión», dijo Camarero.
En tanto, a las 18:50, el avión aterrizó en Trelew. Ana Wiessen supo que debía demorar la partida porque algo había salido mal y era imprescindible esperar. Fue hasta el mostrador de Austral. —Vea, está por llegar mi equipaje, no sé por qué se demoró… A los pocos minutos, Ana decidió subir al avión ya que no había funcionado la excusa. Fernández Palmeiro fue a la cabina, Ferreyra y Wiessen se ocuparon de pasajeros y tripulantes. El comandante del Boeing escuchó: —El avión está tomado por un comando conjunto del ERP y las FAR. Vaya hasta la cabecera de la pista y deje los motores en marcha…
Los 96 pasajeros y cuatro tripulantes escucharon una voz femenina muy amable: —Por favor, quédense sentados y pongan las manos sobre el respaldo de los asientos de adelante. No se preocupen, todo va a salir bien. El ex teniente Julián Licastro, uno de los pasajeros, no sabía de qué se trataba. Cuatro gendarmes que estaban de civil pero armados no hicieron ningún gesto de resistencia. A los pocos minutos, se acercó un auto a toda velocidad. Al no ver el avión los siete guerrilleros del Falcon creyeron que el Boeing ya se habría ido.
«Llevábamos como cuarenta minutos de espera. Habían llevado el avión a la cabecera de la pista, pero todavía no le habían dado vuelta. Y en un momento miramos a las azafatas un poco alteradas, que iban y veían. Registramos que había algún quilombo. Nos miramos con el Gallego Fernández y dijimos: «Ya, tomemos ahora, no hay otra». Entró a la cabina, redujo a los tipos, y los pilotos le dijeron que les habían hablado de la torre de control, que había una bomba en el avión. Yo agarré a las azafatas y las amontoné a las cinco, porque se querían tirar del avión. Y así, mientras pataleaban, les dije a los pasajeros, con la Browning en la mano: «Tranquilos, no pasa nada. Es un simulacro», Alejandro Ferreyra, guerrillero del PRT-ERP. Detenido desde el 6 de septiembre de 1973 hasta 1984.
Corriendo, Fernando Vaca Narvaja entró al hall del edificio. Estaba vestido de teniente, el uniforme que había usado para la toma del penal. El Coronel Luis Perlinger, que esperaba otro avión, lo paró para reprenderlo. —Teniente, tiene las charreteras al revés. —Disculpe, señor —contestó Vaca Narvaja y volvió hasta el Falcon. El auto se metió en la pista, a cien por hora, hasta donde estaba el Boeing. Una vez que los siete estuvieron adentro, decidieron esperar diez minutos por si llegaban otros. Pero pronto podían aparecer los marinos de la Base. Entonces le ordenaron al piloto que levantara vuelo: —Al aeropuerto de Santiago de Chile.
El nuevo destino era Santiago de Chile, pero esperarían unos minutos más al resto de los fugados. El comandante dijo que no tenía autonomía de vuelo. Eran las siete y media de la tarde. Había pasado una hora desde que la pistola en el estómago del guardiacárcel dio comienzo a la fuga. Los taxis salieron del penal veinte minutos después, tomaron la ruta vieja, de ripio, para evitar pasar frente a la comisaría de
El piloto de la línea aérea Austral le dijo a Santucho, no hay combustible para llegar a Puerto Montt. «Pues habrá que llegar igual», le contestó el jefe del ERP. Sabía que no podía dar marcha atrás, si lo hacía era hombre muerto. El avión de Austral llegó a Puerto Montt, en esos momentos ya se conocían las primeras noticias de la fuga del penal y el secuestro del avión. El avión luego continuaría viaje al aeropuerto de Pudahuel, en Santiago de Chile.
No era seguro que el gobierno de la Unidad Popular, Salvador Allende, los dejara seguir viaje a Cuba, donde pedirían asilo político. Los otros 110 presos que trataban de fugarse tenían el penal bajo control, pero estaban a pie. Al rato, en cuatro coches, subieron los 19 militantes que seguían a los 6 primeros en las listas de prioridades para la fuga. A las 19:45 llegaron al aeropuerto: el Boeing había despegado unos minutos antes. Los fugitivos tomaron posiciones en el edificio: eran 14 hombres y 5 mujeres. Un batallón de infantes de marina, comandado por el capitán de corbeta Luis Sosa, llegó pocos minutos después.
El gobierno socialista de Salvador Allende en agosto de 1972, tenía una gran cantidad de problemas que aumentaban día a día. Existía una grave situación económica, además de las diferencias internas en la Unidad Popular, el partido gobernante. En Chile se vivía un caos económico, el desbarajuste financiero y sus secuelas en la política de precios y desabastecimiento. El general Lanusse, enfrentaba en Argentina, problemas económicos y, en especial, políticos.
El 19 de junio de 1972, el canciller Luis María de Pablo Pardo, fue reemplazado por el brigadier, retirado, Eduardo Mc Loughlin, quien había sido edecán aeronáutico de Juan Domingo Perón en su primer período, ex embajador en Londres del gobierno del presidente Onganía y ex ministro del Interior en la breva etapa del presidente Roberto Marcelo Levingston.
El embajador argentino en Chile, Teodoro Gallac, se había tomado unos días de licencia. Gallac no podía imaginar que, en ese mismo momento, en una prisión del sur de su país, un grupo de guerrilleros estaban llevando a cabo una fuga del penal con secuestro de un avión, hecho que casi le cuesta su carrera. Y, por otro lado, creaba un gran problema diplomático entre ambos presidentes, Alejandro Lanusse y Salvador Allende.
Frente al desafío que se le había impuesto (y que intentará remediar, porque más allá de la peligrosidad de los jefes que habían escapado, el hecho constituía un serio papelón para el gobierno y las Fuerzas Armadas), el propio presidente Alejandro Agustín Lanusse tomó varias decisiones. Mientras desde el Palacio San Martín se buscaba – inútilmente – al embajador Gallac, para entonces a bordo de «La Argentina» (era martes y su licencia empezaba al día siguiente), Lanusse se comunicaba con Salvador Allende. El presidente chileno habría dado garantías al presidente Lanusse de que su país «actuaría en el caso con la claridad de siempre».
El viaje de los guerrilleros a Chile provoco serios problemas al gobierno socialista, según diría luego el guerrillero Luis Mattini, fue un presente griego, ya que ambos mandatarios mantenían una buena relación, se habían encontrado en la ciudad argentina de Salta en julio de 1976. El general Lanusse, un socialdemócrata, creía ingenuamente en una política sin «las barreras ideológicas», una verdadera tontería cuando el mundo giraba en torno a la Guerra Fría. Lanusse, «el Cano» creía que su colega chileno extraditaría a los guerrilleros al país.
El consejero Gustavo Figueroa, había quedado interinamente a cargo de la embajada, y por medio de un cable cifrado se animó a sostener que, de ninguna manera iban a ser entregados a la Justicia argentina. Y que entre «las barreras ideológicas», es decir la presión del gobierno argentino, o el «frente interno» chileno, Allende iba a optar por lo segundo.
El agregado aeronáutico, comodoro Fabergiotti, en compañía de los consejeros Gustavo Figueroa y Cesar Márquez, llegaron al aeropuerto de Pudahuel. Los diplomáticos recorrieron el aeropuerto y pudieron ver cuando el avión de Austral aterrizaba. Fabergiotti se fue a la torre de control y los dos diplomáticos consiguieron un teléfono desde el cual se comunicaron con el Palacio San Martín. En cuanto pudieron comunicarse con la Secretaría Privada del Canciller, Carlos Castilla. Luego hablaron con el canciller
Mac Loughlin insistía que no podía ser cierto la llegada del avión a Santiago, ya que Salvador Allende le había dicho a Lanusse que el avión estaba en el Sur. Figueroa, mirando por el ventanal que daba a la pista de aterrizaje, le dijo: «Señor lo tengo al avión enfrente mío, en estos momentos una comitiva se acerca a recibirlos». Más tarde, a través de los vidrios que separan los salones, vieron pasar a los prófugos. No quedaban dudas, Chile devolvió inmediatamente el avión de Austral, mientras los secuestradores fueron conducidos a la sede de la Dirección de Investigaciones en pleno centro de Santiago.
Desde el día martes 15 de agosto, en que los guerrilleros fueron alojados en la Dirección de Investigaciones, hasta que viajaron a Cuba, el día 26, los medios diplomáticos, políticos y jurídicos consideraban improbable que el gobierno chileno devolviera a la Argentina a los 10 secuestradores del avión de Austral. Todos sabían que cuando asumió Salvador Allende, uno de sus primeros actos fue indultar a los miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) que habían cometido delitos comunes con propósitos políticos.
Los manifestantes del MIR rodearon el lugar de detención del grupo guerrillero, y los Legisladores de la Unidad Popular, un sector del periodismo y otras figuras de la izquierda reclamaban su liberación. El «frente interno» presionaba. El 19 de agosto, el Secretario General del Partido Socialista, Carlos Altamirano, visitó a los detenidos y les expresó su «solidaridad revolucionaria», y Miguel Enríquez, jefe del MIR, declaraba que «en el seno del gobierno chileno no está categóricamente tomada la decisión de entregar a los revolucionarios argentinos a la Corte Suprema de Justicia» de Chile.
Andrés Pascal Allende, sobrino del Presidente, le dijo a una periodista argentina que Salvador Allende «no quería abrir otro frente de conflicto: ya tenía bastante con los norteamericanos y la derecha. Él no los iba a devolver, pero no podía dejarlos en Chile (…) Salvador tenía aprecio por Santucho». Y agregó: «Hay que recordar que él fue el presidente de la OLAS en La Habana cuando era presidente del senado chileno». También no se puede olvidar el apoyo que le dio al Che Guevara, incluso su hija Beatriz, que se suicidó en Cuba en 1977, formaba parte de los grupos de apoyo al ELN (Ejército de Liberación Nacional) en Chile.
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Para gran parte de los argentinos de esa época los nombres de la mayoría de los detenidos no les llamaban la atención. Sin embargo, tras las rejas estaban los cuadros más importantes de las organizaciones guerrilleras izquierdistas, incluyendo a los que decían reconocer la conducción de Perón, todos con condenas de los jueces de la Cámara Federal Penal de la Nación.
Según inteligencia militar, «a las 18:00 hs, aproximadamente, el detenido Roberto Quieto pide hablar con el Jefe de Turno (Jefe de la Guardia Interna) y al mismo tiempo lo hace Marcos Osatinsky. Cuando viene el Jefe de Turno, Osatinsky informa que no va a ser necesario que hable él y cede el lugar a Quieto. Ingresan al locutorio Quieto y el Jefe, con el fin de conversar. Mientras hablan, Osatinsky ingresa con una pistola con silenciador amenazando al Jefe de Turno y advirtiéndole que se quedara tranquilo si no sus familiares, que ya habían sido tomados como rehenes, sufrirían las consecuencias».
También cuenta como Vaca Narvaja (disfrazado de teniente primero) redujo al personal de las dos torretas que controlaban la puerta de entrada al penal dando la ‘contraseña’ a los guardianes. Un oficial de los guardiacárceles «pretende hacer funcionar la alarma eléctrica, pero su movimiento es advertido por uno de los reclusos, el cual lo golpea». Por último, se redujo al personal de la puerta de entrada, donde muere uno de ellos, el ayudante de 5ta. Juan Gregorio Valenzuela, es herido otro (el Ayudante de 5ta. Justino Galarraga) y «el tercer guardia es reducido, siendo atado y amordazado».
Luego de largas negociaciones con los secuestradores, el avión regresó a Buenos Aires y los guerrilleros quedaron retenidos en el cuartel de Investigaciones de calle General Mackenna. El 17 de agosto, los medios informaban que Allende, le aseveró a Lanusse, vía telefónica, que «nosotros actuaremos de acuerdo a las leyes chilenas». El gobierno argentino pedía la extradición del grupo por varios delitos: tenencia de armas, atentado contra un puesto de guardia con resultado de muerte, piratería, uso ilegítimo de uniformes con distintivos de las FF.AA., evasión con intimidación y violencia en las personas.
La cancillería argentina hizo llegar tres oficios sucesivos al respecto, dos de los cuales fueron declarados «insuficientes» por las autoridades nacionales. Cuando el 24 de agosto llegó a Chile el primer pedido de extradición, Allende ya tenía decidida su postura. «El Gobierno chileno concedió asilo a los retenidos y al mismo tiempo dispuso las medidas para que abandonaran Chile y partieran a Cuba». Allende en cadena de radio y televisión, dijo que su resolución estaba motivada «por las profundas razones de humanidad y moral», e insistía en que se había actuado «en conformidad con los principios internacionales».
En medio de un gran despliegue mediático y de seguridad, los diez guerrilleros se embarcaron en un vuelo regular de «Cubana de Aviación». En el aeropuerto, grupos de izquierdistas aplaudían, incluyendo algunos argentinos marxistas que entonaban una canción donde pedían la vuelta de Perón a su país. Lanusse hizo llegar una nota de protesta a la legación chilena en Buenos Aires que decía que la decisión de Allende «ha causado profundo desagrado». Incluso llamó a su embajador y las relaciones entre ambos países se tensaron en extremo.
Las organizaciones guerrilleras marxistas gozaron de protección y coordinación político-militar en Chile, con Salvador Allende, quien había convertido a Chile «en el Santuario guerrillero sudamericano». Según Daniel Álvarez Soza, «Desde los inicios de la Unidad Popular, Allende además de convertirse en un factor de financiamiento de la guerrilla, también colocó a Chile como un refugio de elementos subversivos de distintos países de la región (…)». «El gobierno dio asilo a 70 guerrilleros brasileros, 9 Tupamaros uruguayos y 12 mexicanos en las primeras semanas», dijo el «Chato» Osvaldo Peredo.
Según Luis Mattini: «…Allende se encontraba “entre la espada y la pared. Tenía que proteger a los refugiados, tanto por convicción propia, como por los derechos regionales del asilado político, y por la presión del pueblo chileno y por otro lado no era conveniente endurecer su posición con el gobierno de Lanusse. El presidente, confiaba en su habilidad política para encontrar una solución y esto lo hacía aparecer en una posición vacilante».
El MIR, organizó una gran manifestación, exigiendo una inmediata solución al problema, sea concediendo asilo, sea autorizando la salida de los perseguidos hacia Cuba u otro país. Desde La Habana, Fidel Castro ponía a disposición de los revolucionarios visas y un avión para viajar a Cuba. Mientras permanecieron en Chile fueron acogidos y visitados por Salvador Allende, «Fue allí donde éste (Allende) le regaló un arma de fuego a Santucho, para que prosiguiera en su hidalga tarea de asesinar a opositores».
El 24 de agosto llegó a Chile la primera orden de extradición, sin embargo, al día siguiente, por sorpresa, y haciendo uso de sus atribuciones, el jefe de gobierno concedió asilo y salvoconducto a los extremistas, embarcándolos de inmediato vía aérea a Cuba, luego de que Fidel Castro puso a disposición de los revolucionarios visas y un avión para viajar a la Isla. Al llegar a La Habana, los guerrilleros fueron recibidos por el comandante Manuel Piñeiro Losada (Barbarroja), agradeciendo la gestión del gobierno cubano.
Tiempo después, uno de los abogados de los fugitivos que fue invitado al Consejo de Gabinete de Chile para analizar el asunto, contó que en la reunión Allende habría dicho: «¡Este es un gobierno socialista, mierda, así que esta noche se van para La Habana!».
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Juan Gregorio Valenzuela, mientras se preparaba para regresar a su casa tras una jornada de trabajo de 12 horas. Todavía estaba de guardia en el puesto de control, cuando detectó un movimiento extraño. Un grupo de personas se acercaba a su posición caminando por el cuerpo central del edificio. Si bien estaban uniformados, no lograba identificarlos. Entonces gritó: «¡Alto!¡¿Quién vive?!». Como respuesta Valenzuela recibió 13 disparos en el cuerpo. Fue una ráfaga de ametralladora, no murió en el instante. Mientras agonizaba, tendido en el suelo, una mujer lo remató con un tiro en la cabeza.
La operación de Rawson fue lograda gracias a un entregador, les había llevado seis meses averiguar la vida de todos los penitenciarios hasta que llegaron a Carmelo Facio, también agente penitenciario. Era un jugador que vivía endeudado, a Facio los guerrilleros le ofrecieron una gran suma de dinero: la mitad se la dieron antes de que se produjera la fuga y la otra después de salir del penal. Facio aceptó y su mujer, que también era empleada del Servicio Penitenciario, se sumó. El 15 de agosto, el día que estaba planificada la fuga, la mujer de Facio se descompuso y se retiró antes del trabajo.
Facio estaba encargado de la llave principal y actuó como un supuesto rehén. Él iba adelante diciendo «¡Entréguense que la Unidad está tomada!». Entonces, los agentes no hicieron nada y se entregaron. A la par, les ordenaban que sacaran la ropa y los prisioneros se pusieron los uniformes de los agentes. Lo primero que tomaron fue la Sala de Armas, que estaba arriba, y se armaron.
El otro agente penitenciario, Justino Galarraga, recibió unos disparos y cayó al suelo, boca abajo. Una de las mujeres guerrilleras le pegó una patada en las costillas, pero él no se movió, aguantó la respiración. Entonces la mujer dijo: «Vámonos que este está muerto». Pero estaba vivo y gracias a él pudimos conocer la historia. Galarraga estuvo seis meses internado en Chubut, y después lo trasladaron a Buenos Aires.
«Dicen que fue la mujer de Santucho, Ana María Villarreal, quien se le acercó y le disparó el último tiro de gracia en la cabeza y le levantó la tapa de los sesos. A mi papá lo velaron con una venda en la cabeza porque no se podía reconstruir, para que no se vea nada. Falleció en el acto, no llegó con vida al hospital. Lo acribillaron porque no pudo defenderse. Yo creo que, además de Facio, hubo más cómplices, estaban todos prendidos… Compañeros de mi padre me dijeron que hubo movimientos extraños antes de ese día», dice la hija de Valenzuela.
«La mujer de Santucho, la que mató a mi papá, fue una de las que murió en la masacre… y a ella le pusieron una placa en la plaza de Rawson», agrega Mirtha Valenzuela. —Mi mamá quedó viuda con 33 años… La muerte de mi padre la destruyó. Ella no quería reclamar nada porque decía que eso no le iba a devolver el marido y nosotros, sus hijos éramos chicos. Jamás rehízo su vida, se deprimió y se murió joven, a los 62 años.
Mirtha explica que según la reglamentación que rige a las Fuerzas de Seguridad cuando se produce la muerte en servicio -o el agente resulta gravemente herido- deben ascenderlo, aunque sea post mortem, al último grado superior, en este caso a Ayudante Mayor. «A Justino lo ascendieron automáticamente, pero a mi padre no… Mi mamá nunca reclamó, aunque le correspondía. Al morir, mi padre tenía el grado de ayudante de quinta, que era el más bajo porque hacía 10 años que estaba en la repartición», dice.
—Mirtha, ¿hubo justicia en el caso de tu padre? Le preguntó el periodista: —No. Primero porque mi madre nunca reclamó nada. Pero cuando yo tomé conciencia de todo lo que había pasado y empecé a golpear puertas, logré que lo ascendieran hasta ayudante de segunda. Pero eso fue todo lo que pude hacer. En este país, cuando no se entiende mucho y no tenés alguien que te ayude, es difícil. Y después vinieron esos gobiernos de mierda…
—¿A qué se refiere?
—Fui a ver una abogada reconocida que me dijo que no se podía hacer nada porque estaba Cristina [Kirchner]. El crimen de mi padre no fue declarado delito de lesa humanidad, pero sí es delito de lesa humanidad que las Fuerzas Armadas hayan matado a estos sinvergüenzas. Mi papá era «milico», como dicen ellos, pero estaba trabajando, cumpliendo con su laburo. También, hace tiempo, le escribí a «Víctimas del Terrorismo», la organización de la vicepresidenta Victoria Villarruel: «Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas» CELTYV), porque escuché en un programa al Tata Yofre decir que la hija Santucho había recibido un dinero porque su papá había sido político y zurdo. Y lo primero que pensé fue «¿Y mi mamá? ¿Mi familia? Mi papá había ido a trabajar» … Pero me dijeron que durante el gobierno kirchnerista no se iba a caminar. Por eso cuando ganó Milei y Villarruel me puse contenta porque tal vez ahora reconozcan la muerte de mi padre. Que se haga justicia.
—¿Qué le provoca ver que algunos de los que huyeron ese día están en libertad e incluso han tenido cargos en el gobierno?
—Firmenich y Vaca Narvaja, el consuegro de Cristina, que su hijo que está de embajador en no sé dónde… y también Perdía… todos con una impunidad… Yo hace mucho tiempo que voy a terapia y no puedo dejar porque tengo dolor, bronca e impotencia por lo que le hicieron a mi padre. Ellos hablan como mártires de los muertos de la base naval y, ¿mi papá? Encima tuve que bancarme que vinieran a la Unidad a hacer actos por la Masacre de Trelew y nadie recuerda a Valenzuela. Esos jóvenes de la Cámpora que venían a la Unidad 6 y hablaban como si supieran lo que había pasado… Tengo mucha impotencia porque siempre se cuenta una sola campana.
—¿Alguna vez habló con los que participaron de la fuga?
—No, para qué. Una vez vino Hebe de Bonafini a dar una charla en un cine de acá y mi sobrina fue a verla sin decir quién era para escucharla. Después de que la señora largara todo ese veneno que tenía, dijo al pasar que durante la fuga había muerto un guardia cárcel de apellido Valenzuela… En ese momento mi sobrina levantó la mano y le dijo que ella era la sobrina de ese señor y que la familia aún esperaba justicia. ¿Qué le respondió Hebe de Bonafini? «Alguien tenía que morir», eso le dijo la caradura.
Todos los años, en la Unidad 6 hacen un acto para recordar a Valenzuela. «Es el único lugar donde lo recuerdan, en un pequeño monumento que hay en el penal. Ahí ponemos ofrendas y decimos unas palabras en su honor. Este año ya me llegó la invitación y, como siempre, voy a ir».
—Lleva más de 50 años reclamado Justicia. ¿Qué queda hacia adelante?
—A mí lo único que me queda es la esperanza de que ahora, Patricia Bullrich o Victoria Villarruel me den una audiencia y se pueda reivindicar la memoria de mi padre.
14 de octubre de 2024.