Serie Roja — 13
LOS TAMBORES DE AGOSTO
LA CHAPUZA DE LA GERONTOCRACIA SOVIÉTICA
Desde el 19 de agosto de 1991, cuando la televisión despertó al país a los compases del «Lago de los Cisnes», hasta la madrugada del 22 de agosto, cuando el presidente Mijaíl Gorbachov y su atemorizada familia descendieron del avión que les traía de regreso a Moscú desde Crimea, fueron tres días que convulsionaron el mundo.
El presidente ruso Boris Yeltsin supo aprovechar el momento para asestar el golpe final al imperio soviético y al presidente de la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov. Si bien es cierto que para los soviéticos no tuvo el mismo efecto que la caída del muro de Berlín, si lo tuvo para el final de la URSS. Sobre este tema hay un artículo en esta revista con el título: El canto del cisne. La Unión Soviética 25 años después. Agosto de 2016. En este artículo nos ocuparemos de algunas cuestiones más puntuales o, desde otro ángulo que en su momento no nos ocupamos.
En 1991, la Unión Soviética se encontraba en caída libre. La producción industrial se hallaba en desaceleración, el desempleo aumentaba y la inflación se comía el dinero de los ciudadanos. Estallan conflictos étnicos, en Georgia y Azerbaiyán, Lituania es la primera república soviética en proclamar su independencia en 1990. En enero de 1991, Moscú manda un comando especial de la KGB a Vilna, la capital lituana, en los choques mueren 14 personas.
Pese a la tragedia la URSS no logra recobrar a Lituania. El presidente Mijaíl Gorbachov cada vez tiene menos control sobre el país. En marzo de 1991, Gorbachov celebra un plebiscito. Según cifras oficiales, más del 70% vota a favor del «mantenimiento de la Unión Soviética como una federación renovada de repúblicas soberanas con igualdad de derechos». Pero no hay acuerdo en cómo estructurar esta nueva Unión Soviética. En las negociaciones en Moscú sólo participan nueve de las 15 repúblicas soviéticas. Aun así, el presidente logra negociar un nuevo tratado que debe mantener al imperio unido.
La firma se celebrará el 20 de agosto de 1991, pero esto no sucederá. El golpe de Estado estuvo precedido por algunas manifestaciones en contra de Gorbachov, una docena de políticos, escritores, militares y personajes del mundo de la cultura publicaron en julio de 1991, un llamado a una protesta social. Dos de los autores de aquella carta abierta, titulada «Palabra del pueblo» durante el golpe serán parte del Comité Estatal para el Estado de Emergencia.
Para el 20 de agosto el presidente Gorbachov tenía programado acoger en su sede oficial en las afueras de Moscú la firma de un acuerdo sobre la instauración de una «unión de Estados soberanos». Los máximos dirigentes de cinco repúblicas soviéticas (Bielorrusia, Kazajistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán) aceptaron firmar el acuerdo ese día. También prometían adherirse Azerbaiyán, Kirguistán, Ucrania y Turkmenia.
El proceso constituyente no incluía a seis repúblicas soviéticas: Armenia, Georgia, Moldavia y los tres países Bálticos, uno de los cuales, Lituania, que para entonces ya había sido reconocido como Estado independiente por un Gobierno extranjero (Islandia). Una vez firmado el acuerdo, se quedarían fuera de la nueva Unión.
Desde principios de 1991, el jefe del Comité de Seguridad Estatal (KGB), Vladímir Kryuchkov, estuvo preparando los documentos para declarar el estado de emergencia en el país por la vía constitucional e intentando, sin éxito, convencer a Gorbachov y al Consejo Supremo de la URSS para que lo aprobasen. Un precursor del Comité Estatal para el Estado de Emergencia, la Comisión para el Estado de Emergencia, fue creado en una reunión en el despacho de Mijaíl Gorbachov el 28 de marzo de 1991.
El cambio de poder en la Unión Soviética se hizo público el 19 de agosto. Pero para el presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, comenzó un día antes. Una delegación de quienes darían el golpe se dirigió a Crimea, donde Gorbachov estaba de vacaciones, o se estaba recuperando de una enfermedad, según los golpistas. Mijaíl Gorbachov se negó a declarar el estado de emergencia en el país. Después del retorno de la delegación a Moscú, Gorbachov se quedó en su residencia en Foros, Crimea, incomunicado con el resto del país y de los líderes de otros Estados.
En la tarde del 18 de agosto los golpistas prepararon los primeros documentos del Comité Estatal para el Estado de Emergencia (GKChP, por sus siglas en ruso). A la 01:00 el vicepresidente Guennadi Yanáiev los firmó y acto seguido los ocho miembros incorporados (incluido el propio Yanáiev) suscribieron la declaración del estado de emergencia. Formaron parte del Comité Estatal:
Guennadi Yanáiev, el vicepresidente de la URSS. Oleg Baklánov, el primer presidente adjunto del Consejo de Defensa de la URSS. Vladímir Kryuchkov, jefe del Comité de Seguridad Estatal (KGB). Valentín Pávlov, primer ministro de la URSS. Borís Pugo, ministro del Interior de la URSS. Dmitri Yázov, ministro de Defensa de la URSS. Vasili Starodúbtsev, diputado del Consejo Supremo de la URSS, presidente de la Unión Agroindustrial de Rusia. Alexander Tiziakov, presidente de la Asociación de Empresas y Corporaciones Estatales de Industria, Construcción, Transporte y Comunicaciones de la URSS.
En la mañana del 19 de agosto los medios estatales anunciaron que Gorbachov era «incapaz de cumplir con sus obligaciones a causa de su estado de salud». El poder presidencial se transfería al vice presidente, que no iba a gobernar solo, sino dentro del Comité. En respuesta, el presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, Borís Yeltsin, que había sido elegido en junio de aquel año, firmó el decreto «De ilegitimidad de las acciones del GKChP». A continuación, inició una movilización de sus partidarios.
Un símbolo del golpe de Estado para los rusos es el ballet del «Lago de los cisnes» con la música de Piotr Chaikovski. Después de una serie de anuncios en el informativo matutino, los golpistas ordenaron reducir las emisiones de noticieros y no poner en televisión programas de entretenimiento.
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Luego de su viaje a Rusia, George Bush, estaba descansando en Walker’s Point, la finca familiar en Kennebunkport, Maine. Bush, apenas se había acostado cuando una llamada de Scowcroft lo despertó, la noticia se trataba del golpe de Estado que había sufrido Mijaíl Gorbachov. Scowcroft que media hora antes estaba leyendo telegramas y mirando la CNN, oyó por la TV que anunciaban que Gorbachov había renunciado por cuestiones de salud. Scowcroft había visto a Mijaíl Gorbachov una semana antes y lo vio perfectamente bien. El informe de la agencia de noticias TASS lo confirmaba.
Se enteró que el vice presidente Guennadi Yanáiev había asumido la presidencia de la URSS, los nuevos miembros del gabinete eran hombres del ala dura del régimen soviético. Scowcroft llamó a Robert Gates, para que averiguara que sabía la CIA, y de inmediato encargó al secretario de prensa adjunto, Roman Popadiuk, que redactará un comunicado para hacerlo público en caso de que no fuese cierto. La CIA no sabía nada. Los periodistas estaban esperando noticias de Popadiuk.
Brent Scowcroft dijo: «El presidente se inclinaba a condenar sin reservas; sin embargo, en el caso de que triunfara, tendríamos que tratar con las nuevas autoridades, por execrables que fuesen sus acciones. Al final decidimos condenarlo, pero sin quemar todos los puestes». El consejero de seguridad nacional pensaba que los golpistas iban a triunfar y le sugirió al presidente George Bush que lo calificara de «extraconstitucional» en sus declaraciones públicas.
La CIA estudió las situaciones hipotéticas y concluyeron que había apenas un 10% de posibilidades de que Rusia volviera al régimen anterior a la perestroika, un 45% de que el conflicto entrara en punto muerto y un 45% que fracasara. El presidente George Bush se comunicó con el primer ministro británico, John Major, y con el francés, Françoise Miterrand, a ellos también el golpe los había agarrado por sorpresa. Bush le dijo a Miterrand, que según Brent Scowcroft, a Mijaíl Gorbachov le sucedió lo mismo.
En su diario grabado, George Bush dictó: «Si ellos no estaban al tanto, ¿Cómo íbamos a estarlo nosotros? El secretario de Estado, James Barker, que estaba de vacaciones en Wyoming, se enteró una hora después que Scowcroft, a medida que recibía información desde Washington escribía en un cuaderno: hunter Will do anything for a Buck $ (que se podría traducir como: «El cazador hará cualquier cosa con tal de cazar un ciervo» o «El cazador hará cualquier cosa por un dólar»), apuntó:
«Nula capacidad de influir. Mínima, desde luego», «Será difícil durante un tiempo negociar con los nuevos», «Insistir en la falta de legitimidad política», y curiosamente escribió: «Yeltsin es el hombre clave. Hay que seguir en contacto con él. Consultar con el reformista».
La embajada de Estados Unidos, en ese momento estaba vacante, el embajador Jack Matlock ya se había marchado, y el nuevo, Robert S. Strauss, aún no había recibido el plácet del presidente de la URSS y no había tomado posesión de su cargo. Strauss, era un texano muy próximo a George Bush, pero no hablaba ruso ni tenía experiencia diplomática, digamos que no era de carrera sino político. George Bush se vio obligado a llamar al encargado de negocios, Jim Collins, que ya había concurrido al parlamento ruso, conocido en Moscú, como la Casa Blanca, un edificio contiguo a la embajada.
Jim Collins le informó a Bush, que el edificio estaba abierto, pero no había rastro alguno de Boris Yeltsin, que se había opuesto al golpe. Bush le dijo a la prensa que los golpes de Estado pueden fracasar: «Al principio los golpistas tienen el poder, pero luego tropiezan con la voluntad de los ciudadanos», y haciendo caso a Scowcroft, calificó al golpe de extraconstitucional y no de inconstitucional. A Bush le preocupaba saber si los golpistas iban a continuar con la retirada de las tropas soviéticas de Europa oriental y si estaban dispuestos a cumplir el tratado START y otros sobre el control de armas nucleares.
La ayuda estadounidense quedaba en suspenso mientras continuara un gobierno extraconstitucional, pero no se impondrían sanciones a menos que las nuevas autoridades faltaran a sus compromisos con otros países. La actitud de George Bush fue lamentable, se negaba a condenar a los golpistas y se negó a apoyar la huelga general convocada por Boris Yeltsin. En privado seguía negándose a creer en la participación de Gennadi Yanáiev en el golpe, y declaró que la voz cantante del golpe la llevaban la KGB y los militares comunistas, pero no el vice presidente Yanáiev.
Helmut Kohl le transmitió a George Bush su temor de que se interrumpiera la retirada de las tropas soviéticas de Alemania Oriental, otros lideres de Europa del este tenían el mismo temor, en cuyos países aún permanecían tropas soviéticas. La clase política estadounidense era consciente de que la colaboración política de los soviéticos era efímera, y ahora que Mijaíl Gorbachov no estaba en el poder, había que preservar todo lo que habían logrado durante su mandato.
En el diario de George Bush se notaba todo el esfuerzo que debía hacer para conciliar los intereses de su país con la amistad personal con Mijaíl Gorbachov. También se cuestionaban en Occidente si no le habían dado todo el apoyo que solicitaba en su momento el presidente ruso, como había sucedido en la cumbre de Londres cuando Gorbachov solicitó ayuda económica.
El primer ministro canadiense, Brian Mulroney, en su conversación telefónica con Bush lo puso sobre la mesa, recordándole la pregunta que le había hecho a Kohl en Londres: «Si dentro de un mes derrocan a Gorbachov, y la gente se queja de que no hemos hecho lo suficiente, ¿seguirá estando bien lo que proponemos? «Desde luego», habría contestado Kohl, que le estaba muy agradecido a Gorbachov por el papel que había desempeñado en la reunificación alemana, y, además, era el mayor partidario de concederle a la URSS cuantos créditos solicitase.
George Bush y Brian Mulroney sabían que Helmut Kohl se había mostrado más dispuesto a ayudar a Gorbachov en el G7 (Grupo de los siete), estos estaban de acuerdo que debían ofrecer ayuda moral y político a Gorbachov, pero una limitada ayuda económica. Brian Mulroney le preguntó a George Bush: «¿Crees que lo han derrocado por estar demasiado próximo a nosotros?» «No me cabe la menor duda», respondió el presidente Bush.
La residencia veraniega del presidente soviético estaba al lado del mar. En 1988 se había construido una villa para Gorbachov sobre un acantilado en Crimea, muy cerca de la ciudad de Foros, a unos 40 kilómetros de Livadia. Lugar donde se habían reunido para una conferencia, Roosevelt con Stalin, en 1945. Este lugar de vacaciones para el presidente de la URSS se la conocía como Recinto vacacional del Estado N° 11 y también como Edificio Aurora, pero irónicamente su construcción coincidió en el tiempo en que Gorbachov y sus aliados del Politburó atacaban los privilegios del Partido y sus dirigentes.
El KGB que había supervisado la obra y estaba a cargo de la seguridad de la mansión, y no estaba de acuerdo con la misma, porque era difícil de proteger por sus accesos por mar y tierra. Pero en agosto de 1991, el presidente como lo hacía todos los años pasaba las vacaciones en ese lugar. El matrimonio, compartía las vacaciones con su hija Irina de treinta y cuatro años, entonces, y de profesión médico, su yerno Anatoli de igual profesión y sus dos nietas.
El día 18 de agosto, el último día de las vacaciones del presidente en Crimea, Mijaíl y Raisa Gorbachov eran vigilados por hombres del KGB y que anotaban sus movimientos con nombres en claves de 110 y 111, respectivamente. Se levantaron a las 08:00 horas, desayunaron alrededor de las 11:00 horas y luego bajaron a la playa. Mijaíl después de comer revisó el discurso que pensaba pronunciar en Moscú el día 20, en la firma del nuevo tratado de la Unión.
A las 16:00 horas se comunicó por teléfono con Georgi Shakhnazarov, uno de sus ayudantes, que estaba colaborando en redactar el discurso. Esta sería la última llamada que pudo hacer por varios días. Unos minutos antes, dos agentes del KGB que habían llegado a Crimea con el jefe del directorio de seguridad, el general Yuri Plejánov, le ordenó a Tamara Vikulina, una telefonista encargada de la centralita, que le cortara las líneas telefónicas a Gorbachov. Luego se ordenó cortar el acceso a la red que tenía Gorbachov para lanzar un ataque nuclear. Al día siguiente el maletín nuclear de Gorbachov sería enviado a Moscú.
El maletín nuclear quedaría en manos de los golpistas, entre ellos el mariscal Dmitri Yázov, ministro de Defensa, el general Mijaíl Moiseev, Jefe de Estado Mayor, y el arsenal nuclear quedaría cargo exclusivo de Yázov. El jefe del equipo de seguridad de Gorbachov, Vladímir Medvédev, ingresó a su despacho para informarle que habían llegado unos visitantes de Moscú. Entre estos estaba el jefe de gabinete, Valeri Boldin, dos secretarios del Comité Central del Partido Comunista y el general Valentín Varénnikov, comandante en jefe del ejército de tierra, todos, con excepción de Valentín Varénnikov, eran viejos colaboradores de confianza de Gorbachov.
Mijaíl Gorbachov preguntó como habían entrado al edificio, Medvédev, respondió que uno de los visitantes era el general Plejánov, jefe de todas las escoltas incluyendo a Gorbachov. Ante la pregunta de lo que querían, Medvédev, no respondió, pero era obvio que se trataba de un golpe de Estado. Vladímir Medvédev, recordaría después que cuando Yuri Plejánov se presentó en su despacho minutos antes y le pidió que condujera al grupo donde estaba Gorbachov, él había intentado avisar por teléfono a Mijaíl Gorbachov, pero no había línea.
«Entonces me di cuenta de que estaba pasando lo mismo que con Jrushchov. Habían cortado todas las comunicaciones». Cuando Gorbachov le pidió que hiciese esperar a los visitantes, intentó llamar a Moscú para saber que estaba pasando, quiso hablar con el jefe de la KGB, Vladímir Kryuchkov, que era aliado suyo, pero las líneas estaban cortadas. Probó con cuatro teléfonos y con el teléfono rojo de la que disponía como comandante en jefe de las fuerzas armadas.
Mijaíl Gorbachov, reunió a su mujer, a su hija y a su yerno en uno de los dormitorios de la mansión. La familia le recordó su apoyo y Mijaíl se hizo el firme propósito de no ceder a ningún caso de presión de cambiar la política, así lo escribiría más tarde. «Todos teníamos presente la historia de nuestro país, sus episodios más terribles», diría Raisa Gorbachov en sus memorias.
Nikita Jrushchov, había sido el último líder depuesto por sus colaboradores, y había ocurrido en 1964, Jrushchov tuvo suerte, se le perdonó la vida y pudo retirarse. Todos los anteriores como Brézhnev, murieron estando en el cargo, algunos de ellos en circunstancias sospechosas. Leonid Brézhnev murió en 1982, cuando pensaba excluir al antiguo director del KGB, Yuri Andrópov, según se supo Andrópov y los suyos, por años estaban suministrando somníferos al jefe ruso, quien murió mientras dormía.
Mijaíl Gorbachov condujo a los conjurados a su despacho, dirigiéndose hacia aquellos con los que se sentía más cómodo, preguntó si estaba detenido. La respuesta fue que no, y que solo habían venido a hablar con él de la situación del país. Gorbachov cambió de actitud: «¿A quién representan ustedes? ¿En nombre de quien hablan?, preguntó a los golpistas. No hubo respuesta. Volvió a preguntar y finalmente dijeron que representaban a un comité del que formaba parte Kryuchkov, Yázov y Yanáiev.
Gorbachov preguntó quién lo había creado, no contestaron, el presidente ruso se dio cuenta de que esa era la debilidad del grupo, y que como mínimo ese comité era «extraconstitucional». Creo que fue un alivio para Gorbachov saber que ese grupo no era obra de Boris Yeltsin. En las semanas previas Gorbachov había hablado mucho con Kryuchkov sobre la postura de Yeltsin, le preocupaba que cambiara su postura y se negara a firmar el nuevo tratado de la Unión.
Cuando Boris Yeltsin había viajado a Almaty, el 16 de agosto, para entrevistarse con el líder de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, Gorbachov preocupado había llamado a Valeri Boldin, que estaba en Moscú para preguntar si sabía algo de esa visita. El presidente soviético creía que había un complot en marcha. Mijaíl le habría dicho a Valeri Boldin: «Ya te haces cargo de lo que está pasando. Los líderes regionales se reúnen para deliberar por su cuenta sobre asuntos de estado sin antes consultar con el presidente de la URSS. Esto es un complot».
Lo que no sabía Gorbachov es que Valeri Boldin estaba conspirando con Kryuchkov para derrocarlo a él. El 18 de agosto, cuando los golpistas visitaron a la villa de Gorbachov en Foros, Crimea, Yeltsin ya había dictado un decreto que le otorgaba el control sobre las instituciones de la Unión responsables de las cadenas de suministro en el territorio de la Federación Rusa. A Gorbachov le preocupaba más la actitud de Yeltsin. Valeri Boldin relata en sus memorias que, en los últimos años de su mandato, Gorbachov presionó al KGB para que grabara las llamadas de Yeltsin.
Mijaíl Gorbachov creía que Boris Yeltsin había hecho una alianza con sus enemigos políticos, entre los que estaría Aleksandr Yákovlev, un consejero de tendencia liberal, conocido como el «padrino de la perestroika». El final del régimen del dictador Nicolae Ceasescu y su ejecución en diciembre de 1989, junto a su mujer, por parte de los rebeldes rumanos, había impactado fuertemente en Mijaíl Gorbachov. Sobre todo, cuando el 18 de agosto, los guardaespaldas se vieron sorprendidos por la llegada de los conspiradores, y se acercaron a los coches armados con fusiles Kalásnikov.
Pero entre los visitantes se encontraba uno de los jefes de la escolta, el general Viacheslav Generalov, quien les ordenó que bajaran las armas. Cuando Gorbachov recibió a los golpistas en su despacho, no dejó ingresar al general Yuri Plejánov, que era responsable de su protección, ya que lo había traicionado para «salvar el pellejo». Cuando supo que los golpistas no eran sus adversarios políticos, sino sus aliados y ayudantes que hasta entonces lo habían adulado, se sintió aliviado:
«Había promovido a esa gente… ¡y ahora me traicionaban!», dice en sus memorias Gorbachov. A Yuri Plejánov no lo dejó entrar al despacho y a Valeri Boldin le dijo que se callara y lo llamó «capullo», no le permitió que le diera lecciones sobre la situación del país. A Gorbachov los golpistas le ofrecieron ceder temporalmente el poder a Guennadi Yanáiev, quedarse en Crimea por «motivos de salud» mientras ellos se encargaban del «trabajo sucio», o firmar un decreto declarando el estado de emergencia. Pero Mijaíl Gorbachov rechazó las dos opciones.
«les dije que, si de veras les preocupaba la situación del país, debíamos convocar sesiones extraordinarias del Sóviet Supremo de la URSS y del Congreso de los Diputados del Pueblo. Discutamos y tomemos decisiones, pero atengámonos a la constitución y a las leyes. Todo lo demás me parece inaceptable», dijo Gorbachov en sus memorias. Calificó de suicida la misión en la que se habían metido: «Piénsense bien lo que he dicho y trasmítanselo a los camaradas».
Estrechó la mano antes de que se fueran, y al general Valentín Varénnikov, le advirtió de manera insistente: «Después de estas explicaciones, está claro que ya no trabajaremos juntos». Una vez que se marcharon Gorbachov comentó lo sucedido a su familia y a su ayudante Anatoli Cherniaev, un liberal que se había encargado de muchas de las iniciativas de Gorbachov en política exterior. Le costaba entender que Vladimir Kryuchkov estuviese entre ellos, pero más le dolía la conjura del mariscal Dmitri Yázov, su leal ministro.
Los complotados cuando regresaron al aeropuerto estaban apesadumbrados y sumamente perplejos, según comentó el conductor del vehículo, apenas dijeron palabra y estaban de mal humor. En el viaje de ida estaban alegres y hablaron todo el tiempo. Valeri Boldin se lamentaría más tarde de que no pudo darse un baño en el mar, pensó que la firma del documento habría sido rápida y luego un baño. Durante el viaje de regreso a Moscú se acabaron una botella grande de whisky para relajarse, acompañado de pan, mantequilla y ensalada.
Llegando a Moscú fueron directamente al Kremlin, en el despacho del primer ministro, Valentín Pávlov, fueron recibidos por los cabecillas del golpe. Los conjurados ya se habían enterado de la negativa de Gorbachov de entregar el poder a Yanáiev, el general Yuri Plejánov se había comunicado desde el avión por teléfono con Vladímir Kryuchkov. Los cinco aguardaron en el Kremlin para tener la confirmación de manera personal y dar el siguiente paso.
Vladímir Kryuchkov, entonces tenía sesenta y siete años, era medio calvo, usaba gafas. Era muy conocido por su gran capacidad de trabajo, era eficiente como burócrata y muy prudente. Kryuchkov, abogado de profesión, había ingresado al cuerpo diplomático a principios de la década de 1950. Fue protegido por Yuri Andrópov luego pasó a trabajar para él en la embajada de la Unión Soviética en Budapest durante la revolución húngara de 1956. En los sesenta ingresó en el KGB con Yuri Andrópov, y en el 1974 fue nombrado director de la agencia de inteligencia exterior, cargo que ejercería hasta 1988, cuando fue nombrado por Gorbachov al frente del KGB.
Vladímir Kryuchkov contaba con protectores poderosos, uno de ellos fue Aleksandr Yákolev, un gran aliado de Mijaíl Gorbachov. El sector reformista quería que los servicios de inteligencia estuvieran a cargo de alguien con experiencia internacional, y que fuera consciente de lo rezagado que estaba el régimen soviético frente a Occidente, y que apoyase los cambios. No querían un guardián de la ortodoxia soviética. Kryuchkov parecía ser la persona idónea para el cargo.
A decir verdad, su experiencia internacional se limitaba a la temporada que había pasado en Budapest, y lo único occidental que le gustaba era el whisky, bebida que era inaccesible para el ciudadano de a pie en la URSS. Robert Gates, es testigo de la afición de Kryuchkov a esta bebida, y cuenta que, durante su viaje a Washington en diciembre de 1987, para preparar la visita de Mijaíl Gorbachov. Robert Gates, Colin Powell, entonces consejero de seguridad nacional de Ronald Reagan, y el director del KGB cenaron juntos en un restaurante de la capital.
Al momento de solicitar las bebidas, Kryuchkov pidió un whisky escocés. El intérprete pidió en inglés un Johnny Walker etiqueta roja, pero Vladímir Kryuchkov lo corrigió, lo que quería era un Chivas Regal. «Estaba claro que no era un hombre de gustos vulgares», recordaría más tarde Robert Gates. Sin duda que los golpistas estaban de acuerdo con la perestroika de Gorbachov, pero más tarde comprendieron que esta política amenazaba no solo al Partido, cosa que compartían los pragmáticos, sino que también la estructura política del Estado y el lugar que ellos ocupaban.
Ese viraje político lo pudo constatar Robert Gates cuando se entrevistó con Vladímir Kryuchkov en Moscú en febrero de 1990, después de la reunión le comunicó a James Baker que el director del KGB «ya no apoyaba la perestroika, y a Gorbachov más le vale estar alerta». Vladímir Kryuchkov sostenía que «la gente estaba aturdida por los cambios», que la perestroika había fracasado, y la economía y las relaciones entre las naciones de la URSS iban de mal en peor. «Kryuchkov parecía dar por acabado a Gorbachov» recordaría Robert Gates.
Mijaíl Gorbachov estaba convencido que el desencadenante del golpe fue la entrevista secreta que realizó con Boris Yeltsin, y que fue grabada la noche del 29 de julio. Nursultán Nazarbáyev también participó en la conversación en la que se trataron los cambios que se producirían luego de la firma del nuevo tratado de la Unión que se celebraría el 20 de agosto. Se acordó que Nazarbáyev sustituiría a Valentín Pávlov como primer ministro. En tanto, Boris Yeltsin insistió en que destituyera a Vladimir Kryuchkov y a Dmitri Yázov, en esto acordaba Nazarbáyev.
Mijaíl Gorbachov, tuvo que aceptar desprenderse de Kryuchkov, del ministro del interior, Boris Pugo, pero no de Dmitri Yázov. Vladímir Kryuchkov había ordenado grabar la conversación, el jefe del KGB sabía que sus días estaban contados, por tanto, había que actuar de inmediato. El golpe debía realizarse cuando Mijaíl Gorbachov estuviera fuera de Moscú. Lo mismo había sucedido con Leonid Brézhnev en 1964, Brézhnev y sus cómplices se conjuraron contra Nikita Jruschov cuando éste estaba de vacaciones.
Dos días después de que Mijaíl Gorbachov viajara a Crimea, Kryuchkov ordenó a dos hombres de su confianza que sondearan la reacción de la gente al golpe. La conclusión del informe no era optimista, era más bien negativo, pero el jefe del KGB sabía que debía actuar antes de que el presidente regresara de las vacaciones de Crimea. Ese mismo día ordenó que se prepararan las acciones para declarar el estado de emergencia, y al día siguiente ordenó «pinchar» los teléfonos de Boris Yeltsin y otros líderes democráticos. El día 16 se reunió en la sede del KGB varias veces con los conjurados para coordinar los pasos siguientes.
El día 17, el grupo formado por Vladímir Kryuchkov y otros altos cargos del Partido y del gobierno se entrevistaron con otras personas en una casa usada por el KGB, para reuniones secretas, conocida con el nombre en clave «ABC». Al primer ministro Valentín Pávlov, que hasta entonces estaba al margen de la conjura, le preguntaron si sabía que Gorbachov lo iba a destituir. Valentín Pávlov respondió que estaba dispuesto a dimitir, pero finalmente se unió al grupo.
Luego de fracasado el golpe, cuando Valentín Pávlov y otros asistentes a la reunión fueron interrogados, aseguraron que no se había planteado el derrocamiento de Gorbachov, la idea era viajar a Crimea y convencerlo para que declarara el estado de emergencia. El día 18 de agosto los complotados habían enviado a sus representantes a hablar con el presidente Gorbachov, pero antes de hablar, lo dejaron incomunicado y detuvieron a su escolta, más allá de cualquier argumento, al dejarlo incomunicado la operación se había convertido ipso facto en un golpe.
Según relataría el mariscal Dmitri Yázov días más tarde, el viaje a Foros, Crimea, se reduce a lo siguiente: «Gorbachov nos echó de la casa, negándose a firmar ningún documento. Ya sabe quiénes somos nosotros y lo que queremos, y, si nos disolvemos ahora, sin haber conseguido nada, iremos derecho al patíbulo; a vosotros, en cambio, no os pasará nada», se estaba refiriendo a Dmitri Yázov, Vladímir Kryuchkov y los demás conspiradores que aguardaban en Moscú esperando noticias del encuentro en la mansión de Crimea.
Se sorprendieron por la negativa del presidente y que no les dejara hacer el «trabajo sucio» por él, esto les sorprendía ya que ellos conocían a un Gorbachov astuto como político, y que negociaba constantemente con unos y otros, y que solía cambiar de postura de acuerdo a las circunstancias, que era muy flexible, esta negativa de Gorbachov los dejaba en una situación precaria, los complotados no se pusieron de acuerdo sobre los siguientes pasos.
Si declaraban el «estado de emergencia» sin el consentimiento del presidente, estarían violando la ley. Algunos complotados dijeron que, en vista de la negativa de Gorbachov, lo mejor era no hacer nada, no continuar con el plan. El «capullo» de Valeri Boldin se mostró escéptico: «Conozco al presidente: sé que nunca nos perdonara que lo hayamos tratado así», les dijo a los presentes en el despacho del primer ministro. No había vuelta atrás, especialmente para los que habían concurrido a Foros, Crimea.
La única esperanza que quedaba era que Guennadi Yanáiev asumiera la presidencia argumentando que Mijaíl Gorbachov estaba enfermo. Este era el plan B, Vladímir Kryuchkov y los otros complotados estaban seguros de que el vice presidente Gennadi Yanáiev aceptaría el nombramiento, pero el vice presidente no se enteró del golpe hasta el momento en que ingresó en el despacho del primer ministro, unas horas antes del regreso de la comitiva de Crimea. Como todos los demás, había bebido más de la cuenta (digamos que eso era normal), y tuvieron que sacarlo de un restaurante en una estación cercana a Moscú.
Unas horas antes, Guennadi Yanáiev le había dicho por teléfono a Mijaíl Gorbachov que lo vería al día siguiente. Una vez que lograron controlar los efectos del alcohol, Guennadi Yanáiev, se mostró molesto por el hecho de que lo embarcaran en una operación «extraconstitucional», aunque la ley lo autorizaba a sustituir al presidente en el caso de que este se incapacitara, pero en este caso no había indicios de que Gorbachov estuviera enfermo.
El decreto ya estaba elaborado y se resumía a una frase. Cuando Vladímir Kryuchkov le entregó una copia a Yanáiev se rehusó a firmar: el presidente tenía que volver a Moscú y retomar sus funciones en cuanto se recuperara de su enfermedad. Por otro lado, el vice presidente no se sentía preparado para sustituirlo. Los conjurados insistieron, la asunción de Yanáiev de la presidencia era la única solución de dar una cierta imagen de legitimidad al golpe. Presionaron a Guennadi Yanáiev hasta el cansancio, le recordaron la necesidad de enderezar el rumbo del país.
Todos los complotados colaboraron en esta tarea, Vladímir Kryuchkov, interpretando el papel de poli bueno, le dijo con voz suave: «firme Guennadi Ivánovich», y el vicepresidente obedeció. El contenido del decreto decía lo siguiente: «En vista de la incapacidad de Mijaíl Serguéievich Gorbachov para desempeñar las funciones de presidente de la URSS por motivos de salud, y con arreglo al artículo 127 (7) de la constitución de la URSS, dichas funciones han sido asumidas por el vicepresidente de la URSS, Gennadi Yanáiev, el 19 de agosto de 1991».
Como presidente en funciones, Gennadi Yanáiev, firmó otro decreto por el que se creaba el Comité para el Estado de Emergencia, firmado por Vladímir Kryuchkov, Dmitri Yázov, Valentín Pávlov y él mismo, entre otros conspiradores. La constitución quedaba suspendida de facto. A pesar de invocar la constitución, los decretos eran todos inconstitucionales. Gennadi Yanáiev no podía asumir como presidente, porque Gorbachov no había sido incapacitado. Además, Gorbachov tampoco tenía la potestad constitucional de declarar el Estado de Emergencia sin la autorización de los parlamentos de la Unión y de las repúblicas.
No había ningún motivo real para declarar tal emergencia, no había ninguna catástrofe ni natural ni industrial, ni desórdenes públicos. El único pretexto que se les ocurrió a los golpistas fue la necesidad de salvar la cosecha, cuya situación, en ese momento no era mejor ni peor de lo normal. Luego de firmar los decretos ya no había marcha atrás, como dijo siglos antes, Julio César, ya habían cruzado el Rubicón, alea jacta est, había que continuar, las naves estaban quemadas.
¿Y cómo actuarían las nuevas autoridades? Para empezar Gennadi Yanáiev y el primer ministro Valentín Pávlov, se refugiaron en el despacho de Gennadi Yanáiev y bebieron como cosacos hasta el amanecer. Los demás se pusieron manos a la obra para implementar el Estado de Emergencia. Vladímir Kryuchkov se reunió toda la noche con sus colaboradores preparando los documentos pertinentes y los preparativos secretos, había que poner en marcha todo el aparato del KGB. A las tres de la mañana Vladímir Kryuchkov convocó a todos los máximos dirigentes para anunciarles el fin de la perestroika.
A las 06:00 horas del día 19, los medios de comunicación soviéticos anunciaron la destitución de Gorbachov y la declaración del estado de emergencia (para salvar las cosechas), y esta duraría seis meses. La noticia causó un gran impacto en el país, en las cadenas de radio y televisión no hubo explicaciones ni análisis sobre esta nueva situación, la orden emitida era que debían actuar como en los días de luto ordenados por los anteriores líderes soviéticos, como cuando murió (o mataron) Brézhnev, Andrópov y Chernenko, entre 1982 y 1985.
Las cadenas continuaban emitiendo música clásica y ballet. Pero que en esta vez ofrecieran El lago de los cisnes, ¿Qué significaba, había muerto otro líder más? Nadie informaba sobre la muerte de Gorbachov ni un parte médico que hablara de la salud de Gorbachov, nadie sabía lo que sucedía con certeza. Mijaíl Gorbachov que había pasado la noche en vela, se enteró de la situación gracias a una pequeña radio de marca Sony que los golpistas no se lo habían requisado.
«Que suerte hemos tenido de traerla. Mijaíl Serguéievich la utiliza para escuchar la emisora Maiak mientras se afeita por la mañana. Se la ha traído a Crimea. El aparato que habitualmente tenemos aquí no capta ninguna frecuencia. Solo funciona la pequeña radio Sony», escribiría en su diario Raisa Gorbachov. «Varios buques de guerra se han dirigido a la bahía. Las naves patrulla se han acercado a la orilla más de lo normal, han estado allí un cuarto de hora más o menos, y luego se han marchado», «¿Será una amenaza? ¿Nos estarán aislando por mar?», se preguntaba.
La presencia de un gran número de naves patrulla en las inmediaciones de la mansión de vacaciones de Gorbachov, era lo único que podía proporcionar como información la CIA al presidente George Bush, además de los informes oficiales soviéticos sobre el golpe. A los estadounidenses también les constaba que el avión de Gorbachov no había abandonado Crimea. El presidente Mijaíl Gorbachov permanecía en la mansión en Foros, pero desconocían sobre su situación personal.
En la noche del 19 de agosto, el presidente George Bush, dictó a la grabadora su diario e imaginaba a Gorbachov: «No sé si hay alguna posibilidad de que vuelvas, Mijaíl. Espero que no tengas que ceder tanto que, en el caso de volver, estés bajo sospecha. Espero que Yeltsin, que exige tu regreso, se mantenga firme, y que este repugnante golpe de los conservadores no lo expulse del poder», las palabras de Bush sonaban a plegaria.
8 de marzo de 2024.