Serie Roja — 14
EL ÚLTIMO DE LOS MOHICANOS
BORIS YELTSIN
Boris Yeltsin se encontraba en su casa, ubicada en el complejo gubernamental de Arkhangelskoe-2, cerca de Moscú. Alrededor de las 06:00 horas fue despertado por su hija Tatiana, Yeltsin acababa de regresar de Almaty, donde se había reunido con Nursultán Nazarbáyev. No entendía lo que le decía su hija, finalmente comprendió y lo primero que se le ocurrió fue decir: «Eso es ilegal».
Se quedó frente al televisor escuchando los comunicados oficiales del Comité de Emergencia, le alivió saber que Gorbachov no formaba parte de ella. Por suerte para Yeltsin, los teléfonos de su casa no habían sido inutilizados y como muchos de sus colaboradores vivían cerca pudo convocarlos. Durante el encuentro en su casa con sus colaboradores, una de las primeras conclusiones que sacaron al leer los nombres de los integrantes del Comité, fue que estos tenían todo el poder y que la República Rusa tenía sus propias instituciones, pero no controlaba el ejército, ni la KGB, ni las fuerzas de seguridad.
Si bien es cierto que los nuevos alcaldes de Moscú y San Petersburgo tenían autoridad sobre la policía, en la práctica no era así. También desecharon negociar con el Comité de Emergencia y no quedaba otra opción que hacer un llamado a los ciudadanos a la resistencia. La primera frase del comunicado era terminante: «En la noche del 18 al 19 de agosto de 1991, el presidente legalmente elegido del país fue depuesto». Y se calificaba al Comité de Emergencia de ilegal, y se pedía a los «ciudadanos de Rusia» que repudiaran a los «golpistas» y exigieran «la vuelta al orden constitucional».
Los firmantes fueron Boris Yeltsin, su primer ministro, Iván Siláyev, y el presidente del parlamento, Ruslan Jasbulátov, llamaron a la huelga general que cesaría cuando permitieran a Mijaíl Gorbachov dirigirse al país, y que se convocara a una reunión de emergencia del parlamento soviético. Los puntos fundamentales se le comunicaron por teléfono al vicepresidente ruso, Aleksandr Rutskói, que en ese momento estaba en Moscú. Yeltsin no sabía aun si dirigirse a Moscú o quedarse en Arkhangelskoe.
Seguir en ese lugar lo convertía en presa fácil, sus escoltas le avisaron de la presencia de efectivos del KGB en los alrededores, y del movimiento de tanques con rumbo a Moscú. Primero pensaron en sacar a Yeltsin escondido en un bote de pesca por el rio Moscova. Boris Yeltsin descartó la propuesta y dijo que se dirigiría en coche a la Casa Blanca, como llamaban al edificio sede del parlamento, y desde allí ponerse al frente de la resistencia.
Cuando se puso el chaleco antibalas y se disponía a marchar, su mujer le dijo: «¿Para qué te pones el chaleco antibalas? La cabeza sigue sin estar protegida, y es lo más importante». Luego añadió: «Escucha: allí hay tanques. ¿De qué sirve que vayas? No te van a dejar pasar». Boris habría respondido: «No, no me lo van a impedir». En sus memorias Boris Yeltsin cuenta que para tranquilizarla dijo: «Tenemos una banderita rusa en el coche. Cuando lo vean me dejaran pasar».
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El mariscal Yázov ordenó el despliegue en Moscú de varios regimientos mecanizados del Ejército, que pusieron bajo vigilancia las principales instalaciones de la infraestructura y los edificios gubernamentales. En ningún momento los militares recibieron órdenes de atacar a civiles o recuperar terreno a los sublevados. Borís Yeltsin exige a sus seguidores «oponer resistencia a los golpistas» y apoyar la democracia. Según distintos cálculos, unas 150.000 personas, mayoritariamente moscovitas, respondieron al llamado y salieron a la calle la tarde del 19 de agosto, y algunos de ellos armados.
Unas horas después en la Casa Blanca, Boris Yeltsin se subió a uno de los tanques que rodeaban el edificio para leer el mensaje. Sus colaboradores desplegaron detrás una bandera tricolor, Yeltsin contaría más adelante. «Aquel mitin que di subido al tanque no fue un truco propagandístico. Después de dirigirme al pueblo me sentí muy aliviado, y también lleno de vigor». Boris Yeltsin dirigía una oposición al golpe que, según el Comité, pretendía salvar a la Unión Soviética. Lo hacía en nombre de Rusia y bajo el estandarte imperial, lo que volvía todo inverosímil, Rusia se rebelaba contra sí misma. Como diría Catherine A. Fitzpatrick.
En vista de la presencia de los carros de combate y otro material bélico, los partidarios de Yeltsin levantaron barricadas alrededor del Ayuntamiento de Moscú y la sede del Gobierno de Rusia, la denominada Casa Blanca. También formaron voluntariamente escudos humanos, obstaculizando los desplazamientos de las columnas acorazadas. La censura en la televisión no impidió que un reportaje sobre los sucesos en la calle viera la luz en el noticiero de las 21.00. Eso impulsó a salir a la calle a más gente indignada el día siguiente.
Poco después de las 05:00 horas, Vladímir Kryuchkov, director de la KGB mandó a repartir entre los comandantes del ejército órdenes de detención contra líderes de la oposición. El primer ministro, Valentin Pávlov, exigió el encarcelamiento de un millar de activistas. En la lista de Vladímir Kryuchkov figuraban 70 personas, entre ellos dos ex colaboradores de Mijaíl Gorbachov, Eduard Shevardnadze y Aleksandr Yákovlev, de tendencia liberal.
El rechazo del golpe no fue unánime. Según distintas fuentes que cita el sitio web del Partido Comunista, entre el 20% y el 40% de la población apoyaba la acción del Comité Estatal. Durante el despliegue de las tropas mecanizadas en el centro de Moscú en la noche del 20 de agosto murieron tres jóvenes: Dmitri Komar, Iliá Krichevski y Vladímir Úsov. Formaban parte del escudo humano en el túnel. Uno fue aplastado por un tanque, y los otros dos murieron por impacto de balas.
La relación entre Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov no era buena y eso los golpistas querían aprovechar, en un primer momento pensaron en detenerlo, pero eso no hubiese caído bien la ciudadanía y ellos pretendían darle un tinte de legalidad a su accionar, por ese motivo lo dejaron llegar a Moscú, los miembros del comando Alfa tenían ordenes de no impedir que llegara a la capital. A las diez de la mañana el Comité de Emergencia se reunió formalmente en las oficinas del presidente Yanáiev.
Kryuchkov informó que se había puesto en contacto con Boris Yeltsin: «Se niega a colaborar. Hemos hablado por teléfono. He intentado hacerle entrar en razón, pero no ha servido de nada». A las seis de la mañana los tanques de la división Tamán habían rodeado la torre de comunicaciones Ostankino, y una hora después entraron en la capital y la división Kantemirovskaia. Unos 4.000 efectivos, más de 350 tanques, 300 blindados y 420 camiones llegaron a Moscú.
Los ciudadanos de Moscú se mostraban amables con los soldados, hablaban con ellos, les ofrecían comida y caramelos, la edad media de la tropa era de 19 años. Les hacían todo tipo de preguntas: «¿Por qué habéis venido? ¿Van a disparar?» una cosa era segura, los soldados no iban a disparar a los civiles. El discurso de Yeltsin sobre el tanque fue espectacular, pero no había mucha gente en los alrededores.
A las seis de la tarde, decenas de corresponsales extranjeros y un grupo selecto de periodistas soviéticos, ligados al ala dura del régimen, acudieron a una rueda de prensa en el ministerio de Asuntos Exteriores. Guennadi Yanáiev, estaba cansado y fue el encargado de enfrentar a la opinión pública, Yázov y Pávlov no quisieron dar la cara, ellos dirigían el golpe desde las sombras, los demás golpistas, entre ellos el ministro del Interior, Boris Pugo, se sentaron en una mesa larga.
«Damas y caballeros, amigos y camaradas, como ya saben, Mijaíl Serguéievich Gorbachov es incapaz de desempeñar las funciones de presidente de la URSS por motivos de salud, y el vicepresidente de la URSS las ha asumido provisionalmente», dijo Yanáiev. Luego hablaría de la situación política y económica del país, y de las reformas de Gorbachov como causa del problema, y prometió un debate más amplio sobre el nuevo tratado de la Unión. El Comité de Emergencias había ordenado esa misma tarde el cierre de todos los periódicos de tendencia liberal y pensaba aprovechar la televisión pública para mostrar la imagen que ellos querían del golpe.
Al principio las preguntas de los periodistas leales facilitaron la tarea a Yanáiev para atacar a Yeltsin y defender las medidas del Comité de Emergencia. Uno de los reporteros del oficialista Pravda dijo que el llamamiento de Boris Yeltsin a la huelga general podría tener «consecuencias trágicas». El siguiente periodista que intervino, extranjero, hizo una serie de preguntas que fueron demoledoras. Los periodistas extranjeros hicieron preguntas sobre la salud de Mijaíl Gorbachov y señalaron sobre la ilegalidad del golpe.
La periodista Tatiana Malkina de Nezavisimaia Gazeta (Gaceta independiente), uno de los periódicos cerrado por los golpistas, Malkina se había colado en la conferencia, preguntó: «La operación que llevaron a cabo anoche ¿considera usted que fue un golpe de estado? ¿Con qué le parece más correcto compararla: con 1917 o con 1964? Se estaba refiriendo al golpe de los bolcheviques y a la destitución de Nikita Jruschov.
Diez años más tarde, Malkina, esposa de un alto funcionario financiero internacional, no recordaba la respuesta del «pobre Yanáiev», pero sí sus manos temblorosas, que se interpretaron como un síntoma de la fragilidad de la conspiración. Yanáiev, que hoy reside en un departamento de dos habitaciones y tiene una pensión de 1.500 rublos al mes, explica que temblaba por la responsabilidad de mentir sin tener todavía el certificado médico falso de la supuesta dolencia. El documento iba a prepararse «por el bien» de Gorbachov, ya que le permitía «mantenerse al margen» mientras los otros hacían el trabajo sucio.
La siguiente fue otra periodista extranjera: ¿habían consultado los conspiradores con el cabecilla del golpe ocurrido en Chile en 1973, Augusto Pinochet? Hubo risas y aplausos. Yanáiev, se defendió de quienes acusaban al Comité de actuar al margen de la constitución y prometió que el parlamento soviético se reuniría el 26 de agosto. También intentó convencer a los periodistas de que le guardaba lealtad a su «amigo, el presidente Gorbachov».
Yanáiev, antes de la conferencia había recibido un mensaje de Mijaíl Gorbachov, exigiendo que restableciera la comunicación en Foros, y pusieran un avión a su disposición. La respuesta fue negativa. Pese a la incomunicación, los guardias de la mansión conectaron el cable de la televisión, y Mijaíl Gorbachov y familia pudieron ver la rueda de prensa. Todo el país pudo ver al apparatchik cansado, con voz temblorosa, un peinado que pretendía disimular su calvicie, movía nervioso las manos sin saber qué hacer con ellas.
La presentación en sociedad fue un fracaso, Yanáiev era poco conocido en la URSS y quienes lo conocían lo consideraban un político mediocre. Lo que mostró la rueda de prensa fue la falta de un líder, no había liderazgo. Si bien el cerebro del golpe fue Kryuchkov, la autoridad formal era Yanáiev. Luego de incorporarse al Comité y exigir mano dura con sus oponentes políticos, el primer ministro, Valentín Pávlov, se emborrachó hasta sufrir un ataque de hipertensión y tuvo que ser hospitalizado.
Si la jornada del día 19 de agosto se pudiera resumir en tres imágenes simbólicas, la primera sería la de Boris Yeltsin encaramado a uno de los tanques apostados ante la Casa Blanca para dirigirse a la multitud. La segunda, se materializa pocas horas después. Un autobús acaba de cruzar el puente sobre el río, frente a la Casa Blanca. El conductor decide que aquel punto es el final del recorrido. Se lo comunica al pasaje y se une a los primeros defensores de la casa Blanca, a quienes entrega el autobús.
Estos lo atraviesan en el puente y deshinchan los neumáticos, transformándolo en barricada. El Parlamento de a poco va adquiriendo la apariencia de una fortaleza asediada. En el interior, el recuento de armas da como resultado apenas un centenar, entre pistolas y subfusiles. La tercera imagen es la que capta las manos temblorosas de Yanáiev durante su comparecencia ante los medios.
El presidente interino es un burócrata de larga trayectoria, y su presencia en el gobierno ha sido el resultado de las maniobras de Gorbachov para contentar al sector más conservador del PCUS. Esa tarde, Yanáiev pone rostro a un golpe que no dirige y al que se ha unido a última hora, más por fidelidad a los conjurados que por convicción propia. Barricadas, manifestaciones y mítines demuestran que la indiferencia de la población con la que contaban los golpistas es otro error de cálculo.
En los alrededores del Parlamento, cientos de personas montan guardia, decididas a proteger el único poder legítimo que queda en la URSS y a combatir el frío de la noche al calor del vodka y las hogueras. El mariscal Yázov y el ministro del Interior, Boris Pugo, estaban enfrentados desde el momento en que enviaron tropas a las repúblicas no rusas para sofocar a los movimientos independentistas, pero ninguno de los dos quería ser responsable del fracaso de las medidas represivas.
Emma, la esposa de Yázov, se presentó en el ministerio de Defensa en el momento que se realizaba la rueda de prensa. Emma le rogó a su marido que abandonara el Comité y que llamara a Gorbachov: «Tienes que comprender que estoy solo, Emma», contestó Yázov. «¿Por qué te has juntado con esta gente, Dima? —Preguntó Emma, usando el apelativo familiar—. Tu siempre te reías de ellos». Conversación citada por Stepankov y Lisov, en Kremlevskii Zagovor. Luego de la rueda de prensa se reunieron los conspiradores en el despacho de Yanáiev, en ellos ya no había euforia y tomaron consciencia de lo peligroso que era Yeltsin.
La mañana del 20 de agosto, se reunieron para la lectura de un resumen del KGB sobre los errores cometidos el día anterior. Según el informe, el Comité no había hecho efectivo el estado de emergencia, ni cortado la comunicación entre los grupos de oposición, ni localizado o aislado a sus líderes, ni impedir a los grupos el uso de recursos mediáticos. También consideraron que cada vez parecía más improbable que el parlamento soviético fuera a aprobar las decisiones del Comité, ya que se rumoraba de que Gorbachov estaba sano y salvo en Crimea.
Esa misma mañana, Kryuchkov, Yázov y Pugo ordenaron a sus subordinados que de inmediato prepararan un plan para asaltar la Casa Blanca. La familia de Yeltsin se había refugiado en un pisito que tenía el guardaespaldas del presidente en las afueras de Moscú, habían abandonado Arkhangelskoe en una furgoneta que habían traído los guardias, a Boris y a María, hijos de la hija mayor Elena, se les informó que en el caso de que los escoltas les ordenaran echarse al suelo del vehículo, debían de obedecer de inmediato.
«¿Nos van a disparar en la cabeza, mamá?», quiso saber el niño. Los efectivos del KGB inspeccionaron la furgoneta, pero finalmente los dejaron seguir. En la casa Blanca Boris Yeltsin se mostraba con mucha fortaleza y fe en la victoria. Era el líder que no tenían los golpistas, era carismático y sabía captar el ánimo colectivo, y por sobre todo era más audaz que el propio Gorbachov.
Boris Yeltsin firmó varios decretos que declaraban inconstitucional el golpe y, además, reafirmaban su autoridad sobre las instituciones de la Federación Rusa y las tropas presentes en el territorio de esta república. El KGB soviético, el ejército y los efectivos del ministerio del Interior dependían únicamente del presidente ruso. A Aleksandr Rutskói, vicepresidente ruso, se le encargó la defensa del parlamento, pero sus hombres estaban mal armados y las barricadas levantadas por los moscovitas a imitación de los levantados por los lituanos en torno a su parlamento en enero de 1991, no estaban en condiciones de repeler las fuerzas del Comité.
Boris Yeltsin luchó todo el día para ganarse la adhesión de las tropas enviados por los golpistas y en especial de los comandantes. Al general Pável Grachov lo había llamado desde Arkhangelskoe, comandante de las fuerzas aerotransportadas, y al que había conocido unos meses antes. El joven general de 43 años le había asegurado que defendería al gobierno ruso en el caso de un ataque al orden constitucional. Ningún golpe podía triunfar sin las fuerzas aerotransportadas, una de las pocas unidades listas para el combate.
En la madrugada del 19 los tanques habían entrado en Moscú y sus mandos, entre ellos el general de paracaidistas, Aleksandr Lebed, vigilaban el parlamento, porque no habían recibido otra orden. Yeltsin obtuvo una victoria cuando el mayor Serguei Evdokimov se pasó al lado ruso con diez tanques. El diputado Serguei Iushenkov, uno de los organizadores de la resistencia, sospecha que la nueva lealtad de Evdokimov, pudo ser bien pragmática. Al entrar en la Casa Blanca, el oficial de la división de élite Tamanskaya, que llevaba horas en su carro blindado, preguntó ansiosamente dónde estaba el baño.
Pero la lucha por ganarse a los militares se dio en las calles de Moscú, primero los soldados se dedicaron a charlar con la gente y disfrutaban de la compañía de mujeres hermosas, o de encantadoras ancianas que colmaban de atenciones a los soldados. La nueva clase empresarial rusa apoyaba a Boris Yeltsin, entonces decidieron llevar suficiente comida y alcohol a la Casa Blanca para animar a los defensores, y también a las tropas estacionadas en las cercanías.
Dmitri Yázov estaba horrorizado por la situación y para evitar que siguieran fraternizando con la gente, ordenó a los comandantes a desplazar las unidades de un punto a otro de Moscú. El primer triunfo de Yeltsin lo obtuvo gracias a los moscovitas, confiando en la gente los convocó a un mitin frente al parlamento el día 20 a mediodía.
Cerca del mediodía del día 20 los efectivos de la brigada de tropas aerotransportadas abandonaron la plaza frente a la Casa Blanca después de dialogar con las autoridades rusas. El Eco de Moscú, una emisora de radio independiente que resistía a los golpistas estuvo convocando a los ciudadanos a congregarse en la Casa Blanca. Finalmente, la concurrencia fue multitudinaria.
Boris Yeltsin habló desde el balcón a los casi cien mil moscovitas que acudieron en su apoyo. Delante de Yeltsin había un parapeto de escudos antibala, sus ayudantes lo llevaron al interior por temor a los francotiradores que pudieran estar apostados en las azoteas de los edificios cercanos.
El acto duró unas tres horas y hablaron decenas de personas, mientras la gente coreaba lemas como: «¡Rusia está viva!», «Estamos contigo, Yeltsin», «Juzgad a los golpistas», entre los oradores estuvo el ex ministro de Asuntos Exteriores de Gorbachov, Eduard Shevardnadze, y el poeta vivo más famoso de Rusia, Yevgueni Yevtushenko, quien leyó un poema, y describió a la Casa Blanca como un: «un herido cisne de mármol de la libertad, defendido por el pueblo», también el violinista de fama mundial, Mstislav Rostropóvich, que había volado de París a Moscú.
Yelena Bónner, la viuda de Andréi Sájarov, le contó a la multitud una anécdota sucedida en la época del exilio junto a su marido: cuando le preguntó a un agente del KGB porqué el régimen publicaba mentiras sobre Sájarov, el agente le había contestado que todo eso se escribía «no para nosotros, sino para la plebe». Los golpistas, dijo Bónner, «piensan así». Y luego añadió: «Todo cuanto dicen o escriben está dirigido a la ‘plebe’. Para ellos no somos más que eso, ‘plebe’». Los que organizaban el mitin pidieron a la gente que se quedara para defender la Casa Blanca, y miles de personas así lo hicieron.
Luego del acto frente al parlamento, llegó el respaldo que tanto estaba esperando, al otro lado de la línea estaba George W. Bush. La llamada no era espontanea se estaba preparando desde algún tiempo. El día 19 de agosto, cuando el presidente George W. Bush realizara sus primeras declaraciones, el ministro de exteriores ruso, Andréi Kozyrev, le había pedido al asesor de negocios de Estados Unidos en Moscú, Jim Collins, que acudiera a la Casa Blanca rusa para entregarle una carta de Boris Yeltsin, para ser entregada al presidente Bush.
En esa carta le pedía: «Le ruego, señor presidente, que llame la atención de la comunidad internacional, y principalmente la de las Naciones Unidas, sobre lo que está ocurriendo en la Unión Soviética, y que exija el restablecimiento de los órganos legalmente elegidos y la reposición en su cargo del presidente de la Unión Soviética, M. S. Gorbachov». A mediodía ya había llegado el texto de la carta a Washington, y el consejero de seguridad nacional adjunto, Robert gates, se lo leyó por teléfono a Brent Scowcroft, que en ese momento estaba volando con George Bush desde Maine a Washington.
Luego de evaluar la carta de Yeltsin, decidieron que era hora de endurecer la postura frente a los golpistas. Declararon frente a las cámaras que los golpistas eran todos de la facción conservadora del régimen comunista y que pretendían desbaratar las reformas de Gorbachov, y que la administración Bush, condenaba una operación que seguía calificando de «extraconstitucional». Si bien estas declaraciones no cumplían con las expectativas de Yeltsin, al menos la administración Bush, se iba acercando a una condena inequívoca del golpe.
La carta de Boris Yeltsin fue el primer mensaje oficial que Estados Unidos recibía de Rusia, pero Yeltsin no fue el único dirigente soviético en llamar a Washington en esa mañana. El embajador de la URSS en Estados Unidos, Víktor Komplektov, acudió al departamento de Estado para entregar de sus nuevos jefes, el Comité de Emergencia, la carta de Guennadi Yanáiev decía: «Me dirijo a usted en un momento decisivo para el futuro de la Unión Soviética y del mundo».
El jefe de los golpistas ratificaba la intención de acabar con la perestroika de Mijaíl Gorbachov, aunque prometía seguir adelante con las reformas. El texto había sido redactado por el jefe de la KGB, Kryuchkov, pero Yanáiev para desmentir al KGB, había agregado una frase suya final sobre la situación de salud de Gorbachov: «Para su información, Mijaíl Serguéievich está completamente a salvo, y no tiene nada que temer». La carta fue entregada a la máxima autoridad presente en ese momento en la Casa Blanca, Robert Gates.
Tiempo después recordaría, Robert Gates: «No hice bromas ni me puse a charlar educadamente con él: procuré tratarle con la mayor frialdad posible». Memo from Ed A. Hewett, «Meeting between Ambassador Víktor Komplektov and Robert Gates». Los asistentes coincidían en que el presidente Bush debía asumir un tono mas duro. El subdirector de la CIA, Richard Kerr, había enviado un informe en la que, a su juicio, el golpe era «incompleto» y su desenlace incierto.
Robert gates, diría luego: «Según avanzaba la mañana, nos fuimos convenciendo de que algo raro sucedía en Moscú. ¿Por qué seguían funcionando todas las líneas telefónicas y de fax? ¿Por qué no se había alterado apenas la actividad diaria? ¿Por qué no habían detenido a la oposición en ninguna parte, ni siquiera en Moscú? ¿Cómo permitía el régimen que la oposición levantara barricadas en el edificio del parlamento ruso y la gente saliera y entrara a su antojo? Empezamos a pensar que los cabecillas eran bastante torpes y que el golpe podía fracasar».
En el siguiente comunicado incluyeron la palabra «condena», el gobierno estaba salvando el bulto, ya que en la mañana parecía que estaba contemporizando con los golpistas. En una reunión convocada por Robert Gates, a las 17:00 horas, el Comité de Subdirectores aprobó un comunicado mucho mas duro, en esa reunión estuvieron, Bush, Scowcroft y el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Colin Powell. Para ese entonces habían surgido nuevos elementos sobre la torpeza de los golpistas.
Un nuevo análisis entregado por la CIA que fue resumida por Richard Kerr, señalaba: «En definitiva, esto no parece un golpe convencional, señor presidente. No son muy profesionales. Tratan de hacerse con los principales centros de poder de uno en uno; pero un golpe que se lleva a cabo de forma gradual, en varias fases, no puede triunfar». El nuevo comunicado del gobierno estadounidense decía: «Nos preocupa profundamente lo sucedido en las ultimas horas en la Unión Soviética y condenamos el uso de la fuerza, que vulnera la constitución».
También se agregaba en el comunicado una frase de la carta de Yeltsin en la que se exigía «el restablecimiento de los órganos legalmente elegidos y la reposición en su cargo del presidente de la URSS. M. S. Gorbachov». Con este comunicado el gobierno estadounidense le estaba expresando a Boris Yeltsin que había recibido su misiva, y que no apoyaba ni reconocía a los golpistas. Pero, George Bush, aun no se atrevía a llamar al presidente ruso, Boris Yeltsin.
George Bush pidió a sus ayudantes que trataran de ponerlo en contacto con Mijaíl Gorbachov, pero la línea no funcionaba. La noche del 19 de agosto, los consejeros de Bush coincidieron que el presidente debía llamar a Yeltsin. A la mañana siguiente el teléfono de Mijaíl Gorbachov seguía incomunicable. Brent Scowcroft redactó un memorando donde se indicaba a George Bush la actitud que debía adoptar en su llamada a Yeltsin.
Según el consejero de seguridad nacional, Yeltsin se había «atrincherado en el edificio del parlamento con unos cien diputados rusos», se rumoraba que el presidente de la URSS ya había sido detenido y que se encontraba en Moscú, pero esto no lo confirmaba los servicios de inteligencia. Scowcroft necesitaba información de primera mano para el presidente Bush. Había mas motivos para llamar a Yeltsin: «Llamando esta mañana al presidente Yeltsin le mostrará usted su apoyo a él y a la legalidad constitucional que han violado los golpistas. La llamada bastará para levantarle el ánimo», pero Bush no quería ir mas lejos en el respaldo a Yeltsin.
George W. Bush persistía en el error de seguir apoyando a su amigo Gorbachov y no encararse adecuadamente con esta nueva situación, su actitud a todas luces, fue lamentable para el jefe de una potencia mundial. Scowcroft escribió: «Hay que dejar claro al presidente Yeltsin que no podemos ofrecerle mas que un apoyo general», y, además, querían dejar en claro que deseaban que Gorbachov fuera repuesto en su cargo, por lo demás, los estadounidenses tratarían de ponerse en contacto con los cabecillas del golpe para evitar que usaran la fuerza.
Pero estos genios no entendían que para reponer al amigo Gorbachov, primero había que detener a los golpistas, y para eso había que respaldar totalmente a Boris Yeltsin, de cualquier manera, una vez desbaratado el golpe, Gorbachov estaría liquidado y humillado por Boris Yeltsin. Cuando el día 20 Bush se comunicó con Yeltsin dijo: «Solo quería saber cómo van las cosas allí», se olvidó de saludar al ruso. «Buenos días» contestó Yeltsin. «Buenos días» dijo Bush. Luego insistió «Sólo quería información de primera mano sobre lo que está ocurriendo allí».
A Boris Yeltsin no le molestó la actitud de George W. Bush, con ese gesto estaba demostrando que a él le importaba más su país, el interés general y no esas pequeñeces de preferencias y amistades personales. «Han cercado el edificio del Soviet Supremo y la oficina del presidente y creo que van a asaltar el edificio de un momento a otro. Llevamos veinticuatro horas aquí y no pensamos marcharnos. He pedido a las cien mil personas que se han concentrado fuera que defiendan al gobierno legalmente elegido», contó Yeltsin.
«Apoyamos sin reservas su exigencia de que vuelva (mi amigo) Gorbachov y se restablezca el gobierno legítimo», dijo Bush. Luego de que Yeltsin le hiciera un extenso informe sobre el golpe y las reivindicaciones de la oposición, le pidió al presidente estadounidense que convenciera a los líderes mundiales de que apoyasen la democracia rusa, y le desaconsejó que llamara a Yanáiev. George Bush se mostró conforme y quedaron en seguir hablando al día siguiente. La conversación no sólo fue alentadora para Yeltsin sino también para Bush.
George Bush, concluyó la conversación diciendo: «Buena suerte y felicidades por su coraje y entrega. Rezamos por usted. El pueblo estadounidense lo apoya. Usted está haciendo lo que debe». Telecon with president Boris Yeltsin of republic of Russia. Bush presidential Library, Memcons and telcons. Boris Yeltsin tenía indicios de que los golpistas preparaban un asalto a la Casa Blanca. Cerca de las 14:00 horas, Yeltsin recibió la visita del general Aleksandr Lébed. El general le manifestó que le habían ordenado abandonar las cercanías de la Casa Blanca, expuesta a un ataque.
Yeltsin le pidió que abandonara el batallón donde estaba, Aleksandr Lébed se negó amparándose en el juramento militar, pero dijo, que la solución estaba en que Yeltsin dictara un decreto nombrándose a sí mismo comandante en jefe del Ejército. Yeltsin vaciló, Lébed entonces le dijo que su resistencia sería inútil: «Bastaría el lanzamiento de unos cuantos misiles antitanques guiados para que el edificio ardiera. El fuego sería tan violento que la gente saltaría por las ventanas».
Un miembro del KGB avisó a los defensores del parlamento de que su unidad había recibido la orden de atacar. A las cinco de la tarde, el vicepresidente Rutskói ordenó a los ciudadanos concentrados alrededor de la Casa Blanca que se organizaran en unidades de defensa. Anunciándose el nacimiento de las fuerzas armadas rusas, no soviéticas, y animó a los jóvenes a incorporarse al nuevo ejército, pero no se sabía cuántos desertarían de las unidades del KGB, el ejército y la policía soviética que estaban concentrados frente al parlamento.
Al mismo tiempo el Estado Mayor General del Ejército del grupo golpista, sopesó un plan para aislar y desarmar a la gente armada entre los seguidores de Boris Yeltsin. Descartaron esta idea porque podría provocar víctimas entre civiles. Yeltsin promulgó un decreto por el cual asumía «temporalmente» las funciones de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas en todo el territorio ruso y designó a un general leal para el puesto de ministro de Defensa de Rusia (antes del golpe no existía esta cartera).
La medida complicó la subordinación y la dirección de las tropas. Los diputados del Consejo Supremo (Parlamento) de Rusia se dirigieron a los distintos destacamentos del Ejército para agitar a los militares a su favor y convencer a la oficialidad de la ilegalidad del golpe. La gente reparte comida y bebida entre los soldados y les pide que abandonen las calles. Esta táctica tuvo éxito. Al final, luego que Boris Yeltsin, decidiera nombrarse a sí mismo comandante en jefe, las tropas rusas estaban aumentando.
El rumor de un asalto al Parlamento había sido constante durante la tarde, pero el toque de queda parece confirmar su inminencia. El vicepresidente ruso, Alexander Rutskoi, veterano y héroe de Afganistán, dirige la defensa. Los hombres armados tienen orden de abrir fuego ante cualquier intento de penetrar en el edificio. Idéntica instrucción han recibido los francotiradores apostados en la azotea.
A las 18:00 horas se pidió a todas las mujeres que abandonaran la Casa Blanca moscovita. La Radio El Eco de Moscú seguía llamando a los moscovitas a acudir al parlamento para luchar por la democracia, y la gente siguió respondiendo de manera afirmativa. Para el anochecer ya habían mas de 15.000 personas en los alrededores del edificio. En el exterior, un gigantesco escudo humano rodea la Casa Blanca. Miles de personas, en su mayoría jóvenes, han hecho acopio de adoquines, barras de acero y cócteles molotov. Otras se guarecen de la fina lluvia en el interior de los más diversos vehículos que forman las barricadas.
Los oficiales que recibieron la orden de atacar la Casa Blanca se niegan a cumplirla. La insubordinación de las unidades de élite del KGB decanta el Ejército al bando de Yeltsin. La insubordinación se extiende a la fuerza aérea, y su general en jefe ordena interceptar cualquier helicóptero en vuelo hacia la Casa Blanca. Después de una conversación telefónica entre un asesor de Boris Yeltsin y Vladímir Kriuchkov, dos columnas de grupos especiales del KGB que estaban entrando en Moscú en la noche del día 21 dieron la vuelta y volvieron a sus cuarteles.
En una reunión en el KGB en la madrugada del 21 de agosto un general a cargo de la mayor división de las tropas internas del Ministerio del Interior acuartelada en las afueras de Moscú anunció que su mando había desobedecido las órdenes de desplegarse en la ciudad y jamás participaría en el asalto a la Casa Blanca. Si los oficiales de los grupos de operaciones especiales Alfa y Vimpel no se hubieran negado a emprender el asalto a la Casa Blanca que ya habían preparado, hubiese terminado todo en una carnicería, pero nadie lo ordenó.
Víctor Karpujin y Serguei Goncharov, los jefes del grupo, se negaron a la «operación militar», porque no consideraban su obligación de oficiales «disparar sobre gente desarmada y abrir un corredor para los tanques». Los mandos golpistas se dividieron sobre la necesidad de seguir o dar marcha atrás y parece que fue el mariscal Dmitri Yázov quien, de forma unilateral, decidió sacar los tanques de Moscú y se resistió luego a las presiones de Kriuchkov, Chenin, Baklánov y Lukianov.
Anatoli Lukianov, presidente del Soviet Supremo y amigo de juventud de Gorbachov, se quedó fuera para maniobrar mejor en el golpe, también participó en redactar los documentos de los golpistas. En la Casa Blanca moscovita, Boris Yeltsin, que se encontraba muy agotado, decidió echarse a dormir un rato.
Su principal guardaespaldas, Alexander Korzhakov, antes de retirarse le ofreció una alternativa en caso de producirse el asalto, refugiarse en el sótano o en la embajada de Estados Unidos, que se encontraba muy cerca. En el sótano «moriremos sin ninguna ayuda exterior». En la embajada, «podemos pasar mucho tiempo, y contarle al mundo entero lo que está pasando en Rusia».
Yeltsin respondió que estaba «De acuerdo», entonces Korzhakov, apostó un guardia con un rifle al lado de su despacho, y llevó al presidente a un gabinete médico que había en el otro extremo del edificio para que pudiese dormir. Pero finalmente Boris Yeltsin, se niega a refugiarse en la cercana embajada de Estados Unidos, ocupa un búnker en el sótano del edificio, cuyos accesos subterráneos han sido minados.
Durante esos tres fatídicos días, Mijaíl Gorbachov se paseó ostentosamente por la playa. Quería demostrar a los guardias fronterizos que le vigilaban desde el mar que no estaba enfermo y en alguno de los buques patrullas llegó a madurar la idea de «liberar» al presidente. Su esposa Raisa tuvo temor hasta el último momento que los golpistas decidieran mostrar «sobre el terreno» que Gorbachov estaba indispuesto, y que para ello lo hicieran enfermar de verdad.
En Crimea Mijaíl Gorbachov y sus seguidores desestimaron la posibilidad de una fuga. El riesgo era muy grande, sobre todo, después de que varios guardacostas se unieran al cerco a la residencia de Gorbachov. La única alternativa que tienen para romper el bloqueo es desmentir la enfermedad del presidente soviético, y para ello pasea, sale al balcón y se hace visible junto a su esposa tanto como puede. En previsión de que el confinamiento tenga un desenlace fatal, graba con una cámara de vídeo doméstica lo que podría ser un testimonio póstumo: su denuncia de la traición de los golpistas al pueblo soviético.
En la madrugada del 21 de agosto, algunos blindados que circulaban cerca del Parlamento topan con la línea de barricadas. Sus defensores creen había llegado la hora de la batalla y arrojan todo lo que tienen a mano sobre los vehículos. Acorraladas y presas del pánico, las tripulaciones abren fuego. Ráfagas que no consiguen ahogar los gritos de horror de quienes ven cómo uno de los blindados pierde el control y arrolla a un muchacho. Dos jóvenes más mueren de igual forma en la media hora que dura la refriega. Cuando los tanquistas abren sus escotillas, dicen ser una patrulla que debía comprobar el cumplimiento del toque de queda.
22 de marzo de 2024.