“YO SI TE CREO”
LA JUSTICIA #MeToo
Ricardo Veisaga
No todo está conectado con todo, si no existiera esa conexión en Symploqué, el mundo no podría ser. Según este principio platónico y desarrollado por Gustavo Bueno, hay algunas cosas que están conectadas con otras.
Como el proceso de confirmación de la candidatura del juez Brett Kavanaugh a la Corte Suprema, se conecta con el primer aniversario del movimiento Me-too, y aunque esto parezca una cuestión remota, no lo es tanto, y tiene gran importancia.
Después de semanas de preguntas e indagaciones, el juez Kavanaugh, tuvo que comparecer para defenderse de la denuncia pública de la doctora Christina Blasey Ford. La doctora Christina Ford, lo acusó de una agresión sexual, un episodio, que, según ella, que habría sucedido hace más de treinta y cinco años, sobre lo que no tiene testigos, apenas memoria y de lo que no se supo nada -porque nada dijo- durante décadas.
Christina Ford nunca habló del supuesto incidente hasta 2012, y aun entonces no mencionó el nombre del juez Kavanaugh como culpable. Ese hecho habría sucedido, en 1982, un fin de semana, en una fiesta en una casa de Maryland, en la que corrió el alcohol, Brett Kavanaugh y un amigo, Mark Judge, habrían llevado a Christina Blasey Ford a una habitación.
Luego de subir la música a todo volumen, cerraron el pestillo, Brett la sujetó sobre la cama, se montó sobre ella, le tapó la boca y trató de quitarle la ropa. Ella se resistió, logró zafarse y se encerró en un baño. Kavanaugh tenía entonces 17 años y era alumno de secundaria en Washington.
La senadora Dianne Feinstein, demócrata, recibió en julio, una carta cuya autora acusaba a Brett Kavanaugh de un intento de violación cuando ambos eran adolescentes. Feinstein no hizo ni dijo nada durante mes y medio, tiempo en que la autora de la denuncia aprovechó para borrar sus perfiles en las redes sociales.
No fue hasta que terminaron las audiencias y sólo quedaba el trámite del voto, entonces la senadora hizo pública la acusación anónima y la envió al FBI, que decidió no investigar al no tener ningún dato que le permitiera hacerlo ni ser competente para ello, al no tratarse de un delito federal.
Inicialmente cuando la denunciante dio su versión de los sucesos, no aludió al lugar de los hechos ni el día que tuvieron lugar. Esto no fue un olvido, sino que fue algo planificado, tornando casi imposible la defensa a Kavanaugh. Finalmente, cuando Blasey Ford, narró ante los senadores su presunto calvario, dijo: «Creía que me iba a violar. Grité. Cuando lo hice, Brett me tapó la boca con la mano. Era difícil respirar. Y pensé que Brett me iba a matar accidentalmente».
Al ser preguntada si estaba segura de que Brett Kavanaugh había sido el autor de la agresión, respondió: «Al cien por cien». En declaraciones sujetas a las leyes relativas al perjurio, tanto el juez como los testigos que ha nombrado negaron que aquello sucediera jamás.
Las pajaritas que actuaron de testigos, sabiendo que podrían ser sujetas a un procedimiento penal por calumnias e injurias, hicieron afirmaciones genéricas como: «él andaba por allí» (como los cientos de jóvenes que acudieron a esas fiestas), o «cuando abusaron de fulanita él se encontraba en la casa», «él bebía mucho y se emborrachaba» (¿emborracharse con diecisiete años es un delito?), etcétera.
Al ser preguntados si fue este juez el que llevó a cabo estos abusos las dos dijeron «no podría asegurarlo». La mujer identificada como Leland Keyser, que Ford señaló como una de las cinco personas presentes en la fiesta, indico al Comité senatorial «no conocer al señor Kavanaugh» y no recordar «haber estado alguna vez» en el encuentro con él con o sin la presencia de la presunta víctima.
Julie Swetnick, dijo: «aproximadamente en 1982, fui víctima de una de estas violaciones en grupo, o en ‘trenes’, en la que Marx Judge (amigo del juez) y B. Kavanaugh estaban presentes». Julie evitó pronunciarse sobre si alguno de ellos participó en la agresión. Es llamativo que todas las «victimas» estuvieron calladitas por décadas, hasta que el supuesto «violador» es designado para Juez del Supremo, poniendo en apuro a los políticamente correctos.
¿Qué pasó, por décadas no les importó haber sido «violadas»? Una calumnia bien montada por la progresía, y por lo mismo, ya que la progresía goza de buena salud y credibilidad, pues nada. Kavanaugh había sido investigado media docena de veces por el FBI, tengo testimonios directos de eso, y su historial es excelente y sin macha. Pero eso no importa sólo basta un testimonio para que su reputación se derrumbe y su futuro profesional estará siempre ensombrecido.
Donald Trump autorizó la investigación del FBI, «Es la séptima vez que el FBI investiga al juez Kavanaugh. Si fuesen 100, todavía no sería suficiente para los Obstruccionistas Demócratas», insistió Donald Trump en referencia a la última investigación de los federales, impuesta «in extremis» como condición para la votación de confirmación del Senado.
Los testigos designados por las acusadoras no confirmaron nada, de esta manera se pudo allanar el camino a la confirmación del candidato conservador al Tribunal Supremo. El senador Grassley, jefe del comité jurídico del Senado había enviado una carta a los abogados demócratas de la doctora Ford pidiéndoles por «tercera vez» que le entregaran las notas de la terapista que la atendió en 2012.
También los materiales del polígrafo a que fue sometida y las comunicaciones con el periódico The Washington Post que Christina Ford mencionó como evidencia en su testimonio. También los récords y descripciones de las comunicaciones directas e indirectas entre la Ford o sus representantes, con senadores o sus colaboradores, especialmente las senadoras Dianne Feinstein y Hirono, dos de las más furibundas opositoras al juez Kavanaugh.
No se quiso investigar sobre la denunciante y su amistad con George Soros, en una foto sale junto a este personaje. De hecho su abogada Debra Katz, dirige una asociación financiada por Soros. George Soros había ofrecido 5 millones de dólares para entorpecer y evitar la nominación de Kavanaugh. También se dice que habría intentado acusar a Gorsuch cuando fue nominado. Participó en manifestaciones en New York con la pancarta «NOT MY PRESIDENT», en alusión a Donald Trump.
El hombre identificado en Twitter como Jeffrey Catalán, de Rhode Island, que acusó al juez Kavanaugh de agredir sexualmente a su amiga será investigado y podría enfrentar cargos judiciales, tras retractarse de su declaración. Jeffrey Catalán dijo que su amiga había sido agredida sexualmente en un bote en Newport en el verano de 1985, por dos hombres muy ebrios a los que ella se refería en ese momento como Brett y Mark.
En medio de este circo los grupos de extrema izquierda vandalizaron la casa de Kavanaugh. Como dije anteriormente, la reputación del juez fue destrozada por la mitad del país que decidió creer inmediatamente y sin más prueba a Christina Blasey Ford. El repugnante instrumento sociocultural que hizo posible generalizar esa «credulidad» y desacreditar al juez es consecuencia directa del #MeToo.
El «Yo sí te creo», en donde es suficiente la declaración de una mujer. La simple denuncia se convierte, para decirlo en términos marxistas leninista, en un acto revolucionario y liberador. El proceso de confirmación del juez por una cámara, fue el momento perfecto para que se desatara algo semejante, un globo de ensayo para apoderarse de la justicia.
Es cierto que no se trataba de un proceso judicial, en un proceso judicial cuando se acusa ante un juez debe existir alguna exigencia en cuanto a la naturaleza de la acusación (algo objetivo) o al menos en cuanto a la persona (la ausencia de motivaciones ocultas). En un juicio, el proceso es en sí mismo el derecho, no puede haber juicio sin el escrupuloso procedimiento. En este caso se imita, pero no lo es. Existe un proceso, pero no está igualmente sacralizado ni custodiado por sus magistrados.
¿Pero qué sucede fuera de un juzgado, cuando un proceso administrativo está politizado? Hace muy poco tiempo atrás la sociedad española se vio envuelta, en lo que se denominó el caso de la Manada. En aquel momento en casi su totalidad la opinión pública, como radios y televisión, sucumbieron frente a cierto feminismo, a las historias cebolla, se apelaba como único criterio la sensibilidad relajando algunos criterios garantistas.
Se había condenado de antemano a los implicados, se atacaba a sus defensores. Luego de la sentencia, el juez discrepante sufrió ataques mediáticos y políticos y se dijo que los magistrados debían ser instruidos en cuestiones de género. Lo único que importaba en el caso de la «manada» y la del juez Kavanaugh, era ese acto de fe, del «yo te creo».
Esto planteado en términos tramposos como una «trampa saducea». Esta expresión se debe al español, Torcuato Fernández-Miranda, y su posterior inclusión en el discurso político conocido como «trampa saducea», aplicable a aquella pregunta que hace quedar al interpelado en una situación embarazosa tanto si la responde afirmativamente, como si lo hace de forma negativa.
Él mismo lo aclaró: «Las trampas farisaicas son las mismas argucias que usaron también los saduceos contra Jesucristo. Que tanto si dices sí como si dices no, caes en la trampa […] Yo no quise decir “trampa farisaica” porque no se sintiese personalmente insultado como hipócrita ningún procurador. Como los saduceos son más desconocidos, la llamé “saducea”. Pero es lo mismo».
En el libro el Nuevo Testamento, dice el evangelista Lucas 20, 27-36.
Se acercaron algunos de los saduceos, los que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que, si a uno se le muere un hermano casado y sin hijos, debe tomar a la mujer para dar descendencia a su hermano. Pues bien, eran siete hermanos. El primero tomó mujer y murió sin hijos; la tomó el segundo, luego el tercero; y murieron los siete, sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete». Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección.
Jesús no dio ninguna explicación, directamente se fue por las ramas, para evitar la trampa. El diccionario académico no da una significación, tampoco se encuentra en el Diccionario fraseológico de Seco, Andrés y Ramos. En internet, se encuentra en la web de la Fundéu: «Se denomina trampa saducea a una ‘manipulación capciosa’ para conseguir que el adversario dé un paso en falso o cometa un grave error».
El asunto de Kavanaugh nos pone ante la distorsión del fenómeno y su pleno aprovechamiento político una vez extendido socialmente. Una mujer plantea una acusación y a esa acusación no se le exige nada más, no se le exigen más pruebas. Ya ni el «pueblo» importa, ahora es «Vox fémina, vox Dei», su testimonio es suficiente para gran parte de la población y sus representantes políticos.
Si a uno se le ocurre cuestionar esa afirmación, ipso facto pasa a convertirse en un insensible a los sufrimientos de la víctima. Los demócratas, el partido de la revancha, se apropiaron de un movimiento que debía amparar a mujeres débiles y sin apoyos para hacer de ella un instrumento de destrucción personal al servicio de una estrategia política.
Los demócratas instrumentaron una especie de instancia particular en la que pueden frenar o con la que pueden hacer encallar cualquier proceso. El acusar se convierte en un acto gratuito, sin responsabilidad, que no soporta ninguna controversia ni cuestionamiento. Convirtiendo el espacio público en un tribunal de la plebe, como una especie de justicia primitiva donde se puede linchar o colgar a cualquiera, como se realiza a veces en los países andinos.
En estos días agitados y febriles, una periodista del diario sociata El País, de Madrid, nos ilustró cómo funciona la justicia amazónica. Dicho esto, no por el rio Amazonas, sino por esas guerreras de a caballo que gobernaban el mundo. Esta fulana llamada Elvira Lindo, tituló su artículo: «Orgulloso de ser un hombre blanco». Para Elvira, al igual que la aplastante mayoría de la prensa progre de Estados Unidos, le importa un bledo lo de presunto para concluir como condenado necesariamente, basándose exclusivamente en el testimonio de la acusadora.
¿Por qué? Porque lo dice una mujer y listo. Uno que es hombre y por tanto un ser carente y limitado, se pregunta por qué el testimonio de una mujer, ipso facto es superior gnoseológica, epistemológica, jurídica y moralmente al de un hombre. El argumento fuerte que se fabrica doña Elvira, «ad hoc», para engatusarnos está dado por el propio juez Kavanaugh.
Resulta que Brett Kavanaugh perteneció a un club cuyo lema era «Orgulloso de ser un hombre blanco», lo que lo convierte culpable del crimen de ser un hombre blanco. El hecho de ser un hombre blanco constituye una maldición similar al pecado original bíblico, un pecado innato por el hecho de existir como blanco.
En esta teología sui generis de las feminazis radicales, un hombre blanco no importa lo que haga seguirá marcado por su pecado adánico, no hay marcha atrás. Todo esto pontificado por una mujer blanca, pero como es mujer está salvada. Para estas resentidas maniqueas, que dividen el mundo entre buenos y malos, y quienes no pensamos como estas bellas, dulces y candorosas almas socialdemócratas, progres o de las nuevas izquierdas culturales, nos tienen destinado al infierno de los inmorales.
Un infierno no entre Escila y Caribdis, sino un infierno junto a Donald Trump, a Salvini, Víktor Orbán, y ahora a Jair Bolsonaro, da igual, somos todos fascistas. Puesto que, para estas izquierdosas feminazis ser fascista, es aquel que no piensa como ellas. Esta cuestión de andar acusando a los «enemigos ideológicos» tiene raíz demócrata.
En los últimos tiempos regresó a la actualidad el difunto Ted Kennedy, el hermano menor de John y Robert, por el estreno de una película basada en el escándalo de la isla de Chappaquiddick. El 18 de julio de 1969, a las 19:30 de ese día, en la isla de Chappaquiddick, en Massachusetts, el senador asistió como invitado a la fiesta organizada por las «Boiler Room Girls», un grupo de voluntarias que habían trabajado en la campaña presidencial de su hermano Bob Kennedy.
Edward al volante de su Oldsmobile negro, se marchó de madrugada de la reunión en compañía de Mary Jo Kopechne, antigua secretaria personal de Bob. Tras recorrer unos kilómetros el automóvil cae desde un puente al lago Poucha. Edward nadó hasta la orilla para salvarse, abandonando a su suerte a la joven Mary Jo. A las 08:45 del día siguiente un buzo recupera el cuerpo de Mary Jo Kopechne, ya sin vida. Él pudo salir. Ella no.
«No se ahogó, murió de asfixia en la campana de aire que se había creado en el coche. Tardó entre tres y cuatro horas en morir. Yo podría haberla rescatado en menos de 25 minutos», aseguró el bombero que rescató su cadáver la mañana siguiente, tras el aviso de unos pescadores.
Mary Jo Kopechne.
Edward Kennedy se calló durante toda la noche y dio el aviso cuando ya estaban intentando rescatar a Kopechne. A las 10:00 hs., nueve horas después del incidente, el senador se dirigió a la comisaría de policía de Edgarton. Allí declaró que no recuerda nada a partir del momento en el que el vehículo se salió del puente, afirma que éste se volcó sobre la parte inferior y que él tras alcanzar la superficie, se zambulló en repetidas ocasiones para intentar rescatar a Mary Jo.
Dijo Ted, que tras fracasar en el intento entró en estado de shock, cejando en su empeño. Recuerda así mismo haber caminado hasta recalar en su habitación del hotel y haber contactado de inmediato con la policía tras cerciorarse de lo acontecido.
El buzo que recuperó el cadáver de Mary Jo, John Farrar, testificó en la investigación oficial que la joven de tan sólo 28 años podría haber sobrevivido si su acompañante, el senador Kennedy, hubiese notificado a las autoridades el suceso con la debida celeridad, después del accidente, ya que la burbuja de aire creada tras la inmersión la habría mantenido viva durante ese tiempo.
Una semana después del incidente, Ted Kennedy se declaró culpable de abandonar la escena del crimen y recibió una sentencia de dos años de cárcel, suspendida por falta de antecedentes. En una aparición en la televisión nacional defendió que no conducía borracho y que no ocurrió nada inmoral entre él y la secretaria.
Aun así, admitía que resultaba «indefendible» no haber informado a la policía de forma inmediata tras el accidente y concluyó rogando al público que le recordara en sus «oraciones». Esto último, la típica actitud hipócrita. Lo que sucedió aquella madrugada no sólo marcó la carrera de quien esperaba postularse a la Presidencia (carrera que importa un pito), sino que nos dejó claro su valor como persona, el material con el que estaba hecho.
Fue este cobarde el que abandonó a la muerte a Mary Jo, el que cambió la historia del Senado para siempre y mal. El mismo día de 1987 en que Ronald Reagan nominó a Robert Bork para el Tribunal Supremo, pronunció un discurso, que quedará en la Historia Universal de la Infamia (como diría Borges), en el que acusaba a dicho juez de querer unos Estados Unidos donde:
«las mujeres serían forzadas a abortar clandestinamente y los negros a sentarse en mesas segregadas en los restaurantes, la policía echaría abajo sin más las puertas de los ciudadanos, a los escolares no se les enseñaría la evolución, escritores y artistas serían censurados según el capricho del Gobierno y las puertas de los tribunales federales se cerrarían pillando los dedos de millones de personas».
Ese discurso fue parte de una estrategia que convertiría cada nominación al Supremo en una batalla política, y en su mayor parte el discurso fue escrito antes de conocerse siquiera quién sería el nominado. Los demócratas, encabezados por Ted Kennedy y Joe Biden (el dúo católico), convirtieron la audiencia en un proceso de destrucción personal de Robert Bork.
Se podría decir, que llegó a punto tal, que ese tipo de difamaciones parlamentarias se conoce popularmente por el apellido de ese juez; cuatro años después, una feminista llamó a «borkear» a Clarence Thomas, que sobreviviría para convertirse en el segundo juez negro en alcanzar el Tribunal Supremo.
Aquel primer «borkeo» traspasó la línea roja y a partir de entonces el Senado se convirtió en un campo de batalla partidista. A partir de entonces todos los nominados deben someterse a estos circos vergonzantes. El último en ser «borkeado» frente a nuestras narices fue Brett Kavanaugh, candidato a reemplazar a Anthony Kennedy, que fue el juez elegido por Reagan tras fracasar la nominación de Robert Bork.
Al igual que Bork, Brett Kavanaugh era el elegido para reemplazar al voto decisivo en el tribunal, para los demócratas era cuestión de vida o muerte, no podían renunciar a lo último que les quedaba.
Lo mismo que a Clarence Thomas, Brett Kavanaugh fue acusado de un delito sexual imposible de probar o desmentir, basado en la simpatía (o empatía) que pueda generar la acusadora en la plebe, una simpatía y una credibilidad que los medios intentaron construir contra viento y marea. Kavanaugh nunca negó el sufrimiento de Christina Blasey Ford, limitándose a asegurar que, fuese quien fuese el perpetrador, no había sido él.
«Estoy aquí hoy para decir la verdad. No he agredido sexualmente a nadie: ni en el instituto, ni en la universidad, nunca», afirmó. Pero en este Estados Unidos del #MeToo, y en un contexto en el que estas mujeres están pegadas al partido Demócrata al que votan desde 2016, no se extrañe que se les cobre la factura.
La ofensiva contra la confirmación de Kavanaugh fue la prueba definitiva de fuerza del movimiento feminista #MeToo en la era Trump. Fue la revancha de la izquierda estadounidense al Partido Republicano por su apoyo al actual presidente, y el último intento desesperado para evitar una mayoría conservadora en el Supremo que anule, de una vez por todas, la legalización del aborto en Estados Unidos, una cuenta que la revolución conservadora tiene pendiente desde tiempos de Reagan.
No en vano de los casos más relevantes en los que el Supremo falló para transformar los cimientos de la sociedad norteamericana (el fin de la segregación racial, la tenencia de armas o el matrimonio gay) el del aborto es el de mayor trascendencia. Desde que el Supremo aprobara el aborto en 1973, los presidentes republicanos nombraron a 14 jueces y los demócratas, sólo a cuatro.
A pesar de ello, en las instancias en que se revisó esa decisión, la corte falló siempre contra revocarla, interpretando la interrupción del embarazo como un derecho fundamental de las mujeres. Jeffrey Toobin, autor del libro «Los nueve», el más relevante sobre el Supremo en las pasadas décadas, dice: «El aborto ha sido y sigue siendo el asunto central en el tribunal», «No hay una decisión suya sobre el aborto que no sea importante».
En los fallos más recientes, los jueces han fijado (nunca de forma unánime) que el aborto es legal durante el primer trimestre de gestación; que las menores deben recibir permiso paterno, y que una mujer no tiene por qué obtener consentimiento previo de su marido. Los jueces conservadores como Clarence Thomas o Samuel Alito, hicieron de la prohibición del aborto una causa prioritaria. Ahora están a punto de alcanzar la mayoría conservadora necesaria para lograrlo.
Cuando George Bush, padre, eligió en 1991, al juez Clarence Thomas, el único afroamericano y el más conservador de cuantos jueces pasaron por el tribunal. Una abogada que había trabajado con él años antes denunció que la había acosado sexualmente en repetidas ocasiones. El interrogatorio de Anita Hill en el Senado, con detector de mentiras incluido, y pese a las pruebas abundantes, el Senado con una sólida mayoría demócrata, confirmó a Thomas. Una investigación previa del FBI, concluyó en la falta de pruebas.
El abogado Edward Lazarus, que trabajó como asistente judicial en el Supremo y autor de un libro fundamental sobre estas cuestiones, «A puerta cerrada», dijo: «El caso de Thomas generalizó la creencia de que las confirmaciones para el Tribunal Supremo no son evaluaciones sobre las convicciones jurídicas y los méritos de los candidatos, sino campañas electorales para el control político de la Corte». Esa apreciación es válida y extensible para el caso de Kavanaugh.
Cuando le preguntaron al filósofo izquierdista Slavoj Zizek, ¿El feminismo es la revolución actual? Este respondió:
«¡No, por Dios! Cuántas feministas me odian por esto. Admiro y estoy de acuerdo con el MeToo, porque algo está cambiando radicalmente. Lo que fue el modelo de relaciones entre el hombre y la mujer durante miles de años se está debilitando».
«El MeToo siempre describe cierta escena de violencia masculina: cómo los hombres agarran mujeres y las violan. Pero siempre hablan de una cierta escena, y no quieren admitirlo, que es el sexo ocasional. Tampoco estoy de acuerdo con este reproche de la cosificación, cuando dicen: “Los hombres nos cosifican”. ¡Eh, un minuto! No me gusta que ese término cosificación se use como mala palabra. La objetivación es cuando un hombre te observa con deseo, como un objeto sexual. Eso es parte de lo erótico, lo lamento».
«Muchas mujeres tratan de cosificarse, se vuelven atractivas. No me gusta que se use ese término como mala palabra. La cuestión es la libertad de cosificación. ¿Qué tiene de malo una mujer que quiere ser atractiva, o incluso promiscua para seducir a hombres y todo eso? El MeToo radical protesta contra la cosificación, no entiende la situación».
«La de MeToo es una lógica de venganza, ‘Ahora haremos que el hombre las pague’. Si a uno lo acusan, ya lo consideran culpable diga lo que diga, a priori. Esa lógica terminará muy mal, creo. Estoy a favor de la verdadera libertad, que contempla la libertad de que tanto hombres como mujeres se cosifiquen mutuamente. Afirman ‘No se me debería reducir a un objeto sexual’. ¡Por Dios! Si usted es una mujer que quiere seducir a un hombre ¡trata de ser atractiva!»
Donald Trump no es el autor de la miseria política estadounidense. Sólo es el clavo que hizo brotar el pus de un cuerpo putrefacto, como un médico que realiza una autopsia y nos muestra el cuerpo político con toda crudeza. La quiebra del sistema estadounidense viene de lejos, el establishment es su resultado.
Para no ir muy lejos, en el «Índice de Democracia» de The Economist, se muestra que, durante el mandato de Barack Obama, los Estados Unidos perdieron la categoría de democracia plena. Una derecha pusilánime y una izquierda indefinida, progre y violenta, enarbolando la divisa del sentimentalismo y el victimismo como método de dominación cultural, liquidaron los principios del conocimiento racional.
El periodista Ronan Farrow y «The New Yorker», nos quisieron hacer creer que la acusación de Christina Ford era verdadera, pero nada dijeron de las mentiras. Dijeron que la fiesta en Yale hace más de treinta años en la que Brett Kavanaugh se la habría sacado, literalmente, delante de la denunciante, aunque no pudieron corroborar ningún detalle del relato, incluyendo la presencia del candidato en ninguna fiesta como la relatada.
Y cuando llegó la tercera acusación, que lo retrataba como parte de una banda dedicada a violar a universitarias que iban a sus fiestas, bueno, digamos que ya no había que preguntarse por qué Christina Ford iba a mentir. Ya sabíamos que había mujeres dispuestas a mentir, por la razón que fuera. La pregunta era si ella mentía.
¿Y qué pasó? No recordaba detalles básicos necesarios para comprobar, corroborar o desmentir su historia. Los defensores de siempre dijeron que en estos casos es lógico no tener un recuerdo claro y preciso. Pero lo curioso es que esos detalles que sí asegura recordar fueran cambiando de manera conveniente, sino iban encajando según su acusación.
En cada declaración fue cambiando el número y el sexo de los asistentes a esas fiestas. En varias declaraciones aseguró que los hechos habían tenido lugar o bien a mediados de los ochenta o al final de su adolescencia, fechas que descartaban la culpabilidad de Kavanaugh. Luego lo ubicó más temprano, aunque nunca con la precisión que permitiría buscar una coartada.
En cuanto a los detalles de la casa, dijo que recordaba con claridad, que estaba en las cercanías de un club de campo concreto y el detalle de habitaciones, escaleras y pasillos. Con tanta seguridad que se ofreció a dibujar un plano. Pero cuando un activista del partido republicano encontró una casa que se correspondía a la descripción, propiedad de los padres de un adolescente físicamente muy parecido a Kavanaugh, Ford dijo que no sólo conocía al chico, sino que fueron pareja y que en realidad igual la casa no estaba cerca del club de campo ni era como había dicho.
Los tres testigos que nombró negaron no sólo los hechos sino la existencia de la fiesta. La única mujer de los tres testigos, amiga de Christina Blasey Ford, fue más allá afirmando que ni conocía al juez. Y por una acusación tan firme, coherente y corroborada, como acabo de narrar, se llegó a la conclusión de que Brett Kavanaugh es un depredador sexual y que una larga vida profesional y personal correcta, debía ser tirada a la basura.
Los efectos de esta campaña terminaron por encolumnar a todos los republicanos detrás de Donald Trump. Esto también debe servir para aquellos idealistas o ingenuos, que tienen una idea romántica del Senado estadounidense, en la que se puede lograr consensos libres del sectarismo y que lo fundamental no es pertenecer a uno u otro partido.
Espero que Lindsey Graham, que luego de declarar sobre el «infierno» que han hecho vivir a Kavanaugh, y sus disculpas por haber sido amigo de las personas que han dirigido esta «farsa sin ética», lo alejen de la ingenuidad política. La verdad es que Kavanaugh ya es juez del Supremo, donde los magistrados originalistas, que juzgan según lo que dice la Constitución y las leyes y no lo que querrían que dijeran, ya son mayoría.
El objetivo principal de la «Federalist Society», fundada en 1982 con el objetivo explícito de promocionar jueces con esa visión del Derecho, la única compatible con una democracia liberal, ya se ha cumplido. Espero que, por muchos, pero muchos años, la izquierda no pueda volver a usarlo como un poder legislativo a cuyos integrantes nadie vota y cuyos puestos son vitalicios.
10 de octubre de 2018.