VLADIMIR PUTIN Y EL PODER POLÍTICO
El zar eterno de todas las Rusias
Ricardo Veisaga
En la Duma se aprobó la enmienda de hacer borrón y cuenta nueva con los mandatos presidenciales del jefe del Kremlin, Vladimir Putin, la propuesta presentada por la diputada oficialista Valentina Tereshkova, de 83 años y diputada por el partido del Kremlin, Rusia Unida, y primera cosmonauta de la historia, contó con 380 votos a favor y 43 en contra.
Cuando tomó la palabra Valentina Tereshkova, su discurso estuvo acompañado todo el tiempo por los murmullos en la tribuna de prensa, sobre todo cuando la heroína soviética habló de la necesidad de un presidente fuerte, una autoridad moral, un factor estabilizador en tiempos de incertidumbre. Tereshkova, dijo:
«¿Y si de repente algo va mal? Él puede ayudarnos, apoyarnos y guardarnos las espaldas. Los rusos deben estar seguros de que cuando el mundo soporta cargas colosales y cósmicas, cuando al país le esperan grandes cambios, estos no nos hagan retroceder».
La diputada, propuso que Vladimir Putin pueda volver a presentarse a las elecciones presidenciales dentro de cuatro años, sea eliminando las limitaciones de los dos mandatos presidenciales o haciendo una excepción con el actual jefe del Kremlin. En realidad, fue el mismo Putin quien diera el golpe de mano el 10 de marzo de 2020 y retiró el último obstáculo que le impedía seguir en el poder. El actual jefe del kremlin podrá ser el zar eterno de todas las Rusias.
En una histórica intervención ante el Parlamento, se mostró dispuesto a reformar la Constitución para permanecer en el Kremlin hasta 2036. «Estoy seguro de que juntos haremos aún muchas cosas buenas, por lo menos, hasta 2024. Ahí, ya se verá». Putin aceptó dicha propuesta a condición de que fuera remitida al Tribunal Constitucional, órgano que debe dictaminar que la misma no se contradice con la principal ley del país.
La actual Carta Magna lo prohíbe, pero la enmienda precisa que la limitación de dos mandatos presidenciales «no impide a la persona que haya ocupado u ocupe el cargo de presidente de la Federación Rusa, en el momento de la entrada en vigor de la modificación, participar como candidato en las elecciones presidenciales».
La única persona que ha ejercido dos mandatos presidenciales es Putin, ya que Dmitri Medvedev sólo ostentó el cargo durante un mandato (2008-2012). Dicha enmienda y el resto de la reforma constitucional, debe recibir el respaldo de la ciudadanía en el plebiscito previsto para el 22 de abril, y se votarán «en paquete», todas juntas, lo que será un simple trámite.
La presidenta del Senado, Valentina Matviyenko, intentó sofocar el aluvión de críticas al afirmar que las elecciones presidenciales de 2024 serán «competitivas» y que no «están decididas de antemano». El líder socialdemócrata, Serguéi Mirónov, adelantó que la reforma permitirá a Putin «presentarse una vez más» al puesto de presidente, justo cuando la situación internacional es «compleja».
Los comunistas fueron los únicos que se atrevieron a oponerse al guion del gobierno, mientras la oposición extraparlamentaria anunció protestas bajo el lema «Rusia sin Putin». Esta reforma deja a Putin las puertas abiertas para mantener su influencia y el poder que supo construir en dos décadas.
Las enmiendas refuerzan el poder del presidente, por ejemplo, para rehusar promulgar una ley adoptada por dos terceras partes de los diputados, o nombrar jueces. También los jueces y los dirigentes políticos de nivel federal no podrán poseer una nacionalidad extranjera o un permiso de residencia en otro país.
El opositor Alexei Navalni, denunció esta revisión constitucional, y afirmó que el presidente quiere permanecer de forma indefinida en el poder. Putin rechazó esta acusación afirmando que un dirigente que hiciera todo para preservar sus poderes corre el riesgo de destruir el país. «Es algo que yo no quiero hacer», afirmó.
Sin embargo, no dudó en aceptar la propuesta de perpetuarse en el poder, que él mismo había preparado. «Estoy seguro de que llegará el momento cuando el poder supremo, presidencial, en Rusia no será, digamos, tan personalista y no estará vinculado a una persona concreta. Pero toda nuestra historia ha ido por ese camino…», argumentó.
Tras la caída del nivel de vida en Rusia, y luego de impulsar una impopular reforma de las jubilaciones, Vladimir Putin ha incluido en la Constitución un salario mínimo y jubilaciones reevaluadas según la inflación. Otra de las enmiendas es el de la mención de la «fe en Dios» y la definición del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer.
En mi visita a Rusia, pude comprobar el lugar que Putin le concede al eje angular (la religión) en el eje circular (la política) el poder concedido a la religión oficial, en especial al Patriarca en los actos oficiales como en las mejores épocas zaristas. La utilización del eje angular es una medida que tiene que ver con la prudencia política y los planes y programas del gobernante.
Una editorial del diario Vedomosti al referirse a estas medidas las calificó de «manifiesto conservador», y aseguró que es la herencia que quiere dejar Putin a las futuras generaciones. En declaraciones a Forbes Rusia, el analista político Maxim Trudoliubov, dijo que se trata de «codificar a Putin» al crear una estructura política que le sobrevivirá.
En resumen, según la oposición, las enmiendas afectarán al sistema político, las garantías socioeconómicas y afianzarán los valores sociales conservadores que propugna Putin.
El 16 de enero de 2020, tras conocerse un nuevo escenario con Putin dirigiendo el país como primer ministro, pues el jefe del Kremlin no podría rechazar ninguna candidatura. No obstante, seguiría teniendo la capacidad de destituir al primer ministro. También seguirá disponiendo de la facultad de nombrar a los jefes de los servicios de seguridad y dirigir a las Fuerzas Armadas.
Entonces Putin había propuesto al cargo de primer ministro, al jefe del Servicio de Impuestos Federales de Rusia, Mijail Mishustin. El servicio de prensa del Kremlin, informó que: «El presidente sostuvo una reunión de trabajo con Mijail Mishustin y lo invitó a asumir el cargo de primer ministro. Con su consentimiento, presentó la candidatura de Mishustin para el cargo de primer ministro para su consideración por la Duma del Estado».
El entonces primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, tras conocerse la propuesta anunció la dimisión del Gobierno: «Es obvio que nosotros, como Gobierno, debemos brindarle al presidente de nuestro país la oportunidad de tomar todas las decisiones necesarias», dijo Medvedev.
Luego agregó: «Por eso creo que es correcto que, de conformidad con el artículo 117 de la Constitución de la Federación de Rusia, el gobierno en su composición actual presente su renuncia». Putin en recompensa nombrará a Medvedev nuevo vicejefe del Consejo de Seguridad de Rusia. Como Putin es un animal político, aprovecha la movida para limpiar a la oposición endureciendo las condiciones para presentarse a presidente.
Según la reforma será necesario haber residido 25 años de manera permanente en Rusia. También se requiere que los candidatos no tengan ciudadanía extranjera o permiso de residencia en otro país. Esto dejaría fuera a potenciales rivales que se han refugiado en el extranjero durante los últimos años. Putin quiere validar estas reformas a través de un referéndum nacional.
«Rusia debe seguir siendo una fuerte república presidencialista», dijo Putin, quien también quiere limitar a dos los mandatos presidenciales. La Constitución vigente únicamente obliga al presidente a dejar el cargo tras ejercer dos periodos consecutivos, pero no le impide regresar al Kremlin más adelante.
Esto permitió a Putin presidir Rusia durante ocho años (2000-2008), desempeñar el puesto de primer ministro durante los siguientes cuatro y regresar al Kremlin al ganar las elecciones en marzo de 2012. Con estas reformas a su medida, Putin podría ser primer ministro, pero no volver a la jefatura del Estado. Su mandato de seis años acaba en 2024 y legalmente no puede presentarse ese año a las presidenciales, porque serían sus terceros comicios consecutivos.
Vladimir Putin, que nació en 1952 y estaría en el poder durante 36 años. Parece ser una costumbre para los rusos el mostrar preferencia por los dirigentes que se aferran al poder el mayor tiempo posible. Un ejemplo es Stalin, quien teóricamente asumió el poder cuando enfermó gravemente Vladímir Ilich Lenin en 1922, aunque no fue hasta 1927 que se libró de sus enemigos, en particular de León Trotski.
Si Putin sigue hasta 2036, superaría a Stalin (1927-53) y también a Catalina la Grande, la soberana que fomentó la ilustración en Rusia y que dirigió los destinos del imperio durante 34 años (1762-1796). También estaría más en el poder que Miguel I, el primer zar de la dinastía Romanov (1613-1645).
Pedro El Grande, quien fuera el gobernante más admirado por los rusos fue coronado en 1682, aunque gobernó en solitario sólo desde 1689, fue nombrado emperador en 1721 y se murió cuatro años después; en total estuvo casi 43 años en el trono. Iván IV, más conocido como El Terrible, fue el primer zar de la historia de Rusia y el que más tiempo estuvo en el trono, la friolera de 50 años (1534-84).
Iván en 1534 tenía sólo 4 años, y una regente dirigía el Estado ruso, por lo que, en realidad, no gobernó en solitario hasta 1545, cuando cumplió la mayoría de edad, un total de 39 años. El príncipe Vladímir, que unificó y cristianizó la Rus de Kiev, el reino eslavo precursor del actual Estado ruso, gobernó entre 978, después de matar a uno de sus hermanos, y 1015 (37 años).
Vladimir Putin, está en el poder en Rusia desde hace 20 años, pero aún está lejos de la marca establecido por Fidel Castro, Kim Il Sung o Teodoro Obiang Nguema, que acaba de cumplir 40 años al mando de Guinea Ecuatorial. Sin contar las monarquías que suelen ser vitalicias, Isabel II de Inglaterra, de 93 años, es la decana absoluta con sus 67 años de reinado.
Fidel Castro, que permaneció en el poder desde 1959 hasta que le cedió la presidencia a su hermano Raúl 49 años después. El general nacionalista chino Chiang Kai-shek dirigió durante 47 años, con diversos cargos, China y luego Taiwán, donde se refugió en 1949. Muamar Gadafi gobernó Libia durante casi 42 años, antes de ser asesinado en octubre de 2011.
En África, Omar Bongo Ondimba, que llegó a la cabeza de Gabón en 1967, murió luego de más de 41 años en el poder. El líder albanés Enver Hodja, fallecido en 1985, dirigió su país durante cuatro décadas. El camerunés Paul Biya, de 86 años, 37 de ellos en el poder, fue reelegido en 2018. En el Congo, Denis Sassou Nguesso acumula 35 años de gobierno, y el primer ministro Hun Sen es el hombre fuerte de Camboya desde hace 34 años, seguido del ugandés Yoweri Museveni (33).
La historia comenzó el 9 de agosto de 1999 cuando Borís Yeltsin anunció que nombraba al director del (FSB), heredero de la KGB soviética, Vladimir Putin, al frente del gobierno como primer ministro. Muchos creyeron que el desconocido ex-KGB continuaría las reformas democráticas tras la caída de la URSS. Pero impuso su poder unipersonal y veinte años después está decidido a conservarlo.
Boris Yeltsin, vio en él alguien eficaz para servir al Estado, Putin había iniciado su carrera política junto al liberal alcalde de San Petersburgo, Anatoli Sobchak, por ello fue elegido por todo el grupo Yeltsin para mantener a Rusia en la senda de la economía de mercado. Boris renunció, muy debilitado, el 31 de diciembre en favor de su delfín, y ante la televisión dijo que Putin se encargaría de «consolidar la sociedad» y «garantizar la continuación de las reformas».
Muchos analistas políticos vieron en él a un hombre con la inteligencia capaz de poner fin a la inestabilidad política y a la revuelta en el Cáucaso (Chechenia). El periodista Nikolai Svanidzé, recuerda: «Al principio de su reinado, Rusia, aún pobre y criminalizada, continuaba siendo sin embargo un país libre y democrático», y recuerda a un Putin «agradable conversador», «natural» y «dotado de sentido del humor» en sus primeros años en el Kremlin.
«Tras 20 años de poder sin límite, rodeado de aduladores, lo que es inevitable en nuestro régimen relativamente autoritario, ciertamente ha cambiado, y no en el buen sentido», agrega. En sus inicios, el primer ministro Putin se mostraba relativamente tolerante y dispuesto a buenas relaciones con los occidentales.
Aun así ya cultivaba la imagen de duro y lanzó la segunda guerra de Chechenia, la base de su popularidad, que le permitió ser reelegido presidente en el año 2000 con el 53% de los votos. Gracias a la abundancia petrolera, su primera década en el poder estuvo marcada por la recuperación del nivel de vida de los rusos y un regreso del Estado debilitado tras la caída de la URSS, incluyendo a los medios controlados por ambiciosos oligarcas.
Para el politólogo Konstantin Kalachev, «El Putin de hoy en día no es el de 1999-2000: de liberal pasó a ser conservador», estima. Y según Kalachev, «esta evolución se desencadenó por su decepción con los occidentales». Este punto de inflexión se produjo en 2004 con la «Revolución Naranja» que llevó a la presidencia de Ucrania a un presidente pro-occidental y que el Kremlin consideró una injerencia occidental en su territorio, en su área de influencia.
En 2007, Putin pronunció en Münich una dura crítica contra Estados Unidos. Luego vendría la guerra en Georgia en 2008; intervención occidental en Libia en 2011 vivida como una traición por Moscú que apoya ahora a Bashar Al-Assad en Siria; crisis ucraniana en 2014 con la anexión de Crimea y luego el lanzamiento de un conflicto en el este del país entre las fuerzas de Kiev y separatistas prorrusos.
En el plano interno, esto se tradujo en la defensa de valores conservadores que son preconizados por la Iglesia Ortodoxa, en oposición a una forma de «decadencia occidental», y en un retroceso permanente de las libertades públicas en nombre del orden y la estabilidad. Muchos se preguntaban ¿Volverá a ser primer ministro como en 2008-2012? ¿Designará a un sucesor como Boris Yeltsin en 1999? ¿Atribuirse una función honoraria que le permitiría mover los hilos como acaba de hacerlo el hombre fuerte del vecino Kazajistán?
La respuesta que esperaban lo acaba de dar el mismo Putin. Peskov asegura que la actual inestabilidad mundial provocada por la pandemia del coronavirus y «la posible recesión económica» obligan a los países a tomar medidas extraordinarias y que la enmienda constitucional para que Putin siga en el poder es «puntual». «Y, por lo visto, eso fue lo que guió a Tereshkova. Y el presidente Putin estuvo de acuerdo», sentenció.
La propia cosmonauta Valentina Tereshkova, atacó a sus detractores, afirmando: «No quiero ni hablar sobre la gente que no ama a su país y que hace todo lo posible para fastidiar». El mismo Vladimir Putin apeló al miedo a Occidente, a la sagrada «estabilidad», a la necesidad de una «fuerte vertical presidencial», a que el país no está preparado para la «alternancia política» y al respaldo de «la mayoría de la sociedad» para justificar sus planes de no dejar el Kremlin en 2024, como le exige la actual Constitución de 1993.
«El mundo cambia. Estos cambios tienen un carácter radical, yo diría irreversible. Ahora, encima, nos llega el coronavirus y los precios del petróleo bailan, y junto con ellos, las divisas y las bolsas». ¿Dejar el poder en manos de un Consejo de Estado? Él mismo lo descartó como una opción «peligrosa», que «no tiene nada que ver con la democracia» porque crearía una bicefalia de poder y provocaría «la división en la sociedad».
Vladimir Putin continuó desgranando sus argumentos sobre la «política de contención» occidental, de que los enemigos de Rusia «esperan» que el país «pierda el norte» y se vea enzarzado en «luchas intestinas». Un argumento que puede ser aplicado a cualquier imperio en la lucha por el poder mundial. Lo mismo vale para Rusia, China o Estados Unidos.
«El presidente es el garante de la Constitución, garante de la seguridad, de su estabilidad interna y desarrollo evolutivo. Precisamente, evolutivo, ya tuvimos suficientes revoluciones. Rusia ya ha cumplido con creces su cuota revolucionaria», apuntó. Más allá de si me gusta o no su forma de gobernar (lo cual es irrelevante), Putin, es un animal político que se masticó al dúo Obama-Kerry (dos simples animales) y les mojó lo oreja cuantas veces quiso.
Con Donald Trump cambió la cosa, a quien no se le mueve el pelo rojizo en meterle un misil en sus narices. Putin como cualquier otro gobernante de un super Estado o Imperio debe mantener o aumentar su eutaxia, ni multilateralismo, ni globalización política, ni madres. El que gana impone su pax sobre los demás, un nuevo orden mundial y construye la historia.
Cuando le preguntaron si no estaba «cansado» (la excusa de Yeltsin para cederle el poder) Putin respondió: «Cualquier persona que esté en mi lugar, estoy seguro de que no se lo tomaría como un simple trabajo, sino como un destino». Viacheslav Volodin, presidente de la Duma o cámara de diputados, dijo:
«A día de hoy, a la vista de los desafíos y amenazas que existen en el mundo, nuestra ventaja no es el petróleo o el gas. Como ustedes ven, los precios del petróleo y el gas pueden caer. Nuestra ventaja es Putin y debemos defenderlo».
En su disputa por el petróleo con Arabia Saudita, después de que Rusia rechazara un recorte adicional de la producción de crudo para frenar el impacto del coronavirus en la demanda. Los precios del petróleo se desplomaron y el rublo está cayendo en picada, y esta situación pone en grave riesgo a Rusia que depende de los hidrocarburos, no olvidar que el PIB de Rusia es igual al de Italia.
Vladimir Putin sabe de los problemas de Rusia a largo plazo, el estancamiento económico, las deficiencias educativas y el declive demográfico. Y el plano internacional se encuentra en un tiempo de traslatio imperii, y debe ocuparse del poder imperial ruso. Una Rusia que es heredera de la Rusia de los zares y de la Unión Soviética. El comunismo está muerto, pero Rusia debe defender su capa basal, cortical y conjuntiva.
«Sería muy preocupante volver a la situación que teníamos a mediados del decenio de 1980, cuando los dirigentes de los estados se mantuvieron en el poder, uno por uno, hasta el final de sus días y dejaron el cargo sin asegurar las condiciones necesarias para una transición de poder», dijo hace poco a la televisión nacional.
Si Putin hubiese hablado de «retiro», ya se habría desatado la lucha por el poder y Rusia no puede permitirse un estado de anarquía, necesita como cualquier país, orden y estabilidad política. Cuando accede a la «petición» de la Duma, ese fue el plan desde el principio, estaba tanteando para ver el apoyo institucional para continuar en el cargo.
No quería apelar a otra opción, a menos que las circunstancias lo obligaran. Si hubiese hablado de dejar el poder, el pánico habría cundido entre las numerosas élites rusas, que desde hace mucho tiempo dependen de él para conservar sus posiciones, su riqueza y su protección frente a los rivales. Nuevamente los «expertos» predicen que Putin gobernará indefinidamente. Lo mismo se especula sobre Mishustin si su cargo será transitorio o si es su delfín en espera para sucederlo.
¿Por qué hay tanta incertidumbre? Lo que mantiene en ascuas a periodistas, diplomáticos, políticos, empresarios, académicos, militares, es que se formulan preguntas equivocadas. Según la tesis que mantengo, es que están centrados sobre la personalidad de Putin, en su riqueza, su popularidad, sus manejos secretos, etc. Pero carecen de una idea de Estado y en este caso del Estado ruso.
Putin en estas dos décadas en la cima del Kremlin, su verdadero logro, fue devolver el poder a la burocracia estatal. Esto se ve claro en el aumento de los presupuestos, permitió que el gobierno controle la mayor parte de la economía nacional, el pago de salarios a tiempo, y miró para otro lado cuando los funcionarios hacían abusos de su poder.
Este aparato burocrático es tan importante como el establecimiento de la seguridad nacional, el vasto complejo de ministerios militares, de inteligencia y de aplicación de la ley, todos dependientes de una cabeza. Estas mismas instituciones pueden determinar no sólo quién se convertirá en el próximo presidente de Rusia después de Putin, sino también cómo será la política rusa.
Durante la Guerra Fría antes del derrumbe del orden soviético, los funcionarios soviéticos aseguraban a los estadounidenses que las burocracias militares, de inteligencia y de aplicación de la ley se sometían plenamente a la autoridad «civil» del Partido Comunista. Probablemente fuera así, pero luego de que un ex oficial de la KGB y jefe de la seguridad del Estado dirigiera el país más de dos décadas, no hay que olvidar esa idea para entender el sistema.
Muchos creen que, si Putin muere mañana, el sucesor sería el primer ministro Mishustin, siguiendo la constitución. En 90 días, se celebraría una elección para un nuevo presidente, para servir un mandato completo de seis años. Pero en realidad eso no es todo lo que sucedería. Mishustin buscaría la ayuda algunas personas claves para ganar las elecciones.
Es decir, que debería recurrir a algunos jefes, que los rusos llaman los «ministerios de poder», como el Ministerio del Interior, el Ministerio de Defensa, la recién formada Guardia Nacional, y los servicios de inteligencia y seguridad. Estas instituciones tienen una importancia que fue reconocida tácitamente por Mishustin, en una de sus primeras medidas como primer ministro, cuando dobló la paga del personal de la policía que se ocupa de los disturbios públicos.
Esto ha sido así cuando murió Stalin, y en 2017 cuando fue condenado al olvido, los ministerios del poder cumplen un rol importante en cualquier sucesión. Manejan información comprometedora, amenazas entre bambalinas, piquetes y tanques. Digamos que tienen mucho para ofrecer al nuevo gobernante que quiera consolidar su poder. De eso depende un gobierno post-Putin, sin importar quien sea. Si logra que estas instituciones hagan lo que él quiera o que haga él lo que ellos quieren.
Estos ministerios de poder, no son iguales al Deep State norteamericano, no en todo. Estos en Rusia han logrado a conformar un «Estado profundo», muy similar a lo que los turcos, los egipcios y pakistaníes, entienden cuando se refieren al papel que ocupan los hombres de uniforme en esos países. En Rusia se habla todo el tiempo de Silokivi, que los occidentales traducen por «tipos con armas».
No hablan de Estado profundo, son una red de instituciones cuyos dirigentes se consideran responsables de asegurar la continuidad política y el orden social, y también sus propios privilegios y la posición ganada. Los Silokivi tienen una gran autonomía dentro del juego democrático en la política rusa. Con Putin, estas instituciones reivindicaron, tanto de forma legítima como corrupta, una parte cada vez mayor de los recursos y la riqueza nacional.
Recep Erdogan en Turquía, desde que fue elegido, vio a los generales de mentalidad secular del Estado turco, que no compartían con su mentalidad confesional, esa autonomía fue entendida como algo inaceptable. Por medio de la captación, el enfrentamiento y el encarcelamiento, las purgas, rompió ese poder. Putin en cambio regresó a la vida al Estado profundo ruso.
En realidad, Putin jamás pudo aplicar lo que él llama la «vertical del poder», no pudo restaurar la gestión de arriba hacia abajo de las instituciones del Estado ruso, algo distinto al desorden y la disfunción burocrática que le precedió. El poder de los burócratas en todos los niveles del estado ruso significa lo mismo que ha significado durante siglos: muchas oportunidades para crear feudos autogestionados e ignorar las órdenes de arriba.
En su discurso de enero sobre el Estado de la Unión, gran parte de ella lo dedicó a quejarse de los ministerios del gobierno, que no habían gastado lo suficiente de los fondos que asignó para los llamados proyectos nacionales (de gran envergadura para ocuparse de la infraestructura, la educación, la innovación digital, etc.).
En consecuencia, hubo un superávit del presupuesto federal para 2019 del 1,9 por ciento del PIB, lo que ralentizó el crecimiento económico del año pasado. Esa actitud hizo enojar a Putin, él les había dicho a los burócratas que quería un gran estímulo fiscal. Sin embargo, por cualquier razón, no le dieron ninguno. Putin jamás públicamente se queja de los Silokivi, eso sería vergonzoso.
En 2015, sucedió el dramático asesinato del conocido líder de la oposición Boris Nemtsov en un puente a las afueras del Kremlin. Unos pocos matones chechenos fueron condenados por el crimen, en Rusia o fuera de ella, creyeron que ellos eran los verdaderos cerebros (los Silokivi). En ningún nivel de las fuerzas del orden rusas había apetito por ir tras los responsables finales.
Muchos dijeron que fue ordenado por el propio Putin, no lo creo, aunque no lo descarto, más bien creo que tuvo que encubrirlos. Un encubrimiento que tiene que ver con el desagradable e incómodo acuerdo mutuo que existe entre la policía de Moscú y varias organizaciones criminales, entre ellas los mafiosos chechenos. La policía rusa no quiere que otros, ni siquiera Putin, se entrometan en esa provechosa relación con el crimen organizado.
A principios de 2018, un grupo de mercenarios rusos conocido como el Grupo Wagner lanzó un ataque contra unidades estadounidenses y kurdas en el este de Siria. Al hacerlo, cruzó una línea de «desconflicción» establecida por los oficiales militares estadounidenses y rusos que habían acordado para mantenerse al margen. Al ver que sus tropas estaban siendo atacadas, los estadounidenses advirtieron a sus homólogos rusos que tenían la intención de contraatacar.
Aunque el Grupo Wagner tenía estrechos lazos personales con el Kremlin, su líder es apodado «el chef de Putin», y la compañía tenía un contrato del gobierno ruso para sus actividades en Siria, el alto mando militar ruso no hizo nada para evitar que los norteamericanos provocaran una matanza entre los mercenarios del Grupo Wagner. Los oficiales rusos enviaron un mensaje claro e inequívoco, no importa la conexión política que tengan, pero deben permanecer fuera de nuestro negocio.
¿Hay alguna manera de saber qué caso es cuál? ¿Podemos decir, por ejemplo, que Putin ordenó el intento de asesinato en 2018 en el Reino Unido del ex espía ruso Sergei Skripal y su hija? ¿O si el Ministerio de Defensa le alertó de que el nuevo misil de crucero que estuvo probando durante la última década violaba el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio de 1987? ¿O exactamente cuánto sabía Putin del ataque al Comité Nacional Demócrata en 2016?
Los analistas políticos tienen que conformarse con meras conjeturas. El enorme tamaño y los intereses divergentes de los ministerios de poder permiten a los funcionarios rusos de todos los niveles seguir sus agendas propias. Putin, en este sentido siempre está detrás de su gente.
No tienen que preocuparse de meterse en problemas sólo porque no obtienen su aprobación de antemano. Ya sea que usen venenos exóticos, roben correos electrónicos o asesinen a políticos fuera de su oficina, los Silokivi saben que Putin les cubre las espaldas.
Querrán lo mismo de quien le suceda. Es decir, el trabajo del próximo presidente ruso puede ser menos sobre el control de la vertical del poder que sobre la comprensión de cuándo es mejor dejarla sola a ella y a sus muchos derivados horizontales. La versión rusa del Estado profundo está demasiado dividida para tener un solo líder, y menos para instalar su propio hombre en el Kremlin.
La competencia dentro del Estado profundo podría, en un caso extremo, volverse violenta. Y si esta se mantiene pacifica, el precio que el próximo líder de Rusia tendrá que pagar por el apoyo del Silokivi podría ser muy alto. El general Abdel Fattah al-Sisi se convirtió en presidente de Egipto en 2013 simplemente porque era el oficial superior del ejército.
El complejo militar, de inteligencia y de aplicación de la ley de Rusia no tiene ningún oficial superior. Sin embargo, su pluralismo también hace que sea difícil de someter. En especial con un nuevo presidente más débil que Vladimir Putin, estas instituciones diferentes podrán defender el control político de ese territorio. Para cualquier presidente, que no sea Putin, asumir el Estado profundo no será fácil, no hacerlo significará aceptar límites estrictos a su autoridad presidencial.
Las opciones que le quedarían sería la siguiente. Aceptar, al menos al principio, lo que le pidan los ministerios de poder. Tratar de enfrentarse a los diferentes ministerios con el fin de alcanzar mayor autonomía. Hacer algún tipo de trato como el que propuso Putin a los magnates, a los grandes oligarcas de Rusia, permitirles hacer sus negocios pero que lo dejen gobernar el país.
Lo más riesgoso sería enfrentar al Estado profundo y reducir su poder, algo que no se debe descartar. El Estado profundo como ninguna institución son eternos, es más, periódicamente caen presas de las luchas de poder, pierden su legitimidad, su sentido y su autonomía. Pero no hay que olvidar que la acción política externa proporciona argumentos para tener el respaldo de los rusos de a pie, creer en la hostilidad permanente de Occidente contra Rusia.
Eso favorece al Estado profundo y a la figura de Vladimir Putin. La aparición de nuevos factores en el campo internacional favorece a Putin para aferrarse al poder. Este año el recrudecimiento de la guerra en Siria por la amenaza directa de Turquía, miembro de la OTAN. La amenaza del coronavirus que se ha convertido en una pesadilla para su capacidad, tanto en materia de salud y de su economía dependiente de la venta de hidrocarburos.
La inestabilidad política y sanitaria en Irán, China, Europa y Estados Unidos hacen menos segura un mundo que lucha por frenar el virus y limitar los daños económicos, los miedos y las desconfianzas entre estados. Con una recesión mundial en el horizonte, la guerra entre Rusia y Arabia Saudita por la producción de petróleo, agrava la situación.
El mercado energético ya se vio envuelto por la acción rusa por tratar de devolver el golpe de las sanciones norteamericanas contra el gasoducto Nord Stream 2, bajando los precios del petróleo y favorecer a los productores rusos en contra de la industria del esquisto estadounidense, en el negocio energético en Europa.
En tiempos de miedo, lo lógico es buscar refugio en lo familiar, en lo conocido, y no lanzarse en manos de lo desconocido (esto también vale para Donald Trump), los gobernantes no son ajenos a los deseos de los gobernados. Desde hace mucho tiempo, vengo sosteniendo, que una vez liquidado el comunismo, la lucha por el poder mundial se da entre imperios capitalistas, Estados unidos, China y Rusia.
Y el debate ya no tiene nada que ver con los postulados de derecha o izquierda, sino si es posible el capitalismo en sociedades autoritarias. El auge de China muestra claramente que es posible, y el éxito chino fue con la complicidad del resto del mundo. El coronavirus ha mostrado la dependencia en la cadena productiva de la fábrica mundial, China. Muchas empresas multinacionales se van a retirar de China, ya lo están haciendo.
El coronavirus completa la predica de Trump, quien se convirtió en el repliegue de la globalización apátrida, política y económica, sobre la base de la soberanía de los Estados nacionales.
La segunda observación que vengo realizando es, que el manejo del poder político es esencial en la lucha por la hegemonía mundial. Xi Jinping ha logrado que se le otorgara todo el poder en China, puede reelegirse indefinidamente, es el nuevo emperador del imperio del Medio. Putin lo está logrando y Estados Unidos corre en desventaja. A Donald Trump le ponen palos en la rueda por cuestiones ideológicas sin importarle la eutaxia del Imperio.
No ven más allá del arco de sus dientes y lo único que les importa es la eutaxia de su ideología. Cualquier juez opositor puede detenerle o impedirle tomar decisiones. Eso es impensable en China y Rusia, quien se opone a los planes imperiales ya sabemos cómo termina. En nuestro mundo realmente existente, hay tres imperios en la disputa mundial, Estados Unidos, Rusia y China. En el terreno militar Estados Unidos es superior a los otros, y Rusia es superior a China.
En lo económico Estados Unidos sigue siendo superior a los demás y China es superior a Rusia. Pero como nadie conoce el futuro, veremos cómo queda el mundo post-virus, sus consecuencias y el reordenamiento político-económico, porque no hay economía sin política y toda política es económica.
¿Putin debe mantenerse en el poder? Como la escala para medir cualquier acción política es el Estado, por el bien de la eutaxia del imperio ruso, sí, debe quedarse, hasta que la prudencia política lo indique.
12 de marzo de 2020.