SIONISMO Y ANTISEMITISMO
LA LIBRE PAROLE
Ricardo Veisaga
El dibujo que ilustra este artículo corresponde al fenecido periódico antisemita «La Libre Parole», que ilustraba su primera página con esta caricatura sobre el supuesto dominio y control judío sobre el mundo. Este periódico parisino de circulación diaria fue dirigido por Édouart Drumont, y circuló desde 1892 hasta 1924, de ideología expresamente antisemita, también publicó una traducción de «Los protocolos de los sabios de Sión». En el año 1930 salió a circulación otro periódico llamado igual y a cargo de Henry Coston.
Cuando era niño y en mi adolescencia, recuerdo haber escuchado el calificativo de «fenicio» en distintas conversaciones, y lo usaban para referirse despectivamente a otra persona. Ese adjetivo hacía referencia a la habilidad comercial de ganar dinero sin tener escrúpulos. El pueblo fenicio está perdido en la historia y creo que ya no se usa más esta expresión, ya que ha dejado de ser una moda.
Con el tiempo, me enteré que esta palabra era usado como sinónimo de judío, si bien es cierto, que ya no se usa fenicio, lo que se sigue usando, sin eufemismos, es el adjetivo descalificativo de judío. En estas últimas semanas los periódicos y medios informativos de gran parte del mundo, dieron a conocer noticias sobre ataques contra personas e instituciones de origen judío.
La agresión al rabino de la AMIA, Gabriel Davídovich, en mi país de origen. En el mismo país Argentina, que en el siglo pasado la «Alianza Libertadora Nacionalista» había impuesto su lema: «haga patria, mate un judío». En Francia se vandalizaron tumbas judías, otro clásico, pintando esvásticas nazis sobre ellas. El filósofo Alain Fienkielskraut, fue increpado e insultado en las calles. El gobierno de Polonia acaba de legislar para que sea considerado crimen, la vinculación directa del país con el genocidio nazi, en clara actitud negacionista.
El antisemitismo está cobrando gran fuerza en el mundo, encarnados en grupos neonazis y sobre todo en grupos de izquierdas, que actúan como el eco de ciertos autócratas y organizaciones islámicas radicales, como el régimen iraní, que buscan abiertamente la desaparición física del Estado de Israel. Otros, como los eternos conspiracionistas, fomentan los clásicos y remanidos tópicos contra los judíos, sobre la supuesta pretensión de controlar las bancas, las finanzas, los gobiernos, y se encargan de organizar boicots contra Israel y calificarlos de genocidas de palestinos.
Hace un tiempo sigo a un personaje que gusta hacerse un lugar en la vida social y política de México, dándose aires de analista político o geopolítico, como suelen llamar los ignorantes, a la política internacional. Tratando de eliminar la política por una subdisciplina, la geografía política o geopolítica, creyendo que lo geográfico es el motor de la historia.
Debajo del disfraz de antisionista (un eufemismo antisemita), este personaje realiza ataques permanentes a los judíos, en su discurso, no hay nada coherente y la simpleza ignorante de sus supuestos análisis, lo disimula bajo chistes y expresiones delirantes. Este señor llamado Alfredo Jalife-Rahme, encaramado en una tarima o en un estudio de televisión, encajado en trajes estilo mafia de Chicago como si fuera un pistolero de Al Capone o, más bien, el Pingüino, ese personaje de Ciudad Gótica.
Hace tiempo leí un artículo sobre él de un tal Gil Gamés, titulado: «Un nazi de México».
Jalife
En la fronda tuitera de nuestros rumbos, medita Gamés, hay un personaje que se dedica a incitar al odio racial en contra de los judíos, a culpar con racismo inadmisible de todos los problemas del mundo a los judíos: un nazi de México. Se trata de un energúmeno llamado Alfredo Jalife-Rahme, quien goza inexplicablemente de espacios públicos importantes, como es el caso de su periódico La Jornada, donde sostiene (es un decir) el peso terrible de sus aburridísimas columnas periodísticas. Gran tribuna para un neonazi. Este Jalife va por el mundo haciéndose pasar por un especialista en política internacional. Diserta ante mapas, señala fronteras con punteros, le habla de tú a Obama, acusa a sus adversarios intelectuales de formar parte del Mossad, en fon.
A los artículos de Jalife publicados en su periódico La Jornada no entra ni Dios padre, su prosa es de cemento armado, escrita en fanatiqués, idioma desprendido de las mentes delirantes, fanáticas, sectarias. Oiga, Jalife, escriba usted algo que se entienda porque las incidencias de sus contribuciones en su periódico La Jornada no tienen ni pies ni cabeza, ni brazos ni manos, ni dedos ni pechos. Oh. Démosle a Jalife una oportunidad para demostrar que Gil Gamés se ha vuelto loco: ¿cree usted, Alfredo, que el holocausto fue uno de los grandes crímenes de la humanidad? Vamos, conteste, Fredo: ¿los campos de concentración en los que se aniquilaba a los judíos, resultan ser una invención del poder judío?
En la Argentina, también, hace un uso prolífico de las redes sociales el neo fascista y conspiracionista Adrián Salvuci. En los partidos de izquierda en Europa, el llamado «antisionismo» liberó el camino a la judeofobia y el antisemitismo. En Reino Unido ya amenaza con destruir el Partido Laborista por sus declaraciones antisemitas y sus numerosas deserciones.
En este país, Estados Unidos, la guerra interna que se ha desatado en el partido Demócrata (la izquierda estadounidense) a partir de la radicalización ideológica en tiempos de Hillary Clinton y sus facciones multiculturalistas, dieron lugar a que se desatara un vendaval izquierdista encolumnados tras las banderas del feminismo, el animalismo, el culto al LGTBismo y a la violencia de determinadas minorías raciales.
Ilhan Omar y Alexandria Ocasio-Cortez, elegidas el pasado otoño a la Casa de Representantes, son dos perfectas representantes del nuevo radicalismo étnico antioccidental de esta actual izquierda surgida en la histeria de la corrección política neomarxista. Cuyos orígenes se encuentran en las universidades y en el control del discurso de las elites urbanas y mediáticas.
Son enemigos acérrimos de Israel, una de ellas, musulmana afincada en Minnesota, oriunda del fallido estado musulmán Somalia y la otra neoyorquina, pero de origen puertorriqueño. Ilhan Omar llegó al país como refugiada en 1995, una musulmana que se cubre con un hiyab, la presencia estética de Ilhan Omar obligó a derogar una norma que imperaba desde hace 181 años, que prohibía llevar la cabeza cubierta dentro de las Cámaras del Congreso.
Los progres infieles siguen haciendo concesiones al islam. Hace unos años se había colgado un cartel en el Capitolio de Virginia Occidental con una foto suya junto a las Torres Gemelas con la pregunta: «¿Ya nos hemos olvidado?». Omar junto a la otra congresista musulmana del Congreso, la también recién elegida Rashida Tlaib, de origen palestino, esta mujer madre de tres hijos apoya el movimiento contra Israel conocido por sus siglas en inglés como BDS (Boycott, Divestment and Sanctions: boicot, desinversión y sanciones).
El líder republicano en la Cámara baja, Kevin McCarthy, consideró ofensivos los comentarios de ambas mujeres y lo reflejó en su cuenta de Twitter. Ilhan Omar escribía con una frase sarcástica en la red social que los colegas republicanos de McCarthy apoyaban a Israel movidos por intereses económicos. «Es todo por los benjamines, baby», contestó Ilhan Omar a McCarthy (usando el título de una canción por el que se conocen a los billetes de 100 dólares en Estados Unidos).
En el 2012, la somalí Ilhan Omar había declarado que Israel «había hipnotizado al mundo». Entonces, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, firmó una declaración junto a otros líderes demócratas en la que condenaba las declaraciones de su colega de partido. Nancy Pelosi se reunió con Ilhan Omar, y le explicó algunas cosas sobre la etiqueta del Congreso, que iban más allá de la ropa y la congresista islámica Ilhan Omar se vio obligada a disculparse y a borrar los tuits considerados antisemitas.
Pero… la mula tira al monte, en Busboys & Poets, una conocida librería de Washington D. C., Omar criticó la política exterior estadounidense. Pero en esta ocasión, la congresista no se disculpó y en las redes ya existe un hashtag en su apoyo: #IstandwithIlhan. «Oponerse a (el primer ministro israelí Benjamín) Netanyahu y a la ocupación (de los territorios palestinos) no es lo mismo que ser antisemita», escribió Omar en Twitter.
Es evidente la fractura entre los llamados viejos pesos pesados y el ala más joven del partido, donde despunta, además de Omar y Tlaib, la nueva estrella mediática adorada de la política estadounidense, Alexandra Ocasio-Cortez. Pero la Ocasio-Cortez, frenética ultraizquierdista, salió en auxilio de Omar y dice que ya está bien de proteger a los judíos.
Con la próxima elección presidencial encima, esto pone al «establishment» del partido en serios aprietos, con esta izquierda que surgió durante la candidatura de Bernie Sanders en 2016 y de los opositores a Donald Trump, como los socialistas, que gustan defender a los terroristas palestinos. La inmensa mayoría de los judíos estadounidenses, entre el 70 y el 80%, en una contienda electoral presidencial votan al partido Demócrata. A Trump, solo le apoyó el 24% del voto judío.
El problema no solo es el voto, la comunidad judía es el pilar financiero electoral del partido demócrata. En las últimas elecciones, los cinco principales donantes de Hillary Clinton fueron judíos. Uno de cada 17 dólares de la campaña. La comunidad judía es un 2% de la población de Estados Unidos, el 6% de los congresistas son judíos. Y en algunos estados clave para la elección como en Florida, tienen un buen porcentaje de población.
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El Parlamento Europeo instó a los Estados miembros en junio de 2017 a que adoptarán la definición internacional de Antisemitismo. La definición redactada en 2005 por el EUMC (EU Monitoring Centre on Racism and Xenophobia), actualmente la EU Agency for Fundamental Rights (FRA), establece que «el antisemitismo es una cierta percepción de los judíos, que suele expresarse como odio hacia los judíos».
Las manifestaciones retóricas y factuales del antisemitismo están dirigidas a individuos judíos o no judíos y/o sus bienes, instituciones comunitarias judías e instalaciones religiosas. Estas manifestaciones pueden incluir el ataque al Estado de Israel, concebido como una colectividad judía. El antisemitismo suele acusar a los judíos de conspirar para dañar a la humanidad, y con frecuencia se utiliza para culpar a los judíos de qué «las cosas salgan mal».
El antisemitismo se expresa en el habla, la escritura, las imágenes o la acción, y emplea estereotipos siniestros y rasgos de carácter negativos. La definición incorpora una lista no exhaustiva de actitudes antisemitas, que merece ser leída con detenimiento y a ella me remito (https://antisemitism.uk/definition/). De momento solamente algunos Estados de la UE (Alemania, Austria, República Checa, Bulgaria, Lituania, Macedonia, Rumania, Eslovaquia y Reino Unido) han suscrito explícitamente esa recomendación del Parlamento europeo.
En 2019 la mayoría de los estados miembro de la Unión Europea siguen mirando para otro lado, mientras el antisemitismo en sus formas más medievales renace con fuerza. En los medios de comunicación, pues no las verán o serán tratadas no como crímenes o agresiones antisemitas, sino como «crímenes comunes».
No solo son los clásicos insultos y libelos antisemitas como los «Protocolos de los sabios de Sión», el «Plan Andinia» o el negacionismo más abyecto, sino también agresiones directas, asesinatos, mutilaciones y ataques indiscriminados contra propiedades y símbolos judíos en Europa y América. O las bombas en la embajada de Israel en Buenos Aires o la Mutual Judía (AMIA) en la misma ciudad.
Otras son maquilladas como las repugnantes campañas de boicot al Estado de Israel (campañas BDS) promovidas por personalidades progres en distintos países, o en estados que están en manos de la izquierda. El antisemitismo actual ha ampliado su esfera de influencia política desde la tradicional extrema derecha en sus orígenes, los nazis, los fascistas y los neonazis.
Ahora esta monopolizado por la actual izquierda, cuya capacidad para agitar y movilizar las calles (reales y virtuales) va dando un nuevo impulso a esta peste medieval. Las izquierdas que gozan de un tratamiento histórico especial para lavar u ocultar sus crímenes y tiranías, es la principal punta de lanza del antisemitismo moderno.
Incluso el Frente Nacional francés, bajo el dedo táctico de Marine Le Pen decidió abandonar su histórico antisemitismo. Las izquierdas han recogido el testigo del antisemitismo mundial, bajo el paraguas del humanitarismo tan caro a la izquierda como excusa de sus crímenes, aprovechan para dar vida al antisemitismo de siempre, pero con ropa nueva.
No hace falta ser muy inteligente para encontrarlos en discursos, en escritos, en medios propios o ajenos, en las redes sociales, como los citados antes. Como en estos tiempos ya no se puede sostener ni vender el deicidio (la muerte de Jesús), las izquierdas han encontrado la forma de montarse un nuevo holocausto.
Esta consiste en acusar a Israel de realizar el genocidio palestino, una acusación tan disparata y falsa, solo basta leer la convención de 1948 que define y tipifica el crimen de Genocidio y como envenenada por los modernos antisemitas pretenden con ella, transformar a las víctimas de la Shoà en verdugos y diluir el genocidio judío en supuestos genocidios, restándole su carácter único en la historia.
No se pude negar que existieron otros genocidios como el Holodomor (en Ucrania), el armenio, el kurdo, Camboya, etc.). Pero en ellos faltó el elemento «industrial» del exterminio judío y gitano entre 1933 y 1945. Muchas personas que dicen dedicarse a la politica, hablan pestes sobre el sionismo, una nueva forma de antisemitismo, sin conocer o saber qué es el sionismo, por tanto, antes de hablar de algo es mejor explicar que se quiere decir con ello.
Pues, no solo están siendo manipulados por un discurso perverso, sino que están frustrando su vocación politica (si es que la tienen). El conspiracionismo y el antisemitismo no pertenecen a la Política, sino a la ciencia ficción y a la ignorancia. Según el profesor Biniamín Neuberger, el origen de la palabra «sionismo» es el vocablo bíblico «Sión», frecuentemente empleado como sinónimo de Jerusalén y de la Tierra de Israel (Eretz Israel). Sionismo es una ideología que expresa los anhelos de los judíos de todo el mundo hacia su patria histórica Sión, la Tierra de Israel.
Mi compatriota y excelente escritor, el judío-argentino, Gustavo Perednik, dice que la voz sionismo tiene fecha de nacimiento: el primero de abril de 1890, el periodista Natán Birnbaum la acuña en un artículo en el órgano Selbstemanzipation de Viena (primer periódico sionista de Occidente, voz de la agrupación estudiantil Kadima). Como ocurre con todos los nombres, empero, el término viene a designar una idea y un movimiento que ya existían por mucho tiempo. No es fácil determinar con precisión cuánto tiempo, y las muchas respuestas al respecto se sitúan entre dos posibles extremos.
De un vértice, el rabino Judah Leib Maimon, sostuvo que el sionismo nacía hace cuatro mil años, ya que el relato del Génesis define al patriarca Abraham siempre encaminado hacia la entonces tierra de Canaán. Esta lectura omite que la esencia del sionismo es eminentemente el retorno. No podría haber existido, ni siquiera como idea vaga, sin una tierra a la que regresar. Por lo tanto, aun si quisiéramos rastrearlo hasta su fuente primigenia, el momento más temprano posible para el sionismo no se ubicaría en la época patriarcal, sino en el nacimiento del anhelo de retorno a la Tierra de Israel por parte del pueblo hebreo.
El otro extremo, para fijar el comienzo sionista, sería ubicar su génesis en la creación de la Organización Sionista Mundial en Basilea, Suiza, en 1897. Esta postura soslaya que cuando Teodoro Herzl convocó el célebre congreso, las grandes realizaciones sionistas, aun las más modernas, ya habían comenzado. Quince años habían transcurrido desde la denominada Primera Aliá, la pionera de las inmigraciones judías modernas que aspiraban a la restauración nacional de los israelitas en su tierra ancestral.
Incluso ya había existido congresos sionistas, también hubo antes de Basilea. Dos notables fueron de Thorn, que se llevó a cabo en Alemania en 1860 y tuvo como fruto la fundación de la Sociedad para la Colonización de Palestina presidida por Jaim Lorje, y el de Kattowitz de 1884, que reunió a varios grupos de los jóvenes «amantes de Sión» bajo la presidencia de León Pinsker.
Dice Neuberger, la esperanza del retorno a su patria ancestral fue mantenida primeramente por los judíos exiliados en Babilonia hace unos 2.500 años atrás una esperanza que subsecuentemente se hizo realidad. («Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sión». Salmos 137:1). Así, el sionismo político, que surgió en el siglo XIX, no inventó ni el concepto ni la práctica del retorno. Más bien, se apropió de una antigua idea y de un movimiento activo y los adaptó para que respondieran a las necesidades y al espíritu del momento.
El núcleo de la idea sionista aparece en la Declaración del establecimiento del Estado de Israel (14 de mayo 1948), que sostiene, entre otras cosas, que: «Eretz Israel fue la cuna del pueblo judío. Aquí se forjó su identidad espiritual, religiosa y política. Aquí logró por primera vez su soberanía, creando valores culturales de significado nacional y universal y legó al mundo el eterno Libro de los Libros. Luego de haber sido exiliado por la fuerza de su tierra, el pueblo le guardó fidelidad durante toda su dispersión y jamás cesó de orar y esperar su retorno a ella para la restauración de su libertad política».
La idea del sionismo se basa en la larga conexión entre el pueblo judío y su tierra, un vínculo que comenzó hace casi 4.000 años atrás cuando Abraham se estableció en Canaán, posteriormente conocida como la Tierra de Israel. Los anhelos por Sión y la inmigración judía continuaron a lo largo del período de exilio que siguió a la conquista romana y a la destrucción del Templo en el año 70 E.C. En el pensamiento sionista es central el concepto de la Tierra de Israel como el lugar del nacimiento histórico del pueblo judío y la convicción de que la vida judía en cualquier otro lugar es una vida en el exilio.
Moses Hess, en su libro Roma y Jerusalem (1844), expresó esta idea: «Dos períodos conformaron el desarrollo de la civilización judía: el primero, después de la liberación de Egipto, y el segundo, el retorno de Babilonia. El tercero vendrá con la redención del tercer exilio». Durante siglos en la diáspora, los judíos mantuvieron una fuerte y singular relación con su patria histórica y manifestaron su anhelo hacia Sión por medio de rituales y literatura.
Gustavo Perednik, dice: Distingamos por ahora entre el sionismo como añoranza, y el sionismo como movimiento político. El deseo colectivo de retorno a la tierra de Israel está presente en el pueblo judío, ininterrumpidamente, desde hace dos milenios y medio. Vio luz durante el Exilio en Babilonia y su primer documento escrito (la fuente de la idea sionista) puede leerse en la Biblia, en el salmo 137: «Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos recordando a Sión… si te olvidare, oh Jerusalén…».
Obviamente, el movimiento moderno tiene características que lo distinguen en mucho de la aspiración milenaria que le sirve de raíz. Pero no conviene olvidar la antigüedad de esta aspiración, a fin de que el sionismo no sea desfigurado en un fantoche advenedizo sin fundamento alguno. Para discurrir sobre las características de la modernidad sionista, cabe dilucidar cuándo podría hablarse específicamente de precursores del movimiento político.
En esto, las diversas ponencias se concentran respectivamente en los siglos XVII, XVIII y XIX. Entre los que fijan a los precursores en el siglo XVII, el filósofo Martin Buber eleva al famoso rabino de Praga, el Maharal, al estatus de pionero. Son muchas las exégesis en las que el Maharal se extiende para poner punto final al exilio impuesto a los judíos.
Por su parte, el primer gran historiador del sionismo, Najum Sokolow, corona como precursor al rabino Menashe Ben Israel de Ámsterdam, quien llevó la idea del retorno de los judíos a la negociación política, usándola como argumento ante la gente de Cromwell para que se readmitiera a los judíos en la Inglaterra puritana. Abraham Kariv, proclama a Baruc Spinoza como primer sionista moderno, debido a su desacralización de la historia judía y su previsión de que los judíos reconstruirían su comunidad estatal «cuando las circunstancias estuvieran maduras para ello».
Una tercera voz que opta por el Siglo de las Luces, fue uno de los más renombrados historiadores del sionismo, Walter Laqueur, quien señaló al filósofo Moisés Mendelssohn (1729-1786) como iniciador. Mendelssohn fue un ardiente defensor del otorgamiento de derechos civiles para los judíos. Su amistad con el dramaturgo Gotthold Ephraim Lessing, nacida frente al tablero de ajedrez, fue pivote en el proceso emancipatorial de los judíos alemanes. Lessing publicó los Discursos Filosóficos (1755) de Mendelssohn, y moldeó en base de éste al protagonista de su obra «Natán el Sabio» (1779).
Desde que Mendelssohn publicara su «Fedón» (1767) acerca de la inmortalidad del alma (ensayo estructurado como el diálogo homónimo de Platón) se conoció al filósofo judío como «el Sócrates alemán». Sus escritos judaicos no fueron menos importantes que los filosóficos, comenzando por la traducción de la Biblia al alemán, obra que abrió ante los judíos las compuertas de la lengua y literatura germanas. Su tratado «Jerusalén» (1783) fue piedra angular de un novedoso análisis del judaísmo en su carácter de legislación y ya no de credo.
Mendelssohn no fue en rigor el padre del sionismo, sino de la modernidad judía, en la que su aportación fue menos literaria que pragmática. Mendelssohn innovó al mostrar, con su propio ejemplo, que un judío podía tener un acabado conocimiento de la cultura moderna y hablar en términos de igualdad con las luces brillantes de su Europa, sin perder su fidelidad al judaísmo tradicional. En cuanto al sionismo, cabe citar un evento poco conocido de la vida de Mendelssohn, que roza la teoría del retorno a la tierra ancestral, a la que el filósofo pareciera no suscribir.
Una cuarta opinión de quienes ven el nacimiento del sionismo moderno en el siglo XVII es la de Ioav Gelber, quien en su historia del sionismo atribuye a un no-judío, el danés Holger Paulli, la paternidad del movimiento. Quienes optan por el siglo XVIII para reconocer las raíces del sionismo moderno, citan al pastor francés Pierre Jurieux, que propuso restablecer la república judía, o al marqués Felipe de Langallerie, que, con el mismo objetivo, en 1714 inició tratativas con el embajador turco en La Haya y firmó con él un acuerdo sobre los derechos judíos.
Los tres escollos del sionismo fueron, según Gustavo Perednik. Jerusalén, el libro judaico de Mendelssohn, se subtitula Acerca de la autoridad religiosa y el judaísmo. La génesis del proceso intelectual que llevó a Mendelssohn a escribirlo había comenzado unos quince años antes de la publicación, cuando su amigo de toda la vida John Caspar Lavater lo invita públicamente a convertirse al cristianismo, y Mendelssohn reacciona airado ante el hecho de que los intelectuales europeos, aun los más liberales de entre ellos, pudieran con tanta soltura sugerirle a los judíos que abandonaran su identidad a fin de «solucionar sus problemas».
Por esa época, un terrateniente sajón de nombre Rochus Friedrich Conde de Zu Lynar (que había sido diplomático danés) le presentó a Mendelssohn un proyecto de establecer un estado judío en Palestina. Se trata de un intercambio epistolar poco conocido. Lynar escribe el 23 de enero de 1770 y Mendelssohn responde a los tres días rechazando la idea, por tres motivos. Algunos resumen el argumento de Mendelssohn para negar en el siglo XVIII la posibilidad de un Estado, en que éste habría podido nacer solamente después de una guerra europea. La guerra era el resultado de que las potencias europeas iban a oponerse al proyecto.
Valga agregar que efectivamente estalló una guerra europea para que el mundo reconociera la irreversibilidad del Estado judío, pero lo que Mendelssohn no previó es que dicha guerra tendría como eje la destrucción de la tercera parte de la judería mundial. Con todo, la síntesis es insuficiente, ya que en el rechazo de Mendelssohn hay dos argumentos más muy elocuentes. Uno, es que los judíos, debido a su prolongada servidumbre, no serían capaces del espíritu de libertad que requería la empresa. Otro, que el proyecto demandaría una vasta fortuna y los judíos eran mayormente pobres.
Un siglo después, Teodoro Herzl coincidió en que los judíos no contaban con las riquezas necesarias como para llevar a cabo la empresa, y propuso la creación de la Compañía Judía, «encargada de la liquidación de las pertenencias de los judíos emigrantes y de la organización de la vida económica en el nuevo país». En suma, había un obstáculo económico, que imponía la mentada solución de una especie de banco del pueblo judío, y un escollo político, que se traduciría en una guerra no deseada. Ambos reparos de Mendelssohn probaron ser ciertos, y de algún modo el Estado de Israel fue moldeado por sus necesidades de defensa militar y ayuda exterior.
Lo que permanece en el terreno de la especulación es el tercer punto. Mendelssohn consideraba que la empresa sionista estaría indisolublemente ligada al espíritu de libertad que animara a los judíos. Quizá también Herzl alude a este aspecto cuando con optimismo, al final de su obra «El Estado Judío» (1895) anuncia que «el mundo se liberta con nuestra libertad, se enriquece con nuestra riqueza y se engrandece con nuestra grandeza». Se necesitaba de capacidad para hacer la guerra, y de recursos económicos, pero la columna central en la que se apoyaría el Estado hebreo era su innegociable vocación de libertad.
Es posible rechazar la condición de sionista de Moisés Mendelssohn, ya que, aunque colaboró en llevar al judío hacia la modernidad, la inmadurez de las condiciones históricas en las que vivió, le impidió la realización concreta de ninguna de las ideas que planteara en relación al sionismo. Así, Iaakov Katz, de la Universidad Hebrea, no considera que haya sionismo hasta tanto la idea no fuera traducida en fuerza social. Por ello, la mayor parte de los estudiosos establece el siglo XIX como catapulta, y ningún momento previo.
Shlomo Avineri, en «La idea sionista», propone como padres de la innovación a dos historiadores que estructuraron la historia judía como la orgánica evolución de un pueblo-nación: Najman Krojmal y Heinrich Graetz. El primero en los años 1840 y el segundo en los años 1850, delinearon una historia judía cuyo corolario es el sionismo. Los tres grandes precursores que explicitaron por primera vez ese corolario, lo hicieron en los años de 1860. Judá Alkalai, Zeví Kalisher y Moisés Hess fue el que trío planteó la necesidad de que los judíos tomaran la iniciativa en su retorno organizado a Sión. Cada uno de ellos merece referencias individuales que excederían el marco de este artículo.
Si bien el sionismo expresa el vínculo histórico que relaciona al pueblo judío con la Tierra de Israel, el sionismo moderno podría no haber surgido como movimiento nacional activo en el siglo XIX sin el antisemitismo de la época, al que precedieron siglos de persecución. Con el correr de los siglos, los judíos fueron expulsados de prácticamente todos los países europeos -Alemania y Francia, Portugal y España, Inglaterra y Gales- una experiencia acumulativa que tuvo profundo impacto, especialmente en el siglo XIX cuando los judíos habían abandonado la esperanza de un cambio fundamental en sus vidas.
De este medio surgieron líderes judíos que se dirigieron al sionismo como resultado del virulento antisemitismo en las sociedades que los rodeaban. Así Moses Hess, horrorizado ante el libelo de sangre de Damasco (1840) se convirtió en padre del Sionismo Socialista; Leon Pinsker, estremecido por los pogroms (1881-1882) que siguieron al asesinato del Zar Alexander II, asumió el liderazgo del movimiento de los Jibat Tzión; y Teodoro Herzl, quien como periodista en París presenció la virulenta campaña antisemita del caso Dreyfus (1896) organizó al sionismo como un movimiento político.
El movimiento sionista pretendía solucionar el «problema judío», el problema de una eterna minoría, un pueblo sujeto a repetidos pogroms y persecuciones, una comunidad sin hogar cuyo carácter extranjero era subrayado por la discriminación en todo lugar en el que los judíos se asentaran. El sionismo aspiró a hacer frente a esta situación por medio de un retorno a la patria histórica de los judíos la Tierra de Israel. La historia de la Aliá, gran parte de la cual fue en respuesta directa a actos de asesinato o discriminación contra los judíos, sirven de firme evidencia al argumento sionista según el cual un estado judío en la Tierra de Israel, con una mayoría judía, es la única solución al «problema judío».
El sionismo político, el movimiento de liberación nacional del pueblo judío surgió en el siglo XIX dentro del contexto del nacionalismo liberal que entonces arrastraba a Europa. El sionismo sintetizó los dos objetivos del nacionalismo liberal, liberación y unidad, aspirando liberar a los judíos del dominio extraño, hostil y opresor, y restablecer la unidad judía por medio de la reunión de los exilios de los cuatro confines del mundo en la patria judía.
El surgimiento del sionismo como movimiento político fue también respuesta al fracaso de la Haskalá, el iluminismo judío, en solucionar el «problema judío». De acuerdo con la doctrina sionista la razón de este fracaso fue que la emancipación e igualdad personal era imposible sin una emancipación y una igualdad nacional, dado que los problemas nacionales requieren soluciones nacionales. La solución nacional sionista fue el establecimiento de un estado nacional judío con una mayoría judía en su patria histórica.
El sionismo no considera que la «normalización» de la condición judía sea opuesta a los objetivos y valores universales. Abogó por el derecho de todo pueblo en la tierra a tener su propio hogar y sostuvo que sólo un pueblo soberano podría ser miembro igualitario en la familia de las naciones.
Además del retorno a la patria judía con libertad, soberanía y seguridad para el pueblo judío, también promovió una reafirmación de la cultura judía. Un importante elemento fue el renacimiento del hebreo, largamente restringido a la liturgia y la literatura, como un idioma nacional vivo para su uso en el gobierno y en el ejército, en la educación y en la ciencia, el mercado y la calle.
El sionismo se interrelacionó con otras ideologías, lo que formó corrientes y subcorrientes dentro del sionismo. La combinación de nacionalismo y liberalismo dio nacimiento al sionismo liberal, la integración del socialismo hizo surgir el sionismo socialista, la mezcla de sionismo con una profunda fe religiosa creó el sionismo religioso y la influencia del nacionalismo europeo inspiró una facción nacionalista de derecha. En este aspecto, el sionismo no fue diferente de otros nacionalismos que también abrazaron diversas tendencias liberales, tradicionalistas, socialistas (izquierdistas) y conservadoras (derechistas).
La mayoría de los fundadores del sionismo sabían que en Palestina (la Tierra de Israel) vivía una población árabe (a pesar de que algunos hablaron ingenuamente de «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra»). No obstante, sólo unos pocos de ellos consideraron que la presencia árabe era un obstáculo real para que se pudiera llegar al cumplimiento del sionismo. En aquel tiempo, a fines del siglo XIX, el nacionalismo árabe aún no se manifestaba de ninguna forma, y la población árabe de palestina estaba dispersa y era apolítica.
Muchos líderes sionistas creyeron que, dado que la comunidad local era relativamente pequeña, la fricción entre ella y los judíos que retornaban podría ser evitada, asimismo estaban convencidos de que el subsecuente desarrollo del país beneficiaría a ambos pueblos, ganando así el apoyo y la cooperación árabes. Sin embargo, esas esperanzas no se cumplieron. Contrariamente a las expectativas de los ideólogos sionistas que habrían aspirado a lograr sus objetivos a través de medios pacíficos y de cooperación, la renovada presencia judía en la Tierra tropezó con una oposición árabe militante.
Durante algún tiempo a muchos sionistas les fue difícil comprender y aceptar la profundidad e intensidad de la disputa, que se convirtió de hecho en un choque entre dos pueblos que consideraban al país como propio (los judíos en virtud de su conexión histórica y espiritual, y los árabes debido a su presencia centenaria en el país). Entre los años 1936-1947 la lucha por la Tierra de Israel se hizo más intensa.
La oposición árabe pasó a ser más extrema al aumentar el crecimiento y desarrollo de la comunidad judía. El movimiento sionista consideró necesario incrementar la inmigración y el desarrollo de la infraestructura económica del país para salvar la mayor cantidad posible de judíos del infierno nazi en Europa.
El inevitable choque entre judíos y árabes llevó a la ONU a recomendar, el 29 de noviembre de 1947, el establecimiento de dos estados en el área al oeste del río Jordán, uno judío y otro árabe. Los judíos aceptaron la resolución, los árabes la rechazaron. El 14 de mayo de 1948, de acuerdo con la resolución de la ONU de noviembre de 1947, fue establecido el Estado de Israel.
El establecimiento del Estado de Israel marcó el cumplimiento del objetivo del sionismo de obtener un hogar internacionalmente reconocido y legalmente garantizado para el pueblo judío en su patria histórica, en el que los judíos estuvieran libres de persecuciones y pudieran desarrollar sus propias vidas y su propia identidad.
Desde 1948, el sionismo vio como tarea suya la continuación de la promoción de la «reunión de los exilios», que exige enormes esfuerzos para rescatar comunidades judías en peligro físico y espiritual. Asimismo, lucha por preservar la unidad y continuidad del pueblo judío, así como por destacar la centralidad de Israel en la vida judía en todo lugar. Por siglos, el deseo de la restauración del pueblo judío en la Tierra de Israel fue el lazo que mantuvo al pueblo judío unido.
Los judíos de todo lugar aceptan el sionismo como un principio fundamental del judaísmo, apoyan al Estado de Israel como la realización básica del sionismo y se ven enriquecidos cultural, social y espiritualmente por el hecho de que Israel sea una vibrante y creativa realización del espíritu judío.
Cuando el pueblo judío pudo asentarse de nuevo en la tierra de siempre, en la Palestina, de alguna manera triunfó un pensamiento laico sobre los religiosos ortodoxos que justificaban el destierro, las discriminaciones, las persecuciones, los vejámenes y crímenes sobre los judíos, basándose en las promesas de Dios y el sufrimiento esperando su regreso.
El sionismo fue un movimiento político que quería retornar a su tierra luego de las diásporas. Un objetivo justo y avalado por las Naciones Unidas.
20 de marzo de 2019.