REINO UNIDO–ESPAÑA
DIARIO DE LA GUERRA DEL CERDO
Ricardo Veisaga
En el siglo pasado, cuando era adolescente, vi en Argentina una película llamada «La guerra del cerdo» (1975), basada en la novela «Diario de la guerra del cerdo» escrita por Adolfo Bioy Casares, y en los roles estelares a José Slavin y Marta González. Luego del referéndum en el Reino Unido y las elecciones en España, volví a ver la película porque entre ambas cosas, película y elecciones, hay una terrible conexión.
El Diario, es una novela breve que narra la guerra de los jóvenes sobre los ancianos, y un hombre (el protagonista, Isidro Vidal) que está entrando en la vejez enfrenta una sociedad en la que los jóvenes eliminan a los viejos. 1969, es el año de publicación de la obra, en Argentina gobernaba el general Juan Carlos Onganía, en esos años la Argentina estaba asistiendo al nacimiento de las organizaciones guerrilleras marxistas-leninistas, integradas en su inmensa mayoría por jóvenes entre los 20 y 30 años.
Esos jóvenes a los que demagógicamente el general Juan Domingo Perón llamaría «juventud maravillosa». La novela está narrada desde el barrio de Palermo, en la Ciudad de Buenos Aires, en donde vive Isidro Vidal, un profesor jubilado que se encuentra en el límite de la vejez, al punto que algunos lo encuadran como «viejo» y otros, no. Vive en dos piezas de un «conventillo» del barrio con su joven hijo Isidorito, a quien debió criar de chico pues su madre Violeta los abandonó a ambos.
Vidal descubre que los jóvenes han comenzado a amenazar y a atacar a los ancianos. A lo largo del relato la lucha de los jóvenes sobre los viejos está siempre presente, estos últimos –incluidos amigos y conocidos de Vidal de largo tiempo atrás- son objeto de ataques y persecuciones que en algunos casos acaba con su muerte, como el vendedor de diarios don Manuel a quien en las primeras escenas un grupo de jóvenes mata sin ninguna razón (excepto ser viejo).
Los viejos se debaten entre los deseos de continuar su vida normal, la indignación y el miedo e incluso las relaciones familiares comienzan a ser afectadas. El lugar de los viejos se presenta como lo repugnante. A los personajes «viejos», entre ellos Vidal, les cuesta reconocerse como tales y muestran su odio y rechazo con la vejez. Algunos de ellos como merecedores de la violencia de la que son víctimas: corretean a las muchachas, son egoístas y cobardes.
El escritor Bioy Casares retrata a los jóvenes como violentos y descerebrados que realizan sus actos sin saber qué motivos les guían, pero, dentro de la irracionalidad de la situación inserta frases alusivas a una explicación, como: «En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser». «A través de esta guerra (los jóvenes) entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos, tal vez! … matar a un viejo equivale a suicidarse».
O «la muerte hoy no llega a los cincuenta sino a los ochenta años, y… mañana vendrá a los cien… Se acabó la dictadura del proletariado, para dar paso a la dictadura de los viejos». En forma paralela a estos acontecimientos, el protagonista Vidal encontrará una muchacha que se enamore de él, lo proteja cuando la violencia lo amenace y finalmente la guerra del cerdo terminará. O al menos eso creía Bioy Casares.
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A los escoceses, les llovieron todo tipo de amenazas por pretender independizarse del Reino Unido, dos años después los ciudadanos británicos en su conjunto son los que se largan, y son los escoceses que hablan de volver a repetir las elecciones con la excusa de que ellos votaron por la permanencia en la Unión Europea. Pero hace dos años ellos decidieron seguir siendo parte del Reino Unido, porque no aceptar ahora las decisiones del Reino Unido. Esta situación me recuerda, para tener en cuenta, la clasificación de la Nación como biológica, étnica, política y sobre todo la fragmentaria.
A esta fragmentación hay que añadir la fragmentación por edad, pues el porcentaje de voto anti-UE ha ascendido en paralelo con los años: mientras que sólo un 39% de los mayores de 65 votó por la permanencia, entre los menores de 34 ascendió hasta al 62%, y entre los menores de 24, hasta el 73%. Muchos jóvenes protestan por lo que perciben como una imposición de los abuelos a los nietos, unas condiciones de vida que los afectarán mucho más, a éstos que a aquéllos.
Sin embargo, el porcentaje de votantes jóvenes fue menor que las personas maduras, por lo que no parece que los mayores hayan castrado el futuro de los jóvenes, sino más bien que éstos no se molestaron en opinar sobre su futuro. El triunfo del brexit ha llevado a una deducción poca democrática de que el voto de las personas de cierta edad, británicas de origen, habitantes del campo y de ciudades pequeñas, es de peor calidad que el de los jóvenes, los citadinos, al parecer más cultos, sabios, tolerantes y modernos.
Pero ¿no habíamos quedado en que la democracia o, aquello que llamara Jorge Luis Borges «abuso de las estadísticas» se basa en el principio «un hombre, un voto»? Si el sufragio universal consiste en que todos los votos valen lo mismo y que hay que limitarse a contarlos, ¿a qué viene ahora querer pesarlos?
El conocido historiador Paul Preston, por ejemplo, ha cargado nada menos que contra «la plebe, la gran mayoría» debido a que «no lee prensa seria». Y considera que el pueblo no debe decidir ciertas cosas, ya que «la UE es un asunto demasiado complejo para decidirlo en un referéndum».
Aparte de que el argumento de la complejidad de las decisiones podría servir para cualquier otra votación, lo más divertido de todo es que los aristocráticos se oponen cuando el pueblo no vota lo que a ellos quieren. Cuando los resultados son los políticamente correctos, es una fiesta de la democracia y la opinión de la mitad más uno es infalible. Pero si son incorrectos, el sabio pueblo, se convierte en plebe imbécil.
En la misma línea, el periodista John Carlin se ha quejado de que sus compatriotas «no tienen ni puta idea de lo que han votado, no ven la BBC ni leen periódicos serios. Jamás deberíamos haber llegado a las urnas». Carlin ha aclarado, sin embargo, que no se opone a los referendos «que obedecen a un genuino clamor popular, como los de la independencia de Escocia o Cataluña».
¿Y en el Reino Unido no hubo clamor popular alguno contra la UE? Sin embargo, el clamor popular escocés acabó con la secesión, y en este referéndum los escoceses e irlandeses tenían claro o una puta idea de las consecuencias políticas, jurídicas, diplomáticas, deportivas, económicas, científicas, de un referéndum de secesión. John Carlin, no se quedó callado, yo mismo lo escuché por televisión decir el siguiente disparate:
«Pienso en mi hijo de 16 años y veo el voto de aquel anciano como una frívola traición a la gente joven de su país. Me mortifica pensar que mi hijo podría perder la oportunidad que yo he tenido que trabajar de vivir y de estudiar en cualquier país de la Unión Europea. Pienso también en la posibilidad de que de aquí a unos años Reino Unido se encuentre en dificultades económicas y los británicos que sufran para conseguir empleo no tengan la opción que tienen hoy muchos españoles, por ejemplo, de encontrar trabajo en otros países europeos. Lo ideal sería que se prohibiese votar en este referéndum a los mayores de 55 años, demasiado de los cuales ven el mundo a través del prisma de la nostalgia imperial, y se deje el campo libre a aquellos cuyos horizontes se verán disminuidos si su país sale de la Unión Europea. Tal como están las cosas el pasado juega contra el futuro con demasiada ventaja».
A los ancianos le debe Carlin y su puta descendencia, no vivir bajo las botas nazis. Así las cosas, están intentando hacer malabares para que lo decidido por los británicos acabe en la papelera. Cuando el resultado no es favorable hay muchas maneras de reorientarlo, reinterpretarlo, reformarlo o directamente anularlo, pero empezando por la más sencilla: repetirlo hasta que parezca que el pueblo decide lo que ya estaba decidido por otros.
Pablo Iglesias, líder del izquierdista UNIDOS PODEMOS, luego de la derrota.
Ya sucedió con el referendo en el que los daneses rechazaron el Tratado de Maastricht en 1992, referendo que, tras la oportuna campaña de concienciación, fue repetido el año siguiente con el resultado contrario; y el que los irlandeses rechazaron en 2001 el Tratado de Niza, referendo que fue repetido un año más tarde con el resultado deseado por los gobernantes. Una vez conseguido el resultado previsto, se acabó el votar.
La Real Academia Española, define a la fobia como un «temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión». En Europa ha aparecido una nueva fobia, que Podemos calificar como gerontofobia: odio a los ancianos o a los mayores, a «estos malditos viejos».
Carlin, quien tiene 60 años quiere prohibir que voten los mayores de 55 años. Lo mismo sucede en España, los militantes de Unidos Podemos, una unión entre el partido comunista llamado Izquierda Unida, que aun sueñan con el brazo en alto y creen a rajatabla en la «lucha de clases», y el rejunte de izquierdistas definidos e indefinidos, cuya dirigencia en contrario a Izquierda Unida, no cree en la lucha de clases como motor de la Historia sino en otra grosera categoría materialista histórica populista llamada «Pueblo», vía Ernesto Laclau.
El insulto fue la respuesta a una cruda realidad. A los mayores de 55 años les culpaban de la victoria del PP y del aguante del PSOE. Tal como muestran sus tuits, muchos desean la muerte de «los viejos», porque sólo así podrán realizar su tan mentado y fracasado «asalto a los cielos». Los politólogos y los progresistas están enfadados. Mucha encuesta y mucha «evidencia científica» antes de las elecciones, para llegar a la certera conclusión de que el problema es que el pueblo europeo es reaccionario, conservador, egoísta, ciego y sobre todo viejo.
Los viejos, seres malditos que se estarían devorando el futuro de los jóvenes, los viejos votaron en masa para sostener sus privilegios a costa de un porvenir que no les pertenece. Esta falacia es la que navega entre estos descerebrados. «Que se mueran los viejos» es un hashtag que circula en las redes sociales españolas.
El argumento intergeneracional es atractivo porque es simplificador y emocional, lo que casa bien con el nivel intelectual de los zurdos podemitas. Veamos cómo reaccionaron los votantes de Podemos tras el retorno a la tierra, cuando veían que se les esfumaba el momento histórico de hacer posible «un mundo mejor», y no una mierda o una copia imperfecta.
Pero ese mundo mejor no existe en el mundo platónico de los arquetipos, sino en las afiebradas mentes o en sus programas utópicos marxistas, que trataron de plasmar en la tierra desde la cuarta generación de izquierdas, la socialdemocracia, el comunismo y la izquierda asiática o maoísmo. Cuyo intento ha costado 100 millones de muertos y piojeras como Cuba y Corea del Norte. «Este país es un mierda lleno de gilipollas», No hemos ganado, pero yo he votado bien, lo que pasa es que los españoles son más tontos que yo, dice uno de estos estúpidos zurdos.
Estos pijoprogres se creen unos intelectuales, los más ilustrados del sistema solar, y los que no votan a Podemos son unos viejos de mierda, gente sin estudio, unos estúpidos que viven en pueblos de mala muerte, en definitiva, son unos fachas. Leí en un periódico que, en la mañana electoral, un apoderado de Podemos (de En Marea) de Cambados. Le preguntó qué día era a una señora mayor plantada frente a la urna. Por desgracia, la mujer no recordaba el día, así que el apoderado decidió que ese voto debía ser impugnado.
El innombrable grabó la humillante escena que acabó siendo difundida en las redes sociales, a modo de denuncia. Horas después, el vídeo fue eliminado y el voto de aquella mujer no fue impugnado por En Marea, quedando en evidencia el tonto apoderado.
Los putos viejos, los pijos insensibles y ciegos nos quitan nuestro presente y futuro. GRACIAS POR VOTAR AL PP HIJOS DE PUTA.
- Weirdo (@BlackoutWavve) 26 de junio de 2016.
Los viejos jodiendo el futuro de los jóvenes, la eterna historia española.
- Ruth Alonso (@ruthaalonso) 27 de junio de 2016.
Bueno, habrá que armarse de paciencia, el tiempo, esa sabia e inexorable sepulturera se encargará de ellos. Al fin y al cabo los mayores acaban muriendo y los jóvenes aguantan más en este mundo (verdad de Perogrullo), se acabaran los fachas, herederos del franquismo. En el sesudo estudio de los progres se calcula que «todos los putos viejos fachas» se morirán en dos décadas, y muerto el perro se acaba la rabia.
Pero, hay otros tópicos, de hace décadas, sobre esta historia como el del demagogo Juan Perón: «La política es como el caballo, se sube por izquierda y se baja por derecha». Por tanto, en una o dos décadas estos progres estarán bajando del caballo por derecha. O, aquello de ser joven y ser de izquierda es tener corazón, pero ser adulto y seguir siendo de izquierda es no tener cerebro.
El acceso al poder, y el aburguesamiento de los revolucionarios y la conversión de los jóvenes en adultos por el paso del tiempo. Confirma el aforismo de Nicolás Gómez Dávila, «la actividad revolucionaria del joven es el rite de passage entre la adolescencia y la burguesía».
Creo que deberían prohibir votar a la gente mayor porque es que es patético lo que están haciendo
- nefelibata; (@royalheda) 26 de junio de 2016.
Otra gran idea habla de eliminar las pensiones para ver «si la van cascando»:
Hay que eliminar las pensiones a ver si los viejos la van cascando y por fin el PP deja de robar #L6elecciones
- Alma de Luis (@luis94gaitan) 26 de junio de 2016.
Durante la Guerra Fría, se utilizaba la palabra gerontocracia para definir a la clase gobernante en la Unión Soviética (esos viejos por ser revolucionarios ya estaban justificados), Las rebeliones de los años 60 tenían un componente generacional, los gobernantes europeos en su mayoría eran sexagenarios (Konrad Adenauer, Francisco Franco, Charles de Gaulle, Oliveira Salazar, Giovanni Leone, Harold MacMillan…). En Europa Oriental (Breznev había nacido en 1906) pero eso no importaba, porque el socialismo real estaba en la vanguardia de la historia.
Pero esta apelación a lo generacional no es nueva ni original, antes de la Gran Guerra, muchos jóvenes abominaban del mundo burgués y deseaban la guerra como objeto liberador de ese mundo en el que habían crecido. Ernst Jünger, el escritor alemán en «Tempestades de acero», describió de esta manera a su generación, la que se desangró en las trincheras: Crecidos en una era de seguridad, sentíamos todos unos anhelos de cosas insólitas, de peligro grande. Y entonces la guerra nos había arrebatado como una borrachera. En la postguerra el himno fascista se llamaba «Giovinezza» (Juventud).
El comunismo también idolatró a la juventud. Miguel Hernández escribió en 1937 un poema titulado: Llamo a la juventud, cuyo mensaje es idéntico al de Giovinezza. Mao Zedong o, Mao Tse-Tung, empleó a sus jóvenes Guardias Rojos contra los viejos del PC y las tradiciones chinas.
No creo que aquellos que reducen su análisis a «viejos comiéndose el futuro de los jóvenes», hayan leído o sepan quien fue Jonathan Swift, ni la gran sátira escrita por el irlandés en 1729, A modest proposal. Una modesta proposición para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público. Este texto responde a la situación de pobreza extrema y hambruna en la Irlanda de la época, en la que los terratenientes ingleses ahogaban a los jornaleros locales cobrándoles unas rentas imposibles de asumir.
Frente a la imposibilidad de alimentar a las familias numerosas, Swift propuso una solución irónica y cruel con un tono de total seriedad: que los jornaleros puedan entregar a sus hijos como parte de pago de los impuestos a los terratenientes. Estos se verían beneficiados con un alimento de primera calidad, mucho mejor que la carne de cerdo y los padres pobres se ahorrarían tener que dar de comer a otra boca, además de la ganancia directa por la «venta» de sus hijos.
El texto de Swift está lleno de cálculos numéricos que demuestran la conveniencia irrefutable de su propuesta. Se trata de una crítica a la crueldad ciega del cálculo racional económico que ya hacía mella en su época. No parece difícil, en la interpretación de «viejos contra jóvenes» del Brexit, ver una realización de la sátira de Swift.
David Cameron. El verdadero cerdo.
David Cameron se hizo el harakiri ante los ojos de todo el mundo. Y como dice acertadamente Carlos Fresneda, su epitafio político dirá ahora: «El hombre que partió Europa». Cameron empezó a cavar su propia tumba en el 2011, cuando a duras penas conjuró la rebelión de 81 tories euroescépticos que reclamaron la consulta europea. «Los grandes problemas hay que afrontarlos y no eludirlos».
Así justificó la convocatoria de un referéndum que nunca pensó que podría ser su sentencia de muerte. En su ya famoso discurso en el cuartel general de Bloomberg en Londres puso por primera vez en el horizonte la promesa del referéndum, anticipando su propia postura a favor de la permanencia en una UE reformada.
En el manifiesto conservador del 2015, la convocatoria del referéndum de la UE figuraba en la lista de prioridades. Y cuando tuvo en su mano la primera mayoría absoluta (hace increíblemente un año), creyó llegado el momento de pisar el acelerador y jugársela de nuevo a la ruleta, como si no hubiera tenido poco con el referéndum de independencia de Escocia.
Su meta era el 2017, pero los euroescépticos acabaron imponiendo incluso su calendario. «Cuanto antes mejor», le advirtieron sus asesores que los problemas de la eurozona y la crisis de los refugiados le complicarían. Cameron prometió poner «el corazón, la cabeza y el alma» en la defensa de la permanencia en la Unión Europea. Eso prometía alguien que en realidad era un euroescéptico, y que lo único que había puesto en algo era su pene en la cabeza de un cerdo.
«Yo soy mucho más euroescéptico de lo que tú te imaginas», le dijo en su día al laborista Denis MacShane. Su amigo Nicolas Soames, nieto de Churchill, llegó a reconocer que Cameron fue «un euroescéptico sin ninguna sombra de duda».
Michael Ashcroft, el multimillonario, ex tesorero y ex vicepresidente del Partido Conservador, coautor de la biografía no autorizada de David Cameron (‘Call me Dave’), asegura en su libro que el ‘premier’ británico permitió la «circulación» de cocaína en su casa familiar. Uno de los participantes dijo que tanto él como su esposa hicieron la vista gorda durante una cena que celebraron en su domicilio…
«El hecho de que los presentes en aquella fiesta se sintieran cómodos ante el hecho de que hubiera gente esnifando cocaína hace pensar que se trataba de una escena familiar».
Sobre el consumo de marihuana en sus años mozos, el premier respondió en cierta ocasión que a su paso por Oxford pasó por lo «normal» en cualquier experiencia universitaria. El libro detalla su supuesta pertenencia a un club de fumadores de cannabis, The Flam Club, del que también formaban partes sus dos compañeros inseparables de aquellos años: el escritor James Fergusson y el periodista James Delingpole. Delingpole asegura que David Cameron era un visitante asiduo del «fumadero» en el piso superior de los dormitorios de Christ Church: «Los tres nos sentábamos y fumábamos hierba mientras oíamos los discos de Supertramp».
Michael Ashcroft asegura que todas las revelaciones de su libro (incluida la participación de Cameron en un «ritual» en el que llegó meter sus partes íntimas en la boca de un cerdo, como parte del ritual de iniciación en el selecto Flam Club, están suficientemente documentadas con decenas de testimonios, más el trabajo de campo de la periodista de The Sun Isabel Oakeshott, coautora de «Call Me Dave». El escándalo del cochinillo -bautizado como el «pig gate»- puso al premier en una posición embarazosa.
Hasta ese entonces se conocía la participación de Cameron en las tropelías cometidas por el Club de Bullingdon, en compañía del ex alcalde de Londres, Boris Johnson. Más allá del cerdo y las hierbas, el gran problema de las clases dirigentes es que enfrentan los asuntos de la «gran política» como decía Antonio Gramsci, como si se trataran asuntos de la «pequeña política».
El irresponsable Preston dijo hace unos días sobre Cameron: «Ha sido un imbécil y un irresponsable, porque la Unión Europea es un asunto demasiado complejo para decidirlo en un referéndum». El muerto se admira del degollado.
El presidente del partido Ciudadanos de España, Albert Rivera, denunció la irresponsabilidad» del primer ministro británico, David Cameron (antes del referéndum) por convocar una consulta sobre la continuidad en la Unión Europea llevado por la «coyuntura interna» en su país y en su partido. Rivera se preguntaba con ironía si «de verdad es momento» para hacer esa consulta, cuando Europa intenta salir de la peor crisis económica de su historia y el populismo creciente.
Los líderes de la pequeña política, ponen por delante la eutaxia de su partido a la eutaxia de su Estado. Ahora, el Reino Unido se enfrenta a una fragmentación y a la posible pérdida en el futuro de sus colonias como Gibraltar y las Islas Malvinas. Y ya que estamos hablando de los cerdos, la «fragmentación» o la «secesión», recuerdo una anécdota sobre otros cerdos secesionistas catalanes:
«Van Carod Rovira y su chófer en viaje oficial al «extranjero» esto es: a Madrit (asi lo pronuncian los catalanes) y en las afueras atropellan a un cerdo. Carod le dice a su chófer que vaya a comunicarlo al dueño de una granja cercana que supone será el dueño. El chófer vuelve después de 4 horas completamente desaliñado y Carod le dice, en catalán suponemos -aquí ya viene la versión traducida-:
«¿Por qué tardaste tanto?». Y el chófer responde: «Porque me invitaron a comer, me dieron postres, café y puro. Y, además, la hija del granjero me ofreció su cuerpo y me la cepillé». Carod asombrado le pregunta: ¿Pues qué les dijiste? Y el chófer responde: «Pues nada, les dije: soy el chófer de Carod Rovira y acabo de matar al cerdo».
Si no lo pillaron, el cerdo era Carod Rovira. Y a Cameron se le cumplió aquello de «a cada cerdo le llega su San Martín».
8 de julio de 2016.