RECEP TAYYIP ERDOGAN

ALÁ ESTÁ CON NOSOTROS

Ricardo Veisaga

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Berat Albayrak, ministro del Tesoro y Finanzas de Turquía y yerno de Erdogan.

La crisis económica turca es imparable, o eso parece y esto se debe a varios motivos. Pero lo peor de todo en esta nueva Turquía islamizada, es que Erdogan ha sumado para sí casi todos los poderes, y nadie se atreve a decirle al presidente cuándo se equivoca. El presidente Recep Tayyip Erdogan, se dirigió hace unas semanas a la audiencia en la provincia de Bayburt, en el mar Negro, tras la oración del viernes, y dijo:

«Aquellos que tengan dólares, euros u oro bajo la almohada, que vayan y lo cambien por liras (turcas). Esta es una lucha nacional. Esa será la respuesta de mi nación a aquellos que han declarado una guerra económica».

Horas antes, en su natal Rize, había declarado: «No olvidéis que, si ellos tienen sus dólares, nosotros tenemos a nuestra gente y a nuestro Alá». La creencia en que la utilización de componentes del eje angular (Alá) en el eje circular (político) bastaría para lograr su objetivo, fue un fracaso, la apelación al nacionalismo y a la religión ha sido en vano. El problema no es religioso el problema es político, dicho de otro modo, no es angular es circular.

Turquía enfrenta el desplome económico, y la mayor caída de la lira de su historia reciente hasta un 40% respecto al euro en lo que va de año, un 15% tan sólo el viernes 10, apelar a viejas recetas sirven de poco. Y el plan de choque anunciado por el ministro de economía, Berat Albayrak, contiene pocas medidas concretas, aparte de «cooperar con los accionistas internacionales» y pedir «respetar la independencia del Banco Central». En resumen, la divisa turca continúa su descenso.

Albayrak, no es la solución, sino que es otro problema al ser el yerno de Recep Erdogan. Casado con su hija Esra desde 2004, durante los últimos tres años, ejerció como ministro de Energía y Recursos Naturales, dedicando más tiempo a las peleas internas con otras figuras del Gobierno que a cerrar acuerdos energéticos con otros países.

En julio, el presidente le nombró único responsable del Tesoro y Finanzas, un nombramiento que para muchos está pensado para prepararle como su futuro sucesor. Y ahí es donde también radica el mal que afecta a Turquía desde hace años, y que ahora se ha extendido también a la economía.

Erdogan a medida que acumulaba poder, se fue aislando progresivamente de socios y aliados incluyendo a los cofundadores de su «Partido Justicia y Desarrollo» (AKP), como el ex presidente Abdullah Gül, el viceprimer ministro Bülent Arinç o el ex ministro de Exteriores y posterior primer ministro Ahmet Davutoğlu, y manteniendo cerca solamente a aquellos que le dicen lo que quiere oír.

El valor de la moneda de Turquía, un país miembro de la OTAN y con ochenta millones de habitantes cayó un 40 % en apenas medio año. Esto fue posible porque el capital extranjero que estaba financiando el crecimiento ficticio de su economía entró en pánico y huye del país. No hay otro misterio tras el desplome súbito de la lira. Aún hoy, Turquía, está creciendo oficialmente al 7%. Pero tras ese 7% no hay más que una burbuja inmobiliaria combinada con enormes inversiones en infraestructuras públicas, mantenidas gracias a préstamos en dólares y euros procedentes del exterior.

Esto es una bomba presta a estallar en cuanto los tipos de interés estadounidenses comenzaron a subir, tras normalizar la FED su política monetaria al desaparecer las circunstancias extremas provocadas por la Gran Recesión en Estados Unidos. El capital golondrina estadounidense tras el éxito económico de Donald Trump quiere volver a casa, así de simple.

Erdogan, luego de la represión posterior al golpe fallido de 2016, ha tratado de legitimarse ante la población con una economía en base de tipos de interés artificialmente bajos, tipos que facilitó el dinero externo que acudió a Turquía en busca de las rentabilidades financieras que ya no se podían obtener en Europa y América a raíz de la crisis.

Esta orgía de crédito como sucede siempre, acabó desencadenando su propia espiral inflacionaria, otro catalizador del miedo de los prestamistas exteriores, que temen no poder recuperar el valor de sus desembolsos. Un crecimiento a base de deuda externa, una deuda empleada en amontonar cemento y ladrillos, es un camino al desastre a medio plazo.

Eso está ocurriendo en Turquía. Sólo basta constatar la diferencia entre los activos y los pasivos en moneda extranjera que figuran en los balances de las empresas privadas turcas, que muestra una diferencia a favor de los segundos que sobrepasa los 300.000 millones de euros. Un tercio de los préstamos que confiere la banca turca a las empresas del país se realiza en dólares.

La compañía telefónica turca, está endeudada en un 70% en dólares, y se ha visto incapaz de hacer frente a los vencimientos de varios préstamos en los pasados septiembre y marzo. En conjunto, la economía turca presenta deudas en divisa extranjera de más de un 50% del PIB, mucho mayor a la de los grandes países emergentes, superando a Sudáfrica, Argentina, México, Rusia o Brasil, según datos del International Institute of Finance.

Una enorme deuda con vencimiento a corto plazo y que, como sospechan muchos, no se va a poder pagar. Turquía destina el 20% de su PIB anual sólo a pagar la deuda externa. Motivo suficiente para la fuga de los capitales internacionales. ¿Y qué puede hacer Erdogan ante ese panorama? Rezar a Alá no sirve de nada, puede solicitar una línea de crédito al FMI, y establecer controles a los movimientos de capitales a través de sus fronteras.

Ponerse en manos del FMI en una salida a la griega, supondría eludir el riesgo de una suspensión de pagos, pero a cambio de someterse a un plan de austeridad que empujaría a una recesión profunda a Turquía con los costes políticos que llevan esos ajustes y nadie quiere asumir. Además de los habituales recortes del gasto social, el FMI impondría una subida de los tipos de interés locales a fin de contener la hemorragia de las fugas de divisas, subida que conllevaría a la quiebra de muchas empresas locales híper endeudadas a los tipos actuales.

Un precio que Erdogan no quiere pagar, por ello se niega a solicitar el auxilio financiero del Fondo. La otra posibilidad a mano es establecer el control de capitales, un corralito con burka. Si bien es cierto que esa medida podría evitar las salidas, pero también significaría el fin de la llegada de nuevos capitales del exterior. O como se dice en estos casos, no se sabe qué sería peor, la cura o la enfermedad.

Su elevada deuda externa convierte a Turquía en una economía vulnerable, y como dijimos su nivel de consumo e inversión depende, de la inyección de fondos procedente del extranjero, y el frenazo en la llegada de flujos es lo que sucedió en 2013, cuando la FED decide revertir su laxa política monetaria. La progresiva subida de tipos en Estados Unidos encarece el crédito externo y resta atractivo a la deuda emergente, cuya rentabilidad/riesgo es cada vez menor.

Esto terminó desembocando en una retirada de capitales desde los países emergentes hacia Estados Unidos. En concreto, la llegada de fondos externos a estos países apenas alcanza ahora los 35.000 millones de dólares al año, según la última previsión del FMI. Esto está sucediendo en los países llamados emergentes, y Turquía es uno de los emergentes con menores reservas de divisas para poder sostener el valor de su moneda.

La caída de la lira turca está arrastrando al peso argentino y a otras monedas de las economías emergentes. La crisis turca está elevando la presión sobre la prima de riesgo de Italia. El portavoz económico de la Liga ya lanzó un ultimátum al Banco Central Europeo. La fuga de capitales en Turquía implica vender liras y comprar dólares o euros, con la consiguiente depreciación monetaria.

El camino elegido por Recep Erdogan, la más fácil y demagógica, culpar de su crisis monetaria a un supuesto «ataque» por parte de Estados Unidos, le resta credibilidad gubernamental. Dijo hace días Recep Tayyip Erdogan, que Estados Unidos está «apuñalando por la espalda» a Turquía con medidas económicas, pese a que ambos países luchan juntos en varios conflictos dentro de la OTAN.

«Por una parte, somos aliados estratégicos, por otra te disparan en los pies. Por una parte, cuando todos abandonaron Afganistán, nosotros seguimos, estamos en Somalia con la OTAN… Y luego tienes que afrontar que te apuñalen por la espalda».

Erdogan también buscó otras causas y trazó una línea recta desde las protestas del verano de 2013, protagonizadas por jóvenes de la izquierda liberal urbana, a las acusaciones de corrupción lanzadas por la Fiscalía en diciembre del mismo año y el fallido golpe de Estado militar de julio de 2016. «Al igual que en otros aspectos, Turquía está ahora bajo asedio en la economía. Está claro que los que empezaron con las protestas de Gezi (en verano de 2013) y continuaron con el 12-17 diciembre para dar luego el golpe traidor del 15 de julio seguirán un rato más».

Esta vez Erdogan fue demasiado lejos, optó por enfrentarse con Estados Unidos, molesto, entre otras cosas, por la negativa a extraditar al teólogo Fethullah Gülen, a quien Erdogan acusa de orquestar el fallido intento de golpe de estado de julio de 2016. Turquía el aliado díscolo, que cuenta con el segundo Ejército más extenso de la OTAN, en su reacomodamiento (rapprochement) con Rusia, en septiembre del año pasado adquirió sistemas antimisiles rusos S-400.

Compra que cayó mal entre los líderes occidentales que le recordaron que los misiles antiaéreos no serían compatibles con la Alianza. La respuesta de Erdogan fue: «Nadie tiene el derecho de discutir los principios independientes de la República de Turquía o las decisiones independientes sobre su industria de defensa».

Turquía, miembro de la OTAN, que acusa a Estados Unidos de traición reveló la posición de las bases militares estadounidenses en Siria. Turquía está molesto porque Estados Unidos, en su estrategia contra el Estado Islámico, optó por armar a las milicias kurdas, que demostraron ser la fuerza bélica más efectiva en la lucha contra los yihadistas.

Washington dijo en octubre de 2014, según la portavoz de Obama, Marie Harf, que: «Bajo la ley estadounidense, el PYD es legalmente un grupo diferente del PKK». Y el Pentágono, obligó a milicianos kurdos a luchar junto a árabes pro estadounidenses, renombrando el grupo como Fuerzas Democráticas de Siria (SDF), para que la población no percibiese a los kurdos como una fuerza ocupante.

Turquía tuvo que intervenir en el norte de Siria en el marco de la llamada «Operación Escudo del Éufrates», para tratar de impedir que los kurdos uniesen todas las zonas bajo su control en un único territorio. Esta nueva situación llevó a Ankara ha abandonar su viejo objetivo de derrocar a Bashar al-Assad, y su prioridad pasó a prevenir la expansión kurda con apoyo estadounidense.

Esta situación llevó a que en marzo del año pasado Estados Unidos tuviera que aumentar enormemente su presencia militar sobre el terreno en Siria para prevenir enfrentamientos entre sus dos aliados, Turquía y las «Fuerzas Democráticas de Siria» SDF (introduciendo blindados, artillería pesada y varios regimientos de Ranger).

Los turcos molestos por el apoyo de Washington a las milicias kurdas, que ellos consideran terroristas, publicaron por medio de la agencia Anadolu un informe detallado en turco e inglés, que revela la localización de las bases militares que Estados Unidos ha establecido en Siria. La publicación generó malestar en el Pentágono. El The Daily Beast, medio estadounidense se puso en contacto con los portavoces de la «Operación Inherent Resolve» (que integra la coalición internacional contra el Estado Islámico) quienes le pidieron que no hiciese mención a ello.

«La discusión de números específicos de tropas y localizaciones proporcionaría información táctica sensible al enemigo, lo que podría poner en peligro a la Coalición y a sus fuerzas aliadas. Publicar este tipo de información sería profesionalmente irresponsable y pedimos que se abstenga de diseminar cualquier información que ponga en riesgo vidas de la Coalición», escribió entonces el coronel Joe Scrocca, director de asuntos públicos.

Turquía se presenta como miembro fundador de la OTAN y el socio con el segundo ejército más numeroso, sólo por detrás de Estados Unidos, pero comete actos de traición. Su posición geoestratégica fue importantísima durante la Guerra Fría, era el único socio occidental con frontera con la Unión Soviética. Sus amenazas de ruptura no fue novedad para nadie en el recién inaugurado cuartel general de la OTAN.

No se olvida la compra de misiles antiaéreos a Rusia, en lugar de contar con tecnología homologada por la Alianza, para disgusto de toda la cúpula militar de la organización. Washington en su momento amenazó con excluir a Turquía de los círculos de información clasificada en materia de tecnología de armamento.

Tampoco cayó bien en Bruselas la purga que ordenó Erdogan contra la inmensa mayoría del equipo militar destinado en la organización, tanto en el Cuartel General de Bruselas como en el Mando Supremo de Mons. Cientos de estos militares turcos acabaron solicitando asilo político en países europeos, para eludir la prisión bajo la acusación de haber apoyado el intento de golpe de 2016.

La OTAN decidió por el momento mantener en Turquía una batería de misiles Patriot como símbolo del compromiso con su defensa y muestra de normalidad, que se lleva a cabo en las proximidades de la frontera con Siria e Irak. Turquía amenaza con «buscar nuevos aliados», Erdogan está decidido a presionar a cualquier precio, lo que es más que probable que la crisis acabe estallando en el seno de la OTAN.

Desde la llegada de Erdogan al poder, actuó de manera deliberada para acabar con el equilibrio del país entre Oriente y Occidente, entre Europa y Asia, lo que lo lleva a decantarse hacia un campo. Y desde hace un tiempo está más cerca de Irán, de Rusia o incluso de China que de Europa y Estados Unidos. Su sueño de recuperar el Imperio Otomano lo vuelve sumamente peligroso, más cerca de ser un país islámico militante que el Estado laico que dejó Atatürk.

Sus deseos de entrar en la Unión Europea, se han desvanecido completamente. La Comisión ya dijo que en esta legislatura no había nuevas ampliaciones y aunque ello no excluía que se mantuviesen las negociaciones, en el caso de Turquía no se avanzó nada. El veto para que Turquía sea miembro de UE, ha sido mantenido por la principal formación del Parlamento Europeo, el Partido Popular, por la ausencia de reformas democráticas en el país y el avance hacia un sistema totalitario terminó por descarrilar el proceso.

La negativa estadounidense a extraditar al clérigo Fethullah Gülen (a quien Ankara acusa de haber orquestado el fallido golpe de estado de hace un año), o la orden de detención cursada por el jefe de policía de Washington contra los guardaespaldas de Recep Tayyip Erdogan que apalearon a varios manifestantes durante la visita oficial del presidente turco a la ciudad, contribuyeron a caldear los ánimos entre ambos países, nominalmente aliados.

Las autoridades turcas, como medida de presión, optaron en marzo por encarcelar al pastor presbiteriano estadounidense, Andrew Brunson, bajo acusaciones más o menos burdas de espionaje y vínculos con organizaciones terroristas. Estados Unidos sostiene que el clérigo es inocente y debería ser liberado. Brunson vive y trabaja en Turquía por más de 22 años, ahora se encuentra en régimen de arresto domiciliario y se enfrenta a una pena de 35 años de cárcel.

Trump pidió a Erdogan que libere al prisionero que lleva en la cárcel dos años. «Una total desgracia que Turquía no libere a un respetado pastor estadounidense, Andrew Brunson, de la prisión», escribió en un tweet. «Ha sido tomado como rehén por demasiado tiempo. @RT_Erdogan debería hacer algo para liberar a este maravilloso esposo y padre cristiano. ¡No ha hecho nada malo, y su familia lo necesita!»

El tweet de Trump aparece una semana después de que tuvo un altercado con el presidente turco durante la reciente cumbre de la OTAN. Se dice que Trump le dio a Erdogan un amistoso «golpe de puño». La tensión se disparó cuando Washington decidió imponer sanciones a Ankara en protesta por la detención de Brunson.

El Departamento del Tesoro castigó a los ministros de Justicia, Abdulhamit Gül, y de Interior, Suleyman Soylu, con sanciones tales como congelar sus activos en Estados Unidos y la prohibición de llevar a cabo transacciones con ciudadanos de estadounidenses. «Estados Unidos está preparado para afrontar la crisis. Turquía ha ido demasiado lejos y ahora la Administración quiere imponer correctivos para lograr lo que quiere», dice Aarón Stein, experto del Atlantic Council.

En un intento de descomprimir la tensión, una delegación turca viajó la semana pasada a Washington para abordar la detención de Andrew Brunson, pero, según informaron varias fuentes, los enviados turcos no hablaban inglés y el encargado de la traducción no pudo llegar al encuentro debido a un retraso en su vuelo, por lo que no lograron comunicarse con el personal estadounidense.

Pero un nuevo tuit de Donald Trump acorrala más a Erdogan y acelera el desplome de la lira, el presidente Donald Trump no tuvo reparos en anunciar el desplome de la lira turca ante el «muy fuerte dólar», que se acentuó todavía más con la represalia de Washington. La delegación turca enviada a Washington regresó a la capital otomana con las manos vacías tras el encuentro de alto nivel mantenido con las autoridades con el objetivo de rebajar la tensión en las relaciones bilaterales.

Y como último episodio, la Justicia turca rechazó la semana pasada un recurso del pastor Andrew Brunson, para ser liberado mientras continúa el juicio celebrado en su contra. Luego de la sanción impuesta a los ministros de Justicia e Interior turcos, Abdulhamit Gül y Suleyman Soylu, respectivamente, la nación euroasiática, amenazó con «una respuesta equivalente».

En la cumbre de la OTAN de julio pasado, a la que asistieron Donald Trump y Erdogan, hubo negociaciones entre ambos países para la puesta en libertad de Brunson. Según The New York Times, Estados Unidos ofreció liberar a Mehmet Hakan Atilla, un banquero turco vinculado a Erdogan y acusado de infringir las sanciones contra Irán por lavado de dinero desde el banco público Halkbank. Trump también ofreció presionar a Israel para la liberación de otro detenido turco, algo que sucedió. Pero las negociaciones se enturbiaron.

«Nuestras relaciones con Turquía no son buenas en este momento», remachó el mandatario republicano. «Acabo de autorizar doblar los aranceles al acero y el aluminio con respecto a Turquía, ya que su moneda, la lira turca, cae con rapidez en relación a nuestro muy fuerte dólar», anunció. El presidente Trump, autorizó una subida de los aranceles aplicados a las importaciones de acero y aluminio procedentes de Turquía, que alcanzarán el 50% y el 20%, duplicando así su actual importe, como respuesta al desplome de la moneda turca.

La duplicación de los aranceles a la importación de acero y aluminio turcos, va a tener un impacto enorme en las arcas del país. Turquía es el octavo productor de acero del mundo, y Estados Unidos ha sido tradicionalmente uno de sus principales mercados (sigue siendo el tercer país importador incluso después de la imposición de los aranceles a principios de este año). La administración estadounidense no olvida, el anuncio turco de que seguirá comprando petróleo a Irán pese al veto que exige Estados Unidos, que entrará en vigor en noviembre.

La crisis turca tiene muchas aristas, al ser una de las mayores economías emergentes del mundo. La lira extiende su desplome contagiando al resto de divisas emergentes. La derivada más directa en España la sufre BBVA, que tiene en el país más del 15% de sus activos, con una cartera de deuda turca de 8.600 millones de euros, y el riesgo de provisiones millonarias y de ver lastrado su beneficio, ya que generó un 16% de las ganancias en el país hasta junio.

Los bancos más expuestos a la crisis turca están sufriendo en la bolsa, el italiano Unicredit se dejó un 2,58%, el francés BNP Paribas otro 1,05% y, sobre todo, BBVA, que se hunde un 3,23% hasta los 5,46 euros. La sangría para el banco alcanza el 13% en agosto, después de leves subidas a finales de julio tras la presentación de resultados.

La banca española es la que más expuesta está a Turquía, según datos del Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés) recopilados por «Europa Press», con más de 70.000 millones de euros, el 36% de la banca internacional. En torno a 2.000 millones tienen como contrapartida el sector bancario turco, otros 17.000 millones en deuda del sector público y 52.000 millones el sector privado no bancario.

La caída de Constantinopla, entonces llamada «segunda Roma», y que Recep Erdogan festejó hace un tiempo atrás, acabó en un baño de sangre que alcanzó su clímax con la matanza de mujeres y niños que se habían refugiado en la catedral de Santa Sofía invocando la protección divina.

El desenlace de la evolución de la economía turca no tendrá tamañas consecuencias sangrientas, pero augura muy oscuros presagios. Es necesario meter en caja al islamista Erdogan, su presencia en la OTAN y en Europa es perjudicial, con amigos así no hace falta enemigos.

17 de agosto de 2018.