PRIMAVERA ÁRABE. 2011-2016.
EL FRACASO DEL FUNDAMENTALISMO DEMOCRATICO
Ricardo Veisaga
El 17 de diciembre de 2010 un vendedor de fruta del sur de Túnez se suicidó a lo bonzo para protestar por su lamentable situación y, sin proponérselo, arrojó la primera piedra contra el edificio construido y mantenido por 24 años por el dictador Ben Ali. Este mes se cumple el quinto aniversario de su fuga a Arabia Saudita con su familia, 28 días después del inicio de las protestas en el país.
El dominó árabe estaba en marcha y la siguiente pieza en caer fue Hosni Mubarak, sus treinta años de gobierno en Egipto, se desmoronaron en 18 días de muchas manifestaciones. Luego estalló Libia, al mismo tiempo que empezaban las primeras movilizaciones en Siria, Yemen o Bahréin… las calles árabes bullían de energía al grito de guerra del hartazgo de millones de personas con los sistemas sátrapas de los sesenta.
Así están estos seis países cinco años después de aquella primavera revolucionaria. El panorama fue exitoso, rápido y prometedor entonces, pero cinco años después de la primavera árabe, el resultado es espantoso. Hosni Mubarak, en Egipto, Ben Ali, en Túnez, Muamar Gadafi, en Libia y Alí Abdulá Saleh, en Yemen, perdieron sus puestos (y en el caso de Gadafi, también perdió la vida, y la de casi todos sus hijos), por las protestas que tomaron las calles de sus respectivos países durante la Primavera Árabe.
El sirio Bashar al-Assad resiste como presidente de una parte de Siria, país que está fragmentado por la guerra, y en Bahréin, los Al-Jalifa se aferran al trono blindados por el apoyo militar de Arabia Saudita. Los movimientos sociales y políticos de los países occidentales, observaron con buenos ojos las movilizaciones populares, movilizaciones que proponían acabar con todas las dictaduras del mundo árabe.
Pero como ocurrió en Irak tras la invasión de Estados Unidos y la caída de Saddam Husein, no sólo no había un plan para el día después, tampoco un estudio sobre las posibilidades reales para instaurar la democracia y que tuvieran éxito. El vacío de poder abrió las puertas a grupos como los yihadistas del Estado Islámico, grupo que está presente en cinco de los seis países que protagonizaron una Primavera Árabe.
Una primavera que algunos califican de «invierno islamista» con la bandera negra del Daesh cada vez más presente. Túnez, aparentemente es el único país que ha tenido más éxito que los otros protagonistas de la Primavera Árabe. Este país ha celebrado dos elecciones parlamentarias, promulgó una nueva Constitución que limita los poderes del presidente.
Las fuerzas políticas, incluidos los islamistas de Ennahda, participaron del proceso democrático tanto desde el poder como desde la oposición. Pero la transición política está seriamente amenazada por problemas económicos y, sobre todo, por el auge del Estado Islámico (IS), que en 2015 realizó dos fuertes atentados contra turistas en el museo del Bardo de la capital (22 muertos) y en la playa de un hotel de Susa (37 muertos).
Golpes que suponen una catástrofe para un sector, el turismo, que representa cerca del 7 % del PIB y genera casi 400.000 empleos directos e indirectos. Túnez se ha convertido además en estos cinco años en la principal cantera de yihadistas extranjeros para la guerra en Siria.
Un joven tunecino, hace muy poco, se prendió fuego en la céntrica avenida Habib Burguiba, en la capital. Según varios testigos, la víctima estuvo ardiendo al menos un minuto antes de que varias personas lograran sofocar las llamas. El joven, cuya identidad no fue revelada por las fuentes, se inmoló frente a la puerta del Teatro Municipal, un lugar simbólico de protesta en el país.
Este es el primer caso de este tipo que se produce en el centro de la capital y coincide con un momento de crisis política y económica en el país, agravada por la parálisis institucional que siguió al asesinato del 6 de febrero del activista político Chukri Belaid.
El levantamiento popular tunecino que en 2011 derrocó al dictador Zin el Abidín Ben Ali, estalló después de que Mohamed Buazizi, un joven tunecino de 26 años, se quemara a lo bonzo en la provincia de Sidi Buzid, en el interior del país. Pero, año tras año aumenta el número de suicidas que actúan por imitación.
En Egipto, la caída de Mubarak permitió la realización de elecciones libres y los Hermanos Musulmanes se impusieron en las urnas por un estrecho margen en 2012. Pero el mandato del primer presidente elegido de forma democrática de la historia del país, Mohamed Mursi, duró apenas un año.
Un golpe militar del general al-Sisi, quien contaba con la mayoría de la población a su favor, acabó con Mursi y miles de seguidores de la hermandad en prisión y condenados a muerte, un cambio de poder necesario ante el fanatismo islámico, lamentablemente resistido por la administración de Barack Obama, pero que finalmente tuvo que ceder ante la realidad.
Un golpe militar al que el Ejército trató de dar un aspecto legal con unas elecciones en junio de 2014 que ganó el propio al-Sisi. La represión del régimen actual es superior incluso a la que impuso Mubarak y se enfrenta a la amenaza de (IS) en el Sinaí. Además de los ataques casi diarios contra las fuerzas de seguridad, el grupo mató en noviembre a 224 personas tras derribar un Airbus 321 de la compañía rusa Metrojet que cubría la ruta entre Sharm al Sheij y San Petersburgo.
«A veces tengo miedo de que todo esto sean sólo recuerdos», decía la canción Al Midan (La plaza), compuesta en los días en que la plaza Tahrir de El Cairo, bullía de protestas que pedían el fin de Hosni Mubarak. Sandmonkey, el apodo de uno de los activistas más conocidos de aquellos días, dice que los días siguientes al 25 de enero fueron «los más felices» de su vida.
Mahmud Salem, su nombre verdadero, está decepcionado con el resultado de las grandes movilizaciones que durante semanas llenaron la plaza Tahrir de El Cairo dando la vuelta al mundo. Magdi Ahmed Ali un prestigioso cineasta egipcio que en los días de la revolución en la plaza Tahrir de El Cairo, comenzó a rodar un documental sobre aquellos días, entonces se mostraba ilusionado por lo que acontecía en su ciudad.
«Cada día cambia algo (en Egipto) y cuando estás en medio de algo no puedes tener una mirada apartada para analizar y ver en profundidad lo que está pasando». Confiesa, Ahmed Ali, haberse sentido «decepcionado» en muchos casos con la gente y prefiere esperar «algún tiempo» para hablar sobre la revolución. En opinión de Ali todo se fue al traste al llegar los Hermanos Musulmanes al poder.
A pesar de que lo hicieron por medio de las urnas, él forma parte de aquellos a los que no les gustó la deriva religiosa del primer gobierno de la que parecía una transición democrática. «Fue una catástrofe que la revolución fuera tomada por los Hermanos Musulmanes, porque son mis enemigos naturales (…). Están contra cualquier tipo de arte», comenta Ali. «Preferiría un régimen deteriorado y muy enraizado como el de Mubarak antes que, a los Hermanos Musulmanes, porque son fascistas y reniegan de todos los demás. Son los peores. Cualquier cosa es mejor».
El investigador para el Mundo Árabe del Real Instituto Elcano, Haizam Amirah Fernández, recuerda que, tras la caída de Hosni Mubarak, los ciudadanos acudieron repetidamente a las urnas en sólo un par de años, en 2013 los egipcios volvieron a salir a las calles para protestar contra el Gobierno elegido en los primeros comicios de la transición democrática del país.
Los militares vieron su oportunidad para dar un golpe de Estado y volvieron a instalarse en el poder, con la aprobación de gran parte de la sociedad. «Algunos egipcios buscaban la imagen de un hombre fuerte y pusieron grandes esperanzas en que (Al-Sisi) viniera como salvador de la patria, frente a las grandes dificultades socioeconómicas del país o lo que algunos vieron como un asalto al poder de los Hermanos Musulmanes», explica el experto.
Un 41% de los egipcios consideran que las condiciones económicas eran buenas o muy buenas cinco años atrás, sólo el 19% cree lo mismo sobre la actual situación, según una encuesta de Baseera. Lo llamativa, señala el director de este Centro Egipcio para la Investigación de la Opinión Pública, Magued Osman, es que el 76% espera que la situación sea de nuevo buena o muy buena en los próximos cinco años. «Si estas expectativas no se cumplen, la frustración y el enfado podrían estimular inestabilidad».
El turismo también está tocado por la falta de seguridad, teniendo en cuenta que uno de cada cuatro visitantes del país eran rusos hasta que un atentado se llevó la vida de 224 personas en el aire al volver a Rusia. Las investigaciones recientes muestran que la sensación de seguridad de los egipcios es mayor que en la segunda mitad de 2013, cuando el actual régimen militar le arrebató el poder a Mursi. «La situación regional hace que la gente aprecie que la situación en el país no es tan mala como en Siria, Libia o Yemen», apunta Osman.
En Libia, más que revuelta popular, lo que se vivió fue una guerra para acabar con las cuatro décadas de gobierno de Gadafi, guerra en la que la OTAN intervino a favor de los sublevados. Cuando los milicianos de la ciudad costera de Misrata lincharon hasta la muerte al dictador en Sirte, declararon la «liberación» de Libia.
Pero, muerto Gadafi, estallaron las guerras tribales de un país que hoy cuenta con dos gobiernos, uno en Trípoli y otro en Tobruk, y cientos de milicias que imponen la ley dentro de su territorio. Los esfuerzos de las Naciones Unidas para formar un gobierno de unidad no han fructificado y Libia es un caos. Libia es un tablero en el que Egipto, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos apoyan al gobierno de Tobruk, y la comunidad internacional, Turquía y Qatar, hacen lo propio con el gobierno de Trípoli.
Desde las costas de Libia parten miles de inmigrantes a Europa y la producción de petróleo no llega ni a la mitad de los 1,6 millones de barriles que producía cada día hasta 2011. El líder de Libia cayó en manos de los rebeldes tras sufrir un ataque aéreo de la OTAN en su ciudad natal, Sirte, y falleció después de ser linchado.
El líder libio intentó abandonar la ciudad en un convoy militar después de que las fuerzas del CNT libio, tomaran las últimas posiciones que estaban en manos de los oficialistas. En un acto desesperado, Gadafi se escondió en un zulo bajo de una vivienda en la zona 2 de Sirte. Al parecer, cuando descendieron para detenerlo se produjo un tiroteo entre los rebeldes y la guardia personal del coronel, que resultó herido y que falleció minutos después. «¡No disparéis, no disparéis!», habría sido el grito de Gadafi antes de morir.
Había permanecido 42 años en el poder, pero sin cargo oficial. Prefería ser conocido como «el líder fraternal y guía de la revolución». Desde hace años pretendía que le sucediera uno de sus ocho hijos biológicos: Saif Al Islam (Espada del Islam), de 38 años, el primero de los siete hijos que tuvo con su esposa, Saifa.
Ben Ali, Hosni Mubarak, Muamar Gadafi y Ali Abdalá Saleh.
Siria, el país vive el quinto año de una guerra en la que más de 200.000 personas han perdido la vida, hay 7,5 millones de desplazados y unos 4,5 millones que buscaron refugio en el exterior. El régimen no escuchó las peticiones de reformas que le llegaban de la calle, y acusó a los manifestantes de ser «terroristas» (en parte tenía razón).
Las manifestaciones se convirtieron en auténticas batallas y el país se dividió en tres partes, una bajo el control del Gobierno, otra al norte en manos de los kurdos y una tercera donde mandan los grupos armados de la oposición, entre los que destacan el Frente Al-Nusra, brazo de Al-Qaida en Siria, y Daesh, cuyo bastión es Raqqa y toda la frontera con Irak.
Yemen fue el primer país que echó a su dictador, Alí Abdulá Saleh, por medio de un plebiscito que acabó con Mansour Hadi como presidente. Pero Saleh nunca acabó de aceptar su destino y, gracias al apoyo de gran parte del Ejército y de los milicianos hutíes –secta dentro del chiísmo– dio un golpe militar que obligó a Hadi a buscar refugio en Arabia Saudita. La respuesta de Riad llegó en marzo de 2015 en forma de una guerra abierta a base de bombardeos contra los hutíes a los que acusan, con razón, de ser «agentes de Teherán».
Los hutíes (la milicia de los zaidíes, secta derivada del chiísmo) han pasado de combatir al estado central (seis guerras) en el norte de país, a tomar el poder en Saná (la capital) y controlar siete provincias. El grupo formó parte de la gran mesa de diálogo nacional abierta tras la caída de Alí Abdulá Saleh y firmó un acuerdo de paz, pero en septiembre dejó la vía política y desplegó sus tropas en la capital en un movimiento que llamaron «revolución», y que culminó en febrero con la huida del entonces presidente Mansour Hadi a Adén.
Bahréin. Las fuerzas de seguridad de la dinastía suní Al Jalifa viven en estado de alerta desde 2011. Pese a la fuerte represión, la mayoría chií de la isla sigue pidiendo reformas y aprovecha cualquier ocasión para echarse a las calles del pequeño reino del Golfo. Los líderes de la oposición están encarcelados y a muchos activistas se les ha retirado la ciudadanía. Los manifestantes piden un primer ministro independiente de la familia real, pero los Al Jalifa, con el apoyo político y militar de Riad, se niegan a hacer reformas de calado. Estos cinco años de revueltas dilapidaron la imagen que tenía Bahréin, considerado hasta 2011 uno de los lugares más abiertos del Golfo.
Arabia Saudita. Después de años ocupados en contrarrestar el auge de Irán en países como Irak y Siria, el ascenso imparable de los hutíes le ha obligado a dar un golpe de autoridad en el país vecino para mantener su imagen de bastión de los suníes. Esta guerra en Yemen es la primera gran decisión del nuevo monarca Salman, de 79 años, que llegó al trono en enero tras la muerte de su hermanastro Abdalá. Enfrenta la complicada misión de equilibrar la influencia de Irán, algo que hizo en el levantamiento chií de Bahréin a donde envió tropas, y demostrar al mundo que al mismo tiempo combate a grupos radicales como el Estado Islámico.
Irán. Teherán niega cualquier tipo de apoyo a la milicia de los hutíes y sus dirigentes piensan que los bombardeos de Arabia Saudita solo sirven para complicar aún más la situación. La llegada de Hasán Rohani al poder ha cambiado la relación con Estados Unidos e incluso el acuerdo nuclear se podría cerrar la próxima semana. Los iraníes colaboran con Washington en la guerra contra el (IS) en Siria e Irak y han logrado formar un eje de gobiernos amigos en el corazón del mundo árabe gracias a su influencia en Beirut, Damasco y Bagdad.
El siguiente paso parecía Saná. La guerra contra Irak –y la caída del régimen de Saddam Hussein en 2003– tuvo un vencedor evidente: Irán. La intervención militar encabezada por Estados Unidos originó el debilitamiento de sus aliados tradicionales, los regímenes sunitas del Medio Oriente, y al fortalecimiento de su principal enemigo en la región, la República Islámica de Irán.
Al-Qaida y Estado Islámico. La (AQPA, brazo de Al Qaeda surgido tras la fusión de las ramas de Arabia Saudita y Yemen) en la península arábiga, tiene en el interior de Yemen un santuario similar al que ofrece la frontera «Af-Pak». En medio del caos provocado por el golpe de los hutíes el grupo yihadista Estado Islámico (IS) entró en escena después de que una rama de AQPA jurara lealtad al califa Abu Baker Al Bagdadi en la provincia de Dhamar. La matanza de al menos 137 personas en dos mezquitas (chiíes) de Saná, fue su tarjeta de presentación.
Barack Obama calificó a AQPA de «amenaza global» y sus aviones no tripulados lucharon con el yihadismo en cooperación con los gobiernos de Saleh y Hadi. Ante el avance de los hutíes, el centenar de soldados de Estados Unidos que permanecía asentada en una base del sur recibieron la orden de evacuar. Apoya con logística e inteligencia militar la operación lanzada por Arabia Saudita, pero no olvida que su prioridad es la guerra contra Siria (Al-Assad), y el grupo yihadista Estado Islámico, en la que necesita contar también con Irán.
Israel, por el momento es el único ganador de la primavera árabe. Pero su entorno regional se ha vuelto mucho más inestable e imprevisible. Ninguna frontera israelí es actualmente segura, sobre todo a lo largo de la región que limita con Egipto. ¿Puede Israel seguir siendo un oasis de estabilidad, de seguridad, de modernidad y de crecimiento económico en un entorno tan explosivo? No, de ninguna manera, Tel Aviv está a menos de 300 kilómetros de Damasco.
Israel debe mantenerse en estado de alerta máxima para limitar los riesgos. Sin embargo, no todo es negativo, la oposición entre sunitas y chiitas, en una reedición de las guerras de religión entre católicos y protestantes que asolaron Europa entre 1524 y 1648, lo aleja del foco. Está claro que el Medio Oriente musulmán estará inmerso en esas luchas como para preocuparse por los palestinos o por la existencia de Israel. La guerra contra los judíos o los cristianos está relegada a un segundo plano, menos en aquellos lugares donde las minorías cristianas son vistas como aliadas del régimen, como en Egipto y Siria.
Al estar luchando por su propia supervivencia, el régimen sirio necesita de la colaboración de Israel en materia de seguridad. Las fuerzas israelíes y jordanas trabajan juntas para garantizar la seguridad de sus fronteras respectivas contra las infiltraciones de yihadistas desde Irak o Siria, mientras Egipto e Israel comparten actualmente un objetivo común en el Sinaí. La paradoja de las revoluciones árabes es, que ayudaron a la integración de Israel como socio estratégico (para ciertos países) en la región. En este momento, la guerra civil siria ocasiona por sí sola más víctimas árabes que todas las guerras entre contra israelíes.
Es posible que Israel se haya convertido más que nunca en un socio estratégico clave para ciertos regímenes árabes o, en un aliado de facto contra Irán, que ya lo es para Arabia Saudita. Pero eso no significa, que los vecinos de Israel se hayan decidido en el plano emocional a aceptar su existencia entre ellos. Los árabes no pueden pelear entre sí y a la vez contra Israel.
Los acontecimientos caóticos que están teniendo lugar en el Medio Oriente sirve para modificar el análisis político, los dirigentes israelíes deben adaptar su razonamiento estratégico a largo plazo al Medio Oriente que acabará por surgir del actual desorden. Israel podría convertirse en el actual ganador de las primaveras árabes. Pero la sabiduría aconseja no recoger el botín de la victoria y dejarlo en el terreno.
El nombre «Primavera Árabe» no surge en las supuestas, «revueltas populares» en los países árabes del norte de África y de Oriente Medio del año 2011, aparece en el año 2005, expuesta por el prestigioso periodista Charles Krauthammer en su artículo «The Arab Spring of 2005», que salió publicado en The Seattle Times, el 21 de marzo de 2005. En el artículo Krauthammer hacía referencia a la supuesta labor democratizadora de G. W. Bush. Jr. en los países árabes. Es, por lo tanto, una palabra que fue usada y difundida por los neoconservadores estadounidenses y aceptada y adaptada, por extensión, por las sociedades occidentales.
En el 2008, el Departamento de Estado norteamericano financió una organización, la «Alianza para los Movimientos de la Juventud», que prepararon los disturbios y a los líderes que actuaron el 2011 en la llamada «Primavera Árabe». Lo que muestra que el movimiento tuvo muy poco de espontáneo y mucho menos de popular y autóctono. Detrás de esta alianza estuvieron organizaciones como Freedom House, la NED y el «International Republican Institute» o el «National Democratic Institute». Creada por la Administración estadounidense para conseguir objetivos políticos.
Sin olvidar la ayuda de las organizaciones humanitarias, de los progres, y de la propia izquierda. El mismo The New York Times reconoció en abril de 2011, que grupos de Estados Unidos ayudaron a fomentar las revueltas de la «Primavera Árabe». El 14 de abril en un artículo titulado «Organizaciones de Estados Unidos ayudaron a fomentar las revueltas árabes», señalaba que:
«Varios de los grupos y personas directamente involucrados en las revueltas y reformas que barren la región, entre ellos el Movimiento Juvenil 6 de abril en Egipto, el Centro de Bahréin para los Derechos Humanos y activistas de base como Entsar Qadhi, un líder juvenil en Yemen, han recibido financiación y entrenamiento de grupos como el Instituto Republicano Internacional, el Instituto Nacional Demócrata y Freedom House».
En el mismo artículo del periódico neoyorquino se hablaba sobre el IRI y el NDI:
«Los Institutos Republicano y Demócrata están más o menos afiliados a los partidos Republicano y Demócrata. Fueron creados por el Congreso y se financian a través de la National Endowment for Democracy, que se creó en 1983 para canalizar las subvenciones para la promoción de la democracia en las naciones en desarrollo. La Fundación Nacional para la Democracia recibe unos $ 100 millones anuales del Congreso. Freedom House también recibe la mayor parte de su dinero del gobierno estadounidense, principalmente del Departamento de Estado».
Uno de los puntos fundamentales de la política exterior de Bush Jr., fue que la extensión de la democracia en Oriente Próximo era el remedio para acabar con el terrorismo. No sólo porque Bush Jr. sea un fundamentalista democrático, sino que además se lo pedía Dios (en muchas comunicaciones). Barack Obama también es un fundamentalista democrático, sobre lo que esto significa, hace meses escribí un artículo. La mayoría de los líderes mundiales en la actualidad, son fundamentalistas democráticos.
Un fundamentalista democrático sostiene la creencia de que la democracia, es la solución de todos los males, que basta con imponer el sistema democrático para asegurar la salvación del género humano. Así, la democracia adquiere virtudes salvíficas que lo redime todo. Ya lo decía otro fundamentalista democrático del tercer mundo, el socialdemócrata Raúl Alfonsín (ex presidente argentino), «con la democracia se cura, se come, se educa» y no recuerdo que otras estupideces más.
La estrategia de George Bush, de apoyar la democratización del mundo árabe e islámico estaba equivocada desde el principio y era producto de una visión ingenua, evangelizadora, misionera de la política internacional. Esa estrategia fue la fuente de desestabilización que llevó al poder a terroristas y extremistas (fue su inevitable consecuencia). La cura fue peor que la enfermedad. Hay que volver al realismo de siempre. No hay que intentar transformar esos países ni confiar en que se parezcan más a nosotros, sino considerarlos tal como son.
Debemos defender nuestros intereses nacionales -seguridad, comercio, energía- con los aliados que se pueda encontrar. En la política internacional la estabilidad es fundamental. Es posible que el déspota local sea un «hijo de puta», pero, por lo menos, será nuestro hijo de puta. Ser moralistas en política constituye todo un crimen.
En Estados Unidos siempre ha existido una posición realista republicana, asociada a personajes como Henry Kissinger y Brent Scowcroft, el consejero de Seguridad Nacional del presidente Bush Sr. Pero con Bush Jr. y Barack Obama ese realismo fue liquidado por el fundamentalismo democrático. El monopolio de la violencia asegurado por el Estado, las fronteras seguras y controladas, el imperio de la ley y los medios independientes, son tan o más importantes que las elecciones y hay que tenerlos antes.
Que, en ese proceso, haya que negociar con regímenes (como Siria e Irán) y con personajes muy desagradables. Y no olvidar que, en este mundo turbio de la política, los antiguos defensores e incluso practicantes de la lucha armada -los terroristas, si prefieren llamarlos así- pueden convertirse en líderes democráticos, ejemplo de ello son Gerry Adams, Nelson Mandela.
Aquello que se dice en política: «quien tenga visiones que vaya a un psiquiatra», se ha vuelto una verdad. No es posible democratizar sociedades casi pre-políticas que no han podido superar el estadio de clanes o tribus, cuya historia política desde hace siglos ha estado marcada por la barbarie, las dictaduras y la violencia. No se puede imponer desde fuera al mundo árabe un modelo de sociedad política que es rechazado por la mayoría de la población.
El actor egipcio, Omar Sharif, aseguró en una entrevista para la revista alemana «Der Spiegel», que en el mundo árabe nunca podrá establecerse una democracia, «El mundo occidental no comprende pese a toda su erudición que en el mundo árabe nunca habrá una democracia, ni ahora ni en mil años», aseguró el actor, famoso por sus papeles en «El Dr. Zhivago» y «Lawrence de Arabia».
Sharif justifica su opinión aludiendo a las tradiciones árabes y, que La idea del Parlamento como fuente de autoridad política es completamente extraña en esa cultura. «Los árabes viven desde hace siglos en sociedades tribales y la autoridad que reconocen es el jefe de la tribu. El Parlamento como fuente de la autoridad política les es en cambio extraña», añadió.
Muchos analistas políticos sostienen que la política de democratizar el mundo árabe, fue una equivocada aplicación de la conocida «Teoría del dominó», llamada también secuencia efecto bola de nieve aplicado a la política internacional, según la cual, si un país entra en un determinado sistema político, arrastraría a otros de su área hacia esa misma ideología.
Se suele nombrar, en este caso, al político estadounidense John Foster Dulles y a la Doctrina Truman, quienes vaticinaban que el comunismo podría expandirse por todo el mundo si no se lograba detener la espiral. Surgieron diversas ideologías antes y durante la Segunda Guerra Mundial y también en la Guerra Fría, y se propagaron por contagio por media Europa.
A veces, de motu propio como en Hungría o Rumania que adoptaron gobiernos de ideología pro-fascistas o pro-nazis, o por medio de la fuerza como la Francia de Vichy, Noruega, España o los Países bajos. O la expansión de la Unión Soviética con países que habían formado parte del Imperio ruso como Ucrania, Bielorrusia, o las Repúblicas Bálticas. Jonathan Schell cuenta que, durante la Guerra de Vietnam, se ponía como ejemplo para profetizar lo que le sucedería a Vietnam del Sur si se caía frente al comunismo.
Pero todos estos casos no eran la base de la teoría, pero estos precedentes fueron argumentos suficientes para entrar en guerra. Antes siquiera de haber capitulado el Eje las tensiones entre los vencedores ya eran patentes, especialmente tras la Cumbre de Potsdam y la cancelación de la Cumbre de Washington.
Winston Churchill y Truman, veían a la Unión Soviética de Stalin como un aliado poco fiable, con constantes roces, problemas en Berlín, y una política inflexible sobre sus demandas en las cumbres de Teherán y Yalta. La Unión Soviética se había comprometido a celebrar elecciones en las naciones ocupadas tras la Guerra para que decidieran sus gobiernos, pero estas elecciones no se llevaron a cabo.
De esta forma, a las naciones invadidas por la Unión Soviética se sumaron Albania y Yugoslavia, y en Asia, Corea del Norte. Parecía ser la constatación de lo afirmado por Truman durante la Guerra Civil de Grecia, si uno o varios países caían bajo el comunismo arrastrarían a sus vecinos. En los años siguientes las dos potencias trataron de atraer a las naciones «No Alineados» a su bando.
Estados Unidos parecía tener las de ganar debido a su poderío armamentístico, especialmente nuclear, económico y cultural frente a la URSS, pero los sucesos no corrieron en esa dirección. La China Nacionalista era derrotada por Mao Tse-Tung, en 1950 China invadía el Tíbet. La comunista malaya hacia grandes progresos frente a los ingleses. En Indochina Ho Chi Minh adoptaba el comunismo e Indonesia estaba a punto de pasar al bando comunista.
Esto parecía indicar que, pese a la superioridad estadounidense, existía un contagio de unos países a otros. Para las sucesivas administraciones en los Estados Unidos, la «Teoría del Dominó» se convirtió en prioridad en su política internacional y realizaron todo tipo de acciones en los cinco continentes para neutralizarla.
El peligro que el comunismo se extendiera por Europa, una de las regiones más desarrolladas y prósperas del planeta, hizo posible la creación de la OTAN, y la implementación del «Plan Marshall» para evitar el hambre y el desempleo en las naciones aliadas. Si estos efectos de la guerra no se corregían, la fuerza de los partidos comunistas podía llegar a romper el equilibrio de fuerzas y a arrastrar a holandeses, alemanes, belgas, etc., hacia el comunismo.
En esta alianza (OTAN), no sólo entraron naciones democráticas sino también otras de dudoso comportamiento como Turquía y Grecia, pero lo importante era dejar fuera a la Unión Soviética. El comunismo demostró no ser una ideología uniforme y se dividió entre leninistas, maoístas, trotskistas y eurocomunistas, con constantes enfrentamientos entre ellos.
En Indochina, por ejemplo, Camboya y Vietnam nunca mantuvieron buenas relaciones y, tres años después de su paso al comunismo, las dos naciones estaban enfrentadas por la invasión de Camboya. Tailandia se mantuvo pro-occidental y se defendieron de los ataques que llegaban desde la Kampuchea ocupada. China invadió el norte de Vietnam. En Europa, Albania se separó de Moscú y abandonó el Pacto de Varsovia.
La Yugoslavia del Mariscal Tito, se mostraba independiente frente a Moscú, pese a su comunismo. En el mayor momento de enfrentamientos verbales, Stalin dijo que sólo le hacía falta mover el dedo meñique para terminar con Tito.
Henry Kissinger, secretario de Estado con Richard Nixon y Gerald Ford acaba de publicar «Orden Mundial» (Ed. Debate), cuyo subtítulo es: Reflexiones sobre el carácter de los países y el curso de la historia. Un libro de lectura obligada para entender la historia política contemporánea, un análisis de la historia de la política global desde Westfalia hasta Afganistán en el que justifica la intervención en Vietnam y la invasión de Irak.
El propio Henry Kissinger ofrece su visión de los hechos y en cuanto a la «Primavera árabe», dice que tras las convulsiones de los 80 y 90, llegaron los regímenes «amigos». Y, en 2010, un rayo de esperanza «fugaz». «La Primavera Árabe ha exhibido antes que ha superado las contradicciones internas del mundo árabe-islámico y de las políticas diseñadas para resolverlas».
El papel de la gran potencia, Estados Unidos, es complejo, cuenta el ex secretario de Estado: «Una de las principales contribuciones de Estados Unidos a la Primavera Árabe fue condenar, oponerse o trabajar para deponer gobiernos a los que juzgaba autocráticos, incluido el Gobierno de Egipto, hasta entonces un valioso aliado». Pero advierte Kissinger a continuación:
«Algunos gobiernos amistosos tradicionalmente aliados como el de Arabia Saudí, sin embargo, podrían interpretar el mensaje central como una amenaza de abandono por parte de Estados Unidos, no como los beneficios de una reforma liberal».
Siria fue diferente a Egipto, por las tensiones latentes entre chiitas y sunitas. En 2011, con Barack Obama en la Casa Blanca, Estados Unidos presionó por una solución política, con la esperanza de que esta movilizara a la oposición interna del dictador Al-Assad y este fuera destituido para dar paso a un Gobierno de coalición.
Pero, explica, «hubo una gran consternación cuando otros miembros del Consejo de Seguridad con poder de veto declinaron apoyar este paso o bien la adopción de medidas militares y cuando la oposición armada, que finalmente hizo su aparición en Siria, tenía pocos elementos que pudieran calificarse de democráticos, y mucho menos de moderados».
En un capítulo dedicado a la era tecnológica, reflexiona: «Occidente cantó loas al uso de Facebook y Twitter en las revueltas de la Primavera Árabe. No obstante, si bien las multitudes equipadas con medios digitales triunfan en sus primeras manifestaciones, el uso de nueva tecnología no garantiza que los valores que prevalecerán serán los de los inventores de los aparatos o, incluso, los de la mayoría de la multitud».
Otro problema, pero no de Estados Unidos, sino de Arabia Saudita, fue a juicio del autor, su relación con el islamismo radical. «El gran error estratégico de la dinastía saudí fue suponer, aproximadamente desde la década de 1960 hasta el año 2003, que podría respaldar e incluso manipular al islamismo radical en el extranjero sin amenazar su propia posición en el ámbito interno». La financiación de las madrasas (escuelas religiosas) por todo el mundo se volvió en su contra.
Hablar de Oriente Medio es hablar de Estados Unidos y su relación con Irán, Irak y Afganistán en las últimas décadas. Es curioso cómo Kissinger vincula el futuro de las relaciones iraníes-estadounidenses a la resolución de un tema «aparentemente técnico militar»: el programa nuclear iraní. Y dice en tono casi profético sobre el acuerdo de hace unos días:
«Mientras escribo estas páginas puede estar produciéndose un cambio potencialmente histórico en el equilibrio militar de la región. Y ahora, ¿a dónde se dirige el mundo? La reconstrucción del sistema internacional es el desafío último para los estadistas de nuestro tiempo».
El castigo por fallar, advierte, quizá no lleve ya a grandes guerras entre estados – aunque no descarta alguna- pero sí probablemente a maniobras por el estatus a escala continental: «Una lucha entre regiones podría ser incluso más extenuante de lo que había sido la lucha entre naciones». Por eso, invita a «reevaluar» el concepto de «equilibrio de poder». Restablecer el «equilibrio de poder», es una tarea esencialmente política (no moral), y si para lograrlo es necesario utilizar la figura política del «hijo de puta», no hay nada que «pensar», así es la política.
No quiero decir que comparto totalmente las ideas de Henri Kissinger, soy critico de las más fundamentales. El escritor judío Amoz Oz dijo hace poco refiriéndose al término «primavera árabe»:
«Es un término inexistente dado por personas no muy inteligentes que pensaron que lo que pasó en la Europa comunista pasaría aquí en Oriente Próximo. Es un pensamiento motivado por la ignorancia y las tendencias a las comparaciones superficiales. Sucede una gran tragedia en parte del mundo árabe con países que se desintegran. En tres años de guerra en Siria han muerto más personas que en 120 años del conflicto entre nosotros (judíos) y el mundo árabe. El mundo no tiene coraje para parar este derramamiento de sangre».
¿Parar? Bastaba con no abrir la caja de Pandora, para que no se escapara la barbarie árabe musulmana.
30 de enero de 2016.