Cuadernos de Eutaxia —34
MONTONEROS Y EL PERIODO PRE-ELECTORAL
JOSÉ SAVINO NAVARRO
El carnet de afiliado sindical de José Sabino Navarro y su esposa e hijos Walter y Ernesto, publicada en la revista montonera «El Descamisado».
El 11 de noviembre de 1970, dirigentes políticos representantes de los partidos Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), el peronista, el Socialista Argentina, Conservador popular y Bloquista, conformaron un frente que se llamó La Hora del Pueblo, que exigían la realización de elecciones de forma inmediata. Fue una manera más de forzar una salida electoral para salir del estado insurreccional y sobre la legalización del peronismo, y en especial el retorno de Perón al país.
En noviembre de 1970 se produjeron otros episodios como el de Tucumán y en Catamarca, en marzo de 1971 sucedió el Viborazo una prolongación del Cordobazo y que forzó la renuncia del general Roberto M. Levingston. En reemplazo de Levingston asumió el general Alejandro A. Lanusse. El representante del sector socialdemócrata del Ejército, era el líder del bando «azul» que habían vencido al bando «colorado» de tendencia antiperonista, en un conflicto militar acaecido entre 1962 y 1963.
El general Alejandro Agustín Lanusse presentó un plan para la «salida electoral» que denominó «Gran Acuerdo Nacional» (GAN), que era un acuerdo político-social, entre los militares y los grupos de poder actuantes en Argentina, incluyendo al peronismo y el sindicalismo, para logar una «salida electoral» cuyo resultado fuera aceptable para todos. El GAN buscaba consagrar electoralmente un gobierno cívico-militar republicano, con el propio Lanusse como presidente de consenso.
Esta propuesta respondía a un hecho concreto, ya que no era conveniente que el peronismo volviera al poder en lo inmediato y sobre todo de que Juan Perón pudiera presentarse como candidato. Los próximos dos años serían una puja constante entre Lanusse y Juan Perón. Esta situación concreta para Montoneros le presentaba dos opciones, una plantear la estrategia llamada de «guerra popular prolongada», y rechazar toda posible «salida electoral».
La otra, plantear estratégicamente el debilitamiento del gobierno militar, que no le quedara otra opción que aceptar una «salida electoral», sin condiciones, y la total participación del peronismo y que Perón pudiera ser candidato. Estas dos opciones se dieron a conocer con dos consignas, la primera: «Ni golpe ni elección, revolución» y la segunda: «Elecciones libres y sin proscripciones».
Las dos organizaciones guerrilleras, Montoneros y FAR, que se habían fusionado, pese a disidencias internas, se decantaron por forzar una «salida electoral», pero que no tuviera restricciones de ningún tipo. Con ese fin, abrieron lo que ellos llamaron «frentes de masas», de manera que pudieran canalizar la militancia política juvenil, femenina, sindical, estudiantil y barrial, que integraban la Tendencia Revolucionaria del Peronismo.
Los reveses de junio de 1970 en La Calera y de septiembre en William C. Morris dejó a Montoneros sin sus líderes y con muchos miembros descubiertos, y quienes no habían sido detenidos o muertos debieron refugiarse en sus respectivas regionales y limitar sus contactos. La organización al quedar sin conducción nacional, tomó la forma de una federación.
En ese período hubo cuatro «regionales» autónomas: Buenos Aires, Córdoba, el noroeste y Santa Fe. Cada uno ellos entre quince y treinta combatientes, en células de cuatro o cinco integrantes denominadas «unidades básicas de combate», con un responsable y un territorio de operaciones. Los miembros usaban nombres de guerra, y su vida diaria sin llamar la atención y la información compartimentada en cada grupo, para no levantar sospechas con los vecinos y evitar detenciones.
La regional Buenos Aires tenía el mayor número de combatientes y el mayor desarrollo de masas con el crecimiento de la Juventud Peronista (JP) en 1971. Luego de las caídas de Abal Medina y Gustavo Ramus, la conducción quedó en manos de José Sabino Navarro, ya que su grupo había sido menos golpeado y menos expuesto que el «grupo Fundador» y durante sus viajes a otras regionales, era reemplazado por Carlos Hobert o Mario Eduardo Firmenich.
La regional Santa Fe, tras la caída de Mario Ernst, quedó bajo el comando de Ricardo René Haidar, con base en la ciudad de Santa Fe. La regional Córdoba, casi desmantelada después de La Calera quedó bajo el mando de Alejandro Yofre con el apoyo de algunos miembros de la ciudad de Rio Cuarto y fue extendida hacia san Luis, San Juan y Mendoza, bajo la dirección de Alberto Molinas. La Noroeste, organizada por el Grupo Reconquista, recibió una cantidad de guerrilleros trasladados por seguridad de otras partes del país y quedó bajo el mando de Roberto Cirilo Perdía en Tucumán y Fernando vaca Narvaja, en Salta.
En este período Montoneros realizó dos o tres operativos por mes, algo menores y principalmente en Buenos Aires. Algunas de ellas fueron el asalto al Registro Civil de Bella Vista en diciembre de 1970, para obtener documentos de identidad para la falsificación, la toma de la Casa histórica de Tucumán en febrero de 1971, el atentado contra el Jockey Club de Santa Fe en marzo de 1971, el asalto al Banco de Boulogne de Villa Ballester en junio de 1971.
La más importante fue en junio de 1971, la toma de San Jerónimo Norte, una pequeña ciudad entonces de cinco mil habitantes ubicada a 45 km de la ciudad de Santa Fe, donde asaltaron el banco y tomaron la comisaría llevándose las armas. La prensa nacional cubrió el hecho y consideró una «reaparición» de Montoneros, luego de la caída de Abal Medina y Gustavo Ramus.
En los primeros meses de 1971, el guerrillero marxista José Sabino Navarro, realizaba viajes por las regionales del país. El 25 de junio estuvo a punto de ser detenido y para evitarlo mata a los policías Domingo Moreno y Fernando Cidraque. Un mes después fue interceptado en la provincia de Córdoba, por la policía sobre la Ruta nacional 36 y resultó herido. Durante una semana estuvo intentando escapar por el campo, pero no pudo continuar y al verse a punto de ser atrapado se suicidó, también murió Juan Antonio Díaz y detenido Jorge Cottone.
José Sabino Navarro, alias «el Negro», nació en Corrientes el 11 de diciembre de 1942, su familia era obrera y peronista. Durante su adolescencia, cuando ya vivía en Buenos Aires, trabajó como obrero en la Algodonera Textil Argentina, donde tuvo su primer accionar como militante político durante una huelga por reivindicaciones salariales, y el lugar donde conoció a su mujer, Pina. Le tocó hacer el servicio militar obligatorio entre 1962 y 1963, donde recibió por primera vez instrucción militar, entonces estaba casado, pero no tenía hijos, con el tiempo tendría tres.
Trabajó en la fábrica de coches DECA (Deutz Cantábrica), en 1969, y fue dirigente sindical, entonces se corrió la voz de que habían colaborado con la dirección de la empresa Deutz Cantábrica, Navarro en ese lugar participó de algunos incidentes, por ese motivo sería despedido de Deutz, pero logró ser reincorporado en 1968, durante el gobierno del general Juan Carlos Onganía. Pero ya no le interesaba, estaba alejado del ámbito sindical y se inclinó por la militancia política. Participó de la Juventud Obrera Católica, en tiempos en que la iglesia en Argentina estaba comprometida con el izquierdismo.
En ese lugar, como no podía ser de otro modo, conoció al director de la revista Cristianismo y Revolución, Juan María García Elorrio, cercano a la izquierdista peronista. Por esa conexión ya había participado en 1960 del primer congreso del peronismo revolucionario. Salió convencido de que la lucha política no era suficiente si no estaba acompañada de acciones armadas.
En mayo de 1970, Montoneros hizo su presentación en el escenario político argentino con el secuestro y la ejecución del jefe de la llamada Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu. Poco tiempo después, el grupo dirigido por Sabino Navarro se incorporó a la organización dirigida por Juan Manuel Abal Medina, como número tres en la conducción. El segundo era Mario Eduardo Firmenich. El 7 de septiembre de 1970, Abal Medina y Gustavo Ramus, cayeron en un enfrentamiento con la policía, cuando estos quisieron detenerlos en una confitería de William Morris, en la provincia de Buenos Aires.
Sabino Navarro, que también participaba de la reunión de la dirección de Montoneros, pudo romper el cerco y escapar. Asumió debido a las circunstancias la dirección de la organización. Poco después estuvo a punto de ser capturado cuando, a fines de junio de 1971, quiso ser identificado por una patrulla policial. Resistió a balazos y pudo escapar luego de matar a dos policías. Para protegerlo, Montoneros lo envió a Córdoba, regional que estaba debilitada después del fracaso de la toma de La Calera.
El 21 de julio de 1971, en Río Cuarto, Sabino Navarro y un pequeño grupo tomaron un garaje y robaron dos autos para llevarlos a Córdoba y ser utilizados en operaciones de apoyo al conflicto que los obreros de FIAT mantenían con la empresa. En la ruta, la policía montó una serie de operativos de control vehicular para detenerlos. En uno de ellos se produjo el primer enfrentamiento, en el que debieron dejar atrás uno de los autos.
Los sucesos acaecidos en esos días hasta la muerte de José Sabino Navarro, fue recordado en números periódicos y revistas izquierdistas, y contada de manera épica para tratar de disimular que no hubo nada de heroico, y que no fueron atrapados por las Fuerzas Armadas, sino por la policía, ya que eran una banda de asesinos y delincuentes. No hubo nada de extraordinario en sus vidas, una vida equivocada y destinada al fracaso, como lo fueron las ideas que perseguían y querían imponer al resto de la sociedad por la fuerza. El izquierdismo en cualquiera de sus versiones está fuera de la Historia.
Veamos lo que dice el: «Réquiem del montonero proletario», escrito por otro resentido y perdedor, Alexis Oliva para «El Cohete a la Luna».
Una implacable llovizna hiela la noche de julio en las sierras de Córdoba. El colectivo de TOA SA ya ha raspado dos veces la montaña y casi cae al barranco sobre el dique Los Molinos. Con un brazo inutilizado por un balazo, el conductor lo mantiene a duras penas sobre la ruta mientras su compañero vigila la retaguardia. Ya en la bajada, a la salida de una curva y contracurva, pierde el control y el coche se estrella contra una saliente.
Ayudado por su compañero, el herido logra descender y mira alrededor.
—Yo no salgo de esta. Vos te vas, yo te cubro.
—No, Negro. Me quedo con vos.
—Yo soy el jefe y es una orden.
Jorge Cottone se encamina hacia el norte, en paralelo a la ruta sinuosa. Anda a ciegas unos quince minutos, hasta que encuentra un árbol caído donde guarecerse. Mientras se acomoda, cree oír dos disparos. El frío y el cansancio lo confunden. En la duermevela de esas horas, recuerda o sueña lo que su compañero le dijo en un momento de calma durante esos días de frenética huida: “Tengo muchas cosas en la cabeza. No puedo caer vivo”.
La madrugada renueva sus esperanzas de llegar a Alta Gracia, quizás a Córdoba capital. Camina hasta Anisacate, pasa frente a una capilla y, en un descampado a la salida del pueblo, le dan la voz de alto y le apuntan con varios FAL. No ofrece resistencia y entrega la pistola Browning, un revólver calibre 32 y una granada de mano. Es el final de una semana de fuga.
—Uy, cuando agarraron la granada y vieron que tenía una bala en la recámara de la pistola… ¡se armó un despelote! Yo no sé por qué estoy vivo –dice Cottone, cincuenta años después.
La persecución
Siete días antes, el Negro, Arturo y el Flaco (Cottone) viajan desde Córdoba a Río Cuarto en un Peugeot 504 blanco. El 21 de julio de 1971, pasadas las 20 horas, se encuentran en el centro con Juan Antonio Díaz, trabajador ferroviario y militante local de Montoneros. Con él, hacen un recorrido de reconocimiento y aguardan en una casa.
A la 1:30 de la mañana del 22, Arturo, el Flaco y el Negro ingresan al garaje de calle Echeverría, y Díaz queda de campana. “No me golpearon ni nada, pero me apuraron para que les entregara las llaves”, contará el propietario Osvaldo Ravelli. Lo dejan atado y maniatado, y se llevan una camioneta Peugeot y otro Peugeot 404. Con el Negro y Díaz en el Peugeot 504 blanco, Arturo en la camioneta y Cottone en el 404, salen hacia Córdoba. A los pocos minutos, Ravelli se libera, corre hasta la casa de su padre y de ahí en un Ford 52 hasta la comisaría más cercana. Con cuatro policías de Investigaciones, se inicia la persecución con ese mismo auto, al que le cargan 40 litros de nafta en la estación de servicio del ACA. Primero, hacia Holmberg ida y vuelta, y luego rumbo a Córdoba por la ruta 36, hasta que alcanzan los tres Peugeot a 105 kilómetros de Río Cuarto. A toda velocidad y con la víctima al volante.
—¿Qué velocidad llevaba usted? –preguntará meses después el asombrado juez a cargo de la causa.
—Se iba a todo tipo de velocidades: 170, 150, 140. Y más también en algunos tramos, hasta 175 –responderá Ravelli.
Pasando Los Cóndores, ven las luces de la caravana en fuga, se ponen a la par y el policía Villarreal da la voz de alto. Los asaltantes se detienen y vuelven a arrancar. Villarreal dispara dos veces y la camioneta conducida por Arturo se va a la banquina. Sus compañeros se detienen y replican el fuego. Atrapado en el tiroteo, Ravelli resulta herido con un proyectil calibre 45 y lo tienen que llevar al hospital en un Rastrojero.
Díaz, Cottone y el Negro abandonan los autos y esperan cerca de la ruta para intentar socorrer a Arturo. Sin saber qué pasó con él, se internan en el campo y se ocultan en una zanja que cubren con ramas, previendo que, si identifican a su compañero como militante montonero, los van a buscar con un helicóptero.
Arturo era Cecilio Salguero, quien hoy recuerda: “Cuando nos alcanzan, quedo en medio del tiroteo. Salgo de la camioneta, me voy arrastrando, cruzo la vía y me interno en un campo. Tenía un tiro en la espalda, que después fue leve, pero en ese momento estaba shokeado y mareado. Esa noche, me refugié en la casa de unos campesinos. Les dije que me habían asaltado en la ruta y me habían pegado un tiro los ladrones. El hombre puso un colchón en la cocina y la señora me curó la herida con agua oxigenada”.
A la mañana siguiente, la radio informa sobre el enfrentamiento en la ruta y Salguero decide irse: “No sabía si el miedo los iba a hacer llamar a la policía o no. Me despedí y les agradecí. Cuando estaba esperando el colectivo, a las 8:30 más o menos, aparecen dos patrulleros del Comando Radioeléctrico y me detienen. Me llevaron a la comisaría de Almafuerte y me torturaron durante dos o tres días”.
Los otros tres pasan ocultos todo el 21, hasta que al anochecer regresan por la franja de monte entre la ruta y las vías hacia Berrotarán, donde intentarían tomar un tren a Córdoba. Como faltan dos horas para su arribo, van a comer a un bar cercano a la estación. Se sientan en distintas mesas y, a la hora de irse, Díaz sale primero. Alcanza a caminar una cuadra, una comisión policial lo sorprende y, al sacar su arma, le disparan y cae muerto. Desde el bar, escuchan los tiros. Cottone se asoma y ve a Díaz tirado. Pagan la cuenta, piden pasar al baño y escapan por la ventana.
Al rescate
La noticia del asalto, la persecución y la muerte de Díaz activan las alarmas de la militancia montonera. En Córdoba, el Negro, su entonces pareja, la abogada santafesina Graciela de los Milagros Doldán –Monina–, y el ex sacerdote Elvio Alberione encabezaban la tarea de contactar a los grupos dispersos y recomponer la organización, luego del descalabro producido por la detención de varios militantes y la muerte de tres de sus fundadores: Emilio Ángel Maza, el 8 de julio de 1970, una semana después de la toma de La Calera, y Fernando Abal Medina y Carlos Gustavo Ramus, en el tiroteo de William Morris, el 7 de septiembre del 70.
Por esos días, el Negro paraba en la casa de Jorge Colo Kaplan, delegado sindical en la Dirección General de Rentas de la Provincia de Córdoba y chofer operativo de Montoneros.
—Colorado, están huyendo. Vamos a buscarlos –le propone Monina la mañana del 22 de julio. Antes de salir, ella activa por teléfono otras dos líneas de búsqueda: a través de la conducción montonera, gestionar la intervención del Consejo Nacional del Partido Justicialista, y con Rosa Maureen Kreiker –Murina– como interlocutora, recurrir a los curas tercermundistas para esconder a los fugitivos en alguna parroquia de la zona. Al atardecer, inician el rescate militar.
“En Alta Gracia, había una casa operativa. El Negro y Monina tenían la llave –relata Kaplan–. Salimos en una Renault 6 celeste mía. Ella nunca usaba pollera, pero ese día le pidió una a mi mujer. ‘Es para mostrarle las gambas a los milicos’, me dijo. Tenía armas de los dos lados. Llegamos a un control de la cana, del lado de ella, había cinco o seis, y del mío dos. Ella dice: ‘Yo me bajo los que están de mi lado, vos ocupate de los del tuyo’. Baja el vidrio, se sube un poco la pollera y se tira más cerca de mí, pero veo que con las dos manos va hacia las pistolas. Nos alumbran con linterna, le miran las gambas y… ‘Pasen’. Yo temblaba como una hoja; ella no. Llegamos hasta un punto determinado: ‘Quedate acá. Es una casa operativa y no la podés conocer’. Me deja en medio de unos arbustos y se va con el auto, demora veinte minutos, vuelve y dice: ‘No está, ni nadie ha entrado’”.
En Alta Gracia, Doldán hace un par de llamadas telefónicas y decide regresar a Córdoba. Al volver a pasar por el control policial, les preguntan: “¿La pasaron lindo, chicos?”. En los días siguientes, sin noticias de los prófugos, se dedican a levantar las casas operativas.
No fueron los únicos. Tanto Cottone como Alberione –en el libro de Justo Pereira citado más adelante– cuentan que el padre del militante montonero Carlos Capuano Martínez tenía un camping por la zona y “conocedor de la sierra, salió en la búsqueda con algún compañero” y “andaba despacito por la ruta bordeando el cerro en su Citroën”.
El cerco, el hambre y el frío
El Negro y Cottone se ocultan en los alrededores de Berrotarán, hasta que ven al vecino Ricardo Gross guardar su Renault Gordini. Lo obligan a llevarlos por el camino hacia el Valle de Calamuchita y lo dejan 18 kilómetros más adelante. El Negro toma el volante y, en un primer control policial, amaga frenar, acelera y lo elude. Recorren unos treinta kilómetros, rodean el embalse de Río Tercero y a las 23:45 llegan a Santa Rosa de Calamuchita, donde los bloquea otra “pinza”. Cottone dispara seis tiros al aire, logran escapar por caminos rurales y se esconden con el auto en un recodo del que va a Yacanto. A la mañana, los detectan desde un helicóptero. Dejan el auto y se vuelven a perder en el campo.
A las 19 horas del 23, intentan cruzar sobre las piedras el río Santa Rosa para ocultarse en el seminario Santa Fe Los Algarrobos, pero en medio del cauce “les efectúan dos disparos intimidatorios y son contestados”, dirá el informe policial. En la huida, Cottone trastabilla y cae al agua en un pozo profundo. Logran salir del río y corren hasta asegurarse de que no los persiguen.
“Una hora después, yo me sentía morir de frío y le dije al Negro: ‘No puedo seguir más’ –recuerda Cottone–. Entonces, él me desnudó, me escurrió toda la ropa y me volvió a vestir, porque yo estaba entumecido de frío. Nos tiramos, él se acostó arriba mío, me cubrió con su cuerpo y me dio el calor suficiente, porque no sé, cero grados hacía… y mojado”.
—¿A esa altura ya sabías quién era él?
—Nunca supe hasta mucho después. Él era mi jefe operativo, nada más que eso.
En paralelo al río El Sauce y guiándose por las estrellas, caminan varios kilómetros en dirección norte hacia Alta Gracia. A la tarde del día siguiente, se cruzan con un paisano. El Negro lo encara y, sin mostrarle ningún arma, le pide:
—Compañero, nos tiene que ayudar. Nosotros somos guerrilleros peronistas. ¿Nos puede dar algo de comer? Estamos sin comer desde hace dos días.
—Bueno… voy a buscar.
Al rato, vuelve con una bolsa de arpillera con pan casero, un frasco de mermelada frutal, queso, una Coca-Cola y un cuchillo. El Negro le promete que se lo van a dejar en el mismo lugar. Después de comer, escribe en un papel y lo clava con el cuchillo en un árbol: “Hasta la victoria siempre. Perón o Muerte. Montoneros. Venceremos”. “Fue una forma de agradecerle su solidaridad. Con el hambre que teníamos, el pan y el dulce eran un manjar, y hasta hoy, cada vez que tomo una Coca me acuerdo de aquella”, rememora Cottone.
En el paraje Cerro de Oro, entre Santa Rosa y Villa General Belgrano, descubren una casa vacía donde se refugian entre el 25 y el 27 de julio. Ahí encuentran algo de comida y se apoderan de un revólver calibre 32. Al mediodía del 27, la mucama los sorprende mientras cocinan. Ellos le dicen que están esperando a su amigo. La mujer simula creerles, pero al ver por la ventana que el matrimonio dueño de casa baja del colectivo, corre a avisarles. Por detrás, salen Cottone tapado con una manta y el Negro, que les ofrece pagar lo consumido. A la mujer le da un ataque de nervios, lo empuja e intenta golpearlo, hasta que él saca un revólver. En medio de un griterío, huyen y se esconden de nuevo en el monte hasta el anochecer del día siguiente. Ya en Villa General Belgrano, a las 20 del 28 de julio, toman un ómnibus rumbo a Córdoba. Cottone se sienta atrás y el Negro en el tercer asiento.
Al llegar al paredón del dique Los Molinos, a las 20:30, un control policial detiene el colectivo. El guarda baja y los alerta sobre “dos jóvenes sospechosos”. Los policías Pedro Evaristo Videla y Ramón Heraldo Álvarez suben y “sorpresivamente los dos pasajeros aludidos abren fuego hiriendo de gravedad en la boca del estómago al agente Álvarez, en tanto el agente Videla recibía un impacto de bala en la articulación del hombro y brazo izquierdo”. No obstante, Álvarez logra abrir fuego y uno de sus disparos “puede haber alcanzado a uno de los sujetos, dado que lo vio caer hacia atrás, rebotando en el respaldar del asiento”, relatará el informe de la comisaría de Alta Gracia.
Los policías descienden del coche y el tiroteo cesa. En un instante de silencio y confusión, el Negro, con un balazo en el antebrazo, salta al asiento del conductor, arranca y a la máxima velocidad que permite el camino de montaña intenta seguir hacia Córdoba por la Cuesta del Águila, pero “a los pocos kilómetros, el ómnibus, cuyo pasaje había podido descender en su totalidad, embiste un promontorio ubicado sobre la banquina derecha de la ruta, a la altura del kilómetro 778”.
El Negro y Cottone bajan del colectivo y escapan “en dirección al espeso monte que circunda la ruta por ambos lados”, mientras se inicia un amplio operativo de rastreo en Villa Ciudad de América, Cuesta del Águila, La Serranita, Los Patos y Villa La Bolsa, “con un nutrido contingente de efectivos policiales y con la colaboración de fuerzas militares, pertenecientes al Grupo de Artillería 141 – José de la Quintana”.
Allí, el jefe le ordena a su compañero que siga hacia Alta Gracia. Los fugitivos se separan.
La captura
Más adelante, el informe elaborado en la comisaría de Alta Gracia consigna que “alrededor de las 16 horas del día de ayer (29 de julio), personal adscripto a este departamento, secundado por el Comando Radioeléctrico, procede la detención del joven Jorge Alberto Cottone, argentino, 23 años de edad (…) que se lleva a cabo en el lugar denominado Las Higueritas, proximidades de la localidad de Anisacate y cercano al camino que une esta población con el Grupo de Artillería de José de la Quintana”.
A las 16:35 y delante de los periodistas, lo ingresan a la comisaría de Alta Gracia, donde es sometido a una golpiza con más furia que afán indagatorio, y a las 18 lo trasladan a Córdoba capital. Cottone aún recuerda la burla de los policías durante el viaje:
—Cómo te salvaste cagando, eh. Mirá si te agarraba el Ejército, te iban a hacer mierda.
Así finalizaba una amplia crónica titulada Tenaz persecución de extremistas en Córdoba, publicada el día siguiente en el diario La Nación: “Las posibilidades de escape de los guerrilleros se reducían hora a hora, pues el cerco se fue estrechando implacablemente (…) Cottoni (sic) fue encontrado en las inmediaciones de la iglesia en estado de extenuamiento. Se han despachado comisiones policiales a revisar el sector indicado por el guerrillero detenido, con el fin de ubicar al compañero, quien –según versiones circulantes– se presume habría dejado de existir”.
El hallazgo
En la madrugada del 21 de agosto, el paisano Secundino Roque Domínguez cabalgaba por la ruta 36 a la altura del paraje Agua de la Negra, entre las localidades de La Serranita y Villa Ciudad de América, cuando su perro encontró, en la alcantarilla de una vertiente a pocos metros del camino, un cadáver ya descompuesto y con las piernas desgarradas, como si hubiera sido atacado por animales salvajes. Horas después, la policía relevaría con el cuerpo las llaves de un auto, un reloj pulsera Tissot, un cargador de pistola 9 mm, un cortaplumas, 201.200 pesos moneda nacional, una cédula de identidad y un carnet de conductor de la provincia de Buenos Aires, una credencial de “enviado especial” de la revista 7 Días y otra de “supervisor” de la empresa Celulosa Argentina –todos los documentos a nombre de Luis Ourfali–, junto a un revólver Smith & Wesson, calibre 38 largo, de caño corto, “con cinco proyectiles, uno de ellos utilizado”.
Ya ese primer informe de la comisaría de Alta Gracia indicaba “un pequeño orificio al parecer de bala, por debajo de la tetilla izquierda, posible causa de su deceso”, y añadía: “A unos doscientos metros hacia el sur, hace aproximadamente un mes, había chocado un ómnibus ocupado por dos guerrilleros, uno de ellos detenido quien informara que su acompañante se encontraba herido de bala por las inmediaciones, sindicándose el presente hallazgo como el presunto individuo”.
El informe de la autopsia realizada por la Policía Federal de Córdoba y elevado al tribunal el 30 de agosto indicaba que la causa de la muerte “se ignora con exactitud por lo avanzado de la putrefacción, pero se tiene la evidencia de los disparos de armas de fuego”, uno en el antebrazo y otro en el tórax. Por orden del tribunal, se amputaron las manos del cadáver y se las envió para analizar las huellas digitales a la División Identificaciones de la Policía Federal en Buenos Aires, que el 2 de septiembre informó: “Conforme los postulados de la Ciencia Papiloscópica, se logró determinar que los calcos digitales obtenidos correspondían a José Sabino Navarro (…) identificado en esta Policía Federal, con prontuario C. I. N° 5.815.329”.
Al día siguiente, Elsa Navarro de Seillán reclamó ante la Cámara Federal Penal el cuerpo de su hermano menor “a efectos de darle cristiana sepultura, oponiéndose terminantemente a la entrega del cadáver a otro familiar, con la sola excepción de la esposa del mismo, de la que carecen de noticias desde hace más de un año”. El juez Jaime Lamont Smart la autorizó a retirarlo de la morgue judicial del Hospital San Roque en Córdoba capital. Así la familia recuperó el cuerpo, hoy sepultado en el cementerio de Olivos.
“Navarro, herido, se aleja y esta fiscalía cree que se suicida de un disparo en el corazón, ya que él tiene dos disparos, uno en el brazo y otro en el corazón, y si hubiera sido el primero el disparo en el corazón, no hubiera podido conducir”, será la conjetura del ministerio público, no contrariada por los jueces, ni la organización revolucionaria, ni los sobrevivientes. […]
Después del fin
Jorge Cottone y Cecilio Salguero fueron sentenciados el 22 de diciembre de 1971 a 18 y 14 años de prisión, respectivamente, por la Cámara Nacional Penal –llamada “Camarón” o “Cámara del Terror”–, presidida por Jaime Lamont Smart, ante quien denunciaron haber sido torturados y amenazados por la policía. Ambos recuperaron la libertad con la amnistía dictada por Héctor Cámpora el 25 de mayo de 1973. Salguero fue secuestrado el 9 de marzo de 1977 y pasó por los campos de concentración de La Perla y La Ribera, y las cárceles UP1 de Córdoba, U6 de Rawson y U9 de La Plata, hasta su liberación el 24 de julio de 1984.
Los abogados Roberto Sinigaglia y Mario Hernández, defensores de Cottone, Salguero y otros presos políticos, fueron secuestrados y desaparecidos en operativos simultáneos del Ejército en Capital Federal y en Beccar, el 11 de mayo de 1976.
Graciela Doldán y Rosa Kreiker cayeron en manos de la patota del campo de concentración y exterminio de La Perla en Córdoba, el 26 de abril de 1976. Ambas permanecen desaparecidas.
******
Hasta aquí el panegírico de estos delincuentes, Jorge Cottone, años después se hace el guapo, en su momento se hacía en los calzoncillos. Recién en 1974, durante el gobierno de Juan Domingo Perón, y del izquierdista gobernador de Córdoba, Ricardo Obregón Cano, a quien Juan Perón echará del gobierno junto a otros zurdos, logró que la policía provincial le informara el lugar donde había enterrado los restos de José Sabino Navarro, los que posteriormente serían trasladados al Cementerio de Olivos.
Años después, al acudir los bomberos de la ciudad de Buenos Aires, a apagar el fuego en un departamento de la calle Salguero del barrio de Palermo, hallaron explosivos con la inscripción de la década del 70. En el lugar encontraron un arsenal de seis granadas y casi un centenar de armas largas y cortas, algunas de las cuales llevaban la inscripción «Montoneros» y otras «Sabino Navarro». Era obvio que se trataba de armamento de la década del 70, cuando operaba la organización político-militar de la izquierda peronista Montoneros.
El nombre «Montoneros» no necesita mayores aclaraciones, pero para la mayoría de los argentinos no ocurre lo mismo con el nombre de «Sabino Navarro», el dirigente montonero que asumió el liderazgo de la organización en septiembre de 1970, tras la muerte en un enfrentamiento de su primer jefe, Fernando Abal medina. José sabino Navarro fue un guerrillero que dirigió la organización político militar Montoneros antes que Mario Eduardo Firmenich y se suicidó tras ser acorralado por la policía en Córdoba.
La muerte de José Sabino Navarro fue uno de varios golpes graves sufridos por Montoneros, en un periodo difícil para la organización, antes de que comenzara a masificarse a mediados de 1972. En la regional noroeste fueron apresados Fernando Vaca Narvaja, Edmundo Candiotti, Susana Lesgart, Mariano Pujadas, Carlos Figueroa, Rosa del Carmen Quinteros y Jorge Raúl Mendé, y otros miembros de las FAR, lo que dejó prácticamente desmantelada la orga regional.
En Santa Fe fueron detenidos catorce guerrilleros y muchos colaboradores, también resultó muerto Oscar Alfredo Aguirre, y en la ciudad de Rosario fueron heridos y detenidos René Oberlín y Juan Ernest. En Córdoba murieron dos guerrilleros y fueron detenidos otros tres. En Buenos Aires, fue muerto Jorge Guillermo Rossi en un tiroteo con el dirigente de Nueva Fuerza, Roberto Uzal.
Roberto Mario Uzal, fue un dirigente político argentino de extracción conservadora que fue diputado por el Partido Demócrata Nacional, intendente del partido de Vicente López, provincia de Buenos Aires. Murió el 20 de marzo de 1972 al ser baleado en su casa en un intento fallido de secuestro del grupo terrorista Montoneros, Uzal intento defenderse e impedir su secuestro, como consecuencia de ello fueron detenidos cuatro montoneros.
Entonces la organización quedó reducida a su mínima expresión, con solo trece miembros, siendo Carlos Hobart el único que no era buscado por la policía. Por esa razón, Hobart fue el encargado de establecer contactos políticos, que le permitiera a Montoneros salir del encierro. Hobart se conectó con sindicalista y militantes que habían estado vinculados a la experiencia de la CGT de los Argentinos, el sindicalismo izquierdista, en la que había participado, y con JAEN, una agrupación universitaria liderada por Rodolfo Galimberti.
Septiembre de 2024.