MEMORIA DEL COMUNISMO
WILLI MÜNZENBERG
Ricardo Veisaga
Hace unas semanas atrás, se presentó en España el libro Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos. Del periodista Federico Jiménez Losantos, (Podemos es un partido neomarxista de España). Lo curioso de este libro es que, además de ser un éxito editorial, seis ediciones agotadas en el primer día de ventas y primero en la lista de Amazon en España, es uno de los pocos libros escritos en los últimos años sobre el comunismo (734 paginas).
El autor, Jiménez Losantos, dice que el libro es el resultado de más de veinte años de trabajo y comienza relatando partes de su vida, y la importancia de la religión. Y se pregunta en un determinado momento: «¿Qué es lo que mueve a alguien que, en un momento dado, decide adoptar una visión del mundo para luego imponérsela a los demás… por su bien?»
«El comunismo ha sido para dos generaciones de católicos españoles, como la mía, una teología de sustitución», con estas palabras arranca su obra que estudia la subversión profunda, intelectual y moral antes incluso que política, que implican la teoría y la praxis de la ideología más sanguinaria de la Historia. Libro escrito desde la perspectiva de alguien que confiesa haber dejado de creer en Dios a los dieciséis años, pero con perspicacia para entender lo que está en juego: la «voluntad de creer» que sustituye a la fe perdida y se transforma en pura «voluntad de poder», ante el cual la Verdad se sacrifica a la Mentira y el Bien al Mal.
Por eso «el comunismo, inequívocamente definido por Lenin como una empresa malvada que traerá alguna vez el Bien al mundo, es una religión satánica» en cuanto que en su raíz está «el culto inconfesado a la fuerza, y a la mentira como secreta manifestación interior de esa fuerza exterior que no se confiesa, pero se disfruta». Esa visión, «para hacer el bien te permite hacer todo el mal».
Una jugada perfecta, según el autor: «Me salvo yo, salvo a la humanidad y me permite hacer lo que me dé la gana». He ahí lo «irresistible» de esta «religión laica». Por ello sostiene que «El “hombre nuevo” del comunismo está tomado, evidentemente, del “hombre nuevo” del cristianismo». Uno de los presentadores del libro, el filósofo y escritor español, Gabriel Albiac, sostuvo que «el comunismo no es una ilusión política como cualquier otra». Es «la religión del siglo XX», un «monoteísmo salvacionista mundano», sin ninguna regulación exterior y, por eso mismo, «una máquina de matar tan eficaz cuanto autosatisfecha». «Seis, veinte, cien millones de muertos son una gota de agua en el infinito».
Pero lo que hace Federico Jiménez Losantos, subrayó Gabriel Albiac, «no es una historia del comunismo, aun cuando toda historia del comunismo es recogida aquí, sino analizar cómo demonios esa religión mundana ha podido configurar nuestras cabezas». Señalando Gabriel Albiac, que el autor del libro renegó del comunismo cuando vio a su «musa del escarmiento», una chica presa en una granja de reeducación en Pekín, y citase a Borges: «Todos los hombres creen vivir en el peor de los mundos posibles».
La profesora Milosevich-Juaristi, que vio «el monstruo de cerca» durante su infancia y juventud en Yugoslavia, dijo que el trabajo de Jiménez Losantos demuestra que «Lenin está muerto, pero el leninismo no» y aporta las razones personales y la experiencia de alguien «que voluntariamente se hacía comunista», frente a los que, como ella, tenían que ser comunistas a la fuerza.
Esa eterna contradicción, la de «lo agradable y cómodo que resulta ser comunista o de izquierdas en Occidente, desde un estado del bienestar». Y, sobre todo, que «la única manera respetable de acercarse al comunismo es a través de sus víctimas». Porque, en los regímenes en los que se instauró el sistema, «o se aceptaba la promesa del paraíso o eras eliminado».
Otro de los aspectos cruciales del libro es que «el problema del comunismo es el comunismo mismo», ya que «su lógica interna es la lógica del terror» y «no se pudo sostener sin el terror». Lo mismo cabría para el preso político venezolano Leopoldo López, el problema no fue Chávez o Maduro, el problema es el socialismo. Irónicamente López es jefe de un partido socialista, la gente no aprende nunca.
Jiménez Losantos sostuvo que «25 años después de la caída del Muro, un partido leninista (Podemos) que presume de tener el control de las universidades, los medios de comunicación y la educación (y lo tiene), consiga cinco millones de votos». Es decir, que «incluso después de ver todo lo que había detrás del Muro, que era infinitamente peor de lo que nos imaginábamos, haya sobrevivido eso mismo». «El comunismo dura tanto porque da miedo y porque es mentira», y para él, la propiedad «es un hecho moral y no económico», por lo que «si se ataca la propiedad, se ataca al individuo».
Desde esta óptica, «Lenin es el big bang del terror, todo está en Lenin». Y el mecanismo que pone en marcha en 1917 da la clave de lo que sucedió después: «Le roba todo a todos los rusos y, si se quejan, los mata». «Mató tanto el comunismo que sólo la demografía nos permite aproximarnos a ello».
«¿Por qué tanta gente se hace comunista y por qué (se pregunta el autor), después de cien años de la creación por Lenin de un tipo de régimen carcelario, ruinoso y genocida, el comunismo sigue siendo una ideología respetable o respetada, que domina los campos mediáticos y educativo, esenciales para asegurar su continuidad? A mi juicio, la respuesta está en uno de los pocos libros realmente importantes sobre la naturaleza del comunismo, el de Stephen Koch, El fin de la inocencia: Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales (1997). Si Lenin creó el imperio del Terror comunista, copiado en todo el mundo durante un siglo, Münzenberg creó el Imperio de la Mentira sobre el comunismo.»
Losantos apunta a Willi Münzenberg (1889-1940), ideólogo de la maquinaria de propaganda leninista en los años veinte, como responsable de este «Imperio de la Mentira sobre el comunismo, que se mantiene intacto, perpetuamente renovado», en este sentido el autor da un golpe incontestable, sobre todo en los nombres de la intelligentzia europea y estadounidense que se prestaron al juego.
La izquierda occidental tuvo conciencia de los crímenes comunistas que fingían ignorar y silenciaban, «Secretamente compartían la ferocidad de sus verdugos» y «por eso mintieron casi todos y casi hasta el final», dice Losantos. De ahí la necesidad del Partido de exterminar físicamente, o destruir y denigrar moralmente, a cualquier adversario que pensase o actuase fuera de sus directrices. El prestigio de las ideas comunistas se repite hasta hoy en Estados clientelares.
Una explicación habitual y moralista radica en que la aplicación del comunismo fue torpe o traicionera, pero las ideas «eran buenas». El comunismo fue una brutal experiencia histórica, militante, indiscutible y genocida. Como forma histórica de Estado, el comunista logró un nivel de control de la población como no se había conseguido jamás. Si aún existen personas que defienden el comunismo, se debe a la cobardía de no reconocer que estuvieron equivocados toda su vida.
También este libro tiene algunas secciones, como la dedicada a Cuba y al supuesto heroísmo del Che Guevara, o del partido «Podemos o el comunismo después del comunismo», que dan cauce al dilema de los leninismos improvisados, típicos de la era global postcomunista. «Nadie como el Che, discípulo de Stalin, para ilustrar la actualización marxista-leninista de la esclavitud. Nada tampoco como el culto a Guevara para demostrar la supervivencia de la superchería como autentica religión oficial de la izquierda.»
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Willi Münzenberg, nació en Erfurt (Alemania), hijo natural de una pastora y de un noble empobrecido, su madre murió cuando tenía cinco años y fue criado por su padre. El barón de Seckendorf era un hombre agrio y resentido por su situación económica, debía atender una taberna de campesinos y obreros. El niño Willi, fue el destinatario de la cólera de un padre alcohólico.
Cuando tenía 13 años, su padre se voló la cabeza con un rifle de caza, Willi estuvo convencido de que había sido un accidente, producto de la torpeza del ebrio, aunque sus familiares creyeron que fue un suicidio. A esa edad logró ingresar a la escuela, pero un año después su hermana lo empleó como aprendiz de barbero. Con 15 años ingresó al Partido Socialdemócrata. El semianalfabeto Willi devoraba libros de Kautsky, Lasalle, Engels y Darwin, y hablaba en los actos de las Juventudes Libres, en Erfurt y Berlín.
A los 21 años marchó a Zürich, se vinculó con nuevas amistades, amplió su cultura política y empezó a hacer carrera. En 1915, Trotski le presentó a Lenin y comenzó a frecuentarlo. Evocando aquellos encuentros, solía comentarle a su esposa Babette Gross que la inteligencia y el espíritu crítico del «viejo» lo cautivaron desde el principio. Dos años después sería expulsado de Suiza por agitador.
Lenin y parte de la izquierda alemana reunida en la Liga Espartaco, creían que Alemania sería el próximo paso de la siguiente revolución comunista. Münzenberg se dirigió a Berlín, junto a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, para unirse al grupo y participó en los mítines que exigieron el traspaso del poder a los Consejos de Obreros y Soldados y proclamaron la «República Socialista Libre de Alemania».
El 9 de enero de 1919 los espartaquistas llamaron a la insurrección general, la revuelta ganó otras ciudades, pero en pocos días el ejército logró liquidar la insurrección con decenas de muertos y cientos de detenidos, entre ellos Münzenberg. Estando en prisión sería invitado a participar en el congreso de fundación de la III Internacional (el Comintern), que iba a realizarse en Petrogrado.
En junio compareció ante un tribunal en Stuttgart, acusado de insurrección y de instigar al golpe de Estado. La justicia no pudo probar ninguno de los cargos y el juicio terminó con la absolución. Lenin crea la III Internacional Comunista (la Komintern) con el fin de exportar la revolución a todos los países del mundo con la participación de los respectivos partidos comunistas.
Willi, en representación del recién creado Partido Comunista alemán, dijo que la revolución necesitaba creadores de opinión de la clase media, artistas, periodistas, gentes de buena voluntad, novelistas, actores y dramaturgos, y no solo activistas de la clase obrera. Aunque Lenin en ese momento no le hizo mucho caso, Münzenberg acababa de inventar la figura de los «compañeros de viaje» del comunismo, que van a ser fundamentales a la hora de evitar el desprestigio de una teoría y una práctica, que la realidad iría demostrando como nefastas día a día desde entonces. En julio de 1920 llegó a Moscú por primera vez, al año siguiente regresó nuevamente a Moscú.
En 1921 la nefasta política económica bolchevique, los estragos de la guerra civil rusa y el sectarismo de los comunistas produjeron una hambruna terrible en la región del Volga, que se saldó con más de dos millones de muertos. La situación del país era crítica, el abastecimiento, la administración y el transporte estaban casi paralizados. El 2 de agosto de 1921 Lenin hizo un llamamiento a los obreros del mundo: «En algunas provincias de Rusia reina una hambruna tan grave como la de 1891. (…) Se necesita ayuda urgente».
Lenin tuvo miedo de la repercusión de ese fracaso en el exterior y encargó a Münzenberg que, desde Berlín, organizara una campaña propagandística para disimular el desastre. De regreso en Berlín, Willi fundó el Comité Extranjero para la Organización del Socorro Obrero para los Hambrientos en Rusia, conocido como IAH. Un mes más tarde, el primer barco con comida llegaba a Petrogrado. Luego llegarían otros de Sudáfrica, Argentina y Estados Unidos, donde el futuro presidente Herbert Hoover se puso al frente de la ayuda humanitaria.
Münzenberg lanzó su primera gran campaña de propaganda, y tuvo tal éxito que figuras como Einstein y Anatole France figuraron entre los firmantes del llamamiento. Allí utilizó por primera vez la palabra «solidaridad» en lugar de la clásica «caridad». La actividad propagandística de Willi Münzenberg en favor del comunismo se hace constante e inmensamente eficaz, hasta su caída en desgracia en 1936, cuando Stalin desató las purgas represivas dentro del Partido Comunista para acabar con todos los que pudieran hacerle sombra o supieran demasiado.
Todas las iniciativas internacionales aparentemente intelectuales, filantrópicas, pacifistas, o culturales que se emprendieron en esos años, y que, de manera velada, también apoyaban posiciones comunistas, tuvieron a Münzenberg en su organización. Fue el máximo responsable de que una inmensa mayoría de los intelectuales de Occidente adoptaran una actitud comprensiva hacia el comunismo y la Unión Soviética.
Por ejemplo, el caso Sacco y Vanzetti, el juicio y ejecución de dos anarquistas, acusados de un robo con homicidio, le sirvió para orquestar la primera gran campaña antiestadounidenses de la historia. También intervino en el reclutamiento de los «cinco de Cambridge», esos cinco espías británicos que ayudaron a la Unión Soviética y al comunismo internacional.
La organización de congresos internacionales, como el de la Paz en Ámsterdam en 1932, o de los intelectuales, como el que tuvo lugar en Valencia en 1937, en plena Guerra Civil española. También en la organización y recluta de las Brigadas Internacionales que viajaron a España, pero en 1936 Joseph Stalin había decidido su eliminación.
Münzenberg desarrolló su talento publicitario y propagandístico, al ser responsable de la IAH, ganando para la causa a artistas, intelectuales y deportistas. Hizo imprimir afiches, postales e inventó el «Día de las flores», jornada en que los niños de Holanda, Inglaterra, Noruega y Suecia vendían ramos de flores a beneficio de los niños rusos.
En el año 1924 compró un antiguo sello editorial, el Neue Deutsche Verlag, para editar y distribuir libros a precios populares. Convencido del poder de la imagen, publicó un semanario ilustrado, el Arbeiter Illustrierte Zeitung, que sería pionero del periodismo fotográfico. A principios de los años 30, el semanario tiraba 500.000 ejemplares, con filiales en Suiza, Austria y Checoslovaquia.
Willi, creó una serie sobre una idílica familia soviética, los Filipov, que habitaban un cómodo apartamento, tenían cinco hijos y pasaban tardes en el campo, y viajaban en tranvías limpios y rápidos. Pero la situación en los primeros años de la década del 30 en la Unión Soviética, era lo contrario. Colectivización forzada, racionamiento y familias atestadas en viviendas precarias, pero Münzenberg lo justificaba diciendo que, pese a la realidad, el obrero necesitaba ver un mundo soñado.
Decía que «El cine es el más moderno medio de propaganda», y creó en Moscú la compañía Meschrabpom-Russ, productora de cientos de cortos y largometrajes. Para la comercialización de las películas soviéticas, tuvo que abrir la distribuidora Prometheus, que inició su actividad con la distribución de El acorazado Potemkin.
Ruth Fischer, dirigente del Partido Comunista Alemán, lo llamaba «el caballero ladrón», acusándolo de montar una empresa propia al margen del partido. Esas acusaciones también se dirigieron a sus hábitos burgueses, como ir a la ópera, vestir con ropa cara, y lo peor fue cuando compró una limusina Lincoln. En 1930 el Partido Nacional Socialista pasó de 800.000 votantes a más de seis millones.
Willi creía que la política de Moscú de mantener como principal enemigo a la socialdemocracia y no al fascismo, constituía un gran error, pero acató la línea del Comintern. Tras el incendio del Reichstag, del 23 de febrero de 1933, Münzenberg tuvo que exiliarse en Francia. Su objetivo político era luchar contra el nazismo. Willi organizó la campaña contra el juicio a los acusados por el incendio; se publicó El Libro Pardo del incendio del Reichstag y el terror hitleriano y El Libro Pardo II. Dimitrov contra Goering.
Los libros fueron efectivos, se tradujeron a 20 idiomas y se vendieron unos cien mil ejemplares. En el prólogo de la primera afirmaba que la información contenida en el libro estaba basada en hechos probados y en una documentación fiel. Pero no era así, él no era un historiador sino un agitador político. Arthur Koestler describe gráficamente el método Münzenberg.
En 1936, Koestler trabajaba en un libro que aquel le había encargado sobre la intervención nazi en la guerra civil española. Cuando le mostró lo que había escrito, Münzenberg se ofuscó: «¡Demasiado débil! ¡Demasiado objetivo! ¡Pégales, pégales fuerte! (…) Haz que el mundo se estremezca de horror!».
Münzenberg en París, fundó el Comité para las Víctimas del Fascismo alemán, el Comité contra la Guerra y el Fascismo, el Comité de Ayuda a la República Española, su papel como funcionario del Comintern, cada vez era menor. Trataba de analizar el ascenso del nazismo desde la propaganda, escribió el libro «Propaganda como arma», un estudio sobre el modelo propagandístico nazi y de las ideas fuerza que lo sustentaban.
La prensa comunista lo acusó de sobrevalorar la propaganda nazi y debilitar la lucha contra el fascismo. En julio de 1935, el Comintern entonces impulsaba los llamados frentes populares, acciones conjuntas y alianzas con el socialismo y sectores de izquierda de los partidos burgueses, Münzenberg comenzó a dudar de la lealtad soviética para con sus aliados; pero acató las directivas y se puso a trabajar por el Frente Popular.
En octubre de 1936 lo convocaron a Moscú, ninguno de sus viejos camaradas se atrevió a visitarlo. Regresó del viaje destruido, se internó unos días en una clínica de reposo donde fue diagnosticado con neurosis cardíaca. El mes siguiente recibió un telegrama del Comintern convocándolo a una reunión. «No voy a ir. Me dispararán como a los otros y dentro de diez años dirán que cometieron un error», le diría a un camarada.
En marzo de 1939 renunció públicamente al Partido, pero no a la Unión Soviética: «No he cambiado mi actitud hacia la Unión Soviética, el primer país en construir el socialismo, el gran valedor de la paz». Mantendría esa posición hasta la firma del pacto germano-soviético, el 27 de octubre el Partido Comunista Alemán comunicó que había expulsado a Münzenberg y el Comintern exigió una declaración de repudio a los comunistas que habían tenido vinculación con él.
La vida de Willi se conoce a partir de los archivos soviéticos, abiertos a principios de los noventa, y dados a conocer por Stephen Koch en un interesante libro titulado «El fin de la inocencia». Según el libro, Münzenberg puso toda su inteligencia y habilidad para la manipulación informativa y su destreza en el manejo de la mentira al servicio de ideas que la Historia ha demostrado que, además de ser equivocadas, donde se aplicaron solo llevaron opresión, miseria y crímenes.
Babette Gross y Willi Münzenberg
Un año antes de alejarse del Partido, Willi había comenzado a editar el semanario Die Zukunft, (El Futuro), cuyo primer director fue Arthur Koestler. Siguiendo la política de los «compañeros de ruta», el semanario contó con las principales figuras de la cultura europea. Entre otros escribieron Thomas Mann, Stefan Zweig, Joseph Roth, Sigmund Freud, H.G. Wells y Aldous Huxley.
El 23 de agosto, la Unión Soviética y Alemania firmaron el pacto de no agresión y en setiembre Hitler y Stalin avanzaron sobre Polonia. Desde el semanario Willi realizó ataques directos a Stalin, lo llamó asesino, dictador y lo acusó de mancillar el internacionalismo socialista. Denunció las purgas, los juicios sin defensa, las confesiones arrancadas bajo tortura, todo lo que había callado antes.
La expulsión de Münzenberg de la KPD (Partido Comunista Alemán) se justificó por ser un trotskista, uno de los funcionarios lo había acusado de tener una conexión directa con Trotski, Himmler y Hitler. Curiosamente quien cerró un acuerdo de amistad con Hitler fue Stalin, por ello con desesperación escribía Münzenberg el 22 de septiembre de 1939, en la revista Die Zukunft (El futuro) ¡El traidor, Stalin, eres tú! Todos sus amigos y compañeros se quedaron en la revista, menos uno, ese fue Otto Katz, un personaje fascinante. Ahora Otto trabajaba para el servicio secreto soviético, pero Stalin no se lo agradeció, Katz fue ejecutado en Praga en 1953.
Joseph Goebbels, el temible ministro de Propaganda de Hitler, en realidad como propagandista era inferior a Willi, a Goebbels le habría gustado tener en sus manos a Willi Münzenberg. No bien exilado, se trasladó al extranjero con sus equipos de producción de libros y sus revistas, organizó campañas y congresos contra el nazismo y, montó un contra proceso paralelo al proceso del incendio del Reichstag.
Sus dos libros sobre el terror nazi, fue un contraataque directo a Goebbels, publicó una edición de 25.000 ejemplares, y la AIZ alcanzó una tirada de 60.000. Los libros pardos se tradujeron a lenguas extranjeras. El encargado de espiar a Willi fue Moritz, el responsable de defensa de la KPD en la sección occidental.
Moritz, cuyo nombre era Hubert von Ranke, sobrino nieto del famoso historiador Leopold von Ranke, rompió con la KPD a fines de 1937, es decir, mucho antes que Münzenberg, pero se había ocupado en España de que cayeran bajo la sospecha de ser trotskistas a los amigos de Münzenberg o escritores por él editados (como, Alfred Kantorowicz, Gustav Regler, Egon Erwin Kisch, Bodo Uhse, Arthur Koestler, María Osten, etc.).
Münzenberg no hizo caso de los consejos a ir a Moscú, sabía bien que eso habría sido su final físico. Un dato curioso, durante su etapa suiza, Willi Münzenberg fue compañero de Lenin, antes de la revolución bolchevique. Una vez en el poder, Lenin le puso a trabajar junto a Karl Radek (un intelectual radical polaco dedicado a «racionalizar» las ideas revolucionarias) y Félix Dzherzhinski (creador de la Cheka e inventor de la policía secreta).
Willi Münzenberg contó con la colaboración, dentro de occidente, de una cantidad de escritores, periodistas, artistas, actores, directores de cine, científicos y publicistas, desde Ernest Hemingway a John Dos Passos, de Bertolt Brecht a Dorothy Parker, Gide, Wells, André Malraux, Einstein y el ya nombrado Brecht, el paradigma absoluto del idiota de buena voluntad, que estaban abiertos a defender una imagen idealizada del comunismo y a esparcir por el mundo las bondades del régimen soviético, lo que Jean-François Revel llamaría «la gran mascarada», camuflar las ideas totalitarias de izquierda en causas humanitarias.
En esta trampa cayeron miembros reputadísimos de lo que Münzenberg llamaba con desprecio, «El club de los inocentes». El grupo que, Antonio Muñoz Molina llamaría, en su novela Sefarad, «los crédulos, los idiotas de buena voluntad». Las personalidades más importantes de lo que el historiador de Yale Michael Denning, bautizó como «el Frente Cultural». Tras la guerra, las grandes democracias del mundo se sentaron con la Unión Soviética a diseñar el nuevo mapa de Europa y el reparto de fuerzas, pero esa igualdad relativa se fue destruyendo con los años.
A finales de los sesenta, en España, el régimen autoritario había depositado la cultura de nuevo en manos de la izquierda, lo mismo sucedió con la Francia gaullista. Malraux, el ex comunista que tantos halagos recibió de Münzenberg, se ganó la simpatía de De Gaulle, que lo nombró ministro de Asuntos Culturales sin sospechar que reclutando al ministro de Información de la Francia de la posguerra había metido al enemigo en casa.
Pero además de Münzenberg, la llamada Escuela de Francfort, fundada por Lukács y otros miembros del Partido Comunista Alemán, estaba llamada a desempeñar un papel directo en las tareas de subversión cultural, especialmente en los Estados Unidos de Norteamérica, donde recaló huyendo del nazismo.
El Comintern bajo Willi se había convertido en el primer multimedia del mundo. Münzenberg, además, fue el creador de la figura de la «agencia de noticias». Es lo que hacen hoy, las corporaciones empresariales privadas, cercanas a los centros de poder socialista cuya condición empresarial, saludablemente capitalista, no es ningún obstáculo para su empeño en la difusión de la agenda mundialista.
Con el ingreso del ejército alemán en Francia, todos los emigrados alemanes recibieron la orden de presentarse a las autoridades. En mayo de 1940 Babette Gross acompañó a Willi Münzenberg al Estadio de Colombes, donde el gobierno concentraba a los emigrados. Al despedirse se prometieron reencontrarse pronto, pero fue la última vez que se vieron, días después, lo trasladaron al campo de Chambaran, cerca de Lyon.
Ante el avance de los nazis, el comandante del campo dio orden de evacuar. El 20 de junio de 1940 a las tres de la mañana, los internados salieron de Chambaran caminando rumbo al sur. A la mañana siguiente, Münzenberg discutía con un grupo de compañeros sobre lo que debían hacer. Muchos de ellos no querían seguir. Willi supuestamente les propuso que había que separase en grupos pequeños, alcanzar Marsella y embarcarse rumbo a África.
Según ciertas versiones, sostienen que solo dos jóvenes, a quienes nadie conocía, uno de ellos pelirrojo, apoyaron la idea de partir en grupos pequeños. Los que se quedaron recuerdan a Willi Münzenberg, alejándose por la ruta en compañía de los jóvenes. Nadie más volvió a verlo con vida, cuatro meses después su cuerpo apareció en el bosque de Montagne, cerca del pequeño pueblo de Saint-Marcellin, en el departamento francés de Isère.
Un comerciante descubrió el cadáver de un hombre semioculto entre la maleza, al pie de un árbol. Tenía una soga podrida anudada al cuello. El peso del cuerpo y el tiempo transcurrido (meses, según el parte de la gendarmería), terminaron con la resistencia de la rama donde se habría colgado. La policía lo identificó como «Willi Münzenberg, 51 años, escritor nacido en Erfurt (Alemania)».
Aunque los antecedentes del muerto permitían suponer que se trataba de un crimen político, ante la falta de evidencias, la policía archivó el caso bajo la carátula de suicidio. Setenta ocho años después, la muerte de Münzenberg sigue siendo un misterio. Hay quienes sostienen que todo parece indicar que fue un encargo de Stalin. Babette Gross dedicó años a investigar cómo había sido la muerte de su marido, pero sin resultados positivos.
Nunca se pudo ubicar al joven pelirrojo, que según dicen, no se despegaba de Münzenberg en el campo de Chambaran y que, según los testimonios, se decidió inmediatamente a seguirlo. Tampoco se logró averiguar nada sobre su supuesta militancia en el socialismo alemán, ningún militante socialista había tratado antes con él y nadie volvió a verlo en el siguiente campo a donde llegaron los evacuados. El misterioso pelirrojo se esfumó.
Al fin de la guerra, Babette visitó el cementerio de Montagne donde está enterrado Münzenberg. «Desde el pequeño camposanto se ve a lo lejos, por un lado, el valle florecido de Isère, y por el otro, los Alpes de Dauphinois, un lugar demasiado maravilloso para que nadie sea enterrado allí. Y, a pesar de todo, el pensamiento de que Willi descansa ahí me reconforta de alguna manera», le escribió a una amiga. Babette lo sobrevivió casi 50 años.
Babette Gross fue testigo de la actividad política de su marido, fue su intérprete en muchos de sus viajes. En 1947, al volver de su exilio en México, los amigos de la pareja la impulsaron a escribir los recuerdos de 20 años de vida en común. Babette para cumplir la tarea tuvo que vencer muchos obstáculos, ya casi no había rastros del paso de Münzenberg por el socialismo y el comunismo europeos.
Su nombre tampoco figuraba en la historia oficial del Comintern ni en la del comunismo alemán. Tras la investigación, Babette Gross publicó el libro titulado: «Willi Münzenberg, una biografía política». Fiel al título, la autora no da a conocer al Münzenberg íntimo, nada de su vida privada. En el libro se encuentra, al joven socialista, al disciplinado bolchevique, al empresario, al disidente y al perseguido.
El que fuera hombre de confianza de Lenin y fundador del Partido Comunista Alemán, jefe del Agit-prop del Comintern en Europa Occidental. Y del poderoso trust propagandístico al servicio de la URSS, con su cuartel general en Alemania y que se extendía a Francia, España, la Unión Soviética y Japón. Sus enemigos dentro y fuera del partido lo llamaban «el millonario rojo», «el caballero bandido», o el Goebbels del comunismo. Arthur Koestler, que lo conoció bien, lo describe así:
«No era ningún santo; tampoco un cínico, si se entiende el cinismo como falta de principios: era un realista político en una época de abominables realidades. Los tres principios básicos de sus creencias eran: lucha contra la guerra, lucha contra la explotación, lucha contra el colonialismo. A ellos se aferraba. Todo lo demás eran para él cuestiones subordinadas a la táctica, ya que como fiel marxista estaba convencido de que el fin justifica los medios y que un objetivo puro exculpa los medios impuros».
Cuando cayó el muro de Berlín, fue el principio del fin del comunismo, confirmada luego por el desplome de la Unión Soviética a fines de 1991. La intervención de Gorbachov hizo posible que las movilizaciones populares dieran en tierra con las dictaduras comunistas ubicadas en el Este europeo.
Desde entonces los regímenes comunistas fuera de Europa, algunas veces sufrieron la transformación en donde los partidos comunistas rigen un capitalismo de Estado (China, Vietnam), otras por medio de aberrantes autocracias (Corea del Norte), incluso alguna vez por la fórmula castrista de la revolución empobrecida y subsidiada, o el régimen chavista del Socialismo del siglo XXI.
Los sucesos pasados de Hungría en 1956 y de Praga en 1968 probaron que la supervivencia de los regímenes comunistas dependía de la represión efectiva o potencial ejercida por la URSS. Breznev se lo explicó al eslovaco Dubcek tras la invasión del 68, no estaban dispuestos a retroceder de las fronteras imperiales de 1945, ni a renunciar a la tutela ejercida desde el interior en los partidos satélites, ni a tolerar una evolución hacia la democracia.
Cuando Gorbachov intentó las reformas, soñando con una nueva edición de la NEP de Lenin, carecía ya de toda posibilidad. El «socialismo realmente existente» aspiraba a la eternidad «marxista-leninista», a la sombra inefable del materialismo monista, una metafísica total.
La apertura de archivos desde la caída de la Unión Soviética empezó a derribar esa imagen tradicional, según la cual existiría un buen comunismo soviético, el de Lenin, cuya brutalidad era justificada por la guerra civil, y luego vendría la degeneración tiránica y criminal de Stalin, castigado desde el XX Congreso (1956).
Pero hoy se sabe que el terror de Stalin, con sus prácticas genocidas, se encuentra ya en Lenin, y en Trotski, como instrumento de gobierno, igualmente el rotundo rechazo de la democracia. Ya nada podía salvar al comunismo, ni siquiera los chispazos maoístas de mayo del 68. La gente se fue enterando de los tremendos crímenes en China, del «gran salto adelante» y de la «revolución cultural», y del genocidio de los jemeres rojos.
Cien años de memoria comunista, cien millones de muertos, pues, «la única manera de acercarse al comunismo es a través de sus víctimas» como dice Federico Jiménez Losantos, y agrega: «mató tanto el comunismo que solo la demografía nos permite aproximarnos a ellos», por más que quieran seguir ocultándolo es imposible.
A pesar del Gulag, de las decenas de millones de muertos en el salto delante de la china maoísta y de los jemeres rojos, de los muertos en América, Asia y África, la memoria del comunismo, del movimiento totalitario, se salvó de la condena global al caer solo sobre el nazismo y el fascismo, que fueron derrotados y no tuvieron prensa. El comunismo es memoria porque no tiene futuro, solo tiene pasado.
Como dije hace poco, el siglo XVIII fue el siglo de las revoluciones, con la revolución estadounidense, francesa y la revolución industrial, el modo de producción feudal se acabó, pasando al modo de producción capitalista.
Mientras los ignorantes y resentidos que integran Podemos, o los millones de nostálgicos comunistas dispersos por el mundo, los adoradores del fracaso, creen que basta con decir que el «capitalismo es criminal» y que el comunismo soviético no fue un verdadero socialismo. No creo en un retorno al sistema comunista, porque la Historia no vuelve atrás. La idea fuerza del comunismo, como término final y necesario de todos los cursos históricos emprendidos por el Género Humano, es sin duda una idea fuerza tan potente como pudiera haberlo sido la idea fuerza del mesianismo judío o cristiano.
Sin que por esto sea legítimo identificar el marxismo con una religión, como es frecuente en tanta gente que tomaba la parte por el todo. Como lo hace Jiménez Losantos en este libro, donde identifica el comunismo con una religión. Sin embargo, la idea fuerza del materialismo histórico vinculaba al comunismo con una idea metafísica, resultado de una sustancialización mitopoiética de una idea meramente taxonómica, a saber, la idea del Género Humano de Linneo.
Porque el Género Humano no es una sustancia, ni una esencia, ni la «humanidad» es una totalidad que tienda, por sí misma, a un fin preescrito en una dirección determinada, progresista y armónica. El comunismo se había vuelto un gnosticismo, que creía que todo estaba predeterminado, y que nada podía modificar el curso histórico, sólo bastaba con creer en el partido para salvarse.
Pero con la caída del socialismo realmente existente, vimos que no era así, ni salvaron al hombre de la alienación del capitalismo, ni el metafísico materialismo monista ni su determinismo histórico. ¡Proletarios del mundo, perdonadlos!
23 de febrero de 2018.