LOS JEMERES ROJOS
EL GENOCIDIO CAMBOYANO
Ricardo Veisaga
El 16 de noviembre, luego de once años de su arresto y tras un juicio largo y costoso, un tribunal en Camboya, declaró culpables de genocidio a los únicos dirigentes comunistas vivos, responsables del asesinato de al menos 2 millones de compatriotas entre 1975 y 1979. Estos dos jubilados que jugaban con sus nietos, tenían la esperanza de que el mundo dejara «el pasado en el pasado», y que se olvidaran del sanguinario régimen de los Jemeres Rojos.
Khieu Samphan, de 87 años, que en la década de los sesenta fue un admirado e incorruptible maestro de primaria y miembro del Parlamento de Camboya, quien evitaría su arresto por sus ideas comunistas y se unió a un joven grupo insurgente de la zona rural. Como era un hombre con modales y hablaba varios idiomas, se convertiría después en la figura mundial de los Jemeres Rojos, como su jefe de Estado simbólico.
El otro condenado, Nuon Chea, de 92 años, conocido como el Hermano Número Dos del dirigente de los Jemeres Rojos, Pol Pot. Fue el ideólogo del movimiento, el partidario más genuino en intentar convertir a Camboya en una utopía agraria, matando a los que tenían una formación académica y convertir el país en un campo de trabajo. Nuon Chea fue el responsable en una oleada de depuraciones criminales. Posteriormente declararía a un periodista: «Sólo matamos a la gente mala, no a la buena».
Después que los vietnamitas expulsaran a los Jemeres Rojos, estos se replegaron hacia la selva, donde se formaron como un ejército insurgente en guerra civil. La cúpula se derrumbó en 1998, cuando las tropas en gran número desertaron para entregarse al gobierno.
Nuon Chea y Khieu Samphan desertaron ese año, el primer ministro Hun Sen, un ex miembro de rango inferior de los Jemeres Rojos, los recibió con un apretón de mano y les aconsejó que «cavaran un hoyo y enterraran el pasado». Ambos fueron ubicados en un hotel de lujo. La presencia de cientos de reporteros apostados en las afueras del hotel, provocó algunas reacciones de estos dos guerrilleros.
Al verse presionado Nuon Chea, un anciano frágil, encorvado y apoyado en un bastón dijo de mala gana «Lo siento, lo siento mucho». «¡Van a comenzar una revuelta!», exclamó. Ante una exigencia de disculpas Nuon Chea, soltó una respuesta extraña «Lo sentimos mucho, no solo por las vidas de los camboyanos, sino incluso por la vida de todos los animales que sufrieron por la guerra».
Khieu Samphan, se había teñido el cabello blanco de un color castaño. Afirmó que hasta ahora no se había enterado de las atrocidades cometidas bajo su mando y comentó: «Es normal que quienes han perdido a su familia, sientan resentimiento».
Hun Sen, que los trataba como huéspedes de honor, los envió a un paseo por la playa, pero tuvieron que pasar una sombría víspera de Año Nuevo, escondidos en sus habitaciones de hotel para evitar a los periodistas. «Tengan compasión de mí, por favor», pidió Khieu Samphan desolado. «Necesito descansar».
Se refugiaron en el remoto pueblo fronterizo de Pailín, donde la mayoría de los residentes eran antiguos integrantes de los Jemeres Rojos, hasta su arresto en 2007. Desde entonces fueron vecinos en celdas contiguas. Fueron enjuiciados junto a otros dos miembros de la dirigencia, quienes murieron durante el juicio, también el comandante de prisión Kaing Guek Eav, o Duch, quien ya fue condenado y cumple cadena perpetua.
¿Quiénes fueron los Jemeres Rojos?
Se llama Jemeres Rojos por su transcripción fonética al francés del camboyano, a los miembros del Partido Popular Revolucionario Jemer, o Partido Comunista Jemer, de Camboya. La palabra khmer, o jemer, equivale a «camboyano», o «kampucheo» (el Imperio Jemer, o de Angkor, fue un poderoso reino que se desarrolló entre los siglos IX y XV, y cuyo territorio abarcaba la actual Camboya, Tailandia, Laos, Vietnam, parte de Birmania y de Malasia).
Kampuchea fue el nombre oficial de Camboya bajo el régimen de los jemeres, entre 1975 y 1979. Fueron llamados así por el rey Norodom Sihanuk, por el color rojo del comunismo, el nombre se hizo popular en los años cincuenta.
El Partido Comunista de Camboya se fundó en 1951, pero fue parte del Partido Comunista de Vietnam hasta que se desligó de éste, años más tarde. En 1960 toma las riendas Saloth Sar, más conocido como Pol Pot y pasó a llamarse Partido Democrático de Kampuchea.
Su ideología era una mezcla particular y extrema del maoísmo, sexta generación de izquierdas, y un nacionalismo exacerbado. Exaltaba el campesinado y rechazaba lo exterior, en especial a Occidente. Tenían ideas anticolonialistas de las guerras de liberación nacional, llevadas hasta sus últimas consecuencias en un contexto de dictadura comunista, atea y de partido único.
En 1970, durante la Guerra del Vietnam, el general Lon Nol derroca en un golpe de estado al príncipe Norodom Sihanuk e instaura una dictadura en Camboya, alineándose con Estados Unidos. Estalla entonces una guerra civil, conectada con la guerra en el vecino Vietnam, donde combaten los comunistas del norte y el Gobierno del sur, apoyado por el ejército estadounidense.
Estos enfrentamientos se dan dentro de la dialéctica de imperios, el comunismo, quinta generación de izquierdas, y el capitalismo. Cuando los Estados Unidos tras su derrota se retira de la zona, los Jemeres Rojos, lideradas por Pol Pot, el «Camarada Uno», toman la capital, Phnom Penh, el 24 de abril de 1975, cambian el nombre del país por Kampuchea e instauran un nuevo régimen, que Pol Pot llama «Camboya Año Cero».
Saloth Sar (1925-1998), conocido como Pol Pot, fue el máximo líder de los Jemeres Rojos desde su creación hasta que murió, en 1998. Pol Pot pasó a la historia como uno de los mayores genocidas, fue el máximo responsable de la muerte de al menos dos millones de personas. Creador de los Jemeres Rojos, impuso sus ideas anti-estadounidenses y anti-vietnamitas.
Durante los cuatro años que duró el conocido «Reino del terror» (abril de 1975 a enero de 1979) en Camboya cerca de dos millones de personas, murieron a causa de las ejecuciones, la hambruna, las enfermedades y las purgas ordenadas por la cúpula jemer, lo que supone un cuarto del total de la población del país.
Hace 43 años, el 17 de abril de 1975, Phnom Penh caía sin oponer resistencia, después de cinco años de guerra civil y de bombardeos estadounidenses y marcada por la guerra en el vecino Vietnam. Y el golpe de Estado del primer ministro Lon Nol que derrocó al rey Sihanuk en 1970, la insurgencia comunista de los Jemeres Rojos, apoyada por la China de Mao Tse-Tung y el exiliado monarca.
Pol Pot tomó Phnom Penh el 17 de abril de 1975. Los estadunidenses se habían ido el 12 de abril de 1975. Su aliado, el presidente Lon Nol, ya lo había hecho días antes, el 1 de abril. Cuando los jemeres rojos invadieron Phnom Penh, Chhung Kong, estaba lejos de imaginar lo que sucedería a continuación, el ahora abogado, que el 17 de abril de 1975, tenía 31 años dice:
«La gente aclamaba, agitaba banderas. Yo paseaba en ciclomotor para ver lo que ocurría. No pensábamos en el peligro de muerte que llegaría». Recuerda que perdió a 16 miembros de su familia en los cuatro años de pesadilla que siguieron: «En torno a las 10 u 11 de la mañana, los soldados jemeres rojos, armados con fusiles, nos ordenaron que nos fuéramos de la ciudad. Nos dijeron que sería por unos días».
Comienza entonces una dolorosa odisea para los dos millones de habitantes de la capital. Varios centenares de refugiados se escondieron en la embajada de Francia. Chhung Kong se fue con una chaqueta y unas sandalias como único equipaje, mientras avanzaba vieron los cadáveres de soldados en las carreteras. Los disparos de advertencia disuadían a los que intentaban abandonar el convoy.
Chhung Kong, luego de once días de caminata, fue destinado a una cooperativa a unos 30 km de Phnom Penh, donde cavó canales de riego. «Phnom Penh era una ciudad fantasma, la población entera viajaba a pie por las carreteras, algunos empujando carros cargados con comida, otros maletas enormes y otros cargaban bebés mientras les seguían el resto de sus hijos».
«La gente ya sufría», dice Nong Sokhorn, uno de los supervivientes documentados. «Arrestaron a mi marido (por querer esconder un pez) (…). Entonces le enviaron a la prisión de Orang Ouv, no sé lo que le pasó allí, pero cuando me volví a encontrar con él se había convertido en un psicópata», cuenta Mao Bin, superviviente de 68 años, en su testimonio para los Actos de la Memoria.
Encabezado por Pol Pot, y con el respaldo de China, el nuevo régimen intentó aislar a Camboya de toda influencia exterior. La deportación de la gente de las ciudades al campo fue masiva, y se colectivizó la agricultura, centrándose en el arroz (entre 1975 y 1979 Camboya se convirtió en el primer productor mundial de arroz, mientras quienes lo cosechaban morían de hambre).
Los jemeres lanzaron una caza al intelectual con el objetivo declarado de purificar la sociedad marxista, para lo que obligaron a los habitantes de las ciudades a trabajar en el campo, sin dinero y lejos de sus familias. Abolieron la propiedad y el mercado, clausuraron escuelas, tiendas y hospitales. Los coches fueron sustituidos por el carro de bueyes como vehículo oficial, y se prohibieron todas las actividades de ocio o deportivas.
Se ejecutó a los oponentes, se abolió el dinero, se prohibió el budismo y cualquier otra religión, y se transformó la economía. Quienes tenían estudios o simplemente llevaban lentes, los que hablaban un idioma extranjero, debían ser «reeducados» y muchos fueron asesinados por «contrarrevolucionarios».
Cientos de miles de cráneos y huesos que se pudieron recuperar.
Pol Pot, intentó imponer en el país una utopía agraria, en la que abolió la moneda, la religión y trató como enemigos a cualquiera que no fuera campesino, incluidos intelectuales y artistas. Cientos de niños fueron apartados de sus padres (la familia se consideraba una fuente de individualismo burgués), fueron puestos en manos de la guerrilla jemer y, muchos de ellos, convertidos en delatores.
En los centros de detención, la tortura y la pena de muerte se convirtieron en un castigo habitual. La revolución se llevó a cabo en la selva, y la pusieron en práctica guerrilleros incomunicados con el resto del mundo y liderados por un cuadro de mando implacable y oculto, la mayoría de las veces, bajo distintos apodos o el anonimato.
La desconfianza y las luchas internas en las filas del partido provocaron varias purgas políticas que afectaron a los altos mandos y trasladaron la paranoia a los campos de exterminio, donde familias enteras eran ejecutadas después de ser torturadas para que confesasen sus delitos.
Las principales figuras de los Jemeres se habían formado, irónicamente, en la Sorbona de París. Mezclaron a Marx con la colectivización que costó millones de vidas durante el «Gran Salto Adelante» de Mao Tse-Tung en China y, muy de lejos, las teorías del «buen salvaje» de Rousseau, querían construir una nueva sociedad agraria sin abusos a trabajadores y campesinos en Camboya.
Bajo un férreo control militar sobre los civiles, y a un régimen de trabajos forzados, desarrollando métodos de detención, tortura y asesinatos en masa, bajo la consigna de la llamada «búsqueda del enemigo interno».
La comunidad internacional, en plena guerra fría, dividida entre el bloque capitalista (Estados Unidos y sus aliados) y el comunista (la Unión Soviética y, especialmente en este caso, China y su órbita), guardó silencio. El régimen aisló completamente el país, no permitió el ingreso de ningún organismo extranjero, lo que hacía casi imposible saber lo que estaba realmente ocurriendo.
Al igual que con el régimen de Stalin, durante años existió controversia sobre el número de muertos o el alcance real del terror, y no fueron pocos los partidos e intelectuales de izquierdas que mantuvieron una postura negacionista. Países como Australia, India o Nueva Zelanda realizaron tímidas denuncias, pero con poco éxito.
Los camboyanos fueron obligados a trasladarse a campos de trabajo. La población de la capital, Phnom Penh, descendió de dos millones a 25.000 en tres días. En el campo es donde se cometieron las ejecuciones y torturas, las ejecuciones se hacían de forma discreta, y a menudo, para ahorrar munición, mediante un golpe en la cabeza o la horca.
Esto sucedió en los «campos de la muerte», como se mostró después con el hallazgo de miles de restos (las famosas imágenes de pilas de cráneos enterrados en el barro y los arrozales). El término «campos de la muerte» fue popularizado por la película sobre el genocidio camboyano del mismo nombre (The Killing Fields), conocida en español como «Los gritos del silencio».
También se encontraron una gran cantidad de restos en un lugar conocido como Rung Tik (la Cueva del Agua), o Rung Khmao (la Cueva de la Muerte), en las montañas de Kampong Trach. La cueva, que tiene corrientes de agua subterránea, era utilizada como fosa colectiva.
Sus matanzas no se limitaron a Camboya ya que en territorio vietnamita se llevaron a cabo varias, como la más famosa Masacre de Ba Chúc (1978). Los continuos ataques fronterizos en 1979 llevados a cabo por los jemeres, y en especial por el enfrentamiento entre la Unión Soviética y la China, terminaron en la invasión vietnamita a Camboya.
El régimen de los Jemeres acabó con la caída de Phnom Penh, en enero de 1979. Tras una rápida campaña iniciada en diciembre por el ejército vietnamita, una vez más el país quedaba bajo control extranjero, en este caso vietnamita, en la que vivió con anterioridad a la colonización francesa. Los jemeres se replegaron a la frontera con Tailandia, y organizaron la resistencia.
Vietnam se retiró de Camboya en 1989, pero los jemeres siguieron atacando a la población civil en su lucha contra cualquier facción camboyana. Desde entonces los Jemeres Rojos pasaron a ser una guerrilla aliada de los Estados Unidos y de la República Popular China, ya que estos estaban enfrentados a la nueva República Popular de Kampuchea, alineada con Vietnam y la Unión Soviética y, una vez que éstos les retiraron su apoyo en 1989, se convirtieron en una guerrilla con economía de guerra.
Una gran cantidad de miembros de los jemeres, pese al recelo que tenían de Vietnam, se entregaron y constituyeron la base de poder de la nueva República Popular de Kampuchea. En cambio, la facción aún leal a Pol Pot, manteniendo las siglas de la Kampuchea Democrática y su discurso nacionalista, se retiró al oeste del país, a las zonas fronterizas con Laos y Tailandia, desde donde llevaría a cabo una guerra de guerrillas contra el nuevo régimen camboyano.
Durante el primer año del nuevo gobierno, el recelo a la potencia ocupante vietnamita, la mala cosecha de arroz provocada por la sequía, llevó a que decenas de miles de camboyanos huyeran del país a los campamentos de refugiados en Tailandia. Medio millón de camboyanos pidieron asilo en Tailandia y más de 300.000 se fueron a otros países, principalmente Francia.
Los campos de refugiados estaban dirigidos por tres grupos opositores al nuevo régimen: los Jemeres Rojos, las fuerzas monárquicas y las fuerzas republicanas anticomunistas, de hecho, serán una base de reclutamiento para las operaciones de estas tres facciones en el interior de Camboya.
El grupo más importante fue el de los jemeres, varios miles de guerrilleros junto a sus familiares fueron acogidos por el gobierno tailandés, recibiendo alimentos y también armamento chino. Los civiles en su carácter de refugiados políticos dependían de la ONU, y se dejaba en libertad a los Jemeres para reorganizarse como una efectiva fuerza de combate hacia 1982.
La dependencia de Vietnam y la República Popular de Kampuchea en la región con respecto a la Unión Soviética tuvo como efecto la hostilidad de China y los antisoviéticos como Tailandia, Singapur y Estados Unidos. Estos poderes pudieron mantuvieron el asiento de la desaparecida Kampuchea Democrática en la Asamblea General de la ONU.
El apoyo en cuanto a armamento, los enemigos de la Unión Soviética apoyaron a los monárquicos y republicanos, pero los Jemeres al ser la facción más efectiva en el campo militar, recibiría la mayor cantidad de material. En tanto, los dirigentes de la Kampuchea Democrática disolvieron el Partido Comunista de Kampuchea, para limpiar su imagen internacional, en septiembre de 1981.
Renegaron del comunismo para declarar su apoyo hacia la economía de mercado y el respeto a la tradición religiosa, pero mantuvieron a Pol Pot, Ieng Sary y Khieu Samphan en el poder. Pero ese paso les permitió acercarse a las otras facciones anti-vietnamitas y anticomunistas de los rebeldes, hasta unificarse en 1982 en el llamado «Gobierno de Coalición de la Kampuchea Democrática».
Los Jemeres mantuvieron el control de la cartera de Exteriores, el asiento en la ONU y el control de más de la mitad de los 40.000 milicianos de la coalición. Para llamar la atención internacional en 1982, la coalición realizó una ofensiva sobre el oeste de Camboya, tomando posiciones, pero serían expulsados por el Ejército camboyano entre 1983 y 1985, tras lo cual la frontera fue fuertemente minada.
En los ochenta, el conflicto fue de baja intensidad, propio de la Guerra Fría. El conflicto restó a la República Popular de Kampuchea y a sus aliados vietnamitas, recursos y de legitimidad lo que algunos politólogos llamaron «el Vietnam de Vietnam». Tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la llegada de Clinton al poder en Estados Unidos, trajo un relajamiento entre los actores internacionales.
La URSS en pleno proceso de disolución era incapaz de intervenir. Hun Sen asumió el cargo de primer ministro de Camboya en 1985, pero la comunidad internacional siguió reconociendo como gobierno legítimo a los Jemeres hasta 1991. En el mes de septiembre de 1989 las tropas vietnamitas abandonaban Camboya.
En 1989 el gobierno estadounidense, dejó de reconocer la legitimidad de la coalición opositora y China disminuyó de forma parecida su apoyo, promoviendo un gobierno de coalición y Norodom Sihanuk pasó a ser rey y jefe de Estado.
En 1991, los Acuerdos de París llevaron a un consejo de coalición entre las cuatro facciones (las tres opositoras y el nuevo Estado de Camboya dirigido por el príncipe Norodom Sihanuk) con la presencia en la ONU, de la UNTAC (un gobierno de transición) hasta las elecciones en 1993. Con este proceso se ponía fin al conflicto camboyano en su fase de conflicto de baja intensidad.
A pesar de unirse a los Acuerdos de París, los Jemeres Rojos, sostenían que Vietnam mantenía secretamente el control del país, y asesinaron a más de un centenar de civiles durante el mandato de la UNTAC. En mayo de 1993, y gracias a los esfuerzos de la ONU, se celebraron elecciones, que los jemeres boicotearon, pese a haber firmado el tratado de paz de 1991.
Mientras el país se convertía en una monarquía constitucional bajo el mandato de Hun Sen y el príncipe Norodom, los Jemeres tras el fracaso de su juego político, fue ilegalizado en 1994. La ilegalización provocó una oleada de deserciones y los Jemeres quedaron reducidos a un núcleo duro de dirigentes al mando de unos 5.000 combatientes que controlaban una quinta parte del territorio de Camboya.
La represión, violencia y defecciones alcanzó un punto culminante en el año 1996, cuando Ieng Sary, mano derecha de Pol Pot, se entregó al gobierno camboyano junto a miles de seguidores. A partir de este momento, los Jemeres se desintegran en luchas internas y Pol Pot fue desplazado por Ta Mok.
Pol Pot tras un intento de retomar el control, asesinó a otro dirigente y a su familia, Pol Pot terminó arrestado hasta su muerte. En 1997 la nueva dirección de los jemeres rojos, liderada por Khieu Zampan, sin apoyo político y monetario desde el exterior anunciaba la detención de Pol Pot y la inserción de la guerrilla en la vida civil, acatando la legislación internacional.
Esto marcó el fin de los jemeres. En 1998, los pocos combatientes residuales se desmovilizaron y los campamentos de refugiados que los jemeres tenían bajo su mando serían desmantelados, con la repatriación de 46.000 refugiados en la operación Repat 2 de ACNUR.
Pol Pot murió a los 73 años el 16 de abril de 1998, en una choza de la jungla camboyana donde permanecía bajo arresto y sin haber sido juzgado. Días después, el gobierno tomaba el último bastión guerrillero y unos 500 jemeres huían a Tailandia. Otros 4.000 se cambiaron al ejército camboyano y juraron fidelidad a la Constitución.
Pol Pot no fue el único líder jemer que escapó a la justicia. Otros, como Son Sen o «el carnicero» Ta Mok, fallecido en 2006 mientras esperaba a ser juzgado, muchos murieron antes de sentarse en el banquillo. Solo cinco altos cargos habían sido procesados por este genocidio, y solo tres condenados, todos a cadena perpetua.
Se trata de Nuon Chea, ideólogo y número dos del régimen; Khieu Samphan, presidente de la entonces República Democrática de Kampuchea; y «Duch» Kaing Guek Eav, director de la prisión de Tuol Sleng (S-21), donde se calcula que murieron entre 15 y 20 mil prisioneros.
Los otros dos eran el ministro de Exteriores durante el régimen jemer, Ieng Sary, quien murió hace unos años y su esposa, Ieng Thirith, que dirigía la cartera de Asuntos Sociales y fue declarada incompetente para ser juzgada por sufrir una enfermedad mental.
Kaing Guek Eav «Duch» dirigió el centro de detención del Jemer Rojo conocido como S-21, en la capital camboyana. Allí fueron torturados todos aquellos a quienes el régimen consideraba enemigos políticos. Se calcula que en este centro murieron entre 14.000 y 16.000 hombres, mujeres y niños, debido a torturas, enfermedades y ejecuciones. Sólo una media docena salieron con vida.
Imágenes de algunas de las personas que fueron víctimas del genocidio Jemer
Duch fue acusado de violaciones graves de las Convenciones de Ginebra (crímenes de guerra) y del código penal camboyano, y de crímenes contra la humanidad que incluyen «homicidio, exterminación, reducción a la esclavitud, encarcelamiento, violación, persecución por motivos políticos y otros actos inhumanos».
«He hecho cosas feas en mi vida», admitió Duch, un antiguo profesor de matemáticas, cuando fue descubierto en 1999. «Ha llegado el momento de rendir cuentas por mis actos».
El centro secreto de detención y tortura de los jemeres en Phnom Penh, conocido como S-21, fue creado en las instalaciones de un antiguo instituto de enseñanza. La prisión recibió asimismo el nombre de Tuol Sleng, que en idioma jemer significa «colina de los árboles venenosos». Estuvo funcionando desde 1975 hasta 1979, a cargo de 1.220 empleados a tiempo completo, incluyendo 54 interrogadores.
El edificio estaba rodeado de vallas electrificadas y las ventanas se cubrieron con barras de hierro para evitar la fuga de los presos. Tras ser torturados, los prisioneros eran ejecutados en «campos de la muerte» cercanos.
Duch había sido dado por muerto, pero fue descubierto por un periodista británico en 1999, en el noroeste del país. Se había convertido al cristianismo y trabajaba para organizaciones humanitarias cristianas. Fue arrestado y acusado de genocidio. Duch pidió perdón a las víctimas durante la reconstitución anterior al juicio.
De los cinco detenidos, Duch es el único que no negó su vinculación con las masacres. En 1997, cuando el gobierno camboyano pidió ayuda a la ONU para llevar ante la justicia a los ex altos responsables del jemer rojo. Se crearon entonces las Cámaras Extraordinarias de los Tribunales de Camboya (ECCC, en inglés), compuestas por un tribunal y una corte suprema, y cuya actividad se inició el 3 de julio de 2006.
El proceso judicial estuvo lleno de atrasos continuos y acusaciones de injerencia del gobierno camboyano. El tribunal internacional denunció en muchas ocasiones intromisiones políticas, ya que muchos de los miembros del gobernante Partido del Pueblo de Camboya integraron las filas del Jemer, como el actual primer ministro, Hun Sen, que desertó y volvió al país con las tropas vietnamitas en 1979.
Así también los roces entre magistrados nacionales y extranjeros, o las dificultades financieras, todo ello unido a acusaciones de corrupción que salpicó al tribunal, la ONU ha gastado unos 150 millones de euros desde 2006 para que los Jemeres comparezcan ante la justicia.
El mayor obstáculo, fue la actitud poco decidida de Phnom Penh. Las demoras obedecen al propósito poco disimulado de que la muerte natural de los culpables solucione el problema. Pol Pot y Ta Mok ya habían fallecido. Exceptuando a Duch, los acusados son octogenarios y tienen serios achaques.
Este asunto está aún demasiado a flor de piel, y hay ex jemeres rojos en el gobierno, empezando por el primer ministro, Hun Sen. Camboya obstaculizó la ampliación del número de imputados usando como pretexto la reconciliación nacional. El tribunal descartó la pena de muerte, y el reo al ser declarado culpable solo puede ser condenado a cadena perpetua.
Las víctimas o sus familiares no serán recompensados económicamente sólo una compensación moral o simbólica. Chum Manh, quien ahora tiene 80 años. Acusado de ser espía de la CIA, fue encerrado en una celda minúscula, con espacio sólo para una cama, encadenado con grilletes y torturado casi a diario. «Una vez me fustigaron 200 veces con alambres electrificados», afirma: «Mataron a mi mujer y mi hijo. Mataron a niños de tan solo meses de edad».
«Este es el día que hemos esperado durante años», dijo Vann Nath, uno de los pocos supervivientes de la prisión S-21. Más de la mitad de los 14 millones de habitantes de Camboya nacieron después del fin del régimen jemer.
Dos son los grandes centros de testimonio histórico y recuerdo a las víctimas: Uno es el Museo Tuol Sleng, construido en las instalaciones de la antigua prisión de tortura, y que tiene un archivo de miles de fotografías de los prisioneros, tomadas antes, durante la tortura y después de muertos. El otro es el llamado Centro del Genocidio, o Memorial Choeung Ek, situado a 17 kilómetros al sur de Phnom Penh, y donde un templete marca el lugar donde fueron encontrados 8.000 cadáveres.
«Nunca he visitado ese lugar. Paso por delante de él en coche, pero no entro. ¿Por qué? Porque para mí es el sitio en el que daba clases, no un lugar donde se encarcela y se mata», dice Chhung Kong, de 74 años y ahora abogado de profesión. El 17 de abril de 1975 tenía 31 años, entonces, este camboyano daba clases de francés en un colegio que acabaría convertido en cárcel para los enemigos del régimen ultra maoísta que hizo reinar el terror.
En la prisión de Tuol Sleng, según los videos, en la entrada, hay unas fotografías de Pol Pot y sus secuaces. Lo que llama la atención no es su atuendo, sus camisas negras de campesino, sus sandalias y sus «kromas» (los típicos pañuelos jemeres).
Lo que llama la atención es el coche oficial de los jemeres que aparece en la imagen, es un Mercedes Benz (negro, por supuesto), que al parecer no era incompatible con el «Año Cero». Una fecha simbólica, que devolvió a Camboya a la Edad de Piedra.
El recorrido comienza por el pabellón donde vivían los jefes de la prisión y tenían lugar los interrogatorios, donde se hacían confesar a los detenidos que pertenecían a la CIA, al KGB y, a veces, a los dos servicios secretos al mismo tiempo.
Los Jemeres Rojos veían enemigos por todas partes, y se ejercían brutales palizas, arrancaban con tenazas las uñas o los pezones de las mujeres, colgar a los detenidos boca abajo en la barra de gimnasia del colegio y luego zambullirlos en tinajas llenas de agua, o electrochoques en los oídos.
En este primer edificio, de tres plantas, los soldados vietnamitas encontraron 14 cuerpos en descomposición salvajemente torturados y mutilados. Se sospecha que eran antiguos Jemeres Rojos acusados de traición, ya que la mayoría de los 300 guardias de la prisión fueron ejecutados como sus propias víctimas.
Los retratos en blanco y negro de miles de detenidos fueron obtenidos al llegar a S-21, donde se les marcaba con un número y la fecha de detención. Vann Nath, gracias a su habilidad con los pinceles salvó su vida, el régimen lo escogió para que pintara los cuadros de torturas y los retratos de Pol Pot como es común a toda dictadura, el culto a la personalidad.
También existe una alambrada que cubre un edificio de celdas para impedir el suicidio de los presos que no podían seguir resistiendo las torturas. Los Jemeres disponían sobre la vida y la muerte y nadie más que ellos podían decidir cuándo había llegado la hora. Esa hora llegaba, una o dos veces por semana, cuando después de seis meses de interrogatorios y palizas, los prisioneros eran montados en camiones y trasladados al «campo de la muerte» de Choeung Ek, donde se han abierto 86 de sus 129 fosas comunes.
Allí se encontraron 8.895 cadáveres repartidos por fosas como la número 1, en la que había 450 cuerpos; la 7, donde sólo había cabezas; o la 5, situada junto al tristemente famoso árbol de la muerte. Los verdugos cogían a los bebés por los pies y estrellaban sus cuerpos contra el tronco para romperles el cráneo, arrojándolos luego a la fosa.
En medio de la oscuridad, decenas de hombres y mujeres atados en fila india y con los ojos vendados recibían, uno tras otro, un golpe en la nuca con una azada o una caña de bambú. Luego, otro verdugo les rebanaba el cuello con un cuchillo y los tiraba al hoyo mientras en los altavoces sonaban atronadores los himnos revolucionarios de los Jemeres: «Somos leales a Angkar, no puedes traicionar a la Organización».
Delante de un monumento funerario con las calaveras y huesos de decenas de víctimas, centenares de personas encienden incienso y rezan en una emotiva ceremonia en Choeung Ek, uno de los campos de la muerte del Jemer Rojo. En este lugar se levantó un tétrico mausoleo repleto de calaveras. En Camboya, hasta los homenajes huelen a muerte. Chhung Kong, dice: «Aunque cien dirigentes de los jemeres rojos fuesen juzgados, esto no significa nada, puesto que de todas maneras están a punto de morir de vejez».
Las ordenes siempre vienen de «arriba» como lo dijo Duch cuando fue acusado de las 15.000 muertes en la S-21. Solo él reconoció su culpabilidad, pero aclaró que las órdenes de «matar a todos los detenidos» llegaron de arriba.
La lección que deben aprender las generaciones actuales y futuras son dos, primero, que nada de lo sucedido en el siglo pasado, no tan pasado, fue una reacción espontánea de los «pueblos», ni en Centro y Sudamérica, ni en África ni en Asia. Fueron una consecuencia secundaria del enfrentamiento entre dos concepciones político-económicas, dos imperios en su lucha dialéctica.
Segundo, que el marxismo, el comunismo o socialismo realmente existente, o cualquiera sea su variante de quinta o sexta generación de izquierdas, para imponerse necesitaron de la violencia, del terror, de la eliminación de las libertades individuales. No hubo un solo lugar en el mundo que no sucediera eso. Por donde pasaron dejaron miseria y muertes, eso hay que decirlo, aunque les duela a los que se colocaron en el lado equivocado de la Historia.
28 de noviembre de 2018.