LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA
Eduardo Galeano y La Biblia de las izquierdas
Ricardo Veisaga
Eduardo Galeano en la Bienal del libro en Brasilia
Hay una frase popular que dice: «Más vale tarde que nunca», una frase que es simplemente consuelo de tontos. Eduardo Galeano otro de los próceres de la izquierda iberoamericana, dijo durante la II Bienal del Libro y de la Lectura de Brasilia, refiriéndose a su libro más famoso, en un tiempo y en un lugar donde sus dichos no iban a pasar desapercibidos:
«No sería capaz de leer el libro de nuevo» y agregó «esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima». Pero cualquiera sabe que un libro pesado, no es descalificable por eso, personalmente leer los tomos de la Teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno, aun para alguien que ha estudiado filosofía, es una tarea difícil poder seguir dicha obra por su elevado contenido intelectual, pero no es pesadísima.
Llamar pesadísima no es grave, lo grave es lo que confesó que cuando escribió el libro «no tenía formación necesaria», que su libro fue escrito «sin conocer debidamente de economía y política». «No tenía la formación necesaria. No estoy arrepentido de haberlo escrito; pero fue una etapa que, para mí, está superada».
Es decir, como dirían los muchachos del barrio: «ya estoy de vuelta», y me parece bien que no se arrepienta, pues de acuerdo a Baruc Spinoza todo aquel que se arrepiente es doblemente miserable e impotente. De nada sirve llorar cuando no se pueden modificar las cosas.
Una persona que dejó su opinión en un periódico, identificado como fopro1972 dijo:
«Es bueno saber reconocer los errores. Pero la lectura de ese libro fue en muchas ocasiones la base para la incorporación de jóvenes a la guerrilla en los 70». No sólo su incorporación sino las muertes provocadas por aquellos que seguían los panfletos de estos profetas del odio y el resentimiento.
Y prosiguió Galeano con su crítica:
«En todo el mundo, experiencias de partidos políticos de izquierda en el poder a veces fueron correctas, a veces no, y en muchas ocasiones fueron demolidas porque estaban correctas, lo que dio margen a golpes de estado, dictaduras militares y periodos prolongados de terror, con sacrificios y crímenes horrorosos cometidos en nombre de la paz social y del progreso».
Galeano o cualquier otro izquierdista es incapaz de citar una sola experiencia correcta de los partidos políticos de izquierda, porque nunca los hubo, lo único que falta es que se refiera al Chile de Allende. ¡Claro! Galeano es de los que prefieren la dictadura del proletariado que dejó como saldo más de 100 millones de muertos en el mundo.
Cuando Eduardo Galeano fue cuestionado sobre el episodio de 2009, durante la Quinta Cumbre de las Américas, cuando el descerebrado de Hugo Chávez, le regaló un ejemplar de su libro a Barack Obama.
«Ni Obama ni Chávez entenderían el texto (…) Él (Chávez) se lo entregó a Obama con la mejor intención del mundo, pero le regaló a Obama un libro en un idioma que él no conoce. Entonces, fue un gesto generoso, pero un poco cruel». Eduardo Galeano
Debo confesar con seguridad, que Hugo Chávez no sabía cuál era el idioma que se habla en Estados Unidos, pero aun cuando el libro hubiese sido en inglés, Obama no lo hubiese entendido, hay tantas cosas que no entiende. Lo que no fue cruel, y que gracias al comandante Pajarito Chávez, el libro saltó de la posición 60.280 de la lista de la web Amazon.com al décimo en un sólo día, eso no fue cruel, los dólares para los zurdos jamás son crueles.
Eduardo Galeano con esta confesión es uno más de los llamados intelectuales, cuya prédica fue nefasta para millones de personas, recordemos a Raúl Prebish y su teoría estructuralista, antes de su mea culpa, o a Fernando Henrique Cardoso sobre la teoría de la dependencia (ambos se arrepintieron).
Las venas abiertas, es un libro superficial, psicologista, que apela a la emoción y no a la razón, muy sencillo (por otra parte es lo único que pueden entender los zurdos), tratando de explicar temas complejos, explicando que el subdesarrollo de Latinoamérica se debían a los otros países que eran malos y perversos, que nos explotaban. Pero la realidad se encargó de poner las cosas en su lugar, demostró que Galeano y los sostenedores de estas ideas estaban errados de cabo a rabo.
En 1996, Álvaro Vargas Llosa, Plinio Mendoza y Alberto Montaner calificaron a las venas como «La biblia del idiota», en la que dice Galeano:
Es América Latina la región de las venas abiertas, desde el descubrimiento hasta nuestros días todo se ha trasmutado siempre en capital europeo, o más tarde norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder.
Dicen los escritores que «El autor se imagina que la América Latina es un cuerpo inerte, desmayado entre el Atlántico y el Pacífico, cuyas vísceras y órganos vitales son sus sierras feraces y sus reservas mineras, mientras Europa (primero) y Estados Unidos (después) son unos vampiros que le chupan la sangre».
La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder (Galeano).
Lamentablemente, son muchos los idiotas iberoamericanos que comparten esta visión de suma-cero. Lo que unos tienen –suponen-, siempre se lo han quitado a otros. No importa que la experiencia demuestre que lo que a todos conviene no es tener un vecino pobre y desesperanzado, sino todo lo contrario, porque del volumen de las transacciones comerciales y de la armonía internacional van a depender no sólo de nuestra propia salud económica, sino de la de nuestro vecino.
Un ejemplo para refutar esta estupidez es el caso estadounidense, sus vecinos son Canadá y México. Canadá es un gran país en todo sentido, México es un país inestable, con graves problemas sociales, con fronteras conflictivas que le cuestan miles de millones de dólares a Estados Unidos, tráfico de drogas, de personas, con un crimen organizado que se mueve de un lado hacia el otro de la frontera.
Si el maléfico plan de los Estados Unidos es mantener al vecino pobre ¿Cuál es el negocio? Y para que aliarse junto a Canadá en el Tratado de Libre Comercio. Un acuerdo más allá de lo que digan los idiotas iberoamericanos en general, y en especial los mexicanos, en términos globales fue beneficioso para México.
En 1945, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos era la Nación más poderosa de la tierra, en ese año de cada dólar que se exportaba en el mundo, cincuenta centavos eran estadounidenses, para 1995, de cada dólar que se exporta sólo veinte centavos son norteamericanos, y eso no significa como creen los idiotas que hay algún vampiro gigantesco que está chupándole la sangre a Estados Unidos, pero contrariamente a la consecuencia de esa lógica estúpida, Estados Unidos sigue siendo próspera y hubo una expansión de la producción y del comercio mundial que ha beneficiado a todos y redujo la importancia relativa de Estados Unidos, pese a que sostenga lo contrario el ignorante Papa Francisco.
La región (América Latina) sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y las carnes, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos, que ganan comiéndolos mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. (Galeano).
Otra bolufrase (frase boluda) de Galeano, la reproducida arriba. Pero vayamos concretamente al caso de que América Latina haga realidad los deseos de este profeta (que no sabía de economía ni de política, al momento de escribir esta Biblia), que se deje de exportar petróleo de México (su primer ingreso de divisas), lo mismo Venezuela, que no exporten carne, trigo, soja los argentinos, también Uruguay, que Chile no haga lo mismo con su cobre y productos no tradicionales, Bolivia su estaño, su gas y su coca (cocaína), Brasil y Colombia su café, con la producción bananera Ecuador y Honduras.
¿Qué le pasaría al resto del mundo? Aunque no lo crea, nada o casi nada, hace diez años América Latina sólo exportaba el 8 % de las transacciones comerciales internacionales, doble hoy el porcentaje, para ser generoso. ¿Qué pasaría en América Latina? Simple, millones de desocupados, no sería posible la importación, agravado con la falta de medicinas, repuestos esenciales para maquinarias, etc.
«Hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización. Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios». (Galeano).
De acuerdo a Galeano, las transacciones económicas no deberían estar sujetas al libre juego de la oferta y la demanda, sino de acuerdo a una asignación de valores justos a los bienes y servicios. ¡Claro! Seguramente su modelo debe ser el de la Union Soviética, cuando el Comité Estatal de Precios de Moscú, integrado por burócratas diplomados en altos centros universitarios, que tenían como tarea asignar anualmente unos quince millones de precios decidiendo, con total precisión, el valor de una cebolla colocada en Vladivostok, de la antena de un Sputnik en el espacio, o de la junta del desagüe de un inodoro instalado en una aldea de los Urales, práctica que explica el desbarajuste en que culminó aquel experimento, como muy bien vaticinara Ludwig von Mises en un libro Socialismo, gloriosa e inútilmente publicado en 1926.
Es una lástima que nadie le haya aclarado al señor Galeano o a la idiotizada muchedumbre que sigue estos argumentos, que el mercado y sus precios regulados por la oferta y la demanda no son una trampa para desvalijar a nadie, sino un parco sistema de señales (el único que existe), concebido para que los procesos productivos puedan contar con una lógica íntima capaz de guiar racionalmente a quienes llevan a cabo la delicada tarea de estimar los costos, fijar los precios de venta, obtener beneficios, ahorrar, invertir, y perpetrar el ciclo productivo de manera cautelosa y trabajosamente ascendente.
¿No se da cuenta el idiota iberoamericano de que Rusia y el bloque del Este se fueron empobreciendo en la medida en que se empantanaban en el caos financiero provocado por las crecientes distorsiones de precios arbitrariamente dispuestos por burócratas justos, que con cada decisión iban confundiendo cada vez más al aparato productivo hasta el punto en que el costo real de las cosas y los servicios tenían pocas o ninguna relación con los precios que por ellos pagaban?
Pero volvamos al esquema de razonamiento primario de Galeano y aceptemos, para entendernos, que a los colombianos hay que pagarles un precio justo por su café, a los chilenos por su cobre, a los venezolanos por su petróleo y a los uruguayos por su lana de oveja.
¿No pedirían entonces los estadounidenses un precio justo por su penicilina o por sus aviones? ¿Cuál sería el precio justo de una perforadora capaz de extraer petróleo o de unos «chips» que han costado cientos de millones de dólares en investigación y desarrollo?
Y si después de llegar a un acuerdo planetario para que todas las mercancías tuviesen su precio justo, de pronto una epidemia terrible eliminara todo el café del planeta, con la excepción del que se cultiva en Colombia, y comenzara la pugna mundial para adquirirlo, ¿debería Colombia mantener el precio justo y racionar entre sus clientes la producción, sin beneficiarse de la coyuntura?
¿Qué hizo Cuba, en la década de los setenta, cuando realizaba el 80 % de sus transacciones con el Bloque del Este, a precios justos (es decir, fijados por el Comité de Ayuda Mutua Económica –CAME-), pero de pronto vio cómo el azúcar pasaba de los 10 a 65 centavos la libra? ¿Mantuvo sus exportaciones de dulce a precios justos o se benefició de la escasez cobrando lo que el mercado le permitía cobrar? No hace falta que me lo diga.
Es tan infantil, o tan idiota, pedir precios justos como quejarse de la libertad económica para producir y consumir. El mercado, con sus ganadores y perdedores –es importante que esto se entienda-, es la única justicia económica posible.
Todo lo demás, como dicen los argentinos, es verso. Pura cháchara de la izquierda ignorante. Dice Galeano que el «modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido determinados desde fuera». En esa palabra –determinados- ya hay toda una teoría conspirativa de la historia. A Eduardo Galeano no se le puede ocurrir que la integración de América Latina en la economía mundial no ha sido determinada por nadie, sino que ha ocurrido, como le ha ocurrido a Estados Unidos o a Canadá, por la naturaleza misma de las cosas y de la historia, sin que nadie –ni persona, ni país, ni grupo de naciones- se dedique a planearlas.
¿Qué nación o que personas le asignaron a Singapur, a partir de 1959, el papel de emporio económico asiático especializado en alta tecnología de bienes y servicios? O –por la otra punta- ¿qué taimado grupo de naciones condujo a Nigeria y Venezuela, dos países dotados de inmensos recursos naturales, a la desastrosa situación en la que hoy se encuentran?
Sin embargo, ¿qué mano extraña y bondadosa colocó a los argentinos de finales del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX, entre los más prósperos ciudadanos del planeta? Pero como a Eduardo Galeano le gustan los determinismos económicos (como a todo izquierdista, por aquello del determinismo del materialismo histórico), acerquémonos al propio Estado Unidos y preguntemos qué poder tremendo desplazó el centro de gravitación económico de la costa atlántica al Pacifico, y hoy lo traslada perceptiblemente hacia el sur. ¿Hay también una invisible mano que mueve los hilos del propio corazón del imperialismo?
La lluvia que irriga a los centros del poder imperialista ahoga los vastos suburbios del sistema. Del mismo modo, y simétricamente; el bienestar de nuestras clases dominantes –dominantes hacia dentro, dominadas desde fuera- es la maldición de nuestras multitudes condenadas a una vida de bestia de carga. Galeano
Galeano aun cree en la lucha de clases, algo tan arcaico que las Guerras mundiales se encargaron de desmentir, y a fusilar a algunos idiotas que la sostenían como Rosa Luxemburgo. Tomemos a Uruguay, el país del señor Eduardo Galeano, una de las naciones hispanoamericanas en que la riqueza está menos mal repartida.
Pero en Uruguay, claro, también hay ricos y pobres. Y pensemos, efectivamente, que el uruguayo rico que tiene mansión y yate en Punta del este, ha despojado a sus conciudadanos de la riqueza que ostenta, dado que son muy pocos los que pueden exhibir bienes de esa naturaleza.
Una vez hecho ese rencoroso cálculo, pasemos a otro escalón y veremos que sólo un porcentaje pequeño de uruguayos posee casa propia o –incluso- automóvil, de donde podemos deducir lo mismo: el bienestar de los propietarios de casas o el de los autohabientes descansa en la incomodidad de los que carecen de estos bienes.
Pero ¿hasta dónde puede llegar esta cadena de verdugos y víctimas? Hasta el infinito: hay uruguayos con aire acondicionado, lavadora y teléfono. ¿Les han robado a otros uruguayos más pobres esas comodidades propias de los grupos medios?
Los hay que de la modernidad sólo poseen la luz eléctrica, en contraste con algún vecino que se alumbra con kerosene, camino que nos conduciría a afirmar que el uruguayo que no tiene zapatos ha sido vampirizado por un vecino, casi tan pobre como él, pero que ha conseguido interponer una suela entre la planta del pie y las piedras de la calle.
¿Se ha puesto a pensar el señor Galeano a quien le roba él su relativa comodidad de intelectual bien situado, frecuente pasajero trasatlántico? Porque si ese nivel de vida muelle y agradable es más alto que el promedio del de sus compatriotas, su propia lógica debería llevarlo a pensar que está hurtándole a alguien lo que disfruta y no le pertenece, actitud impropia de un honrado revolucionario permanentemente insurgido contra los abusos de este crudelísimo mundo nuestro.
Mayo de 2014.