LA REVOLUCIÓN IRANÍ
El retorno de la barbarie
Ricardo Veisaga
El 1 de febrero de 1979, el ayatolá Ruhollah Mousavi Jomeini llegaba al aeropuerto de Mehrabad desde el exilio, llegaba para sumarse a las multitudes que exigían un cambio en la vida política, diez días más tarde declaró el establecimiento de la República Islámica de Irán bajo su dirección. Esta revolución fue la primera en inspirarse en la doctrina religiosa del Islam, en su versión chií, para crear un nuevo sistema político y social.
En principio estas protestas fueron lideradas por la izquierda islámica y los Tudeh, partido comunista de Irán, junto a los movimientos nacionalistas o democráticos. Pero las fuerzas dominantes que dieron la dirección definitiva tuvieron como base la ideología religiosa sin seguir ninguna doctrina de raíz europea. Fue la primera utilización política del Islám que marcó el camino para los países de su entorno y que aun llega hasta nuestros días.
La Revolución de 1979 produjo un cambio en la política de los países de mayoría musulmana que comenzaron a ver a la religión islámica una forma de organización política. Esto supuso una reestructuración de la identidad, valores, normas y patrones de pensamiento, en torno a la visión del mundo del líder de la revolución. La intención del Sha Mohammad Reza Pahlevi en occidentalizar a Irán, provocó enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas religiosas tradicionales.
Esta reacción tuvo su antecedente en los años sesenta cuando el emperador restó protagonismo y poder a las fuerzas religiosas en el país. El protagonismo de la religión en la lucha contra el régimen fue tardío, pero fue incorporada por la población como un símbolo más de las resistencias políticas, sociales y económicas.
La figura del ayatolá surgió como principal en la jerarquía eclesiástica dentro de las comunidades chiítas, un punto fundamental de diferenciación con los sunitas donde no existe tal jerarquía religiosa. Los ulemas o expertos en derecho coránico pueden convertirse en ayatolá (signo de Dios) si su vida es un ejemplo para la comunidad, como lo fue Jomeini para los iraníes.
Jomeini fue el eclesiástico que luchó contra las reformas pro occidentales del Sha, y en los sesenta debe dejar el país exiliándose en París, desde donde participa activamente para derrocar al régimen iraní. En 1978 los partidarios de Jomeini, especialmente jóvenes de clases popular, junto a grupos de izquierda, demócratas y nacionalistas impulsan movilizaciones, huelgas, que, a principios de 1979, serán multitudinarias.
En 1935, Irán surgió como un Estado unificador de los antiguos territorios del Imperio Persa. Tras la segunda Guerra Mundial se llevó a cabo un proceso de occidentalización impulsado por el Sha (emperador) Mohammad Reza Pahlevi, que subió al poder en 1953 a través de un golpe orquestado por Inglaterra y Estados Unidos conocido como «Operación Ajax». El Sha introdujo cambios significativos en Irán, se impulsó una reforma agraria, se llevó a cabo la industrialización y se asumió su papel como principal productor y exportador de petróleo de Oriente Medio, apoyado por las potencias occidentales.
Estos cambios, produjeron grandes movimientos migratorios del campo a las ciudades para trabajar y obtener mejores condiciones de vida. La sociedad se modernizó siguiendo el modelo europeo de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Las expectativas sociales se vieron frustradas por los grandes desequilibrios, la corrupción, las desigualdades sociales y económicas, sumado a esto la dura represión del régimen del Sha.
A principios de los años setenta comenzaron las protestas en contra de las políticas del gobierno iraní, la gran presión del fanatismo religioso y, en especial la falta de apoyo exterior, obligó a Reza Pahlevi y a su familia a abandonar Irán hacia el exilio en Estados Unidos.
El 16 de enero de 1979, luego de catorce meses de violentas protestas, y el país sumido en el caos, el Sha Pahlevi decide abandonar su país a bordo de un Boeing 727 pilotado por el mismo. Las calles de Teherán se vieron inundadas por las multitudes llenos de júbilo que no solo alcanzaba a los hombres, sino que las mujeres presas del delirio, bailaban enloquecidas perdiendo hasta el riguroso velo. La gente recortaba con tijeras la efigie del Sha Mohammad Reza Pahlevi, de los billetes de cien reales mientras los sacerdotes islámicos agradecían su marcha rezando en las mezquitas. En un escueto mensaje dirigido a la nación, el Sha dijo: «Me siento exhausto y necesito un descanso», al mismo tiempo, concedía un voto de confianza al gobierno de Shapur Baktiar, afirmando que confiaba en que «corrigiera los errores del pasado y consolidara el futuro».
Insistía en que su salida no era definitiva, tan sólo unas vacaciones. Pero la verdad era bien distinta, Reza Pahlevi padecía un severo cáncer linfático contra el que luchaba en secreto, y que acabaría con su vida tan sólo un año después ya en El Cairo (Egipto), sexto y último destino de un largo peregrinaje. Farah Diba, tercera esposa de Mohammad Reza Pahlevi, quien le acompañó en su traumático exilio, declararía a una revista, «Jomeini abrió la puerta del infierno».
En enero de este año se cumplieron 39 años de la revolución islámica en Irán, que puso fin al reinado del último Sha persa. La dinastía instaurada por su padre, Reza Jan. Reza Pahlevi (1877-1944) militar y antiguo ministro de guerra que en 1925 se había proclamado emperador, en 1941 cedió el trono a su hijo, presionado por sus filiaciones nazis, había llegado su fin esta vez definitivamente.
El Sha se había casado en tres ocasiones, su primer matrimonio lo contrajo con Fawzia de Egipto, sobrina del rey Faruk. Con ella tuvo una hija. Tres años después se casó con Soraya (la princesa de los ojos tristes), bella pero estéril, causa que provocó el divorcio siete años después. Su última esposa sería Farah Diba, se casó con ella en 1958, convirtiéndola en emperatriz, Shahbanu.
Tuvieron cuatro hijos. El exilio acabó con la familia Real Persa, dando lugar a la llamada «maldición». Sus tres hijos pequeños, las princesas Farah Naz, de 17 años, Leyla de 8 y el príncipe Alí Reza, de 12 años, se refugiaron en Texas durante los primeros días y acompañaron a sus progenitores en su peregrinaje hasta su destino final, Egipto, donde se instalaron algún tiempo.
La primera en perder la vida por una dosis de barbitúricos fue la princesa Leyla, el 10 de junio del 2001, en un hotel de París. El suicidio de Ali Reza Pahlevi a los 44 años, menor de los hijos varones del matrimonio ocurrió el 4 enero del pasado 2011, en Boston. Nunca pudieron superar su sentimiento de profundo desarraigo, la suerte política del presunto heredero de Ciro y Darío condenaron a un trágico destino a sus descendientes.
El ayatolá Jomeini regresó de su exilio en París en febrero de 1979, y fue recibido por gran parte de la población como símbolo de cambio para una nueva Iran, los rebeldes derrocaron al régimen y establecieron la República Islámica de Irán el 1 de abril de 1979. Las fuerzas de Jomeini en el consejo de la Revolución Islámica, junto al PRI (Partido de la Revolución Islámica) dieron inicio a una durísima represión contra sus anteriores aliados, que no encontraron un lugar en el nuevo Irán.
Al inicio de la década de los ochenta, Jomeini y sus seguidores controlaban la revolución y aplicaron la doctrina religiosa más tradicional para realizar cambios fundamentales en el país. El sistema jomeinista estaba inspirado en el Corán, ponía al Estado debajo de la mezquita, debajo del Consejo de Vigilancia compuesto por alfaquíes, que eran considerados sabios en las leyes del Corán, y el mismo Ayatolá Jomeini, como Líder Supremo.
Como sucedió en países de mayoría musulmana como Libia en 1972 con el golpe de Gadafi o el Pakistán de Zia ul-Haq en 1977, en la nueva República Islámica de Irán se introdujo la Sharia o ley divina, que establece una serie de normas religiosas vinculadas al culto pero que se extienden a todos los aspectos de la vida privada y pública. El régimen teocrático de Jomeini, lo impuso de manera rigurosa.
La vida familiar, el comercio, la alimentación o los vestidos eran observados por los «guardianes de la Revolución» que penalizaban con la cárcel o incluso la muerte. La Revolución iraní fue centro de atención de las potencias mundiales y de los países de la región, que veían a la revolución como el desarrollo del islam radical.
En la década siguiente se consolidaron los partidos fundamentalistas en Paquistán, Sudán, Turquía o Líbano que, sin ostentar el poder, ejercieron una fuente de presión en sus países. A partir de los noventa se agudizaron los conflictos derivados con el auge del fundamentalismo islámico en países como Afganistán o Argelia. La revolución fue decididamente antimonárquica, mientras el ejército se mantenía neutral y, el primer ministro, Zahedi, actuaba en la oscuridad, mientras un teólogo muy anciano, Jomeini, pone en marcha su república islámica.
La administración Carter, a la zaga desde 1978 tras su supuesto apoyo a Reza Pahlevi, le propina el beso de la muerte. El agradecimiento de Jomeini, se retribuye con el asalto y toma de la embajada estadounidense. Durante 444 días, el personal diplomático se convierte en rehenes de los revolucionarios, fue el inicio de una guerra fría que continúa hasta estos días, reavivada por Trump.
Desde su inicio, la República Islámica sufrió, como es lógico, varios cambios que se pueden dividir en cinco períodos. El primer período, va desde la creación de la República hasta el final de la guerra de ocho años con Irak. Esta guerra, causó grandes pérdidas de vidas y propiedades, que llevó a la búsqueda de la autosuficiencia, como resultado del aislamiento.
La república llevada por las circunstancias estableció la seguridad militar, fortaleció los lazos personales entre los oficiales superiores en el ejército y la Guardia Revolucionaria, y que ahora eso se ve reflejado en la cadena de nombramientos en los niveles más altos de las fuerzas de seguridad. Se suprimió los elementos de la oposición que no se identificaron con las políticas y prácticas dictadas por Jomeini.
Una vez alcanzado el poder, Jomeini, decidió atacar a sus socios revolucionarios que lo ayudaron a derrocar al Sha. Todos aquellos que se oponían al proceso post-revolucionario, fueron arrestados masivamente, sometidos a la expulsión o ejecución. Se canceló toda posibilidad de oposición en los asuntos internos y externos de Irán.
Después de finalizada la guerra, el régimen tuvo que superar la muerte del Líder Supremo Jomeini, en junio de 1989. El nombramiento de Ali Khamenei, que carecía de las credenciales religiosas del Líder, es una muestra de que el régimen debía sobrevivir. La decisión de despedir al ayatollah Hussein-Ali Montazeri, que tenía todas las credenciales religiosas, y considerado el heredero legítimo, es otro ejemplo de las decisiones necesarias para la supervivencia del régimen revolucionario.
Ali Khamenei, logró una exitosa transición y una conexión entre la Guardia Revolucionaria y él, que sería su base de poder. El llamado «periodo de rehabilitación» de Irán, fue la segunda fase, en la que la economía del país tuvo que absorber las consecuencias de la guerra con Irak. Con un sistema económico arruinado, que regresó a los niveles del PIB de veinticinco años antes de mediados de los sesenta.
Este período coincidió con los ocho años del mandato de Akbar Hashemi Rafsanjani como Presidente de Irán (1989-97). Se pude decir que la rehabilitación de Irán está asociada con las políticas que elaboró Rafsanjani, el responsable de ponerlas en práctica. Se transfirieron los proyectos de reconstrucción y economía a la Guardia Revolucionaria, transformando a la organización de seguridad en un complejo financiero y el principal concesionario en Irán. Rafsanjani demostró que las demandas prácticas debían trascender los mandatos revolucionarios, construyendo un Estado moderno sin renunciar a la ideología de Jomeini.
Pero una vez que Khamenei consolidó su poder y desarrolló lazos con la facción conservadora, Rafsanjani fue considerado un obstáculo. El tercer período se abre con la elección de Muhammad Jatami como presidente (1997-2005), que produce un momento de cambio en el equilibrio político del poder en la revolución iraní. El período de Jatami se llamó «el período liberal» para reflejar su apertura en la política exterior con Occidente. De alguna manera el pueblo iraní quería alejarse de una política exterior aislacionista, y su elección fue una muestra inconforme de una generación.
El llamado de Jatami por el «diálogo entre civilizaciones» reflejó este deseo y también como una respuesta a la teoría de Samuel Huntington del «Choque de Civilizaciones», más allá de que el diálogo de civilizaciones sea una simple metafísica. Carente de concreción, por la falta de poder real de Jatami para implementar sus políticas. Su gobierno cayó en el descredito, en tanto que, el establecimiento de seguridad, que se había convertido en un factor dominante en el proceso de toma de decisiones, ganó fuerza en plena coordinación con la Oficina del Líder Supremo.
A pesar de que Jatami haya sido considerado un reformista, se desataron protestas estudiantiles masivas durante su gobierno. Estas comenzaron después del cierre del periódico Salam (afiliado al ala reformista), y terminaron en una brutal represión, que aumentó el resentimiento popular hacia Jatami, que fue incapaz de enfrentarse al poder teocrático conservador.
En 2005, con la elección de Mahmoud Ahmadinejad a la presidencia, marcó el comienzo de una nueva etapa (2005-2013), fue un periodo desafortunado debido a sus políticas y declaraciones sobre asuntos nacionales y extranjeros. En el plano interno, sus intentos de subsidiar la economía aceleraron la inflación, y el fracaso de cumplir su promesa de llevar los ingresos del petróleo a la «mesa de alimentos» del pueblo iraní, le restó apoyo popular.
Agravado con su enfoque mesiánico, invocando la reaparición del Imán Oculto, fue visto como un desafío por clérigos de alto rango, incluyendo a aquellos que fueron sus partidarios al comienzo de su mandato. Sus declaraciones profundizaron la brecha entre Irán y Occidente y sirvieron como causa para las sanciones impuestas sobre su persona, que produjo la parálisis casi total de su economía.
Todos recordaran el llamamiento de Ahmadinejad a borrar del mapa a Israel, la negación del Holocausto y su asociación con el presidente venezolano Hugo Chávez, y a través del bloque bolivariano promoviendo la influencia iraní en iberoamérica. Su gobierno será recordado principalmente por las protestas sociales a gran escala que tuvieron lugar en Irán luego de la publicación de los resultados electorales en junio de 2009.
La sospecha de fraude y la represión a la protesta civil, causó una profunda crisis en la sociedad iraní y socavó los cimientos de la República Islámica. No es casualidad que los líderes del Movimiento Verde (Mir Hossein Mousavi y Mehdi Karoubi) aún estén bajo arresto domiciliario y sin ningún recurso para cambiar su situación, a pesar de las declaraciones de campaña de Rouhani.
La quinta etapa comenzó con la elección de Hassan Rouhani en el 2013. Es cierto que la elección de Rouhani respondió a la voluntad del pueblo, pero mayormente a los mecanismos del régimen teocrático. Por tanto, durante su mandato, Irán siguió expandiendo su influencia en el Medio Oriente, provocando la inestabilidad de los regímenes del Golfo Pérsico y desafiando a Israel. Se puede señalar que el segundo mandato de Rouhani se ha caracterizado por un cambio de dirección hacia la línea de los intransigentes y los Guardias Revolucionarios. Cambio realizado a expensas del bienestar económico de los ciudadanos y contrario a sus proclamas de una mayor libertad política y la liberación de los presos políticos.
Los esfuerzos de Irán por expandir su influencia en la región, no se vio afectada por el «efecto mariposa» de la «Primavera Árabe». Ya que está corrió a favor del fundamentalismo islámico. El gobierno de Carter mantuvo relaciones secretas con el ayatolá Jomeini. Eso lo muestran los documentos a los que pudo acceder la BBC en su momento, el gobierno de Carter evitó un golpe de Estado del Ejército iraní y allanó el camino para el regreso de Jomeini.
Este informe tira por tierra el mito de que Jomeini se resistió incondicionalmente a un trato directo con los Estados Unidos, algo que estuvo prohibido durante tres décadas, hasta las recientes negociaciones nucleares con el otro demócrata progre Barack Obama. Esos contactos comenzaron 16 años antes de la revolución, esta noticia despertó la molestia de los actuales líderes iraníes, luego de que Estados Unidos desclasificara telegramas diplomáticos confidenciales.
No era desconocido que Ruhollah Jomeini, había intercambiado mensajes con Estados Unidos a través de un intermediario durante su exilio en París.
Uno de los documentos de la CIA desclasificados.
En los documentos que pudo ver el servicio persa de la BBC, Jomeini escribió a dirigentes estadounidenses para asegurarse que Washington le asegure su retorno a Irán. El gobierno de Jimmy Carter, según la BBC, atendió la solicitud de Jomeini y evitó el golpe militar, el servicio persa de la emisora británica accedió al borrador de un mensaje que había preparado Washington en respuesta a Jomeini.
El mensaje, que nunca se envió, aprobaba la comunicación directa con el ayatolá. También se dio a conocer un análisis de la CIA de 1980, desclasificado hace tiempo pero que había pasado desapercibido. Clasificado como: «El Islam en Irán», el informe muestra que los primeros intentos de Jomeini de comunicarse con
Estados Unidos datan de 1963, 16 años antes de la revolución. El estudio de la CIA de 1980 dice:
«En noviembre de 1963, el ayatolá Jomeini envió un mensaje al Gobierno de Estados Unidos a través del profesor de la Universidad de Teherán, Haj Mirza Khalil Kamarei». En la misma Jomeini decía «que no estaba en contra de los intereses de Estados Unidos en Irán» y que «por el contrario, pensaba que la presencia de ese país era necesaria para contrarrestar la influencia soviética y, posiblemente, la británica».
El periodista Kambiz Fattahi, que diera la primicia, respondió que «Los documentos claramente demuestran que, en la sombra, Jomeini era menos heroico y más astuto». En su opinión, «Jomeini cortejaba de manera discreta con el Gobierno estadounidense, haciendo toda clase de promesas acerca del futuro de los intereses clave de Estados Unidos en Irán».
Según Fattahi, «los documentos tienen relevancia porque demuestran que el legado de Jomeini es complicado, ya que implica que el ayatolá cortejó a dos presidentes de Estados Unidos sin hacerlo público». «Los documentos ilustran el patrón de comportamiento que Jomeini adoptaba secretamente con el país que luego llamaría ‘El gran satán’ en momentos críticos de su lucha por una república islámica». El ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional durante la revolución iraní, Gary Sick, dijo: «los documentos son genuinos».
Estados Unidos quería conservar al ejército iraní como institución y asegurarse una transición ordenada que no desencadenara en guerra civil y baño de sangre, «La preocupación de las fuerzas de Jomeini era un golpe militar por parte del ejército iraní, situación que definitivamente había que evitar a toda costa. Por el lado de Estados Unidos, trataron de conservar la amenaza del golpe militar como una baza para negociar».
Stuart Eizenstat, ex director del Consejo de Política Nacional con la administración Carter, dijo que las conversaciones para que Estados Unidos abandonara al Sha «no son históricamente precisas». «Hicimos todo lo posible para que el Sha se mantuviera en el poder. No había ninguna sensación de que estuviéramos tratando de facilitarle la toma del poder al ayatolá».
Esa creencia, tiene como base la ingenuidad de Eizenstat, ya que creyó en lo que decía Yazdi, «Ebrahim Yazdi, el primer ministro de Asuntos Exteriores que tuvo el gobierno de Jomeini, hacía declaraciones públicas en nombre del ayatolá anunciando una democracia tolerante, nada de revolución islámica» y agrega: «Creo que Yazdi creía en eso».
El sucesor de Jomeini, el líder supremo ayatolá Ali Jamenei, dijo que el informe estaba basado en documentos «inventados». De igual manera se manifestarían los dirigentes iraníes, como el portavoz de Jomeini, Ebrahim Yazdi, y el reformista Saeed Hajjarian. Sin embargo, dos ex consejeros de la Casa Blanca durante la Administración Carter, en declaraciones al periódico The Guardian, no pusieron en duda la autenticidad de los documentos, pero negaron que Estados Unidos hubiese abandonado al Sha Reza Pahlevi.
Dando por el traste todas esas diatribas contra el «Gran Satán» (Estados Unidos), los mensajes de Jomeini a los altos cargos de Estados Unidos, enviados unas semanas antes de su regreso a Teherán, dicen lo contrario. En uno de ellos decía: «Es aconsejable que su Ejército no siga al primer ministro del Sha, Shapur Bajtiar. Se darán cuenta de que no tenemos ningún tipo de animosidad contra los estadounidenses».
En otro mensaje de Jomeini, en ese mismo mes, el ayatolá intentaba disipar el temor de que los intereses económicos estadounidenses se vieran afectados por un cambio en la cúpula de Irán: «No tiene que haber ningún temor con respecto al crudo. Es falso el rumor de que no vamos a vender a EE.UU». Los militares iraníes, bajo la influencia de Estados Unidos, pronto se rendirían.
El periódico The Guardian también se dirigió en su momento a Zbigniew Brzezinski, el ex consejero de seguridad nacional de Carter entre 1977 y 1981. Aunque rechazó una entrevista sobre el tema, dijo que «en esa época, la gente hacía muchos manejos», «No tengo ninguna información especial, en particular, sobre el ayatolá y su rol en esa época; probablemente, de alguna manera, haya habido algún grado de participación pero nada específico que pueda recordar».
Las relaciones con Estados Unidos, fueron muy tensas desde el principio, era obvio porque Washington se identificaba en gran medida con el régimen del Sha, hasta que los pocos lazos se rompieron completamente en noviembre de 1979, cuando un grupo de estudiantes atacó la embajada estadounidense y tomó como rehenes al personal. Pese a las declaraciones, las negociaciones directas entre Irán y Estados Unidos, no se terminaron, el actual presidente iraní, Hassan Rouhani, estuvo involucrado en negociaciones secretas por las que Estados Unidos se comprometió a enviar armas a Irán de manera encubierta para liberar rehenes.
Desde el Leviatán de Hobbes, aun escrito en el contexto de una guerra civil en aras de justificar racionalmente (legitimar) la obediencia al poder, se puede interpretar la articulación de sistemas estables de política internacional. La contribución de Hobbes fue la de consolidar el concepto de soberanía al margen de «sujeciones religiosas», aquilatando así las bases del modelo de «equilibrio de poder» que se impuso con la paz de Westfalia. Henry Kissinger, en su último libro sobre el actual orden mundial, se basa en ese orden impuesto en Westfalia, y que a su juicio hoy debiera de concretarse con un soporte de legitimidad de índole ético, consensuado internacionalmente.
Kissinger nos presenta un estado de la cuestión mundial, un panorama parcelado por regiones (Europa, Oriente Medio y Asia), examinado a la luz de la historia y, evaluado en función de su mayor o menor adaptación al patrón de un hipotético sistema westfaliano replanteado a escala global. Kissinger analiza las claves que hicieron posible que este modelo triunfase en Europa, en tanto su historia política refleja la tensión entre esos dos paradigmas de orden. El primero, ligado al impulso del poder imperial y universalista es el que, prevaleció desde el helenismo hasta la Guerra de los Treinta Años.
La labor unificadora y armónica de Roma no hizo sino ceder el testigo a la concepción moral de la cristiandad en figuras como Carlomagno o Carlos V, que pretendieron fusionar el orden político y el religioso, por supuesto bajo formas políticas imperiales. No obstante, la fractura protestante y las consecuentes guerras de religión se resolvieron finalmente con un cambio de mentalidad, apuntalado en la paz de Westfalia. Una vez afianzado el concepto de soberanía y asumido el ejercicio de la Razón de Estado, perfectamente ilustrado por Richelieu, se aceptó el principio de igualdad interestatal, independiente de ascendencias dinásticas o confesionales.
Westfalia abrió un ciclo diplomático «de equilibrio» más o menos estable hasta la Primera Guerra Mundial, aun golpeado por las secuelas de la Revolución francesa. Henry Kissinger examina el área del Oriente Medio acudiendo a la historia y acentuando, en primer lugar, la impronta del islam sobre el territorio. No siempre fue así, hubo que esperar al nacimiento de Mahoma (en un contexto de conflagración entre Bizancio y los sasánidas) para la emergencia de una teocracia que, tras unificar la península arábica, realizó una acelerada expansión hasta dominar la orilla sur del Mediterráneo, alcanzar los Pirineos y cubrir en su frontera oriental al actual Afganistán.
Henry Kissinger, centra más su atención en la evolución del califato otomano (1300-1923), en virtud de su simultaneidad con la configuración de la modernidad en Europa. No obstante, ya se trate del califato omeya, abasida u otomano o ya se hable de la rama mayoritaria suní o bien de la chií, el islam político nos pone ante una doctrina universalista, ajena al principio de igualdad de soberanías.
La perspectiva política musulmana disocia entre el reino de la paz (dar al-islam) y el de la guerra (dar al-harb), sosteniendo la necesidad de propagar la religión por todo el globo. Ello hace imposible tratar en condiciones de simetría a naciones regidas por leyes no sujetas a la sharia. Es necesario hacer notar que, existió un intervalo temporal en el siglo XX y, más en concreto, durante la Guerra Fría, que conoció la relativa acomodación de algunos países árabes a los parámetros westfalianos.
Un gran ejemplo de ello fueron las reformas seculares de Kemal Ataturk en Turquía a partir de 1923, y también que tras la Segunda Guerra Mundial, se instauraron regímenes militares en Egipto, Siria, Irak o Libia englobados bajo la etiqueta del «socialismo árabe» que eclipsaron la ascendencia religiosa de sus sociedades. Otro tanto ocurrió en el bando alienado con Estados Unidos (Marruecos, Jordania e Irán, hasta 1979), exceptuando el caso de Arabia Saudí.
Ello no impidió la producción de una doctrina teocrática, cultivado desde 1928 por los Hermanos Musulmanes. Su fundador, Hassan al-Banna, reflotó la idea del orden mundial islámico, recuperada después por el ideólogo y miembro de la Hermandad, Sayyid Qutb. El proyecto significaba el fin del equilibrio westfaliano, proponiendo el uso de la fuerza contra el modelo u el orden establecido, es decir, la legitimación de la violencia. Estas ideas quedaron al descubierto, décadas más tarde, en el contexto de las «primaveras árabes», cuando se constató que los movimientos democráticos venían encabezados por líderes afines al credo islamista.
Un reformismo religioso frente a un autoritarismo militar decadente, de corte secular, y que había fracasado en afianzar el bienestar económico. Una realidad agravada por la conflictiva cuestión palestina, la revolución islámica de Irán y la corriente suní wahabita en Arabia Saudita, fundamentalismo tolerado por la familia real Al-Saud, hasta la aparición de Al-Qaeda, mientras entablaba relaciones westfalianas con Occidente.
El actual mapa regional nos sitúa ante una suerte de Guerra Fría árabe en la que rivalizan dos extremos. Por un lado, un polo chií liderado por Irán y al que estarían adscritos, en la medida que se trate de regímenes estables, el Irak de Maliki (hoy, Al-Abadi), la Siria de Al-Assad, Líbano (Hezbolá) e incluso Gaza, pese a que la organización Hamas sea suní.
Y, por otro lado, la esfera de influencia suní, más o menos agrupada en torno a Arabia Saudita y que abarcaría a los Estados del Golfo, Jordania, Egipto y, hasta cierto punto, Turquía. Estamos frente a un plano político, con zonas sin gobierno o directamente pre-estatales, en la que se mueven libremente grupos violentos y donde el ISIS desplegó su presencia en Irak y Siria, hasta llegar al Líbano y a áreas próximas a Irán y Jordania.
Kissinger profundiza la relevancia del caso iraní, en el marco de las negociaciones sobre su programa nuclear, cuyo acuerdo se firmó en julio de 2015. Analiza en tono histórico a la Persia imperial, orgullosa, cultivada y dotada de una sólida clase burocrática, que habría modulado la evolución de un territorio acostumbrado a las presiones externas, desde tiempos de Alejandro hasta las invasiones mongolas. Esta perspectiva de largo alcance desprende una experiencia política que se asimila más a lo vivido en Europa.
Y, siguiendo la misma línea de argumentación, el islám que al cabo se introdujo en Irán no fue el del Imperio otomano (suní) sino el de un chiismo de connotaciones místicas, compatible con el espíritu independiente del pueblo persa. Lo que no significa simplificar la radicalidad de la revolución de Jomeini, es más, la ideología de los ayatolás guardaría relación con los ideales expansionistas de S. Qutb, cuyos escritos se levantan como fuente de autoridad.
Henry Kissinger cree con cierta ingenuidad (extraño en un realista político), que Irán se conducirá conforme a principios westfalianos, en detrimento de su ímpetu religioso, intuición que no contrapesa el balance desfavorable en torno a la inclinación de Oriente Medio hacia su ajuste a un orden global de este tipo.
Kissinger se muestra más confiado en la evolución de los países asiáticos, cuya diversidad obliga de inmediato a matizar todo signo de entusiasmo. Su optimismo se explica por la huella colonial en la región y la consecuente exportación por parte de Occidente de métodos científicos, tecnologías y, un cierto ideario humanista.
La historia reciente de India o Japón, los procesos de emancipación del siglo XX, o la interpretación de las colusiones asiáticas en clave de Guerra Fría (Vietnám, conflicto sino-soviético, etc.) le permiten una lectura acorde a la pauta westfaliana. No por ello se olvida de referirse a Asia como careciente de una identidad unitaria, no existe una religión compartida.
India es ejemplo del Estado que de forma más espontánea se haya acoplado a este principio, gracias a una espiritualidad distanciada de alardes mesiánicos, a su fragmentación estructural y a la ductilidad forjada por las reiteradas incursiones foráneas sufridas (musulmana, mongol, y británica). Los gobiernos de Nehru e Indira Gandhi reforzaron su autonomía política, como país no alineado, logrando cada vez mayor peso internacional, en clara consonancia con la lógica westfaliana.
La India, a pesar de las tensiones políticas internacionales, su vecindad con Paquistán, Bangladesh o la misma China, está modernizada en lo tecnológico, lo económico y democrático.
Si bien es cierto que Irán aprovechó la desintegración política que sufren otros estados, logra poder a través de las milicias chiítas que operan en su nombre, como Hezbollah en el Líbano como fuente de inspiración para Irán y resultó, con el tiempo, en la formación de una red de milicias combatientes, con el objetivo de promover los intereses iraníes en áreas focales.
Estas milicias no dejan de ser un problema real, las milicias chiitas de Irak enfrentan un futuro incierto ante la exigencia de deponer las armas, las milicias están munidas de bombas, cinturones de la muerte, morteros caseros, matrículas de todoterrenos, teléfonos móviles, drones y espadas, las mismas que el I.S utilizó para sus decapitaciones públicas, son solo algunas de las armas que las milicias chiitas Irak confiscaron al I.S.
Respondiendo a una «fatua» (llamamiento) que emitió el ayatolá iraquí Ali al Sistani, miles de chiitas de Irak se alistaron a las Fuerzas de Movilización Popular, llegando a reunir hasta cien mil combatientes y realizaron una yihad contra los yihadistas. Los aliados estadounidenses están preocupados por su permanencia y pide el retorno a sus casas, grupos de derechos humanos acusan a las milicias de cometer saqueos donde están estacionados.
El ayatolá Al Sistani, cree que los grupos paramilitares podrían formar parte de los cuerpos de seguridad estatales, y que las armas utilizadas en el conflicto, pasarían bajo el control de Estado. Las milicias están entrenadas y apoyadas por asesores militares de Turquía (para los suníes y turkmenos), Irán y Hezbollah, incluyendo prominentes miembros de la Fuerza Quds como Qasem Soleimani.
También tienen su propia inteligencia militar, sistemas administrativos y una especie de Equipo de Comunicación de Guerra para mejorar la moral que actualiza la información sobre el campo de batalla y realiza videos de propaganda, además de su propio tribunal. Hezbolá, «Partido de Dios», es una organización islámica musulmana chií libanesa, que cuenta con un brazo político y un brazo paramilitar.
Fundado en el Líbano en 1982 como respuesta a la intervención israelí de ese momento, fueron entrenados y organizados por un contingente de la Guardia Revolucionaria iraní. Hezbolá recibe armas y apoyo financiero de Irán y ha «funcionado con bendición de Siria» desde el final de la Guerra Civil Libanesa. Incluso, la forma en que Irán mostró su apoyo militar al presidente sirio Bashar al-Assad en contra de los rebeldes fue enviando milicianos de Hezbolá para combatir junto a los soldados sirios.
Su máximo líder es Hasan Nasrallah. Junto con el Movimiento Amal, es la principal expresión política y militar de la comunidad chií del Líbano, actualmente el grupo religioso más numeroso del país. La Unión Europea y Estados Unidos consideran oficialmente a Hezbolá como una organización terrorista, y países como Canadá, Australia, el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, Reino Unido, Países Bajos, Francia, Israel, Bahréin y Egipto.
Por el contrario, parte de los gobiernos del mundo árabe consideran a Hezbolá un movimiento de resistencia legítimo. Por estas influencias no sorprende la implementación de modelos similares después de marzo de 2003 en Irak y más tarde en Siria y Yemen. El régimen teocrático iraní, supo controlar su poder en la política interna, frente a sucesivas manifestaciones opositoras.
También consiguió la adhesión a la figura del líder Jomeini, a pesar de que otros países musulmanes no adoptaron las enseñanzas de Jomeini, pero no por ello dejó de tener influencia regional. Solo una oposición económica político-militar, podrá derrumbar al régimen teocrático, algo que se estaba logrando, antes del nefasto acuerdo de Obama, que le dio oxígeno a un régimen que estaba desfalleciente.
Esta trágica historia del fundamentalismo religioso iraní, tuvo consecuencias nefastas, no solo en la región o área de influencia iraní, sino en países de otros continentes, como la Argentina, donde se produjo el primer atentado terrorista islámico en el continente americano. Todo eso se podría haber evitado, si Jimmy Carter, hubiese actuado de acuerdo a una política realista y no con actitudes psicologistas, es decir, progres.
El mismo razonamiento empleado para instaurar la «Primavera árabe», ese es el lógico resultado de moralistas metidos en política. Por eso unos y otros cometen los mismos errores, los progres sustituyen la política por la moral o un psicologismo barato y los islámicos la política por la religión.
Henry Kissinger se equivoca al creer que el orden westfaliano puede ser reemplazado por un orden ético, o aquellos que ingenuamente piensan que basta el reconocimiento de los Estados soberanos, para alcanzar una paz perpetua. El mismo hecho de la existencia de un Estado exige necesariamente la existencia de otros estados. Si hipotéticamente existiera un solo Estado mundial (lo cual es un imposible y un absurdo) se acabaría la política, pero la película no es así, la Historia se desarrolla por la dialéctica de imperios, no por un imperativo ético.
La política es polemós, y no hace falta ser un experto para ver lo que sucede en nuestro presente. El presidente chino Xi Jinping se quiere eternizar en el poder, es decir, mientras esté lúcido en política, para garantizar la continuidad del ortograma del Imperio del Medio. Putin, dijo que podía burlar el escudo antimisiles, farol o verdad, qué más da, lo que muestra que los Imperios o Superestados no descansan nunca, el que lo hace pierde, así es la vida política a nivel imperial.
Y los Imperios o Superestados no avanzan con solo poner el piloto automático, el carácter y la conformación ideológica del gobernante incide en la eutaxia o distaxia del Estado, con Carter el futuro del imperio norteamericano estaba condenado.
8 de marzo de 2018.