SERIE ROJA – 8
LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE DE OCTUBRE
La revolución política o la violencia de la revolución metafísica
Ricardo Veisaga
Al amigo Rogelio Martínez Faz.
En 1917, con motivo de cumplirse cien años de la Revolución rusa o de la abdicación del penúltimo zar, se levantaron en Rusia numerosas voces que ponían en duda, no solo a la Revolución bolchevique de Octubre, sino que además sostenían que la verdadera revolución se había dado diez años antes de la caída del zarismo. Este debate era impensable en tiempos de la dictadura bolchevique y en el imperio ruso actual de Putin, post invasión a Ucrania. Lo cierto es que en 1917 el Kremlin pasó por alto el centenario de la Revolución Rusa. Según algunos funcionarios del kremlin de ese entonces, historiadores y analistas políticos, sostuvieron que la razón de ese silencio oficial fue porque Vladimir Putin detesta la idea de revolución.
No faltaron algunos como Mikhail Shvydkoy, entonces representante especial de asuntos culturales de Vladimir Putin, que sostenía que la revolución «fue la sentencia de muerte de la Gran Rusia, fue el “Brexit”, cuando detuvimos nuestro desarrollo en Europa». 1917 lo que hace es ensuciar la versión que el Kremlin que tiene de la historia rusa en su marcha larga y unificada hacia la grandeza, la cual debe inspirar un sentimiento de orgullo nacional. Por eso Shvydkoy afirmaba que Vladimir Putin se esforzaba por unir al país y «cualquier festividad que celebre el Estado solo profundizaría estas divisiones».
El gobierno ruso sabía que la población estaba muy dividida por las consecuencias de aquel fatídico 1917 y se buscaba evitar las disputas domésticas. En realidad, en 1917 hubo dos revoluciones. En la Revolución de Febrero (que ahora cae en marzo, ya que el calendario es distinto) fue depuesto el zar Nicolás II y fue sustituido por un gobierno provisional que introdujo reformas liberales como el sufragio universal. Esta revolución también es cuestionada como veremos más adelante.
Ocho meses después, en lo que los soviéticos llamaron la Gran Revolución Socialista de Octubre, Vladimir Lenin y su facción bolchevique llevaron a cabo un golpe de Estado que dio lugar al primer Estado comunista del mundo. En su momento el jefe de Estado ruso Vladimir Putin, en un foro público criticó a Lenin, afirmando: «No necesitábamos la revolución mundial». «Conocemos bien las consecuencias que pueden tener estas convulsiones históricas», afirmó en diciembre durante su discurso del Estado de la federación. «Desafortunadamente, en el siglo XX nuestro país sufrió muchas de estas convulsiones y sus consecuencias».
Las críticas de Putin a la Revolución bolchevique, que se agudizaron en plena invasión a Ucrania, contrastan con los elogios que usualmente le rinde a la historia rusa. Putin relegó la celebración del centenario al mundo académico y designó un comité especial para organizar seminarios y otros eventos. Según muchos analistas, uno de los mayores problemas es que no había figuras heroicas en la revolución.
Por un lado, el zar Nicolás II al ser depuesto demostró que era débil y falto de carácter. Alexandr Kerenski, la figura central del Gobierno Provisional, demostró ser poco práctico y efectivo. En cuanto a Lenin, este fomentó un derramamiento de sangre y destruyó la Iglesia ortodoxa rusa, que en la Rusia actual es un pilar de apoyo para Vladimir Putin.
«Vladimir Putin no puede compararse con Nicolás II ni con Lenin ni Kerenski, porque no se puede estar orgulloso de esa historia rusa», dijo Mikhail Zygar, periodista ruso y autor del libro All the Kremlin’s Men, el cual detalla el funcionamiento de los altos niveles del gobierno de Vladimir Putin. «Nada se puede usar como herramienta propagandística en lo que se refiere a 1917».
El Metropolita Hilarión, representante de la Iglesia ortodoxa rusa fuera de ese país, arremetió contra los que habían destruido el Estado zarista en lugar de buscar un punto medio. En cuanto a los liberales, ellos dicen que un gobierno represor que ignora una vasta desigualdad económica y limita los derechos humanos más básicos debería estar preocupado de que la historia se repita.
Según el historiador ruso Nikita Sokolov. «Las autoridades no pueden celebrar el 1917», «Lo que sea que haya pasado, el impulso de la revolución fue la justicia social. Un país con una desigualdad de ese tamaño no puede festejarlo. Además, las autoridades creen que toda revolución es una revolución de colores». Porque según el discurso del Kremlin, Rusia estaba siendo asediada desde hace mucho tiempo por agresores extranjeros y Occidente que tratan de implantar gobiernos amigables patrocinando agitaciones «de colores» como en Georgia (rosa) y Ucrania (naranja).
En tanto, el Partido Comunista, cada vez más inexistente, convertido en un eslabón cada vez más débil de la oposición para el cual el establecimiento de la Unión Soviética fue un logro incomparable, se limitó a celebrar pobres desfiles en Moscú y otros lugares, el 7 de noviembre, el día de la fiesta nacional en épocas soviéticas.
Mas allá de lo que digan los ejecutores de la dictadura del proletariado, o sobre el proletariado, como dijo Zygar, «Casualmente, casi todos los rusos más famosos del mundo vivieron en ese momento», quien primero tuvo la idea de escribir una historia de esa época titulada: El Imperio debe morir, pero después se le ocurrió el sitio web para poder llegar a un público más amplio. Para Zygar fue la época grandiosa de la literatura, el ballet, la pintura, la música y el cine ruso: gente como Serguéi Diáguilev, Ígor Stravinski, Serguéi Eisenstein, Vladímir Mayakovski y Kazimir Malévich.
Existen muchos historiadores y personas comunes que opinan que Rusia ve a 1917 con cierta ambivalencia. Aunque muchos sienten que destrozó el país, sus símbolos siguen siendo parte de la vida diaria. En la ciudad de Ekaterimburgo, por ejemplo, existe una iglesia dedicada al zar y a su familia, como un monumento al comandante bolchevique que se cree que ordenó la ejecución de la familia real, destacó el historiador Leónidas Reshetnikov.
Según Reshetnikov: «Vivimos una esquizofrenia histórica, con estos monumentos a Lenin, a todos ellos», y criticó a los que protestan en las calles como revolucionarios en potencia. «¿Cómo le explicamos a los jóvenes que no deben ser revolucionarios, que deben ser ciudadanos leales? Les decimos sí, peleen por Rusia, quiéranla, pero bajo ninguna circunstancia confabulen para deponer, protestar, asesinar».
La cuestión parece estar destinada a la pregunta que se hacen cien años después de la abdicación del penúltimo zar: «¿Cuál Revolución?». Catherine Evtuhov, de la Universidad de Columbia, explicó cómo diversos sucesos ocurridos diez años antes habrían constituido la verdadera revolución para la sociedad rusa. «No hubo Revolución Rusa en 1917. La abdicación de Nicolás II resultó en una implosión del poder estatal».
Según Evtuhov, se produjeron una serie de revoluciones ocurridas entre 1904 y 1907 -como la revolución liberal, huelgas generales y levantamientos agrarios- que se superpusieron de tal manera que dieron lugar a momentos claves en la historia de Rusia como la creación del Manifiesto de Octubre, que otorgaba libertades civiles como la libertad de conciencia, la libertad de expresión, el sufragio y el derecho de reunión, entre otros; la promulgación de la primera constitución de Rusia, conocida como las Leyes Fundamentales, el 23 de abril de 1906; y, por último, el golpe de estado liderado por Piotr Stolypin, Ministro del Interior del Zar Nicolás II, el 3 de junio de 1907, quien llevó a cabo la reforma agraria.
Catherine Evtuhov, detalló los cambios que se produjeron en la capa conjuntiva y en la capa basal del Estado, esto es innegable. La académica sostiene que la Revolución Rusa de 1917 que resonó en todo el mundo, dándole profunda forma al siglo XX, fue diferente y sucedió diez años antes, y que dice mucho más sobre la política y la sociedad rusa y está vinculada a desarrollos globales más profundas.
Si bien es cierto que la Revolución bolchevique de Octubre estableció un nuevo sistema político, la autocracia permaneció en el poder. La solución al problema agrario no fue el adecuado, ya que la reforma se llevó a cabo desde arriba. En el ámbito económico se dio paso a una cierta prosperidad económica, con crecimiento de las exportaciones y de la empresa privada. Y señala Evtuhov: «Además, se produce una transformación interna de la sociedad, un cambio cultural muy fuerte».
La constante y la tendencia hacia la autocracia, es un sello característico de la cultura Oriental, léase Putin, Xi Jinping, y la inexistencia de lo que llamamos en la filosofía política del materialismo filosófico, la rama conjuntiva ascendente. Es el cambio cultural lo que la historiadora considera de gran trascendencia, asegurando que, si bien se habla de la revolución de 1905 como una «revolución fallida» o un «ensayo general», es mucho más importante que la de 1917.
Entonces, ¿hubo una revolución en 1917? Para Catherine Evtuhov, la revolución de 1917 es más importante para el mundo que para la propia Rusia y es más bien un colapso del régimen zarista y la encarnación de la ideología marxista-leninista-rusa en los mecanismos del nuevo estado y la construcción de una nueva sociedad para ser habitada por un hombre nuevo. Pero no hubo revolución en el sentido de una respuesta racionalmente inteligible, capaz de solucionar los problemas sociales, como sí ocurrió en 1904.
«No hubo Revolución Rusa en 1917. La abdicación de Nicolás II resultó en una implosión del poder estatal, desencadenada por los disturbios callejeros y el consejo del mando militar. Considerando que la Revolución de 1904 a 1907 sigue la pauta de una revolución social real –con demandas de campesinos, trabajadores, soldados, clases medias, intelectuales, convergiendo en un llamado a la caída de la autocracia y forjando vínculos con los programas de partidos políticos específicos- las “Revoluciones” de 1917 pueden verse mejor como un descenso al caos y el desorden. El resultado fue una violencia masiva y sin dirección en los frentes occidental y meridional, en las ciudades y en el campo», concluyó Evtuhov.
Estamos de acuerdo en casi todo, pero, no en todo, por lo que expondremos luego sobre la Revolución a secas. Pero para adentrarnos más en el quid de la cuestión, vamos a empezar con la definición, con lo que se entiende por «Revolución». Recurrir al diccionario, más de las veces no ayuda mucho, de cualquier manera, veamos que dice el diccionario de la Real Academia Española:
Revolución. Del lat. tardío revolutio, -ōnis.
1. f. Acción y efecto de revolver o revolverse.
2. f. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.
Sin.: | revoluca. |
3. f. Levantamiento o sublevación popular.
4. f. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
Sin.: cambio, modificación, transformación, progreso, innovación, renovación.
5. f. Astron. Movimiento de un astro a lo largo de una órbita completa.
6. f. Geom. Rotación de una figura alrededor de un eje, que configura un sólido o una superficie.
Sin.: rotación, giro, vuelta.
7. f. Mec. Giro o vuelta que da una pieza sobre su eje.
Estas definiciones no son suficientes, ya que lo importante para nosotros es el concepto político de Revolución. Los conceptos, a diferencia de las ideas, son nociones ligadas a las ciencias, vinculadas a las categorías. Son partes del mundo, definidos en el ámbito de las ciencias, las técnicas, las tecnologías. Las ideas, la filosofía, surge cuando estos conceptos invaden o pretenden recubrir el mayor campo posible, y es entonces que se producen conmensurabilidades.
Dentro de la historiografía vamos a encontrar el concepto de revolución en ámbitos ajenos al político. Revolución, en latín significa Revolutio, dar la vuelta, es decir, está vinculado a la circunferencia y a la esfera, como figuras geométricas y aparece en la obra de Nicolás Copérnico, titulado: «De revolutionibus orbium coelestium» (Sobre las revoluciones de los orbes celestes), publicado en 1543 y dedicado al papa Paulo III.
Es decir, que tiene un sentido inconmensurable al político, es su contrario, ya que Revolución significa «volver al sitio», al punto o lugar de partida, es una transformación idéntica más que un círculo dialéctico. Este tipo de revolución científica no es la que se da en el ámbito de la historia y de la política, y se podría decir que está más vinculado a la línea recta que a la circunferencia.
En la historia y en la política tiene otra estructura diferente, y en este sentido son conceptos equívocos, pero aun siendo conceptos similares no tienen relación, no son análogos. Y en la historia, el concepto «Revolución» es un concepto historiográfico que aparece en diferentes historias, ya sea política, tecnológica, en la ciencia. Por eso también podemos hablar de una revolución tecnológica, como la Revolución Industrial, en la historia aparecerán distintos procesos llamados revolucionarios, pero como contenidos de la historia.
Pero su inteligibilidad ya involucra una idea de Revolución, es decir, de una filosofía de la historia. Entonces tenemos dos tipos de revoluciones que se destacan en la historiografía y estas son la Revolución francesa y la Soviética, la francesa como una revolución burguesa y la otra como socialista. Lo curioso es que ambas revoluciones serán analizadas desde la óptica marxista sin que esto sea discutido por nadie, lo que traerá problemas al analizar otras revoluciones, por ejemplo, la revolución americana, que esencialmente es un proceso de independencia, que tiene otra estructura, pero no por ello deja de ser una Revolución.
En la Revolución francesa no solo se trata de una transformación política sino ontológico, en su intencionalidad. Es una transformación total, no parcial, no solo política. En el caso de la revolución americana hay un proceso de desconexión de una sociedad política determinada a otra. La Revolución francesa buscaba legislar la humanidad entera con sus Derechos humanos, la soviética también busca una transformación total, no solo enfocada a lo social, busca el Hombre nuevo y que involucra a la humanidad entera, tratando de desbordar el ámbito político de un Estado, legislando desde el punto de vista gnoseológico y ontológico.
Otras revoluciones como la china, la cubana, etc., no tienen carácter universal, son limitadas, restringidas. También hay revoluciones liberales en 1820, 1830 y en 1848, son transformaciones que sufren las monarquías absolutas pasando a monarquías constitucionales, que a su vez son procesos de unificación y de fragmentación, que ya implica los nacionalismos. Estas revoluciones serán vistas muchas veces como continuaciones o, en la línea de la Revolución francesa, ya sea por resistencia del Antiguo Régimen, se quiere decir, que la francesa implicaría las otras revoluciones, entre ellas la bolchevique.
La Revolución como un proceso histórico en la historiografía no tiene lugar para los enemigos, lo que hay son muertos, es decir, que el proceso está cerrado, y no se pueden abrir políticamente, otra cosa distinta es que se trate de utilizar la historia política para confrontar otras ideologías, usar los relatos para emprender ataques a los enemigos ideológicos, en todo caso, eso ya no es historia.
El concepto político de Revolución aparece formulado de manera formal en el filósofo Aristóteles, y es considerado como un mecanismo de transformación social con fines determinados. En la Política, en el Libro V. La teoría general de las revoluciones. Aristóteles entiende que la revolución es un proceso y habla de tres tipos, una que iría al principio de la Constitución, un cambio constitucional total, como podría ser de una forma de gobierno oligárquico a uno democrático.
Otro tipo sería el cambio de gobierno, por ejemplo, sosteniendo esa misma forma de gobierno lo que cambia son los términos gobernantes que son sustituidos por otros gobernantes, y los antiguos gobernantes pasan a ser gobernados. Y la otra, en la que una parte de la Constitución no desaparece, pero sí se transforma. Aristóteles dice en La teoría general de la revolución:
«Todas las partes del asunto que nos proponemos tratar aquí, están, si se puede decir así, casi agotados, como continuación de todo o que precede, vamos a estudiar de una parte y el número y la naturaleza de las causas que producen la revoluciones en los estados, los caracteres que revisten según las constituciones y las relaciones que más generalmente tienen los principios que se adoptan, de otra, indagaremos cuales son para los estados en general y para cada uno en particular los medios de conservación, y por último veremos cuales son los recursos especiales de cada uno».
Según vemos en el filósofo Aristóteles, cualquier cambio parecería ser un cambio revolucionario, y no creo que sea así, cambiar del PSOE al PP, o del peronismo al PRO, no son cambios revolucionarios, de acuerdo al segundo tipo y como lo cree Aristóteles. La política requiere una tecnología para su implementación, pero también una nematología. Para hacer una transformación política no solo es necesario lo tecnológico-jurídico sino también su justificación ideológica.
El gobernante necesita buscar una convergencia con el gobernado, los gobernados deben ser convencidos para que se sumen y apoyen la Revolución. Por tanto, es necesario un mito, un relato, que lo justifique. Y es en ese ámbito donde aparece la Revolución y opera como idea fuerza. Pero la idea fuerza del marxismo, en esta época contemporánea, tiene un sentido metafísico. Al decir en esta época y no antes, una vez dada la globalización económica y social, es en W. Hegel que la Revolución aparece como un concepto total ligada a la Revolución francesa. Para Hegel la Revolución era la realización de la razón.
Marx hacía referencia a la pacificación de las personas, pero hablaba de disolver el Estado, previa lucha de clases, la instauración de la dictadura del proletariado, al final, la Revolución bolchevique lo único que ha aportado a la Humanidad fue la violencia, ya no solo política, porque hay muchas especies de violencia, la moral, la psicológica, la religiosa, la sexual, etc., sino la pura violencia etológica aplicada al ámbito de la política, como la única manera posible de imponer su ideología a los gobernados.
Y no estamos juzgando el carácter violento en el que tales procesos se manifiestan, como dijo Antonio Gramsci, guerra de movimiento y guerra de posiciones, cuando hacía la distinción entre una revolución violenta, en el caso de la primera, y una revolución estratégica o hegemónica, en el caso de la segunda. Pero no estamos usando la violencia como un concepto vago y genérico, sino más bien como un componente orgánico en su concreta realización histórica, política.
Es curioso cómo ven en Hegel la Revolución como una religión secularizada, lo mismo sucede en otros intelectuales actuales, aunque ya no sea vista desde la lógica hegeliana-marxista, sino a través de la holización de todas las revoluciones, incluidas las liberales. Ya no son un despliegue de la razón que se encarna en las sociedades, eliminando toda otra institución que no estuvieran basadas en la Razón, sino que son transformaciones históricas concretas.
Dicen que la Revolución de Lenin se basaba en los Soviets y la electrificación, mejor se podría decir en la dictadura sobre el proletariado y los campos de concentración. La Revolución se convertirá en algo inevitable en la lógica marxista, pasará de algo deseable a inevitable, a través de las leyes de la dialéctica.
Pero aquí se puede notar algo de suma importancia, la revolución de ser un concepto político pasa a ser un concepto metafísico, lo inevitable. Pocas ideas tuvieron la fuerza y el arrastre ideológico y político en estos dos últimos siglos como la idea de Revolución. Si el siglo XIX puede ser considerado como el siglo de la Revolución francesa y el de su desdoblamiento dialéctico por la vía bonapartista, el siglo XX debería ser considerado como el siglo de la revolución bolchevique y el estadounidense.
En estos dos siglos la idea de Revolución ha cobrado tanta potencia, pese a que la Revolución ya no es una novedad histórica, tiene precedentes concretos, ni por el sociologismo o el psicologismo, ni por la violencia que tanto se le adjudica. En nuestro siglo XXI, todavía es una idea que se persigue a menudo y en estos mismos instantes se deben estar intentando gestar procesos revolucionarios, o los llamados procesos de liberación nacional, dejando de lado la fallida revolución bolivariana del siglo XXI.
Es decir, la Revolución como figura histórica concreta tiene apenas dos siglos de existencia. Además de la imposibilidad de la idea metafísica de Revolución, existe otra falacia sostenida por los marxistas y numerosos intelectuales que la siguen defendiendo. Y es la violencia como algo inherente a la Revolución. ¿Por qué? Porque la revolución es «el viejo topo» que se abre rápidamente debajo de la tierra: «¡Bien has hozado, viejo topo!» Marx.
«Viejo topo» es una expresión que Karl Marx tomó de la traducción estándar al alemán del Hamlet de Shakespeare; expresión que empleó W. Hegel en sus Lecciones sobre la historia de la filosofía, refiriéndose al progreso del Espíritu en la historia de la filosofía: «¡Bien has trabajado, inteligente topo!» (Hegel).
La revolución es como un enorme topo que socava el orden social al avanzar bajo tierra y emerger para imponer un cambio cualitativo y con ello, para mantener y avanzar en el poder, destruir lo que tenga que destruir y conservar lo que tenga que conservar de las instituciones del Estado conquistado.
La violencia para los marxistas es una de las cosas más importantes en toda Revolución, así lo decían los bolcheviques y lo dicen ahora algunos intelectuales llamados materialistas. Tras su primera ruptura con Plejánov a principios de 1900, Lenin llegó a la siguiente conclusión: «es necesario comportarse con todos “sin sentimentalismo”, hay que tener una piedra en lugar de corazón». Para ellos la violencia es muy importante no sólo en la historia de las revoluciones, sino en la historia en general. «La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva. Ella misma es una potencia económica» Marx.
Stalin, subrayó una frase, cuando leía una biografía del militar y político francés, Napoleón Bonaparte: «El corazón de un hombre de Estado está en su cerebro», de allí concluiría Stalin que todo revolucionario tiene que tener un corazón de piedra. En noviembre de 1875 Friedrich Engels le escribió a Piotr Lavrovich Lavrov: «En Alemania el falso sentimentalismo ha causado y causa todavía un daño inaudito, y el odio es –al menos por el momento– más necesario que el amor».
Para F. Engels, «la violencia desempeña también otro papel en la historia (además de agente del mal), un papel revolucionario; de que, según la expresión de Marx, es la comadrona de toda vieja sociedad que anda grávida de otra nueva; de que es el instrumento con el cual el movimiento social se impone y rompe las formas políticas enrigidecidas y muertas». En 1878, un periodista le preguntó a Karl Marx si «el asesinato y el derramamiento de sangre son imprescindibles para la consecución de sus principios», Marx respondió que:
«Ningún gran movimiento ha nacido sin derramamiento de sangre. Los Estados Unidos de Norteamérica alcanzaron su independencia con derramamiento de sangre, Napoleón conquistó Francia con acontecimientos sangrientos, y fue vencido del mismo modo. Italia, Inglaterra, Alemania y cualquier otro país ofrecen ejemplos similares. En lo que se refiere el crimen alevoso, ya se sabe que no es nada nuevo. Orsini ha intentado asesinar a Napoleón, pero los reyes han matado más gente que cualquier otra persona. Los jesuitas han matado, y lo mismo los puritanos bajo Cromwell. Y todo ello sucedió antes de que nadie oyera hablar de los socialistas».
Karl Marx decía en 1860: «Las tormentas levantan siempre basura, las épocas revolucionarias no huelen nunca a agua de rosas, y nadie puede librarse en ellas de verse salpicado de lodo; es natural. No hay escape», y Lenin «Donde se maneja el hacha, saltan astillas». De ahí que «la revolución es precisamente una revolución porque no se contenta con limosnas ni con pagos a plazos» Trotsky.
Decía Lenin, que la revolución es una tarea encargada a «una organización militar de agentes». Y «Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases». Y esa salida de la lucha de clases se llama «dictadura del proletariado», lo cual implica armar al proletariado, pues las armas garantizan tal dictadura.
No cabe el diálogo con las manos vacías, como dijo Stalin parafraseando a Napoleón: «¡Camaradas! ¿Creéis que podemos derrotar al zar con las manos vacías? ¡Nunca! Necesitamos tres cosas. Primero: ¡Pistolas! Segundo: ¡Pistolas! Y tercero: ¡Pistolas y más pistolas!». La destrucción del ejército es el objetivo revolucionario, pero lo primero que llevan a cabo las fuerzas revolucionarias es construir un nuevo ejército, acordes a los propósitos de la revolución. En el siglo XVII la Revolución Inglesa destruyó el poder estatal de la monarquía feudal al destruir a su ejército y fundar el ejército revolucionario de los puritanos y la dictadura de Cromwell.
Los defensores del derramamiento de sangre como conditio sine qua non, para una Revolución, recuerdan que a finales del siglo XVIII la Revolución Francesa desintegró el ejército real y organizó el ejército revolucionario. Y la Revolución Rusa de 1917 destruyó la organización estatal de los latifundios feudales y de la burguesía y a su vez se destruyó el ejército zarista y, tras la Revolución de Octubre, el 23 de febrero de 1918 se fundó el Ejército Rojo.
Lenin lo tenía muy claro: «La partida está ganada. Si hemos conseguido establecer orden en el ejército quiere decir que hemos podido imponerlo en todos los demás lugares. Y la revolución –en orden– será invencible».
Estos amantes de la sangre derramada, la ajena no la de ellos, obvio, sostienen gratuitamente que la revolución francesa desintegró el ejército real, lo que no es cierto, y lo mismo del ejército zarista. Si hubiese existido el ejército zarista (estaban en la Guerra) no hubiese caído Nicolás II y tampoco el Gobierno Provisional. Como tampoco Napoleón hizo tabula rasa con el pasado.
Charles Maurice de Talleyrand, uno de los diplomáticos más importantes y con mayor experiencia de Francia continuó brindando sus servicios con Napoleón. En sus 84 años de vida fue parte del Antiguo Régimen y luego apoyó a la Revolución francesa, se hizo amigo de Napoleón para luego traicionarle y apoyar la restauración. Según Xavier Roca-Ferrer en su libro, Talleyrand, lo califica de noble como Maquiavelo, sacerdote como Gondi, secularizado como Fouché, ingenioso como Voltaire y cojo como el diablo. De personalidad enigmática y fascinante, considera que «el diablo cojuelo» dirigió dos revoluciones, engañó a veinte reyes y fundó Europa.
A propósito, Napoleón nombró jefe de policía a Fouché que había sido del Antiguo Régimen, en la vida política no se trata de hacer de anarquistas y romper todo, por eso el anarquismo no es política sino la antipolítica. La violencia no es un componente accidental de la revolución política para los marxistas, sino que es esencial, pues a través de ella se sustenta las revoluciones marxistas.
Entendemos que la política en general, y una política revolucionaria en particular, no pueden regirse o plegarse a normas, dictados o «imperativos» éticos. Eso es obvio para alguien de la política, porque sabe que la política no está subordinada a la ética ni a la moral, primero política. Y no condenamos la violencia, en general, o la violencia humana en particular.
Por lo mismo desaprobamos el pacifismo, o las manifestaciones que se organizan en contra de la violencia, porque es un completo sinsentido políticamente, pero no vamos a hacer la apología de unos trasnochados y perdedores en la historia, o que salen a defender el derramamiento de sangre, los campos de concentración, el destierro, los gulags, las cortinas o muros.
Estos intelectuales se enojan y salen a condenar cuando alguien habla de los cien millones de muertos, y absurdamente, con aires intelectuales, salen a pedir los certificados de defunción de cada uno. No se trata de eso, sino de una ideología tan inútil que ya estaba condenada desde su génesis, eso lo entendimos muchos, y el tiempo nos dio la razón, empíricamente, porque puesto a competir en la realidad concreta y no en supuestos metafísicos, demostró su inutilidad frente al capitalismo, al punto que hoy Rusia y China son capitalistas.
León Trotsky consideraba que en la política revolucionaria la insurrección tenía que desencadenarse necesariamente (científicamente), y esta era el resultado de una larga preparación. «Lo que la revolución en su conjunto es respecto de la evolución, la insurrección armada lo es en relación a la revolución misma: el punto crítico en que la cantidad acumulada se convierte por explosión en calidad. Pero la insurrección misma no es un acto homogéneo e indivisible: hay en ella puntos críticos, crisis e impulsos internos».
Es cierto, como lo notó Karl Marx, los tres grandes principios de la Gran Revolución (libertad, igualdad y fraternidad) se transformaron con el corzo en artillería, infantería y caballería, para exportar la revolución fuera de las fronteras francesas. En nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad el Terror pudo realizarse mediante la tiranía, la desigualdad y el fratricidio, y así los revolucionarios franceses definían el Terror como «justicia rápida, severa, inflexible».
Pero la violencia está por demás de justificado, es decir para los marxistas, cuando se trata de la Revolución, equiparando revolución a violencia, por tanto, el uso de la violencia sobre los demás no sería otra que el trabajo sucio, necesario y justificado, para lograr la revolución. «La política es un negocio sucio. Todos hicimos trabajos sucios para la Revolución» dijo Stalin. «Si está justificado que haya víctimas –y no sabemos quién habría que obtener el permiso-, nunca lo estará tanto como cuando las víctimas sirvan para imprimir un avance a la humanidad», León Trotsky.
«No se puede dar respiro al enemigo. Las revoluciones exigen, más que ninguna otra cosa, remate y coronación». En esto Trotsky tiene autoridad para decirlo, él bebió de su propia medicina en México. Lenin le dijo a Molotov que Maquiavelo «decía acertadamente que, si es necesario recurrir a ciertas brutalidades con la finalidad de conseguir un objetivo político determinado, deben ejecutarse de la forma más enérgica y en el plazo más breve posible porque las masas no tolerarán la aplicación prolongada de la brutalidad».
No dijo cualquier fin, eso es falso, estos tipos hacen hablar a los muertos para justificar la ineficacia de su ideología. En 1917 la Revolución de Octubre fue posible a través de la insurrección armada, pero todas las insurrecciones armadas para implantar un régimen comunista llevadas a cabo durante los años veinte y treinta fracasaron. La de Octubre de 1917, fue seguida por una guerra civil de dos años. En los años cuarenta, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, la estrategia de los partidos comunistas consistía en las guerras de liberación nacional, y en Europa del Este, fueron impuestos por la fuerza del Ejército Rojo.
Ergo, según los marxistas no se puede hablar de una revolución pacífica, ya que eso sería una contradictio in terminis, un círculo cuadrado, sino de una revolución violenta (que vendría a ser un pleonasmo). Lenin citando a Robespierre, dijo que sería una «revolución sin revolución». La revolución (en general) no está dirigida contra el orden en general, sino contra un orden establecido en particular, contra un estado de cosas determinado, y por ello consiste en una tarea práctica que trata de eliminar las contradicciones.
El marxismo es perro muerto y fue eliminado como contradicción. Karl Marx sostenía que la revolución sucede cuando entran en contradicción las fuerzas y las relaciones de producción, y la resolución de este conflicto estalla en forma de revolución no ya de modo accidental sino de modo necesario. La revolución es una necesidad histórica, y en lo que respecta a la revolución proletaria, sería una especie de imperativo categórico. Los factores objetivos que derivan en una gran crisis indicaban que el capitalismo ya había cumplido su misión histórica y era turno de la revolución socialista y del consecuente comunismo final.
Lo irónico es que luego de 74 años de existencia, la revolución necesariamente no trajo el fin del capitalismo, sino que fue más bien el final del comunismo, de un imperio, que, en su lucha con otro imperio, el imperio capitalista y sus aliados, fue derrotado en el campo de la Guerra Fría. Las profecías de Marx valen lo que valen las profecías de los Testigos de Jehová, respecto del fin del mundo.
«La revolución no es otra cosa que la lucha por el Poder; una lucha política que las clases sostienen no con las manos vacías, sino por medio de “instituciones políticas concretas”» León Trotsky, dixit. Por eso a Karl Marx la revolución proletaria no se le presentó como un ideal puesto en un futuro más o menos lejano o cercano sino como una necesidad histórica, lo que vendría a dar de sí el desarrollo de las fuerzas de producción en la historia.
En el libro La sagrada familia, Marx junto a Engels, afirmaba que el proletariado, en cuanto tal, trabaja por su propia extinción, y por ello es el partido de la destrucción frente a la burguesía propietaria que venía a ser el partido conservador. Pero el proletariado destruye el Estado burgués para construir el Estado proletario que, dictadura del proletariado mediante, de a poco se iría extinguiendo.
Lo cierto es que una vez instaurada la patria del socialismo real, una vez en el poder construyeron el Estado para defenderse del «cerco capitalista». Y por lo visto no solo el proletariado trabajaba para su extinción, también lo hacia el socialismo. Las revoluciones son como el dios Saturno, pues devoran a sus propios hijos (expresión usada por primera vez, por el diputado girondino Pierre Victurnien Vergniaud en 1793).
«Cosa singular: en las tres grandes revoluciones burguesas son los campesinos los que suministran las tropas de combate, y ellos también, precisamente, la clase, que, después de alcanzar el triunfo, sale arruinada infaliblemente por las consecuencias económicas de este triunfo».
Engels se refiere a las revoluciones de Inglaterra (1644), Francia (1789-1793) y Alemania (1848-1849). En la Revolución Francesa, la burguesía francesa no pudo consolidar su poder como lo hizo la aristocracia en la Edad Media y sólo durante tres años, los años de la Segunda República (1848-1851), gobernó toda la burguesía.
«Hasta ahora, una dominación de la burguesía mantenida durante largos años sólo ha sido posible en países como Norteamérica, que nunca conocieron el feudalismo y donde la sociedad se ha construido desde el primer momento sobre una base burguesa. Pero hasta en Francia y en Norteamérica llaman ya a la puerta con recios golpes los sucesores de la burguesía: los obreros», escribe en 1892, Hegel.
Engels al ser entrevistado en 1878, dijo que «Las revoluciones no las hace un partido, sino la nación entera». Pero lo cierto es que no es un acto de todo el pueblo sino, de una parte, más allá de que sus resultados puedan afectar al conjunto de la sociedad y su territorio. Dejando de lado la demagogia veamos lo que sucedió la noche del 16 (29) de octubre de 1917, en una reunión del comité central del partido bolchevique en la parte norte de Petrogrado, en la que Lenin afirmaba:
«Es imposible guiarse por el estado de ánimo de las masas. Porque es variable y no se puede cambiar con precisión; debemos guiarnos por una valoración y un análisis objetivo de la revolución». Esta es imposible sin conciencia revolucionaria, sin perjuicio de que las condiciones para que se ponga en marcha un proceso revolucionario estén «por encima de la voluntad» de las clases sociales y los partidos políticos.
La revolución la planifica la élite de intelectuales y no los obreros, y en esto estamos viendo la disputa de Lenin frente a Marx, sobre este punto. Lenin sustituyó la alianza con la burguesía por la alianza con el campesinado, lo cual era lo más apropiado en el contexto de Rusia. Marx llegó a decir que la tarea de la revolución socialista consistía en ser algo que debían hacer los propios obreros, cosa que vendría a corregir Lenin, ya que para Lenin sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario.
Para Lenin «la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas que han sido elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, por los intelectuales. Por su posición social, también los fundadores del socialismo científico contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa». Y la teoría revolucionaria sólo pueden llevarla a cabo las élites intelectuales, cuya condición social es irónicamente burguesa, ya que los burgueses tienen el tiempo para estudiar y meditar objetivamente sobre la revolución.
El Partido era muy importante ya que era el medio por el que la clase obrera se sirve para luchar contra la clase burguesa y sus aliados. Por tanto, también debía de ser organizado por el partido, si el proletariado era interpretado como unidad económica, el Partido era interpretado como una unidad política e ideológica. Pero el Partido jamás debía descender al nivel de los obreros, todo lo contrario, es la clase obrera la que debe ascender o es ascendida por el Partido a su nivel. Además, Lenin dijo que Marx y Engels eran intelectuales burgueses.
Pero más allá de las alabanzas a los obreros, era común ver a los intelectuales manejando las organizaciones, y en la se encontraban personas de origen noble como Plejánov o intelectuales judíos, como León Trotski o Mártov. La sustitución de la clase proletaria por el Partido en las tareas de la revolución fue ideada por Lenin e incorporada a la teoría y práctica del marxismo. La planificación y la acción del proletariado dependían de la intelectualidad de los jefes del Partido.
A ello se debe lo de Plejánov contra Lenin y León Trotski contra Stalin. La consigna «todo el poder a los soviets» se traducía como todo el poder a los soviets, a los soviets bolchevizados y bajo el control del Partido. Por ello muchos historiadores e intelectuales interpretaron la «dictadura del proletariado» como la «dictadura sobre el proletariado». La Rusia soviética, en l917 tuvo su 1848, pero la revolución allí no se hizo por el pueblo sino más bien contra él.
Así lo prueba la simple comparación de las ideas y los métodos de Plejánov y de Kerensky con las ideas y los métodos de Lenin, quien, como Kautsky, líder de la socialdemocracia alemana, decía «había sustituido la dictadura del proletariado por la dictadura del partido y, finalmente a esta por la dictadura del dirigente», es decir, del propio Lenin, todo ello apoyado en un estado policial, represivo y tiránico muy alejado de los ideales socialdemócratas de Lasalle, Gramsci, Bernstein, los fabianos o el austromarxismo de Otto Bauer, que trataban sinceramente de buscar una tercera vía entre la social democracia y el comunismo.
Mas allá de los delirios de Karl Marx sobre el proletariado, que, según él, al alcanzar conciencia de sí, de su fuerza revolucionaria, alcanzaba conciencia de la situación política, económica y social que traería la revolución superadora de la lucha de clases. Pero Lenin había aprendido la lección de la Comuna de París, que para él fue un levantamiento espontáneo, indisciplinado, heterogéneo y confuso, la revolución es otra cosa, tiene que ser premeditada, disciplinada, homogénea y con objetivos claros, y mucha, mucha sangre, agrego yo.
La Revolución bolchevique estuvo plagado de fantasías escatológicas, y el marxismo-leninismo no estaba librado de esas supercherías, estaba lleno de optimismo metafísico y progresismo histórico. La misma creencia en la revolución mundial y la creación del Hombre nuevo, era lisa y llanamente metafísica pura. Como la clase proletaria con su revolución que venía a ser la revolución de la supuesta clase universal, la revolución de la emancipación de la Humanidad, una visión escatológica de la historia que fue desmentida totalmente, por metafísica.
Decía Gustavo Bueno que, el Comunismo, en perspectiva histórica, antes y después de la Unión Soviética fue una poderosa idea fuerza de primer orden que polarizó, a favor o en contra, a las sociedades políticas de los dos últimos siglos. Hay que dejar en claro, que no es lo mismo el «comunismo libertario», bakuniano, de los anarquistas españoles de los años treinta, que el «comunismo marxista» estatalista, que buscaba la conquista del Estado por la clase obrera, ya fuera por la vía pacífica o ya fuera por la vía violenta, revolucionaria.
Como apuntó Bueno, el comunismo marxista fue el comunismo asociado al marxismo leninismo de la Unión Soviética, creada a raíz de la Revolución de Octubre de 1917; razón por la cual se organizó un nuevo orden, económico y político, calificado como dictadura del proletariado, con una economía de dirección central planificada, principalmente por los planes quinquenales de Stalin.
Un orden que, tras la victoria soviética frente a la Alemania nacional socialista, en la Segunda Guerra Mundial, comenzó a llamarse «república socialista democrática», vinculada a la Tercera Internacional.
Para nosotros, desde cierto materialismo político, y en referencia a su sentido estrictamente político:
La revolución es un gran movimiento que implica un cambio en las tres capas del Estado, en su capa conjuntiva, su capa basal y en su capa cortical, y en sus ramas estructurativas, operativas y determinativas de un Estado concreto. Ese cambio en las capas y ramas del poder de dicho Estado supone, una modificación de la ideológica vigente, ya que se empezará a pensar desde una nueva implantación. Ya que la tecnología trae aparejada una nematología.
Esta Revolución no tiene como conditio sine qua non el derramamiento de sangre, la aniquilación del enemigo como dicen ciertos intelectuales trasnochados, sino que tiene que ver con la modificación de las tres capas del Estado. De hecho, la caída del Zar Nicolás II, no el último, ya que había abdicado, fue hecho sin que corra la sangre, dando fin a la monarquía zarista. El responsable de este hecho político fue el Gobierno Provisional encabezado por Aleksandr Kerenski.
No fue protagonizado por los bolcheviques, error histórico, lo que realizaron los bolches fue dar un golpe de Estado, pero eso sí, luego de la Guerra Civil realizarían una verdadera Revolución política, pues, modificarían radicalmente su capa conjuntiva, pasando del poder de la monarquía zarista al poder del Partido implantando el comunismo, y con una sola capa conjuntiva, la descendente.
Los bolcheviques harían su revolución no directamente contra el zar sino contra el Gobierno Provisional de Kerenski. El zar sí fue ejecutado, junto a toda su familia y colaboradores por los bolcheviques, pero ese magnicidio no fue un acto de prudencia política, como dicen algunos imbéciles. Fue por odio, por rencor, por resentimiento «de clase». Tome cualquier izquierdista, rasque un poco y encontrara un resentido.
Su capa basal se modificó totalmente con la apropiación de los medios de producción a manos del Estado y a sus planes quinquenales. Al instaurar el comunismo cambió radicalmente su economía. Su capa cortical también sufrió grandes modificaciones, un hecho comprobable e innegable. Ahora Putin quiere recuperarlas.
Pero la patria del socialismo real, también caerá «sin derramar sangre», para desconsuelo de los intelectuales cripto marxistas, o tal vez crean, que no hubo ninguna Revolución al caer la Unión Soviética (¿por qué, porque no fue violenta?). El fin de la Unión Soviética significó también cambios en las tres capas y ramas del Estado. Es decir, que hubo una verdadera Revolución política.
Los nostálgicos del marxismo, disfrazados de otra cosa, justifican o ponen como condición necesaria la violencia, es decir, la violencia revolucionaria, para tratar de ocultar el verdadero motivo del uso de la violencia, no solo política sino simplemente una violencia puramente etológica, pura animalidad, para someter a los gobernados. En todos los lugares del mundo donde intentaron o lograron implantar el socialismo utilizaron los mismos métodos.
Pero no cabe esperar otra cosa de gente que tiene como motor de la historia la lucha de clases. La gente una vez que advierte de cómo va la mano con el comunismo, se rebela, no acepta esa maldita desgracia, pero los revolucionarios moverán sus tanques y levantarán muros o cortinas para evitar que la gente se escape.
A ellos no les importaba su situación económica miserable, es ahí donde nos remontamos al pasado para ver en 1981, al joven Lenin que seguía a Marx y a Chernishevsky con su máxima de «cuanto peor, mejor». Oponiéndose a la ayuda humanitaria para frenar la hambruna de aquel año, puesto que la hambruna forzaría a millones de campesinos pobres a sublevarse y unirse al proletariado.
Por lo tanto, mientras peor fuese la situación mejor sería para la revolución. Es decir, el «cuanto peor, mejor» se convirtió en el lema de la autenticidad revolucionaria, frente al gradualismo reformista, que trataba de llegar al socialismo por la vía pacífica no violenta o revolucionaria. Y también a Lenin con su Libertad, ¿libertad para qué? No había libertad para desobedecer, ese camino conducía a un solo sitio, y ya sabemos dónde.
10 de enero de 2024