Serie Roja—24
LA REUNIÓN EN BIELORRUSIA
EL FIN DE LA UNIÓN SOVIÉTICA (URSS)
Stanislav Shushkiévich, Belarus. Boris Yeltsin, Rusia y Leonid Kravchuk de Ucrania.
El presidente George Bush estaba al tanto de una próxima reunión entre Boris Yeltsin y Leonid Kravchuk. En una conversación telefónica antes del referéndum, Yeltsin le dijo a George Bush, que, si más del 70% de los ucranianos votaban por el sí en la consulta, Rusia iba a reconocer de inmediato la independencia para tener buenas relaciones con la república vecina.
George Bush le preguntó: «¿De inmediato, dices?». «Si, tenemos que hacerlo enseguida, de lo contrario vamos a parecer indecisos, sobre todo teniendo en cuenta que falta poco para que termine el año y emprendamos nuevas reformas. Gorbachov no está al corriente: sigue creyendo que Ucrania firmará el tratado de la Unión. Ahora mismo solo hay siete países dispuestos a firmar: cinco islámicos y dos eslavos (Bielorrusia y Rusia)», respondió Boris Yeltsin.
«No puede ser que los eslavos tengan dos votos, los de Rusia y Bielorrusia, frente a los cinco de los países islámicos», momentos después, agregó Boris Yeltsin: «Estoy discutiendo con un reducido círculo de consejeros sobre como salvar la Unión sin romper con Ucrania. Nuestras relaciones con Ucrania son más importantes que las que tenemos con las repúblicas centroasiáticas, a las que abastecemos de alimentos continuamente. Además, hay que tener en cuenta el fundamentalismo islámico», dijo Boris Yeltsin. Y para finalizar el presidente ruso, dijo: «Creo que el nuevo presidente ucraniano empezara negociando con Rusia y no con Gorbachov».
El 2 de diciembre, luego de saber el resultado del referéndum, Boris Yeltsin emitió un comunicado en el que reconocía la independencia de Ucrania. Polonia y Canadá ya lo habían hecho. El día 7, Boris Yeltsin llegó a Minsk la capital bielorrusa, viajó acompañado del segundo hombre más importante del gobierno Genadi Burbulis, el vicepresidente Yegor Gaidar, el ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Kozyrev, el consejero jurídico del presidente, Serguei Shakhrai.
El motivo de la visita era la firma de acuerdos sobre el gas y el petróleo por parte de Rusia. En el discurso que pronunció en el parlamento bielorruso, Yeltsin dijo que Minsk no era más que la primera escala de un viaje con otros objetivos. «Voy a discutir con los presidentes de las otras repúblicas eslavas cuatro o cinco variantes del tratado de la Unión. El encuentro de los tres jefes de estado será seguramente histórico».
La noche anterior al viaje a Minsk, Andréi Kozyrev se entrevistó en el hotel Savoy de Moscú, con el principal contacto que había tenido durante el golpe de estado, Allen Weinstein, antiguo profesor de Historia de la universidad de Boston. El ministro Kozyrev le pidió a su amigo que le aclarara la diferencia entre federación, asociación y comunidad. Ese mismo día, en una reunión con el ministro de Hungría, Jószef Antall, Genadi Burbulis propuso varios modos de organización territorial para la época post-soviética, entre ellas una confederación de todas las repúblicas a excepción de las bálticas, y una unión formada por Rusia, Ucrania, Bielorrusia y tal vez Kazajistán.
En 1990, el escritor y ex preso Aleksandr Solzhenitsyn, el autor de «Archipiélago Gulag», escribió un ensayo titulado «Reconstruir Rusia», este ensayo se publicó en septiembre de 1990 en el diario de mayor tirada Komsomol’skaia Pravda, y fue objeto de debates. El escritor Solzhenitsyn proponía crear un estado con Ucrania, Bielorrusia y los territorios del norte de Kazajistán colonizados por los eslavos, y que él llamaba «la Siberia del sur».
Unos meses después, los presidentes de las tres repúblicas eslavas y Kazajistán adoptaron el planteamiento de Aleksandr Solzhenitsyn, y le enviaron un escrito con esta propuesta. Gorbachov lo rechazó de pleno, y dio un giro a la derecha, quedando preso del ala dura del régimen. En marzo de 1991, los tres presidentes entablaron negociaciones con vistas a la creación de una unión eslava. Este diálogo quedó trunco cuando Mijaíl Gorbachov abandonó a los conservadores y se acercó a los líderes de las repúblicas promoviendo el nuevo tratado de la Unión.
Boris Yeltsin propuso de nuevo el proyecto eslavo luego del referéndum ucraniano, pero Gorbachov no quiso escuchar, necesitaba a las repúblicas centroasiáticas para su tratado de la Unión, salvar el imperio soviético y su propio poder. Leonid Kravchuk viajó a Minsk con un grupo reducido de personas, entre ellos el primer ministro Vitold Fokin, este ingeniero de minas había pertenecido al cuerpo técnico que dirigió la economía soviética, el académico Mijaílo Holubets y Volodymyr Kryzhanivsky. El presidente del parlamento bielorruso, Stanislav Shushkiévich, recibió en Minsk a la delegación ucraniana.
«En el aeropuerto tuvimos un recibimiento muy caluroso. El presidente del Consejo Supremo de Bielorrusia. Stanislav Shushkiévich, catedrático de física, es un hombre muy agradable, un magnífico diplomático y un estadista prudente», dijo Holubets. La llegada de Shushkiévich a ese puesto de poder de la república bielorrusa se explica por la perestroika y el fracaso del golpe de estado. Esa misma tarde al llegar a Minsk, Kravchuk se entrevistó con Shushkiévich.
El presidente del parlamento le explicó la propuesta política que su país haría en la cumbre, emitir un comunicado diciendo que Gorbachov ya no estaba en condiciones de gobernar, que las negociaciones sobre el nuevo tratado de la Unión habían entrado en un punto muerto y que la situación política era cada vez más grave. El mandatario bielorruso ya había consultado el asunto el mismo día con Yeltsin. Kravchuk pareció decepcionado. Luego el mandatario bielorruso le comunicó que Boris Yeltsin se les uniría más tarde en el pabellón de caza de Viskuli, en el oeste del país.
Kravchuk preguntó: «¿Por qué Viskuli?». El bielorruso le contestó que era necesario para escapar de los periodistas. Viskuli, era uno de los pabellones de caza construidos durante el gobierno de Jruschov. Nada más llegar, la delegación ucraniana se fue de caza sin esperar a Boris Yeltsin. El principal guardaespaldas de Yeltsin, Aleksandr Korzhakov, escribió en sus notas: «Quiso demostrar en todo momento (Kravchuk) que iba por libre, que no tenía que consultar con nadie. En cambio, el anfitrión. Stanislav Shushkiévich, recibió a sus invitados con extraordinaria cordialidad».
El mandatario bielorruso se empeñaba en limar asperezas debido al regalo que Boris Yeltsin le había hecho al parlamento de Minsk esa mañana. Yeltsin entregó como prenda de buena voluntad, un documento del siglo XVII por el que el zar tomaba bajo su protección la ciudad bielorrusa de Orsha. La oposición demócrata de Minsk lo consideró un símbolo del imperialismo ruso. Los diputados recibieron el regalo con gritos, Yeltsin se quedó perplejo y más tarde culpó del incidente a sus asesores.
Boris Yeltsin llegó a Viskuli en compañía del primer ministro bielorruso, Viacheslav Kebich. La cumbre de los tres países eslavos comenzó la noche del 7 de diciembre con una cena. Boris Yeltsin se sentó enfrente de Kravchuk, entre ambos se creó un clima especial y hablaron por más de una hora. Boris Yeltsin, puso encima de la mesa un documento con el texto del tratado de la Unión que el presidente soviético y los dirigentes de las repúblicas habían negociado en Novo-Ogarevo.
Boris Yeltsin invitó a Kravchuk a firmarlo. Él lo haría, dijo, inmediatamente después. El ministro de Asuntos Exteriores bielorruso Petr Kravchenko, diría: «Recuerdo que Kravchuk puso una sonrisa sardónica después de escuchar ese preámbulo». Según el acuerdo planteado por Gorbachov y presentado en Viskuli por Yeltsin, Ucrania tenía el derecho a modificar el texto, pero solo después de firmarlo. Era una trampa aun en el caso de que Kravchuk estuviese dispuesto a incorporarse a la Unión con ciertas condiciones. Pero no lo estaba.
Gorbachov no le ofrecía nada nuevo y Boris Yeltsin, en Bialowieza, se limitó a enseñarle el documento. Kravchuk no quiso rubricarlo. El presidente ucraniano enseñó entonces su mejor arma, les informó a Boris Yeltsin y a Shushkiévich los resultados del referéndum. «No esperaba que a los rusos y bielorrusos les fuera a impresionar tanto […], sobre todo los datos de las regiones de mayoría rusoparlante: Crimea y el sur y el este de Ucrania. Les sorprendió mucho que la mayoría de los no ucranianos estuviesen a favor de la soberanía política».
Según Kravchuk, Yeltsin parecía más sorprendido: «¿Cómo? ¿También el Donbás ha votado sí?», preguntó. Leonid Kravchuk le respondió: «Efectivamente. No hay ninguna región donde los votos favorables hayan sido menos de la mitad. El panorama ha cambiado mucho, como ves. Tenemos que buscar otra solución». Boris Yeltsin, invocó los lazos históricos, económicos y afectivos entre Rusia y Ucrania. Petr Kravchenko tenía la impresión de que el presidente ruso quería salvar lo que quedaba de la Unión.
«Pero Kravchuk no daba brazo a torcer, y respondía tranquilo y sonriente los argumentos y las propuestas de Yeltsin. ¡Se negaba a firmar nada! Su argumento era muy sencillo: Ucrania ya había decidido su futuro en el referéndum, y ese futuro era la independencia. La Unión Soviética ya no existía, y el parlamento no le iba a permitir [a Kravchuk] formar una nueva unión, fuese del tipo que fuese. Ucrania no necesitaba ninguna: los ucranianos no estaban dispuestos a cambiar un yugo por otro». Genadi Burbulis dijo:
«kravchuk fue quien rechazó la Unión de manera mas tenaz e inflexible. Costaba mucho convencerle de la necesidad de una asociación, aunque fuese mínima. Es un hombre razonable, pero en ese momento se sentía obligado a respetar el resultado del referéndum. Nos explicó mil veces que Ucrania ni siquiera se planteaba firmar un tratado de la Unión. La integración política era sencillamente impensable, y daba lo mismo que la nueva Unión tuviese o no un gobierno central».
El consejero jurídico de Yeltsin, Serguéi Shakhrai, recordaría más tarde como los representantes del Rukh que formaban parte de la delegación ucraniana empezaron a refunfuñar: «No hay nada que hacer. ¡Estamos perdiendo el tiempo! Volvamos a Kyiv». Según otro testimonio, Kravchuk le dijo a Yeltsin: «¿Que serás cuando vuelvas a Rusia? Yo regresaré a Ucrania como presidente elegido por el pueblo, tú todavía eres el subordinado de Gorbachov».
Boris Yeltsin advirtió que, si Ucrania no firmaba el tratado, él tampoco lo haría: los comensales entonces entraron a discutir la nueva estructura que podía sustituir a la Unión Soviética. Para Petr Kravchenko, en cambio, fue Vitold Fokin quien dio un giro a la conversación. El primer ministro ucraniano no podía contradecir abiertamente a Kravchuk, pero encontró otro modo de expresar su opinión. «Fokin, que citaba continuamente a [Rudyard Kipling, se puso a hablar de la llamada de la sangre, la unidad de los pueblos hermanos y nuestras raíces comunes. Procedió con suma delicadeza haciendo comentarios amables y proponiendo brindis. Cuando Kravchuk empezó a protestar, esgrimió argumentos económicos». Entonces Kravchuk dijo por fin: «Bueno, en vista de que la mayoría quiere un acuerdo […] pensemos en como sería esa nueva estructura. Quizá sea mejor que nos quedemos».
Yeltsin propuso que los expertos negociasen el borrador de un tratado entre las tres repúblicas eslavas, que sus dirigentes firmarían al día siguiente. Una vez que se marcharon, el presidente ruso comenzó a despotricar contra Gorbachov, que, según él, estaba desacreditado dentro y fuera del país, por lo que los dirigentes occidentales temían que la Unión Soviética se desintegrara sin orden ni concierto y que se perdiera el control de las armas nucleares. «Hay que echar a Gorbachov. ¡Ya está bien! ¡Tiene que dejar de interpretar el papel de zar!».
La reunión había dejado desconcertados a los bielorrusos, que habían redactado una declaración advirtiendo a Gorbachov de que, si no cedía ante las repúblicas, el país se desmoronaría. Pensaron en formar una unión mas débil, pero no que no hubiese ninguna. «Después de la cena, toda la delegación bielorrusa a excepción de Shushkiévich se reunió en casa de Kebich, una vivienda pequeña. Empezaron a decir que, si Ucrania no quería seguir en la URSS, teníamos que pensar en cómo acercarnos a Rusia», según recordaba Kebich.
La decisión fue salir con Rusia de la unión existente y formar una nueva. Después de la cena propusieron a las otras dos delegaciones relajarse en una sauna, los ucranianos rechazaron la invitación, al contrario que la mayoría de los rusos, entre ellos Gaidar, Kozyrev y Shakhrai. En ausencia de los ucranianos, a la hora de decidir no tuvieron en cuenta el título: «Acuerdo para crear una commonwealth [comunidad] de estados democráticos». Durante la cena los ucranianos habían insistido en prohibir la palabra «unión».
«Kravchuk llegó a pedir que se desterrara de nuestro vocabulario, de nuestra conciencia, de la práctica. Como no había unión, tampoco podía haber tratado de la Unión», según Burbulis. La palabra commonwealth no tenía connotaciones negativas, más bien al contrario: Kravchenko contaría más tarde cómo, en aquella reunión, «pensamos en la commonwealth británica, que nos parecía el ejemplo perfecto de asociación post imperial».
Tardaron varias horas en terminar el documento, alrededor de la seis de la mañana, y luego pudieron acostarse. Pero antes, escucharon el himno soviético con el que Radio Moscú empezaba, como todos los días, sus emisiones. Mientras el coro cantaba las palabras que les eran tan familiares, «la Gran Rusia ha unido para siempre a las repúblicas libres», los representantes de la Gran Rusia se desplomaron en la cama, agotados por el esfuerzo de convertir la Unión eterna en una temporal. Comenzaba el último día de la Unión Soviética.
El ucraniano Leonid Kravchuk había prohibido a sus colaboradores participar en la sesión de trabajo con los rusos y bielorrusos, tampoco quería atarse a un borrador determinado, prefería estar al margen de la negociación y emitir su dictamen final. Los tres lideres acordaron crear una comunidad y reconocer las fronteras y la integridad de las repúblicas que ahora eran independientes. Se comprometieron a controlar de manera conjunta las armas nucleares, pero se mostraban dispuestos a seguir hasta un total desmantelamiento de los arsenales y reducir sus ejércitos.
En el futuro, a la comunidad podían incorporarse todas las repúblicas soviéticas y países que compartieran los objetivos y los principios enunciados en el tratado. El tratado garantizaba el cumplimiento de los acuerdos y las obligaciones internacionales de la Unión Soviética, pero las leyes soviéticas dejarían de regir en el territorio de los tres estados miembros desde el momento de la firma. El párrafo final del documento decía: «Las instituciones de la antigua URSS concluyen sus actividades en el territorio de los estados miembros de la comunidad».
El documento empezaba con la siguiente declaración: «La Republica de Bielorrusia, la Federación Rusa (RSFSR) y Ucrania, como estados fundadores de la URSS y firmantes del tratado de la Unión de 1922 […] declaran que la URSS ha dejado de existir como sujeto de derecho internacional y realidad geopolítica». Serguéi Shakhrai fue a quien se le ocurrió que las tres repúblicas fundadoras tenían que disolver la Unión y abandonarla. Según Viacheslav Kebich, el artículo sobre la disolución de la Unión Soviética se añadió a iniciativa de Genadi Burbulis después de que los presidentes hubiesen aprobado todo el texto.
El secretario de estado ruso le dijo a Yeltsin, para sorpresa de este, que al tratado le faltaba un artículo: «Tendríamos que empezar por derogar el tratado de la Unión de 1922. Solo así será plenamente legal el acuerdo». Los presidentes le dieron la razón. Si Rusia abandonaba la URSS, pero esta no se disolvía, Gorbachov seguiría en Moscú, capital de la Unión y de Rusia, y la lucha entre el presidente ruso y el soviético se volvería mas encarnizada que nunca. Disolver la Unión era, por tanto, la única solución que convencía a Yeltsin y a su equipo.
El acto de la firma se realizó a las 14:00 horas en el vestíbulo del pabellón de caza. Yakov Alekseichik, vio que Yeltsin «no estaba del todo bien», el champan soviético con el que estaba celebrando lo iba afectando. Se pidió a los periodistas que no le hicieran preguntas a Boris Yeltsin, pero al final del acto Yeltsin se animo a hablar. Pero el portavoz del primer ministro bielorruso, siguiendo ordenes de su jefe, le cortó bruscamente: «No hace falta decir nada, Boris Nikoláyevich, ¡está todo claro!». Boris Yeltsin se quedó desconcertado. «Bueno, si lo tenéis todo tan claro…», les dijo a los periodistas y seguidamente se marchó.
Leonid Kravchuk dijo que Boris Yeltsin había estado muy nerviosos todo ese día, ya que no podía evitar pensar en su futuro y en el enfrentamiento que iba a tener con Gorbachov, y en los aliados que tenía cada uno. «A Boris Nicolaiévich se le notaba muy tenso. Temía que Gorbachov se ganase el apoyo de Nazarbáyev». Gorbachov ya había combatido otras iniciativas de los eslavos con la ayuda de las repúblicas de Asia central, y el presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, era el líder mas influyente de la región.
Kazajistán era la única república, además de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, con armas nucleares en su territorio, y tenía una población eslava, y se consideraba que podía formar parte de una unión dominada por los eslavos. Boris Yeltsin ordenó a sus ayudantes que llamasen a Almaty, entonces capital de Kazajistán, pero Nazarbáyev ya estaba en un avión camino de Moscú. «Intenté tranquilizar a Boris Nicolaiévich diciéndole que el proceso era irreversible», pero fue inútil, dijo Kravchuk.
Boris Yeltsin estaba decidido a hablar con el presidente de Kazajistán antes de que se encontrara con Gorbachov en Moscú. Le encargó a su principal guardaespaldas, Aleksandr Korzhakov, que se pusiera en comunicación con Nursultán Nazarbáyev, pero Korzhakov no podía lograrlo hasta que aterrizara en Moscú. Intentó en vano convencer al responsable del control aéreo en el aeropuerto de Vnúkovo de que contactase con el avión, el general le dijo sin rodeos que no aceptaba ordenes del jefe de seguridad de Yeltsin.
«La bicefalia en el poder es muy peligrosa, porque nadie sabe a qué atenerse. A Gorbachov ya no se le tomaba en serio, la gente se burlaba de él. Pero Yeltsin aun no manejaba todos los resortes del poder». Mas tarde se supo que Gorbachov había prohibido que los controladores aéreos pusieran a nadie en contacto con Nazarbáyev durante el vuelo. Boris Yeltsin pudo hablar finalmente con Nursultán Nazarbáyev nada más aterrizó el avión en Moscú, se esforzó para convencerlo de que la comunidad establecida en el tratado era análoga a la unión tripartita que el presidente de Kazajistán había propuesto el año anterior.
Nazarbáyev prometió acudir a Viskuli. Stanislav Kebich llegó a enviar un coche para que recogiese a su viejo amigo, pero en el aeropuerto no había rastro de él. Primero se dijo que el avión había tenido que repostar, luego, que Nazarbáyev no iría a Viskuli, sino a Minsk, pero no de inmediato, sino al día siguiente. Incluso se llegó a decir que Gorbachov lo había convencido de que se quedara en Moscú ofreciéndole el cargo de primer ministro de la moribunda Unión Soviética.
«la noticia de que no vendría Nazarbáyev nos deprimió a todos. Nos pusimos a especular sobre los argumentos que se le habría ocurrido a Gorbachov para convencerle de que cambiase de planes ¿Estaba dispuesto Gorbachov a recurrir a la fuerza? El jefe del KGB en Bielorrusia, Eduard Shirkovski, hizo un comentario inquietante», recordó el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Bielorrusia, Petr Kravchenko. Shirkovski hablaba en serio, ese mismo día había abordado al primer ministro, Viacheslav Kebich: «Viacheslav Frantsevich, esto es un golpe de estado, lisa y llanamente. He informado a Moscú, al Comité [para la Seguridad del Estado] […] Espero ordenes de Gorbachov».
Sus palabras sobrecogieron a Kebich. «yo no soy de los que se asustan fácilmente, pero, cuando oí aquello, me quedé helado», recordaría mas tarde. Le preguntó al jefe de los servicios secretos si creía que Gorbachov iba a mandarlos detenerlos. «¡Naturalmente! Llamemos a las cosas por su nombre: esto es alta traición. No me ha quedado mas remedio que informarles. Hice un juramento», contestó Shirkovski.
Eso no era lo que Kebich quería oír. «¡Por lo menos me podrías haber avisado!», le dijo. «Temí que te opusieras. Además, no quería comprometerte. Si ocurre algo, me hago responsable», Shirkovski, obviamente que quería servir a dos amos. Kebich no informó de esta conversación con Shushkiévich, pero es posible que si a Kravchuk y a Yeltsin, de cualquier manera, Yeltsin y los demás decidieron irse de Bialowieza, ya que Nazarbáyev seguía en Moscú.
No es extraño que Gorbachov supiera del resultado de las negociaciones en Viskuli, los medios ya habían enviado sus reportes a los diarios y a las agencias de prensa. Mientras los delegados esperaban en el vestíbulo a que los llevaran al aeropuerto, los presidentes de los tres estados ahora independientes se reunieron en los aposentos de Boris Yeltsin. Empezaron por telefonear a quien tenía autoridad para detenerlos, el ministro de Defensa soviético, Yevgueni Sháposhnikov.
Luego del golpe de estado de agosto, Boris Yeltsin había promovido su nombramiento para el cargo, y en los meses anteriores a la cumbre de Viskuli, Sháposhnikov haba demostrado su lealtad al presidente ruso. Antes de la 22:00 horas, Yeltsin llamó al ministro para comunicarle que los tres países eslavos habían formado una nueva entidad política, la Comunidad de Estados Independientes. Le leyó los artículos del tratado relativos al Ejército. Sháposhnikov estaba satisfecho con el contenido del texto sobre las fuerzas estratégicas, que seguirían bajo un mando único.
Otro de los motivos existentes para ganarse la lealtad de Sháposhnikov, estaba en que en el documento firmado por los tres presidentes eslavos que se había firmado figuraba un decreto sobre la creación del Consejo de Defensa de la Comunidad, la primera decisión de este órgano era el nombramiento de Yevgueni Sháposhnikov como comandante en jefe de las fuerzas estratégicas de la comunidad. Sháposhnikov aceptó el nombramiento.
Luego de hablar con Boris Yeltsin, Yevgueni Sháposhnikov recibió una llamada de Mijaíl Gorbachov. El presidente soviético le preguntó: «¿Qué hay de nuevo? Acabas de hablar con Yeltsin, así que algo tendrás que contarme. ¿Qué está pasando en Bielorrusia?» El ministro no supo que contestar. «Se retorció como una serpiente en una sartén, recordaría Gorbachov, y finalmente me dijo que lo habían llamado para preguntarle como veía el papel de las fuerzas armadas en una comunidad de estados. Era mentira, claro».
Según Sháposhnikov, Gorbachov lo amenazó, «¡Te aviso: no te metas donde no te llamen!», y luego colgó el teléfono. Serguei Shakhrai aseguró mas tarde que el presidente soviético contactó más tarde con los jefes militares de las regiones, tras la deserción de Sháposhnikov, buscaba, al parecer, apoyos entre sus subordinados del ministro. Fue inútil, no encontró un solo regimiento que le fuese leal, según contaría Yegor Gaidar.
En Viskuli, Boris Yeltsin y su equipo también estaban hablado con los comandantes militares. En cierto momento llamaron por error al jefe de prensa de Mijaíl Gorbachov, Andréi Grachov, los ayudantes del presidente ruso querían contactar con otro Grachov, el lugarteniente de Sháposhnikov, Pavel Grachov que había protegido a Boris Yeltsin durante el golpe de estado de agosto. Una vez logrado el apoyo de Sháposhnikov, los tres presidentes reunidos en Viskuli se plantearon hablar con Gorbachov, pero Boris Yeltsin se negó a llamarle, el encargo recayó entonces en Shushkiévich, como anfitrión de la cumbre. Pero antes que el líder bielorruso llamara a Gorbachov, Yeltsin telefoneó al presidente George Bush.
Según Viacheslav Kebich, Boris Yeltsin quiso llamar a George Bush antes de que nadie hablase con Gorbachov, a los que le sugirieron llamar primero al presidente soviético les respondió, al parecer: «¡De ninguna manera! Para empezar, la URSS ya no existe, y Gorbachov no es el presidente ni puede darnos órdenes. Además, conviene presentárselo como hecho consumado, algo irreversible, así nos evitamos sorpresas». Shushkiévich le dio la razón.
Según Kebich, el presidente bielorruso consideraba que llamar a Washington era, en efecto, un modo de evitar represalias de Moscú. Leonid Kravchuk abundaría mas tarde en la misma idea: «lo hicimos sí, para que el mundo supiese donde estábamos y lo que habíamos acordado. Ante cualquier eventualidad, como suele decirse».
Después de la 22:00 horas de Moscú, Boris Yeltsin habló con Bush. El encargado de tomar contacto con la Casa Blanca fue el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Andréi Kozyrev, que al principio tuvo que explicar quien era y el motivo de la llamada, aun era poco conocido en Washington. Según el memorándum estadounidense, la conversación duró casi media hora, desde las 01:08 hasta la 01:36, hora de Washington. Boris Yeltsin le informó a George Bush de la decisión adoptada en Bielorrusia, haciendo especial hincapié en la voluntad de los presidentes eslavos de controlar conjuntamente los arsenales nucleares y su respeto a los compromisos internacionales de la Unión Soviética.
También le comunicó que acaba de hablar con Sháposhnikov y de obtener el apoyo de Nazarbáyev, que tenía intención de viajar a Minsk para firmar los acuerdos. No sabemos si esto último lo creía de veras, o si estaba pintando deliberadamente un panorama mas halagüeño posible, en cualquier caso, le habló a George Bush en nombre de cuatro republicas, y no de tres. «El acuerdo es muy importante. El noventa por ciento del producto nacional bruto de la Unión Soviética corresponde a estos cuatro estados». Finalmente reconoció que no había informado a Gorbachov.
El presidente George Bush se mostró muy cauto como siempre. Permitió a Boris Yeltsin explayarse a gusto, aunque de vez en cuando decía «Entiendo». Terminado el monólogo, prometió darle su opinión sobre el tratado después de analizarlo detenidamente. Boris Yeltsin había logrado su objetivo, le había trasmitido el mensaje al presidente de Estados Unidos, que no había rechazado de entrada la iniciativa de los países eslavos.
A Shushkiévich le correspondía la tarea más dura que podía imaginar, comunicarle a Mijaíl Gorbachov que el país que creía gobernar ya no existía. Así lo recordaría más tarde la llamada:
«Se lo expliqué en pocas palabras: ‘Hemos firmado esta declaración, que dice lo siguiente […] Confiamos en que podremos continuar por este camino: no vemos posible otro’. Gorbachov: ‘¿Os dais cuenta de lo que habéis hecho, y de que la comunidad internacional lo va a condenar enérgicamente?’. Yo ya oía a Yeltsin hablando con Bush –‘¡Saludos, George!’- y a Kozyrev traduciendo. Gorbachov prosiguió: ‘Y, cuando Bush se entere de esto, ¿Qué pensáis hacer?’. Le contesté enseguida: ‘Boris Nicolaiévich ya se lo ha contado, y no ha pasado nada’. Gorbachov apenas contenía la ira […] Luego nos despedimos».
Mijaíl Gorbachov, furioso, exigió hablar con Boris Yeltsin. «Es una vergüenza esto que habéis hecho a mis espaldas y con el consentimiento del presidente de los Estados Unidos. ¡No tiene nombre!», le dijo, según cuenta en sus memorias. Quería ver a los tres presidentes eslavos en Moscú al día siguiente. Ni kravchuk ni Shushkiévich estaban dispuestos a ir, pero a Yeltsin no le quedaba más remedio. Se decidió que el presidente ruso hablase en nombre de los otros dos.
«No soporto la idea de tener que volver», le dijo a Leonid Kravchuk antes de marcharse. Alguien advirtió a Yeltsin y a su homologo ucraniano de que Gorbachov podía ordenar derribar sus aviones cuando hubiesen salido de la base aérea de Viskuli. Finalmente, no ocurrió nada, aunque, según un rumor que llegó a oídos de varios diplomáticos estadounidenses, Boris Yeltsin llegó a Moscú completamente borracho, y hubo que ayudarlo a bajarse del avión.
En la capital de la aun Unión Soviética, el fiel colaborador de Gorbachov, Anatoli Cherniaev, escuchó el noticiario de medianoche. «Medianoche. Acaban de anunciar en la radio que Yeltsin, Kravchuk y Shushkiévich han declarado el fin de la Unión Soviética como sujeto de derecho internacional». Según el registro aéreo, el avión del presidente ucraniano Kravchuk se dirigía a Moscú, cuando en realidad su rumbo era Kyiv. Kravchuk no había llamado a nadie desde Viskuli, tampoco había informado a sus familiares sus planes, lo había hecho por precaución.
Cuando llegó a su casa, en las afueras de Kyiv, vio a varios hombres armados en la puerta. Se esperaba lo peor. Pero resultó que estaban allí para protegerlo. Kravchuk le contó a su mujer lo que había ocurrido en Viskuli. «Entonces, ¿ya no estamos en la Unión?, ¿Se ha terminado todo?», preguntó Antonina Kravchuk. «Eso parece», respondió. Esa noche no contestó las llamadas de Gorbachov. Ya no se consideraba subordinado del presidente soviético.
Los dirigentes bielorrusos optaron por quedarse en Viskuli en vez de volar a Minsk, la capital de Bielorrusia, que los tres lideres eslavos habían decidido que también lo fuera capital de la comunidad. Se acostaron nada más volver al pabellón de caza. En la cercana aldea de Kameniuki, en la linde del bosque de Bialowieza, el administrador de la reserva de caza, Serguéi Baliuk, volvió tarde a casa y despertó a su mujer para darle la noticia:
«¡Se ha roto la Unión Soviética!». Nadezhda Baliuk se quedó desconcertada un buen rato: «Todavía estaba medio dormida, y no entendía lo que había pasado ni sabía lo que hacer. Él estaba nerviosísimo, y no paraba de decir: ‘Ya no hay Unión Soviética, se ha acabado’».
Enero de 2025