Cuadernos de Eutaxia —27
LA MUERTE DEL MARXISTA MARIO ROBERTO SANTUCHO
EL PENÚLTIMO IDIOTA GUEVARISTA
Mario Roberto Santucho murió el 19 de julio de 1976 junto a parte de la dirigencia política del PRT en el domicilio que Domingo Menna, el gallego, había comprado a nombre de Munich con el dinero de los robos y secuestros del ERP, ubicado en la calle Venezuela 3145, Dto. 4 “B”, Villa Martelli, provincia de Buenos Aires. La compra se había decidido porque desde noviembre de 1974, Eduardo Merbilháa y su compañera eran dueños del Dto. 3 “C”, y había hecho buenas relaciones con los habitantes del edificio, además, Merbilháa era el presidente del Consorcio de Copropietarios.
Ese día un grupo de tareas del Ejército Argentino, al mando del capitán Juan Carlos Leonetti, ingresó al lugar donde se presumía podía haber miembros de una organización guerrillera. Al interior del departamento se encontraban Roberto Santucho, su compañera de ese entonces Liliana Marta Delfino. Santucho, era bueno para manipular gente, para el combate nada, siempre dirigía de lejos mientras la tropa iba al frente, bueno con el dinero ajeno y sobre todo con las mujeres, eso es lo que mejor se le daba, como buen comunista compartía mujeres, fueron varias.
También estaba en el lugar, uno de sus lugartenientes y miembro del Buró Político del PRT, Benito Urteaga y su hijo de tres años José. Se produjo un tiroteo en la que resultaron muertos Roberto Santucho y Benito Urteaga y resultó herido el mayor Juan Carlos Leonetti, quien fallecería poco tiempo después. La compañera de Domingo Menna, Ana Lanzilotto, estaba embarazada de seis meses, fue detenida horas después cuando ingresaba al departamento. Dicen que Roberto Santucho tenía un balazo en el pómulo, otro en el cuello y nueve de la cintura para arriba en tanto que Juan Carlos Leonetti, estaba herido de la cintura para abajo.
Juan Carlos Leonetti, había nacido en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 28 de agosto de 1944, y murió en Villa Martelli, Buenos Aires, el 19 de julio de 1976. El capitán Leonetti llegó muerto al Hospital Militar, sin saber que había abatido a los comandantes del ERP, Mario Roberto Santucho y a Benito Urteaga. Leonetti, fue la primera víctima militar en ese enfrentamiento.
Los restos de Santucho hasta ahora están desaparecidos, punto. Luego de la muerte del jefe del ERP se encontró en sus valijas valiosa información, nombres de 395 miembros de la Juventud Guevarista y los Comandos de Apoyo del ERP que iban a actuar cometiendo actos de terrorismo durante el Mundial de Fútbol de 1978. Los militares informaron que encontraron una gran cantidad de documentación, y entre la cual se encontraban los pasajes aéreos para Santucho y su pareja.
Según Arnol Kremer, conocido por su alias, Luis Mattini, último secretario general del PRT-ERP luego de la muerte de Santucho, en aquellos días la cúpula del ERP estaba coordinando junto a la dirigencia de Montoneros la unificación de ambas fuerzas, en lo que se llamaría Organización para la Liberación de Argentina (OLA), con apoyo logístico y financiero de Montoneros para facilitar la fuga del país de Mario Santucho hacia La Habana, Cuba, asimismo de su pareja Liliana Delfino, ya que estaban sin poder y cercados por el Ejército.
La noticia de la muerte de Roberto Santucho se dio a conocer a la noche de ese lunes 19 de julio de 1976. Surgieron muchas especulaciones al respecto, muchos se preguntaban cómo es que Juan Carlos Leonetti y su pequeño grupo llegaron al departamento de Villa Martelli. Hubo varias hipótesis, una que se inclina por el nebulizador que tenía Domingo Menna en su bolsillo, con la dirección donde vivía con Roberto Santucho. Se cree que al caer ese día Domingo Menna los militares pudieron llegar al departamento gracias al recibo del nebulizador.
Otra hipótesis es la que habla sobre una inteligencia previa y la delación de un oficial del ERP, se cree que este oficial del ERP ofreció la información a los militares a cambio de la liberación de su pareja. Esta teoría se sostiene en base a los dichos de Domingo Menna durante su prisión en el centro clandestino de Campo de Mayo. También se cree que hubo una filtración de información por parte de Montoneros, y Domingo Menna cayó mientras esperaban a un delegado de Montoneros que no se presentó.
Estaba programado una reunión entre las direcciones del ERP y Montoneros, incluidos Santucho y Firmenich, el 19 de julio en horas de la mañana.
Fernando Gertel fue a la cita con el «enlace» del dirigente Montonero, Roberto Perdía, quien le informó que, por problemas de seguridad, la reunión en la casa acordada se suspendía (información interna del PRT). Por unos años circuló la versión que nadie había concurrido a la cita. Mientras Gorriarán Merlo informa que «los compañeros que hicieron todo el chequeo de ida y de vuelta a la cita con Montoneros confirmaron fehacientemente que no hubo ningún seguimiento».
Según la izquierdista Revista Sudestada nº 136, el Gringo Menna, se dirigió a una cita en la estación Rivadavia del Ferrocarril Mitre. Se presume que allí fue secuestrado por fuerzas del Ejército entre las 10 horas, según Luis Mattini. También se cree que su secuestro se realizó en el mayor de los sigilos porque no se obtuvieron evidencias del hecho. Sobre las 14 horas del lunes 19 de julio de 1976, una patrulla del Ejército llegó hasta el departamento 4to B.
Según dice Enrique Gorriarán Merlo, que por «indagaciones hechas entre los vecinos, gente del lugar y el portero, pudimos reconstruir los acontecimientos: apenas pasado el mediodía, la policía había montado una pinza sobre la General Paz, entre la Philips y el edificio, aproximadamente a las dos, dos y media de la tarde se acercó un grupo de cuatro militares que obligaron al portero del edificio a llevarlos directamente, sin dudas ni vacilaciones, al departamento donde estaba Roby (Santucho) y le ordenaron golpear la puerta».
Al momento de abrirse la puerta la trabaron desde afuera lo que posibilitó que los integrantes de la patrulla ingresaran. Se originó un breve tiroteo en el que murió el capitán Juan Carlos Leonetti, Benito Urteaga, siendo mal herido Santucho, mientras Liliana Delfino era secuestrada viva. Fernando Gertel fue secuestrado en una cita en un bar de San Antonio de Padua a las 15:00 hs. Diana Cruces pareja de Fernando Gertel, fue testigo presencial.
Al llegar al departamento Eduardo Merbilháa y su compañera fueron advertidos por el portero y lograron retirarse. Su casa sería allanada posteriormente. Ana Lanzilotto llegó poco después y no tuvo la misma suerte. Domingo Menna fue llevado a «El Campito» de Campo de Mayo y se cree que estuvo en ese lugar hasta el 11 de noviembre. Fue visto por el soldado Eduardo Cagnolo y Patricia Erb, dijo allí mismo vio a Liliana Delfino y Ana María Lanzilotto. José, el hijo de Benito y Pola, fue restituido a sus familiares varias semanas después.
Cuatro horas tomó la eliminación de la mayor parte de la dirección del PRT, los tres principales dirigentes, la Responsable Nacional de Propaganda, y dos cuadros de nivel del CC. Finalmente muchos se inclinan por un trabajo de infiltración en el nivel de dirección o la casualidad.
Luis Mattini, a cargo de la Secretaría General del Partido, llamó a Pola Augier y le propuso que asumiera la investigación de las caídas de los compañeros de la dirección: «Tenés carta blanca para investigar todo lo que queda del Partido, incluido el Buró Político, y tratar de resolver rápidamente las acusaciones, son un cáncer que se difunde aceleradamente por la organización». Paula Augier formó un equipo especial a su cargo.
Regresaron varias veces el edificio donde ocurrieron los hechos, especialmente los negocios cercanos. Así, confirmaron que del lugar habían sacado un cadáver y otra persona gravemente herida cuya descripción correspondía a Benito, una mujer viva, Liliana Delfino, y a un niño. Hubo un segundo allanamiento en otro apartamento del mismo edificio donde vivía Eduardo Merbilháa: allí no encontraron a nadie. En las cercanías de la vivienda había sido secuestrada Ana Lanzilotto.
Al principio no estaba claro donde había caído el Gringo Mena, más tarde, se enteraron de dos citas que había tenido Menna, en el espacio de tiempo en que había sido capturado. Los dos encuentros, fue con militantes relacionados con la regional de Córdoba. Analizaron los datos obtenidos de los informantes, hablaron con la mayoría de los militantes que en esos días tuvieron contacto con los caídos y lograron reconstruir, hora por hora, gran parte de los últimos 15 días de Menna y Urteaga.
La primera hipótesis que barajaron de las tres que se destacaban: contactos mantenidos con otra organización guerrillera. Otras, coincidían en lo primordial: la pista sobre el lugar donde se encontraba Roberto Santucho, y su inminente salida del país, habría llegado a los servicios de inteligencia enemigos desde Córdoba o de un militante oriundo de esa provincia. La tercera, podría haber sido una combinación de ambas. Las dos últimas posibilidades indicaban a militantes del partido, uno de ellos un militante cordobés de gran trayectoria quien, supuestamente, habría entregado al Gringo Menna para salvar a su compañera secuestrada.
La que se imponía con mayor fuerza, por coincidencias y señales, involucraba a un alto dirigente del partido y, en ese momento, integrante de la dirección de origen cordobés. Toda la información recopilada de los informantes del Partido era tomada con precaución, ya que, en las grandes caídas de la Regional Córdoba, habían tratado de hacer creer a la organización que un miembro de la dirección, quien había desaparecido poco antes, era quien estaba cantando.
Los integrantes del equipo decidieron elaborar un informe presentando las tres hipótesis y contemplando la posibilidad de la convergencia de más de una. Lo grave de la situación aumentaba porque «se iba a ‘tocar’ a uno de sus connotados miembros». Paula Augier, antes de proporcionar al secretario general los resultados obtenidos, decidió entrevistar al principal sospechoso. Lo citó en una esquina, desde donde lo llevó a una casa que sería abandonada.
Al llegar al lugar, notó vigilancia. Mientras caminaba hacia el apartamento junto al dudoso, tuvo la certeza de que al menos un hombre rubio, pelilargo, los seguía con la mirada, recostado displicentemente al borde de una vidriera. El citado se mostró simpático. Su compañera estaba presa, él había sido aprehendido junto a ella. Sorpresivamente, a pesar de tener mayor jerarquía dentro del partido, situación conocida por el enemigo, fue expulsado del país y ella permaneció detenida.
Tiempo después desde donde se hallaba, retomó contacto con la organización y reingresó clandestinamente a la Argentina, según este relato. Paula Augier inició la conversación haciendo preguntas para confirmar algunos detalles. El comenzó a transpirar copiosamente, estaba pálido y parecía a punto de desarmarse en un charco de sudor. En un principio, hablaba pausadamente, pero súbitamente saltó de la silla, gritando: «¿Por qué tantas preguntas?»
Paula Augier le respondió que debería saber que el Partido estaba llevando a cabo una investigación. Lo vio dirigir su mirada a la puerta, ella pensó que se marcharía o que esperaba a alguien. El sujeto tenía miedo y podía ser por dos razones que la llevaban al punto de origen: porque era culpable o porque era inocente. Decidió tirárselo en la cara: «Nuestro informe indica fuertes sospechas sobre vos. Comenzó a ponerse agresivo, diciéndole: «Pequeño burguesa, pequeño burguesa», con los ojos fuera de órbita.
Paula Augier le pidió enérgicamente que se calmara. Le comunicó que otras dos personas sabían de esa reunión y tenían acceso a copias del expediente, que tiró sobre la mesa. Creyó que él se desmayaría al derrumbarse sobre la silla, tratando de leer lo que decía. Él preguntó: «¿Mattini está enterado?» Al saber que todavía no, respiró más tranquilo, su rostro desencajado esbozó una sonrisa. La miró por primera vez directamente a los ojos y le dijo: «¿Tenés más preguntas?». Paula hizo un gesto negativo con la cabeza. Él dejó el apartamento sin saludarla.
Según este relato, un sospechoso, dentro de la organización primero era un compañero. Ponerlo en duda debía hacerse con elementos contundentes. Ella consideraba que los tenían, aunque en ningún caso eran suficientes. Paula y Yoli (compañera del equipo que había observado desde afuera) coincidieron en que la actitud había sido extraña. Entrevistaron a varios miembros de la organización y ninguno reaccionó como él. La posibilidad de que fuera un informante se tornaba convicción. Aunque, como siempre en ese trabajo, nada podía aseverarse hasta que él mismo confesara. El sospechoso debía ser interrogado en una cárcel del pueblo.
El sospechoso, reunió a miembros de la dirección y los convenció de que era mejor dejar de lado las investigaciones que podrían involucrar a cualquiera. Sobraban argumentos para sostener esto: las circunstancias por las que atravesaba la organización, el aparato no estaba integrado por profesionales formados en técnicas de inteligencia y contrainteligencia, sólo militantes de confianza y la responsable de la investigación vivía una etapa que podía dificultar su objetividad.
Paula Augier se entrevistó con el nuevo Secretario General y éste le indicó que debían suspender el trabajo. Según él, el Partido no estaba en condiciones. Nunca esperó que Luis Mattini entendiera la esencia de su trabajo, especialmente porque nunca supo, salvo de segunda o tercera mano, lo que ellos hacían. La realidad era que habían llegado hasta el Comandante el día antes de éste salir del país, información que muy pocos conocían. La casualidad había dejado de tener cita en el pensamiento de Paula mucho tiempo antes.
El Ejército difundió inmediatamente de producidos estos hechos: —Que Menna concurrió a una cita con «Gustavo» o «el Médico» quien, según Plis Sterenberg, era un viejo conocido de Menna, militante de una Liga, cuya compañera había sido secuestrada el 15 de julio por el Ejército. «Gustavo» fue a una dependencia del Ejército a negociar la vida de su compañera por una cita con Menna. Según esta versión el Ejército no cumplió y «Gustavo» y su compañera fueron desaparecidos.
Otros investigadores agregan que había sido responsable de Sanidad en la Compañía del ERP de Córdoba, pero Gorriarán que fue jefe de esa unidad militar niega la existencia de «el Médico» y su esposa. —Que una vez detenido, a Menna se le encontró en sus ropas la boleta de un nebulizador que estaba usando su hijo Ramiro. Unos investigadores dicen que en la boleta estaba la dirección de la farmacia y que fueron hasta ella y allí le dieron la dirección de Menna. Posteriormente, otros investigadores, afirman que en la boleta estaba la dirección de su domicilio.
Una tercera versión lo confirma y agrega que «ya que el negocio que alquilaba esos aparatos (no una farmacia) los pasaba a retirar a domicilio», y que en esos días «una persona efectivamente había alquilado un nebulizador en ese mes de julio de 1976, en una zona no muy alejada del domicilio de Menna».
Bajo estas hipótesis, juan Carlos Leonetti y su comando habrían actuado por iniciativa propia y con toda celeridad se dirigieron, sin consultar a su superior el coronel Valín, al departamento de Menna y se encontraron con Santucho. Quienes comparten esta hipótesis se preguntan, si «¿tomó Leonetti esa audaz decisión presumiendo que la ausencia de Menna desatase una alerta en la organización insurgente?».
En una carta de Eduardo Merbilháa a Julio Santucho se desprende la casi certeza que Menna fue a una cita con algún miembro de la organización. Lo que aproximadamente coincide con la información que brinda Abel Bohoslavsky, cuyo responsable Eduardo Merbilháa le dijo que: la cita de Menna era con un médico, que seguramente conocía al Gringo, y que pertenecía a un grupo denominado Liga Comunista. Información que coincide con la del soldado Cagnolo. Lo que hoy se sabe apunta a las dos citas que había aislado Pola en 1976.
La presencia del Capitán Leonetti sugiere que estaban en la búsqueda de Roberto Santucho porque era el oficial a cargo de su persecución y detención. Había sido designado por el mismo general Jorge Videla para esa tarea. El día anterior los dirigentes del PRT bajaron a un potrero pegado al edificio y jugaron y/o presenciaron un partido de futbol. Uno de los que estaba con Santucho le señaló a dos personas que le resultaron sospechosas, lo que fue desestimado por Mario Roberto santucho.
Lo que se ha establecido es que, lo que demuestra que no sabían que iban a buscar a Roberto Santucho es el reducido número de miembros del comando del Ejército. Un primer dato que la pone en cuestión es que probablemente la detención de Menna se haya realizado por medio de un operativo basado en el sigilo. Otro, que cualquier fuerza militar antes de ejecutar una operación realiza un análisis de la situación en base a la información que tiene y en base a ella decide la línea operativa.
Narducci-Bohoslavsky-Ortolani, dicen que «Sobre todo, porque los militares seguramente sí sabían que Santucho tenía un grupo de protección armado, que en la nomenclatura erpiana se denominaba “escuadra especial”, que entre sus tareas tenía la de cubrir sus movimientos». La Escuadra Especial tenía ese nombre no por custodiar a Santucho sino porque el ERP, tomando la experiencia vietnamita, consideraba que sus unidades militares tenían el nivel de lo que en el país de Ho Chi Minh llamaban tropas regionales, mientras la Escuadra Especial era considerada, junto con la Compañía de Monte, las primeras unidades de un ejército regular.
Enrique Gorriarán Merlo, informó que en las inmediaciones de la casa escondite de Santucho se realizó un operativo de control de automotores. ¿fue otra casualidad que se suma a la boleta del nebulizador y a la fecha de partida de Santucho?
Según el testimonio del soldado Cagnolo: Este, estando secuestrado en Campo de Mayo, habló con Menna y varias veces con Merbilháa. Cuando Eduardo Merbilháa le preguntó si había visto al Gringo Menna, Cagnolo lo relata así: “le dije que sí, que estaba frente de mi (…) quería fugarse (…) entonces me relató cómo había sido su caída: (…) Había concurrido a una cita con un representante de una Liga de “no sé qué” y que era un infiltrado, y lo secuestraron. En el bolsillo del saco tenía el teléfono de la inmobiliaria donde había alquilado el departamento en Villa Martelli, averiguaron en la inmobiliaria y lograron la dirección, cuando fue el Ejército estaba Santucho y pasó lo que pasó».
Según los informes desclasificados de la inteligencia estadounidense el que despierta más interés tiene fecha 21 de julio de 1976, y dice: «La información que permitió a las fuerzas de seguridad localizar a Mario Roberto Santucho fue proporcionada por un oficial del ERP que se puso en contacto con el Ejército Argentino y se ofreció a revelar el paradero de Santucho y otros líderes del ERP a cambio de la liberación de su esposa, que había sido secuestrada. El Ejército no solo aceptó, sino que prometió al oficial del ERP que le daría dinero y asistencia para salir de Argentina con su familia. En ese momento, el Ejército Argentino llevó al oficial del ERP para que corroborara que su esposa estaba detenida y se encontraba bien. Después de lo cual, el oficial señaló el edificio de Villa Martelli, provincia de Buenos Aires, cerca de la capital, donde Santucho y otros líderes estaban escondidos».
De pronto apareció un personaje muy sospechoso que se puso a hablar hasta por los codos y se trataba de un ex sargento llamado Víctor Ibáñez, en su testimonio dijo:
«Te cuento lo que yo escuché por boca de los mismos que participaron en ese operativo. Parece que la cosa empezó cuando una vecina se encontró con que cerca de su casa, en el cruce de las avenidas Constituyentes y General Paz, gente de la Escuela de Mecánica de la Armada estaba haciendo un control de vehículos. Esta señora, una chusma de barrio, tipo la ‘Tota’, se acercó cargando la bolsa de las compras hasta dónde estaban los efectivos y les dijo que, en su edificio, en Villa Martelli, todos los días se reunía gente rara».
«Como estaba fuera de su zona, los marinos le pasaron el dato al Ejército, y Leonetti, que estaba de guardia, recibió el dato y se mandó para allá con su patota, integrada por gente del Colegio Militar. Llegó hasta el grupo de edificios en un Ford Falcón sin patente, al frente de un grupo de tres hombres vestidos de civil que portaban fusiles ‘Para’, que son como los FAL, pero con la culata rebatible. Lo de ‘Para’ viene porque eran los que usaban en ese tiempo los paracaidistas. Buscaron al portero, que los guió hasta la entrada del departamento. Y tocaron el timbre sin saber quiénes estaban del otro lado».
«Liliana Delfino, que era la mujer de Santucho, abrió confiada la puerta como si estuviera esperando la llegada de algún conocido. Apenas vio a los de la patota se dio cuenta de cómo venía la mano y se puso a gritar: ‘¡Los milicos!, ¡Son los milicos!’ Le pegó un empujón a la puerta como para volver a cerrarla. Pero Leonetti ya había puesto un pie adentro, y la hoja rebotó en el borceguí que tenía apoyado en el marco de la entrada. El portero se escabulló buscando refugio en el codo de la escalera, en el interior del departamento las mujeres gritaban que había que llevar a los niños a la bañadera, mientras que los hombres no atinaron a tomar sus armas. La patota aprovechó el factor sorpresa para ingresar en la casa y reducirlos a todos».
«Según comentaron en ‘El Campito’ los que estaban en los grupos de tareas, a Santucho no le gustaba llevar armas. Era un especialista del pensamiento, de la concentración; por eso se había entrenado en las artes marciales».
«Ese día en el departamento de Villa Martelli parece que no lo reconocieron; él se había cambiado el aspecto. Lo acomodaron junto a los demás, con las manos apoyadas en la pared y abiertos de piernas, para palparlos de armas. Leonetti se puso la pistola en la cintura para revisar a los guerrilleros. Santucho esperó a que llegara hasta él y cuando Leonetti estaba a punto de revisarlo se dio vuelta, con una toma rápida lo agarró del cuello, le sacó la pistola y le disparó al cuerpo. Los de la patota, apenas escucharon el primer tiro, empezaron a ametrallarlos a todos. Algunos se tiraron al piso, otro se tiró por la ventana y cayó en una especie de terraza que había en el segundo piso; lo agarraron con las piernas quebradas».
«Ese día yo estaba de guardia en la radio. Llegaron los autos y vi como de uno de ellos bajaban a tres prisioneros. Después me pidieron ayuda para cargar al que venía en otro de los autos, que estaba herido. Lo llevamos hasta el comedor de la tropa, donde comíamos nosotros. Lo acostamos en una de esas mesas largas de fórmica blanca. Un brazo le quedó colgando, lo tenía como quebrado por una bala. Todavía respiraba».
«Por la radio le pidieron al Hospital de Campo de Mayo que enviaran con urgencia a un médico. Mientras tanto el Gordo Dos, que era el jefe de los interrogadores, con esa pronunciación que cortaba las palabras, como si fuera un intelectual, con tono de locutor, le recitaba a Santucho -sin saber que era él- lo mismo lo que le decía a cada prisionero que llegaba al campo: “Acá perdiste, con que me digas el cien por cien de lo que sabés no me voy a conformar, quiero el ciento diez por ciento de lo que tenés para decir…” Y seguía con el verso del hambre, la tortura, el terror que tenía por delante mientras estuviera prisionero en ese lugar; lo que era verdad».
«Después llegó el médico. Era un tipo grandote, de bigotes y que fumaba en pipa. Ya tenía sus buenos años, creo que era teniente coronel. El Gordo Dos y los otros del grupo de inteligencia que se habían juntado en el comedor le dijeron que necesitaban salvar al herido para poder interrogarlo, que hiciera algo para que no se muriera. Pero él parecía mantenerse ajeno a todo. Chupaba la pipa junto a la ventana mientras miraba como bajaban a los que llegaron muertos del operativo. Chupaba la pipa como si estuviera ido, como si quisiera mantenerse ajeno a todo lo que estaba pasando en ese momento. ‘Doctor -le dijo el Gordo Uno-necesitamos que se presente ante el herido’. El tipo giró apenas la cabeza y lo miró a Santucho, que tenía los ojos como dados vuela y apenas respiraba. ‘Hay que llevarlo a cirugía’, es todo lo que dijo».
«A mí me mandaron a buscar la ambulancia. Cuando llegué al hospital de Campo de Mayo la única que estaba disponible era una Ford nuevita, cero kilómetros. Una donación al Ejército que había hecho no sé quién, y que estrenó Santucho. La llevé a los pedos hasta El Campito donde lo cargamos en una camilla flamante; y volví a los pedos hasta el hospital. “Cuando llegamos me llamó la atención el movimiento de coches y la cantidad de custodios de oficiales que se iban juntando en la puerta del hospital, que no había notado cuando fui a buscar la ambulancia. Se ve que, en el ínterin, por los papeles que encontraron en el departamento de Villa Martelli, o por lo que pudieron deducir al identificar a los detenidos en ese operativo, cayeron en la cuenta de que el hombre que yo llevé en la ambulancia y que murió apenas ingresó en el hospital era Santucho, nada menos».
«Yo me quedé al volante de la ambulancia unos quince minutos, esperando a que me dijeran que debía hacer. Mientras tanto el desfile de coroneles que llegaban para comprobar la muerte del jefe del ERP era incesante. ‘Parece que es Santucho nomás’, decían. ‘Lo necesitábamos vivo, ¡qué cagada que esté muerto!’, se lamentaban al salir del hospital».
El ex sargento Víctor Ibáñez, desapareció de los medios, estos se cansaron de tanta verborragia, siempre repetía:
«Te digo la verdad, yo creo que no sabían que era Santucho». Manuel Justo Gaggero, dijo: «En estos días, una persona que nos pidió absoluta reserva nos hizo saber que en aquella época un proveedor del Ejército que concurría asiduamente a Campo de Mayo se enteró, por comentarios de oficiales de dicha unidad, que a “Santucho y a Urteaga los habían inhumado en un lugar llamado “El Leprosario”. En función de esa información, le hemos pedido al juez que realice una nueva inspección ocular para individualizar El Leprosario que, según nuestro testigo, se ubica dentro del llamado Campo de Tiro. Además, como existe un hospital al que se conoce también como El Leprosario, cercano a la localidad de General Rodríguez, que tiene un pequeño cementerio, solicitamos que se oficie al mismo, para que informe si se registraron inhumaciones durante el período julio a septiembre de 1976».
El ex presidente de la nación, el teniente General, Jorge Rafael Videla, dijo en una entrevista que cuando murió Roberto Santucho los militares hicieron desaparecer el cadáver del guerrillero porque «era una persona que generaba expectativas. La aparición de ese cuerpo iba a dar lugar a homenajes, a celebraciones. Era una figura que había que opacar». Una de las últimas operaciones de importancia del ERP fue el intento de asesinato del ex presidente, Jorge Rafael Videla, el 18 de febrero de 1977.
La misma fue denominada «Operación Gaviota» por los guerrilleros, para llevarla a cabo, se colocaron explosivos en la pista del Aeroparque Jorge Newbery, de la ciudad de Buenos Aires, y que debían estallar cuando el avión que transportaba al presidente despegara. Para la operación se aprovechó el curso del arroyo Maldonado para la aproximación a la pista del Aeroparque Jorge Newbery, colocándose dos explosivos complementarios.
Uno de los explosivos no estalló y el segundo logró estremecer al avión, pero no le produjo daños. La bomba que estalló dejó un cráter de 6 metros de diámetro. Por precaución el avión volvió a aterrizar en la base aérea de Palomar. En el avión viajaba el general Jorge Rafael Videla, y el ministro de economía José Alfredo Martínez de Hoz, entre otros pasajeros. El ERP se adjudicó el fallido atentado.
Después de la muerte de Roberto Santucho, asume la Secretaría General del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), Arnold Kremer, alias, Luis Mattini. Hacia finales de 1976 Luis Mattini junto a Enrique Gorriarán Merlo viajaron al exterior. Luego de los últimos golpes en 1977 en la que asesinaron a 36 policías tan sólo en Buenos Aires, se llevó a cabo en mayo la segunda etapa del repliegue partidario.
El 14 de diciembre de 1977, en Mar del Plata, Antonio Do Santos Larangueira fue atacado a balazos desde otro auto por un grupo de revolucionarios pertenecientes al PRT-ERP, que huyeron antes de que los vecinos pudieran salir en auxilio. La víctima fue trasladada por los vecinos a un hospital, pero murió por sus heridas. Larangueira tenía 44 años, estaba casado y tenía dos hijos. Era un empresario pesquero, dueño de tres importantes establecimientos, y tiempo atrás ya había sufrido amenazas y atentados contra su domicilio. El ERP en su boletín Estrella Roja N° 48 se auto adjudicó el asesinato.
Para bien del país, los marxistas guevaristas fueron eliminados.
25 de abril de 2024.