La actualidad de las izquierdas políticas y la derecha
Séptima generación de izquierdas
Ricardo Veisaga
Manifestantes de la Nueva Izquierda y Herbert Marcuse
Este artículo fue publicado en la revista Metábasis
En el año 2003, el filósofo Gustavo Bueno Martínez, publicó el libro «El mito de la izquierda», Ediciones B, luego reeditado por Ediciones Zeta, y actualmente por la Editorial Pentalfa, este último con un agregado de otro libro complementario: «El mito de la derecha». El libro, «El mito de la izquierda», suscitó bastante interés en el público cercano a la filosofía y a la política.
En la página 296, de Ediciones Zeta, 2006, el autor sostiene lo siguiente:
10. El porvenir de la izquierda. La séptima generación de la izquierda
¿Cómo prever el porvenir de las izquierdas? ¿Cabe esperar la formación, en un futuro indefinido, de una séptima generación de izquierdas?
En el momento de tratar de responder a estas preguntas, lo más importante es acaso correlacionarlas con la distinción entre las izquierdas definidas y la izquierda indefinida.
No cabe hablar, en general, de un porvenir de las izquierdas definidas. Cada generación de izquierda definida tiene su propio destino y su propia ocasión. No cabe establecer una correspondencia rígida entre los propietarios de alguna empresa estable y trasmisible por herencia y los desposeídos de todos los tipos de bienes raíces (asalariados, jornaleros, funcionarios); sin embargo, es muy probable que los propietarios asuman vectores derechistas, y los desposeídos adquieran vectores izquierdistas.
Gustavo Bueno, es muy claro al hablar de «correlacionarlas con la distinción entre las izquierdas definidas y la izquierda indefinida», que es desde donde ha surgido esta Nueva Izquierda. «No cabe hablar, en general, de un porvenir de las izquierdas definidas. Cada generación de izquierdas tiene su propio destino y su propia ocasión».
En nuestro mundo en marcha, las generaciones de izquierdas marxistas definidas son cosas del pasado, Marx y compañía son «perro muerto», ya tuvieron ocasión de hablar y actuar, y así les fue. El inútil intento de algunos ideólogos marxistas de intentar revivir el marxismo con el agregado de las ideas de Gustavo Bueno, no es otra cosa que el revisionismo de siempre y la búsqueda de notoriedad.
En el imperio estadounidense, los trabajadores no son internacionalistas, al contrario, son patriotas, los internacionalistas son los grandes empresarios. Precisamente Donald Trump llegó a la presidencia, entre otras cosas, porque inclinó la balanza gracias al voto de los «excluidos» de la gran industria capitalista.
Tiempo después del libro de Gustavo Bueno, algunos «intelectuales» del dintorno y el entorno del Materialismo Filosófico, salieron en busca de esa séptima generación de izquierdas, con la seguridad de que allí estaba, probablemente con la intención de ejercer la función de guías, para consolidar y reforzar su andadura. Pero, como si esto fuera poco, Gustavo Bueno, le había agregado pimienta al asunto al decir en el Colofón del mismo libro:
«Desde las coordenadas de este libro habría que afirmar que esa hipotética séptima generación de la izquierda no podría en ningún caso constituirse en una sociedad política de escala local, regional o estatal. Necesariamente, su plataforma habría de ser continental y supranacional. Pero al mismo tiempo la sociedad en la que esta séptima generación pudiera formarse habría de ser lo suficientemente homogénea; una homogeneidad que no se puede improvisar, porque habrá de ser el fruto de un largo proceso histórico, en el que se ha podido forjar un idioma y una cultura comunes a cientos de millones de hombres. (…)
Las grandes unidades históricas y culturales en las que está hoy repartido el Género humano, aquellas cuyo volumen supera los cuatrocientos millones de habitantes, son las siguientes: el Continente anglosajón, en donde está asentado el único Imperio universal hoy realmente existente; el Continente islámico, que se mantiene totalmente al margen de la distinción entre izquierdas y derechas, tal como ella se formó en Europa; el Continente asiático, continuador de la sexta generación de la izquierda, y que es acaso el verdadero antagonista, mayor aún que el islam, para el imperialismo norteamericano; y el Continente hispánico, que muchos consideran como una plataforma virtual cuyo porvenir, por incierto que sea, no puede ser descartado en cuanto al papel que pueda jugar en el futuro en el concierto universal. (…)
Nadie sabe lo que va a ocurrir en el próximo milenio, y por eso lo más peligroso es la existencia de individuos, grupos, iglesias y partidos políticos, de izquierda o de derecha, que creen estar en posesión de la «ciencia media» sobre el porvenir.»
«El mito de la izquierda», página 299 y 300.
Estas citas del profesor Bueno, fueron formuladas a modo de hipótesis, no estaba actuando como un profeta (muchos saben lo que pensaba Gustavo Bueno de los profetas y las profecías). Pero hubo quienes sacaron conclusiones apresuradas y equivocadas. De ahí la importancia de la advertencia de Bueno cuando dice: «y por eso lo más peligroso es la existencia de individuos, grupos, iglesias y partidos políticos, de izquierdas o de derecha…».
Es decir, es la actitud propia de ciertos «intelectuales». Pero antes quiero hacer una breve distinción sobre lo que llamo «intelectuales». ¿Qué es un intelectual? Gustavo Bueno nos habló al respecto en un artículo titulado: «Los intelectuales: los nuevos impostores». El Catoblepas, número 130, diciembre 2012, página 3.
Pero también hay otras acepciones. Quienes nos dedicábamos a la política de un modo más empírico o práctico, calificábamos como «intelectuales» a los escritores, ensayistas, científicos, historiadores, economistas, periodistas, filósofos, que militaban activamente o simpatizaban con algunas de las izquierdas de tercera, cuarta, quinta o sexta generación. Y que, desde el derrumbe de la URSS, el calificativo de «intelectual» lo trasladamos a esas mismas personas que simpatizan con las nuevas izquierdas actuales.
Pero también hay otra acepción (y deben haber más, pero no es propósito de este artículo su estudio y exposición), y es la denominación que dan las personas comunes al referirse a ciertos profesionales como filósofos, historiadores, científicos, sociólogos, etcétera, que tienen (o parecen tener) el dominio de ciertas disciplinas. Pero, según mi criterio, estos intelectuales son los que cometen el error de creer que poseen la autoridad, que son aptos o están capacitados para incursionar en la polis, en la política práctica.
De ninguna manera estoy negando la enorme importancia que tiene el conocimiento de la filosofía política en el desempeño de los políticos, y que justamente por carecer de ese conocimiento no saben de lo que hablan y hacen, eso lo vemos cotidianamente y en cualquier lugar del mundo. Pero estos «intelectuales» a los que me refiero, creen que, por dominar, digamos, un sistema o una disciplina filosófica, se pueden almorzar como un bocadillo a la política concreta. Ya lo advertía, en una presentación en la sede de la Fundación Gustavo Bueno, el filósofo Luis Carlos Martín Jiménez:
«El creer que un sistema de pensamiento puede cambiar la realidad es puro idealismo. En todo caso los sistemas de pensamiento son ideologías igualmente, son sistemas de ideas. El Materialismo Filosófico, que es una ideología, lo que pretende hacer es limpiar o preparar el terreno para hacer algo con condiciones. Las ideas con las que trabaja la filosofía son partes constitutivas del mundo como cualquiera otra cosa. No dirigen el mundo como lo hace la economía o dirige la política, las ideas filosóficas están a otro nivel, la realidad va cada uno por su lado. Lo único que se puede hacer es comprender como funciona la realidad política e histórica, y que funciona a base de guerras, de conflictos, que reordenan los mapas geopolíticos.»
Pero esos «intelectuales», para empezar, ignoran la realidad, algo esencial y necesario para el ejercicio de la política, el hecho esencial de «saber dónde se está parado». Herbert Marcuse, en 1968, tres años antes de su muerte, en una entrevista televisiva que mantuvo con el profesor británico Bryan Magee, curiosamente realiza una crítica puntual a la Nueva izquierda y dice: «No estamos en tiempos revolucionarios, ni siquiera en tiempos prerrevolucionarios».
Muchos interpretaron esta crítica con profundo pesimismo, ligándolo a lo que Marcuse criticaba, la unidimensionalidad del sistema que impide pensar una sociedad nueva que esté por fuera del capitalismo. Pero finalmente entendieron que se trataba de una dosis de realismo, para ver donde estaban parados, y desde ahí reflexionando saber a dónde dirigirse. El referente actual de las izquierdas, Slavoj Žižek, se expresa de la misma manera cuando pide interpretar el mundo antes de transformarlo.
Pero nuestro intelectual dice:
«Para los defensores de la concepción política de la filosofía, el Universo no será solamente algo que debe conocerse, sino, sobre todo, algo que, además de ser conocido, debe ser transformado. O lo que es lo mismo, la famosa Tesis XI de Marx sobre Feuerbach: -Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.»
La vuelta del revés de Marx. Santiago Armesilla. El viejo topo.
Curiosamente, dice el «intelectual», Universo, donde Marx dice Mundo, Armesilla va por todo. A estos intelectuales les encanta transformar el mundo o el universo. Martín Heidegger en su momento ya opinó sobre esta Tesis XI de Marx:
«La cuestión de la necesidad de transformar el mundo nos conduce a una frase muy citada de las tesis sobre Feuerbach, de Karl Marx. Para citarla exactamente… “Los filósofos hasta ahora se han encargado de interpretar el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Al citar esta frase, de hecho, en la formulación misma de la frase se pasa por alto que la transformación del mundo presupone la concepción de un mundo en transformación y que una concepción del mundo solo puede ser lograda mediante una correcta interpretación del mundo. Es decir, Marx se basa en una interpretación bien definida del mundo para exigir su transformación. Por eso, esta frase de Marx se muestra como una frase no fundamentada. La primera parte de la frase, da la impresión de haber sido formulada contra la filosofía, mientras que la segunda parte de la frase asume implícitamente la necesidad de una filosofía.»
Pero a Santiago Armesilla no le importa interpretar a Gustavo Bueno, lo único que le interesa es transformarlo y acomodarlo para su utopía. En cuanto a la materialización de una séptima generación de izquierdas cuya plataforma debería tener un alcance continental. Ante todo, debemos decir que los imperios son necesariamente supranacionales, ya sea ocupando territorios de otros Estados, ya sea influyendo de manera efectiva en las políticas de otros Estados, es decir, los imperios diapolíticos.
Nadie conoce el futuro, salvo que se considere un chamán y así lo crea. No vamos a ejercer de chamanes, pero podemos realizar una prognosis, palabra muy común en la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, sin caer en la adivinación. A partir de las evidencias presentes a nuestro alcance su puede «mirar» a unos cuarenta o cincuenta años adelante, tiempo necesario para la realización de grandes transformaciones a nivel global, y en cuanto a esos imperios continentales no se ven señales por ningún lado.
En el siglo pasado, luego de la Segunda Guerra Mundial, los dos imperios realmente existentes fueron la Unión Soviética y los Estados Unidos. La capa basal de la URSS estaba asentada en dos continentes, Europa y Asia, como Rusia ahora, pero no dominaba Europa, ya que Estados Unidos le había aplicado la teoría de la contención, con la OTAN, frente al Pacto de Varsovia, como hoy lo hace con el imperio ruso, que le quiere meter los misiles en sus narices. Por ello es entendible que Putin reaccione a esos planes frente a Ucrania y Georgia.
Tampoco dominaba Asia, ahí lo tenía al imperio emergente China, y que, para escándalo de la izquierda internacional, terminaron enfrentados con algunos muertos en ambos lados y a punto de entrar en una guerra de enormes proporciones. En la actualidad, si uno observa el mundo realmente existente (no el de las ideas burbuja), vemos tres imperios en confrontación. Ya hablamos de Rusia, pero China tampoco domina el continente asiático, apenas cuenta con la alianza de Corea del Norte y Paquistán.
Mientras tanto, China, sostiene conflictos territoriales con una media docena de países asiáticos, y tiene un enemigo en sus fronteras (también poseedor de armamento nuclear) India, país con quien tuvo recientemente enfrentamientos armados. Es más, la estrategia del Indo-Pacifico y el concepto QUAD está más vivo que nunca, tanto en el pasado reciente como en las reuniones entre Shinze Abe de Japón y el Primer ministro de la India, Modi, promoviendo la «Estrategia del Indo-Pacífico». Lo que hace imposible a medio siglo que China pueda dominar Asia.
La visita del entonces presidente Donald Trump a Japón, se lo llamó «Estrategia del Indo-Pacifico». El «Diálogo Cuadrilátero de Seguridad» (DEQ) también conocido como el QUAD, lo integran Estados Unidos, Japón, Australia y la India, quienes realizan maniobras militares de manera permanente. En tanto países como Corea del Sur, Vietnam, Filipinas y Singapur, llamado el «Pilar de cuatro países» reúne en su entorno a otros países que ven en China un enemigo real.
Estados Unidos, el otro imperio, tampoco domina el continente americano, no lo hizo antes ni ahora, eso del «patio trasero» centroamericano es un mito fácilmente desmontable. Los sucesivos gobiernos que conducen a los Estados en Iberoamérica se van renovando y con ello las ideologías de dichos gobiernos. Si hacemos un recuento, veremos que, desde la Guerra Fría en adelante, han sido mayoritariamente los gobiernos de ideología de izquierdas.
Ni los gobiernos militares fueron todos enemigos del izquierdismo, no lo fue en Bolivia, el general Juan José Torres, al contrario, ni Velasco Alvarado en Perú. La Junta militar que tomó el poder en Argentina, fueron esencialmente enemigos del comunismo, pero no pro Estados Unidos, al contrario, en su real-politik fue pro soviético. El general Jorge Rafael Videla, un general de misa y comunión diaria, que vivía de su sueldo hasta el día de su muerte, y que nunca se lo pudo acusar de robar una moneda, mantuvo relaciones diplomáticas con la URSS, la embajada soviética en Buenos Aires nunca dejó de funcionar.
Para enojo de Estados Unidos, no se sumó al boicot cerealero y tampoco a las olimpiadas de Moscú. Los embajadores del gobierno militar en los países de la órbita soviética fueron políticos pertenecientes a los partidos socialistas argentinos. De hecho, el Partido Comunista Argentino no sufrió persecución, y si algún militante fue secuestrado por las fuerzas armadas, lo fue por desobedecer las órdenes del partido y de Moscú y actuar por su cuenta, por fuera del partido.
De adolescentes cuando escuchábamos Radio Moscú, en onda corta, el trato hacia Videla era de «excelentísimo señor Presidente», en cambio a Pinochet lo trataban de criminal. La aversión de la Junta Militar hacia Estados Unidos fue mayor en la presidencia del demócrata James Carter y su política de Derechos Humanos, que favorecía a los marxistas. Solo con la asunción del general Fortunato Galtieri, se retomaron y cambiaron las relaciones con Estados Unidos.
Históricamente, Argentina, enviaba a sus futuros militares a estudiar a Prusia y le compraba todo el armamento, más adelante, con Perón de hecho fueron aliados del Eje Roma-Berlín, y solo le declararon la guerra por conveniencia un día antes de su rendición. Los gobiernos peronistas (a excepción de Carlos Menem) hasta hoy fueron enemigos ideológicos de Estados Unidos, y aliados de Rusia y China, a quien le dieron una base en territorio argentino, supuestamente científico. ¿Dónde está el patio trasero?
Izquierdas post Guerra Fría.
Después del hundimiento y desaparición del imperio soviético, se podría decir, hasta el inicio del siglo XXI, hablar de derecha e izquierda carecía de sentido, tanto un bando como el otro compartían las mismas políticas económicas, con pequeños matices. Antes del hundimiento del imperio soviético, lo que estaba en juego era demostrar la eficacia de la propiedad privada o de la estatal de los medios de producción.
El triunfo del imperio estadounidense fue imponer el sistema capitalista en el mundo, dicho «capitalismo», con reservas, ya que como sostiene Carlos Martín Jiménez, el capitalismo no es otra cosa que el imperialismo de un Estado sobre otros. Es mejor hablar de medios de producción, de mercado, economías abiertas, etc. Avanzando en el nuevo siglo nos vamos a encontrar con un nuevo tipo de izquierda, una izquierda que había sido elaborada en la segunda mitad del siglo XX, una nueva izquierda (de género plotiniano) que surge del mismo tronco, pero con características distintas.
Muchos intelectuales y analistas del marxismo, son más inmovilistas que Parménides, y creen que: nada cambia, que todo permanece. Las teorías políticas o ideologías políticas una vez puestas en marcha en la realidad concreta, demuestran su utilidad o inutilidad empíricamente, y suelen ser descartadas por su ineficiencia o, van sufriendo modificaciones o revisiones, que a la larga terminan por desdibujarlas totalmente.
El marxismo desde su formulación inicial y en su recorrido histórico, fue sufriendo críticas desde sus propias filas. El mismo movimiento marxista calificaba como «revisionismo» a las ideas, principios y teorías basadas en una revisión significativa de las premisas fundamentales del materialismo histórico de Marx en el siglo XIX. Este revisionismo fue considerado como un abandono o una traición, de lo que se interpreta como la versión pura del marxismo.
En el siglo XX también hubo revisionistas, aunque estos revisionistas afirmen que revisar el marxismo no es traicionarlo sino adaptarlo a las características propias de cada país. Este mismo término se usa, en el siglo XX, para denominar a los postmarxistas, que de hecho son antimarxistas, y se declaran socialistas. Ese revisionismo se puede identificar en dos ramas, una, el revisionismo marxista, y el revisionismo no marxista.
Los marxistas antirrevisionistas, no reconocen al revisionismo marxista, ya que los consideran socialismos utópicos disfrazados de marxismos, y que forman parte del bando reaccionario. El revisionismo de Eduard Bernstein, criticaba que la lucha de clases y las transformaciones no son el único motor de la Historia. «El verdadero socialismo no quiere derribar el orden de las clases; quiere basar las clases en una organización del trabajo que será para todos mejor que la organización actual».
El revisionismo de Bernstein sostenía que, aun admitiendo la lucha de clases, esta no se da exclusivamente entre capitalistas y proletarios, sino entre capitalistas entre sí y los proletarios entre sí. Que el marxismo no era puramente materialista ni puramente económico. Que en la historia no actúan exclusivamente las fuerzas económicas, que la teoría de la plusvalía era simplista y demasiada abstracta.
Bernstein decía que para alcanzar el socialismo no era necesaria una revolución violenta, porque puede llegarse a él por una evolución pacífica a través del sindicalismo y de la acción política. No olvidar que la segunda revisión de la socialdemocracia, provocó la ruptura definitiva con el marxismo en general y un cisma dentro del mismo revisionismo.
En 1959, durante el Congreso de Bad Godesberg, el Partido Socialdemócrata Alemán, abandonó formalmente el marxismo, renunciando a «proclamar últimas verdades», y proclamando la identificación de socialismo y la democracia. Se propuso crear un «nuevo orden económico y social» conforme con «los valores fundamentales del pensamiento socialista» —«la libertad, la justicia, la solidaridad y la mutua obligación derivada de la común solidaridad»— y que no se consideraba incompatible con la economía de mercado y la propiedad privada.
Los partidos comunistas del sur europeo también se sumaron a esta iniciativa construyendo su propia alternativa «socialista democrática», a la que llamaron eurocomunismo. Los socialdemócratas que aceptaron el capitalismo afirmaron que «tal resolución no significó un abandono ni una traición al socialismo sino la reconciliación del socialismo con el capitalismo y su unificación en un sólo movimiento —la socialdemocracia moderna—», conformando así un «capitalismo socialista y democrático».
A inicios de la década de los 60, Mao Tse-Tung y los radicales del Partido Comunista Chino (PCCh), calificaron a la URSS y a su líder Nikita Jruschov, como revisionistas, dentro del marco del cisma ideológico sino-soviético, etiquetando a los soviéticos de modernos revisionistas. En junio de 1963, el Partido Comunista de China publica un texto capital, los 25 puntos de Pekín, documento que supone la ruptura definitiva con el revisionismo soviético. En la carta enviada a Moscú, sostienen que se encuentran ante dos clases antagónicas, dos corrientes ideológicas y políticas irreconciliables: el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tse-Tung y el revisionismo contemporáneo.
Pero volvamos a Marx y a otras figuras importantes. Karl Marx y su materialismo histórico, le daba primacía a la economía y a las relaciones de producción, insistiendo en que el obrero era el explotado, de esta manera victimizándolo. Georg Lukács y Antonio Gramsci discreparon con Marx y Engels en este punto, y entendían que la economía no era el factor determinante. Ese lugar (la economía) la ocupa la cultura.
Georg Lukács
En noviembre de 1918, se constituyó el Partido Comunista de Hungría, como resultado de una escisión de la socialdemocracia húngara. En marzo de 1919, Lukács, era ya comisario responsable de Instrucción Pública en la República Soviética de Hungría presidida por Béla Kun. Lukács, ideológicamente estaba más próximo a Rosa Luxemburgo que a Lenin. Por un lado, abogaba por una identidad peculiar y dialéctica de la conciencia de las masas y la conciencia de la vanguardia intelectual, y por otra parte pregonaba por una revolución democrática social, en lugar de una revolución proletaria.
Su oposición a Lenin, fue expresada en un artículo que fue publicado tres meses antes de la aparición del libro de Lenin: «El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo». Lukács, posteriormente se retractó y durante toda su vida trató de mostrarse como un buen leninista. En su libro: «Historia y conciencia de clase», de 1923, se apropia de las categorías hegelianas para interpretar a Marx, propone una nueva organización del partido. Fue acusado de revisionista en el V congreso del Comintern por Zinóviev.
Las críticas a su texto significaron el abandono del intento más radical para reactualizar lo revolucionario de Marx mediante la renovación y continuación de la dialéctica hegeliana y de su método. En 1928, con motivo del II Congreso del Partido Comunista húngaro, que había sido declarado ilegal, Lukács redactó un documento denominado «Tesis de Blum». Estas fueron rechazadas por los dirigentes del Partido, desde Moscú, y por la Internacional Comunista, Lukács fue excluido de todos los niveles ejecutivos y obligado a confinarse a la filosofía y a la crítica literaria.
Estas tesis proponían una plataforma radical-democrática, con ello se abandonaba la «dictadura del proletariado» en el sentido bolchevique. Venía a ser un intento de elaborar la estrategia de una revolución democrática que en sus últimas fases podría conducir al socialismo, esperando el apoyo popular. Lukács publicó una Autocrítica a sus textos. La Autocrítica fue un cambio táctico que Lukács consideró años después como una mentira necesaria.
Antonio Gramsci
Muchos pensadores antimarxistas, siguen centrados en Antonio Gramsci, creyendo que las izquierdas actuales son obra del comunista italiano, ciertamente se quedaron en la quinta generación de izquierdas (el Comunismo). Gramsci siempre fue un marxista-leninista.
Para él, el nuevo Príncipe, el de Maquiavelo, es el partido, no era la lucha de clases, ni el feminismo, ni el indigenismo, no era tonto para creer en eso. Creer que las izquierdas actuales, son obra y gracia de Gramsci es un error, estos críticos, además de haberse quedado en el tiempo, no entienden nuestro presente en marcha y «cómo va la cosa».
Participó en el movimiento de los Consejos de fábrica de Turín (1919-1920), escribió un importante ensayo sobre la cuestión meridional, un análisis del desarrollo político italiano desde 1894, año de los movimientos campesinos sicilianos, y la insurrección de Milán de 1896, reprimida por el gobierno, según Gramsci, la burguesía italiana.
La Cuestión meridional estaba planteada por la división del país en dos regiones económicas, social y culturalmente heterogéneas: el Norte industrial y el Sur agrario-latifundista. Según el sardo, la función hegemónica debía partir de esta realidad socioeconómica.
Relaciona así el concepto de hegemonía (entendida como dirección y consenso) con un bloque nacional-popular, de alianzas dirigidas a establecer el nuevo poder político. Para ello, es necesario ganar a la sociedad civil para transformar el Estado y desarrollar un nuevo modelo de cultura.
Para Gramsci la hegemonía es el ejercicio de las funciones de dirección intelectual y moral unida a aquella del dominio del poder político. El problema está en comprender cómo puede el proletariado o en general una clase dominada, subalterna, volverse clase dirigente y ejercitar el poder político, o convertirse en una clase hegemónica.
Gramsci publicó: «Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno» (1949). El Príncipe invocado por Maquiavelo, para Gramsci, es un organismo y «este organismo está ya dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la cual se reasumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a volverse universales y totales»; el nuevo Príncipe es el Partido revolucionario, el organizador de una reforma intelectual y moral, que se manifiesta con un programa de reforma económica.
Antonio Gramsci afirmaba que todos los hombres son intelectuales, en tanto que todos tenemos facultades intelectuales y racionales, pero consideraba que no todos los hombres juegan socialmente el papel de intelectuales. Los intelectuales modernos no son simplemente escritores, sino directores y organizadores involucrados en construir la sociedad.
El grupo social emergente, que lucha por conquistar la hegemonía política, tiende a conquistar la propia ideología intelectual tradicional mientras, al mismo tiempo, forma sus propios intelectuales orgánicos. Los intelectuales orgánicos expresan, mediante el lenguaje de la cultura, las experiencias y el sentir lo que las masas no pueden realizarlo por sí mismas.
Gramsci veía la necesidad de crear una cultura obrera, para educar y desarrollar intelectuales obreros, que compartan la pasión de las masas. Este sistema educativo de pedagogía crítica y educación popular fue teorizado y practicado más tarde por el marxista brasileño Paulo Freire.
Antonio Gramsci fue opositor de la concepción fatalista y positivista del marxismo, presente en el viejo partido socialista, que sentenciaba que el capitalismo estaba necesariamente destinado a caer, dando lugar a una sociedad socialista. Esta concepción enmascaraba la impotencia política del partido de la clase subalterna, incapaz de tomar la iniciativa para la conquista de la hegemonía.
Gramsci era consciente que para captar el concepto de hegemonía debía abandonarse todo rígido determinismo economicista, y en consecuencia la táctica de los movimientos revolucionarios en el Occidente desarrollado no debía ser de lucha frontal (guerra de maniobra, aplicada en la Revolución de Octubre) sino la de la guerra de posiciones. La novedad gramsciana consiste en la idea de que es posible obtener la hegemonía antes de la toma del poder, disgregando al bloque dominante existente; pero para ello, el socialismo deberá basarse en el máximo de consenso popular posible.
Nuevos tiempos. De la lucha de clases a la lucha de géneros o interseccionalidad
Los tiempos cambian, menos para los intelectuales. En el siglo XXI y el final del siglo XX, ya no son iguales las condiciones sociales como sucedía durante la Revolución Industrial de principios del siglo XIX, tampoco la época de la Gran Depresión de los treinta del siglo XX de Estados Unidos. Las clases medias, tanto en Estados Unidos y en la Europa occidental, tuvieron un nivel de vida superior a las clases privilegiadas de los siglos pasados. No solo en lo económico sino en lo que respecta a los derechos civiles e individuales.
En los últimos dos siglos tanto los socialistas como comunistas sostenían que el conflicto entre los hombres se centraba en la lucha de clases, ese era el motor de la historia. El gran problema se presenta cuando la «lucha de clases» queda obsoleta, y nadie compra esa idea, mejor dicho, solo algunos tontos útiles. En una sociedad en que una gran proporción son económicamente clase media, y los que no lo son luchan para elevar su nivel de vida, ya no hay sitio para la idea del proletariado.
George Sorel, renegaba y atacaba al sindicalismo, porque consideraba que estos luchaban por mejorar el salario en vez de realizar una revolución, por eso los consideraba innecesarios e inútiles. ¿Quiénes serán aquellos que nos liberen de las injusticias del capitalismo? ¿Los que ocupen el lugar de los explotados y marginados?
Los marxistas tradicionales sostenían que el fracaso del proletariado consistía en no entender que su explotación por los capitalistas, se debía a su propia «falsa conciencia» en la que habían sido adoctrinados, los obreros creían debido a esa falsa conciencia de que eran libres en el capitalismo, y solo eran esclavos de un salario, no entendían que eran víctimas del sistema social, de la propiedad privada de los medios de producción.
Por tanto, vemos que se pasa de la lucha de clases a la lucha de la raza, a la lucha de los sexos. Se afirma entonces que el racismo está presente de manera permanente en la sociedad, que la gente de color estaba sometida a los privilegiados por su blancura. Lo mismo sucedía con el género y la orientación sexual, abiertas a todo abuso físico y psicológico, y que la homofobia estaba al acecho como una fiera a la vuelta de la esquina en toda sociedad.
Se insiste en que la identidad y el sentido que asumimos cada uno de nosotros están ligado a tu género, raza y sexualidad. Y quien no acate esto se debe a su falsa conciencia y debe ser reeducado, ya que fueron lavados sus cerebros por los intereses de los blancos, de hombres heterosexuales. Las personas pueden estar oprimidas por ser una mujer, por ser negra, o por ambas cosas, o puedes ser negra, mujer, homosexual, es decir, una víctima de todas estas agresiones.
Aparecen muchas formas de discriminación, por tanto, surge la «interseccionalidad». Cada «intersección» tiene su propio significado, experiencia, discriminación, opresión, abuso y marginación. Una mujer blanca solo puede entender un poco de lo que está sufriendo esta persona, ya que, aunque sea una mujer, es blanca y por lo mismo tiene cierto grado de «privilegio» al no ser una «persona de color».
En esta Nueva Izquierda, todas las declaraciones de las ideas «de odio» u «ofensivas» o «de tipo fascista» pueden ser censuradas para que no se oigan en diversos «espacios públicos». Cualquier persona que trate de pronunciar palabras e ideas prohibidas puede ser atacada físicamente y expulsada. La siniestra corrección política pretende cambiar el lenguaje y enseñar otra forma «correcta» de hablar para que seamos «inclusivos». ¿Pero cómo llegamos a esto, a esta Nueva Izquierda?
La Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse y la Nueva Izquierda.
Pero serían los marxistas alemanes de la escuela de Frankfurt, Adorno, W. Benjamin, Erich Fromm, Max Horkheimer y Herbert Marcuse, los que superaron a Lukács y a Gramsci casando a Marx con Freud, dando lugar a lo que llamamos el marxismo cultural. Pero un marxismo revisado por su padre fundador Herbert Marcuse.
No se puede negar que existe una izquierda actual, que algunos, a falta de capacidad y comprensión, califican erróneamente como socialdemócrata. Sin embargo, esta Nueva Izquierda es una mescla de izquierdas definidas e indefinidas. Esas izquierdas que están bien explicadas por Gustavo Bueno, como «izquierdas indefinidas», lugar a donde fueron a parar luego del derrumbe del socialismo real. Estuvieron escondidas, camufladas, mimetizadas, en los medios de comunicación, en las ONGs, es la ideología woke, la ideología de género, los indigenistas, multiculturalistas, las pacifistas, etc.
Grupos que reivindican rasgos que tienen que ver con el animalismo, el feminismo, con variedades y preferencias sexuales, LGTBIQ+, el ecologismo, etc., que no son más que aspectos antropológicos culturales, pero no estrictamente políticos. Esas consideraciones son puramente metafísicas y que suelen emplear en la política, son elementos extra políticos, que se mueven en el espacio antropológico, como el mito de la naturaleza, la pachamama, la madre tierra, y un largo etcétera.
Marcuse pertenece a la primera generación de la Escuela de Frankfurt junto a otros intelectuales del movimiento como Fromm, con quien se enemistó tempranamente y otros representantes de esa escuela como Adorno y Benjamin. Lukács, al centrarse en la falsa conciencia o alienación del proletariado, abriría un nuevo campo de estudio. Con estos autores, el marxismo se combinó con el psicoanálisis y dio un giro cultural. Stuart Jeffries, afirma que el enfoque en la «reificación» hizo girar al marxismo del «optimismo agitador del Manifiesto comunista a la resignación melancólica que se filtra a través de la Escuela de Frankfurt».
El Instituto de Investigación Social se creó en Frankfurt para reflexionar sobre el fracaso de la revolución comunista en Alemania en 1918. Pero a partir de 1931, con la dirección de Horkheimer, abandonó el análisis del capitalismo exclusivamente como un sistema económico para estudiar su superestructura.
El capitalismo es para ellos un sistema de dominación cultural, que oprime al proletariado de maneras sutiles a través de la cultura de masas. Aquí surge una paradoja que los críticos de la Escuela de Frankfurt recuerdan de la siguiente manera, «Estamos todos atrapados y alienados excepto, claro, quienes nos avisan de que estamos todos atrapados y alienados».
Marcuse, Horkheimer, Adorno, tienen conciencia, pueden ver la opresión cultural y su obligación moral es avisar al mundo entero. Para Marcuse el proletariado fue hallado deficiente como agente revolucionario y debía ser reemplazado por teóricos críticos. Es decir, por académicos, la Escuela de Frankfurt «en vez de politizar la academia, academizó la política», como dijo la filósofa Gillian Rose.
Casi todos los integrantes de la Escuela de Frankfurt eran hijos de judíos burgueses, y casi todos se rebelaron contra sus padres y lo que representaban: el espíritu comercial y pequeñoburgués, los valores de la Ilustración, el positivismo y la ciencia. A veces esa rebelión edípica era ridícula y adolescente.
«Si el padre es un judío practicante, el hijo se rebela expresando su ateísmo; si el padre es un judío ateo sumergido en el nacionalismo alemán, el hijo se rebela reclamando su herencia religiosa judía o abrazando el creciente movimiento político del sionismo», lo explica Stuart Jeffries.
Herbert Marcuse, fue un filósofo alemán en parte de ascendencia judía, estudió con el filósofo nazi Martín Heidegger, antes de huir de Alemania previo al ascenso del nazismo. Luego de permanecer períodos en Columbia, Harvard y Brandeis, Marcuse se mudó a California, donde se convirtió en el gurú de la Nueva Izquierda mundial en los años sesenta.
Escribió muchas obras, las más conocidas son El hombre unidimensional, Razón y revolución, La sociedad industrial y el marxismo, Ética de la revolución, Cultura y sociedad, para mencionar algunas. Pero en una colección de cuatro conferencias titulada: La sociedad carnívora, está resumido todo el pensamiento de Marcuse.
Luego de renegar del estalinismo afirmó que la construcción de la nueva izquierda «tal vez probablemente va a ser construido en Cuba, tal vez se está construyendo en China (de Mao)». Fue una profecía totalmente fallida. Marcuse intentó reactivar la dialéctica marxista a partir de la ontología fenomenológica. A partir de allí definió un nuevo curso estratégico para la revolución comunista.
Con ocasión del 150 aniversario del natalicio de Karl Marx celebrado en la UNESCO, Marcuse afirmó: «Creo que los estudiantes se rebelan contra todo nuestro modo de vida… Jamás he predicado la violencia. Pero creo sinceramente que la violencia de los estudiantes no es sino una respuesta a la violencia institucionalizada de las fuerzas del orden».
«Creo que la lucha será necesaria, más necesaria que nunca quizás, si se vislumbra la posibilidad de un nuevo modo de vida. Los estudiantes ven en el Che Guevara, en Fidel Castro, en Ho Chi Minh figuras simbólicas que encarnan no sólo la posibilidad de un nuevo camino hacia el socialismo… exento de los métodos estalinistas». Marcuse, agregaría para concluir: «La idea tradicional de la revolución y la estrategia tradicional de la revolución ha terminado… Uno puede hablar legítimamente de una revolución cultural».
Marx se veía como el profeta del advenimiento del socialismo. Marx no fue una especie de activista que buscaba organizar una revolución obrera, Marx enfatizó desde el principio que la revolución socialista vendría inevitablemente; no se tenía que hacer nada para causarlo. Al hilo de Marx, Karl Kautsky, escribió: «Nuestra tarea no es organizar la revolución sino organizarnos para la revolución; no es para hacer la revolución, sino para sacar partida de ella».
La ausencia de una sola revuelta obrera del tipo que predijo Marx, en cualquier parte del mundo, fue una refutación plena y decisiva del marxismo «científico». La clase trabajadora no estaba para rebelarse, Marx no anticipó eso. Marcuse definió el problema de la misma manera que Lenin: si la clase trabajadora no está dispuesta al socialismo, ¿dónde encontrar un nuevo proletariado para lograrlo?
Marcuse, el sociólogo marxista entendía que las sociedades capitalistas avanzadas tecnológicamente, adquirían un vínculo con el artículo de producción, y esto producía una concientización falsa o inhibía al obrero de asumir el papel de vanguardia o sujeto revolucionario. Al obrero en el capitalismo no le interesaba ser revolucionario ni comunista, por las prebendas que el sistema y su esfuerzo personal le otorgaban.
Marcuse reemplazó al proletario (que no existía) y en su lugar entronizó a ese sector de la sociedad que se sentía marginado, y es entonces, que la noción de victimización colectiva adquiere un papel fundamental. Es decir, por ejemplo, hay que mantener a los afroamericanos mentalmente como victimas perpetuas. Marcuse le otorgó al «intelectual radical» la tarea de guiar a los marginados (explotados), y se buscaba culpar colectivamente a los blancos para que asistieran al proceso revolucionario.
Herbert Marcuse confió la tarea al intelectual radical y no al «intelectual orgánico», ahí está la diferencia con Antonio Gramsci. Herbert Marcuse sabía que en los países industrializados modernos como Estados Unidos no podían reunir los tipos de campesinos sin tierra, los restos de una sociedad feudal atrasada, en los que Lenin confiaba. Había que buscar un sustituto al proletariado. Marcuse sabía que contaba con los artistas e intelectuales trasnochados que odiaban la civilización industrial, en parte porque se consideraban superiores a los empresarios y comerciantes.
Estos marginales eran la tropa natural para lo que Marcuse llamó el Gran Rechazo, es decir, el repudio visceral de la sociedad de libre mercado. Pero estos bohemios estaban confinados a pequeños sectores de la sociedad occidental.
Se podía mencionar a la sección Schwabing, un barrio de Münich, conocido por ser el barrio de los artistas, que, desde finales del siglo XIX, concentró a una gran cantidad de pintores, escritores, músicos y personajes bohemios en general, y que en la actualidad sigue siendo un barrio bohemio e importante centro cultural de la ciudad que atrae a gran cantidad de viajeros.
O la margen izquierda del rio Sena, París, donde está situado el Barrio Latino que tiene como núcleo histórico a la Sorbona. En la actualidad, sigue siendo un barrio muy frecuentado por estudiantes y profesores, debido a las numerosas instituciones de enseñanza superior y de investigación. En la década de 1960, particularmente en los sucesos de mayo de 1968, este barrio fue uno de los centros neurálgicos de los diferentes movimientos de protesta.
Greenwich Village en New York, también conocido como The Village, y que en la actualidad es una gran área residencial en el lado oeste de Manhattan. The Village, famoso por su bohemia y la cultura alternativa de la que ha sido escenario histórico. Fue un semillero de nuevas ideas y movimientos de vanguardia, desde principios del siglo XX hasta la actualidad. En los 50 la llamada Generación Beat tuvo su punto de apoyo en el barrio.
En este lugar se reunían poetas, cantantes, escritores, estudiantes, músicos y artistas que huían de lo que ellos llamaban una sociedad conformista. Fue el punto de inicio del futuro movimiento hippie de los años 1960. En 1969, en el Stonewall Inn, un club gay del barrio, se inició simbólicamente el movimiento de liberación homosexual. Hoy, Greenwich Village continúa siendo uno de los puntos de referencia de aquellos movimientos culturales, artísticos y sociales que fueron cambiando la cultura de Estados Unidos.
A estos sitios había que sumarle un puñado de campus universitarios. Estas tropas bastaban para hacer manifestaciones, pero no para hacer una revolución. Entendía que debía incorporar a los bohemios en un grupo principal y convertir a las personas normales en marginados. Acudió a los jóvenes de la década de los 60, finalmente, había un grupo que podía hacer un movimiento de masas.
Estos jóvenes eran vagos, malcriados, un remedo de la humanidad, que vivían de la prosperidad de la posguerra, y estaban alejados de los problemas del mundo real, metidos en las drogas, el libertinaje sexual y su música. ¿Esta escoria podría ser la vanguardia de la revolución? Para Marcuse sí lo eran, pero «elevando su conciencia».
Estos «estudiantes» ya estaban algo alienados de la sociedad. Vivían en esas comunas socialistas llamadas Universidades. Marcuse vio en ellos la materia prima de la que se hace el socialismo en una sociedad rica y exitosa. Marcuse confiaba en que estos profesores activistas podrían sensibilizar a toda una generación de estudiantes para que pudieran sentirse subjetivamente oprimidos incluso si no hubiera fuerzas objetivas que los hicieran.
Era un trabajo a largo plazo, pero afortunadamente para Herbert Marcuse los 60 fueron los años de la Guerra de Vietnam, y los estudiantes temían ser reclutados, entonces existían razones egoístas para oponerse a la guerra. La cuestión era convertir esa cobarde actitud en una noble resistencia ética y de justicia global.
La mala conciencia pasaba a ser un activismo de izquierdas. Marcuse retrató a Ho Chi Minh y al Vietcong como una especie de proletariado del Tercer Mundo, luchando por liberarse de la hegemonía estadounidense.
La nueva clase proletaria trabajadora eran los «luchadores por la libertad» vietnamitas, en una clara transposición de categorías marxistas, los malvados capitalistas eran los soldados norteamericanos. Marcuse se atrevió a decirles a los estudiantes izquierdistas en la década de los 60 que los «luchadores por la libertad» vietnamitas no podrían tener éxito sin ellos.
En Un ensayo sobre la liberación, escribió Marcuse: «Solo el debilitamiento interno de la superpotencia», que «finalmente puede detener el financiamiento y el equipamiento de la represión en los países atrasados». Los estudiantes eran para Marcuse el caballo de Troya dentro del capitalismo. Juntos entre los de adentro y los de afuera lograrían el Gran Rechazo. Este «gran rechazo» de Marcuse está lejos de la tradición marxista. Marcuse habla de sectores sociales que no tienen nada en común con los procesos de producción, y tampoco con la plusvalía.
La derrota en la guerra redimiría tanto a Vietnam como a Estados Unidos. Esa redención según Marcuse sería, «Propiedad colectiva, control colectivo y planificación de los medios de producción y distribución». En su búsqueda de la nueva clase proletaria sustituta, Herbert Marcuse, además de los estudiantes, encontró tres divisiones más para la lucha.
El primero de ellos fue el movimiento Black Power, que fue adjunto al movimiento de derechos civiles. Lo bueno de este grupo, desde el punto de vista de Marcuse, es que no tendría que ser instruido en el arte del agravio, los negros tenían quejas que databan de siglos atrás, había razones objetivas.
Según este grupo, los «negros» se convertirían en la clase trabajadora, los «blancos» en la clase capitalista. La raza, toma el lugar de la clase. Así es como obtenemos el afro-socialismo, y desde aquí es un paso corto hacia el socialismo latino y cualquier otro tipo de socialismo étnico.
El otro grupo fueron las feministas. Herbert Marcuse reconoció que con una conciencia efectiva también se les podría enseñar a verse a sí mismas como un proletariado oprimido. Esto, requeriría otra transposición marxista: «las mujeres» ahora serían vistas como la clase trabajadora y los «hombres» como la clase capitalista, la categoría de la clase ahora se cambiaría a género.
Herbert Marcuse, aunque no escribió específicamente sobre homosexuales o transgéneros, pero era más que consciente de las formas exóticas y extravagantes del comportamiento sexual, y la lógica del socialismo de identidad puede extenderse fácilmente a todos estos grupos. Según la transposición marxista marcusiana, los gays y transgénero se convierten en el proletariado más nuevo, y los heterosexuales, incluso los heterosexuales negros y femeninos, se convierten en sus opresores.
En esto se encuentra las raíces de la «interseccionalidad». No me voy a detener en lo que ya sostienen las seguidoras de Herbert Marcuse, sobre la fórmula marcusiana de feminismo socialista o socialismo feminista, las del «marxismo queer» o marxismo marica, o el enfoque de las capacidades (Butler, Preciado) en la fórmula Raza, Género, Clase y los enfoques interseccionales. O si Marcuse llevó orgullosamente el nombramiento de «mujer honoraria».
«(El) movimiento se vuelve radical», escribió Marcuse, «en la medida en que apunta, no solo a la igualdad dentro del trabajo y la estructura de valores de la sociedad establecida… sino más bien a un cambio en la estructura misma». El objetivo no era solo el patriarcado, era la familia monógama. Marcuse veía a la familia heterosexual en sí misma como una expresión de la cultura burguesa, por lo que, en su opinión, la abolición de la familia ayudaría a acelerar el advenimiento del socialismo.
Según estas izquierdas una forma de opresión es buena, pero dos son mejores y tres mucho mejor. El verdadero ejemplo del socialismo de identidad es un hombre negro o marrón en transición para ser una mujer con antecedentes del Tercer Mundo que está tratando de ingresar ilegalmente a este país porque su país, supuestamente, ha sido borrado del mapa por el cambio climático.
Herbert Marcuse no habló sobre la interseccionalidad, pero sí reconoció el movimiento ambiental emergente como una oportunidad para restringir y regular el capitalismo. El objetivo, era «conducir la ecología hasta el punto en que ya no se pueda contener dentro del marco capitalista», aunque reconoció que «significa extender primero el impulso dentro del marco capitalista».
Marcuse también acudió a Freud para abogar por la liberación del eros. Freud dijo que el hombre primitivo se dedicaba decididamente al «principio del placer», pero a medida que avanza la civilización, el principio del placer debe subordinarse a lo que Freud denominó «el principio de la realidad».
Es decir, la civilización es el producto de la subordinación del instinto a la razón. La represión, según Freud, es el precio necesario que debemos pagar por la civilización. Marcuse dijo que, en algún momento, la civilización llega a un punto en el que los humanos pueden ir hacia otro lado. Pueden liberar los instintos muy naturales que han sido reprimidos durante tanto tiempo y subordinar el principio de realidad al principio de placer.
Esta liberación, Herbert Marcuse, denominó «sexualidad polimorfa» y la «reactivación de todas las zonas erotógenas». Estamos frente a ese panorama de extrañas preocupaciones actuales desde la bisexualidad hasta la transexualidad y más allá.
Marcuse sabía que movilizar a todos estos grupos, los negros, los estudiantes, los ambientalistas, las feministas, los homosexuales, etc., llevaría tiempo y requeriría una gran conciencia o reeducación. Pero veía que la Universidad era el lugar adecuado para realizar este proyecto, y dedicó su vida a formar a una generación de activistas de izquierdas.
Marcuse también creía, que la universidad podría producir un nuevo tipo de cultura, y esa cultura se haría metástasis en toda la sociedad para infectar los medios de comunicación, el cine, incluyendo el estilo de vida de la clase capitalista. La toma de posesión de la Universidad como herramienta de adoctrinamiento socialista, no tuvo éxito durante su vida.
Es idea de Herbert Marcuse la llamada «tolerancia represiva», un círculo cuadrado, que promueve la supresión de toda libre expresión cuyas ideas-conceptos, choque con todo planteamiento izquierdista. La «corrección política» y las manifestaciones contra el «lenguaje de odio» son una muestra de ello. Bajo este concepto intolerante las turbas socialistas destruyeron todo a su paso en las ciudades estadounidenses, hace dos años.
Esta Nueva Izquierda lleva dentro de sí, la ideología Woke, no generación woke, porque en ella participan personas de distintas generaciones. Esta ideología es izquierdista (un izquierdismo revisado y actualizado) y dentro de esta corriente conviven la tercera generación de izquierdas, el anarquismo (Antifa en Estados Unidos) y grupos afines que tienen diferentes denominaciones en Iberoamérica. También la cuarta, quinta y sexta generación de izquierdas.
Esta ideología ha sumado a su trinchera a gran parte del sector empresarial, a los Big-Tech, a los medios de comunicación en su casi totalidad, al partido Demócrata y que ahora hipócritamente tratan de culpar de sus malos resultados electorales a los woke. Al mismo estilo que las mafias extorsionan y logran la genuflexión a sus ideas, o de lo contario son tachados de racistas y reciben la visita de las turbas.
Los woke están obsesionados con las palabras, que para ellos son armas, es decir, son instrumentos creados por un grupo para mantener su dominio. De ahí, tenemos el «wokeism» de género, muy fuerte en países de Iberoamérica y en España. No aceptan el uso del masculino para designar el plural como, niños y niñas, niñes. Eso sería una episteme creada por el «heteropatriarcado».
Numerosos colegios de Estados Unidos están poniendo en práctica los llamados «grupos de afinidad racial». Es decir, la separación a los niños por razas: los blancos con los blancos y los de color con los de color, con la idea de «empoderarlos» y «desarrollar su identidad» para que puedan enfrentarse a una vida plagada de opresiones. Así, a los niños blancos se les enseña a vigilar su racismo, mientras que, a los niños de color, a vigilar el racismo de los niños blancos.
La Teoría Crítica de la Raza (TCR) no tiene una plataforma internacional, como el proletariado internacional, sus miembros centran su atención en Estados Unidos. Simplemente porque no es posible en todos lados, si la división racial explicara todos los conflictos y problemas en la sociedad estadounidense, esto no pegaría con países que son más homogéneos como Islandia y Japón. Un intento de ese tipo resultó verdaderamente vergonzoso en 2019, cuando Nikole Hannah-Jones, la autora del Proyecto de 1619 consideró la cuestión del Holocausto.
La Teoría Critica de la Raza (TCR) quiere presentarse como una continuación de las luchas por derechos civiles de los años 1950 y 1960, lo cual es una mentira. Al sostener que los blancos como los negros son razas incompatibles, tiene más de común con Adolf Hitler que con Martin Luther King. La (TCR) es una pseudociencia racial emparentada con el «darwinismo social», de fines del siglo XIX. Luther King no quería abolir el capitalismo, sino que los suyos no sean marginados del sistema.
Estos izquierdistas dicen: «Si eres blanco y solo sales con gente blanca, eres un racista. Pero si eres blanco y sales con una persona negra, estás, aunque sea interiormente, exotizándola como un “otro”». «Los negros no pueden ser hechos responsables de todo lo que hace cualquier persona negra. Pero todos los blancos deben de reconocer su complicidad personal en la perfidia de la historia de la “blancura”».
Estos salvadores de la humanidad, insisten que esto debe aplicarse a todas las relaciones personales, como matrimonios, amistades, conexiones familiares, amigos, esposos, amantes, colegas, para luchar contra su «racismo inconsciente». Pero esto no se queda aquí, en Estudios críticos de la blancura, editada por Richard Delgado, presenta una entrevista con Noel Ignatiev, coeditor de una revista titulada Traidor racial.
Ignatiev, un ex estalinista y ex participante de Estudiantes por una Sociedad Democrática, afirma: «Nosotros creemos que mientras la raza blanca exista, todos los movimientos contra lo que se llama ‘racismo’ van a fallar. Por eso, nuestro objetivo es abolir la raza blanca». Un dato más que ilustra como las universidades en Estados Unidos se han convertido en bunkers de las izquierdas, en 2014 había seis profesores de izquierdas por cada profesor conservador en los campus de Estados Unidos, hoy se ha triplicado ese número.
Muchos de esos jóvenes idealistas que participan de estos grupos, que atacan a la sociedad, son beneficiarios de una sociedad rica y generosa que jamás se haya visto. El desprecio a su propio país comenzó en la escuela, así empezaron a hablar de actitudes racistas, sexistas, colonialistas y explotadoras, asumiendo actitudes reforzadas en la universidad. Universidades que desde el siglo pasado se convirtieron en trincheras del izquierdismo cultural.
El movimiento Antifa, un movimiento anarquista, es un movimiento autodenominado antifascista que declararon oponerse a todas las formas de racismo y sexismo y a las políticas del entonces gobierno de Trump contra la inmigración y los musulmanes. El grupo fue catalogado como una organización de extrema izquierda, sus miembros se enfocan únicamente en luchar y no en promover iniciativas que representen a un sector determinado del sistema político.
No buscan alcanzar cuotas de poder en elecciones o en la aprobación de leyes en el Congreso. Con un fuerte discurso anticapitalista, sus tácticas están relacionadas con el anarquismo, la tercera generación de izquierdas. Antifa no reniega para nada sobre el uso de la violencia como un método válido de protesta en las calles, incluyendo la destrucción de propiedad privada y la violencia física contra sus oponentes.
No excluyen los ámbitos académicos, como las manifestaciones contra el considerado azote de progres e izquierdistas, el homosexual de derecha Milo Yiannopoulos, o en protestas violentas el día en que Donald Trump llegó a la Casa Blanca y en los incidentes en Charlottesville.
El blogger estadounidense Rod Dreher, escribió: «Si eres blanco, hombre, heterosexual y religiosamente y/o socialmente conservador no hay lugar para ti» en la izquierda progresista. Por el contrario, ahora debería esperarse que en la sociedad «las personas como usted tengan que perder sus trabajos e influencia».
Es decir, para los socialistas de identidad y para la izquierda en general, los negros y latinos están dentro, los blancos están fuera. Las mujeres están dentro, los hombres están fuera. Los gays, bisexuales, transexuales, junto con otros tipos más exóticos, están dentro; los heterosexuales están fuera. Los ilegales están dentro, los ciudadanos nativos están fuera. Debemos decir que, para la izquierda, no es simplemente incluir sino también excluir, alejar a sus oponentes de su lugar natal.
En el capitalismo woke, las grandes empresas fueron atrapadas por la nueva izquierda cultural, y hoy son sus activistas más radicales. No solo las Big Tech están censurando cualquier pensamiento que no comulgue con las ideas de estas izquierdas, y cuando se aplica a las empresas, estas identifican su politización comercial con la visión del mundo del izquierdismo cultural.
El capitalismo globalista neoliberal, fue destruyendo las barreras comerciales y las barreras migratorias, que en otros tiempos evitaban la unificación del mundo. Este tipo de corporaciones o empresas multinacionales y los activistas de izquierda quieren exactamente lo mismo, su fin es la globalización, que siempre ha sido un objetivo de la izquierda y que hoy lo intentan apelando a la sensibilidad, a la emocionalidad, con todo tipo de propaganda, mientras las corporaciones se llenan los bolsillos.
Mientras los ideólogos siguen sosteniendo que los problemas son las relaciones raciales, el capitalismo, la brutalidad policial o el calentamiento global, debido a su cortedad mental. La verdadera causa es más profunda y mucho más oscura.
Marcuse influyó en toda una generación de jóvenes radicales, desde el cofundador de Weather Underground, Bill Ayers, el amigo de Obama, el activista de Yippie (Youth International Party, «Yippies»). En ese entonces, Abbott Howard Hoffman, activista social, político estadounidense de origen judío, fue arrestado y juzgado por conspiración e incitación a la violencia durante los violentos enfrentamientos con la policía durante la convención nacional Demócrata de 1968.
Fue parte del grupo que llegó a conocerse como los Siete de Chicago (inicialmente conocidos como los Chicago Eight), que también incluyó a sus compañeros Yippies Jerry Rubin y Juice Box, el cofundador del Black Panther Party, Bobby Seale, David Dellinger, Rennie Davis, John Froines, Lee Weiner y el futuro senador demócrata por California Tom Hayden.
En su autobiografía de 1980, Demasiado pronto para ser una película, se describió como un anarquista (anarco comunista). Ingresó en la Universidad Brandeis, donde estudió con Marcuse, Allí obtiene un bachiller en 1959. Abbie fue un activista anti-guerra de Vietnam. Abbie Hoffman, posteriormente, se convirtió en un fugitivo de la ley, que vivió bajo un alias condenado por traficar con cocaína.
Tom Hayden, presidente del grupo activista (SDS), Estudiantes por una Sociedad Democrática, también fue alumno de Marcuse. En 1962 y 1963, período en el que redactó su escrito más famoso, Port Huron Statement, viajó como activista pacifista, a Camboya y Vietnam del Norte, durante la Guerra de Vietnam, incluyendo uno especialmente controvertido en 1972 a Vietnam del Norte con la que luego sería su esposa, la actriz izquierdista Jane Fonda.
En 1999 pronunció un discurso durante las Manifestaciones contra la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Seattle. Fue integrante del comité asesor de Progressive Democrats of America, una «organización de base» creada para expandir la cooperación política del izquierdismo con el Partido Demócrata.
Angela Davis, quien más tarde se unió a las Panteras Negras, y que fue candidata para vicepresidenta del Partido Comunista, era estudiante de Marcuse y también una de sus protegidas. Davis dijo que fue Marcuse quien «me enseñó que era posible ser académica, activista, investigadora y revolucionaria».
Herbert Marcuse instó a los activistas de los sesenta a apoderarse de los edificios y derrocar la jerarquía de la universidad, como un primer paso para fomentar la revolución socialista en Estados Unidos. Curiosamente, Ronald Reagan, el entonces gobernador de California, fue quien hizo despedir a Marcuse.
El gobernador Reagan presionó a los regentes del sistema universitario para que no renovaran el contrato de Marcuse. Pero con el tiempo, Marcuse tuvo éxito cuando la generación activista de la década de los 60 gradualmente se hizo cargo de las universidades de élite. Hoy, el adoctrinamiento socialista es la norma en el campus estadounidense y el sueño de Marcuse se ha hecho realidad.
En un famoso ensayo llamado «Tolerancia represiva», Marcuse dijo que la tolerancia no es una norma o un derecho que debería extenderse a todas las personas. Sí, la tolerancia es buena, pero no cuando se trata de personas intolerantes. Está perfectamente bien ser intolerante con ellos, hasta el punto de interrumpirlos, cerrar sus eventos, evitar que hablen, incluso destruir sus carreras y propiedades.
Todo este discurso hace que Marcuse sea también el filósofo de Antifa. Aunque Marcuse no usó el término «enemigo», pero argumentó de que es legítimo ser odioso contra los que odian. Para Marcuse no había límites a lo que se podía hacer para desacreditar y arruinar a esas personas, el fin de la izquierda era derrotarlos «por cualquier medio necesario».
Herbert Marcuse aprobó ciertas formas de terrorismo doméstico, como que Weather Underground bombardeara el Pentágono, con el argumento de que estos terroristas intentaban detener la mayor violencia que las fuerzas estadounidenses infligen a las personas en Vietnam y otros países.
Herbert Marcuse, fue el héroe del 68, reunió la represión freudiana con la alienación marxista para proclamar una revolución libidinal y erótica que acabara con las estructuras del capitalismo y el liberalismo, especialmente la estructura familiar tradicional. Marcuse terminó pensando que el sistema capitalista utilizó la revolución sexual como un instrumento de dominación.
Herbert Marcuse consideró igual de negativa la represión sexual que su liberación: como buen frankfurtiano, pensaba que no había solución obvia. Su célebre obra, El hombre unidimensional, destapa una lógica muy extendida en la crítica cultural contemporánea: vivimos una represión sutil que es más peligrosa que la explícita porque la hemos interiorizado.
El coreano Byung-Chul Han, filósofo de moda y heredero claro de la Escuela de Frankfurt, hace un análisis similar hoy: el emprendedor que es su propio jefe tiene interiorizada la opresión capitalista, la ejerce sobre sí mismo. Curiosamente, Agustín Laje Arrigoni, el adalid de la derecha, hace una lectura del libro: «El aroma del tiempo» de Byung-Chul Han, y sostiene: «Ustedes se pueden familiarizar con la pluma de este autor que a mi particularmente me gusta mucho».
Cito a Agustín Laje para que vean por donde van algunos de la derecha. Digamos que seguimos filosofando sobre lo que teorizaron Adorno, Horkheimer, Habermas o Marcuse, a partir de lecturas equivocadas.
Adorno le escribió a Marcuse en 1969, deprimido por la interpretación que los estudiantes revolucionarios hicieron de sus ideas, «(los estudiantes) han sintetizado su práctica con una teoría inexistente, y por lo tanto expresado un decisionismo que evoca recuerdos terribles».
Las depredaciones de los delincuentes son justificadas como un producto de las opresivas condiciones sociales, como una demostración de resentimiento contra el sistema y hasta presentadas como valientes rebeliones contra el mismo. Y, por supuesto, se aclama a cuanto «héroe» de la lucha anticapitalista aparece, desde Fidel Castro y «Che» Guevara hasta Ho Chi Minh y Mao Tse-Tung.
Estas izquierdas, hostiles al capitalismo, no quieren reformar el sistema sino destruirlo. Vive de explotar los sentimientos humanitarios de la población y, en particular, de los más jóvenes e inexpertos. Y los jóvenes de hoy repiten los mismos errores de sus padres y abuelos, que también quisieron ser «progresistas», y disfrutan del mismo sentimiento de superioridad moral que ellos sintieron.
En la organización autodenominada Black Lives Matter (BLM), sus fundadoras son de ideología marxista. Este grupo se había fijado como meta en lo inmediato evitar la reelección de Donald Trump, a mediano plazo incendiar el sistema, acabar con ella, y a largo plazo crear un sistema político nuevo, uno donde exista, dicho por los líderes de (BLM), la «soberanía negra, por cualquier medio necesario».
Para llevar a cabo sus objetivos (BLM) sabe que es necesario mantener relaciones y alianzas más allá de las fronteras estadounidenses. En primer lugar, vieron como ejemplo a seguir a la izquierda iberoamericana, el Foro de San Pablo, que agrupa a los partidos de la izquierda y a grupos más radicalizados para conformar un bloque de poder para gobernar en toda la región, bajo la ideología de la Nueva Izquierda en el llamado Socialismo del siglo XXI.
Una ideología que no es socialdemócrata, sino que es de la Nueva Izquierda, y que está implementada en gobiernos como Cuba, Venezuela, Nicaragua, y que se trata de implantar en distintos gobiernos de Iberoamérica, como por ejemplo en Argentina con el peronismo, Bolivia, Chile, etc. Y en Norteamérica, como México con Morena, en Canadá tiene fuerte penetración.
Al Foro de San Pablo hay que sumar el Grupo de Puebla, a nivel de gobiernos de izquierdas. La alianza establecida por Black Lives Matter y Antifa con las izquierdas de iberoamérica, apunta a establecer la revolución en Estados Unidos.
En 2015, la fundadora de Black Lives Matter, Opal Tometi, participó con el dictador Nicolás Maduro en la cumbre «People of African Descent Leadership», en la que reconocieron públicamente «la lucha del presidente Maduro por reivindicar los derechos del pueblo». En la foto que se tomaron, Tometi hace un gesto revolucionario con el puño cerrado, mientras abraza al dictador, quien fuera condecorado en esa reunión.
Opal Tometi, también participó como observador internacional de las elecciones legislativas de 2015. En un tuit alabó la dictadura izquierdista de Venezuela como «un lugar donde hay un discurso político inteligente», luego de que en 2014 asesinaran a decenas de jóvenes en las calles durante las protestas que tuvieron lugar en el país sudamericano.
En el 2017, participaron en uno de los foros junto a el Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia (partido de Evo Morales), la organización criminal brasileña Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional de El Salvador y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), partido chavista.
Antifa se estableció en el Brasil de Jair Bolsonaro, con la ayuda de los miembros del Foro de San Pablo. Mientras en Estados Unidos las protestas se extendían en el país, se hizo presente en Brasil el grupo anarquista Antifa. Se sumaron a los actos vandálicos realizados en Rio de Janeiro, San Pablo y en Curitiba.
Cuando el gobierno de Brasil dio a conocer los antecedentes de Antifa, diputados del Partido de los Trabajadores, del Partido Comunista de Brasil y miembros del Foro de San Pablo, protestaron por lo que llamaron la «inquisición del Gobierno Bolsonaro contra servidores antifascistas». Black Lives Matter, también, según información de agencias de inteligencia a las que tuve acceso, tiene estrechos lazos con Antifa y comparten vínculos con las facciones marxistas de la organización terrorista kurda PKK/YPG.
La excandidata vicepresidencial de la fórmula del Foro de San Pablo recibió una donación de un millón de dólares de George Soros a través de su Open Society Foundation, para promover la agenda de la izquierda. La excandidata a la vicepresidencia de Brasil, Manuela D’Ávila, se mostraba entonces con una camiseta del grupo Antifa del Sport Club Internacional. Soros también financió al ex diputado Jean Willys, en cuyo partido (PSOL) militó el responsable del atentado contra el actual presidente de Brasil.
En 2015, Black Lives Matter, publicó un manifiesto titulado «Black Lives Matter en solidaridad con el pueblo venezolano». En el escrito las activistas (BLM) llaman «contrarrevolucionarios» a la oposición en Venezuela, calificación común en la Cuba comunista de partido único donde no se permite el menor disenso. «Ofrecemos esta expresión de nuestra inquebrantable solidaridad con el pueblo venezolano progresista y revolucionario al reflexionar, reagruparse y rectificarse para defender la Revolución Bolivariana», sostienen.
Alicia Garza, otra de las fundadoras de (BLM) resaltó el ascenso al poder de Hugo Chávez, de esto hace ya más de una década, su adhesión ideológica con el marxismo no es algo coyuntural. El socialismo del siglo XXI es una organización de la Nueva Izquierda en donde convive el marxismo con Jesús el primer revolucionario, según Chávez, es decir con el opio de los pueblos.
Si repasamos las seis generaciones de la izquierda definida, que hace Gustavo Bueno, definida en términos políticos por su relación con el Estado, veremos que la primera generación la constituyen los revolucionarios franceses, los jacobinos. Estos eran republicanos, defensores de la soberanía popular, y propugnaban el sufragio universal; su visión de la indivisibilidad de la nación los llevaba a defender un estado fuerte y centralizado.
Los jacobinos respetaban la propiedad privada, no eran socialistas y obraron para que las clases populares pudieran tener acceso a ella. Eso no impidió que condenaron a los grandes terratenientes tradicionales, como la nobleza y la Iglesia, principales exponentes del régimen señorial del Antiguo Régimen.
Los jacobinos sentaron las bases del republicanismo, que por primera vez fuese el Estado que se hiciera cargo de la acción social y que el país saliese victorioso de las guerras en sus fronteras. Fueron radicales comparados con los girondinos, pero moderados respecto a los hebertistas y los enragés, a quienes combatieron.
Los hebertistas intentaban radicalizar la Convención Nacional, y controlaban la Comuna, el gobierno local de París. Viéndose desbordados por su izquierda, Robespierre y Saint-Just consiguieron del tribunal revolucionario la detención y ejecución de su cabeza más visible, Jacques-René Hébert, así como de algunos de sus seguidores, en marzo de 1794.
Jacques-René Hébert, de ideología anticlerical, antinobiliaria y antimonárquica, sentían un menosprecio por las riquezas, logra el respaldo de los sectores más izquierdistas. Posteriormente fue el jefe de la facción radical de los montagnards (miembros del ala izquierda del partido conocido como ‘La Montaña’).
Los enragés (rabiosos, furiosos) fueron un grupo radical de la Revolución francesa, los enragés estuvieron estrechamente relacionados con el movimiento de los sans-culotte a cuya reivindicación de la «igualdad de goces» quisieron dar una fundamentación teórica e intentaron concretar en un programa político. La actividad de los enragés comenzó en la primavera de 1792.
Los enragés justificaron los motines y los asaltos a las tiendas, como un medio de «restituir al pueblo lo que le hacían pagar demasiado caro desde hace mucho tiempo». Esta actitud fue denunciada por los jacobinos como «un complot urdido contra los propios patriotas» ya que el pueblo tenía mejores cosas que hacer que sublevarse «contra mezquinos mercaderes».
Se puede decir que estos fueron uno de los antecedentes del socialismo. Karl Marx consideró a los enragés como uno de los eslabones que condujeron al resurgimiento de la «idea comunista». Así lo afirmó en La Sagrada Familia (1845):
«La Revolución francesa hizo salir a la luz ideas que llevan mucho más allá que las del antiguo estado de cosas. El movimiento revolucionario que comenzó en 1789 en el Círculo Social, que tuvo como representantes principales, a lo largo de su evolución, a Leclerc y Roux (los enragés), y sucumbió momentáneamente tras la conspiración de Babeuf, hizo surgir la idea comunista que Buonarroti reintroduciría en Francia, después de la Revolución de 1830.»
Es decir, los jacobinos combatieron el germen del socialismo, ni la primera generación de izquierdas, ni la segunda generación, la liberal española, no tienen nada que ver con la cuarta (socialdemócrata), quinta (comunismo) y sexta generación de izquierdas (maoísmo).
Los jacobinos franceses siguiendo métodos de la revolución científica someten al Antiguo Régimen a un regressus, a la descomposición de todas sus estructuras y a la reducción a sus partes atómicas, los individuos. Luego proceden a un progressus, en donde desde esas partes atómicas o individuos se construirán las nuevas estructuras de la Nación Política Jacobina.
Las dos primeras, más la tercera generación, la anarquista, consideran al individuo como sujeto. Las siguientes generaciones, la socialdemócrata, la comunista y la maoísta, abandonan al individuo como parte atómica y pondrán el acento en las clases sociales.
En la actual Nueva Izquierda, el sujeto no tiene nada que ver con las tres primeras generaciones de izquierda, y se aleja totalmente de la idea de clase social como sujeto político revolucionario. Para Karl Marx el lumpen proletariado lo era al ser manipulable para la reacción, y los estudiantes eran para Marx una excrecencia de la burguesía. Si estuvieran vivos Marx, Lenin, Stalin, ante los nuevos sujetos revolucionarios de Marcuse se morirían de un infarto.
Estos sujetos revolucionarios que luchan contra la «exclusión», la «desigualdad», la «discriminación», los Derechos humanos, el derecho de los homosexuales, de los transexuales, de una inmigración irrestricta, en donde la capa cortical del Estado ya no es parámetro para determinar quiénes son inmigrantes, los derechos de las feministas, el derecho subjetivo. En definitiva, izquierdas que ya no hacen referencia a la revolución mundial y al proletariado.
Gustavo Bueno sostenía que toda izquierda para ser definida tenía que tomar como parámetro al Estado, incluso para negarlo o para destruirlo, como es el caso de la tercera generación, el anarquismo. Las izquierdas indefinidas, son llamadas así porque no están definidas respecto al Estado, aunque tomen algunas posturas, parcialmente, de las izquierdas definidas.
¿Entonces por qué hablamos de la Nueva Izquierda como si fuese una izquierda definida? Sencillamente, porque ahora ya están definidas. Porque decidieron tomar el cielo por asalto. Porque: «El cielo no se toma por consenso, sino por asalto». Una frase que pronunció Pablo Iglesias Turrión, en el congreso del partido Podemos, en España.
Asaltar el cielo, una frase con el que Karl Marx describió las aspiraciones de la Comuna, la fugaz insurrección que tomó el poder en París. Marx utilizó esta expresión en una carta que dirigió a su amigo el doctor Kugelmann, para explicarle el fracaso de la iniciativa revolucionaria de la Comuna de París de 1871, un episodio apropiado tanto por los comunistas como por los anarquistas, ya que este hecho se produjo antes de la división del movimiento obrero, y que formó parte del discurso político tanto de anarquistas como de comunistas.
Irene Falcón, secretaria de Dolores Ibárruri (Pasionaria), tituló precisamente «Asalto a los cielos» su libro de memorias, publicado en 1996. El entonces director del Instituto Cervantes en Lisboa, Javier Rioyo, que dirigió junto a José Luis López Linares el documental «Asaltar los cielos», sobre la muerte de León Trotsky, dice que la expresión fue heredada por los comunistas del romanticismo alemán, que a su vez se inspiró en la mitología griega.
Una frase que tiene un largo recorrido desde la mitología griega. Esta frase también es mencionada en los poemas de Friedrich Hölderlin (1770-1843), donde se recupera la figura de los titanes, seres que combatieron a los dioses del Olimpo en la llamada Titanomaquia. En boca de Pablo Iglesias, un representante de la Nueva Izquierda, se trata de una exhortación a la unidad del partido en la lucha electoral.
No olvidemos que estas agrupaciones políticas surgidas de las izquierdas indefinidas, no tienen el peso suficiente para tomar el poder por sí mismas. Tendría poco vuelo un partido político definido como indigenista o como transexual. Es por ello que buscan alianzas con partidos ya establecidos, es una forma de «blanquearse» y tener una salida del closet menos traumática y discriminatoria. Aunque luego esas alianzas constituyan una bolsa de gatos, con intereses contrapuestos.
Esta característica es propia de la Nueva Izquierda, recuerden Davos, Seattle, las marchas de los movimientos antiglobalizadores. Lo mismo sucedía con la vieja izquierda durante la Guerra Civil española. En la izquierda actual hay pluralidad, y no tienen nada en común con la lucha de clases, la dictadura del proletariado, ni la apropiación estatal de los medios de producción, no ponen el acento en lo económico, más que para apropiarse de ella, sino en lo que llaman cultural.
En el mismo momento en que deciden tomar el cielo por asalto, ya están definidos respecto a su cielo que es el Estado. Llegan al poder por medio de partidos que le garantizan sus ideales. Así en Argentina llegan al poder por intermedio del peronismo, en Brasil con el partido de los trabajadores, en Uruguay por el Frente Amplio, en Bolivia por el Movimiento al Socialismo.
En Chile por la coalición Pacto Apruebo Dignidad, que acaba de llevar a la presidencia a Gabriel Boric. En Perú con Perú Libre y su presidente Pedro Castillo, en Honduras el Partido Libre, un movimiento de izquierdas, de ambientalistas y campesinos, y que forman parte del Foro de San Pablo, fundado por Fidel Castro e Inácio Lula da Silva. En Colombia están preparando al marxista Gustavo Petro, y podemos seguir.
En Estados Unidos, las nuevas izquierdas cabalgan en el burro demócrata, un partido que en sus inicios fue conservador. Los demócratas del Sur defendían la institución de la esclavitud de los negros, y la mayoría de los demócratas del Norte estaban de acuerdo y no se atrevían a oponerse a sus compañeros del Sur. Los demócratas anti-esclavistas estaban descontentos con su partido (y muchos terminarían pasándose al Partido Republicano a partir de 1854).
Posteriormente, a partir de la Coalición del New Deal, se ganó el apoyo de votantes de origen europeo, católicos y de clase trabajadora, con un claro sesgo a la izquierda. Después del apoyo demócrata a la lucha por la igualdad racial de la década de 1960, la mayor parte de los sureños blancos y católicos del norte mudaron sus votos al Partido Republicano que era más conservador.
Kennedy con su decidida defensa de los derechos civiles de los afroamericanos, causó una masiva deserción de los blancos sureños del Partido Demócrata, alejándolos del conservadurismo y acercándolos más al progresismo, es decir, al izquierdismo. Los demócratas progresistas de la década del 60 que eran activistas de izquierda en las universidades contra la Guerra de Vietnam (o cualquier guerra), cuando estos grupos entraron en decadencia, fundaron partidos maoístas, otros de tinte comunista, pero la gran mayoría terminaron afiliados al partido Demócrata.
El partido Demócrata albergó en su seno a grupos de izquierda definida como el partido Comunista, y a socialdemócratas, pero con el auge de la Nueva Izquierda, las minorías sexuales, milenials, graduados universitarios de bunkers izquierdistas y minorías raciales y étnicas, el partido Demócrata se convierte en el partido de la Nueva Izquierda. Un partido que apoya y promueve el aborto, los derechos LGTBIQ+, la inmigración ilegal, la legalización de la mariguana, la suba de impuestos, el ataque a la riqueza ajena, la defensa de los derechos reproductivos, la memoria histórica, el saqueo y destrucción del pasado hispánico.
El partido se opuso a la Guerra de Irak, también a la política económica que llamaron despectivamente neoliberal, pero que los presidentes de origen demócrata no tuvieron problemas en implementarla, pero también a la política económica de Donald Trump, que fue un freno al neoliberalismo. Los progresistas quieren mantener impuestos más altos y aumentar en vez de reducir el gasto en programas sociales, que el Papá Estado siga despilfarrando, una forma de seguir conservando votos cautivos y fomentando la vagancia.
El llamado Congressional Progressive Caucus (Caucus Congressional Progresista) es el arma de los izquierdistas para dominar el partido. Los progresistas se reúnen también con organizaciones izquierdistas como Demócratas Progresistas de América (Progressive Democrats of America), de Bernie Sanders, también a izquierdistas más radicalizados y a activistas musulmanes. La Nueva Izquierda, variopinta, por eso es nueva, encontraron en el partido Demócrata el vehículo para tomar el cielo por asalto.
Mientras unos idealistas y revolucionarios de YouTube siguen soñando con la vieja izquierda, la Nueva Izquierda ha llegado al poder en el imperio estadounidense. Estas izquierdas por esencia no van a constituir una fuerza política imperial, pero son perfectos para cumplir el papel de tontos útiles de los otros imperios en pugna con el estadounidense, socavando desde adentro al imperio norteamericano, y en Iberoamérica lo único que hacen o pueden lograr es hundirlo más en la miseria. Son izquierdas inservibles, sin capacidad ni vocación imperial.
En nuestro mundo realmente existente la toma y la imposición del poder se decide por la dialéctica de imperios. Tanto Rusia como China no comulgan con estas ideologías, como las ideologías de género, la lucha contra el heteropatriarcado, indigenistas, feministas, homo y transexuales, el multiculturalismo, etc., al contrario, las ven como algo disolventes. Lo irónico es, que este tipo de movimientos sólo son posibles en una sociedad democrática y de libre mercado, en imperios como Rusia y China, hace rato que sus dirigentes e ideólogos habrían colgado de una cuerda y sus seguidores reeducados palo.
Estas izquierdas son funcionales al neoliberalismo, al globalismo mundialista, con su ataque a toda autoridad, jerarquía y tradición. El ataque al Estado como unidad política, la quema de sus símbolos, la falta de respeto a sus himnos, llevado a cabo por sujetos desarraigados, preocupados solamente por sus deseos, pero que paradójicamente el sistema se encarga de satisfacer. Arrasando con todas estas instituciones, le allanan el camino al capitalismo neoliberal globalizador.
No es extraño que George Soros, sea el principal impulsor de políticas migratorias que arrasan y debilitan los Estados de acogida, la mano de Soros a través de sus organizaciones está en el Mediterráneo fomentando las migraciones de Asia y África, tanto mejor si son islámicas. Y en Centroamérica rumbo a Estados Unidos.
George Soros, de quien me ocupé hace años en un largo artículo, hijo de un judío húngaro, el padre fue el creador del esperanto esa lengua que iba a suplir a todas las lenguas del mundo. Todos los niños de la familia Soros, sus nombres originales fueron tomados del esperanto. Probablemente sean los únicos en el mundo que hablen esa lengua.
Ante la inminencia de la llegada de los nazis, Soros padre, entregó a su hijo George a un cristiano y funcionario húngaro, bajo chantaje, y el adolescente Soros, salía todos los días con un grupo de nazis a marcar la casa de los judíos, a quienes conocía, para que sean detenidos, saqueados y enviados a la muerte. Aun se puede encontrar en YouTube, un video del famoso programa estadounidense 60 minutos de la televisión, en donde Soros, sin que se le mueva un pelo, reconoce que lo hizo, y sostiene que, si él no lo hubiese hecho, otro lo habría realizado en su lugar, mandar a otros judíos a la muerte no le quita el sueño.
¿Se puede hablar en el siglo XXI de izquierda y derecha?
Mi respuesta es afirmativa, esa distinción nuevamente cobra sentido, pero hay que dejar en claro que ya no se trata de la vieja izquierda ni de la vieja derecha. Si pensar (y actuar) es pensar contra alguien, la derecha en el siglo XXI se opone a todas las reivindicaciones o banderas de la Nueva Izquierda, que están en la vereda del frente.
¿Se puede definir la derecha actual? no, porque la derecha actual no es aún una definición ideológica, es una acción, activa y operante en oposición a las ideas de izquierda en una guerra abierta. A la Nueva Derecha no le importa el Trono y el Altar. El Altar, en nuestro presente, por medio del cardenal Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco, es parte de esa Nueva Izquierda, amado y venerado por líderes de la izquierda actual como Evo Morales, Pablo Iglesias, y muchos más.
El Altar, luego del Concilio Vaticano II, en tiempos de la Vieja Izquierda, presentaba dentro de la Iglesia la marxista Teología de la Liberación, en estos tiempos de la Nueva Izquierda, la Iglesia Católica, ante una nueva realidad política y social, nos presenta por medio de Francisco, la Teología del Pueblo. De esto ya se ocupó, entre otros, uno de los mejores expertos vaticanista, Sandro Magister.
En cambio, los cristianos evangélicos de iberoamérica defienden valores comunes de la derecha actual. Y no son poca cosa, constituyen casi la mitad de creyentes de iberoamérica. También no debemos olvidar que una importante porción de católicos conservadores es parte de la derecha, aunque estos sean vistos como marginales dentro del catolicismo oficial. Cardenales, Obispos, sacerdotes y feligreses que aguantan a pie firme el ataque de la izquierda, con la complicidad de Francisco.
La derecha es una posición política de lucha, no es una definición ideológica. En el mismo sector de la derecha podemos encontrar a Donald Trump, que no tiene nada que ver con el Trono y el Altar, que se opuso y sigue oponiéndose a la Nueva Izquierda y a su vertiente económica, el neoliberalismo. Trump es un patriota, no es un nacionalista, entre patriota y nacionalista, hay un enorme abismo. Ante el ataque de republicanos que son parte del Establishment, estaba por crear un nuevo partido cuyo nombre hubiese sido Patria.
En la derecha también hay nacionalistas, que se han convencido y creen que la propiedad privada de los medios de producción, que las economías abiertas y el mercado, con todos sus errores, es abismalmente eficiente frente al bodrio comunista y fueron abandonando su histórico estatismo. En la misma trinchera se ubican los libertarios, en especial aquellos que no niegan el Estado, sino que lo limitan a determinadas funciones específicas, y que no asuma políticas estatistas y que no tenga por norma aumentar siempre los impuestos.
Aunque a uno no le guste ciertas posturas, pero es lo que hay. Soy realista y materialista político, y aunque me defino así desde hace más de una década, la idea viene de Gustavo Bueno. No como cierto revolucionario de YouTube que se roba la idea de Bueno y lo quiere pasar por propia. Estos intelectuales siguen dibujando en el aire, ponen a Javier Milei, un libertario argentino junto a Pedro Sánchez de la Nueva Izquierda, porque siguen razonando, o lo que fuese, desde la vieja derecha.
El Socialismo del siglo XXI, o movimiento socialista bolivariano, el chavismo, aunque contenga elementos de la Vieja Izquierda, es parte de la Nueva Izquierda. Lo mismo que los rezagos del comunismo concentrados en el Partido Comunista, que sobreviven penosamente y para seguir viviendo son parte (no incomoda) de esta izquierda. Demás está decir, que estas izquierdas están apoyadas y financiadas por fundaciones de supermillonarios, y de organizaciones internacionales, cuyo fin es liquidar las soberanías nacionales, sus identidades culturales, como la ONU, la Organización Mundial de Comercio, la UNESCO, y un largo etcétera.
Una nueva derecha, que no debe ser confundida con la paganizante Nueva Derecha francesa de Alain de Benoist, ni con el Thatcherismo o el Reaganismo, porque las cosas cambian, no es que me lance a nadar alegremente en el rio de Heráclito, pero las cosas cambian, aunque estos cambios no sean esenciales o absolutas. En cambio, los intelectuales siguen preguntándose si Hugo Chávez es de derecha socialista o de qué tipo de derecha, tratando de encajar esquemas propios de un tiempo que pasó. El tren de la Historia les está pasando por las narices y no la ven.
La derecha actual frente a la izquierda defiende las instituciones de la capa basal, conjuntiva y cortical del Estado. Defiende la libertad de cultos, que sus hijos no sean adoctrinados por estos izquierdistas, creen en la igualdad de la ley y no en tratos preferenciales para ciertas minorías. Entienden que lo primero es la defensa del país, a favor de una inmigración en orden, con papeles en regla, que se adapten al país de acogida, que respeten sus leyes, su identidad, sus tradiciones. Adaptarse y progresar, que no conformen guetos y contribuir al país de acogida.
La reacción a esta Nueva Izquierda se ha dado en muchos lugares del mundo, grupos, asociaciones, partidos políticos, como, por ejemplo, VOX en España, que proclama abiertamente y sin complejos, la defensa de la vida, la libertad y la propiedad. Porque es un hecho, como ya lo dijo Gustavo Bueno, que la derecha se había acojonado y había sido derrotado por la izquierda en la guerra cultural.
No como el Partido Popular de España, o el PAN de México, que se doblegaron a la izquierda cultural. Durante el siglo pasado y en épocas de la vieja izquierda, los gobiernos militares en Sudamérica, derrotaron por las armas a los revolucionarios marxistas-leninistas-maoístas. Luego los gobiernos posteriores, fueron derrotados en iberoamérica, por la Nueva Izquierda cultural.
Mientras los intelectuales y revolucionarios de YouTube siguen dedicándose a la arqueología política, saliendo en defensa de la URSS y del maoísmo, cada vez que se habla de los muertos provocados por el izquierdismo, salen a hablar (unos cuantos kamaradas) de la leyenda negra del comunismo, y siguen inmersos en un mundo que ya no existe, siguen debatiendo con ideas y fórmulas de la vieja izquierda y de la vieja derecha, intentos estúpidos e inútiles, que los dejan pedaleando en el aire.
Tomás Molnar, en el siglo pasado, se puso a estudiar los proyectos utópicos de los ideólogos que querían reemplazar la cultura occidental. Así en libros como: La decadencia del intelectual (1961), El utopismo. La herejía perenne (1967), y sobre todo en El modelo desfigurado (1978), donde analiza la cultura y la política estadounidense, y la capacidad de influencia de los progresistas estadounidenses en los demás países del mundo.
Ni el mayo francés, ni otros intentos que se realizaron, no fueron otra cosa que parodias de lo que se estuvo cocinando en Berkeley, en Columbia, o en Harvard, en Brandeis, en los bunkers universitarios izquierdistas, cuyo padre fue Herbert Marcuse, y hoy en boga en todo el continente americano y la mayor parte de Europa. En definitiva, lo que tenemos es la Nueva Izquierda cultural como séptima generación de izquierdas.
Gustavo Bueno. El Mito de la Izquierda. Ediciones B
Gustavo Bueno. Los intelectuales: los nuevos impostores. El Catoblepas. Número 130, diciembre de 2012, pág. 3
Santiago Armesilla. La vuelta del revés de Marx. El viejo topo.
Eduard Bernstein. The conflict in the English engineering industry, part. 1
Eduard Bernstein. General observations on utopianism and eclecticism
Georg Lukács. Historia y conciencia de clase. Estudios de dialéctica marxista. Editorial Siglo XXI
Georg Lukács. (1928) Tesis de Blum. Elporteño.cl
Antonio Gramsci. Cuestión Meridional. Editorial Dédalo (1978)
Antonio Gramsci. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el estado. Editorial Nueva Visión Argentina (2003)
Gillian Rose (1978). The melancholy Science: An introduction to the thought of Theodor W. Adorno. Editorial Verso
Herbert Marcuse. El hombre unidimensional. Editorial Ariel
Herbert Marcuse. Reason and revolution (1941) Beacon Press Edition
Herbert Marcuse. La sociedad industrial y el marxismo. Editorial Quintaría
Herbert Marcuse. Ética de la revolución. Taurus Ediciones
Herbert Marcuse. Cultura y sociedad. Editorial Sur
Herbert Marcuse. Un ensayo sobre la liberación. Editorial Doble J, S.L.
Herbert Marcuse. Eros y civilización. Editorial Ariel
Herbert Marcuse. Tolerancia represiva y otros ensayos. Editorial Catarata
Herbert Marcuse. La sociedad carnívora. Ediciones Godot
Nikole Hannah-Jones. The 1619 project: A new origin story. The New York Magazine
Richard Delgado. Critical Race Theory. New York University Press.
Karl Marx & Friedrich Engels. La sagrada familia. CreateSpace Publishing
Thomas Molnar. La decadencia del intelectual. EUDEBA. Editorial Universitaria de Buenos Aires.
Thomas Molnar. El utopismo. La herejía perenne. EUDEBA
Thomas Molnar. El modelo desfigurado: Los Estados Unidos, de Tocqueville a nuestros días. Fondo de Cultura Económica.
Agustín Laje Arrigoni. Reseña 3: El aroma del tiempo, de Byung-Chul Han l Agustín Laje (YouTube).