JUEGO DE TRONOS ANDINO
THE SOPRANOS
Ricardo Veisaga
Se dice que la última vez que dos hermanos se pelearon por el poder en el Perú (aun no existía el Perú como estado), uno Huáscar, terminó siendo arrojado al río y el otro Atahualpa, fue ejecutado por Francisco Pizarro. Los sopranos arreglaban sus cuentas de manera efectiva y luego comían pizza, pasta o un cannoli siciliano y vino.
Atahualpa bebió chicha en el cráneo de Huáscar, no sé qué beben o comen Keiko y Kenji los vástagos de Alberto Fujimori. Pero de seguir asi los único que van a beber es cicuta. El conflicto es indisimulable, el menor del clan Fujimori, Kenji, ya había sido sometido a disciplina partidaria, se creía que con esta medida se lograría ocultar las dos ramas fujimoristas enfrentadas, que se alcanzaría la paz y la Fuerza Popular saldría fortalecida, nada más falso.
Hasta ahora no había existido un enfrentamiento directo entre hermanos, pero la exposición del presidente Pedro Pablo Kuczynski, terminó destapando la caja de Pandora. El hecho de que un Fujimori (Kenji) salvara a Kuczynski de una maniobra ideada por otra Fujimori (Keiko), mientras el patriarca seguía los acontecimientos desde su lugar de detención, llamando a sus diputados más fieles para evitar la destitución del presidente, en espera del indulto prometido (en secreto), pero ahora finalmente comprobado.
Mientras tanto el presidente Kuczynski, luchó hasta el final para conservar el poder tras el escándalo por sus vinculaciones al caso Odebrecht. «No he sido suficiente prolijo, pido disculpas, pero no soy corrupto», clamó a los cuatro vientos. Señalando que él recibió los beneficios, porque era el propietario de la empresa, pero no hizo ninguna gestión ni se enteró de los contratos con Odebrecht, y cuando entró en política dejó la compañía al chileno Gerardo Sepúlveda.
No se pudo comprobar de que hubo corrupción, pero mintió. El Perú actual se ha convertido en el dios Saturno, que devora a sus hijos políticos. Con el fujimorismo en el poder se produjeron los mayores escándalos de corrupción de la historia reciente, lo prueban los vídeos de sobornos a parlamentarios. Y Keiko Fujimori, también está implicada en el escándalo Odebrecht, que en Perú y en iberoamérica está poniendo en jaque a casi toda la clase política.
En este país hay dos ex presidentes en la cárcel (Fujimori y Ollanta Humala) uno prófugo en Estados Unidos (Toledo) y otro con graves sospechas, Alan García. Pero esto no es patrimonio del Perú, sucede en todo el mundo, pero es más visible en iberoamérica, el clan mafiosos kirchnerista en Argentina es un símil. Y es aquí donde hay que darle una vuelta de revés y afirmar: «Todo funcionario político es sospechoso hasta que demuestre su inocencia».
Los parlamentarios que se opusieron a la destitución no centraron su defensa en Kuczynski, sino en atacar a Fujimori, apelaron al antifujimorismo, el movimiento más poderoso de Perú, y pidieron no colaborar en el «golpe» del grupo del autócrata. Solo ocho votos, lograron evitar la destitución que había promovido la oposición.
El presidente había pasado los días más difíciles de su vida política, y a Kuczynski hay que concederle aquello de que: «El diablo sabe más por viejo que por diablo», demostró que tiene muñeca política (por ahora), y en el último momento ideó un movimiento de ajedrez, antes que le cantaran jaque mate.
Si lo destituían, su puesto le correspondería al vicepresidente, Martín Vizcarra, hombre de su confianza. Kuczynski, dicen, que le hizo prometer a Vizcarra y a la otra vicepresidenta, Mercedes Araoz, que dimitirían si lo echaban a él. Ante estas dos renuncias el poder recaería entonces en el presidente del Congreso, Luis Galarreta, un hombre de Fujimori.
Este movimiento ponía las cosas así a los antifujimoristas, las dos bancadas de izquierda, el Frente Amplio y Nuevo Perú de Verónika Mendoza, y a algunos parlamentarios de centro. Si me echan el poder irá a manos del grupo Fujimori, que gobernó entre 1990 y 2000, y dio un autogolpe en 1992. Kuczynski repitió el mismo mecanismo que le llevó a la presidencia, cuando tenía las elecciones perdidas.
Cuando Keiko Sofía Fujimori saboreaba la victoria, se recurrió al antídoto contra una política que desde hace 27 años gira en torno al mismo apellido, Fujimori. Los 20 diputados de izquierda elegidos por el Frente Amplio se partieron en dos grupos, los 10 fieles a Mendoza decidieron no apoyar la destitución, los otros 10 tuvieron dudas. Wilbert Rozas, portavoz del Frente Amplio, dijo: «No somos el furgón de cola del fujimorismo, vamos a combatir la corrupción de derecha y de izquierda.
No hay corruptos amigos y enemigos. En las calles se dicen que se vayan los corruptos, tenemos que limpiar el país. Las cárceles están llenas de pobres y no de quienes se llevan con carretillas el dinero del pueblo». Pero Marco Arana, el líder del grupo, pareció recular: «Kuczynski no es digno, pero tampoco podemos permitir que el fujimorismo se haga con el poder. Votaremos en conciencia».
Al final estos últimos 10 votaron a favor, por lo que la decisión de los fieles a Mendoza de abandonar el hemiciclo para no votar fue clave para que no prosperara la moción. Un grupo de 10 fujimoristas díscolos, que decidieron abstenerse, terminaron por inclinar la balanza en favor de Kenji quien prefería mantener a Kuczynski para negociar el indulto a su padre.
Mientras el abogado de Kuczynski iniciaba la defensa en la sesión del Parlamento, circuló en Twitter el informe de una junta médica que recomendaba el indulto humanitario de Alberto Fujimori. Como si esto fuera poco, también circuló en los medios la solicitud del propio Fujimori de conmutación de pena, recibida por la Comisión de Gracias el 15 de diciembre.
El informe de la junta médica recomendaba el «indulto por razones humanitarias», argumentando que «la reclusión es condicionante de la disminución del sistema inmunológico, el cual agrava negativamente (sic) para el control de la enfermedad neoplásica, pudiendo ser causa de nueva recidiva».
Si bien el Gobierno de Pablo Kuczynski se manifestó en contra del indulto a través de una negociación por votos en el Congreso, es obvio que hubo un quid pro quo (una cosa por otra), y Alberto Fujimori, continúa en una situación comprometida, teniendo en cuenta que aún hay un juicio oral pendiente por los crímenes de Pativilca (cometidos por el Grupo Colina, el destacamento del Ejército que cometió ejecuciones extrajudiciales durante su gobierno).
Un comunicado oficial de la Presidencia, anunciaba: «El presidente de Perú, en uso de sus atribuciones, que le confiere la Constitución, ha decidido conceder el indulto humanitario a Alberto Fujimori y otros siete internos más». El ex presidente Fujimori (1990-2000) fue condenado en 2009 a 25 años de cárcel por la autoría mediata en las matanzas de 25 personas en 1991 y 1992 perpetradas por el grupo militar encubierto Colina, y el secuestro de dos personas en 1992.
En tiempos del sofista argentino, Raúl Alfonsín, el socialdemócrata, todos decían: «Empujen, pero que no se caiga», hay que salvar el sistema. Por más peleas internas en el clan japo-peruano de los Fujimori, en este juego de tronos de la clase política en general, todo seguirá su curso. Es posible que el Papa Francisco, le aplique paños fríos a la situación en su próximo viaje al Perú.
Otro personaje que viene de capa caída, que ve con resignación que en iberoamérica se caen los gobiernos populistas de izquierda de su preferencia. Está de moda hablar de la corrupción, una palabra que circula sobre todo en boca de los pseudo-filósofos presentadores de noticias, o comunicadores sociales. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de corrupción?
Parecería que es una idea clara y distinta y no lo es, se cree que la corrupción es aquello, cuando un político es agarrado robando u otorgando favores a otros. ¿Pero, acaso no es corrupción cuando no es sorprendido in fraganti? ¿No es corrupción el hecho que el mormón, ex senador, Harry Reid, destinara la casi totalidad de los 22 millones de dólares del programa UFO, a su amigo Robert Bigelow, destinado a identificar amenazas aeroespaciales? Obviamente, Bigelow le había pagado la campaña electoral.
Todo indica, que corrupción es nada más que la corrupción económica. Sin embargo la corrupción es una idea oscurísima y que va mucho más allá de lo que se cree. El mismísimo Aristóteles lo decía, que en este mundo sublunar todo estaba sujeto a corrupción, en especial nosotros los mortales. Es necesario recurrir a Platón, porque en su República plantea las cosas de modo conveniente.
Platón, no era un inocentón o un tontuelo, sabía de la vida mucho más que Nietzsche, quien lo muestra como un inocente. En el anillo del pastor Giges y con la intervención del sofista Trasímaco, se nos revela que el autor de La República sabía perfectamente que si se nos dejase libres, si se nos convirtiese en invisibles no nos mostraríamos ante los otros como tan santos, demasiado santos.
«En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda muchas más ventajas individuales que la justicia y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría. Y si alguien dotado de tal poder no quisiese nunca cometer injusticias ni echar mano a los bienes ajenos, sería considerado por los que lo vieran como el hombre más desdichado y tonto, aunque lo elogiaran en público, engañándose así mutuamente por temor a padecer injusticia» (La República, Libro II, 360d).
Entonces, desviar un dinerillo, darle un puestillo a un amigo o a un familiar es corrupción, adulterar la composición de los fármacos, la piratería de películas, de música, etc. Pero, como dice el común de la gente, los políticos, deben ser modelos de honestidad, de virtud, de limpieza y de trasparencia, e irreprochables. ¿Por qué? Porque ellos han sido elegidos para representar al pueblo y, por tanto, como el pueblo mismo, deben ser inmaculados.
El hombre vive envuelto en filosofías, aunque no lo sepan, que nos desbordan desde su implantación, por ejemplo, el platonismo, el aristotelismo, el cristianismo y el marxismo, entre otras. El platonismo y su idea de perfección, de bien, belleza y justicia son muy visibles en nuestra sociedad occidental y lo son tanto cuanto menos conscientes somos de ello. Existe el hombre perfecto y que quiere el bien común de modo indefectible.
El aristotelismo propone una clase aristocrática para el buen gobierno como si fuera posible ello desde unas virtudes éticas y dianoéticas que vendrán dadas per se por la teleología de esa naturaleza propia de la sociedad. El cristianismo, heredero de ambos, es más cuidadoso cuando admite la naturaleza corruptible y sobre todo el examen de conciencia y el rechazo de la soberbia y de la perfección cuando no se reconoce más que en «Dios».
El marxismo con su cientificismo promete una sociedad sin clases, pero el mismo Marx no era marxista si creemos a su yerno Paul Lafargue. Hemos de admitir que bajo la pretendida visión de la comuna primitiva no existe sino sofisma y engaño. Los antiguos pensaban y tenían claro que la democracia, como todos los demás regímenes políticos, podía degenerar y corromperse. No padecían la enfermedad ideológica o moral del fundamentalismo democrático, tan omnipresente en nuestros días.
En la Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides, constató la degeneración del régimen democrático, incapaz de dirigir la guerra y administrar sus asuntos internos. Según afirmaba Tucídides, la democracia, régimen político que garantizaba la isonomía y las libertades privadas, exige una constante atención por parte de todos los ciudadanos a los asuntos públicos.
Los dirigentes nombrados por lo que el pueblo ha escogido no deben dejar de calcular y reflexionar sus decisiones. La democracia se desmorona cuando las empresas suyas no son conducidas por la inteligencia, del intelecto calculador que no sólo establece estrategias regidas por la phrónesis, sino que también se preocupa por no herir ni favorecer a ninguno de los grupos de la polis.
Los demagogos demócratas no conducen al Estado según la reglas de la prudencia, Platón sostenía que la democracia conducía a la tiranía y fomentaba la inmoralidad de cada uno. La solución de Platón consiste en asociar el saber con el poder. Según Aristóteles, la república, el gobierno de todos según la legalidad puede degenerar en democracia, régimen de la mayoría, de los pobres, que buscan ser iguales en todo a los aristócratas, los mejores.
En la práctica, sólo existe la demagogia, la democracia, entendida como gobierno de los pobres. Gustavo Bueno también sostiene que la democracia se corrompe, la democracia en su versión parlamentaria sobre todo, es el objeto de su crítica y de su reflexión filosófico-política.
«El fundamentalismo democrático –que considera a la democracia parlamentaria como la forma más depurada de la convivencia política y social, aquella forma mediante la cual el Género humano ha alcanzado por fin los valores supremos de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad (hoy Solidaridad)– tiende sistemáticamente a circunscribir la corrupción, en sus «indagaciones conceptuales», al campo de las conductas individuales de determinados funcionarios, políticos o empleados de la sociedad política o civil involucrada en aquella». Gustavo Bueno.
El propio fundamentalismo democrático es un síntoma de la corrupción política democrática y es la ideología legitimadora de la corrupción democrática, de la propia democracia al ocultar a los ciudadanos la corrupción del propio régimen democrático. Así el fundamentalismo democrático entiende que estamos al final de la evolución política histórica. Ya no hay nada que inventar ni añadir. No hay corrupción del régimen democrático. No puede degenerar.
Es incorruptible, como los cielos en Aristóteles. Sólo se corrompen los individuos, las instituciones democráticas no pueden corromperse. Todos los problemas de la democracia se solucionan con más democracia. Pero es necesario y conveniente saber en qué consiste la corrupción de la democracia si es que tal corrupción existe.
Lo primero que constata Gustavo Bueno es «el carácter confuso de la idea de corrupción». La idea de democracia es una idea borrosa además de confusa, oscurantista y confusionaria. Por lo demás, está establecido por el Código Penal que algunas conductas delictivas sean denominadas corruptas, delitos de corrupción. Sin embargo, hay una corrupción sistémica del sistema democrático que no constituye delito. La corrupción democrática no es delictiva, sólo se considera delito un conjunto delimitado de conductas de los funcionarios.
Circunscribiendo la corrupción al ámbito del individuo. Se llega así a la paradoja de que hay múltiples corrupciones individuales, pero no hay corrupción colectiva ni institucional ni, por tanto, corrupción del régimen democrático. «Pero no todo lo que es corrupto es delictivo, porque esto equivaldría a ejercitar el conocido principio de que lo que no está en el sumario no está en el mundo». Gustavo Bueno.
También afirma, debido al carácter confusionario de la idea de corrupción tal como se da que «En conclusión, podemos afirmar que en cuanto idea funcional la idea de corrupción es una idea indeterminada cuando en ella no se distingue su característica de los valores de la función, y por tanto permanece indeterminada cuando se la utiliza reducida a su característica sustantivada».
Bueno entiende la corrupción como un proceso objetivo, pero relativo a los sujetos capaces de tomar partido ante tal corrupción. «La corrupción en sentido fuerte la entendemos como un proceso objetivo, no mental o subjetivo, pero cuya realidad no es absoluta, puesto que está dada en función de determinados subconjuntos de sujetos capaces de tomar partido ante los substratos considerados corruptos».
La definición de corrupción en general, podría ser que es la transformación de un sustrato sano en un sustrato repugnante, enfermo o peligroso. «La corrupción es la transformación de un sustrato aparentemente sano, según su presencia estética en el entorno del sujeto, en un sustrato que resulta ser repugnante y aun peligroso para el mismo sujeto que descubre esa transformación».
Respecto a la democracia hay que distinguir entre el momento procedimental de la democracia y el momento ideológico de la democracia. La práctica política real sería el momento procedimental de la democracia y el momento ideológico lo constituyen las ideologías democráticas acerca de en qué consiste la democracia.
El pueblo como bien dijo Platón, no es filósofo, sino filodoxo. El pueblo no tiene un conocimiento riguroso ideológico político. Platón decía que carecía de capacidad política. Es el viejo argumento platónico de la incapacidad política del pueblo, del demos (el pueblo) para entender los asuntos del Estado y para dirigir el Estado. El pueblo democrático vive sumido en la doxa (la opinión) y ello dificulta el que las decisiones electorales democráticas del pueblo sean acertadas en todo punto.
Aquello de los peronistas y otros demagogos, «El pueblo nunca se equivoca», es una patraña. Es un error pensar que en la democracia es el pueblo el que gobierna. Se invoca al pueblo como una entidad infalible, vox populi, vox Dei, (la voz del pueblo, es la voz de Dios) como se hacía en el Antiguo Régimen, donde se invocaba a Dios para legitimar las decisiones políticas del Monarca.
Es característico de las concepciones formalistas de la democracia el que éstas giran en torno a la capa conjuntiva de la sociedad política. Esto es un formalismo porque se olvidan de la capa basal y de la capa cortical. Las concepciones formalistas de la democracia sólo tienen en cuenta a la capa conjuntiva de la sociedad política en sus consideraciones.
El formalismo democrático desvincula a la democracia de las naciones políticas. No se tiene en cuenta que la democracia hay que conectarla con la capa basal y con la capa cortical. La democracia se convierte en una substancia separada de la Nación, del Pueblo, del Estado, de la capa basal y de la cortical. Esto es un auténtico formalismo político y un disparate.
Protestas en el Perú por el indulto a Alberto Fujimori.
La Idea de democracia queda así desvinculada de la sociedad política concreta de la que se trate. Lo decisivo no es ser español o francés, sino ser hombre, hombre demócrata. Todos los hombres del mundo pertenecen a la humanidad democrática, independientemente de la nación política a la que pertenezcan. Esto lo hemos escuchado recientemente, a raíz del intento secesionista en Cataluña. ¡Hay que salvar la democracia! ¡Viva la democracia!
Lo que hay que salvar es la nación política española, no el régimen. Los regímenes políticos pasan, como pasó la monarquía absolutista o las aristocracias, o están pasando las dictaduras comunistas. Las teorías formalistas de la democracia, esto es, aquellas teorías de la democracia que separan la capa conjuntiva de la sociedad política de la capa basal y de la capa cortical se corresponden con la política del Antiguo Régimen.
Cuando Gustavo Bueno afirma que la democracia es corruptible, es ésta una afirmación genérica. Bueno quiere «decir sencillamente, que la corruptibilidad deriva de la misma esencia de la democracia, y que no es por tanto un «accidente aleatorio quinto predicable» (como pudiera serlo la corrupción de algún funcionario público).
«La corrupción es un accidente propio de la democracia, derivado de su esencia, es decir, que es un accidente cuarto predicable». Es en los procesos de ejecución de los principios democráticos en métodos y procedimientos de la democracia como técnica política en donde se advierten los gérmenes de la corrupción democrática. El régimen democrático, aún con corrupción, puede seguir existiendo y manteniéndose en corrupción permanente.
Pero esto no refutará los errores ideológicos de los fundamentalistas democráticos. Seguirán considerando que la democracia es el régimen político definitivo, más perfecto para organizar el Estado y el fin de la historia humana. «Tampoco las democracias, no por corrompidas, están condenadas a la muerte a causa de la corrupción», dice Bueno.
La democracia según Bueno, tiene aún un recorrido muy largo. Pero es innegable que la democracia desemboca necesariamente en la corrupción política. Es incierto que la corrupción democrática destruya la eutaxia política democrática, la propia democracia y que desemboque así en otro régimen político distinto. Lo que sí es cierto, a mi juicio, es que el cambio periódico de régimen político corrija la corrupción democrática.
Cada régimen político se alimenta de alguna manera de las deficiencias de los regímenes políticos contrarios o distintos, de tal manera que la solución de las anomalías o corrupciones de uno sólo puedan ser subsanadas por la implantación de otro régimen político contrario y así sucesivamente. Hay corruptelas que la democracia es incapaz de extirpar, pero un régimen político distinto sí puede hacerlo, hasta corromperse él mismo a su vez y entonces, procede o bien retornar a la democracia o inventar otro régimen político distinto.
La corrupción política es inevitable en la democracia, sería necesario o bien reformar el régimen democrático o bien sustituirlo por otro régimen político aun sabiendo de la corruptibilidad en general de todo régimen político. La democracia es intrínsecamente corruptible y corrupta, como cualquier otro régimen político realmente existente. Tales corruptelas son inevitables y no se pueden atajar con reformas constitucionales, esto es, del ordenamiento jurídico de la capa conjuntiva.
Esto sería fundamentalismo democrático, esto es formalismo político o idealismo político, consistente en creer que es la capa conjuntiva de la sociedad política la que rige la totalidad del cuerpo político a nivel causal. Resulta que como la sociedad civil es la causa y el origen de la corrupción del Estado, esto hace que la corrupción sea imposible de atajar.
Los grupos, las instituciones sociales pertenecientes a la sociedad civil son el origen de la corrupción del Estado y por lo tanto de la democracia. Ciertamente, también otros regímenes son corruptibles. La cosa no tiene remedio, es fatalmente inevitable. Hay que contar con la universal y necesaria corruptibilidad de todos los Estados y de todos los regímenes políticos realmente existentes. Pero de algo estoy seguro, que pretender regresar a regímenes políticos fracasados es el peor error.
Aquellos que saben poco de política y mucho menos de historia, cuando se empecinan en cambiar el mundo, en lograr un «mundo mejor», en realidad se trata del «mundo comunista», y en este sentido, eso de «intentar cambiar el mundo» es la forma segura de empeorarlo.
La decisión de concederle el indulto a Fujimori, ha provocada manifestaciones, renuncias y declaraciones de todo tipo y calibre. Pero más allá del tono empleado y las consecuencias políticas que desencadenará esta medida, que nadie espere una revolución. No es tiempo para revoluciones, y las que vivimos causaron un efecto no deseado, la gente más sensata ya está curada de espanto.
Este Juego de Tronos andino, no es más que un ajuste de cuentas entre Los Sopranos y el pueblo peruano, que hace décadas no puede desligarse de su influencia. Pero todo dentro del régimen democrático, un régimen que permite la corrupción como el capitalismo las burbujas, porque ella en esencia es corrupta.
Maquiavelo, quien supo entender en política como nadie al hombre político en su tiempo, no al hombre ético o moral, fue testigo de la revuelta de los Ciompi, tal vez la primera insurrección obrera de la historia europea. Relato esto, para aquellos que pretenden hacer revoluciones a medias, de bolsillo, sin medir las consecuencias.
En la república de Florencia, de finales del siglo XIV, florecían los negocios y la banca, en esa Europa la antigua nobleza feudal acabó por irse al exilio o caer en el olvido. Los clanes burgueses de los Albizzi, los Ricci, los Strozzi y otros Médici, luchan por el poder entre sí utilizando el fraude, el tumulto, la intriga y el clientelismo. En 1378, el conjunto de los ciudadanos de la ciudad-Estado estaba dividido en 21 corporaciones, o «artes», cuyos delegados constituían el Consejo del Pueblo.
El consejo supremo de las artes se llamaba Señoría y se componía de 12 miembros, de los que dos representan las artes menores (artesanos) y cuatro a los notables de los barrios, mientras que los otros seis eran elegidos en el seno de las artes mayores, formadas por la alta burguesía. Elegido solo para dos meses, ese gobierno patricio designaba a un confaloniero de justicia que tenía bajo sus órdenes a mil mercenarios armados.
El gremio se levantaba como un Estado dentro del Estado, recaudando impuestos, emitiendo créditos y sobornando a mercenarios para hacer reinar una disciplina férrea en los talleres. El gremio de los pañeros, mantenía la hegemonía, la fabricación del paño se convirtió en el principal recurso de Florencia, atrayendo las inversiones. Los trabajadores de la lana (cardadores, lavadores, tundidores), poco cualificados de las pañerías es la más numerosa, se les paga muy poco y están sujetos a despidos cuando los patrones lo decidan.
Son el proletariado de la lana, al que se llama los «Ciompi», pero ese término se extendía a todo el pueblo bajo: estibadores, mendigos, ladrones, etc. En 1379 es designado el banquero Salvestro de Médici como confaloniero de justicia. Los Medici estaban, como predestinados a lo más alto del poder (Cosme y después Lorenzo de Médici alcanzarán el poder absoluto en Florencia, dos papas llevarán su nombre, y finalmente esa sangre plebeya se mezclará con la de los reyes de Francia).
Salvestro es un personaje importante, pero la fortuna de su familia es reciente. Para imponerse a la oligarquía tradicional, no tiene otra elección que la de crearse una clientela en las clases bajas. Salvestro provoca un motín para manipularlo a su antojo con el fin de eliminar a las facciones rivales. Esa revuelta pasará a ser la primera insurrección obrera de la historia, con el deseo de instaurar la igualdad entre todos los ciudadanos.
Salvestro convoca entonces el Consejo del Pueblo y exhorta a las masas a defender los principios republicanos. La asamblea se convierte en levantamiento, las callejuelas se llenan de hombres armados con picas y hachas. Cuatro días más tarde, una enorme procesión popular invade las calles de Florencia. La Señoría, en pánico, proclama entonces la balía, una especie de asamblea general prevista por la Constitución para hacer frente a las situaciones de urgencia.
Pero la balía todavía no había acabado de deliberar cuando los Ciompi entregan las suntuosas viviendas patricias al saqueo y al incendio. El pueblo se calma durante una decena de días pero permanece dueño del espacio público. El 11 de julio, las corporaciones forman largos cortejos armados en toda la ciudad y consiguen de la Señoría la nominación de una comisión encargada de establecer nuevas reglas sociales.
El 22 de julio, los Ciompi se apoderan del prebostazgo, que se convierte en la sede y la fortaleza de la insurrección, mientras que el preboste, odiado por todos, es entregado al furor mutilador de las mujeres del pueblo. La Señoría acaba por aceptar todos los puntos del programa de los sublevados: revisión del sistema fiscal en detrimento de los ricos, supresión de las milicias patronales, creación de tres nuevas artes, una de las cuales engloba al pueblo menudo.
Un tercio de las funciones públicas debe atribuirse a esas nuevas artes, y otro a las artes menores, lo que significa despojar a la oligarquía de su poder. Los Ciompi acampan en la plaza de la Señoría, bajo la luz de las antorchas. Los altos magistrados son forzados a abandonar su palacio. Todo el poder está en manos de los insurgentes.
El 8 de agosto se crea una nueva fuerza municipal, pero la idea de un reparto igual del poder político con la burguesía es una quimera. El cardador Michele di Lando, nuevo confaloniero de justicia (y secuaz de Salvestro), proyectado desde la miseria a la cumbre del poder, pronto ejercerá una feroz dictadura para aniquilar las pasiones igualitarias de los sublevados, rechazando todas sus peticiones.
Los Ciompi lo recusan y forman su propio consejo. Michele di Lando llama discretamente a los proscritos y congrega a mercenarios. Después hace masacrar traicioneramente a los emisarios de los Ciompi que habían venido para presentarle las exigencias de la plebe, y desencadena así el último combate. El 1 de septiembre, Michele se pone a la cabeza de su tropa contrarrevolucionaria y consigue coger por la espalda a la horda de los Ciompi que de nuevo asedia el palacio de la Señoría.
En pocos instantes la plaza se cubre de cadáveres, y se produce la desbandada. La represión es infinitamente más sangrienta que el levantamiento. La milicia popular y el arte del pueblo menudo son disueltos, sus partidarios perseguidos, y las artes menores pierden la mayoría en las funciones públicas.
Nada se opone a la restauración de los antiguos señores que la insurrección había dispersado, la situación que prevalecía antes de la revuelta es restablecida: Michele di Lando y los notables reformistas también son proscritos; la jerarquía social se reforzó de manera duradera y el poder de los empresarios es de nuevo absoluto: hasta la más mínima congregación de obreros es prohibida.
Maquiavelo relató este acontecimiento crucial en la historia de su ciudad, con su penetrante sagacidad, y nos proporciona la arenga a los Ciompi, algo muy poco conocido. El florentino pone en guardia a los poderosos contra la fuerza que pueden alcanzar los pobres enardecidos, pero también aconseja a los insurrectos que sueñan con tirar todo abajo.
Saint-Just poco antes de ser guillotinado había dicho: «Los que han hecho las revoluciones a medias no han hecho más que cavarse su propia tumba». Maquiavelo escribió lo siguiente:
«Si tuviéramos que deliberar sobre si hay que tomar las armas, robar y quemar las casas de los ciudadanos y saquear las iglesias, quizá yo preferiría una pobreza en paz a una ganancia peligrosa. Pero puesto que ya se ha hecho mucho daño, y las armas ya se han tomado, hay que pensar en los medios de conservarlas, y protegerse de las investigaciones sobre el pasado. Si este consejo no nos llegara, creo que la propia necesidad nos lo sugeriría. Esta ciudad, como véis, está llena de odios y resentimientos contra nosotros: los ciudadanos se reúnen; la Señoría hace piña con los otros magistrados. Creed que se urden tramas contra nosotros, y que nuevos peligros amenazan nuestras cabezas. En nuestras deliberaciones debemos intentar alcanzar un doble objetivo: la impunidad por el pasado y una existencia más libre y más feliz para el futuro.
En mi opinión, para que se nos perdonen nuestros antiguos errores, hay que cometer otros nuevos, redoblar los excesos, multiplicar los robos, los incendios, y aumentar todo lo posible el número de nuestros cómplices. En efecto, cuando los culpables son muy numerosos no es posible castigar a nadie. Son los pequeños pecados los que se castigan; los grandes crímenes se recompensan. Cuando mucha gente sufre, pocas personas buscan vengarse. Se soporta más pacientemente las injurias generales que las particulares (…).
Gente como nosotros, a la que devora el miedo al hambre y a la prisión, no puede ser frenada por el miedo al infierno. Si observáis la conducta de los hombres, veréis que todos aquellos que consiguen una gran fortuna y poder solo lo alcanzan a través de la violencia o del engaño; después los veréis intentar honrar con el falso título de “ganancia justa” las ventajas que no deben más que a las artimañas y a la violencia. Aquellos que por estupidez o por exceso de pusilanimidad no saben recurrir a esos medios se marchitan cobardemente en la servidumbre, y se estancan en el fango de la pobreza, pues los sirvientes fieles siempre serán sirvientes, y los hombres honestos siempre serán pobres (…).
De este modo, o seguiremos siendo los amos absolutos de la ciudad o al menos nos convertiremos en tan poderosos que no solo nos haremos perdonar nuestros excesos pasados, sino que podremos además hacer que teman otros nuevos. Esta determinación, lo reconozco, es osada y peligrosa, pero cuando la necesidad manda, la audacia se convierte en prudencia: en las grandes empresas, los hombres valientes nunca han calculado los peligros. Los proyectos rodeados de peligros siempre encuentran al final su recompensa, y nunca se sale de un peligro sin afrontar uno nuevo. Me parece, de hecho, que cuando vemos cómo se preparan las cárceles, las torturas, los cadalsos, es más peligroso esperar apaciblemente que buscar ponerse a cobijo: en el primer caso, el daño es claro, en el segundo es dudoso. ¿Cuántas veces os he oído quejaros de la avaricia de vuestros amos y de la injusticia de vuestros magistrados? Ha llegado el momento no solo de liberaros de su yugo, sino también de convertiros en sus amos, hasta el punto de que no tengan más temas para quejarse y para asustarse de vuestro poder que vosotros del suyo. La ocasión que se os ofrece tiene alas: si en algún momento emprende el vuelo, vuestros esfuerzos por volverla a atrapar serán inútiles».
30 de diciembre de 2017.