JUAN RULFO Y LA COMALA PERDIDA
Ricardo Veisaga
Dedicado a mi amigo jalisciense Octavio Romo, el francés.
Alrededor de unas trescientas páginas repartidas en dos libros, los cuentos de El llano en llamas y la novela Pedro Páramo, fueron suficientes para consagrarlo como una figura inmortal de la literatura hispanoamericana y universal. Muchos lo criticaron por no continuar escribiendo, pero como dice el dicho popular: Lo bueno breve es dos (mil) veces bueno.
Jorge Luis Borges, dijo alguna vez refiriéndose a Cien años de Soledad, la obra cumbre de Gabriel García Márquez, la primera parte de la novela me parece superior a la última, es decir que sobraban cincuenta años. Lo que se podría decir de la novela de Mario Vargas Llosa «La guerra del fin del mundo», le sobran cien páginas, pues, el valor de una obra literaria no pasa por la cantidad. «Pedro Páramo es una de las mejores novelas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura», según la opinión de Borges.
La vida del escritor estuvo rodeada de misterios, que él mismo de alguna manera se encargó de alimentar. Juan Rulfo nació en Apulco, pequeña localidad perteneciente al estado de Jalisco (México), el 16 de mayo de 1917, aunque fue registrado en la ciudad de Sayula, donde se conserva su acta de nacimiento. En 1885, Carlos Vizcaíno, abuelo paterno de Rulfo había comprado esas tierras para Apulco. En la época de las guerras cristeras Apulco fue despoblada dos veces por el gobierno, acusada de dar comida y refugio a los cristeros.
En una entrevista en Televisión Española, cuando le preguntaron sobre el lugar de nacimiento, respondió: «Nací en Apulco». Pero fue registrado en Sayula porque era el pueblo más grande y esa forma de registro era usual en la época. Lo mismo sucede con su nombre, el apellido de sus antepasados llegados de España por la rama materna era «del Rulfo».
En su Fe de bautismo figura como Carlos Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, en su acta de nacimiento como Juan Nepomuceno Pérez Vizcaíno y, según él, en una entrevista con Ma. Teresa Gleason, como Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. «En Sayula hay una leyenda, El ánima de Sayula, que dice que los hombres de acá son homosexuales, lo que siempre provocó bromas. Yo creo que él quiso evitar eso», afirmó su amigo Munguía. Sus allegados decían cariñosamente que el escritor era «un gran mentiroso».
Al respecto comenta Munguía: «En una ocasión, paseando conmigo por el pueblo, creo que, por justificarse, me dijo que en Sayula no conocía a nadie. Luego su hermana, cuando se lo conté, espetó: ‘Muchachito mentiroso, ¡decir que no conoce a nadie en Sayula! Estuvo un mes aquí conmigo’». Bueno, un mes no es nada. Un personaje de su novela dirá: «Imagínese usted. Yo creía que Sayula quedaba de este lado. Siempre me ilusionó conocerlo. Dicen que por allá hay mucha gente, ¿no?» (Pedro Páramo).
Juan Rulfo pertenecía a una familia criolla acomodada, su padre, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo, era un hacendado que el bandidaje, la Revolución mexicana y la contrarrevolución cristera le habían disminuido tierras y ánimos, hasta dejarlos en la pobreza. Su padre fue asesinado en una discusión por los límites de las tierras, algunos dicen que fue asesinado por un peón descontrolado, y otros simplemente por una nimiedad.
El cadáver de su padre fue arrojado al suelo de la finca Tetlcampana en las afueras de San Gabriel (hoy abandonada), luego de ser conducido en medio de la oscuridad de la noche, iluminada por antorchas que portaba un séquito de hombres. Que el cronista José Jesús Guzmán, indica en referencia al lugar:
«Aquí se gesta El llano en llamas. La gente por la noche viene con el cadáver de su padre iluminando con sus antorchas todo el Llano. ‘Juanito, hubieras visto, parece que el llano estaba en llamas’, le dijo su hermano mayor a Juan Rulfo anunciándole la muerte de su padre».
Su familia vivía en la intranquilidad, casi todos morían tempranamente, algunos a los 33 años. «¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad». (Diles que no me maten, El llano en llamas). Rulfo vivió en la pequeña población de San Gabriel, pero la muerte de su padre en 1923 y su madre en 1927, hizo que pasara a ser un huérfano.
Quizás por estas circunstancias declaró alguna vez: «Por lo sombrío que soy, creo que nací a la medianoche». En San Gabriel tuvo acceso a la biblioteca personal de un cura, depositado en la casa familiar, en su mayoría eran obras literarias, que fueron esenciales para su formación y que influirían en su posterior vocación literaria. Por decisión de su abuela fue a un seminario, etapa que nunca mencionó el autor.
«No hablaba nunca del seminario ni de la parte espiritual, pero yo creo que era un hombre religioso», sostiene Arreola. Ya escritor consagrado diría, refiriéndose a ese tiempo, me sirvió «para aprender a deprimirme». Lo que sí es conocido es su ingreso al orfanato Luis Silva en Guadalajara y en 1933 se trasladó a la Ciudad de México, donde comenzaría a escribir y colaborar en revistas.
En un artículo de la época publicado en el diario «La Jornada», nos muestra al escritor paseando su soledad por la colonia Cuauhtémoc: «mientras cruzo las calles (…) voy dialogando conmigo mismo para desahogarme, hablo solo. No me gusta hablar con nadie (…) así es el sentimiento que yo tengo, soy todo deprimido y marginado».
Rulfo además de vivir una niñez llena de desdichas, se convierte en un gran lector, pero introvertido, algo tímido y silencioso. Nunca fue a la universidad, fue un autodidacta, y realizaba diversas tareas para ir sobreviviendo. Sayula además de ser el lugar legal de su nacimiento, guarda la casa familiar donde habría concurrido alguna vez de pequeño. Y Sayula es el lugar de inicio del universo rulfoniano, del realismo mágico.
A pesar que Rulfo se identificaba más con los pueblos del Llano Grande, desde lo alto del mirador se puede apreciar el árido llano. El mismo llano que Juan Preciado, el hijo de Pedro Páramo, mira desde la colina a su llegada a Comala. Toda la región del sur de Jalisco, encierra lugares, personajes, anécdotas, parajes desolados, lleno de silencios y fantasmas.
Más abajo está San Gabriel, donde Rulfo transcurrió parte de su infancia. En San Gabriel está el primer colegio al que asistió de pequeño, la casa de su familia materna actualmente abandonada. En Rulfo hay frases como esta: «San Gabriel sale de la niebla, húmedo de rocío. (…) Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacito», también nombres y lugares propios de este lugar. Asegura Guzmán que en cada rincón del pueblo hay fragmentos de Pedro Páramo, «No cabe duda de que Comala es San Gabriel».
Sostienen que las iglesias que replicaban campanas en la muerte de Susana San Juan o la casa de Eduviges Dyada, pertenecen a este lugar. En el cuento «Nos han dado la tierra» denuncia cuando a los campesinos de ese lugar les dieron tierras baldías tras la revolución: «No, el llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada». (Nos han dado la tierra, El llano en llamas).
Mural de Juan Rulfo, obra de artistas callejeros en Tuxcacuesco.
Apulco, el lugar de su nacimiento es un pequeño asentamiento que se desarrolló alrededor de la hacienda de la familia materna del escritor, donde solía pasar sus vacaciones. Tuxcacuesco se encuentra muy cerca de Apulco, el poblado está rodeado de montañas y en una especie de hoyo, para llegar a la plaza principal se debe tomar un «camino que sube o baja según se va o se viene», como escribió alguna vez el escritor. Los visitantes la describen como un pueblo fantasma donde impera el silencio.
Rulfo tomó el nombre de este pueblo para la primera versión de Pedro Páramo, y que luego cambiaría por Comala a pedido del editor. Tuxcacuesco actualmente tiene unos 2.300 habitantes, en tiempos en que Rulfo escribió la novela, probablemente el lugar fuera como un espejo de aquella Comala abrasada y asolada. Y que Juan Preciado desde la cima de una colina pensó haber llegado al fin del mundo. «Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija». (Pedro Páramo).
Todos los pueblos del sur de Jalisco quieren ser Comala, pero Comala no es un lugar concreto del territorio mexicano. Tampoco, como dice el hijo del autor, Juan Carlos Rulfo, «La verdadera Comala (en el vecino estado de Colima) no tiene nada que ver con el pueblo del que él escribió. Lo eligió por una sonoridad y significado particular (el comal es la plancha caliente en la que se hacen las tortillas de maíz). En los borradores que hay de su obra aparecen Tuxcacuesco, Apulco o San Gabriel como los pueblos a los que llega Juan Preciado».
Pueblos que conforman aquello que actualmente rezan los carteles turísticos, «Daba gusto mirar aquella larga fila de hombres cruzando el llano grande otra vez. Como en los buenos tiempos…», pueblos de la tierra natal de Rulfo que iban quedando abandonados y gobernaban los muertos.
Todo el universo de Rulfo, todo lo que hay en El llano en llamas y Pedro Páramo, se encuentra en ese espacio geográfico, todo lo necesario para entender su obra literaria. Un mundo perdido de colinas secas y pueblos menguantes, que fueron su inspiración, en donde las ánimas que moraban la Comala primordial y los muertos vivos que purgaban sus penas ya no están.
Comala es, la matriz del Macondo de Cien años de soledad, lo siento por los seguidores de Gabriel García Márquez. Pedro Páramo marcó el desarrollo del realismo mágico y a su vez se alejó de la narrativa de la revolución, que constituía la temática predominante en México. Pero Comala como marco descriptivo donde se desarrolla la novela, tiene al menos tres dimensiones que se contienen en uno (como bien lo hicieron notar).
Una Comala primordial, más edénica que adánica, un pueblo fértil y paradisiaco que Juan Preciado escucha evocar a su madre Dolores. Una Comala feliz, in illo tempore, que suscita en Juan la ilusión y la esperanza para ir en búsqueda de su padre.
La otra Comala, la fantasmal, es una especie de evo poético-filosófico como un término medio entre la eternidad y el tiempo, que no es eterno, porque teológicamente, lo eterno tiene principio pero no tiene fin. Que proporciona el ambiente necesario a sus fantasmales habitantes, para que vaguen sin fin arrastrándose por sus calles polvorientas, condenados a revivir su pasado y convivir con sus pecados.
Y también existe la Comala real, la concreta, la que se identifica con el poder tiránico, con el mandamás, con la violencia y la injusticia, es decir, con la figura encarnada de Pedro Páramo. Y en la que las anteriores son englobadas dentro de una mónada en la que conviven la vida y la muerte. Esa Comala total narra la vida del tirano que da título a la obra, y el destino de los personajes que susurran y se dan a conocer de manera imprecisa. En donde Pedro Páramo es amo y señor de los cuerpos y territorios, que toma lo que se le antoja y como macho cabrío embaraza a las mujeres.
Pedro Páramo, el nuevo Genghis Khan comalense es ayudado por un maltrecho y corrupto padrecito Rentería. Lugar donde se produce la muerte del hijo y el amor imposible por Susana San Juan, cuyo loco amor, produce temor y temblor en la dureza viril de Pedro Páramo. Pero la Comala actual no existe, o la que existe se desvanece por distintos lugares, porque no se ajusta a una mirada mezquina y restringida, sino al amplio Universo de Juan Rulfo donde todo deliberadamente se confunde.
Nunca le importó el tiempo que tardó para escribirla: «Toda la vida anduve con Pedro Páramo» y que una vez escrita ya no le importaba. «Una vez escrita, la obra para mí es como si estuviera muerta», tan muerto como sus propios muertos. «Y ésa es la cosa por la que esto está lleno de ánimas; un puro vagabundear de gente que murió sin perdón y que no lo conseguirá de ningún modo, mucho menos valiéndose de nosotros. Ya viene. ¿Lo oye usted?».(Pedro Páramo).
Acertadamente dijo Arreola: «Pedro Páramo es la necesidad de Juan Rulfo de escuchar a sus muertos». Juan Carlos Rulfo, el menor de sus cuatro hijos, confesó en una entrevista: «Creo que mi padre estaba en la búsqueda de hacer un nuevo trabajo y estuvo durante 20 años buscando la fórmula. Mis hermanos cuentan que se pasaba la noche escribiendo y luego todo lo rompía», y la nueva novela no llegó.
Como no llegó Moisés a la tierra prometida luego de vagar por el desierto, pero lo importante fue que antes había grabado a fuego las Tablas de la ley. Rulfo, luego de revelar el Universo de su infancia, de esa infancia grabada en dos libros, vagó por la vida intentando escribir algo que ya había sido consumado.
¿Sólo dos libros? Exacto, no hacía falta más libros, uno nuevo habría roto la magia. En la novela Pedro Páramo se entrelazan perfectamente la ficción y la realidad. El lugar propio, lo telúrico, la mexicanidad, que no está completada y es la búsqueda de identidad, lo mismo de ese mundo idílico perdido y la identidad del padre.
En ella se conjugan la fatalidad, la sensación de estar dominados por fuerzas superiores, en un mundo dominado por el odio, la culpa y la venganza. Y la imperiosa necesidad de otro mundo pero fantástico como refugio ante la hostilidad de la vida. Una propia concepción de los cuerpos de los muertos que poseen elementos de vivientes, o las creencias en las tradiciones populares mexicanas completamente vivas, que explican la situación de las almas en pena, que «son las ánimas, las ánimas de aquellos muertos que murieron en pecado; pues regresaban en su mayor parte».
Pero también se hace presente lo Universal, como la soledad, que puede encontrarse en cualquier lugar del mundo, pero que en la región de Comala adquiere mayor hostilidad. Tanto la soledad, como el poder, la muerte, son cuestiones universales y que a la figura de Pedro Páramo le da ese sello universal para alejarlo de un mero regionalismo.
Niño y grupo, una de los miles de fotografías de Juan Rulfo.
El lenguaje del autor es sumamente escrupuloso, si entendemos que el lenguaje es muy importante para recrear el mundo ficticio, el escritor tuvo muy presente la necesidad de mantener el lenguaje del pueblo para describir a Comala y a su gente. Recurre a modismos, vocablos, diminutivos, arcaísmos y a expresiones con raíces populares, con lo que circunscribe la novela a un lugar propio.
Por ejemplo, la expresión: «fue muy fácil encampanarse a la Dolores», o palabras como: mitote, apechugó, mismito, chapotié, achaparrado, apalancó, chicoteándose, o «pa emborracharme más pronto», detrasito, nomás, diyitas, chisporrotea o pleonasmos tan acertados como:
«No se preocupe por mí –le dije– Por mí no se preocupe». Rulfo decía: «Entre el coro de todas las voces universales y gloriosas yo volví a oír la voz profunda y oscura. Tal vez la de un pobre viejo que está a la orilla del fuego volteando tortillas. (…) Y aunque usted no lo crea, esa voz predomina en el coro, y es la del verdadero, la del único solista en que creo, porque me habla desde lo más hondo de mi ser y de mi memoria.»
Rulfo solía decir: «yo sólo me sé expresar en forma muy rudimentaria». En 1974 durante un viaje a Buenos Aires, una vez más le preguntaron por qué no publicaba, Rulfo pidió que alguien leyera un cuento de Augusto Monterroso titulado «El zorro es más sabio». Cuento, que confieso no leí, dicen que se trata de un zorro que se convierte en escritor, publica un libro bueno, luego otro mucho mejor, y con eso se da por satisfecho, pero los demás no dejan de presionarle para que publique más. Entonces el zorro se pone a reflexionar: «En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer», y la última línea del cuento dice «Y no lo hizo».
Muchos recuerdan que el propio Rulfo reconoció «que lo que él narraba en sus libros eran las historias que a él le contaba el tío Celerino», su hijo aclara: «Eso era una broma de mi padre. El tío Celerino es México y la realidad que él vivía». Las «Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y el pan. Un pueblo que huele a miel derramada». (Pedro Páramo).
El tío Celerino era por tanto un nopal, un indio campesino y un cacique desheredado al que Rulfo miró para luego contarlo, según Juan Carlos Rulfo. Sin embargo otros como José Jesús Guzmán, sostiene: «Yo creo que el tío Celerino era Justa Cisneros, la sirvienta de la familia que le acompañó toda la vida. Yo de pequeño me sentaba con otros niños a escuchar las historias de Domitilo Pelayo, que eran de ánimas y muerte como las que Rulfo narra», y agrega: «Todos los nombres y lugares de sus novelas son reales. Mezclaba los nombres y apellidos de la gente de este pueblo. Fulgor Sedano (personaje de Pedro Páramo) era el hombre de la tienda de la esquina», explica señalando el comercio de abarrotes.
Juan Rulfo dijo, o se lo hicieron decir, que los nombres de sus personajes los obtuvo leyendo lápidas de tumbas en los cementerios de Jalisco. Federico Munguía recuerda que: «Se enfadaba si le preguntabas por qué había dejado de escribir. Mentía y decía que ya se había muerto el viejito que le contaba las historias o decía que tenía ya una novela casi terminada y que luego la rompió. Yo creo que dejó de escribir porque era un perfeccionista. Él calculó que no iba a superar Pedro Páramo.
Su mujer dice que pasaba toda la noche escribiendo y por la mañana aparecía todo roto». Dice José Ojeda, quien regenta la afamada artesanía de las dagas de Sayula que Rulfo menciona alguna vez en sus textos, «A su tío Luis Pérez Rulfo le gustaba contar historias todo el tiempo y yo creo que él tomó sus historias de su tío». Munguía va equivocadamente por otro lado, «Se descuidó con la copa. Hay quien dice que cuando dejó de tomar vino dejó de escribir».
Su hijo Juan Carlos recuerda: «Los indígenas nos decían que entendían sus libros porque ellos hablan con sus muertos. Mi padre supo que no podía con lo que ya había hecho», y calló para siempre, pero ese silencio hizo que sus seguidores y detractores escribieran miles y miles de páginas sobre sus libros, libros que contienes algunas pocas centenas de páginas.
Las mujeres de Pedro Páramo
Las mujeres juegan un papel primordial, basta recordar que toda su vida se mueve en torno al amor truncado por Susana San Juan. Dolores Preciado antes de morir le da un mandato a su hijo. «–No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio…El olvidó en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro. -Así lo haré, madre.»
Dolores encarna el expolio de Comala, una Dolores humillada y despojada de sus tierras, que se ve forzada a huir con su hijo Juan. Y que en su lecho de muerte manda a su hijo a buscar a su padre, un padre al que no conoce y que también es padre de muchos otros. Eduviges Dyada nos cuenta las tribulaciones de que es víctima Dolores Preciado como esposa de Pedro Páramo. Pero también hay otra salida de Comala, la salida de Susana San Juan junto a su incestuoso padre Bartolome.
La fuga de Dolores Preciado convierte a Pedro Páramo en el amo absoluto de las tierras de la Media Luna para extender su poder a toda la región. En cambio la salida de Susana San Juan será el fin de Pedro Páramo, quien se sume en la amargura, en el dolor, en la tristeza, el odio y el rencor contra todos. Páramo regresa una y otra vez al recuerdo de su infancia, del amor nunca alcanzado por Susana.
Cuando niño Pedro Páramo vive en casa de su abuela, y en un monólogo habla de Susana como si se encontrara en el cielo: «Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras». Este monólogo no es propio de un niño sino del hombre adulto que recuerda a Susana San Juan después de muerta. Pasa tres décadas pensando en ella desde que se fue de Comala, recuerda la frase refiriéndose a Comala al despedirse: «Lo quiero por ti».
Su loca obsesión por Susana direcciona su violenta y despótica vida a ese fin, a conseguir el amor de Susana San Juan. «Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti».
En otros fragmentos, nos enteraremos de la locura de Susana, que se encierra en sí misma, recordando la felicidad junto a su marido Florencio, los baños en el mar en su luna de miel. La muerte «accidental» de su padre ordenada por Páramo. Quien ya «viejo y abrumado» se dirige al lecho de Susana, «la criatura más querida por él sobre la tierra», que se siente «maltratada por dentro» y ajena a este mundo.
El padre Rentería, quien se hizo cristero en la época constitucionalista, permanece junto al lecho de muerte, desesperado, tratando de lograr el arrepentimiento de Susana para darle la extremaunción. Susana expresa en esos últimos instantes una crítica a las costumbres tradicionales que asignaban a la religión el papel de única salvación. El padre Rentería a pesar de ser el único representante de la religión negará todo tipo de ayuda espiritual a la gente, sin salvación espiritual los habitantes de Comala vivirán y morirán en pecado.
El padre Rentería no lo hará, como no intercedió por Miguel Páramo y no le otorgó la salvación a Dorotea. La misma Dorotea, la cuarraca, nos habla de lo amargo que es la ilusión y desilusión en la vida: «lo único que la hace a una mover los pies es la esperanza de que al morir la lleven a una de un lugar a otro; pero cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la del infierno, más vale no haber nacido…».
Mientras Justina, la sirvienta desde que Susana era niña, llora desconsoladamente, y dos mujeres del pueblo comentan en la calle qué pueda estar sucediendo detrás de aquella ventana «donde siempre ha estado prendida la luz». Susana antes de morir rechaza la bendición. La religión no alcanza para salvar a Susana y tampoco para salvar a Comala. Susana San Juan se había enfrentado a la muerte que amenazaba con destruirla. Cuando muere su madre no llora, y el asesinato de su padre constituye para ella una liberación del incesto perverso, rechaza el auxilio de la religión y se recluye en el recuerdo de su amor idílico Florencio.
Ante la muerte de Susana, las campanas repican todo el tiempo hasta romperse, mientras tanto los habitantes de Comala, se entregan al desenfreno total, deambulan descalzos, juegan y se entregan a los brazos de Dionisio en verdaderos bacanales. Pedro Páramo no lo soporta y «juró vengarse de Comala: Me cruzaré los brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo».
Muerta Susana y enterrada en el cementerio, hacen de Pedro un ser recluido en su interior, no le preocupa la vida de Comala salvo para vengarse cruzándose de brazos. Pedro «se pasa el resto de sus años aplastado en el equipal mirando el camino por donde se la habían llevado al camposanto». Un camposanto donde yace Susana San Juan enterrada no muy lejos de las tumbas de Juan Preciado y Dorotea la cuarraca.
Una mujer pobre y alcahueta, que es parte del desenfreno y la que le proporciona mujeres a Miguel Páramo a cambio de comida. Pedro Páramo quien sobrevivió a la muerte de su abuelo, de su padre y de su hijo Miguel, espera el regreso de Susana, «olvidado del sueño y del tiempo». Pero no llega Susana, lo que llega es la muerte por medio del brazo de su propio hijo, de Abundio, un hijo bastardo como tantos. Pedro Páramo herido de muerte «se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras».
Mural en la plaza de San Gabriel, inspirados en personajes de Rulfo.
La mujer de Juan Rulfo.
Cuando en 1941 Juan Rulfo conoció a Clara Aparicio Reyes, ella tenía 13 años, y se adueñó de él un sentimiento que lo definiría como: «el desequilibrio del amor». Con 24 años soñaba con formar una familia, a mediados de los cuarenta empieza su relación amorosa con Clara. Rulfo debe viajar a la capital para acompañar a uno de sus tíos, mientras Clara permanece en Guadalajara la pareja debe mantener una relación por correspondencia.
Se casará con ella en 1948 pero queda el testimonio epistolar que finalmente será publicado en el 2000, en Aire de las colinas. Cartas a Clara. «Vivir para ti es una cosa hermosa, y siempre me ha gustado conservar las cosas hermosas porque son las únicas que me dan ánimos y me hacen caminar por el mundo», le escribe Rulfo a Clara, en 1948. Cuando le preguntaron a la viuda de Rulfo, «¿Por qué se decidió ahora a hacer públicas estas cartas, que tantos años resguardó de la mirada de terceros?»
«Lo hice porque sentí la necesidad de que ustedes conozcan al Rulfo que yo conocí, un hombre de una inmensa dulzura y una indiscutible sabiduría», respondió. «Para llegar a ser lo que fue y perseguir con tenacidad sus objetivos literarios, él necesitó de una fuerza especial, y esa fuerza me la pidió a mí. Yo le decía ‘Juan: tú puedes, tú puedes, sólo tienes que proponértelo’, y entonces seguía. El amor hizo el resto, y por eso llegó a concretar su gran sueño».
En la correspondencia, se pueden encontrar frases directas y en otras el uso de terceras personas como: «este muchacho» (refiriéndose a sí mismo). «He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños».
O la queja amorosa: «No puedo imaginar cómo una niña tan menudita puede hacer UNA LETROTA TAN GRANDE… el escribir una carta. Eso es hacer trampa. Sin embargo, tu carta me dio un enorme gusto. Puse las dos manos para recibirla y la leí con mis dos ojos y luego volví a leer porque hay algo allí que a mi corazón le gusta. Hay algo en todo lo tuyo que a mi corazón le gusta mucho. Y tú sabes que a este corazón que yo te he regalado hay que darle gusto».
Rulfo utiliza muchas maneras para dirigirse a Clara: Muchachita, chiquilla, mujercita, chachita, criatura, pequeña mía, mayecita, chiquitina, cariñito, madrecita chula. En Rulfo también existe una faceta fotográfica, cuya obra se extiende a unas 6.000 fotografías. Rulfo asistió como oyente a los cursos de Historia del arte, en la Facultad de Filosofía y Letras, y adquirió conocimientos de la bibliografía histórica, geográfica y antropológica de México.
En 1964 trabajó para el Instituto Nacional Indigenista de México, donde se encargó de la edición de una de las colecciones más importantes de antropología contemporánea y antigua de México, con una colección de casi 250 textos sobre 56 comunidades indígenas de las que incluso se desconocía la existencia de algunas de ellas. Y escribió un libro titulado «Sobre la conquista y colonización de la Nueva Galicia» (hoy Jalisco), distribuido gratuitamente por una entidad privada en Guadalajara, lo que la mantuvo alejado del público. Sería importante que lo publicaran para conocimiento de todos.
Cuentan que cuando se enteraba que se escribían decenas de tesis doctorales sobre su obra, siempre comentaba: «Nunca me imaginé el destino de esos libros». «Los hice para que los leyeran dos o tres amigos o, más bien, por necesidad». En realidad, son millones los que leyeron su Pedro Páramo, eso también le trajo una conspiración silenciosa y disimulada del ambiente cultural mexicano.
El escritor y premio nobel Octavio Paz, nunca habló mal de él, pero lo ignoraba y después de su muerte, en su revista Vuelta apenas le dedicaron unas pocas líneas. Su hijo Juan Carlos dice: «Su trabajo le volvió un viajero. Tuvo que buscarse la chamba. Vendió llantas, y fue agente de inmigración y asesor de cientos de obras a través de su trabajo en el Instituto Nacional Indigenista. Eso le permitió viajar por todo el país, hacer sus fotografías, conocer su tierra que estaba mal contada».
Para Federico Munguía, Rulfo: «Fue el escritor y vocero de los pobres». Rulfo fue Jalisco hecho literatura, «Vino a llorar hasta aquí, arrimada de su madre; sólo para acongojarla y que supiera que sufría, acongojándonos de paso a todos, porque yo también sentí ese llanto de ella dentro de mí como si estuviera exprimiendo el trapo de nuestros pecados». (Talpa, El llano en llamas)
18 de mayo de 2017.