JUAN DOMINGO PERÓN Y LAS MENORES
EN ARGENTINA: «LOS ÚNICOS PRIVILEGIADOS SON LAS NIÑAS»
Nélida Haydeé Rivas, entonces de catorce años, la amante del presidente Juan Perón
Uno de los lemas del peronismo decía: «En la Argentina los únicos privilegiados son los niños», creo que tácitamente también incluía a las niñas. Un antiguo dicho reza: «La cabra tira al monte» y el general, luego de la muerte de Eva Perón, volvió a las andanzas, la justicia nunca lo castigó por esos delitos así que se sentía impune. En 1953, Perón de 58 años en aquel entonces, iniciaría un romance con una menor de edad. Esta vez con Nélida Haydeé Rivas.
Nélida Haydeé Rivas nació el 21 de abril de 1939, en el hospital Rawson de Capital Federal, y fue la única hija del matrimonio entre José María Rivas y María Sebastiana Viva. Su padre José era obrero en la fábrica de golosinas Noel y su esposa María trabajaba como portera en un edificio de departamentos. «Nelly» conoció al entonces presidente Juan Domingo Perón y mantuvo una relación amorosa desde agosto de 1953, entonces tenía 14 años, y finalizó cuando tenía 16 años, con el derrocamiento y exilio de Juan Perón.
Nelly llegó a la rama femenina de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), una organización en la que se nucleaban alumnos de escuela secundaria, en la residencia presidencial de Olivos. Lo hizo por la invitación de una amiga que la había invitado a ver películas gratis, una vez en Olivos, ambas muchachas se encontraron con el presidente. El encuentro dejó sin palabras a Nélida Rivas, un encuentro que relataría en forma detallada Juan Ovidio Zavala en su libro «Amor y violencia, la verdadera historia de Perón y Nelly Rivas».
Luego del fallecimiento de Eva Perón, acaecido un año antes, Juan Perón continuaba algo deprimido, por tal motivo, según lo que se dice oficialmente, es que el ministro de Educación, Armando Méndez San Martín, inventó la (UES), agrupación juvenil cultural y deportiva con sede en la Quinta de Olivos, la residencia presidencial. Los muchachos del barrio dirían que Méndez le armó el gallinero a Perón para tener a disposición las pollitas. Méndez esperaba que el ánimo de los jóvenes sea transmitido al mandatario ¿tal vez por ósmosis?, algo que finalmente logró, pero no como Méndez esperaba. Y todo terminó en un escándalo, un motivo más para su derrocamiento.
El primer encuentro entre el general Juan Perón y Nelly, según la investigadora Araceli Bellota, en su obra «Las mujeres de Perón», cuenta que Nelly Rivas fue a Olivos para ver películas, a ella le gustaba mucho ir al cine, incluso iba sola, a ver el continuado de dos o tres filmes. En Olivos se produjo el primer face to face, cuando él le habló por primera vez, ella quedó fascinada, la chica se quedó muda ante aquel hombre «alto, con botas y briches blancos (pantalones de montar)» que le pareció «más varonil que en las fotografías».
Desde ese preciso instante, Nélida Haydeé Rivas, Nelly, se propuso desarrollar un plan: «No separarme nunca más de este hombre». Así lo relató la propia Nelly:
Las chicas estaban arrebatadas con la Unión de Estudiantes Secundarias, comúnmente conocida como la U.E.S. Se trataba de un club deportivo que el presidente Perón había inaugurado para ellas en su Quinta Presidencial de Olivos, un suburbio residencial de Buenos Aires. La quinta se usaba muy poco, desde que falleciera Eva Perón, el año anterior.
Yo tenía catorce años y cursaba el segundo año de la escuela secundaria. Mis compañeras me contaban las maravillas de la U.E.S. Decían que allí se veían películas norteamericanas mucho antes de su estreno en los cines del centro. Se podía correr en motoneta -la última novedad en la Argentina- hacer toda clase de deportes: la comida era deliciosa… y todo absolutamente gratis.
La idea no me atraía gran cosa. Prefería leer tranquilamente a estar en movimiento perpetuo en el campo de deportes. Pero soy loca por el cine, tanto que los domingos solía ir sola al de mi barrio a ver hasta tres películas seguidas. Mi amiga Teresa me decía: “Zonza, ¿por qué gastás tu dinero en películas? Ven conmigo a la U.E.S”. Y un día, me parece que fue un lunes en agosto de 1953, sin gran entusiasmo, fui con Teresa. Una vez allá me mostró con orgullo el espléndido parque, que se extendía varias cuadras. Había canchas de “basket-ball” y de “tennis”, una pista de patinaje, una pista de carreras, avenidas para las motonetas, un gimnasio, pileta de natación, un enorme comedor, una sala de televisión y un magnífico cine.
Estábamos inspeccionando las motonetas en el “garage” cuando Teresa exclamó de pronto: “¡Parece que está allí el General!”. Las chicas corrían de todas direcciones y se congregaban en el otro extremo del “garage” como moscas alrededor de la miel. Teresa me tomó de la mano y corrimos hacia el mismo lugar. Logré avanzar hasta la primera fila y allí estaba él. ¡El presidente en persona! Estaba encendiendo un cigarrillo de espaldas a nosotras. Luego se dio vuelta y sus ojos se posaron en mí.
Me sonrió: “Veo que tenemos una chica nueva hoy. ¿Qué tal, ñatita; le gusta la U.E.S.?”.
Quedé muda. Sentí que un escalofrío me corría por todo el cuerpo. Empecé a temblar como una hoja. Seguí temblando, aún después que él se había ido. ¡Había visto al famoso presidente Perón y él me había hablado! Apenas podía caminar. -¿Qué te pasa?, me preguntó Teresa extrañada. Venía aquí por primera vez, el general te habla y no eres capaz de contestarle. Yo había quedado estupefacta ante la sencillez y cordialidad de Perón.
Tampoco había esperado que fuera tan buen mozo. Continuamos recorriendo el club. El perfume de Perón se me había quedado grabado. Más tarde supe que era un perfume francés, su preferido, y que se llamaba “Femme”, de Marcel Rochas. El domingo siguiente, que era mi primer día libre, volví a la U.E.S. Pero el general no apareció y sentí cierta desilusión. Al atardecer de mi tercera visita, cuando ya creía que no vendría, alguien gritó: “¡Aquí viene el general!”. Y nuevamente hubo un alboroto de chicas que corrían hacia él.
-Hola, general- lo saludaron en coro al verlo bajar de su Mercedes Benz azul. ¡Tanto tiempo sin venir a vernos! Cuando su vista se encontró conmigo, comprendí que no se acordaba de mí.
-¿Le gusta la U.E.S?- me preguntó nuevamente. Mi corazón empezó a latir furiosamente y mis rodillas a temblar. -Chicas, vamos a tomar un café- nos propuso. Nos dirigimos hacia su chalet particular, ubicado en el centro del parque y allí lo rodeamos. -¿Cómo van esos estudios?- nos preguntó. Y agregó bromeando: ¡A la que no estudie le quito la motoneta!
Siguió conversando con las chicas, mientras yo tomaba silenciosamente mi café sin quitarle los ojos de encima. Algunos meses más tarde, en noviembre, el general se encontraba paseando por los jardines, repartiendo premios de billeteras a las chicas que habían pasado de grado.
Preguntó a Teresa: -¿Qué tal los estudios? -No sé, mi general, contestó ella. Pasé mis exámenes, pero no sé si llamar buenas mis calificaciones… El sacó entonces una bonita billetera roja de su bolsillo y se la entregó. Como en todos los demás casos, contenía un billete nuevo de quinientos pesos… Una suma muy grande en esta época, ya que equivalía al sueldo mensual de un obrero.
-¿Y qué tal por este lado?, dijo dirigiéndose a mí. -Pasé, contesté. -Entonces también le corresponde un premio, me dijo. Palpó sus bolsillos, pero se había quedado sin billeteras. Cuando algunas horas más tarde lo volví a ver, se había reabastecido y me entregó una billetera que contenía 500 pesos. Sólo atiné a decir: -Gracias, general. La próxima vez que fui a la U.E.S. el general seguía repartiendo billeteras y quiso darme otra. La rechacé explicándole que ya había recibido una.
Aproveché la oportunidad: -General, si Ud. me permite, me gustaría hablarle. -Dígame, nenita. -Quiero darle las gracias por el premio que me dió. -Pero ya me las habías dado. -Sí, pero mi agradecimiento es muy especial. Les dí el dinero a mis padres y ellos me pidieron que le diga que están muy agradecidos. Mi padre está enfermo y ese dinero nos ha ayudado enormemente.
Me ofreció darme una recomendación para la Fundación “Eva Perón”, donde podríamos obtener las medicinas importadas. Con el tiempo me infiltré en el grupo del que era núcleo la Comisión de Deportes, dirigentes con quienes siempre charlaba el general cuando hacía sus visitas al club, y en noviembre, tres meses después de haber entrado en la U.E.S., el presidente me conocía por mi nombre.
Frecuentemente, el general convidaba a ocho o nueve chicas a almorzar con él en el comedor de su chalet. Este chalet, el único edificio que no formaba parte del club, se había conservado como residencia de verano del presidente, de manera que éste podía ocuparlo cuando lo deseaba, mientras los jardines habían sido cedidos a la U.E.S. Estos almuerzos ofrecían la oportunidad de presentarle las chicas nuevas al presidente. Era para éstas un gran honor. Y una de las obligaciones de la Comisión de Deportes, además de organizar las actividades deportivas, era seleccionar a estas chicas.
Durante uno de estos almuerzos, el general me preguntó: -¿Qué tal le va con la motoneta? – No practico, le respondí. -¿Por qué no?, preguntó. Ya había tomado suficiente confianza como para contestarle. -Las otras chicas aprenden con los mecánicos. Pero a mí me gustaría tener el honor de que me ensañara Perón. Por un segundo se quedó mirándome. Luego exclamó: -¡Qué respuesta tan original!
Aceptó gustoso enseñarme y propuso que nos encontráramos los domingos a las nueve de la mañana, antes de que llegaran las demás chicas. No quería ofenderlas ni provocar en ellas envidia que fuera a mí solamente a quien diera lecciones. Nuestra amistad se hizo mayor durante el mes en que aprendí a manejar la motoneta. Pero el Ministro de Educación, doctor Armando Méndez San Martín, que acompañaba a Perón como si hubiera sido su sombra cuando éste visitaba el club, y que había organizado la Unión de Estudiantes Secundarios para congraciarse con él, opinó que yo me estaba tomando excesiva confianza con el presidente.
Un día me mandó decir que no me acercara más al general, advirtiéndome que si insistía sería expulsada de la U.E.S. Me alejé. Cuando veía al general acercarse en la motoneta, yo cambiaba de rumbo para evitarlo. Él se dió cuenta de esto y en cierta oportunidad me detuvo. -¿Qué pasa que no está más en el grupo?- me preguntó. Le conté lo que había pasado con Méndez San Martín.
Yo creía que eran órdenes suyas, le dije. -Esto no me gusta nada, me dijo. Quiero que las chicas sientan que pueden acercarse a mí con toda tranquilidad. La próxima vez que fui al club, el general me mandó llamar. Lo encontré con Méndez San Martín y pensé que algo iría a suceder. Dirigiéndose al ministro, pero no sin antes haberme mirado con picardía, el presidente le dijo: -Nelly nos ha abandonado, ¿verdad, Méndez? Debemos estar poniéndonos viejos. Esto no puede ser.
Y volviéndose a mí añadió: -Hoy almorzará con nosotros. Me sentó a su derecha y a Méndez a su izquierda, directamente enfrente mío. ¡Qué almuerzo memorable! A un lado veía a Perón y mi felicidad era indescriptible. Me parecía un sueño. Miraba frente a mí y veía toda la furia contenida del Ministro de Educación. Al finalizar el almuerzo, el general me dijo con una sonrisa cordial: -Espero que nos volveremos a ver. Yo me sentía feliz y preocupada a la vez. Sabía que Méndez San Martín no me perdonaría esta humillación. Veía en sus ojos que me había declarado la guerra.
«Yo quedé estupefacta ante la sencillez y cordialidad de Perón. (…) En nuestra casa de trabajadores era un dios», relató la joven a Zavala, quien fue abogado defensor de la familia en los juicios que enfrentarían años más tarde. Tras ese primer encuentro, el interés de Nelly Rivas por asistir a la UES creció. Fue así que sus visitas se hicieron cotidianas y el contacto con el presidente más asiduo. El acercamiento llegó a su punto máximo a finales de año. Nelly y una veintena de chicas celebraron la Navidad con el general Perón.
En su libro «Las mujeres de Perón», Araceli Bellota cuenta que el presidente eligió a Nelly Rivas para que se sentase a su diestra en la mesa. Las celebraciones no terminaron ahí, continuaron en Año Nuevo, en la casa que Juan Perón tenía en San Vicente. Allí estuvo Nelly, junto con otras cuatro chicas. Fue la primera vez que Nelly durmió fuera de casa, a su padre no le gustó nada, pero Nelly logró convencerlo.
Luego de las fiestas de fin de año, la relación entre Juan Perón y Rivas se hizo más estrecha, almorzaban y cenaban juntos, como Perón no había ido a Olivos en los primeros días del año 1954, Nelly decidió ir en persona al Palacio Unzué, la residencia presidencial del barrio de Recoleta, en Capital Federal, utilizada por Perón en sus dos primeros mandatos. La joven insistió tanto en verlo, que los empleados finalmente llamaron al presidente, que no pudo ocultar su sorpresa por la presencia de Nelly.
Desde ese día, Nelly que tenía todo el día libre porque estaba en el receso escolar de verano, comenzó a concurrir asiduamente a la residencia, donde almorzaba y cenaba con Perón, veía películas en el cine privado, cuidada los perros caniches de Perón «Monito» y «Tinolita» y luego por la noche la llevaba hasta su casa un chofer del presidente.
Debido a la confianza entre ambos Nelly Rivas se llevaba a uno de los perros a su casa. Pero como el otro perro lloraba por las noches, fue la ocasión perfecta para que Perón y la muchacha «le metieran el perro» (dicho que significa «engañaron») a sus padres para que le dejasen mudarse a la residencia presidencial. Poco después de ese primer encuentro ocurrido en agosto de 1953, la joven pasaría a vivir en el Palacio Unzué, que era usado por Perón como residencia presidencial.
«Con este argumento vencí la resistencia de mi padre y obtuve su permiso para establecerme en el Palacio del presidente», explicó Nelly Rivas. Así, pasó a ocupar el dormitorio que había pertenecido a Evita. El vínculo entre Nelly y Perón era conocido puertas adentro, la primera vez que se dejaron ver juntos en público fue en marzo de 1954, en la inauguración del Festival Cinematográfico Internacional, en Mar del Plata, un evento impulsado por Raúl Alejandro Apold, el subsecretario de Prensa y Difusión, el Goebel de Perón.
Dicen que en principio Perón no estaba convencido de concurrir al evento, por lo que Alejandro Apold le pidió a Nelly que lo ayudara a lograr que el general cambiara de opinión. «Papaíto, la nena quiere ir a Mar del Plata», le dijo Nelly, el presidente estuvo reticente, pero ante la insistencia cedió. Para ir al evento, el papaíto le abrió a Nelly el vestuario de Evita. «Me condujo hasta el fabuloso cuarto que encerraba los vestidos de fiesta de Eva Perón. Muchos de ellos, modelos de los más famosos modistos de París. Elegí tres trajes de Dior y uno de Marcel Rochas. No habían sido jamás usados. Para acompañar estos trajes, el General me dio una estola de visón azul y una capa de visón natural», rememoró Nelly en sus memorias.
Eva Duarte de Perón, era la abanderada de los pobres y descamisados, pero la abandera de los humildes vestía y llevaba joyas como una reina, para esos gustos la resentida social no le hacía asco, y para terminar fue enterrada en el cementerio de La Recoleta, un camposanto reservado para la élite, sueños cumplidos. Esa fue la verdadera razón de su vida.
En sus memorias, Nelly Rivas dio mayores detalles sobre su relación con el presidente Juan Perón. «Durante los primeros días, de mi permanencia en la residencia, las relaciones entre Perón y yo se mantuvieron en el plano de padre e hija. De pronto, sin darnos cuenta como, la atracción mutua se había venido apoderando de nosotros, nos venció. Todo sucedió a la vez, repentina e inesperadamente».
La Nelly era chiquita pero traviesa. Cuando se encontraba en el exilio, Perón se refirió al tema en una conferencia de prensa, «Esa señorita era una niña que concurría como muchas otras a la UES. Es una criatura. Como hombre solo la vi como lo que es: una nena. Pueden tener la seguridad que no transgredí códigos morales».
La relación fue duramente criticada por los antiperonistas y usada por la «Revolución Libertadora» como ejemplo de la «decadencia moral» del presidente Perón quien sería depuesto en septiembre de 1955. El historiador Félix Luna se refirió sobre el tema: «Aun dejando de lado las exageraciones e invenciones que prosperaron en ese momento, evidencia una relajación en los valores morales de Perón, y su intimidad con Rivas ratifica ese proceso hasta un grado penoso. Demuestran la decadencia de una personalidad política».
La familia de Nelly Rivas era muy pobre, y como sucedía en casi todos los obreros la familia adhirió al peronismo desde sus inicios, por la política social del movimiento realizado con el dinero de los ciudadanos argentinos, y eso le garantizaba adhesión y votos a Juan Perón. Nelly recordaba que sus padres eran «demasiado pobres para comprarme juguetes» y que la primera vez que tuvieron «un pandulce para Navidad» fue cuando Perón «decretó que se pagara a los trabajadores un aguinaldo» para esas fechas festivas, en 1946.
En 1951, cuando Nelly estaba por terminar la primaria, su padre se enfermó y eso complicó aún más la débil economía familiar. «Muy pronto nos encontramos sumidos en deudas: cuentas de hospital y de médicos, además de los carísimos medicamentos importados», narró Nelly en sus memorias. Nélida Haydeé Rivas, era una chica muy vulnerable y llena de carencias materiales, y fue aprovechado por Perón.
-Tenía ya más o menos siete años cuando Perón, que acababa de ser elegido presidente, decretó que se pagara a los trabajadores un aguinaldo de Navidad equivalente a un mes de sueldo. Hubo gran júbilo en las calles. Recuerdo ésto muy vívidamente porque fue la primera vez que tuvimos en casa “pan dulce” para Navidad. La familia se reunió alrededor de la mesa y mi abuelo nos dijo: -Demos gracias a Perón que nos ha dado este pan.
Hasta entonces, mi padre apenas había alcanzado a vivir de su salario mensual de 100 pesos, de obrero en la Fábrica de Caramelos Noel. El arriendo de la habitación en que vivíamos nos costaba 38 pesos. Esto nos dejaba sólo dos pesos al día con los que nos debíamos arreglar mi madre, mi padre y yo. Dos pesos tienen actualmente el valor de cinco centavos de dólar. Cuando era niña valían más, pero no tanto más que pudiéramos vivir como es debido.
Vivíamos en un conventillo (casa de inquilinato) no lejos del hospital donde nací el 21 de abril de 1939. Más adelante nos cambiamos a otra habitación en otra casa de inquilinato, pero esto no mejoró grandemente nuestra situación. Siempre teníamos que compartir el baño con otras seis familias. La situación era peor cuando la encargada, una mujer despótica, cortaba la electricidad cuando le venía en gana o se encerraba en el único baño y permanecía allí tres horas, mientras todos los demás esperábamos.
Mi madre nos libró de esta situación obteniendo un empleo de portera en un nuevo edificio de departamentos, de cuatro pisos. Por su cargo tenía derecho a ocupar el departamento de la planta baja a un alquiler reducido. El departamento tenía cocina y un excelente baño. ¡Qué dicha! Era la primera vez que teníamos semejante lujo.
La habitación era amplia y agradable y mi madre la arregló en forma muy cómoda para nosotros tres. Al pie de la cama matrimonial de mis padres había un sofá-cama en el que yo dormí hasta los catorce años, edad en que me fui a vivir a la Residencia Presidencial.
El trabajo de mi madre consistía en abrir las puertas del edificio a las siete de la mañana y en cerrarlas nuevamente a las diez de la noche. Debía disponer de la basura de cada uno de los nueve departamentos y lavar los corredores y escaleras. Tan pronto como mi madre terminaba de hacer el aseo, los numerosos niños que vivían en el edificio volvían a ensuciar. Ella, pacientemente, limpiaba de nuevo. Pero este exceso de trabajo acabó por arruinar su salud, enfermando crónicamente de los riñones. […]
Nélida Rivas sigue relatando como fue su infancia:
-Con ella no. Es la hija de Doña María. Yo comprendí que me miraban despectivamente por ser la hija de la portera. Recuerdo cierta vez, que dos niños bajaron a la calle en donde yo me encontraba, vestida con mi limpísimo delantal almidonado. Venían muy elegantes y orgullos de sus trajes nuevos. Me parecer ver al varón ponerse los flamantes guantes mientras la nena, que llevaba una muñeca, balanceaba su linda cartera con su mano libre.
Corrí a esconderme y a llorar a mi habitación. Yo no tenía ninguna de estas cosas, ni siquiera una muñeca. Cuando era pequeña jugaba durante horas con los percheros para colgar ropa de mi madre. Mis padres eran demasiado pobres para comprarme juguetes y nunca tuve una fiesta de cumpleaños hasta cumplir los quince años, cuando ya me había mudado a la Residencia Presidencial.
Me cansé de no obtener nunca regalo de Reyes Magos y dejé de pedirles que me trajeran juguetes. Mi madre quería que yo tuviera una sólida instrucción religiosa y moral y por lo tanto me mandó a las Monjas de María Auxiliadora. Era un colegio pagado. Yo, consciente del sacrificio que hacían mis padres, me esforcé en ser la mejor alumna de mi curso. A menudo las Hermanas me ponían a cargo de las oraciones, lo que constituía una distinción.
La religión era mi fuerte y mis padres estaban contentísimos. La niña que mejor se comportaba durante la semana recibió como premio una cinta de seda azul. La disciplina era una de mis principales virtudes y yo ganaba invariablemente el premio que luego presentaba orgullosamente a mis padres. Se acercaba la fecha en que debía hacer mi Primera Comunión, y me esmeré más que nunca en mis obligaciones religiosas: el rosario, la misa y el catecismo.
Mis compañeras comentaban los bellos vestidos que llevarían en esta importante ocasión. Le pregunté a mi madre si yo también podría llevar un vestido largo y blanco como el de las novias. Me contestó que no teníamos dinero para tales cosas. Que no era el vestido, sino la majestad del acto de la Comunión lo que tenía importancia. Pero, a pesar de la explicación, lloré amargamente. Me pareció una injusticia tener que presentarme con mi uniforme del colegio mientras las demás vestían de organdí, cintas y encajes.
En 1951, cuando tenía doce años y estaba por terminar mis estudios primarios, mi padre se enfermó y tuvo que someterse a una operación. Muy pronto nos encontramos sumidos en deudas: cuentas de hospital y de médicos, además de los carísimos medicamentos importados. Mi madre, luego de trabajar todo el día, debía cuidar a mi padre durante la noche. Fui enviada a casa de una tía. Esta visita ha quedado grabada para siempre en mi memoria. Cierto día escuché que mi primo le decía a su madre: -Mamá, ¿cuándo se va a ir Nelly? Come demasiado.
Sentí una terrible amargura. Pero resolví no decirle nada a mi madre para no causarle más preocupaciones. También recuerdo el día en que mi madre se decidió a pedirle a uno de los inquilinos que usara la escupidera porque ella debía limpiar el piso cada vez que el pasaba. La insultó soezmente y le gritó: -R. para que está Ud. sino es para limpiar mis?… Mi padre que alcanzó a oír la respuesta se abalanzó al corredor y le propinó una terrible paliza. Yo deseaba ardientemente sacar a mi madre de este mundo de insultos, basura y salivaderas. Mi deseo se realizó antes de lo que esperaba. El destino llamó a mi puerta en una forma tal, que aún hoy día me asombro.
Juan Perón y Nelly se vieron por penúltima vez el 19 de setiembre de 1955, tres días después del inicio de la revolución que pondría fin al decenio peronista. Este episodio dio lugar a una serie de juicios que atormentó a la familia de la menor. Antes de ser derrocado, el presidente llegó a la residencia, la besó y se despidió. Nelly Rivas así lo recodaba en «Mis amores con Perón», capitulo 1:
El 19 de septiembre de 1955, tres días después de haberse producido la revolución en la Argentina, el presidente Perón, vestido con su uniforme de general, subió apresuradamente las escaleras de la Residencia Presidencial y al llegar arriba me besó. Había venido solo por unos momentos de la Casa de Gobierno desde donde dirigía las operaciones contra las fuerzas revolucionarias. Fue un beso como siempre y no me alarmé.
-Hasta luego! me despedí, – ¡Y que tengan suerte!
Esa fue la última vez que vi a Perón. Aquel día significó el final de toda una época en la vida de la Argentina y también el final de nuestro idilio de casi dos años. Esta revolución, que estallara tan inesperadamente, echó por tierra el gobierno de Perón; también hizo pedazos mi mundo de sueño, en el que yo, princesa Cenicienta, vivía feliz con el Primer Príncipe del Reino.
Tenía catorce años cuando nos conocimos y dieciséis cuando nos separamos. Pocas chicas habrán vivido dos años más extraordinarios ni tampoco dos tan dolorosos como los que los siguieron. No he tenido contacto alguno con Perón desde que partió al exilio. Este relato, si es que llega a leerlo, le dará las primeras noticias sobre lo que sucedió después de separarnos.
En realidad, la vería una vez más en 1973. El nuevo gobierno, entre otras cosas, se basaron en esta relación para enjuiciar a Perón. Con Juan Perón fuera de Argentina, Nelly y su familia fue presa fácil del nuevo régimen. El tribunal de Honor del Ejército le abrió un proceso a Perón. Nélida Rivas tuvo que atestiguar bajo coacción de los jueces militares. Y por la vía civil, a Perón se le abrió un expediente por estupro.
Mientras los incautos seguidores de Juan Perón, los fanáticos o los favorecidos por el régimen, esperaban órdenes para resistir por medio de las armas, para asombro y desesperación de los peronistas, el líder Juan Domingo Perón, se refugió en la cañonera Paraguay, del gobierno de Paraguay, y le escribió dos cartas a su joven amante, pero las cartas fueron secuestradas por la policía durante un procedimiento en la casa de la familia Rivas y posteriormente entregadas a los medios de comunicación, que no dudaron en publicar el contenido completo.
«Querida nenita, lo que más extraño es a vos y a los perros», decía, entre otras cosas, las cartas del general, que prometía que la iba a mandar a buscar. La difusión de las misivas fue el primer golpe para Nelly Rivas. Juan Perón, avergonzado, negó su autoría e incluso pidió un peritaje caligráfico. Aparentemente, Juan Perón no supo en ese momento como habían llegado las cartas a los diarios y pensó que Nelly Rivas, su nenita, las había entregado a los medios. Las cartas que intercambió con Perón fueron publicadas oficialmente en 1957 por un diario de Estados Unidos.
Nelly Rivas y su familia comenzaron a sufrir persecuciones, al episodio de las cartas, le sucedió un ataque contra la mamá, María Sebastiana, a manos de un grupo de mujeres que la golpearon y le cortaron el pelo en la calle. Entonces en Argentina había mucho odio contra Perón y su régimen.
Nélida Rivas fue detenida con su familia en la provincia del Chaco, sus padres fueron acusados de complicidad y juzgados por delitos contra la integridad sexual, siendo condenados y confinados en la cárcel de Villa Devoto. El gobierno señaló que por este motivo la joven no estaba segura con sus padres por lo que, en mayo de 1956, Nélida Rivas fue derivada a un asilo correccional de menores siendo internada en el Asilo San José, donde estuvo recluida por 218 días. Su madre fue ingresada en el Asilo Correccional de Mujeres.
En noviembre, Nelly fue puesta en «libertad vigilada» y entregada en custodia a su abuela paterna, María Barros. Sus padres fueron liberados en 1956, aunque la causa judicial siguió su curso, el 29 de abril de 1960, el juez Alejandro Caride los absolvió, pero el 11 de agosto de ese mismo año, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional revocó la sentencia de primera instancia y los condenó a tres años de prisión, como coautores del delito de estupro, en grado de participación.
Según la RAE: el estupro es el coito con una persona mayor de 12 años y menor de 18, prevaliéndose de superioridad, originada por cualquier relación o situación. A pesar de la orden judicial, los acusados se mantuvieron prófugos hasta que los delitos prescribieron en marzo de 1965. El «caso Nelly Rivas» fue usado como paradigma de la «corrupción moral del tirano prófugo».
En tanto que a Perón se le inició un proceso por estupro, delito que se produce cuando un mayor de edad mantiene relaciones consentidas con una menor de 15 años. Rivas contaba con 14 años al iniciar la relación, la causa prescribió en 1971 mientras Juan Perón negociaba con el presidente de facto, el general Alejandro Agustín Lanusse la legalización del Partido Justicialista.
Nélida Rivas y su familia tenían la esperanza de volver a reunirse con Juan Perón, Nelly y su familia, contrataron un auto con chofer para viajar a Paraguay. Con ellos llevaban a los caniches de Perón, que Nelly había sacado de la residencia Unzué mientras se desarrollaba el golpe de Estado. Pero no pudieron ingresar a Paraguay, fueron detenidos en la provincia de Formosa, sus documentos les fueron confiscados y tuvieron que regresar. Y el viejo verde se quedó sin su nenita.
En ese tiempo, Nelly encontró el amor en otro hombre, Carlos, con quien se casó en 1958. Mientras duró el exilio de Perón, Nelly no tuvo ningún tipo de contacto con el líder justicialista y el reencuentro, breve, se produjo 18 años después en diciembre de 1973, cuando Perón ya era nuevamente presidente. En el reencuentro Nelly no pudo contener su emoción y le contó al general todo lo que había sufrido en su ausencia, se comenta que ambos lloraron. Nelly se casó en 1958 y, para 1973 Nelly en aquel entonces tenía dos hijos. Perón murió meses después, el 1 de julio de 1974.
Pasadas las emociones, el presidente Perón le preguntó en que la podía ayudar, si necesitaba algo «porque tu comprendes que es la última vez que nos vemos». Y así fue, no volvieron a encontrarse y Perón murió meses después, el 1 de julio de 1974, sin haber sido condenado por el delito que cometió, en medio de violencia creciente en el país, llevada a cabo por las bandas marxistas. Nelly Rivas vivió muchos años más, falleció el 28 de agosto de 2012, a los 73 años.
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Mientras Nelly Rivas concurría a los tribunales para declarar en el proceso que se le seguía, un día se le acercó Joseph Newman, representante para iberoamérica del New York Herald Tribune y de Editors Press Service Inc., y le ofreció un contrato para publicar sus memorias. Nelly estaba por cumplir 18 años y aceptó el ofrecimiento y llegaron a un acuerdo, se publicarían 10 capítulos bajo el título «Mis relaciones con Perón», sin embargo, según su abogado, Juan Ovidio Zavala, los estadounidenses no habrían cumplido lo pactado y Nelly jamás vio una moneda.
En la Argentina, el diario Clarín adquirió los derechos de las memorias de Nelly Rivas y en su tapa del miércoles 22 de mayo de 1957 anunció la publicación del primer capítulo, con un recuadro ilustrado con el gorro «pochito» que Perón usaba en esos años. «El pocho» le decían a Perón, el anuncio decía: «el relato objetivo de las relaciones del déspota con una colegiala de 14 años», y se refería al gobierno peronista como «el periodo más negro de la historia argentina», y aseguraban que se mostraría «la intimidad del ex dictador».
El jueves 23 de mayo Clarín publicó el segundo capítulo. Pero el viernes 24, cuando llegaba el turno del tercero, el diario anunció que «la alteración del contrato con el editor obliga a Clarín a suspender la publicación de las memorias de Nelly Rivas». En la página central, el matutino dio a conocer el cruce de telegramas con Editor Press de New York por una disputa económica y diferencias de criterio en el contrato.
El conflicto no se resolvió y finalmente no se publicó el resto de las memorias de Rivas. El 24 de mayo de 1957 Clarín informaba que ya no podrá publicar las memorias de Nelly Rivas por un problema con el editor de Estados Unidos. En este siglo, Infobae, pudo acceder al material completo, y que se puede leer tras 60 años.
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La muchachita sintió un fuerte flechazo por el presidente. Y se propuso vencer en la batalla que las jovencitas de la Unión de Estudiantes Secundarios, libraban por ganar su atención. «Muchas fuimos abobadas por él», relata Nelly a su abogado. El general «alimentaba nuestro romanticismo y nuestras agitaciones corporales», añade. Las muchachas circulaban en ciclomotor por los jardines del palacio, almorzaban con el presidente y aprovechaban para hacerle peticiones. Cuando a Nelly le tocó sentarse a su lado, le solicitó una vivienda social para sus padres. La consiguió.
Otro día se las ingenió para verlo a solas en el jardín. A la semana siguiente, un coche oficial pasó a buscar a la muchacha por la humilde portería de sus padres en el entonces pueblo de Chacabuco. Las niñas del club estudiantil que acudían a entretener al presidente Perón querían conquistarlo. «Cada una de nosotras quería ser una segunda Evita», confiesa Nelly. «No me sacaron nunca más. Una de las habitaciones que nadie usaba y que había sido dormitorio de Evita terminó siendo donde me acomodaron», cuenta Nelly.
Nelly abandonó los estudios. Pasó de vivir en una casa de un dormitorio a habitar en un suntuoso palacio cubierto de alfombras persas. Perón le escribía cartas que decían «nenita querida», y con «un gran beso de tu papi» como despedida. Cada día, Nelly jugaba con los perros. «Dormí sola varias noches, mientras mi imaginación volaba a alturas tan inaccesibles como profundas eran mis pasiones. (…) A la cuarta noche me animé a proponerle al general que viéramos televisión juntos. Después de esa primera noche yo me instalaba en el dormitorio del general a ver televisión, aunque él no hubiera llegado. Más de una semana, que me pareció un siglo, hicimos esto después de lo cual yo volvía a mi dormitorio».
Pero la nenita estaba exaltada por las noches, porque había decidido perder la virginidad con Perón. La cuarta noche, con la excusa de ver la televisión, se metió en el dormitorio del general. Se instaló en esa cama y solo la sacó la Revolución Libertadora. Juan Perón le había encomendado decorar una residencia universitaria. Encargó a unas señoras que la acompañaran a comprarse ropa y el 6 de marzo de 1954 la lució en público, en la inauguración del Festival Cinematográfico Internacional de Mar del Plata, como ya comentamos.
«Entre gente importantísima de todo el mundo, me porté como una dama, y él me lo dijo», recuerda Nelly. La muchacha estaba presente en importantes almuerzos. Se fijaba en los modales de los comensales. Y callaba: «Yo nunca intervenía en una conversación sobre política, y hablaba cuando él o alguna de las personas mayores me daba pie».
Nelly acababa de celebrar su 15 cumpleaños en la residencia presidencial, pero «hacía ya tiempo que me sentía su mujer. Él me trataba como tal», afirma. Su mundo terminó el 16 de junio de 1955, cuando una escuadrilla aeronaval bombardeó la sede presidencial. Noventa días después cayó Perón. «Ándate ya mismo a tu casa. Llevate los perros. Nos vemos pronto», le dijo el general antes de refugiarse en la cañonera paraguaya. Al día siguiente llegó a casa de los Rivas un paquete con 400.000 pesos.
Desde la fragata Paraguay, Juan Perón envió a Nelly dos cartas. «Nenita querida. Con lo que te dejé, podrás vivir un tiempo. En cuanto llegue (a Paraguay), te mandaré a buscar y así los dos haremos una vida tranquila donde sea. Un gran beso de tu papi». Mientras sus fanáticos seguidores querían dar la vida por Perón, el general que no quiso pelear estaba más preocupado por la bragueta que por el poder.
Luego de leer las cartas, unos hombres uniformados patearon la puerta de la casa de Nelly Rivas. «Así que vos sos la putita», le gritó uno de ellos. Al padre de Nelly lo apalearon. Se llevaron las cartas de Perón, las joyas de Evita que le había regalado, los 400.000 pesos… Nelly, años después se casó con un buen hombre y tuvo dos hijos. «No tengo amigas y debido a mi mala salud y a mi reputación salgo muy poco de casa», explicó a su abogado. Nelly Rivas murió en 2012, dicen que en medio de privaciones. Nelly no logró ser otra Evita.
Un año más tarde Juan Domingo Perón le escribió a Nelly que no se arrepentía «de haber renunciado a la guerra civil» y le decía «sos lo único que tengo y lo único querido que me queda» y firmaba como «tu papi». Así como a Evo Morales Ayma le armaron su guardia femenina en los años pasados, es más o menos lo mismo que la UES de Perón. Poner a Perón con niñas fue lo mismo o peor que poner al Conde Drácula a cargo de un banco de sangre.
17 de octubre de 2024.