JAMES DAVID VANCE
LA CONTINUIDAD DEL TRUMPISMO
En noviembre de 1916, hace ocho años, con motivo de la victoria de Donald Trump, escribí un artículo titulado: Nosotros, «los deplorables». La venganza de los Hillbilly y el clintoncidio. En dicho artículo decía lo siguiente, refiriéndome a James David Vance, autor del bestseller, más conocido como J. D., hoy senador y compañero de fórmula presidencial de Donald Trump.
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«Un libro titulado «Hillbilly Elegy», cuyo subtítulo es: «Memoria de una familia y de una cultura en crisis», se ha convertido en bestseller. Su autor, J. D. Vance, creció en Middletown, Ohio, el estado predictor por excelencia de las elecciones de Estados Unidos, cuna precisamente de esos hillbillies, nombre con el que se designan a aquellas personas del campo, algo rudas y toscas, pero campechanas, que están en el origen de la identidad estadounidense.
El libro relata las memorias de Vance y su familia, pero también cuenta la historia de la decadencia de la clase trabajadora blanca de Estados Unidos. «No hay otro libro más importante que este para entender lo que pasa en EE.UU. este año», según The Economist. Memoria sentimental que se ha convertido en el himno de la muerte del proletariado blanco. Vance, quien estudió en Yale, una de las universidades más exclusivas del país, es hijo de un bebedor, golpeador, conservador y evangelista. Y de una madre alcohólica.
Es muy crítico con sus abuelos, recuerda lo malos padres que fueron con sus padres, retrata a sus amigos que fracasaron, los recuerda con mucho cariño, pero con la verdad, no se abstiene de culparlos y responsabilizarlos por las decisiones que tomaron. Recuerda como esa sociedad pujante de mediados de siglo cayó en la decadencia. Vance sostiene que es necesario un análisis sociológico, económico y sobre todo político, más allá de las acciones individuales y se opone a los subsidios que fueron la destrucción para esa sociedad.
Un pueblo trabajador, individualista, orgulloso, que confía en sí mismo. La historia de los white trash, abandonado por los poderes públicos durante décadas, después de levantar el país y ser carne de cañón de sus guerras. Es allí donde se fue gestando la crisis que explica el surgimiento de Trump.
De alguna manera el triunfo de Trump, es la venganza de los Hillbilly, de los rednecks (cuellos rojos), los bogtrotters (come pasteles), o white trash (basura blanca). Y la «basura latina» que no nos dejamos engañar por el relato de los demócratas, del establishment y la prepotencia de ciertas mayorías latinas. Una serie de apelativos despectivos, en un país donde el insulto contra una minoría o grupo étnico es inmediatamente censurado, pero criticar a esta gente está permitido».
Portada del libro del senador, y como Marine en Irak
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James David Vance, nació en Middletown, Ohio, el 2 de agosto de 1984, con el nombre de James David Bowman, fue criado por sus abuelos maternos -en el seno de una familia blanca de clase trabajadora- como consecuencia de los problemas de adicción de su madre y a la ausencia de su padre. Vance cumplirá 40 años en agosto, por lo que es el primer millennial, designación muy discutida, en una candidatura de un partido importante y uno de los candidatos a la vicepresidencia más jóvenes de la historia. J. D. Vance fue criado como protestante, pero más tarde se convirtió oficialmente al catolicismo en agosto de 2019.
Vance creció en una familia de clase baja en Middletown, Ohio, y muy a menudo sufrió dificultades económicas y familiares durante su infancia. El senador Vance, cuando habló de su Middletown natal, escribió en Hillbilly Elegy: «Hay una falta de agencia aquí, una sensación de que tienes poco control sobre tu vida y una voluntad de culpar a todos menos a ti mismo». Esa experiencia fue moldeando su vida y sus decisiones políticas.
Aunque el senador J. D. Vance creció en Ohio, consideraba la casa de su bisabuela en la Kentucky rural como «su hogar». «Siempre distinguí “mi dirección” de “mi hogar”», escribió en Hillbilly Elegy. «Mi dirección era el lugar donde pasaba la mayor parte del tiempo con mi madre y mi hermana, dondequiera que fuera. Pero mi hogar nunca cambió: la casa de mi bisabuela, en el holler, en Jackson, Kentucky».
Los padres del Sr. Vance, Donald Bowman y Bev Vance, se divorciaron cuando él era muy pequeño, dejando que Vance fuera criado por su madre. En «Hillbilly Elegy», se describe la ausencia de Bowman en su vida. Dijo Vance que sus padres lucharon por mantener la estabilidad en su empleo, ambos trabajaron en una serie de trabajos ocasionales a lo largo de los años. Al nacer, se llamaba James Donald Bowman. Más tarde, adoptó temporalmente el apellido de su padrastro, Hamel. Finalmente, se decidió por Vance, que pertenecía a su madre y a sus abuelos.
Su madre sufría problemas de abuso de sustancias, en su libro relata con detalle las luchas de su madre contra la adicción a los opiáceos, incluida la heroína. Vance señala que se trata de una historia familiar en los Apalaches y en el Cinturón del Óxido en general, donde la desesperanza generalizada se ha convertido en la norma para muchos. La lucha de su madre contra la adicción marcó fuertemente su infancia. Esto llevó a Vance a vivir con su abuela.
Por otro lado, sus abuelos, James «Papaw» Vance y Bonnie «Mamaw» Vance, se habían trasladado a Kentucky, solteros y con hijos, en la década de 1940, pero finalmente se divorciaron. Pese a ello, mantuvieron una buena relación. James David Vance dice que el hecho de haber vivido con su abuela mientras estaba en el instituto lo ayudó a comprometerse en sus estudios y, a escapar de la pobreza en la que creció. Sus abuelos, como muchos otros en el Cinturón del Óxido de finales del siglo XX, eran demócratas pro-sindicatos.
Vance describe su actitud frente a la política en «Hillbilly Elegy», y escribió: «Todos los políticos podían ser unos sinvergüenzas, pero si había alguna excepción, sin duda eran miembros de la coalición del Nuevo Trato de Franklin Delano Roosevelt». Pero, en el caso de su abuelo, la excepción fue 1984, cuando votó al presidente Ronald Reagan. James Vance candidato a vicepresidente formó parte de los infantes de marina y sirvió en Irak antes de ir a la Universidad Estatal de Ohio, donde se licenció en Ciencias Políticas y Filosofía, para luego pasar a la Facultad de Derecho de Yale y terminar siendo inversor en capital de riesgo.
Luego de licenciarse en Derecho en Yale, Vance trabajó en el bufete Sidley Austin LLP antes de unirse a Mithril Capital, del multimillonario Peter Thiel, en San Francisco. Thiel gastó más de 10 millones de dólares en apoyo de Vance durante su candidatura al Senado en 2022. Vance comenzó Narya, con sede en Ohio, una «firma de capital de riesgo en etapa inicial centrada en el uso de la tecnología y la ciencia para resolver el futuro», según su sitio web. Vance está en contra del derecho al aborto, y la opinión de Trump de que el asunto debería dejarse en manos de cada estado.
En 2016, en su exitoso libro de memorias y ensayos, Hillbilly Elegy, narra su propia vida y crianza en una familia de clase trabajadora en el Rust Belt (cinturón industrial) de Estados Unidos. En ese libro adoptó una visión conservadora, describió a sus amigos y familiares como crónicos derrochadores, dependientes de las prestaciones sociales y, en su mayoría, incapaces de salir adelante por sí mismos.
Hillbilly Elegy lo convirtió en un reconocido comentarista de televisión que hablaba de la relación de Donald Trump con los votantes blancos de clase trabajadora en Estados Unidos. Entonces no dudaba en criticarlo: «Lo que está haciendo [Trump] es darle a la gente una excusa para señalar con el dedo a alguien más, a los inmigrantes mexicanos, al comercio con China, a las élites demócratas o a cualquier otra cosa», eso decía Vance en 2016. Ese mismo año, le escribió en privado a un contacto en Facebook: «Voy y vengo entre pensar que Trump es un imbécil cínico… o que es el Hitler de Estados Unidos».
En 2016, James Vance dejó California y regresó a Ohio, donde ayudó a lanzar un esfuerzo para combatir el abuso de opioides en el estado. Vance fue colaborador de CNN en 2017. «Este será el primer comentarista de CNN jamás puesto en una candidatura presidencial», dijo el presentador de CNN Jake Tapper en el aire tras el anuncio de la elección.
En una entrevista con CNN, dijo a la presentadora Dana Bash: «No creía que fuera a ser un buen presidente, Dana, y me sentí muy, muy orgulloso de que se demostrara que estaba equivocado. Es una de las razones por las que estoy trabajando tan duro para que sea elegido». Cuando J. D. Vance se unió a la carrera por el Senado, en 2022, se disculpó con Donald Trump y cambió de posición, consiguiendo el respaldo del expresidente para el congreso.
Vance ganó las primarias del Senado del Partido Republicano de 2022 en medio de gente en Ohio para suceder al senador retirado Rob Portman (R-Ohio). Impulsado por el respaldo del expresidente Trump, derrotó al extesorero de Ohio Josh Mandel y al senador estatal de Ohio Matt Dolan. En el Senado fue un voto conservador confiable para el expresidente. Respaldó políticas económicas. Vance se convirtió en un actor cada vez más importante en el mundo de la política del Make America Great Again y se sumó casi por completo a la agenda del expresidente.
En los últimos meses, J. D. Vance presentó proyectos de ley para retener los fondos federales para las universidades en las que hay campamentos o protestas por la guerra en Gaza, así como para las universidades que emplean a inmigrantes indocumentados. Vance presentó en marzo una ley que impediría el acceso del gobierno chino a los mercados de capitales estadounidenses si no respeta la legislación comercial internacional. Con esta agenda, Vance se ha convertido ente los republicanos, en una voz influyente del trumpismo en Washington.
Vance está casado con Usha Chilukuri, ambos se conocieron como estudiantes en la Facultad de Derecho de la Universidad de Yale en la década de 2010 y se casaron en 2014. Usha es hija de inmigrantes indios, nació en California y se crió en los suburbios de la ciudad de San Diego. En la actualidad es abogada litigante en un bufete de San Francisco y ha sido secretaria del presidente de la Corte Suprema, el juez conservador John G. Roberts Jr. y del entonces juez Brett Kavanaugh. En caso de ganar los republicanos, Usha sería la primera cónyuge hindú de un vicepresidente y la primera persona de color en ser segunda dama. La pareja tiene 3 hijos, Ewan, de 6 años, Vivek, de 4, y Mirabel, de 2.
En 2016, cuando Donald Trump eligió al gobernador de Indiana, Mike Pence, como su compañero de fórmula, fue visto como un esfuerzo por atraer a los votantes cristianos evangélicos que podrían haber sido cautelosos a la hora de apoyar a Trump, un ex demócrata casado tres veces. La elección del senador de Ohio ofrece una idea de la estrategia de campaña de Trump, y de cómo gobernaría. Todos saben que esta elección se decidirá en los estados industriales en disputa en el Medio Oeste.
Con sus antecedentes, Vance podría estar bien posicionado para conectar con el tipo de votantes blancos de clase trabajadora que le entregaron por poco esos estados a Trump en las elecciones de 2016. Trump lo dijo en las redes sociales en la que anunció su decisión de compartir fórmula con James Vance, escribiendo que este «se centrará fuertemente en las personas por las que luchó tan brillantemente, los trabajadores y agricultores estadounidenses en Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Ohio, Minnesota. y mucho más allá».
La elección de Donald Trump sitúa a Vance a la vanguardia de una nueva generación de republicanos. Y si Trump regresa a la Oficina Oval el próximo año, Vance figurará instantáneamente en la conversación sobre la nominación presidencial del partido en 2028. La ideología política de Vance a menudo se coloca junto a las filas de Donald Trump, el senador Josh Hawley (R-Mo.), y franjas pro-Trump del Freedom Caucus de la Cámara. En diciembre de 2023, describió su esperanza de «empujar al Partido Republicano en una dirección más favorable a los trabajadores» y capitalizar los avances de la clase trabajadora logrados por Trump.
Vance ha demostrado su voluntad de trabajar con los demócratas en algunas leyes importantes. Él y el senador Sherrod Brown (D-Ohio) copatrocinaron un proyecto de ley de seguridad ferroviaria tras el descarrilamiento en East Palestine, Ohio. También colaboró con la senadora demócrata Elizabeth Warren en un proyecto de ley para recuperar los salarios de los ejecutivos de los grandes bancos en quiebra.
En el Senado forma parte del Comité de Banca, Vivienda y Asuntos Urbanos, del Comité de Comercio, Ciencia y Transporte, y del Comité Especial sobre el Envejecimiento. En junio de 2023, Vance anunció que haría uso de su poder como senador para bloquear a todos los futuros nominados al Departamento de Justicia. Citó los procesamientos del departamento contra el expresidente como la razón de la retención.
En 2022, Vance expresó su apoyo a la prohibición del aborto de 15 semanas del senador Lindsey Graham (R-S.C.). Habló en apoyo de la huelga de 2023 de la Unión de Trabajadores del Automóvil (UAW, por sus siglas en inglés) de 2023. En otros lugares, ha dicho que apoya la negociación colectiva «como una cuestión abstracta».
Aunque sirvió en la Guerra de Iraq, el senador Vance ha sido desde entonces crítico con el conflicto, diciendo que cometió un «error» al apoyarlo inicialmente. «Serví a mi país honorablemente, y cuando fui a Iraq vi que me habían mentido, que las promesas del establishment de la política exterior de este país eran una completa broma», dijo en el pleno del Senado en abril.
J. D. Vance se ha mostrado crítico con el apoyo continuado de Estados Unidos a la guerra en Ucrania, y desde que asumió el cargo, ha votado en contra de todos los paquetes de ayuda a Ucrania que se han presentado. Ha pedido que Europa cargue con el peso de la financiación de la guerra. En un artículo de opinión publicado en abril en The New York Times, Vance afirmó que la trayectoria actual de la guerra es insostenible tanto para Estados Unidos como para Ucrania.
Es pragmático respecto a Ucrania, y cree que en una futura negociación Ucrania no recuperará todas sus tierras perdidas a manos de Rusia. Vance apoya la ayuda a Israel. En mayo de 2024 en el Instituto Quincy, Vance dio un contraste entre el apoyo a Israel y Ucrania. Con Ucrania, dijo, no hay «ningún fin estratégico a la vista» y que los europeos no están haciendo su parte justa.
Pero Israel, dijo, está «haciendo el trabajo más importante para darnos la paridad de defensa antimisiles». Vance debería saber que la guerra de Israel, por mas justa que sea, también es insostenible, justo ahora con la extensión a Hezbolláh en El Líbano y en otros lugares más. También se opuso al acuerdo nuclear con Irán de 2015 y aplaudió al presidente Trump por retirarse de él en 2018.
Sin embargo, Vance ha adoptado una postura dura sobre China, alentando a Estados Unidos a centrar sus esfuerzos allí. Entre la guerra en Ucrania, Israel y Taiwán, dijo el senador Vance, Estados Unidos tiene que «escoger y elegir» dónde invierte sus recursos. «Deberíamos centrarnos en nuestros propios problemas, que son principalmente China», dijo Vance en abril.
«Mi argumento es que los chinos se centran en el poder real. No se fijan en la dureza de lo que se dice en televisión o en nuestra supuesta determinación. Se centran en lo fuertes que somos en realidad, y para ser lo suficientemente fuertes como para hacer frente a los chinos, tenemos que centrarnos en eso, y ahora mismo, no damos abasto». Vance no entiende que todos esos países nombrados son parte de un mismo frente de guerra y que una guerra con China también arrastraría a Rusia, Irán, los palestinos, Corea del Norte, etc. Y que Estados Unidos solo no puede, para eso tiene la OTAN y otros países de Asia y Oceanía.
Los progres e izquierdistas están disgustados con su nombramiento, les molesta el catolicismo de Vance, creen que es imperdonable el que sea «negacionista» del cambio climático, que es como la progresía descalifica a cualquiera que ponga en duda mínimamente el apocalipsis ecológico inminente o, que no atribuya de manera exclusiva a la mano del hombre, como si el mundo no hubiese ocurrido cambios climáticos y cambiado dramáticamente a través del tiempo. Los liberales, como se llaman los izquierdistas en Estados Unidos, ven a Vance peligroso porque puede intensificar el antiliberalismo de Trump, con su prédica contra la inmigración, por ejemplo.
La prensa estadounidense subrayó sus mensajes proteccionistas en línea con los sindicatos más intervencionistas y el ala más estatista del Partido Republicano. Quizá sea una cuestión electoralista. Apuntó The Economist: «Las propuestas de Vance obedecen más al oportunismo político que a una convicción ideológica genuina». Para Graedon H. Zorzi, profesor del Patrick Henry College, calificó en el Wall Street Journal a Vance como «posliberal».
Dicho Posliberalismo sería un movimiento nuevo que «aboga por la sustitución de las élites políticas actuales por otras más alineadas con los intereses del pueblo, orientadas hacia el interés general en una visión conservadora centrada en la virtud, la familia y la comunidad». Influencia recibida de pensadores como Patrick Deneen, los posliberales suelen ser católicos, y recuperan las ideas del comunitarismo.
Según esto Zorzi podría explicar «su interés no solo en la familia y el matrimonio tradicional sino también en las políticas económicas proteccionistas, que podrían contribuir a restaurar las comunidades afectadas por la externalización de los empleos industriales». Esto podría tener un aspecto liberal, en el sentido de cuestionar la burocracia y el poder central, pero su recelo ante el mercado, en particular el exterior, es evidente. Zorzi, no lo sabe, pero eso es ser realistas.
La realidad política estadounidense nos deja como muestra dos cuestiones, que Biden fue expulsado de la candidatura y que Donald Trump salvó la vida de milagro. Trump sale del atentado legitimado democráticamente. Él mismo lo dijo: «¿Que qué he hecho por la democracia? ¡Recibir una bala!». En el mitin siguiente alcanzó la cumbre de su humor con el fiuuu, la imitación del atentado en la que él era Bugs Bunny recibiendo un disparo de Bigotes Sam en Looney Tunes.
Todos los republicanos han cerrado filas detrás de Donald Trump, la convención, especialmente la elección de J. D. Vance como compañero de fórmula, certificó que el Partido Republicano ya es suyo. Con Vance se afianza el trumpismo. Una nueva derecha, que como todas las formas políticas cambian, también cambió la izquierda, salvo, para los ignorantes políticos. Esta nueva derecha podría quedar tras él. En 2016, Trump tuvo que derrotar a una larga lista de candidatos relacionados con el viejo conservadurismo.
«Cambia, todo cambia», cantaba la comunista Mercedes Sosa, y eso también ha cambiado, una derecha que va de Mike Pence a Vance. Los republicanos pasan del intervencionismo militar en política exterior y del liberalismo dogmático en economía a una política influida por el aislacionismo y que es proteccionista cuando la real politik lo precisa. No es un aislacionismo como dicen los que carecen de filosofía política para entender la política y lo político.
Se trata de tener una visión más realista sobre la hegemonía estadounidense que pone el énfasis en China y que en lo tocante a la economía se dirige al trabajador. Se contempla la política arancelaria como instrumento para proteger el trabajo y la política industrial para incentivarlo. Si China manipula su moneda, aranceles, si China sigue apoyando a Rusia, aranceles y lo tendría que hacer todo el mundo Occidental.
Durante la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, se abrió un nuevo frente de tensión entre su campaña y la de los demócratas que pelea por obtener el voto sindical. En Milwaukee, la ciudad más grande del estado de Wisconsin, se subió sobre el escenario del estadio Fiserv, epicentro de la convención republicana, Sean O’Brien, presidente de los Teamsters, la Hermandad Internacional de Camioneros, con alrededor de 1,2 millones de afiliados e implantación en Estados Unidos y Canadá.
Si bien es cierto que, no le dio su apoyo electoral, pero su mera presencia en el foro hizo pensar en un posible cambio de tendencia en el respaldo de esa unión. «Al final del día a Teamsters no le interesa si tienes una D, una R o una I junto a tu nombre», dijo O’Brien en referencia a demócratas, republicanos o independientes. Ellos se preguntan solo una cosa, añadió: «¿Qué se está haciendo para ayudar a los trabajadores estadounidenses?».
Sean O’Brien fue el primer líder de esa agrupación en hablar en una convención conservadora en sus 121 años, según recordó él mismo. Y ese discurso destaca la importancia del voto de los trabajadores el 5 de noviembre, especialmente en estados como Míchigan, Pensilvania o Wisconsin, que conforman el llamado «muro azul» por ser territorios que tradicionalmente han votado demócrata y que son clave para la victoria electoral de ese partido.
Donald Trump ha encargado precisamente a su «número dos», el senador por Ohio J. D. Vance, que su campaña se centre «fuertemente» en esos tres estados, así como en otros territorios clave como Ohio, Minnesota y «mucho más allá». Por ello los mensajes republicanos, que llegan antes que las políticas, se dirigen al trabajo antes que al capital. No es solo America First, es también El Trabajador Primero. Y de ahí, del trabajador como base electoral, se deriva la política cultural, social, exterior y de inmigración.
En esto último, James Vance va más allá. No es duro sobre inmigración por seguridad o impacto en los salarios, sino porque el propósito de la inmigración descontrolada es transformar el censo electoral. El senador Vance, es personalmente, una reacción al contexto de depauperación laboral por las consecuencias de la globalización, fundamentalmente, las relaciones comerciales con China, simbolizadas en el drama familiar de la droga.
Vance es antiwoke, no renuncia a la «lucha cultural», pero en esta convención se habló menos del aborto o del matrimonio homosexual. Es prioritario hablar de otras cosas y enfocarse en otros lugares. Esto ya lo sostuve en mi artículo sobre, «La Derecha política en el siglo XXI». El Partido Republicano empieza a ser ya el de una nueva derecha, que va del intervencionismo militar a un realismo, y del trabajo barato al trabajador como centro, como sujeto, como héroe nacional y civilizacional.
Todas las políticas se centran en su poder adquisitivo, en su seguridad, su estabilidad, su entorno social y familiar. Y todo dicho en un lenguaje directo, sencillo y antielitista. Para decirlo de otro modo, una nueva derecha que ya no es la del consenso conservador de la posguerra. Durante el primer año de Trump como presidente, Jon Spoel, de la BBC, se preguntaba si las políticas de Trump después de un año en la presidencia podrían traducirse en un «ismo».
Spoel citaba la opinión de Ron Christie, antiguo asesor de George W. Bush, sobre lo que es el trumpismo: «Lo que el presidente cree en cualquier momento en particular en un día en particular sobre un tema en particular». Para el de la BBC, el trumpismo es una manera ruidosa de hacer las cosas. En la misma línea lo dijo Cristian Campos: el trumpismo, de existir, es un método y no una ideología. Bien, estos genios en realidad no pegaron una.
En un artículo que publiqué en ese tiempo, hablaba del trumpismo, artículo que no hemos podido recuperar aún. Entonces decía que el trumpismo como ideología existe, y es un proyecto político que pretende revertir los efectos de la globalización en los Estados Unidos. Porque no hay que engañarse, el movimiento político que encumbró a Donald Trump a la Casa Blanca, con o sin sus ideólogos a bordo, a pesar de los tuits, salidas de tono y exabruptos del propio Donald Trump y de los hechos alternativos, tiene una agenda definida.
En este sentido, Trump estaba rompiendo los consensos que los demás ocupantes del Despacho Oval habían mantenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, especialmente, en el modelo económico y a las relaciones internacionales. Y es que el trumpismo buscaba, mediante cambios transgresores, recuperar una América que, a juicio de sus seguidores y promotores, fue arrasada por los acuerdos de libre comercio, por las intervenciones militares exteriores y por la nebulosa oscura que une a Wall Street y a Washington D. C.
En primer lugar, para entender el movimiento político que llevó a Trump al poder, es necesario acudir a los ideólogos. El primero y principal es el antiguo jefe de Estrategia de la Casa Blanca y hoy preso Steve Bannon. Su documental Generation Zero (2010) era todo un manifiesto político del trumpismo. En el Steve Banon acusa a los «baby boomers» de haber jugado a la lotería en Wall Street y a los acuerdos de libre comercio de haber destrozado el tejido industrial estadounidense.
El segundo ideólogo, y aún en activo, es el ex director del Consejo Nacional de Comercio, Peter Navarro, autor en 2011 del libro «Death by China», en el que cuenta cómo los productos chinos han acabado con millones de puestos de trabajo en los Estados Unidos y califica al gigante asiático como la principal amenaza económica de Estados Unidos para el siglo XXI. Peter Navarro acaba de salir de la prisión de los demócratas.
El tercer ideólogo de referencia es Dan DiMicco, antiguo CEO de la siderúrgica Nucor, asesor de campaña y miembro del equipo de transición de Donald Trump, y que en 2005 publicó «American Made: Why Making Things Will Return Us to Greatness» (Hecho en América: Por qué fabricar cosas nos devolverá a la grandeza) en donde acusa a los acuerdos de libre comercio y a la no imposición de aranceles a las importaciones de la destrucción millones de empleos en los Estados Unidos.
Los tres ideólogos coinciden en que los acuerdos de libre comercio han beneficiado más a los otros países firmantes que a los Estados Unidos, han acabado con el tejido industrial estadounidense y con el trabajo en las fábricas, y, unido a la progresiva financiarización de la economía liderada por la élite de Wall Street, se han empleado recursos que deberían ser para los estadounidenses en intervenir en el extranjero sobre problemas que no eran de los estadounidenses, ya sea mediante acciones militares o a través de la ayuda exterior.
El trumpismo no pretende sacar a los Estados Unidos de la arena global, lo que quiere es aumentar su posición de fuerza. El trumpismo es la vuelta a la visión competitiva de la política exterior, en detrimento de la visión cooperativa progre. Un retorno a los estados-nación, a que las decisiones que afectan a los ciudadanos no se tomen en foros multilaterales, sino en la sede de la soberanía nacional. Un argumento que, tras el Brexit, a los europeos les sonó bastante.
Las relaciones de Estados Unidos, como primera potencia mundial, con otros países, son objeto de uno de los cambios más importantes del gobierno de Trump. Salir del Acuerdo de París para la lucha contra el Cambio Climático y del TPP (Acuerdo de Asociación Transpacífico), y haber puesto en entredicho el futuro del NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y las negociaciones del TTIP (Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión), con el único y sólido argumento de que Estados Unidos sale perdiendo, es un ejemplo de esta concepción competitiva del mundo.
Gary Cohn, antiguo asesor de Economía de la Casa Blanca, afirmó entonces en el Wall Street Journal que: «El mundo no es una comunidad global sino un escenario en donde naciones, actores no gubernamentales y empresas compiten para obtener una ventaja… En lugar de negar esta naturaleza de los asuntos internacionales, debemos abrazarla».
Algo que el filósofo Gustavo Bueno Martínez, lo dijo con otras palabras, cuando hablaba de la «biocenosis» entre Estados. Las palabras de Cohn tienen un significado concreto: Estados Unidos será un competidor más —el más fuerte de todos— en la arena mundial. Según el propio Trump, los Estados Unidos buscan un comercio justo y recíproco (fair and reciprocal trade) en lugar de un comercio libre (free trade).
Los Estados Unidos no pueden abandonar el liderazgo global, ya que los mercados dependen de la seguridad y del mantenimiento de alianzas. A este respecto, otro de los que han salido de la Administración, el ex Secretario de Estado, Rex Tillerson, delineó la política exterior conocida como America First, basada en limitar las intervenciones estadounidenses en el exterior solo cuando sea necesario para la seguridad nacional o cuando sea necesario para proteger la prosperidad económica de los Estados Unidos.
En su primera intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Trump fue contundente en su defensa de la soberanía y de los intereses nacionales:
«En asuntos internacionales, estamos renovando este principio fundamental de soberanía. El primer deber de nuestro gobierno es con su gente, con nuestros ciudadanos: atender sus necesidades, garantizar su seguridad, preservar sus derechos y defender sus valores. Como Presidente de los Estados Unidos, siempre pondré a los Estados Unidos primero, al igual que ustedes, ya que los líderes de sus países siempre deberían poner a sus países primero. Todos los líderes responsables tienen la obligación de servir a sus propios ciudadanos, y el estado-nación sigue siendo el mejor vehículo para elevar la condición humana».
«Buy American, Hire American» (compra americano, contrata americano) fueron el eje del trumpismo. Desde el primer día, la Administración Trump estuvo empleada en potenciar a los sectores que fueron dominantes en el pasado. No es extraño, por ello, que el carbón, el acero, el petróleo, las infraestructuras y la defensa hayan sido los sectores más beneficiados de la era Trump, a diferencia del Medio Ambiente, la Sanidad, la Ayuda Exterior y la Cultura.
Buy American, Hire American, se traducía en crear empleos domésticos de cuello azul y proteger la producción interior. Prueba de ellos son los aranceles impuestos al aluminio y al acero y la guerra comercial. El trumpismo, fue el primer gran repliegue contra la globalización y la bandera de la nueva derecha del siglo XXI. La identidad nacional y los valores tradicionales frente a proliferación de identidades actuales han jugado, indudablemente, un papel clave en el ascenso de Donald Trump y en la formación ideológica del trumpismo.
El muro con México y el «travel ban» [el veto a los ciudadanos de varios países de mayoría musulmana] han sido poderosos estímulos electorales para el electorado hostil al multiculturalismo y a la inmigración. Algo que la realidad actual nos recuerda cuánta razón tenía Trump, y que el orate de Biden lo permitió acogiendo a los nuevos marielitos venezolanos. Y es que es imposible desligar este terremoto identitario de la globalización.
El orden mundial liberal post-1945 está bajo ataque porque no provee identidad nacional, solidaridad social, estabilidad económica y cohesión cultural, pilares de los políticos de este nuevo post-conservadurismo estadounidense. El trumpismo es, a fin de cuentas, la batalla entre de mundo sólido de después de la Segunda Guerra Mundial contra el mundo líquido de la globalización. El electorado de Donald Trump anhela esas estructuras firmes que parecían eternas y que les proveían de seguridad y estabilidad, dos conceptos que son, cuanto menos, redefinidos en el entorno global y cambiante en el que vivimos.
Nadie puede negar las bondades mundiales del libre comercio: entre 1950 y 2015 el ingreso medio mundial per cápita aumentó un 460% y durante el mismo período de tiempo la población mundial en extrema pobreza bajó de un 72% a un 10%. Son datos muy interesantes para entender los efectos positivos presentes y futuros de la globalización, pero el trumpismo hizo la evaluación de daños en casa y no está contento con el resultado. En este sentido la nación que lideró la globalización podría ser la nación que la frene.
Es cierto, el trumpismo, es las salidas de tono, cosa que preocupa a los señoros progres, pero en lo substancial son los aranceles y el proteccionismo económico cuando es necesario, la mano dura contra la inmigración, el regreso de las fábricas, la concepción competitiva de los estados-nación en las relaciones internacionales, y el rechazo ante nuevas y diferentes identidades. Pero sobre todo es, por encima de todo, nostalgia. «Make America Great Again» no fue del todo un significante vacío, evocaba la América que quieren los seguidores de Trump, la América anterior a la globalización.
2 de agosto de 2024.