Cuadernos de Eutaxia —32
IGNACIO VÉLEZ CARRERAS
UN BOLUDO ALEGRE DE MONTONEROS
Ignacio Vélez Carreras fue condenado a 2 años y 8 meses en suspenso por ser partícipe de la privación de la libertad de Aramburu y absuelto por el homicidio. Carlos Maguid, a 18 años de prisión por integrar una asociación ilícita y ser cómplice de robo y homicidio, y el cura Alberto Carbone, a dos años de prisión en suspenso. Fueron absueltas Nélida Arrostito y Ana María Portnoy. Los principales protagonistas del crimen no fueron juzgados en ese juicio porque se encontraban prófugos o muertos: Mario Firmenich, Norma Arrostito y Capuano Martínez habían huido, y Abal Medina, Carlos Ramus y Emilio Maza habían fallecido.
En su detención, Ignacio Vélez, estuvo estudiando y analizando la situación, y de esas preocupaciones surgió el llamado «Documento Verde», en la que presentaban serias diferencias con la metodología de Montoneros. Ignacio Vélez consolidó su participación en la columna Sabino Navarro, a los curas obreros y la militancia social. Se los conocía como «los sabinos» o «los de La Calera». Ignacio Vélez se exilió en México, desde donde regresó a partir de 1983. En el 2003 se sumó activamente al kirchnerismo. En Córdoba trabajó en el Incucai trabajó junto a Carlos Soratti.
Ignacio Vélez aparece en documentos de esa época como «responsable Político Técnico del Programa Carta Compromiso». Además, participó en el programa Argentina Trabaja -nombrado por la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner- e integró Carta Abierta. Uno de sus últimos escritos públicos data del 30 de enero de 2018, en El Cohete a la Luna, de Horacio Verbitsky. Fue una carta abierta al exmilitante de las FAL Sergio Bufano, a quien conoció y de quien se hizo amigo en México. En la presentación del texto dice: «Ambos fueron autocríticos con la práctica setentista, pero Vélez entiende que Sergio Bufano directamente se pasó de bando en el presente».
Algunas declaraciones que hizo Ignacio Vélez Carrera, para Mirada al Sur:
Para dejar las cosas claras de entrada y que no haya confusiones: hubo sin duda muchos Devotazos. Uno, protagonizado por decenas de miles de compañeros que luego de saludar con euforia el juramento del Tío Cámpora marcharon a la cárcel de Devoto a exigir el cumplimiento inmediato de la consigna que marcó a fuego todos los actos de la campaña «Cámpora presidente, libertad a los combatientes».
A partir de la victoria del 11 de marzo se sucedieron situaciones tan increíbles como la coyuntura. Cuando me trajeron a Devoto desde Rawson, me metieron en un calabozo para tomarme las huellas digitales. En ese momento tiran en el calabozo de al lado a una pequeña mujer. Cuando nos miramos, comenzamos a llorar de alegría, a hablarnos, a gritarnos. Era mi pareja a la que hacía años que no veía. Estaba en la clandestinidad después de la fuga del Buen Pastor y, justo la tarde anterior, había sido detenida. Lo recuerdo con mucha emoción. Fue increíble.
Fueron días inagotables y llenos de emociones cruzadas. A fines de abril, mientras lo abrazaba en su llanto desconsolado, tuve el inmenso dolor de informarle al Gallego Fernández Palmeiro que su hermano, por quien él se había cambiado para que se fugara, había sido asesinado cuando se retiraba luego de darle muerte al contraalmirante Hermes Quijada, uno de los cómplices de la masacre de Trelew.
Pero al rato, volvía a mi celda que compartía con Paco Urondo, y nuestro poeta me invitaba a charlar con Julio Cortázar, que venía a visitarlo. Y luego, a la noche, nos trenzábamos en discusiones políticas frontales que me desesperaban. La organización político-militar de cuya fundación había participado no comprendía la gravedad que significaba continuar la guerra de aparatos con la derecha. Seguía abrazada a las armas y continuaba desafiante el proceso que la llevaba inevitablemente al enfrentamiento con Perón al pretender disputarle la conducción del movimiento.
Al atardecer del 25, la puerta de la celda que estaba entornada se abrió violentamente y apareció con los brazos abiertos y una inmensa sonrisa Juan Manuel Abal Medina. Ese es uno de los abrazos más importantes de mi vida. Sentí que los dos, en el otro, abrazábamos a Fernando. Luego la noche se llenó de afectos, apretones y besos. Decenas de compañeros que parecían miles me llevaban en andas, antes de salir siquiera del pabellón y de mi emoción.
[…] Esa noche rehusé ir al balcón de Avenida La Plata. Era Sabino crítico y también Montonero. Esa era mi historia. Pero me negué a abrazarme a esa conducción que ya era presa del exitismo armado, avalado por el perejilismo. Una «patrulla perdida». Con mi compañera, nos refugiamos con Antonia Canizo y su compañero Pipo y fue volver a casa al cariño de los compañeros más queridos.
La primavera duró poco, y sin otoño, llegó el frío invernal que nos desgarró como pueblo y nos arrancó brutalmente la alegría. Hoy la estamos reconstruyendo y ya podemos ver las primeras flores. Vino cargado de pasiones y principios con Néstor y Cristina.
26/05/13 Miradas al Sur
P: ¿Te acordás de algo más que leyeran aparte de lo que ya me dijiste de Teilhard de Chardin más a nivel político en esa época?
R: Nosotros hicimos el camino Mounier, el cristianismo, para nosotros el cristianismo era fundamentalmente ese, político… a ver, nos leímos todo Régis Debray, El castrismo, la larga marcha de América Latina, Algunos problemas de estrategia revolucionaria, y Revolución en la Revolución. Revolución en la Revolución nos impactó particularmente, porque el libro de Revolución en la Revolución lo editó Juan, ¿sabías eso? Es un detalle muy importante, me acabo de dar cuenta. Hubo una edición trucha –trucha en el sentido de que no tenía pie de imprenta– que era un mapa rojo de América Latina, que nunca más la vi obviamente, pero nosotros teníamos infinita cantidad de ejemplares, y esto había sido editado obviamente por Cristianismo y Revolución y el cookismo.
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Ignacio Vélez fue alumno del Liceo Militar. Fue allí donde conoció a Araujo y Maza. En un texto publicado en 2009 por el Centro de Documentación de los Movimientos Armados, señala que compartían «la crítica a los cursos extracurriculares de guerra contrarrevolucionaria» que les daban los militares. «Nos unió una actitud muy crítica que exigía o preanunciaba la necesidad del debate social y político», relató.
Allí se juntaron alrededor del padre Carlos Fugante, capellán del Liceo y, del padre Rojas, su posterior reemplazante. «Los dos curas fueron compañeros inolvidables que nos acompañaron en aquellos primeros pasos sin que existiera por parte de los ellos ninguna intencionalidad de adoctrinamiento y menos de impulsar la generación de instancias organizativas», diría Vélez. Es obvio que diga eso, ya que Vélez siempre fue un retrasado, nunca entendió nada.
En 1964, luego de egresar, vivía entonces en el centro cordobés, sobre La Cañada, cerca de la Iglesia Cristo Obrero –cerrada hace tiempo- donde estaba Rojas. «Se nos abrieron caminos al compartir búsquedas con Monseñor Angelelli, el cura Pepe Echeverría, el cura Milán Viscovich», menciona, entre otros curas tercermundistas, mejor dicho, marxistas, a los que alude y señala que participó «de manera activa del diálogo católico-marxista».
En octubre de ese mismo año, lo detuvieron por primera vez por participar en una protesta por la visita de Charles de Gaulle a Córdoba. En abril de 1967 se reúne con Juan García Elorrio, uno de los inspiradores de Montoneros en Buenos Aires. Vélez dice: «Nosotros, el cura Rojas, el Gordo Maza, Milan Viscovich y yo, nos alineamos con este porteño que, acompañado por Jorge Bernetti, hacía la apología del peronismo revolucionario desde el compromiso cristiano y militante», y señala que en 1968 y 1969 «se invirtieron en la preparación del foco».
«Era tan fuerte la conciencia del destino manifiesto del grupo, tan clara la decisión, que el Cordobazo nos pasó de lado. La preocupación central fue que no cayera ninguno preso casualmente y que por el allanamiento se descubriera la existencia del grupo». En cuanto al Partido Justicialista, dice Vélez: «Nunca estuvimos afiliados ni participamos en sus estructuras locales. En realidad, sentíamos por el PJ un profundo desprecio, salvo honrosas excepciones como [el exgobernador de Córdoba] Ricardo Obregón Cano». Es obvio, Obregón Cano era marxista.
La pareja de Ignacio Vélez en aquellos años era Cristina Liprandi, quien también participó y fue presa por la toma de La Calera. Hace unos años ella fue electa concejal por el Frente de Todos en General Villegas (Buenos Aires). En 1970 ella tenía 21 años y quedó detenida en la cárcel de mujeres Buen Pastor. Al año, se fugó junto a otras detenidas, entre ellas Ana Villareal, pareja de entonces de Mario Roberto Santucho, fundador del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Liprandi fue apresada de nuevo en marzo de 1973, pero se benefició –como Vélez Carreras- con la amnistía del zurdo Héctor Cámpora para presos políticos, el 25 de mayo de ese año.
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En su momento en la revista «Lucha Armada» se publicó el testimonio de uno de los primeros integrantes de Montoneros, Ignacio Vélez Carreras, del Comando Camilo Torres de Córdoba, voy a copiar la misma:
MONTONEROS, LOS GRUPOS ORIGINARIOS
Introducción
Pertenezco a un grupo de compañeros en el que estamos algunos de los fundadores de Montoneros que, a partir de nuestra detención en julio de 1970, comenzó a plantear posiciones críticas en relación al accionar de la organización lo que provocó nuestra separación en 1973.
Este proceso de discusión crítica se produjo en la cárcel, mientras en «el exterior» se profundizaba en un accionar de la organización que considerábamos desviaciones, producto de concepciones erróneas. Con paciencia de presos, elaboramos un documento importante, muy crítico, que no fue respondido por la organización pese a nuestros intentos de generar un debate interno. Nos separamos de Montoneros el 25 de mayo de 1973 cuando salimos amnistiados.
Nos sumamos entonces a la Columna Sabino Navarro de Córdoba que había asumido nuestro documento como propio. «Los Sabinos» teníamos una posición duramente crítica al accionar de Montoneros, a su relación con Perón y el movimiento popular, a su práctica militar (que caracterizamos como foquista y militarista). Esta crítica alcanzaba también a las organizaciones armadas en general.
Voy a referirme a los orígenes de este grupo, a los principales compañeros, cómo nos conocimos, cómo actuamos y en qué circunstancias. A partir de allí trataré de describir a los personajes, la ideología y consecuentemente las decisiones tomadas.
Los primeros pasos
[…] Inicialmente, Montoneros tiene dos grupos madre: Buenos Aires y Córdoba. El grupo Buenos Aires estaba conformado por Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus, Norma Arrostito, Antonia Canizo, Mario Firmenich y otros compañeros colaboradores. En el grupo Córdoba participamos al comienzo Emilio Maza, el cura Alberto Fulgencio Rojas, Héctor Araujo y yo. Luego se sumaron Carlos Capuano, Luis Losada, Mirtha Cucco, Pepe Fierro, Susana Lesgart y otros. Me voy a referir fundamentalmente al grupo Córdoba.
[…] En 1964, luego de mi egreso, mantuvimos una fuerte relación de amistad y política con el cura «Beto» Rojas, el «Gordo» Maza, «el Petiso» Araujo y otros. Rojas vivía en el Hogar Sacerdotal (Rioja y La Cañada, en Córdoba) a dos cuadras de la casa donde yo vivía con mis padres. El Hogar se transformó en un lugar permanente de reuniones y discusiones políticas. Allí pasamos varias etapas y se nos abrieron caminos al compartir búsquedas con Monseñor Angelelli, el cura «pepe» Echeverría, el cura Milán Viscovich, sacerdote decano de Ciencias Económicas de la UCC, el «Flaco» Gabutti y otros sacerdotes y laicos, algunos de los cuales luego conformarían el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
Fue en esa época cuando participamos de manera activa del diálogo católico-marxista, (detonado por la presencia en Córdoba de Conrado Eggers Land), y superando lecturas del cristianismo más reformista, manteníamos fuertes discusiones alrededor de las resoluciones del Concilio Ecuménico, de la iglesia progresista y las lecturas de Teilhard de Charden, cuya filosofía cristiana planteaba la marcha del universo y el hombre hacia la hominización. En nuestra interpretación, ésta se asemejaba al hombre nuevo, guevarista, y nos acercaba al testimonio de lucha y entrega más cercano a nuestra formación ideológica cuyo ejemplo era el sacerdote revolucionario colombiano Camilo Torres, muerto en combate.
Fueron años apasionantes en donde la debilidad estructural del gobierno de Illia era jaqueada cotidianamente por un vigoroso peronismo que golpeaba sin piedad, exigiendo su derecho a la participación política y al retorno de su líder. En 1964 sufro mi primera detención por participar en una protesta por la visita del Gral. De Gaulle a Córdoba en octubre de 1964.
Eran tiempos de búsquedas y aperturas. En esa época estudiaba abogacía y en la cátedra del «demócrata» Enrique Martínez Paz, leí a Jean Jacques Chevallier -politólogo de derecha- que en su libro Historia de las Ideas Políticas tiene un largo capítulo sobre el marxismo en donde, para criticarlo, reproduce citas textuales de Marx. Para mí fue asombroso. Recuerdo que llegué al Hogar Sacerdotal y fascinado les comenté a Maza y a Rojas que estaba impresionado porque sentía que el análisis marxista hacía una lectura correcta de la realidad, que lo sentía casi como una descripción de nuestras sociedades.
Vida cotidiana
Vivíamos en el Hogar Sacerdotal prácticamente en comunidad. Éramos bastante marginales. El «Beto» Rojas daba misa en un asilo de ancianas que tenían las monjas creo que de «San Camilo», en Argüello (a 12 km de la ciudad) y yo iba como acólito. Las monjas nos invitaban luego de la misa a tomar el desayuno. Y como estábamos muertos de hambre con Rojas comíamos todo lo posible y afanábamos panes y pedazos de queso para sobrevivir el resto del día. En esos tiempos Maza consiguió un trabajo como zorro gris (inspector de tránsito) y vivíamos todos a costa a su costa. Era una maravillosa época de compañerismo, búsqueda y entrega total.
Onganía, el detonante que faltaba
El golpe de Onganía significó para nosotros, como lo dijo John William Cooke, que la oligarquía y el imperialismo habían jugado su última carta. La violencia desnuda había asumido el poder con expresiones groseramente provocadoras. Las fachadas seudo democráticas como las de Frondizi, Guido o Illia no habían sido suficientes para domesticar al movimiento popular que encabezaba el peronismo. Según Cooke «porque para nosotros ha comenzado la última etapa del sistema capitalista en la Argentina».
[…] Durante los años anteriores -1964 hasta finales de 1966– habíamos hecho el tránsito del nacionalismo popular a la izquierda peronista que luchaba por el socialismo. El hogar sacerdotal era un hervidero de reuniones y debates. Hasta hubo noches en las que nos mantuvimos expectantes ante las versiones de sublevaciones de «coroneles nasseristas».
Mientras Maza y Araujo militaban en el integralismo cordobés (que venía de un origen democristiano y estaba haciendo el paso al peronismo como buena parte de los sectores medios), otros profundizaban su compromiso cristiano revolucionario siempre cerca del integralismo. También manteníamos discusiones con otros sectores, como los Malenas (Movimiento de Liberación Nacional).
Con la parroquia universitaria Cristo Obrero, que estaba al lado del Hogar, los lazos se estrecharon durante 1966. En la parroquia a cargo de los sacerdotes Nelson Dellaferrera y Orestes Gaido se realizó una importante huelga de hambre de apoyo a la movilización y huelga universitaria. Y allí se formó el Movimiento Universitario de Cristo Obrero (MUCO).
[…] También para esa época, los compañeros curas que luego formarán el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo comenzaron a expresarse públicamente y a ser reconocidos: José Orestes Gaido, Erio Vaudagna, Nelson Dellaferrera, son los que recuerdo, siendo sus lugares de encuentro la mencionada parroquia Cristo Obrero y las de los barrios Los Plátanos con Vaudagna, y Bella Vista con Fugante.
La experiencia del MUCO y la parroquia culminó a fines de 1966, con una asamblea que se realizó en el hogar sacerdotal donde la mayoría de los integrantes del Movimiento optó por llevar políticamente la lucha estudiantil al trabajo territorial y sindical. Nosotros, un pequeño grupo minoritario, exaltando la lucha armada y la necesidad de montar el aparato militar, tomamos el camino foquista.
El grupo mayoritario marcharía hacia la construcción de la Agrupación Peronista Lealtad y Lucha que, a su vez, fundó en la Universidad Católica de Córdoba la Agrupación de Estudios Sociales (AES). Numerosos estudiantes se integraron a la agrupación a través del AES. Más tarde fueron absorbidos por Montoneros.
En abril de 1967 nos conectamos con Juan García Elorrio, que se había dado a conocer en todo el país con su irrupción en la Catedral de Buenos Aires. (Ver El falso enigma en el caso Aramburu, en este mismo número) El contacto se produjo de manera accidental cuando participamos de un congreso peronista en Quebraba Honda, Unquillo, muy copado por los sectores de la derecha del peronismo.
Nosotros, el cura Rojas, el Gordo Maza, Milan Viscovich y yo, nos alineamos con este porteño que, acompañado por Jorge Bernetti, hacía la apología del peronismo revolucionario desde el compromiso cristiano y militante. Allí comenzamos a trabajar con García Elorrio, que nos mostró el numero cero de Cristianismo y Revolución, e iniciamos nuestra relación con el grupo Buenos Aires. Era una época en donde pasaban muchísimas cosas, pero no las veíamos obsesivamente dedicados a construir el foco armado. La CGT de los Argentinos y el Cordobazo son un ejemplo, como luego analizaremos.
El grupo Córdoba, muy pequeño hasta ese momento, se abrió políticamente y amplió el número de participantes. A través de Gustavo Roca, abogado muy amigo del Che que había viajado a Cuba, tuvimos acceso a información y vivencias de la impronta maravillosa de la revolución cubana. Gustavo estaba muy ligado al «26 de julio», y nos trasmitía una imagen de la revolución muy fresca, movimientista, hereje, de ruptura y con participación y apoyo de los cristianos revolucionarios. Además, el regreso de Leopoldo Marechal de Cuba sosteniendo que era el sistema más evangélico existente hoy en el mundo nos conmovió y comprometió más aún.
La relación con Gustavo Roca y García Elorrio nos abrió contactos con Acción Revolucionaria Peronista (ARP) de John William Cooke y Alicia Eguren, y nos permitió participar en congresos del peronismo revolucionario en Buenos Aires. Recuerdo como importante el de Avellaneda bajo la cobertura del inolvidable Monseñor Jerónimo Podestá. Nota de Eutaxia: Monseñor Podestá, la única revolución que hizo fue la de la bragueta, ya que colgó la sotana y se juntó con su secretaria.
Cuanto peor, mejor
[…] Durante 1967 nos violentamos brutalmente para asumir consciente y responsablemente la lucha armada mientras participábamos con diversas siglas de “fantasía” en las luchas populares cordobesas (estudiantiles y obreras). Buscábamos radicalizar los enfrentamientos asumiendo las consignas más elementales del foquismo («cuanto peor mejor», «las condiciones objetivas y subjetivas están dadas», «sólo falta el foco generador de conciencia, organización y metodología», «la lucha armada es la condición determinante» etc..).
Participamos activamente en apoyo de las movilizaciones y luchas callejeras de los sindicatos de Luz y Fuerza de Agustín Tosco y la UTA de Atilio López, y volanteamos en las puertas de las fábricas automotrices. Estábamos absolutamente decididos a terminar con el espontaneísmo y la improvisación. Por ello, las «acciones» tenían el doble objetivo de apoyar el movimiento popular y foguearnos en la experiencia de lucha, sin buscar la capitalización política en una sigla. Todo era dirigido a la construcción del foco. Hasta una volanteada era planificada meticulosamente como una operación político militar. Lo importante era la experiencia.
En Buenos Aires el grupo de Cristianismo y Revolución se expresaba a través de los Comandos Camilo Torres. Manteníamos con ellos una relación política constante, pero no «operativa». Recibimos materiales y nos sentimos partícipes de la constitución de la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad) y nos emocionamos con el mensaje del Che a su fundación, que planteaba los ejes que nosotros creíamos correctos («crear varios Vietnam, en una revolución si es verdadera o se triunfa o se muere, hay que endurecerse pero sin perder la ternura jamás») y si bien nos impresionaba un poco aquello de que había que transformarse en una máquina fría y selectiva de matar, estábamos convencidos que ese era el costo inevitable ante la brutalidad criminal de la violencia de arriba.
En 1967, a partir de la convicción de que teníamos que comenzar a construir el aparato militar, cortamos todas las relaciones políticas. Cada uno inventó una cobertura, una excusa para marginarse de la militancia política (que se quebró, que me quería casar y estudiar, etc.) y desaparecimos de los lugares que solíamos frecuentar.
Fue muy duro en lo personal, pero se solidificó en la conciencia de cada uno de nosotros que éramos los elegidos, los que con el sacrificio de nuestras propias vidas estábamos construyendo la posibilidad real de construir el poder armado que derrotaría al brazo armado del imperialismo. Era el mesianismo en todo su esplendor. La convicción profunda de que estábamos elegidos, que nos tocaba cumplir la misión de Cristo: estoy dispuesto a dejar todo, padre, madre, amigos por tu nombre.
En esa época mezclaba lecturas de formación política con el Evangelio según San Mateo y me conmovían frases donde se exigía la entrega total («he venido a enfrentar al hijo con los padres» o «quien tiene dos capas dé una al que no la tiene», y escenas como la expulsión de los mercaderes del templo o la relación de Jesús con pobres y prostitutas). Fue entonces que elegí Mateo como mi nombre de guerra.
Mejor que decir es hacer
Pero, sin dudas, la situación trascendía absolutamente la patología individual de cada uno de nosotros. El clima político de la época era apasionante. Dice el mencionado documento de los Sabinos analizando esta etapa del grupo: «La concepción es, pues, consecuente y coherentemente foquista. Lo militar determinaba lo político y posponía lo teórico. La disciplina de audacia, el valor, el heroísmo, toda esa mística guerrillera estaba presente en esa realidad. Y esa mística, esa decisión, es lo que hace realidad un aparato mínimo, pero eficaz a nivel armado. Se opera –sin firmar- tratando de aceitar el mecanismo y se prueba su eficacia. Por esta visión y dedicación unilateral, se superan las limitaciones que un grupo político tiene para desarrollar lo armado».
Eran tiempos de pasiones fuertes. La rebeldía andaba suelta por las calles y barrios. En un mismo día trataron de captarme para tres organizaciones político militares distintas. Venían los compañeros y me decían: «Che, tengo que hablar con vos, porque sos un buen tipo, luchador, no estás en política porque estás desilusionado, pero…», y yo decía: «por favor, no me contés nada porque no me quiero enterar, ya me abrí de todo». Mi origen de clase me permitía fingir rápidamente la deserción a los ojos de muchos queridos compañeros.
Por ese tiempo el cura Carlos Fugante nos conectó con Luis Losada y su compañera Mirtha Cucco que se incorporaron al grupo. También ingresaron otros amigos míos muy queridos como Carlos Capuano y José «Pepe» Fierro; en esos días llegaron Susana Lesgart «la gorda» (que más tarde sería asesinada en Trelew) y su compañero. Los contactos con Buenos Aires se hicieron rutina. Además de ser los referentes en Córdoba de Cristianismo y Revolución, asumimos la corresponsalía de la revista Tierra Nueva, de cristianos progresistas.
El deber de todo cristiano es ser revolucionario
En uno de esos viajes con la que era mi novia (en general «a dedo», por carencia absoluta de recursos) conocimos y estrechamos contacto con el padre Carlos Mugica. Coincidimos absolutamente con él, en esos «enganches» de la época que eran mucho más que políticos. Eran humanos, éticos, de entrega y compromiso total. Allí nos planteó que fuéramos a una villa miseria a ser la levadura en la masa, a redimir a nuestros hermanos explotados.
Él mismo nos llevó a la villa y nos mostró la casilla. Si bien al principio nos conmovimos con la propuesta, luego de discusiones a nuestro regreso a Córdoba, ésta fue descartada por completo. Lo nuestro era la toma del poder político para revertir la situación de explotación del pueblo, y no un testimonio casi asistencialista.
Posteriormente se produjo el viaje de algunos compañeros a entrenarse a Cuba (coordinados por García Elorrio y Cooke) y los que nos quedamos dimos un paso adelante, ejercitándonos en la planificación y ejecución de pequeñas operaciones político-militares, en un principio orientadas a la recuperación de armas y uniformes necesarios para conformar el foco guerrillero.
Al poco tiempo nos enteramos que en Cuba se había producido un enfrentamiento muy fuerte entre García Elorrio, por un lado, y Fernando Abal Medina y Maza por otro. Esto llevó a que el primero fuera desplazado y significó una ruptura orgánica con Cristianismo y Revolución. De todas formas, ninguno de nosotros tenía la convicción ni la esperanza de que García Elorrio fuera a liderar una estrategia política militar. Era un comunicador excepcional, dotado de una cautivante calidad humana y una gran capacidad de seducción política. Pero nada más.
La conducción de Maza en Córdoba era absolutamente natural, por lo que el conflicto no tuvo ninguna repercusión en nuestro pequeño grupo. De todos modos, algún día habría que evaluar esos entrenamientos en Cuba y como influyeron en el proceso de conformación de los grupos originales de la época. Me temo que la conclusión sería que la influencia fue absolutamente negativa. Al menos, a mí nunca me quedó claro cuál fue el aporte positivo de los «entrenados». Los negativos se expresaron en una mayor rigurosidad militarizada y jerárquica en la práctica interna que tuvo sin duda su reflejo en el diseño de las políticas posteriores de la organización.
Fue en esa época en que se produjo la deserción de un compañero que contaba con mucha información y tomó conciencia de los peligros que estaba asumiendo. Esto provocó un debate interno muy fuerte porque surgió la sugerencia (u orden) de eliminarlo por la seguridad del conjunto. La respuesta fue la negativa absoluta. No acepté, no aceptamos, ni siquiera considerar tal posibilidad. Pero en la nueva estructuración del grupo con el retorno de los «entrenados», se profundizaron las condiciones de clandestinidad y compartimentación que, me parece, perduraron para siempre. También comenzaron a aparecer incipientes intentos de escalonamientos jerárquicos en el interior de la pequeña «orga» (que todavía era pequeña, casi adolescente y compuesto por amigos) que con el tiempo Montoneros llevó hasta lo grotesco.
La construcción del foco
Los años 1968 y 1969 se invirtieron en la preparación del foco. Ignoramos coyunturas y procesos de gran riqueza política y social, sin distraernos de nuestro rol central: construir el núcleo operativo político militar. El argumento tenía en ese momento mucho peso: los sectores progresistas, la izquierda, el mismo peronismo revolucionario, se habían desgastado en el espontaneísmo, en discusiones estériles, en acciones absolutamente inconducentes incapaces de construir la organización armada capaz de golpear al enemigo.
Este fue el análisis que en su momento hicimos de la caída de los compañeros de Taco Ralo. No se puede enfrentar al brazo armado de la oligarquía y el imperialismo sin nociones elementales de disciplina, eficacia y estrategia militar. No puede ser que fueran detenidos porque perdieron una pistola. No se podía seguir luchando «a lo peronista» o sea, espontánea y masivamente sin planificación ni objetivos claros. Había que terminar con la costumbre (en realidad, maravillosa) de perder el tiempo en discutir politiquería hasta la madrugada entre vinos y empanadas. Había que vivir ascéticamente. Ser fríos, eficientes y selectivos. Rigurosos en nuestras vidas privadas y totalmente solidarios entre nosotros. Y, sobre todo, absolutamente clandestinos.
En esos dos años hicimos numerosas operaciones de recuperación de armas y uniformes. En realidad, sólo pensábamos en montar el aparato. Desde un tiro federal, policías sueltos, varios destacamentos policiales, una guardia militar y otros.
Los elegidos
Era tan fuerte la conciencia del destino manifiesto del grupo, tan clara la decisión, que el Cordobazo nos pasó de lado. La preocupación central fue que no cayera ninguno preso casualmente y que por el allanamiento se descubriera la existencia del grupo. Ahí estábamos. Teníamos el privilegio de ver en un multitudinario y violento laboratorio social en acción, lo que era una estrategia insurreccional, donde el pueblo desorganizado ponía los muertos, y no lograba nada más allá de la experiencia y de producir hechos políticos de gran valor histórico. Objetivamente sentíamos que todo era muy heroico, pero que no se avanzaba hacia la toma del poder.
Otro tanto ocurría con el proceso de la CGT de los Argentinos (CGT-A). Nos manteníamos informados y sentíamos que allí estaban nuestros compañeros, pero teníamos la convicción de que nosotros éramos quienes, al desarrollar las condiciones para atacar el centro del poder enemigo, los convocaríamos y supongo que no exagero si digo que los conduciríamos a la victoria. Algo así como que «la clase obrera y el pueblo» estaban esperando nuestro grito de combate expresado en hechos, para plegarse a nosotros. Sin duda era una concepción absolutamente idealizada, aunque también es necesario reconocer que, lamentablemente, en gran parte se convirtió en realidad.
En esa época no teníamos ninguna relación con el Partido Justicialista, al que nunca estuvimos afiliados ni participamos en sus estructuras locales. En realidad, sentíamos por el PJ un profundo desprecio, salvo honrosas excepciones como Ricardo Obregón Cano. Con el sindicalismo la situación era más compleja ya que, como dije, respetábamos a algunos de sus líderes (Atilio López, Agustín Tosco, etc.) y apoyábamos desde nuestra práctica los planes de lucha. Con los Sacerdotes del Tercer Mundo manteníamos una estrecha relación y en términos generales estábamos informados de su lucha en el interior de la Iglesia. Nuestra relación con los más comprometidos con la acción directa era permanente. Funcionaban como la retaguardia del grupo. Era normal tener armas escondidas en los altares de las iglesias y tener que esperar a que el cura terminara la misa y cerrara la iglesia para pasar a la sacristía y sacarlas.
Nos acercamos así al fin del período que pretendo analizar y que fue marcado por la aparición pública de Montoneros con el secuestro de Aramburu y la toma de la localidad cordobesa de La Calera. A fines de 1969, en una operación de expropiación, tuvimos nuestro primer enfrentamiento armado generalizado. Combatimos en medio de la calle, a cara descubierta y por un largo rato, con lo que nos quedamos con la convicción de que podíamos ser reconocidos en cualquier momento.
El gordo Maza, ante la necesidad de que desapareciéramos por unos días de nuestros lugares habituales, retomó contacto con los viejos compañeros de Lealtad y Lucha (que para entonces era el Peronismo de Base –PB) que, a la vez que nos brindaron cobertura comenzaron su proceso de incorporación a nuestro pequeño grupo, impresionados por el desarrollo militar que habíamos logrado.
La concepción militarista (foquista) triunfaba en toda la línea por sobre la estrategia de construir el poder político y social recreando el movimiento popular desde la base. Se seleccionó del PB a aquellos compañeros que tenían las mejores condiciones para incorporarse al aparato militar (abandonando los trabajos de base) y se los transformó en aspirantes o combatientes de una estructura pequeña y audaz, cuyo mérito era haber construido con eficiencia y rigurosidad un eficaz aparato militar prácticamente al margen de la lucha social y política del conjunto de la población. Una barbaridad, un grave error político que expresaba toda una concepción y que también se explicaba por las frustraciones que ellos habían tenido en sus trabajos de base lentos y riesgosos, sin valor político inmediato.
Posteriormente se sucedieron los hechos fundacionales de Montoneros. En el secuestro de Aramburu participaron el grupo Córdoba y el de Buenos Aires. En la toma de La Calera, a escasos seis meses del reencuentro con los viejos compañeros, actuaron el grupo Córdoba, más de 15 compañeros provenientes del PB y uno o dos del grupo Buenos Aires. Luego de ese primero de julio de 1970 vendría para algunos de nosotros la cárcel y la disidencia.
Para ver las principales vertientes ideológicas que alimentaron estos grupos originales, voy a tratar de hacer una primera aproximación a cuatro temas que, sobre encimados y entrecruzados, creo que son los ejes fundamentales desde donde analizábamos la realidad y actuábamos en consecuencia.
¡Nacionalismo popular!, ¡Cristianismo!, ¡Peronismo!, ¡Lucha!
[…] Fernando Abal Medina y Emilio Maza eran dos compañeros diametralmente opuestos pero que se complementaban muy bien. Fernando era de una audacia y valentía excepcional, con ideas claras, absolutamente pragmático, de decisiones vertiginosas. Emilio era algunos años mayor, más maduro y tenía una práctica política y una formación importante para la época. Además, era muy «culto». Leía poesía, novelas, etc… Ambos tenían un lindo sentido del humor cargado de ironía. Por discusiones previas a los hechos, hoy tengo la convicción de que, en ese momento en esa organización en gestación, ya había dos estrategias que corrían de forma paralela. Por un lado, la de Fernando que era absolutamente foquista en el sentido del foco como generador de conciencia, organización y método de lucha. Como estrategia de lucha armada dirigida a la conformación del ejército popular en el monte. En las discusiones cordobesas con Emilio, pensábamos más en la utilización del foco como instrumento de propaganda armada para convocar e instalar un polo de lucha política intransigente, como alternativa en el movimiento peronista. De todos modos, ambas posiciones nunca fueron muy explicitadas. En realidad, hoy pienso que fueron casi posiciones personales producto de los diversos orígenes y experiencias de cada uno.
Recuerdo haber tratado estos temas con Susana Lesgart mientras hacíamos como que «franeleábamos» fingiendo ser una parejita mientras controlábamos un destacamento policial. En esa conversación (que recuerdo con mucho cariño), ambos coincidíamos con una visión más política del proceso que estábamos iniciando.
El nacionalismo popular
Para muchos, la contradicción principal en Argentina se definía como el enfrentamiento entre pueblo-antipueblo y se había manifestado a través de la historia de nuestro país en su polo popular con las montoneras federales del interior, la defensa de la soberanía nacional del gobierno rosista, con el peludo Hipólito Yrigoyen y su defensa al reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la apertura a la participación popular del peronismo.
Fueron muchos los militantes populares del peronismo ligados en sus orígenes a posiciones de derecha nacionalista (defensa de «la nación» entendida como territorio, cultura, costumbres, historia, riquezas patrimoniales, que, al agregarle otros contenidos como derecho a la vida digna, valor del trabajo, apropiación de la riqueza, etc.) evolucionaron progresivamente y lucharon hasta dar su vida en las filas de las Organizaciones Armadas Peronistas (OAP). Gustavo Rearte, José Luis Nell, el petiso Héctor Spina, el inolvidable hermano Envar Cacho El Kadri, etc. son algunos ejemplos.
La derecha proveniente de la vieja Alianza Libertadora Nacionalista se había reconvertido con características particulares en Tacuara que luego se dividió en Guardia Restauradora Nacionalista (GRN), Movimiento Nueva Argentina (MNA) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT) cuyos integrantes asumieron posiciones más radicalizadas.
Teníamos la convicción por los análisis aun superficiales del momento, que el peronismo había sido expulsado del poder en 1955 por la dictadura de Aramburu y Rojas a partir de la defección de la burguesía que en 1952 había abandonado la alianza en la que se asentaba el gobierno popular. Que esto había debilitado al gobierno de Perón y por eso se habían vuelto inevitables las concesiones al imperialismo como los contratos con la California.
Que por lo tanto las posibilidades de transformar la realidad del país a través de un movimiento policlasista que expresara la contradicción principal imperialismo-nación habían devenido en inexistentes. O sea que la burguesía había defeccionado de la alianza de clases. Y esto se confirmaba cuando la dictadura de Onganía aplicaba el programa económico de Adalbert Krieger Vasena, que abrió la economía del país a las empresas trasnacionales para que nuestros «burgueses nacionales» vendieran alegremente sus empresas (muchas de ellas familiares, importantes, verdaderos símbolos de la historia productiva del país) al capital trasnacional y que, orgullosos, pasaran a ser la «burguesía gerencial» de los interesas imperiales.
Por lo tanto, terminamos identificando a la clase obrera y sus aliados (pequeños industriales, empleados, estudiantes, campesinos, etc.) como los sectores que, al tener sus intereses inmediatos y estratégicos ligados al desarrollo local nacional, eran los genuinos sectores enfrentados estratégicamente a la oligarquía y el imperialismo. En consecuencia, comenzamos a concebir al peronismo no solo como un movimiento de liberación nacional sino como un movimiento de liberación nacional y social, al que había que limpiar de traidores e infiltrados que ocupaban nada más ni nada menos que la conducción táctica del movimiento. Hicimos así, casi sin escalas, el tránsito desde el nacionalismo popular a la izquierda peronista que lucha por el socialismo.
El cristianismo y sus mandatos: Los soldados de Cristo o del Che.
Domingo Savio con su famosa frase «Morir antes que pecar» guió la niñez de algunos de nosotros. Con el transcurso del tiempo se demostró que hizo escuela con sus mandatos (aunque no todos los modelos cristianos de aquellos tiempos eran tan trágicos). La formación cristiana fue la base primaria, sensible, esencial, de nuestro compromiso con las clases explotadas. El viejo «amar al prójimo como a ti mismo», el compromiso evangélico hecho carne y sangre en la comunión con los pobres, nos convocaba a ser la levadura en la masa.
El análisis crítico de las limitaciones del largo camino que pasaba por la simple limosna y el asistencialismo, nos llevó a la lucha popular violenta. Teníamos la convicción de que ese tipo de compromisos eran sólo paliativos que pretendían tranquilizar nuestras conciencias culposas y que en el fondo sólo le hacían el juego al sistema de explotación garantizando la sobrevivencia de los explotados para la continuidad del sistema. Que la lucha había que llevarla de lo individual a lo social, y de allí a lo político como única forma de redimir a nuestros hermanos y comenzar la construcción del reino de Dios aquí en la tierra.
Pero allí nos encontramos con que teníamos que empuñar el látigo que usó Jesús para expulsar a los mercaderes del templo. Que la violencia era inevitable pese a que nos resultaba muy doloroso tener que asumirla. Pero que era la única alternativa para enfrentar la violencia de arriba y dar testimonio. Por suerte para nuestras vírgenes conciencias descubrimos que ya Santo Tomás hablaba del “legítimo derecho de resistencia a la opresión” y que en la encíclica Populorum Progressio se justificaba el derecho a la rebelión ante tiranías.
Que el mandato evangélico nos obligaba a comprometernos a proteger a los oprimidos para siempre mediante la revolución liberadora. Que antes de acercarnos a Dios teníamos que reconciliarnos con nuestros hermanos más castigados. Que Dios nos envió a Jesús, su hijo a que se sacrificara por nosotros para redimirnos. Vale decir, un fuertísimo mandato que unificaba y justificaba todo: lo religioso, lo ético, lo político, lo histórico en una misma orientación: la lucha armada.
Imitación a Cristo o imitación al Che. Sacrificio testimonial o lucha redentora. Jesús el salvador de almas o los salvadores de la patria. Dar la vida por la salvación del otro, o Patria o muerte. Iglesias distintas de una misma religión. Y aunque lenta, reflexión tras reflexión, se fue formando en nuestras mentes y corazones la mística mesiánica que con una fuerza espiritual muy potente se transformaba consciente y voluntariamente en acto terrenal transformador.
Era el paso sin escalas del compromiso sublime, a las armas (y esto era lo que realmente importaba en esos momentos). Esto llevó a jóvenes honestos y sensibles, provenientes de los sectores medios de nuestra sociedad, a abandonar las comodidades de la vida burguesa y alistarse hasta la inmolación en la cruzada redentora. Y mientras la Iglesia institución idolatraba al becerro de oro abrazada a los poderosos, nosotros junto con la verdadera iglesia, la de los pobres, nos comprometíamos a dar la vida por la salvación de todos.
En esa época, los Sacerdotes del Tercer Mundo lo explicitaban claramente: «Es necesario poner en marcha el programa políticamente eficaz de un proyecto liberador. Esto es inevitable en un momento en que los cristianos tomamos conciencia profunda de que el mensaje evangélico de liberación pasa también por la dimensión socio-política de la historia humana» (fines de noviembre 1969).
“Yo sé por el Evangelio, por la actitud de Cristo, que tengo que mirar la historia humana desde los pobres. Y en Argentina, la mayoría de los pobres son peronistas (lo que era claramente coincidente con el análisis que llevaba a asumir el peronismo como la expresión de uno de los polos de la lucha de clases estructural en nuestro país). Estoy dispuesto a que me maten, pero no sé si estoy dispuesto a matar”. (Padre Carlos Mugica).
[…] A nuestro grupo, vía Cristianismo y Revolución, llegó mucha información y textos sobre el sacerdote colombiano Camilo Torres y su compromiso cristiano con la lucha armada y política en el Frente Unido. Y este origen cristiano empapaba nuestras relaciones cotidianas. El interior de nuestros grupos originales era de una ternura infinita. La calidad humana de la relación entre militantes, los cuidados, la contención, la conformación de ámbitos «familiares», aún perduran. A pesar de la compartimentación había mucho cuidado por «el otro», en un marco de mucho respeto, donde los «principios» y el ascetismo guiaban todos los actos de nuestras vidas.
El peronismo
[…] Y por eso, la lucha de la heroica resistencia por la vuelta del pueblo y Perón al poder nos marcaba el camino. Nos desafiaba y convocaba al enfrentamiento total con los gobiernos fantoches, que no sólo eran títeres de la oligarquía y el imperialismo sostenidos por las fuerzas armadas, sino que además no podían jamás garantizar la paz social y política con el peronismo unido en pie de guerra en la oposición.
Durante la resistencia, según informes del propio Ejército, entre el 1 de mayo de 1958 y el 30 de junio de 1961 se produjeron 1.022 colocaciones de cargas explosivas, bombas y petardos, 104 incendios de establecimientos fabriles, plantas industriales, vagones ferroviarios y 440 actos de sabotajes con más de 15 muertos y 80 heridos.
Nosotros éramos los herederos, continuadores en el mejor sentido superador, de esa clase obrera y pueblo que había mostrado espontáneamente pese a la brutal persecución, el compromiso y la conciencia revolucionaria durante los años de la primera y segunda resistencia. De todos modos, es inocultable que veníamos desde fuera del peronismo, más allá del peronismo genético de algunos de nosotros.
Que pese al respeto que teníamos hacia el General, nuestro accionar se nutría mucho más en el análisis histórico-político-social que hacíamos de la lucha de nuestro pueblo y de las experiencias de lucha de liberación de otros países del tercer mundo, que de sus discursos o libros. […]
Nuestro rol dentro del peronismo. El Evitismo.
Pero donde poníamos toda nuestra veneración ilimitada era en la memoria de la inolvidable compañera Evita. Recordábamos algunas de sus frases que nos conmovían en nuestro sentir humanista y popular del proceso revolucionario del cual aspirábamos ser principales actores: «desearía que cada peronista se grabara este concepto en lo más íntimo del alma; porque esto es fundamental para el Movimiento; nada de la oligarquía puede ser bueno. He hallado en mi corazón un sentimiento fundamental que domina desde allí en forma total mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia».
Hay numerosos datos que prueban esta diferente valoración que hacíamos de Perón y Evita. Uno de ellos es que en la primera época de pintadas todavía con tachos y pinceles, el grupo que luego fue la semilla Córdoba de Montoneros hizo todas sus pintadas con frases de Evita.
Pero ese venir de afuera del peronismo implicaba que lo nuestro no fuera «entrega total y ciega», acrítica al movimiento peronista y sus conducciones. En todo caso, el compromiso absoluto era con Perón y el peronismo de los trabajadores que habían escrito esas páginas de luchas gloriosas como peronistas. Tampoco era el «entrismo» tradicional de los sectores de izquierda que descubrían al peronismo. Dice Rolando Concatti «Estos grupos no practican un “entrismo” cínico o una componenda calculadora como los políticos tradicionales que se han acercado al peronismo para usarlo y treparse a su caudal electoral. Son a la vez singularmente críticos ante el peronismo al que no otorgan solo elogios y alabanzas; pero singularmente apasionados deseosos de asumir la causa del pueblo y el movimiento que lo lidera con algo más que un frío diagnóstico intelectual».
Porque para nosotros el movimiento peronista era un gigante invertebrado y miope, conducido tácticamente por burócratas traidores, que habían sido incapaces de conformar en el país conducciones coherentes con el objetivo de liberación nacional, que era su destino histórico. Sus luchas en el mejor de los casos eran agitativas y muchas veces inconducentes al ser negociadas de inmediato por esas conducciones traidoras.
Estábamos convencidos de que la estrategia del General era de enfrentamiento total al régimen, de acuerdo al concepto de guerra integral, y que si no había podido llevar al movimiento a la victoria era por culpa de la mediación que se interponía entre su conducción y las bases. Y esa mediación entre Perón y las bases estaba en mano de la conducción táctica acuerdista y corrupta. Traidores que se aprovechaban de la lealtad popular para enfrentar al gobierno de turno y luego negociaban esas luchas, obteniendo jugosos dividendos u otras prebendas.
Quiero decir que además de los problemas del espontaneísmo y la sinuosa conducción del General, identificábamos como nefasto al enemigo interno «enquistado» en la conducción táctica del movimiento que, gracias a la mediación traidora, había copado las estructuras burocráticas y lograba negociar con la oligarquía y el imperialismo diversas prebendas y retazos de poder a cambio de su traición.
Que ese juego dialéctico, entre la burocracia sindical traidora y los jerarcas del PJ, y los gobiernos que se sucedían, impedía (mediante mecanismos tramposos) que el Movimiento de Liberación que era el peronismo, tomara el poder y llevara adelante las transformaciones revolucionarias que profundizaran las realizaciones de los dos gobiernos de Perón.
Las bases combativas enfrentaban a los personeros del régimen hasta el momento de la negociación (muchas veces incentivada por los mismos burócratas). Y allí aparecían los claudicantes y corruptos que, como Jorge Daniel Paladino, pasaban de ser dirigentes del peronismo a ser representantes del régimen de turno ante el peronismo.
Pero (y allí empezaban las contradicciones) en alguna medida, y de momento… eran necesarios y funcionales a la estrategia de Perón. El movimientismo más ortodoxo, que fue el que condujo después a Montoneros, se expresó de esta manera en el reportaje a la revista Aquí y Ahora de comienzos de 1971 y que citan los Sabinos en su documento crítico:
«A su vez siendo la función que cumple esa superestructura la de negociar con el régimen de turno, vehiculizando una estrategia defensiva, en tanto carezca de una herramienta revolucionaria eficaz que le permita pasar a la ofensiva (…)». «… una vez que esta alternativa revolucionaria logre desarrollarse y sea inmune a la traición del integracionismo, esa superestructura ya no será necesaria y habrá finalizado la estrategia defensiva».
Era deber nuestro construir esa herramienta revolucionaria ganándonos el corazón y la conciencia del conductor y las bases peronistas, y ocupando el lugar de esa superestructura traidora que vaciaba de contenidos revolucionarios al movimiento (que lo era por la naturaleza de clase de sus componentes). Porque si bien, insisto, le teníamos una fuerte admiración al General por su manejo integral del accionar del peronismo, estábamos convencidos que, por la lejanía y la traición de dirigentes, existía un vacío de poder entre Perón y las bases. Y que ese vacío de conducción táctica entre el líder y las bases combativas sólo podía ser cubierto por una vanguardia revolucionaria que no claudicara, derrotara al enemigo y entregara al pueblo y a Perón el poder.
Con las armas en las manos nos veíamos haciendo un atajo, gracias a la audacia, compromiso, valentía e inteligencia, y así ganando un lugar legítimo en la guerra integral que conducía Perón, convencidos a su vez, que los espacios los teníamos que ganar expulsando a los claudicantes y a los traidores. Perón entonces tendría la posibilidad real de seguir conduciendo al conjunto y de vencer a la antipatria, con nosotros como vanguardia. Para ello teníamos que ser una alternativa real que convocara al conjunto del movimiento y expulsara a los traidores.
Otra vez los elegidos
Sin embargo, pese a esta posición movimientista estábamos lejos de acompañar las acciones agitativas y masivas del movimiento. La clandestinidad nos lo impedía. Nos considerábamos y estábamos para otra cosa. No tendremos más mártires sino héroes, dijimos en el primer comunicado
El folklore, el bombo, la marchita, la agitación y la parafernalia del simbolismo peronista, el desenfado jacobino y popular, el «Viva Perón, carajo» como grito de guerra frente al enemigo, o sea, el espontaneísmo creativo de las masas, estaba bien, lo sentíamos con simpatía y lo vivíamos con alegría. Pero nosotros éramos los elegidos. Los responsables de recuperar el movimiento nacional y popular, y convertirlo en el instrumento que Perón necesitaba para llevar adelante su estrategia para la toma del poder. Nosotros estábamos para ganarnos la conducción táctica del movimiento. Para eso éramos la vanguardia que llevaba adelante el máximo nivel de la lucha política, la lucha armada. Esa era la forma de irrumpir, ganarnos la conducción de las bases del movimiento y marchar hacia la victoria para el pueblo y para Perón.
Lucha armada
Ya dije que la lucha armada fue elevada a categoría ideológica determinante. Pero es imposible hablar de la lucha armada, de la guerra de guerrillas y su desarrollo en la conciencia de los jóvenes combativos de fines de los 60, sin mencionar el fuerte impacto de la derrota yanqui en Vietnam y las guerras de liberación colonial que llevaron adelante los movimientos de Liberación Nacional en los países de Asia y África en esa década.
Pero, sobre todo, en nuestro continente americano contábamos con el ejemplo del heroico pueblo cubano que, con su revolución triunfante nos había brindado el modelo, el espejo, donde soñábamos mirarnos. Dicen los Sabinos: «En cuanto al triunfo y desarrollo de la revolución cubana y su influencia en los sectores de la pequeña burguesía radicalizada a la que pertenecíamos, se da fundamentalmente a nivel metodológico –la lucha armada generada por un “foco rural” y mezclado a ello, un misticismo heroico junto a principios ideológicos generales».
[…] Las luchas políticas de la partidocracia demoliberal burguesa, las acciones agitativas y aún la violencia espontaneísta de la heroica resistencia, no habían logrado asentar las bases de la organización, ni diseñar la estrategia definitiva que pudiera permitirnos ver la victoria al final del camino. Además, la violencia en la resolución de los conflictos sociales y políticos era lo normal en la Argentina de esos años.
Las represiones de la época con su secuela de persecuciones, vejaciones, torturas y prisiones nos obligaban cada día a asumir formas más cuidadosas de militancia que limitaban aún más nuestras ansias de participación social y política, fomentaban la indignación y justificaban el convencimiento que debíamos avanzar en forma urgente para tener capacidad para expresar nuestra rebeldía en acciones violentas.
En estas condiciones poco nos costó convencernos de que «el poder nace del fusil» y que «la lucha armada es la máxima expresión de la lucha política». Porque fue la lucha armada uno de los dos parte-aguas de la época para los jóvenes decididos a enfrentar la violencia brutal del anti-pueblo con la violencia liberadora. El otro fue peronismo-no peronismo. Nuestro guía en esa época, el Bebe Cooke, lograba la síntesis y nos alentaba con su pluma encendida en un documento escrito para la militancia peronista (ARP):
«Nuestra concepción estratégica es hoy, siempre, la de la lucha armada».
«Hay que actuar con un objetivo más en vista, que se cumple no al triunfar la guerra sino, por el mero hecho de que una guerra exista: hacer que éste paso innecesario y apresurado del régimen hacia la dictadura militar sea irreversible. Porque para nosotros, ha comenzado la última etapa del proceso argentino».
«El argumento en contra lo conocemos: la violencia revolucionaria no es objetable, pero para emplearla deben existir ciertas condiciones, en el medio ambiente y en las formas de su empleo, que la diferencia de la “provocación” y la “aventura”».
«De acuerdo, pero: ¿Quién fija esas condiciones? ¿Los que detentan el monopolio de Lenin, Karl Marx, de la filosofía marxista, de la “representación” del proletariado? Nosotros no tenemos, lo confesamos, mucha confianza en esos sabios de la historia que nos adelantan el final, pero nunca logran entender lo que pasó ayer o está pasando ahora. Y ¿cómo saben que no hay condiciones? El criterio para el fallo es también característico. Los revolucionarios toman el poder, son Lenin, Mao Tse Tung, tal vez Fidel Castro, los aventureros fracasan, mueren, van presos. No nos parece un criterio muy marxista de análisis, más bien creemos que lo enunció Nicolás Maquiavelo. Pero esto no es lo más grave, sino ¿cómo se sabe de antemano si la intentona será destinada a la cárcel o a la gloria? Contra los que importan sabiduría económica, el que lucha apuesta a favor de la revolución su vida, única e irreemplazable. El análisis de los científicos se vuelve una simple lectura de datos sin misterio: ellos aciertan siempre, porque se aciertan con Ho Chi Minh, con Castro o con Lenin, es decir se apropian de los aciertos ajenos. Acertar con Fidel es intentar lo que él intentó; seguir el camino que él abrió. En último caso es preferible ser derrotado o muerto con el Che que acertar y triunfar con Vittorio Codovilla. Sobre todo, mucho más alegre».
«¿Con quién se hará la Revolución entonces? Con los miles de revolucionarios potenciales que hay en la masa, pero que surgirán una vez que la revolución comience a vislumbrarse como posibilidad efectiva… lo que nos merece otro juicio, y contribuye realmente a dificultar lo que es arduo de sobra y por sí mismo; es la actitud de los que se proclaman revolucionarios y desde su pedestal proyectan “las condiciones” su propia incapacidad, acumulan sus miedos para que pasen por sentido común y por justificación de la inacción. La posibilidad de la lucha revolucionaria sólo puede demostrarse a través de la lucha revolucionaria».
«Hay que distinguir entre la política revolucionaria que se propone la toma violenta del poder y el momento insurreccional que puede demorar en presentarse. Pero hay que tener en cuenta que ese momento depende –en apreciable proporción, cuando no absolutamente- de la vanguardia revolucionaria. En Argentina, las condiciones a considerar para la guerra revolucionaria no son ya las generales del país sino las condiciones de la vanguardia revolucionaria para iniciar la lucha armada».
«No desconocemos la relevancia de la lucha urbana en un país que como el nuestro cuenta con un movimiento numeroso y organizado, con bases que, han demostrado hasta el hartazgo coraje, capacidad y espíritu de sacrificio. Para esta misma década de sabotajes, atentados ha demostrado que es necesario para dar permanencia, continuidad, proyección y perspectiva a esas luchas, la formación de un ejército revolucionario que opere en el monte, el campo, y la selva y se plantee como objetivo estratégico la toma del poder político».
1) TODO el esfuerzo de las organizaciones revolucionarias debe ser para la guerra.
2) La capacidad para desatar y conducir la guerra reside en la identificación ideológica y combativa de sus cuadros políticos-militares.
3) Toda la guerra es apoyo y tiene como eje el frente guerrillero.
4) La guerrilla detona la resistencia en las ciudades y moviliza a las masas. La lucha en las ciudades, sin negar la indudable importancia que tiene en países como el nuestro, debe responder a la estrategia de la guerrilla y a sus necesidades de crecimiento.
5) Planteada la lucha en el movimiento de masas, las vanguardias de las organizaciones populares pasan a ser la retaguardia de la guerra. La conclusión estratégica de todas las formas de lucha debe estar en manos de la dirección combatiente.
Como vemos, revolución y lucha armada se identifican claramente con el foco rural y es «la ideología» determinante. Dicho en broma, por suerte, fuimos lo suficientemente sagaces para tomar la esencia de la proclama y hacernos los distraídos con lo de lo rural.
La lucha armada y Perón
Como ya dije estábamos convencidos de que la lucha armada nos aseguraba la conducción táctica de esa guerra integral de la cual Perón era el conductor estratégico. De todos modos, las expresiones en Cristianismo y Revolución no son tan claras y por momentos pasamos de ser «la vanguardia» o «conducción táctica» a ser simplemente el brazo armado del movimiento: «…ya que nuestra lucha no es más que la continuación armada de la lucha política del movimiento» (documentos C y R)
De allí que nuestro rol fuera sencillo: «claro que esta maniobra fue montada con la intención de desvincularnos del movimiento popular, para hacernos aparecer al peronismo como algo domesticado, inofensivo y conciliador, negando la existencia de su brazo armado». (documentos C y R).
La organización tuvo una concepción movimientista, expresada en los primeros documentos, absolutamente acorde con la visión posteriormente explicitada por el conductor estratégico de que las organizaciones armadas peronistas eran «formaciones especiales» del movimiento en su guerra integral. Por lo que es lógico que haya existido por parte de numerosos compañeros la aceptación de que el accionar de la guerrilla pudiera ser utilizado por el Viejo para presionar salidas reformistas. Y además porque, en la práctica posterior, si bien se profundizaron las tendencias militaristas, foquistas y vanguardistas siempre lo hicieron en referencia al «movimiento» y respetando la conducción del Viejo (Perón), hasta la confusión total.
Por lo tanto ¿Perón también conducía la lucha armada? Es difícil generalizar y asignar a todos los militantes originarios una misma posición en cuanto a la relación con Perón y como se lo veía a futuro. Porque no había en los grupos iniciales demasiado debate en cuanto a nuestra relación con su conducción. Él era el conductor del conjunto y había que hacer todo lo posible para lograr su reconocimiento. Él otorgaba el carné de peronista. Y creo que, en principio, los más movimientistas aceptaban ciegamente la conducción directa de Perón.
Aunque también hay que señalar nadie pidió permiso para las acciones principales, y el general, posteriormente «encomió lo actuado». Pero pese a esta «independencia» inicial, estaba fuertemente instalada en la organización, y así se expresaron los primeros documentos, una concepción movimientista, absolutamente acorde con la visión posteriormente explicitada por Perón de que las organizaciones armadas peronistas eran «formaciones especiales» del movimiento en su guerra integral.
El tema es complejo, y es para pensarlo, porque es inocultable que la estrategia de la lucha armada foquista implicaba la premisa de que la «conducción del proceso revolucionario debía estar en manos de la vanguardia combatiente», lo que convertía en inevitable la ruptura con Perón. Quizás por eso la conducción montonera insistió hasta el absurdo en que había una relación de identidad entre Montoneros y Perón al que caracterizaban (pienso que para la gilada) como a un líder revolucionario.
Pero estos son problemas políticos que se plantearon posteriormente. Para nuestro grupo inicial, «lo político» no era el problema. Nuestras primeras y obsesivas actividades se dirigieron a montar el aparato militar aún a costa de suspender el análisis y la reflexión política.
El foco condiciona la construcción política
Nuestro gurú Regis Debray nos decía: «la más decisiva de las definiciones políticas es pertenecer a la guerrilla, a las fuerzas armadas de liberación, por lo que es posible llegar al foco político a partir del foco militar pero imposible llegar al foco militar a partir del foco político» CITA (253). Y nadie mejor que nosotros para conformar el foco militar en la medida que no traíamos «compromisos» ni estábamos contaminados por la «politiquería» ya que éramos externos al sistema político y aún al movimiento social. Además, Debray nos enseñaba que «la práctica del foco crea a los dirigentes, a los cuadros del futuro partido y desarrolla hasta el campo teórico del proceso revolucionario».
La lucha armada nos unificó a todos. Puso las cosas en blanco y negro. Se discutió lo concreto para la acción. Se acabó la relación intelectual con la violencia. Se planificó cómo ejercerla. Éramos la continuidad de los héroes de la resistencia. Sentíamos que habíamos terminado con los debates abstractos e inútiles propios de los ámbitos estudiantiles e intelectuales incapaces de transformar la realidad.
Partíamos de una simple y clara (un poco maniquea) caracterización del enemigo, por lo que toda discusión sobraba. Bastaban acuerdos muy simples, peronismo (sin profundizar mucho) y lucha armada, para incorporarse a las filas combatientes. En realidad, la lucha armada fue un ordenador de las historias políticas personales de cada uno de nosotros.
Porque en el grupo originario cordobés coexistían cristianos sin experiencia ni formación política alguna, militantes que venían del grupo «La Verdad» de Nahuel Moreno, peronistas y otros compañeros que, honestamente, no tengo la menor idea de lo que pensaban, más allá de las simples definiciones mencionadas. Era preferible dos compañeros entrenándose a las 6 de la mañana, que treinta discutiendo hasta la madrugada acerca de cuántas hectáreas iban a tener los pequeños productores agrarios después de la reforma agraria cuando tomáramos el poder.
Estábamos absolutamente convencidos que era inaceptable militar políticamente o simplemente plantearse seriamente el problema de la revolución en nuestro país, sin dar respuesta al interrogante de cuál era la estrategia para derrotar al brazo armado de la oligarquía y el imperialismo. Si la lucha armada nos marginaba de las luchas sociales y políticas no importaba, porque el pueblo ya tenía su vanguardia. Había nacido el actor principal y todo debía subordinarse a él. Esto nos llevó a considerarnos elegidos, predestinados, entregados a un accionar central e imprescindible. […]
El debate interno también se militarizó
Pero la vida de guerrillero no sólo nos excluyó de la lucha política y social que libraba la sociedad, no sólo nos limitó en la relación con el «afuera». También limitó el debate político interno en la medida que nos contactábamos sólo con los compañeros del ámbito de pertenencia y para lo estrictamente necesario. Esto se profundizó más aún y el debate interno se congeló. Se suspendió «provisoriamente» la democracia interna y aún las más elementales reglas del llamado centralismo democrático (que era muy centralista y muy poco democrático).
Mas tarde, en épocas de mayor clandestinidad esta tendencia al congelamiento del debate político se agravó y sólo se debieron cumplir las líneas generales que bajaba la conducción. Terminaron imponiéndose (en términos generales) conceptos traídos del ejército burgués como aquel que «las órdenes primero se cumplen y después se discuten».
En realidad, a nadie se le ocurría discutir una orden ya cumplida y las llamadas autocríticas posteriores estaban condicionadas absolutamente por la evaluación de la conducción o por el éxito o el fracaso que, en la realidad, había tenido la acción en cuestión. La tarea urgente de la construcción de la organización político-militar no podía ser retrasada: «lo decisivo para el futuro es la apertura de focos militares y no de “focos” políticos».
A los que se oponían les faltaba coraje o eran incapaces materialmente. O no sabían optar por lo primordial, postergando lo secundario, o simplemente eran reformistas incorregibles con intereses espurios. Nosotros éramos los sacrificados militantes que, dejando las cosas banales de la vida, decidíamos voluntaria y conscientemente entregarla por nuestro pueblo construyendo el foco guerrillero. La ecuación era simple y clara. Las condiciones objetivas y subjetivas estaban dadas. Era lícito por lo tanto mostrar mayor poder o desarrollo del que realmente se tenía para atraer y convencer (deslumbrar) a las masas para que se incorporaran.
Con el tiempo estas concepciones se agravaron. «Que la victoria era cercana, que estaba a la vuelta de la esquina, que el asalto al poder era posible, que el pueblo ya tenía su vanguardia capaz de conducirlo a la victoria». Lo primero era proteger y fortalecer la «orga». Se podía descuidar, abandonar o hasta negociar «trabajos o desarrollos políticos» pero jamás atentar contra el fortalecimiento del aparato militar (las infraestructuras como casas, fábricas de armas o granadas pasaron a tener en algunos casos casi más valor que los mismos militantes). Y esta concepción valorativa de «lo militar» condicionó los méritos y castigos. Los más audaces, los más jugados, los más valientes en el combate, eran los mejores cuadros, los más confiables. En términos generales se puede afirmar que ascendía el más audaz, al más fierrero.
Y los cuadros políticos sociales, que tenían niveles de representatividad propios en el movimiento popular eran integrados a las periferias y dependían de «responsables» (aun en sus propias áreas de representación) que eran muchas veces jóvenes estudiantes que habían hecho méritos como audaces combatientes (quizás porque eran temerarios o buenos tiradores).
Así, lo que era bueno para la organización era bueno para la revolución. La organización, entonces, comenzó a priorizar sus intereses propios frente a los intereses de la bases o lucha populares. Posteriormente a nuestra disidencia, la dirección negoció luchas fabriles que libraban compañeros de la JTP contra la UOM, a cambio de cargos en listas electorales. Esta grave concepción acerca de quién es el actor revolucionario en nuestro país, planteado oportunamente por la disidencia de los Sabinos, fue con el paso del tiempo lo que más gravitó sobre el desarrollo y accionar de Montoneros y las organizaciones guerrilleras en general.
En los años siguientes a su lanzamiento, Montoneros desde la soberbia absoluta llegó a considerarse el actor sujeto histórico político, predestinado a hacer la revolución. No era la clase obrera ni el pueblo. No eran los organismos de masas. Tampoco el pueblo a través de las organizaciones gestadas en su seno. Era la organización Montoneros que luchaba por y para el pueblo. No desde y con el pueblo.
Dentro de esta concepción, era lógica la incorporación de compañeros que hacían trabajos de base al grupo combatiente, abandonando esos desarrollos sociales y políticos. O negociar con la UOM el levantamiento de una huelga fabril que impulsaban compañeros de JTP a cambio de uno o dos lugares en una lista de diputados, que otorgaba más poder político a la organización; u operar militarmente en una zona de conflicto, sin tener en cuenta las consecuencias represivas que caerían sobre la agrupación que, desde años atrás, venía fortaleciendo un grupo de base. O pasar a la clandestinidad dejando al descubierto a todos los compañeros de «superficie».
Las consecuencias políticas fueron inevitables. La organización, y sus intereses «propios» de pretendida vanguardia, se convirtió en una patrulla perdida, desvinculada totalmente de la realidad y los intereses concretos de la clase obrera y el pueblo.
Estas bases conceptuales erróneas, que ya se podían rastrear en los grupos iniciales como el nuestro, se multiplicaron con el crecimiento de la organización. Porque la mayor capacidad de violencia para imponerse permitió realizar acciones aprietes a través de las cuales la organización se instaló en la agenda política en todos los niveles (desde el apriete o atentado contra el capataz de una fábrica hasta los ajusticiamientos en la política de «continuar la persecución» antes del 25 de mayo de 1973). Con las armas la «orga» instalaba protagonismo con gran espectacularidad militar dificultando, por ejemplo, en las proximidades de la apertura democrática la participación masiva o el debate de ideas donde pudiera participar la militancia común y el conjunto de la población.
Montoneros eligió un accionar funcional a su estrategia militarista y foquista, despreciando las aperturas que posibilitaban abrir brechas democráticas de lucha política con alta participación popular. Elevó las apuestas con la presencia descontrolada de la acción armada. que respondía a los intereses políticos y militares propios del aparato montonero. Pretendió ser el árbitro, la autoridad dueña del poder de la violencia que dirimía los conflictos políticos, remplazando la lucha popular, impidiendo a los sectores populares desarrollar sus propias experiencias, sus propios dirigentes, sus propias organizaciones y sus propias victorias y derrotas.
Intentó apoderarse del monopolio de la fuerza (no de la política), en una disputa con el otro aparato de las fuerzas armadas, y esto dejó al conjunto del pueblo como aterrado espectador sin posibilidad de participar ni opinar. Espero que esta mirada crítica nos permita acercarnos a la comprensión del proceso por el cual amplios sectores de nuestra sociedad (para no pensarse a sí mismos y liberarse de culpas), adoptaron la perversa «teoría de los dos demonios» que hoy cuesta tanto combatir.
Quizás ese sea el único valor de líneas, de este intento de mirada crítica. De tratar de exponer estos retazos de historia militante para analizarlos. Porque tengo la sensación que le debemos una explicación más seria que la apologética, difundida y defendida hasta ahora, a los amplios sectores populares con los cuales compartimos largos años de lucha. Es con ellos que debemos tratar de comprender el pasado y tratar de construir el futuro.
Pero para ello, humildemente, tenemos que desmontar mitos y consignas y revisar, hasta poder explicar por qué, tanto amor, tanto compromiso, tanta valentía, tanta entrega terminó en una brutal derrota que hoy nos duele hasta la sangre y en la que perdimos a nuestros hermanos más queridos que hoy, como siempre, están entre nosotros. Porque para no reincidir en los errores, para construir nuestro futuro como pueblo, no alcanza con absolver o condenar. Creo que lo importante es comprender.
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Después de leer todo el delirio expuesto por tipos como Ignacio Vélez Carrera, qué duda cabe, que estaban derrotados antes de empezar, de hecho, el marxismo y sus variaciones ya fueron expulsada de la Historia, fue derrotada empíricamente, ya no son parte de este mundo político, pertenece al lugar asignado a los perdedores de la historia.