HUTUS Y TUTSIS
EL GENOCIDIO AFRICANO
Ricardo Veisaga
Acabo de leer el libro de Gaël Faye, titulado: «Pequeño país», premio Goncourt des Lycéens 2016, con más de 700.000 ejemplares vendidos. Gaël Faye nació en Burundi, en 1982, de madre ruandesa y padre francés. En 1995 huyó de su país natal a Francia con su padre y hermana, debido a la guerra burundesa y al genocidio tutsi en Rwanda. En el prólogo del libro dice:
La verdad es que no sé cómo comenzó esta historia. Papa, sin embargo, nos lo había explicado todo un día en la camioneta. -Mirad, en Burundi sucede como en Ruanda. Hay tres grupos diferentes, se llaman etnias. Los hutus son los más numerosos, son bajitos y tienen la nariz ancha. -¿Como Donatien? -le pregunté yo.
-No, él es zaireño, no es lo mismo. Como nuestro cocinero, Prothé, por ejemplo. También están los twa, o sea, los pigmeos. Ellos, bueno, dejémoslo, solo son unos pocos, digamos que no cuentan. Y luego están los tutsis, como mamá. Son mucho menos numerosos que los hutus; son altos y flacos, con la nariz fina y nunca se sabe lo que les pasa por la cabeza. Tú, Gabriel -añadió mi padre señalándome con el dedo-, eres un auténtico tutsi, nunca se sabe lo que piensas.
Tampoco yo sabía que pensar. Al fin y al cabo, ¿qué podía pensar uno de todo aquel lio? Así que le pregunté:
-¿La guerra entre los tutsi y los hutus es porque no tienen un mismo territorio?
-No, no es eso, están en el mismo país.
-Entonces… ¿no hablan la misma lengua?
-No, la lengua que hablan es la misma.
-Entonces, ¿es porque no tienen el mismo dios?
-Si, si tienen el mismo dios.
-Entonces… ¿por qué están en la guerra?
-Porque no tienen la misma nariz. La conversación se detuvo ahí. De veras que aquel asunto era muy extraño. Creo que papá tampoco lo entendía muy bien. A partir de aquel día, empecé a fijarme en la nariz y en la estatura de la gente por la calle.
El libro es demasiado flojito para tantas ventas y tampoco le podemos pedir al autor que entienda que es la guerra. Creo que es necesario explicar un poco de que se trató el llamado genocidio de Rwanda. Hay una visión edulcorante muy extendida respecto a los pueblos del África y se cree que la maldad solo es propia de Occidente.
Con el nombre de Tutsi se conoce a una clase social o pueblo que tenían origen en la región de los Grandes Lagos de África. Muchos de nosotros lo conocemos como watusi o watutsi, estos formaron un subgrupo de los pueblos de Banyarwanda y Barundi, que residían principalmente en Rwanda y Burundi, también hay poblaciones en Uganda y Tanzania.
Los tutsis son la segunda población más grande en Rwanda y Burundi, el más grande son los hutus y el más pequeño el twa. Las definiciones de «hutu» y «tutsi» van dependiendo del tiempo y el lugar. Las estructuras sociales no se mantuvieron estables en Rwanda, incluso durante la época colonial bajo el gobierno belga. La aristocracia o élite tutsi se distinguía de los plebeyos tutsis y los hutus ricos a menudo eran indistinguibles de los tutsis de clase alta.
Los belgas durante la colonia Ruanda-Urundi, (que, en 1972, dio lugar a los estados de Rwanda y Burundi), intentaron aprovechar las estructuras políticas nativas mediante la introducción de una política de gobierno indirecto. Los belgas consideraban el orden consagrado de la sociedad, solo los tutsis tenían permitido asistir a escuelas secundarias o unirse a la administración colonial.
El método que usaron los belgas para determinar quién era tutsi, fue hacer un censo y expedir documentos de identidad que definían como tutsi a quienes poseían diez o más vacas y como hutu a los que tenían menos. Se dice que los tutsis llegaron a la región de los Grandes Lagos desde el Cuerno de África.
Los tutsis son el último pueblo que llegó a asentarse en Rwanda y Burundi. Los primeros habitantes nativos de esta región era el pueblo twa o watwa (en plural batwa), un pueblo pigmeo. Después llegaron los hutus (wahutu), un pueblo bantú y dominaron a los batwa. Más tarde, los tutsis inmigraron y dominaron tanto a los hutus como a los batwa, estableciendo diversos reinos dominados por ellos.
Originalmente había una diferencia entre ellos en su estatura. Una persona twa es tradicionalmente baja (pigmeos), los hutus tienen una estatura media y los tutsis son altos; aunque en tiempos modernos el cruce entre estos grupos está reduciendo estas diferencias. Debido a la historia de la mezcla entre hutus y tutsis, por más de cuatro siglos de mestizaje, ha llevado al consenso entre los etnógrafos e historiadores es que los hutus y los tutsis no pueden ser considerados como grupos étnicos distintos.
Las desigualdades entre los derechos de los grupos raciales no eran extremas, pero eran importantes. Para los tutsis, los hutus eran básicamente considerados como trabajadores. Los tutsis eran pastores, lo que les permitió tener éxito políticamente. Si un tutsi asesinaba a un hutu, los del linaje del hutu podían matar al tutsi en venganza, pero si un hutu asesinaba a un tutsi, los del linaje del tutsi podían matar al hutu y a otro miembro de su familia en venganza.
Los tutsis mantuvieron la mayoría del poder (otorgado por los belgas que los consideraban una raza superior, creando un gran resentimiento por parte de los hutus, que cuando obtuvieron el poder democráticamente se creó un clima de desconfianza y venganza que llevó al genocidio de la población tutsi en 1994, donde más de un 75% de los tutsis ruandeses fueron exterminados.
Los hutus, los tutsis y los batwa hablan el mismo idioma. Algunos estudiosos mantienen que los hutus y los tutsis realmente no son razas o pueblos diferentes, sino diferentes castas. Fue el imperio depredador belga quienes crearon esta noción de dos razas diferentes. Si un tutsi y un hutu tienen un hijo en común el descendiente es considerado de la etnia paterna.
Hutu (también conocidos como bahutu, wahutu), es el nombre dado a uno de los grupos étnicos que habita principalmente en Burundi, República Democrática del Congo, Uganda y Rwanda. Es el grupo mayoritario en Rwanda y Burundi, ya que aproximadamente el 90% de los ruandeses y el 85% de los burundeses se consideran hutus. Pero, como dijimos, esta división es más artificial.
Tanto los hutus como los tutsis comparten en su mayoría la religión cristiana y los idiomas kiñaruanda y kirundi, derivados del idioma bantú. A lo largo del siglo XX las identidades tutsi y hutu se institucionalizaron por los sucesivos gobiernos coloniales que volcaron su apoyo a los minoritarios tutsis con mayor tradición en el poder.
En cambio, el pueblo mayoritario (hutus) se vio cada vez más sumergido y relegados social y económicamente, a pesar de su amplia mayoría demográfica. Desde su nacimiento una persona recibía en su carné de identidad el calificativo de tutsi o hutu impidiendo la movilidad social. Las rivalidades y resentimientos entre tutsis y hutus derivaron en enfrentamientos armados desde la segunda mitad del siglo XX y se continuaron en el XXI.
Aunque los doctores belgas creían en una diferencia de rasgos entre hutus y tutsis, en la práctica era imposible diferenciarlos pues se habían mezclado. Esto llevó a los belgas a crear una diferenciación económica: los tutsis tenían diez o más cabezas de ganado, los hutus menos. En 1994, más de 7 millones de personas vivían en Rwanda divididas en tres grupos étnicos: hutus, que suponían la gran mayoría de la población, tutsis y twa.
La situación precolonial Ruanda-Urundi, como ya vimos, nos presenta una sociedad multiétnica compuesta por los twas, los tutsis y los hutus. Los twa denominados pigmeos representaban el 1% y se dedicaban a la caza y a la recolección de frutos. Los tutsis representaban un 14% y se dedicaban al pastoreo, y los hutus el 85% y se dedicaban a la agricultura.
La jerarquía político-social se distinguía por la posesión de bienes materiales, lo que posibilitó el ascenso de los tutsis como élite politica-económica. Los hutus fueron privados de privilegios políticos y sometidos al «uburetwa» o régimen de trabajo forzado. Estas relaciones perduraron hasta el siglo XIX y tomó otro rumbo con la llegada del colonialismo europeo.
El colonialismo empezó con la Conferencia de Berlín de 1885 para evitar el enfrentamiento entre estados europeos fuera de Europa, por la expansión de autoridad en el África, con la apertura de la repartición de África. En el caso de Alemania paso a controlar los territorios de África oriental, y por lógica con Ruanda-Urundi. El 4 de agosto de 1894 se reunieron el Conde alemán Gustav Adolf von Gotzen y el rey Rwabugiri, y se estrecharon lazos para sostener el control tutsi.
El colonialismo alemán consolidó la división tutsi y hutu por la etnicidad. Al finalizar la Primera Guerra Mundial en 1918 y la posterior celebración del Tratado de Versalles en 1919, las provincias orientales del África alemana pasaron a ser administradas por Bélgica en 1920 bajo el dictamen de la Liga de Naciones. Es decir, que, tras la Primera Guerra Mundial, Rwanda pasó a pertenecer a Bélgica.
Las relaciones entre los belgas y el rey Rudahigwa se estrecharon. Este rey llamado el rey de los blancos con vestimentas occidentales, fue convertido al cristianismo en 1943 y con ello Rwanda también. Los belgas emitieron documentos étnicos a la población, la diferencia entre hutus y tutsis se basaba en la cantidad de bienes materiales, dinero y ganado.
Con la descolonización de los años 50, las tensiones aumentaron y comenzaron los conflictos étnicos entre hutus y tutsis. Con el surgimiento de las Naciones Unidas, estas enfatizaron la libertad, la justicia y la protección, para ello se creó el «Consejo de Administración Fiduciaria» con el objetivo de «supervisar la transición hacia la independencia de los pueblos colonizados del mundo».
En 1953 se celebran comicios con derecho al voto restringido para elegir los cacicazgos lo que afianza el poder de la élite tutsi. Pero esto se fragmentaría en 1956 en las elecciones de cacicazgo, donde los tutsis perderían en el norte de Ruanda-Urundi, en la actualidad Gisenyi y Ruhengeri, ganando la mayoría hutu. Este éxito de los hutus dio lugar a la publicación en marzo de 1957, del Manifiesto hutu en donde se reivindica la democracia, el control del Estado por los hutus y el fin de la documentación étnica.
Para tal fin, en 1959 surge el Partido del Movimiento de Emancipación Hutu, por su sigla (PARMEHUTU) con la idea de terminar con la dominación tutsi. Entre 1945 y 1954 de 477 alumnos solo 16 eran hutus, la mayoría de los hutus que tenían formación en escuelas y seminarios cristianos no podían obtener empleos y optaron por ser comerciantes, mientras que las mujeres hutu no tenían derecho a la educación.
Ante la oposición hutu, el 3 de septiembre de 1959, surge el partido de la Unión Nacional Rwandesa (UNAR) controlada por la monarquía tutsi de signo anti-belga, y luego un tercer partido, la Unión Democrática Rwandesa (ARDER) de corte moderado. La división étnica se convertiría en una división política. El 1 de noviembre de 1959, un grupo de militantes de la UNAR atacaron a Dominique Mbonyumutwa líder del PARMEHUTU.
Este hecho desencadenó el 11 de noviembre la llamada Revolución Social hutu de 1959 a 1961, estos hechos determinaron en la historia de Rwanda la declaración de la independencia y la inversión de la lógica étnica. Tras la Revolución social, la administración belga estableció un gobierno hutu, y los recursos económicos se encomendaron al coronel belga, Guy Logiest, ante la muerte del rey tutsi Mutamara III Rudahigwa en 1959.
En 1959, cientos de tutsis fueron asesinados. Y al declarar Rwanda la independencia, miles de tutsis pidieron refugio en los países vecinos. Desde allí, los tutsis comenzaron a organizarse y prepararon un ataque contra los hutus y el gobierno, asesinando a numerosos civiles y creando nuevas oleadas de refugiados. Al final de los años 80, casi medio millón de ruandeses estaban refugiados en Burundi, Uganda, Zaire y Tanzania.
Entre junio y julio de 1960 se celebraron las elecciones presidenciales, donde el PARMEHUTU ganó con el 90% de los votos, logrando así un gobierno hutu provisorio bajo el gobierno de Grégoire Kayibanda que proclamó la independencia de Rwanda. En 1962 Kayibanda impone la dominación de la mayoría bajo la coerción y el control, se eliminó grupos políticos opositores como la UNAR y ARDER, con el fin de implantar el partido único.
Se aumentó el número de la Guardia Nacional de 1.300 a 3.000 efectivos, se crearon controles policiales para el control de los documentos de identidad y la organización de grupos de autodefensa. En 1973 el general Juvenal Habyarimana depuso al presidente Grégoire Kayibanda por medio de un golpe de Estado, consolidando la segunda República, que reprodujo el sistema de dominación de Kayibanda. Juvenal Habyarimana transformó el PARMEHUTU en el Movimiento Revolucionario Nacional para el Desarrollo (MRND).
El MRND absorbía todo movimiento social y de esta manera garantizó la victoria de las elecciones presidenciales en diciembre de 1983 y diciembre de 1988, también implementó un sistema de cuotas para reducir el ingreso de los tutsis en las escuelas y universidades. El ingreso de los tutsis en el gabinete era de 19 miembros sobre un total de 30, un embajador de servicios de Asuntos Exteriores, 2 diputados para la Asamblea Nacional y 2 miembros para el Comité Central.
En 1988, fundan los exiliados en Uganda el Frente Patriótico Ruandés (FPR), compuesto principalmente por tutsis exiliados que habían participado en la resistencia. En 1990, el FPR lanzó el mayor ataque a Rwanda desde Uganda. Los tutsis que vivían en Rwanda fueron tratados como traidores y cómplices de lo sucedido. En 1993, ambos países firman los acuerdos de paz de Arusha y se crea un gobierno de transición compuesto por hutus y tutsis.
Rwanda vivía una guerra encubierta que llegó a su punto álgido en 1993, cuando el hutu Melchior Ndadaye, vencedor de los primeros comicios democráticos que se celebraban, fue asesinado tan sólo cuatro meses después de haber sido nombrado presidente.
El día 5 de abril de 1994 el presidente Habyarimana viajó a Dar-es-Salaam (Tanzania) a la Cumbre de países africanos que no se pudo realizar, por tanto, decide regresar a Rwanda junto al presidente de Burundi Cyprian Ntayamira, y sus asesores. En las proximidades de Rwanda, el 6 de abril, el avión inició su descenso en el aeropuerto de Kigali, siendo impactado por dos misiles muriendo en el atentado los dos presidentes. La muerte de Habyarimana fue el pretexto para desarrollar el genocidio de abril a julio de 1994.
De esta manera los hutus burundeses pudieron masacrar a los tutsis burundeses. La Radio y Televisión Libre Mil Colinas (RTLMC), anunció el 7 de abril que la muerte de los presidentes de Rwanda y Burundi, fue responsabilidad del FPR y los miembros de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Rwanda (UNAMIR) desplegada en octubre de 1993. En sus trasmisiones el RTLMC llamaba al FPR un demonio al cual había que exterminar. Era necesario exterminar por medio del sumusiga o genocidios tutsis.
Aunque en 1993 se firmó un acuerdo de paz entre el Frente Patriótico Ruandés (FPR), formado por rebeldes tutsis exiliados en otros países, y el Gobierno, el odio ya arreciaba. Desde su creación en 1980, El FPR venía tranzando una aguda lucha con el Gobierno hutu desde que subió al poder.
Las Fuerzas Armadas Ruandesas (FAR) y las milicias interahamwe levantaran controles policiales apoyados por tanques ligeros. Se armó con fusiles AK-47 a los civiles hutus y se distribuyeron machetes para aniquilar a los tutsis y hutus opositores al gobierno. Paralelamente se produjeron masacres en las regiones de Kicukiro, el estadio de Amahoro y en el Distrito de Kimihurura.
Los extremistas incitaron a la población hutu a matar a los tutsis todos los días, considerándolos indivisibles de los rebeldes. El Gobierno le dijo a la población hutu que, a menos que todos los tutsis fueran derrotados, el país volvería al Gobierno tutsi como lo habían experimentado en el periodo colonial. Los hutus pensaron que habían sido los rebeldes quienes asesinaron al presidente, aunque, 25 años después, no se sepa con certeza quién lo hizo. En mi opinión, fueron grupos extremistas hutus enquistados en el poder.
En apenas cien días se desencadenó un genocidio, el peor cometido jamás en África, a manos de hutus, de manera «planificada, sistemática y metódica», según denunció la ONU. Se estima que hubo entre 800.000 y 1.000.000 de personas asesinadas, en su mayoría tutsis, que fueron masacradas -principalmente a machetazos- por milicias hutus extremistas, soldados y la propia población civil. Entre las víctimas mortales se destacan los hutus moderados y, según cifras de las Naciones Unidas, al menos 250.000 mujeres ruandesas, sobre todo de la etnia tutsi, fueron a su vez violadas.
Del conflicto en Rwanda no existen números exactos, solo víctimas y el estigma de los hijos que nacieron de las violaciones, o «los hijos de los asesinos» como los llamaron. Los hutus tomaban a las mujeres, las violaban, y en algunos casos les transmitían VIH o las embarazaban, pero a la mayoría las asesinaban. 250.000 personas quedaron contagiadas por el virus del sida y más del 75% de la población vivía por dejado del umbral de la pobreza.
El 7 de abril de 1994, la primera ministra Agathe Uwilingiyimana y diez soldados belgas de las fuerzas de la ONU que la custodiaban fueron asesinados brutalmente por los soldados del gobierno que se aliaron con los hutus. Después de la masacre de sus tropas, Bélgica y Naciones Unidas retiraron sus fuerzas del país, seguida por otros países, lo que llevaría a que el 21 de abril la UNAMIR (Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda) se viera obligada a reducir sus efectivos.
El 8 de abril de 1994, se realizó una reunión de oficiales que contó con la presencia del coronel Luc Marchal, el general Agustín Ndindiliyimana, el comandante y general de los gendarmes Théoneste Bagosora. La reunión tuvo como fin aclarar al general Romeo Dallaire, jefe de la UNAMIR, que no se trataba de un golpe de Estado, pues la posición de los militares era «encarrilar el Acuerdo de Arusha y garantizar la creación de un gobierno de transición», y enunciar las masacres como defensa de la ‘democracia’.
Ante el miedo del control político por parte del FPR, el 9 de abril se reunieron en la École Supérieure Militaire (ESM) el coronel Bagosora, el coronel Leonidas Rusatira, los Militares Oficiales ruandeses, los comandantes de los Campamentos Militares, los Oficiales del Estado Mayor, personal del Cuartel General, la Gendarmería, y los oficiales enlace con la UNAMIR, para formalizar la creación de un Comité de Seguridad Pública, y un Comité de Crisis para implementar un acuerdo de paz.
En la misma reunión el grupo extremista consolidó un gobierno interino bajo el gobierno de Jean Kambanda, el cual declaró que las muertes expresaban una acción espontanea de los militares hutus por la muerte del presidente. Para consumar el genocidio el gobierno de Kambanda facilitó listas de líderes políticos tutsis y hutus opositores al régimen de Jean Kambanda.
Estas listas permitieron a la Guardia Presidencial dar inicio a los asesinatos el 7 de abril, a Landoald Ndansingwa miembro del partido liberal, al Primer Viceministro del Partido y Ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, y cinco observadores militares ghaneses. El 10 de abril las FAR y las milicias interahamwe (los que matan juntos), se movilizaron al oeste de Kigali para asesinar a diez observadores militares belgas y a la Primera Ministra Agatha Uwilingiyimana.
El jefe administrativo del Ministerio de Asuntos Exteriores Déo Havuhimana, y el abogado y miembro del PDS Kimihurura Félicien Ngango, fueron asesinados. Ante esta situación los opositores al gobierno como PSD, PL y MDR huyeron a las fronteras con Uganda, Tanzania y Burundi. El gobierno de Kambanda desplegó las milicias interahamwe al norte de Kigali, y en la prefectura de Byumba con el fin de masacrar a los tutsis que huían hacia Uganda.
En la parroquia de Gisuma mataron a machetazos a ruandeses, en la comuna de Kimihurura los miembros de la Guardia Presidencial provocaron masacres de tutsis, en Gikondo masacraron a machetazos, degollamientos, violaciones y amputaciones de miembros, de unos 10.000 tutsis. El 15 de abril con la salida de los peacekeepers belgas, la Gendarmería y la FAR intensificaron las masacres a gran escala mediante la reunión en lugares públicos.
El 19 de abril, las FAR arrojaron bombas sobre el Estadio de Amahoro, para esta fecha ya sumaban en 200.000 muertos. El 21 de abril los interahamwe y la Guardia Presidencial, en la prefectura de Butare provocaron la muerte de estudiantes de la Universidad Nacional utilizando las tarjetas de identificación de 600 estudiantes tutsis. Los interahamwe atacaron el Grupo Escolar y dieron muerte a 600 huérfanos y 3.000 tutsis.
El 21 de abril cerca de Gikongoro, parroquia de Murambi, los sacerdotes pidieron a los tutsis que se refugiaran en las 64 aulas de la escuela técnica, posteriormente fueron interceptados por los interahamwe y fueron asesinados alrededor de 40.000 tutsis. El 22 de abril en Cyangugu dejaron unos 13.800 ruandeses sin vida, durante la noche asesinaron a pacientes en el Hospital Universitario de Butare.
El 22 de junio, el Consejo de Seguridad autorizó a las fuerzas francesas a enviar una misión humanitaria, llamada la Operación Turquesa, que salvaría a cientos de civiles en el suroeste de Ruanda. Esta operación estuvo apoyada por soldados de Senegal, Chad, Níger y Mauritania, con una duración de 60 días. Tenía como objetivo la creación de zonas de seguridad para que los refugiados pudieran llegar a Burundi y Tanzania y evitar en encuentro con el FPR y el Ejército ruandés.
Si bien es cierto el odio aumentaba entre partidarios de la república, de mayoría hutu, y partidarios del régimen anterior a esta, mayormente de la etnia tutsi, a principios de la década de los 70 el enfrentamiento no era exacerbado, aunque ya se estaba fraguando una división social pronunciada. En 1972 se produjeron unas terribles matanzas en el vecino Burundi, 350 000 hutus fueron asesinados por tutsis y esto provocó un sentimiento antitutsi por parte de la mayoría de los hutus en el interior de Ruanda.
La población comenzó a exigir a su presidente Grégoire Kayibanda mano dura contra la antigua clase dominante en el país y la respuesta insatisfactoria por parte del presidente y los casos de corrupción en el Gobierno provocaron el golpe de Estado del general Habyarimana de origen hutu, en julio de 1973. Aunque su aparición en la escena política fue a través de un golpe de Estado, el gobierno de Habyarimana realizó una buena gestión hasta la segunda mitad de los 80, con el apoyo logístico y militar de Francia.
El Banco Mundial presentaba a Rwanda como modelo de desarrollo en el África subsahariana durante la década de los 80, y por Amnistía Internacional, que, en 1990, daba como satisfactorio el respeto de los derechos humanos. Aunque la tensión se mantuvo durante los 17 años siguientes al golpe de Estado de Habyarimana, este logró apaciguar a unos y a otros cediendo, sobre todo, que el control financiero del país se concentrara en manos tutsis.
Además, durante algunos años, el FPR se había internado en Rwanda de forma clandestina y había reclutado a muchos jóvenes tutsis por todo el país para recibir una formación ideológica y militar y constituir brigadas secretas, diseminadas masivamente por las colinas. Pero en 1993, el gobierno de Habyarimana, por medio del empresario Félicien Kabuga negoció con la empresa china Oriental Machinery, como parte del plan de estrechar lazos con China, entre otras cosas adquirieron 581.000 machetes por un valor de 725.669 millones de dólares.
De acuerdo a todos los datos y testimonios que se poseen hoy, acerca del genocidio de Rwanda, hay que aclarar que este no fue exactamente un genocidio de hutus por un lado contra tutsis, por otro, sino que un grupo radical y mayoritaria de los hutus fue la que preparó el aniquilamiento masivo tanto de tutsis como de hutus moderados u opositores del régimen de Habyarimana y afines al Frente Patriótico Ruandés (FPR).
Por lo tanto, el genocidio no fue sólo de carácter étnico, sino político. Por otro lado, se puede destacar que hubo entre las víctimas miles de ciudadanos hutus muertos a manos del FPR. Diversos testimonios sostienen que los militares del Frente Patriótico Revolucionario cometieron igualmente asesinatos masivos. Pese a todo, está claro que los tutsis fueron masacrados: se eliminó al 75% de su población en el genocidio.
En otras áreas, los asesinatos siguieron hasta el 4 de julio, cuando el FPR tomó el control militar de todo el país. El 15 de julio, el Frente Patriótico Ruandés se apodera de Kigali obligando al gobierno hutu radical a huir del país en dirección al Zaire y son seguidos por al menos dos millones de hutus que crearon el campo de refugiados más grande de la historia en Goma, «la ciudad de los muertos».
Entonces, el ejército francés delega el mando de su misión a las tropas etíopes y el FPR forma un nuevo gobierno interino de unidad nacional en Kigali. Esta fecha es considerada como el final del genocidio. A mediados de julio de 1994, es cuando se forma un Gobierno de Unidad Nacional con Pasteur Bizimungu (hutu) con el cargo de presidente y Paul Kagame (tutsi) como vicepresidente.
Aun así, en los campos de refugiados, la enfermedad y más asesinatos acaban con la vida de miles de personas. Durante el tiempo que duró el genocidio, ninguno de los gobernantes estadounidenses usó esta palabra para definir lo que estaba ocurriendo en el país centroafricano.
Si lo hubiesen definido como genocidio, habrían estado obligados a intervenir en el conflicto. En su lugar, utilizaron la definición «actos de genocidio» para describir la situación. Pero lo más importante y que más influencia tuvo en el seno de las Naciones Unidas y por lo que no se actuó antes, fueron las discrepancias que Estados Unidos sostuvo con el Secretario General de la ONU, Boutros Boutros-Ghali.
El genocidio ruandés trajo consigo graves consecuencias para la región de los Grandes Lagos. Poco tiempo después del término de la crisis local, ésta se trasladó a los vecinos Zaire, Burundi y Uganda. El más afectado por esto fue Zaire, que ya vivía una crisis interna debido a la desestabilización generada por el desastroso gobierno de Mobutu Sese Seko.
Mobutu, había permitido a los extremistas Hutu entre la población de refugiados operar con impunidad. En octubre de 1996, continuó el apoyo de los militantes hutus conduciendo a un levantamiento de la etnia Tutsi Banyamulenge en el Zaire oriental (apoyado política y militarmente por Rwanda), que marcó el comienzo de la Primera guerra del Congo. La llegada de millones de refugiados se convirtió en el caldo de cultivo que desataría la Primera y la Segunda Guerra del Congo y que dejaría el trágico saldo de 3.8 millones de muertos y un gran número de exiliados.
El 8 de noviembre de 1994, por resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y en virtud de lo dispuesto en el Capítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, al considerar que el genocidio ruandés era un grave atentado contra la paz y la seguridad internacional, se creó un Tribunal Penal Internacional para Rwanda. El estatuto fue aprobado por 13 votos a favor, la abstención de China y el voto en contra de Rwanda, que se oponía a que el tribunal pudiera dictar pena de muerte. El TPIR se estableció en la ciudad tanzana de Arusha y comenzó a operar en 1995.
Este tribunal tenía como objeto la persecución de los líderes e instigadores del genocidio. Una vez que la situación estuvo medianamente normalizada, los tribunales ruandeses iniciaron centenares de procesos contra inculpados de cometer las graves violaciones a los derechos humanos. El 2 de septiembre de 1998 se produjo la primera sentencia de este tipo en la historia de la humanidad, cuando el TPIR declaró a Jean Paul Akayesu culpable de instigar el asesinato de 2.000 tutsis en Taba, ciudad de la que era entonces alcalde.
Desde su creación y después de 21 años en funcionamiento, a fecha de diciembre de 2015, el TPIR había dictado 93 sentencias condenatorias individuales, que incluyen -entre otros perfiles- a militares, políticos, religiosos, milicias y miembros de la radio-televisión Mil Colinas, entre otros medios. Años después, más de 700 personas habían sido condenadas por los tribunales de cargos de genocidio y otros.
Además, el doble magnicidio que dio pie al genocidio nunca fue esclarecido, y aunque una investigación francesa apuntó al actual presidente Paul Kagame (tutsi) como inductor, éste siempre lo ha negado. En paralelo al TPIR, confluyeron dos tribunales más en Rwanda: uno promovido por el Gobierno y otro popular conocido como los juzgados «gacaca».
El Tribunal Supremo procesó a más de 55.000 detenidos y cuando se constituyó esa corte, el 17 de octubre de 1995, el entonces presidente ruandés, Pasteur Bizimungu, pidió que se distinguiera entre quienes planificaron el genocidio, propagaron el odio y ejecutaron las órdenes, pues entre los detenidos había niños acusados de asesinato.
A su vez, los tribunales populares juzgaron hasta su cierre oficial en 2012 a casi dos millones de personas en medio de las críticas por su parcialidad de la comunidad internacional. Cerca de 5.000 condenados por estos tribunales apelaron a juzgados ordinarios del país entre 2013 y 2017, alegando que sufrieron un «juicio injusto».
El general canadiense Roméo Dallaire dirigía las tropas de paz de la ONU, pero su misión se convirtió en una pesadilla de 800.000 muertos. Diez años después escribió un libro: J’ai serré la main du diable («Yo he estrechado la mano del diablo») en la que cuenta muchas cosas. Él iba a garantizar, con su mandato de la ONU, que el tratado de paz recién firmado entre dos fuerzas combatientes, los tutsis y los hutus, se pusiera en marcha, formaran un Gobierno transitorio y se celebraran elecciones.
En vez de eso, asistió a la mayor masacre del siglo pasado tras el holocausto nazi. Vio muertos hasta vomitar. Supo que 800.000 tutsis eran masacrados sin poder hacer nada, y que tres millones de refugiados y heridos vagaban por los senderos de la región mientras los cadáveres flotaban en los ríos y en el lago Victoria. En su libro informa minuciosamente de cómo actuó la ONU, de qué manera las grandes naciones se encogieron de hombros ante esta tragedia, de cómo los intereses particulares de algunos países se abrían paso chapoteando entre la sangre de los africanos.
«Me dijeron que la misión debía ser reducida en cuanto a efectivos, y costar lo menos posible. Si no, nunca sería aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU. De todos modos, pensé que sería suficiente, que podría ampliarse más adelante… Luego comprendería que al enviar la misión de paz a Rwanda no se trataba de responder a las exigencias de la situación, sino de evaluar estas exigencias en función de los recursos limitados que teníamos. Es decir, de pronto me encontré con un problema moral entre las manos».
«Debía trabajar con una opción y pensaba que era razonablemente viable, aunque la reducción de efectivos a 2.260 soldados implicaba más riesgo. Pero estaba ilusionado, iba a llevar la paz a Rwanda. Luego, cuando todo se complicó, era tarde, pero un soldado no abandona a su tropa».
Cuando fue a Addis Abeba para reunirse con una comisión económica de la ONU que valoraba la situación en Ruanda, cuenta que de pronto, en medio de África, le pareció estar en Ginebra.
Nunca había visto tantos Mercedes aparcados. Los funcionarios llevaban ropa hecha a medida, mientras la pobreza les rodeaba. La verdad es que el cinismo de esa gente me heló la sangre. Alguien dijo, no sé si allí o en otro lugar, que en Rwanda no había materias primas, que no era un lugar estratégico, que sólo había gente. En Kigali, la capital, los diplomáticos se reunían en cócteles. y nunca conseguí que compartieran conmigo lo que sabían. Tampoco lo hacían los principales políticos de los partidos que debían participar en la formación de un Gobierno de transición para preparar elecciones.
Sí, cuando visitaba y hablaba con esos políticos ruandeses sin saber que algunos de ellos eran los hombres que llevarían a cabo el genocidio. Mientras yo trataba de evaluar la situación junto a ellos, ellos me estaban tomando la medida. Resulta que los partidarios de la línea dura, dentro de los hutus, entre los que había gente del Gobierno provisional y del Ejército, habían comprendido muy bien que Occidente estaba obsesionado por Yugoslavia y por la reducción de sus fuerzas militares en misiones internacionales; que no querían implicarse en el centro de África.
Puede que los extremistas nos tomaran, a mí incluido, por unos imbéciles. Yo podía suponer que Occidente no quería consagrar muchos recursos para asegurarse un papel de policía planetario, pero ellos tenían la certeza de que era así. Nos conocían mejor que nosotros a ellos. Cuando prendieron a diez soldados belgas, acusándoles falsamente de haber derribado el avión presidencial, y los mataron, yo me pregunté cómo reaccionaría la comunidad internacional, si me daría más apoyo para parar la locura que iba a desencadenarse o si, como en Somalia, la ONU utilizaría esas muertes como excusa para huir.
Ellos, en cambio, sabían que los belgas se retirarían unilateralmente del país y que eso iba a ser un factor determinante para el resto de mi misión. Los mismos oficiales belgas no entendían por qué les sacaban del país cuando más necesarios eran. Ése es el momento que los radicales ruandeses están esperando para iniciar la masacre. Ellos saben que es el momento.
¿Por qué los extremistas hutus sabían antes que usted lo que la ONU decidía?
Tenían su propio embajador en Naciones Unidas. Como la representación de los países se hace por rotación, su embajador estaba por casualidad en el consejo en ese momento. O sea, que recibían todas las informaciones sobre las negociaciones, las discusiones, tenían acceso a todo lo que pasaba. Pero lo peor es que cuando el consejo se dio cuenta de que se estaba produciendo una destrucción masiva de seres humanos, no echaron al embajador que representaba a los extremistas; lo dejaron seguir en su puesto. A pesar de que varios representantes querían que se fuera, los peces gordos se negaron para no sentar un precedente… Ni siquiera para detener un genocidio se quería sentar un precedente. Rwanda seguía siendo un país soberano, aunque se violara, se exterminara y se cometieran crímenes contra la humanidad.
En Naciones Unidas rechazan una y otra vez todas sus propuestas de actuar, con el argumento de que los ruandeses deben ser dueños de su futuro. incluso cuando pide permiso para decir que la ONU apoya a los moderados de las dos etnias, tutsis y hutus, le contestan que ni hablar, que es una injerencia. Mientras el Consejo de Seguridad se manifiesta de ese modo, en Ruanda hay asesores franceses, belgas, alemanes. Y el jefe del movimiento FPR, de los tutsis, le dice que su ejército estuvo a punto de ganar la guerra contra los hutus, pero que las tropas francesas lo impidieron. Muchas veces se queja y se pregunta si es la indiferencia lo que impide que se pare la matanza o si hay algún tipo de interés por parte de esas naciones. ¿Ya sabe qué era?
Las dos cosas. Los que podían intervenir, después de la derrota de los norteamericanos en Somalia, donde hubo 18 muertos, decidieron que abandonaban la misión. Si no había un valor estratégico en un país –por su situación geográfica o sus recursos, como diamantes o petróleo–, no intervendrían. Es una decisión de los grandes países. Y los países de media potencia, que no tienen capacidad estratégica, dijeron simplemente que el riesgo era demasiado grande y decidieron dejar las cosas como estaban. Así entendí que el negro africano, por sí mismo, no tiene ningún valor para las grandes potencias. Ahora vemos que tienen misiones los británicos en Sierra Leona y los franceses en Costa de Marfil. Pero el Congo está en plena destrucción y nadie quiere intervenir.
Pero si no les interesaba, ¿por qué los franceses impedían que ganaran la guerra los tutsis?
Los franceses se mueven en la zona por la llamada francophonie, por el orgullo de controlar. E invariablemente ayudan a los hutus. Enseguida comprobé asombrado que tanto franceses como belgas y alemanes tenían allí consejeros a docenas. Ellos sí sabían lo que pasaba, pero ninguno proporcionaba a la ONU, es decir, a mí, su representante, la información que poseían. Y al mismo tiempo, esos países que estaban en el Consejo de Seguridad tampoco dejaban a la ONU, a mí, montar mi propia unidad de información, porque, decían, el mandato no contemplaba eso. Incluso cuando tuve constancia de que se pasaban armas de contrabando a través de la frontera de Uganda y pedí permiso para buscarlas, me contestaron que no.
Kofi Annan estaba al mando, junto a otros dos, era un triunvirato, de la organización de la ONU para la paz. ¿A él lo salva?
Yo ni salvo ni condeno. Me limito a contar lo que sucedió. Lo que vi.
La masacre, los asesinatos de tutsis con machete, comienza en marzo de 1993. Entonces empieza a actuar lo que usted llama ‘Tercera Fuerza’. ¿Qué es la ‘Tercera Fuerza’?
Sí, y aparecen los cadáveres flotando en los ríos y en el lago Victoria. Desde Burundi, donde había habido un golpe de Estado, llegaban miles de refugiados; 300.000 en unos días. La Tercera Fuerza no es algo que se improvisa o que surge de modo espontáneo. Fue organizada durante meses. El partido hutu, extremista, estuvo entrenando a grupos de jóvenes desde hacía tiempo. No es algo que surge. Se trata de un método, de un plan ideado para exterminar a los tutsis. Son escuadrones de la muerte a los que enseñan el uso de armas y la forma de asesinar. Todo está organizado, los espías extremistas están infiltrados en la armada gubernamental, en las fuerzas de la ONU. Mientras, la radio lleva emitiendo mensajes racistas durante meses. Sólo se espera una señal para empezar a matar a los tutsis y los hutus moderados.
De todas las atrocidades que vio, ¿cuáles le han perseguido
Las escenas de violaciones. Les introducían palos y botellas que rompían; les cortaban los pechos. Todas esas escenas con mujeres, para mí, con mi cultura, me parecían lo peor que se puede imaginar. Aun muertas, veías en los ojos de esas mujeres el horror y el sufrimiento, la indignidad que habían padecido. Muchas veces mataban a los niños delante de sus padres, les cortaban las extremidades y los órganos genitales, y les dejaban desangrarse. Luego también mataban a los padres. Había gente que pagaba para que les pegaran un tiro en vez de ser matados con machete. Pagar por cómo morir…
Cuenta en el libro algo sorprendente: que algunos extremistas que dirigían las masacres se habían educado en Occidente. ¿Para qué sirve la educación?
Es cierto. El extremista, o el africano que está en la estructura política de élite, es una persona muy bien educada, estudia en las mismas escuelas que nosotros y conoce muy bien la política internacional, cómo llevar su país, cómo manipular los medios de comunicación. Están extraordinariamente bien formados intelectualmente. El problema es cómo se les puede inculcar el sentido del humanismo, el respeto de los derechos humanos… Por ejemplo, uno de los jefes de los extremistas estaba en Canadá durante las crisis entre Quebec y Canadá, y pudo ver cómo actuábamos nosotros. Simplemente con la educación no se puede garantizar que toda su historia y su pasado se eliminen. Pero hay que trabajar en ese sentido. El hijo de Habyarimana (jefe extremista hutu) estaba en el colegio con mi hijo en Quebec, en 1994.
«General, ¿usted sabe por qué mataban con machete en vez de disparos? Un escritor y periodista polaco, Kapuscinski, cuenta en uno de sus libros, ‘Ébano’, que lo del machete se hacía para que todo el mundo estuviera involucrado en el crimen, con las manos manchadas de sangre… Creo que eso es un poco de imaginación. Los extremistas asustaban a las personas a través de la radio, la radio era la voz de Dios, y la voz de Dios les decía que mataran con el machete, porque las balas son muy caras y las reservaban para luchar. Los machetes venían de China. No distribuyeron armas de fuego hasta un mes antes del principio de la guerra. La gente allí es muy hábil con el machete; es un instrumento de la agricultura. Les pareció la solución ideal. Así que usaban el machete o un palo pequeño con algo así (dibuja un pequeño pico) en el extremo, que sirve para excavar en la tierra, y los clavaban en la cabeza y abrían los cráneos.»