Serie Roja —19
HAMLET EN LA CASA BLANCA
LAS PELIGROSAS DUDAS DE GEORGE BUSH
En esta serie estamos tratando de explicar cómo se sucedió la caída del imperio soviético, las razones reales y no los deseos de sus seguidores o de aquellos que adhieren a teorías conspirativas. El papel desempeñado por George W. Bush frente a la Unión Soviética es muy especial, su duda permanente ha sido el gran error en este escenario. El día 2 de septiembre George Bush había anunciado que Estados Unidos volvía a retomar sus relaciones diplomáticas con los países bálticos, es decir, con las ex repúblicas soviéticas de Estonia, Letonia y Lituania.
El gobierno estadounidense había estado por meses presionando a la URSS para que reconocieran la independencia de Lituania. El nuevo problema que se le presentaba a Bush era que hacer frente al reclamo de independencia de las nuevas repúblicas, si apoyarlas o dejarlos en manos de la Unión Soviética para salvar lo que quedaba del imperio soviético. El enlace entre la Casa Blanca y las comunidades bálticas en 1991 era Nicholas Burns miembro del Consejo de Seguridad, posteriormente escribiría lo siguiente:
«Desde el principio dedicamos mucha atención a las repúblicas bálticas. Aceptábamos la soberanía soviética sobre Armenia, Turkmenistán y Ucrania, pero no sobre los países bálticos, que la URSS se había anexionado por la fuerza. Mantuvimos abiertos los consulados y protegimos el oro del Báltico que habíamos recibido en 1940. Eran muchos los congresistas que defendían la libertad de los tres países, y además existía una organización muy activa e influyente, el Joint Baltic American National Committee, en el que me reuní a menudo cuando trabajaba en la Casa Blanca. El gobierno tenía mucho interés en apoyar la causa independentista».
Para Estados Unidos, los países bálticos habían sido independientes en el periodo de entreguerras, y estaban ocupadas de manera ilegitima por la Unión Soviética, pero no pensaban de igual manera del oeste de Ucrania, ni de Moldavia, ni del este de Bielorrusia, estos territorios habían pertenecido a Rumania y Polonia en el mismo periodo, y más tarde, se habían incorporado a la URSS siguiendo el Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939. Ninguno de ellos había sido independiente entre 1918 y 1939 y tampoco reconocidos como tal según el derecho internacional.
Para los soviéticos los países bálticos no pertenecían a Europa Oriental, habían sido parte del imperio ruso y en la revolución de 1917, la intervención imperialista de las potencias occidentales se las había arrebatado, luego, habían sido recuperados gracias la Pacto Molotov-Ribbentrop, el pacto nazi-soviético, y vuelto a perder en 1941 y reconquistado en la guerra contra Hitler. También creían que los aliados Occidentales aceptaron esta realidad en la conferencia de Teherán y en Yalta.
Los soviéticos seguían viviendo como en la época de postguerra y creían que anexándose esos territorios se estaban recompensando de los daños ocasionados por Occidente luego de la revolución, como ahora lo hace Vladimir Putin. Además, otorgar su independencia significaba sentar un precedente peligroso para otras repúblicas. El mismo ministro de Asuntos Exteriores Eduard Shevardnadze le dijo e Jack Matlock, los países bálticos no eran los únicos que habían sido conquistados y retenidos por la fuerza. Gorbachov y los conservadores duros habían intentado retenerlos por la fuerza de manera sistemática.
En 1991, luego de la represión del ejército soviético en las repúblicas bálticas, Bush se lo dijo de manera directa a su homologo el coste de tomar una medida así. El 24 de enero, el embajador James Matlock, le entregó una carta a Gorbachov en la que Bush dejaba claro que el mantenimiento de la ayuda estadounidense a la desastrosa economía soviética dependía de que la URSS se abstuviera a recurrir al uso de la fuerza en los países bálticos.
«Confiaba que se habría dado algún paso hacia una resolución pacífica del conflicto con los dirigentes electos de los países bálticos. Sin embargo, no he observado cambios positivos en ese aspecto, por lo que no me queda otra opción que responder. A menos que se produzcan esos cambios en un plazo muy breve, suspenderé varios elementos de nuestra relación económica entre ellos los créditos del Export-Import y de la Commodity Credit Corporation, el apoyo de la concesión del ‘estatuto de asociado especial’ a la Unión Soviética en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y la mayor parte de nuestros programas de ayuda técnica. Por lo demás, y si llegan acerrase el Tratado Bilateral de Inversión y el Tratado Fiscal, no los remitiré al senado de Estados Unidos para su ratificación».
Además, Bush le recordaba a Gorbachov «Usted me pidió personalmente que firmara el Tratado Comercial y así lo hice, a pesar del bloqueo económico que la Unión Soviética había impuesto a Lituania. Me aseguró que se esforzaría por resolver pacíficamente sus diferencias con los dirigentes de las repúblicas bálticas. Unas semanas después levantó el bloqueo y entabló un diálogo con el líder lituano y los de las otras repúblicas. Desde entonces se fue ampliando la cooperación económica, proceso que culminó con las medidas que tomé el 12 de diciembre para ayudar a su país a superar las dificultades a las que se iba enfrentando a medida que se aproximaba el invierno».
Y continúa Bush: «Por desgracia, y en vista de los acontecimientos ocurridos en las últimas dos semanas, no puedo, en conciencia, continuar con esta política». Bush hacía referencia a la represión soviética que había ocasionado la muerte de unas veinte personas en los países bálticos. Nadie quiere asistir a la desintegración de la Unión Soviética. No se trataba de una mentira, Bush no pretendía acabar con la URSS. Pero más allá de lo que creyera o quisiera Bush, la independencia de los países bálticos era iniciar el camino de la disolución de la Unión Soviética.
Cuando Gorbachov y sus consejeros propusieron leyes que reconocían derechos especiales a Estonia, Letonia y Lituania, otras repúblicas exigieron el mismo trato. Pero como el gobierno no acepta esas exigencias las repúblicas fueron por la libre. El independentismo de los países bálticos era contrario a los fines de la política exterior estadounidense. Pero George Bush, era el presidente de los Estados Unidos y no podía desatender la política nacional.
Bush nunca había gozado de la confianza de la derecha republicana y no podía ignorar las aspiraciones de los ciudadanos de origen báltico. El mismo Bush lo dijo: «Los lideres de las comunidades bálticas y los ‘expertos’ me atacaron en la prensa: decían que contemporizaba demasiado con Gorbachov, aceptando ingenuamente su ‘nueva doctrina’ y sus reformas», en definitiva, la política de Bush sobre los países bálticos fue condicionada por la política nacional.
El 23 de agosto, el senador republicano por el estado de Washington, Slade Gorton, le escribió, puesto que «la acción militar llevada a cabo en esos países rompió definitivamente sus vínculos con la Unión Soviética», el senador se refería al estado de emergencia que se había instaurado en las repúblicas bálticas durante el golpe. Otros países como Islandia se habían adelantado a Estados Unidos y había reconocido a estonia y Letonia casi de inmediato, dos días después de que estos países se declararan independientes.
Según el consejero de seguridad nacional, Brent Scowcroft, la injerencia del gobierno estadounidense [Bush] podría provocar otro golpe de estado. «Hacer declaraciones y ejercer presiones podría ser contraproducente: corríamos el peligro de provocar al ala dura del régimen soviético y estimular así la oposición a las reformas». El día 5 de septiembre, Bush convocó al Consejo de Seguridad Nacional, el orden del día estaba dedicado a la reducción armamentista y la seguridad de los arsenales soviéticos, pero los presentes se dedicaron a discutir la estrategia general de la URSS que la Casa Blanca aún no había definido.
El presidente Bush dijo que lo que era bueno para Estonia, letonia y Lituania no lo era para Ucrania. Por tanto, si George Bush decidía apoyar al poder central frente a las repúblicas, era necesario entender quien ejercía el poder central, si Boris Yeltsin y sus revolucionarios o Mijaíl Gorbachov y sus reformistas. El presidente Bush, con razón, era criticado por la prensa por defender a Gorbachov y no a Yeltsin.
«Yeltsin era un héroe, un auténtico héroe, pero ¿Qué imagen iba a tener al cabo de un mes?», escribirían Bush y Scowcroft años después. El secretario de Defensa Richard Cheney, en oposición a ambos, pensaba que Estados Unidos podía y debía influir en los acontecimientos. «Doy por sentado que aún pueden pasar muchas cosas. Podría llegar a instaurarse un régimen autoritario. Si todo se tuerce, ¿Qué diremos dentro de un anno, cuando se nos reproche no haber hecho lo suficiente?».
Richard Cheney quería actuar: «Tenemos que tomar la iniciativa, tratar de dirigir las cosas». Quería estrechar relaciones con las repúblicas soviéticas, lo que iba a apresurar la disolución de la Unión Soviética, lo que a su vez reduciría el presupuesto del Pentágono. Para Cheney no había distinción alguna entre los países bálticos y Ucrania, había que apoyar a todos los países que querían ser independientes. Solicitó que Estados Unidos abriera consulados en las repúblicas soviéticas.
En la misma reunión Richard Cheney dijo que el hecho de que toda la ayuda humanitaria de Estados Unidos y el G7 pasara por Moscú era «un enfoque caduco», años después Bush como Scowcroft, describieron en sus memorias que el planteo de Cheney como «un esfuerzo apenas disimulado por fomentar la desintegración de la URSS». El imperio soviético era el enemigo mortal del imperio estadounidense, llevaban luchando por años, la actitud de Cheney era la correcta, en cambio la de Bush rozaba con la traición.
El secretario de Estado James Baker, estaba de acuerdo con Cheney en que la postura de Estados Unidos podía influir en los acontecimientos. «Las cosas se decidirán sobre el terreno, pero las acciones de los diferentes lideres dependerán en gran medida de nuestras declaraciones». Antes de la reunión del Consejo de Seguridad James Baker había emitido un comunicado que enunciaba los cinco principios en la que debía basarse la politica estadounidense, pero que en realidad iba dirigida a los lideres de las antiguas repúblicas soviéticas.
Se esperaba la autodeterminación pacífica de las naciones, el respeto de la democracia y a la legalidad, el respeto a los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas, y el cumplimiento por parte de la URSS de sus obligaciones internacionales, el departamento de Estado era contrario a enterrar el acuerdo START que acababa de negociar con Gorbachov. Gorbachov y su circulo de poder eran viejos conocidos de los estadounidenses, pero no conocían bien a Yeltsin ni al ministro de Asuntos Exteriores ruso, Andréi Kozyrev, y mucho menos a los dirigentes de las repúblicas.
Personas cercanas a Eduard Schevardnaze le habían advertido al secretario de Estado Baker, sobre la crisis del poder central y el auge de los nacionalismos. Luego del frustrado golpe, redactaron un memorando para Baker que decía: «la posibilidad real de que las declaraciones de independencia desencadenen conflicto territoriales, económicos y militares entre las repúblicas». Baker dio marcha atrás y dijo: «Debemos aplazar la apertura de los consulados [en las repúblicas] y hacer todo lo posible por fortalecer el gobierno central».
En la reunión del Consejo de Seguridad, Baker hizo hincapié en que la desintegración de la Unión Soviética podía llevar a la violencia y al derramamiento de sangre y a la proliferación nuclear. Estas palabras a Cheney no lo convencieron, según su apreciación, el gobierno de Bush estaba desperdiciando las oportunidades que se le ofrecían y preguntaba: «¿Qué papel deberíamos desempeñar en Ucrania? Por ahora solo estamos reaccionando a lo que ocurre».
Richard Cheney dijo refiriéndose a Ucrania en la Unión, «No, va a estar fuera. Lo que nos interesa es la rotura pacífica de la Unión Soviética. Si se trata de una asociación voluntaria, adelante. Pero si la democracia fracasa, cuanto más pequeña sea la Unión, mejor», el secretario de Estado James Baker respondió: «Lo que nos conviene es que la Unión Soviética se disuelva pacíficamente. No queremos otra Yugoslavia».
El tema de los Derechos Humanos para Rusia era difícil para los encargados de su política exterior desde el momento en que firmaron los acuerdos de Helsinki en 1975. En ese acuerdo, la Unión Soviética, se comprometió a respetar los derechos humanos en su territorio, pero no habían cumplido esos acuerdos al encarcelar a los dirigentes políticos disidentes que trataban de monitorear su cumplimiento. Esta cuestión fue usada, con toda razón, contra la URSS en Occidente.
Pero a partir de Gorbachov, los disidentes estaban en libertad, y algunos gobernaban en los países bálticos y otras repúblicas. James Barker se entrevisto con el primer ministro ruso, Iván Siláyev, y lo recibieron en la puerta del edificio el nuevo responsable Gorbachov, y el nuevo director Vadim Bakatin, un político liberal que Boris Yeltsin había elegido para desmantelar la organización.
Luego de la secesión de las repúblicas bálticas, Estados Unidos pretendía que la URSS dejase de ayudar a los regímenes de Cuba y Afganistán. «dado el incierto futuro de la Unión Soviética, teníamos mucha prisa por obtener concesiones», sostuvo James Baker. El secretario de Estado fue claro con Yeltsin y Gorbachov, dijo que la ayuda económica de Estados Unidos dependía de la retirada del apoyo soviético a estos regímenes. «Los dos aceptaron enseguida, de hecho, casi competían a ver quien se mostraba mas dispuesto a colaborar con nosotros», recordaría Baker. Gorbachov, que ya no era miembro del Partido Comunista dijo: «Si, nos hemos gastado ochenta y dos mil millones de dólares en ideología».
Mijaíl Gorbachov aceptó no solo acabar con la ayuda a Cuba, sino que también se comprometió a anunciar esa decisión en la rueda de prensa conjunta que realizarían en el Kremlin. Hay un dato muy importante y es que, en ningún momento consultó esta cuestión con Fidel Castro, lo conseguido fue un enorme triunfo para la política exterior estadounidense. El 1 de enero de 1992, la Unión Soviética acabaría con la ayuda a Cuba y retiraría todos los soldados de Cuba. El mismo plazo sería estipulado para Afganistán.
Al oír la propuesta de James Baker, Boris Yeltsin dijo. «Voy a decirle a Gorbachov que lo haga» y de inmediato llamó por teléfono al presidente Gorbachov. El gobernante prosoviético Mohammad Najibulá se enteró seis horas antes del anuncio, unos meses después Najibulá sería desalojado de su cargo, y en 1996 ahorcado por los talibanes. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores Boris Pankin dijo lo siguiente:
«Necesitábamos la ayuda económica e Estados Unidos y con tal de conseguirla estábamos dispuestos a hacer muchas concesiones. Por eso aceptamos la independencia de los países bálticos, nos retiramos del Tercer Mundo y redujimos nuestro apoyo a Cuba. Ya no podíamos permitirnos esa clase de relaciones, aunque el hecho de abandonarlas lo presentamos como una muestra de buena voluntad. Nuestras declaraciones y las de los estadounidenses hablaban de distención, pero en realidad nos movían necesidades económicas, y los estadounidenses lo sabían perfectamente».
Pero haciendo un análisis más serio, no fue solo lo económico sino lo ideológico, la tendencia liberal entre los funcionarios del ministerio de Asuntos Exteriores y del Departamento Internacional del Comité Central, había estallado cuando fracasó el golpe de agosto de los comunistas. De esa manera de pensar también participaba Mijaíl Gorbachov, así lo expresó en su primera reunión con Boris Pankin: «Tenemos que cambiar de prioridades, deshacernos de prejuicios. Si Yasir Arafat y Gadafi se declaran amigos nuestros es porque sueñan con que volvamos al pasado. Basta ya de hipocresía».
Los izquierdistas jamás entenderán que el comunismo fue desterrado de la política exterior y se impuso cierto liberalismo que tenía que ver con la admiración que comenzaban a sentir los soviéticos por el éxito económico y la potencia cultural de Estados Unidos. Pankin, dijo: «Queríamos ser aceptados. Toda nuestra clase dirigente andaba por entonces obsesionada con la idea de convertirnos en un ‘país civilizado’».
Fue esta necesidad de aceptación la que lo guió en su primer encuentro con Baker, a quien empezó por entregarle un memorando interno que había redactado para Gorbachov, exponiendo la nueva política exterior en su país: los soviéticos estaban dispuestos a cambiar de postura en asuntos que iban desde Afganistán hasta Europa del este, pasando por Israel y Cuba. Seguramente quería darle a entender a Baker que la diplomacia soviética no tendría en lo sucesivo, nada que ocultar al “mundo civilizado”. Mientras el secretario de estado, leía sorprendido el documento, Pankin le dijo lo siguiente:
«Espero que podamos llegar a un acuerdo sobre muchas de estas cuestiones. Pero solo le ruego una cosa: aunque el acuerdo esté mas cerca de su posición que de la nuestra, le agradecería que evitase la tentación de decirle a la prensa que nos han arrancado concesiones. Todo esto surge de las ideas de quienes hoy dirigen nuestra política exterior». Cientos de millones de personas nunca entendieron las razones ideológicas de la caída de la URSS, pero al menos deberían entender las razones económicas, que, como toda economía socialista, siempre fue un fracaso.
Iván Siláyev, entonces jefe del Comité Económico que funcionaba como gobierno interino de la Unión, dijo que la situación económica era grave, y que no se proponía mejorarla, ya que no era posible, sino de evitar que empeorara. El entonces alcalde de Moscú, Gavriil Popov, que fue un gran apoyo de Yeltsin durante el golpe fallido, contó que, en realidad, el gobierno central ya no existía. Las repúblicas, Moscú y las grandes, no tenían quienes las ayudaran.
Gavriil Popov, lanzó la siguiente frase que es lapidaria: «Moscú no podrá sobrevivir el invierno», y luego pidió ayuda, necesitaban huevos, leche en polvo y pure de patatas. Popov le dijo a un estupefacto James Baker: «Su ejército almacena alguno de estos alimentos, y los tira al cabo de tres años. Pero no nos importa que estén caducados». Siláyev recuerda en sus memorias: «Era triste oírle reconocer los problemas a los que se enfrentaba un país cuyo máximo dirigente había hablado en cierta ocasión de ‘enterrar a occidente’». Lo mismo pensaba el alcalde de San Petersburgo, Anatoli Sobchak, y su ayudante, Vladimir Putin.
James Baker le había escrito a Bush, pensando en un pequeño plan Marshall para la URSS: «Es de importancia capital para nosotros que los demócratas triunfen. Si es así, el mundo cambiará según nuestros valores y aspiraciones. […] Si fracasan, el mundo se volverá mucho más peligroso. Estoy seguro de que, si defraudan a la gente, vendrá un líder autoritario de la facción conservadora y xenófoba». Pankin, Anti-Americanism in Russia: from Stalin to Putin.
El entonces ministro de Defensa, Yevgueni Sháposhnikov, le pidió a James Baker, «Por favor, no se apresure a reconocer a todos esos países nuevos», pero James Baker no lo iba hacer ya que no tenían un plan suficientemente claro al respecto. Baker dijo a todos sus interlocutores que las repúblicas y el gobierno central tenían que llegar a un acuerdo para que occidente supiera con quien discutir las reformas económicas y la ayuda humanitaria.
Pero el problema de las repúblicas no se podía solucionar, y esta sería una de las razones históricas que haría colapsar al imperio soviético, repúblicas anexadas por la fuerza, era cuestión de tiempo y ocasión. Este hecho, para nosotros central, no lo es para los seguidores del comunismo o socialismo y se equivocan. James Baker pudo realizar un almuerzo con los primeros ministros de las repúblicas con total facilidad, algo impensable en tiempos recientes. Baker era ahora un mediador entre los lideres y el gobierno central.
Al primer ministro ucraniano, Vitold Fokin, le aseguró que la ayuda humanitaria llegaría a todas las repúblicas, a cambio, Vitold Fokin le prometió que Ucrania firmaría el tratado económico con Rusia y las demás repúblicas postsoviéticas. Todos los acuerdos que hacía James Baker en Moscú contaban con el total respaldo de George W. Bush, ya que este hacía todo lo posible por mantener con vida a la Unión Soviética.
El 25 de septiembre, Bush recibió en la Casa Blanca al presidente del parlamento ucraniano, Leonid Kravchuk, quien había oficiado de anfitrión durante su visita a Kyiv, Ucrania. Alrededor de unos cinco mil representantes de las organizaciones ucraniano-americanas se habían concentrado tres días antes enfrente de la Casa Blanca, en el parque Lafayette, para demostrar su apoyo a la independencia de Ucrania y exigirle a George W. Bush, a quien seguían criticando por su lamentable discurso, conocido popularmente como «pollo Kyiv», que modificara su postura respecto a las repúblicas soviéticas.
Leonid Kravchuk, el oportunista dirigente ucraniano, esta vez se mostraba más seguro y menos simpático que en ocasión de la visita de George Bush a Kyiv, dos meses antes, en ese momento Leonid Kravchuk había coincidido con George Bush quien había llamado a la postura ucraniana «nacionalismo suicida». George W. Bush seguía oponiéndose a la secesión de todas las repúblicas con excepción de las bálticas. Era obvio que Leonid Kravchuk había cambiado de postura, su apoyo a la independencia ya no era una táctica de un apparatchik cuya carrera política tambaleaba por el triunfo demócrata en Moscú.
Leonid Kravchuk, les dijo a los medios estadounidenses: «La independencia la conquistan los ciudadanos. Por eso los ucranianos dirán sí a la independencia el 1 de diciembre, y empezaremos a construir un nuevo país: Ucrania». Kravchuk, esta vez, estaba por la defensa de la independencia de Ucrania en el terreno internacional. La postura de Kravchuk no era la que Bush y compañía deseaban oír, y el líder ucraniano iba por más: «La Unión Soviética se está desintegrando prácticamente. No hay gobierno. El Soviet Supremo de la Unión Soviética ha dejado de existir».
Y, para terminar, dijo: «La Unión no tiene futuro. Lo que hay es una lucha por el poder, y nosotros no podemos formar parte de una Unión en la que algunos miembros son más poderosos que otros», una clara alusión a la alianza entre Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin y al papel que Rusia quería desempeñar en la nueva Unión. Leonid Kravchuk, le pidió a los Estados Unidos, que apoyara la democracia ucraniana, mantuviera relaciones diplomáticas directas con Ucrania, que abriera oficinas comerciales en Estados Unidos y que reconociera su independencia, en especial, algo muy importante para Estados Unidos, Ucrania no quería tener armas nucleares.
George Bush se había reunido el día anterior con el ministro soviético de Asuntos Exteriores, Boris Pankin, y este le habría dicho que, si inmediatamente después del golpe comunista, se habían multiplicado las declaraciones de independencia, sin embargo, en las últimas semanas, los dirigentes de las repúblicas se habían dado cuenta de que tenían que colaborar entre ellos. Es decir, Pankin le había vendido pescado podrido, y eso era lo que Bush deseaba oír. No era lo que kravchuk decía.
Bush pudo advertir el descontento de las repúblicas con la Unión, prometió ayudar a democracia y las reformas económicas, enviaría alimentos y ayuda humanitaria. En cuanto a la relación entre el gobierno central y las repúblicas, dijo Bush, la postura oficial de Estados Unidos no era la de influir en los cambios que se estaban produciendo en la Unión Soviética, pero quería claridad y que se aprobara un plan económico viable. El reconocimiento de la independencia de Ucrania, a diferencia de los países bálticos, dependía del referéndum.
La reunión entre Bush y Kravchuk se extendió más del doble del tiempo pactado, y Bush se lo hizo notar, entonces para terminar, Kravchuk, lanzó un nuevo bombazo. Agradecía la ayuda humanitaria, dijo que lo Ucrania necesitaba eran inversiones y tecnología. Lo dicho por el líder ucraniano iba en sentido contrario a la de los representantes de Moscú, que suplicaban a Bush y a Baker que enviaran comida.
Leonid Kravchuk, explicó: «La nuestra es una situación difícil. La Unión Soviética ha recibido alimentos, pero Ucrania no. Ahora tenemos que pagar las deudas. Mientras la Unión Soviética recibía ayuda humanitaria, nosotros le enviamos sesenta mil toneladas de carne y leche. […] Lo que nosotros le pedimos son créditos para comprar tecnología. Queremos animar a los empresarios a invertir en Ucrania. Queremos trabajar».
El mensaje era claro, Ucrania producía alimentos, no los importaba y que los intereses de Ucrania eran distinto al de otras repúblicas, su prioridad era comerciar con el exterior y atraer capitales. Bush, dejando aparcado su neutralidad entre el gobierno central y las repúblicas, y le hizo una pregunta: «¿No comprende que tiene que haber una unión económica con Moscú? Creemos que esa es la condición necesaria para captar inversiones». «Me gustaría que la hubiera, siempre y cuando el gobierno central hiciese algo. Pero el gobierno central es incapaz de hacer nada. Estamos perdiendo tiempo. La Unión Soviética es un país enorme. Es imposible llevar a cabo con claridad las reformas económicas en todo el país», respondió Kravchuk.
Leonid kravchuk se mostró amable con el presidente George Bush ante la prensa, que acusaban al presidente de tomar partido por Mijaíl Gorbachov. «Estoy convencido de que el presidente Bush empieza a ver las cosas de manera diferente», pero luego a pesar de estas palabras resumió su posición de la manera siguiente, George Bush quería que la Unión Soviética siguiera existiendo, ya que lo prioritario para él era la seguridad de los arsenales nucleares, Kravchuk respetaba esta postura, que creía acorde con los deseos de quienes lo habían elegido para gobernar el país.
Entiendo al líder ucraniano, pero durante la Guerra Fría se elegían los presidentes en Estados Unidos pensando en su rival la Unión Soviética, en la guerra sin cuartel entre el comunismo y el capitalismo, y que había costado enormes costos económicos y políticos, sin mencionar los cientos de millones de muertos en todo el mundo, además de la propia sangre. No para que salvaran al enemigo mortal que, prácticamente estaba en la lona, solicitando ayuda económica para comer, suplicando su ingreso en el FMI, y en la ayuda del Banco Mundial, tirando por la borda los dogmas socialistas.
Personalmente sostengo que, para las grandes potencias, los super estados, lo más importante es su política exterior, mucho más cuando se trata de Imperios. Los políticos que no entienden esta cuestión es porque no entienden nada. Mucho más durante la Guerra Fría, cuando se trataba de acabar con el enemigo no de hacer de salvavidas. Durante la reunión de la dirigencia estadounidense con Kravchuk, Dick Cheney y los expertos de Defensa ya habían redactado la propuesta de reducción armamentista que Bush había encargado.
El documento se había remitido de inmediato a Gorbachov y a los aliados de Estados Unidos en Europa Occidental. El 27 de septiembre, George Bush llamó por teléfono al primer ministro británico, John Major, al francés François Miterrand, y al canciller alemán, Helmut Kohl, para explicar su propuesta y solicitar su apoyo. Estados Unidos proponía eliminar sus armas nucleares tácticas, retirar los vehículos de reentrada múltiple e independiente (MIRV) de sus misiles balísticos intercontinentales (CBM).
Lo que hacía Estados Unidos era invitar a la URSS a hacer lo mismo. «No tenemos pensado negociar. Es una medida unilateral. Ahora bien, si los soviéticos rechazan nuestra propuesta, puede que tengamos que reconsiderarla», le dijo Scowcroft al secretario general de la OTAN, Manfred Worner.
Mijail Gorbachov habló con George Bush en presencia de los altos militares con los que acababa de analizar el texto de la propuesta. El nuevo jefe de Estado Mayor, el general Vladimir Lobov, era muy escéptico al respecto, y según cuenta Brent Scowcroft, la eliminación de las armas nucleares tácticas favorecía los intereses inmediatos de Estados Unidos.
Por ejemplo, en el caso de Alemania, la reunificación del país había vuelto obsoletas las armas estadounidenses, que, en el caso de ser utilizadas, alcanzarían los territorios orientales que había pasado a controlar el gobierno de Bonn. En el caso de Corea del Sur, el gobierno quería eliminarlas para poder entablar relaciones diplomáticas con su vecino del norte. Una ingenuidad, hablando con el diario del lunes, ahí lo tienen a Corea del Norte.
En tanto los gobiernos de Japón y Nueva Zelanda, se oponían a la presencia de los buques estadounidenses en sus puertos, provistos de armamentos nucleares. Según el consejero en política internacional de Gorbachov, Anatoli Cherniaev, quien escuchó la comunicación telefónica, «Lobov trató de presionar: aquello nos perjudicaba, nos iban a engañar, no había reciprocidad, etcétera. Mijaíl Serguéyevich sostenía lo contrario, señalando con el dedo del texto de Bush».
Anatoli Cherniaev, recuerda lo anotado en su diario, que luego de su conversación con Bush, Gorbachov les habló a los generales de una obra de teatro que había visto con su mujer días antes, y se trataba de la novela Los idus de marzo, de Thornton Wilder, publicada en 1948, según Gorbachov, había advertido ciertos paralelismos entre los últimos días de la república romana y la época que vivían. Los generales los escucharon sorprendidos.
«Hay en él, a la hora de tratar con los nuevos generales, una mescla de candidez y de hacerse el listillo», de cualquier manera, estos terminaron aceptando la propuesta estadounidense. Creo que no era necesario mencionar a Los Idus de marzo, bastaba con recordarles la hambruna que se vivía en la URSS y la falta de dinero, que estaban al borde del colapso, que era cuestión de tiempo, algo que George Bush nunca llegó a entender, era cuestión de esperar y no mucho tiempo.
Boris Pankin cuenta en sus memorias: «Después del golpe de agosto de 1991, muchos militares se avergonzaron de su tácita complacencia con los golpistas, cuando no del apoyo activo que les habían prestado. Por eso preferían no hacer mucho ruido, lo que nos daba un amplio margen de maniobra». Para Cherniaev la influencia de Bush se debía a la «nueva filosofía» de Gorbachov. «¿Se dan cuenta, de que la nueva política de Estados Unidos, las nuevas relaciones que buscan con nosotros, surgen de la nueva filosofía»? Eso les habría dicho a los generales.
El 5 de octubre, Mijaíl Gorbachov llamó a George Bush, no se trataba ya de aceptar el trato, sino para animarle a avanzar más en el desarme. Le propuso prohibir los ensayos nucleares durante un anno e invitar a las demás potencias nucleares a sumarse a esta iniciativa de reducción armamentística. Ellos eliminarían las armas nucleares tácticas, negociarían con Estados Unidos sobre los vehículos de reentrada múltiple, y unilateralmente reducirían en setecientos mil sus efectivos terrestres.
En cuanto a la reducción de los efectivos, no había otra salida, no había pagar los sueldos, los militares necesitados de dinero estaban vendiendo armamento muy sensible en el mercado negro, no había ni para la paga. El gobierno de Estados Unidos, muy sorprendido, consultó con sus generales. «Disentíamos en algunos puntos, pero, en general (la conversación) fue muy franca y muy positiva», diría Bush. En realidad, lo que estaban haciendo los soviéticos, era de la necesidad virtud, el hecho de recortar su presupuesto militar era una necesidad.
El acuerdo al que llegaron en el otoño de 1991 serviría de base al tratado START II, suscripto por Bush y Yeltsin en enero de 1993. Pese a las buenas noticias en cuanto al armamento nuclear, la situación de la Unión Soviética seguía siendo muy incierta, y aun en la Casa Blanca existía esa duda hamletiana, a quien apoyar, si al gobierno central o a las repúblicas. Richard Cheney, durante el debate trató de convencer a Bush de que cambiara de estrategia tomando partida por las repúblicas.
«Cheney seguía estando solo», recordaría Robert Gates, quien estuvo en la reunión. Todos estaban de acuerdo en apoyar la democracia y las reformas económicas, pero no había acuerdo sobre la manera de llevarlo a cabo. «Apoyar a Moscú es oponerse a las reformas», sostenía Cheney, en cambio James Baker, argumentaba que «Los de Moscú son reformistas». El secretario de Estado fijó su posición: «no nos conviene promover la disolución de la Unión Soviética en doce repúblicas. Tenemos que apoyar sus aspiraciones, siempre y cuando concuerden con nuestros principios».
No se decidieron por ninguna opción, la Casa Blanca seguiría con su duda, ni por el gobierno central ni por las repúblicas, ni por Gorbachov ni por Yeltsin. La postura de George W. Bush, fue lamentable desde el punto de vista político, eso le costó las elecciones, además de la economía en que estaba Estados Unidos, el rechazo de los ciudadanos de los países bálticos y de otras repúblicas que eran numerosas en Estados Unidos, Bush nunca fue admitido por la derecha republicana, y el resto de su familia, como el futuro presidente de estados Unidos, su hijo George, carecían de capacidad política, y ni hablar de Jeff, evidentemente que los genes influyen.
Agosto de 2024.