En defensa de Occidente

Nosotros los decadentes

Ricardo Veisaga

Ilustración subida por Jano García.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Academia Play, de España, aunque de manera fragmentada.

Defensa de Occidente

  En mi juventud, leí un libro titulado: «Defensa de Occidente», del católico y nacionalista francés, Henri Massis. El libro de Massis fue publicado entre 1925 o 1927, y rápidamente fue traducido al inglés, alemán y castellano. Esta obra resume el pensamiento católico europeo y se opone de manera rotunda a las ideas asiáticas, entonces en boga.

El mismo autor, en 1948, en su libro «D’André Gide à Marcel Proust», escribió: «[…] el título de “Defensa” que le di a mi libro sobre Occidente, sin duda sería adecuado para todas las obras que publiqué posteriormente […]». otras obras como:

«Descubrimiento de Rusia», publicado en 1944, y «Occidente y su destino», que fue publicado en 1956, son de alguna manera continuadoras de esta obra.

En 1928, Émile-Steinilber Oberlin, publicó: «Defensa de Asia y el budismo: Respuesta a M. Massis, autor de “defensa de Occidente”». Según Emile-Steinilber Oberlin, el budismo no es de ninguna manera perjudicial para las sociedades europeas, porque está profundamente arraigado en el pacifismo. En cambio, para Georges Blondel, quien escribió en 1929, en la Revista Internacional de Enseñanza, «M. Massis piensa con razón que es una guerra espiritual la que ha sido declarada contra la humanidad.»

Cuando Henri Massis, en 1961, ingresó en la Académie française, Antoine de Lévis- Mirepoix dijo sobre el libro de Massis: «[…] La Edad Media, […] revivida en ti, en su más alta espiritualidad, en su espléndida unidad. […] Todo Occidente está hoy en busca de esa unión perdida que se practicaba y se sentía en cada pecho humano, bajo la señal de la cruz. […]».

Las ideas orientalistas llegaron a iberoamérica desde Europa, en ese periodo, desde la segunda década del siglo XX, estas ideas se llegaron a difundir profusamente entre cierta intelectualidad del continente. Podemos mencionar a figuras como José Vasconcelos, Victoria Ocampo, José Carlos Mariátegui, José Ingenieros, Ernesto Quesada.

En el siglo XIX, ya se puede encontrar referencias negativas a ciertas actitudes orientalistas, esto se puede ver en alusiones del ex presidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento, para contraponer estas actitudes a elementos civilizatorios, tales como el despotismo, la barbarie, fanatismos religiosos. En cambio, el ambiente intelectual del siglo XX hacia el Oriente, será inverso, fenómeno al que llamó acertadamente Martín Bergel, un orientalismo invertido.

Este orientalismo seguirá siendo un producto de la imaginación occidental, pero esta vez no de manera negativa. Ante esta marea orientalista en el siglo XX, en la Argentina, el nacionalismo católico, va a reaccionar emprendiendo, lo que ellos consideraban una «defensa de occidente». Este fenómeno, de alguna manera dará lugar a una reelaboración del concepto de Occidente desde el pensamiento político tomista, en un tiempo en que la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial, puso en cuestión los fundamentos culturales y políticos de Occidente.

En este proceso fue importantísimo el libro de Henri Massis, «Defensa de Occidente». En iberoamérica, ante el creciente poder estadounidense, en especial a partir de la guerra contra España de fines del siglo XIX, surge una corriente de ideas, que el argentino Oscar Terán, filósofo marxista, denominó «primer antiimperialismo latinoamericano». Un movimiento compuesto en su mayoría por escritores del llamado izquierdismo latinoamericano, y todos ellos miraban con algo más que simpatía al Oriente.

Esa «crisis del espíritu» ya había sido advertida por Paul Valéry en 1919, o también en la famosa «Decadencia de Occidente» de Oswald Spengler. El escritor español José Ortega y Gasset, lo describiría en 1923 en su «Revista de Occidente»:

«Tal vez andando el tiempo, se diga con verdad que la realidad histórica más profunda de nuestros días, en parangón con la cual todo el resto es solo anécdota, consiste en la iniciación de un gigantesco enfrentamiento entre Occidente y Oriente.»

En Francia, la Revista «Les Cahier du Mois» de 1925, le dedicó un número especial a la cuestión, bajo el título «Les appel de l’orient», en la que se volcaba las opiniones, de Romain Rolland, André Bretón, Paul Claudel, Sylvain Lévy, André Maurois, André Gide, Henri Massis y Rene Guenón.

Otro hecho importante para la difusión del orientalismo, fue la biografía del Mahatma Gandhi, de Romain Rolland, de 1924, y que rápidamente fue traducida al castellano o español, al ruso, inglés y alemán. Y al año siguiente al portugués, al polaco y japonés. Antes de la publicación del libro de Rolland, Gandhi era un desconocido tanto en Europa como en América, y, a decir verdad, ahora solo se conoce una versión edulcorante y se oculta el lado siniestro de Gandhi.

El libro en el primer año de su publicación, alcanzó la venta de más de cien mil ejemplares, todo un bestseller. En la ciudad de La Plata (Argentina) en 1925, en la revista «Valoraciones» se publicó un texto de Romain Rolland, bajo el título de: «El mensaje de la India», en la misma decía Rolland:

«Hoy las razas de Occidente se encuentran arrinconadas en el fondo de un callejón sin salida, y se destrozan de un modo feroz. ¡Arranquémonos nuestro espíritu a la batahola sangrienta! Tratemos de ganar otra vez la encrucijada de los caminos desde la cual se han abierto a los cuatro rumbos del horizonte los ríos del genio humano. ¡Remontémonos a las altas planicies del Asia!»

El mexicano José Vasconcelos, en sus «Estudios Indostánicos», muestra su gran interés por Oriente. Sus lecturas sobre teosofía, yoga o budismo, hizo que Alfonso Reyes le asignara el sobrenombre de «zapotecano asiático». En el prólogo de su libro, fechado en julio de 1919, en California, Vasconcelos decía lo siguiente:

«Nuestra especulación metafísica hallase fatigada y necesita el renuevo de las ideas hindúes; es cierto que muchas de ellas se han filtrado desde hace siglos en el alma europeo; más ahora comienza a llegarnos en su imponente totalidad, y es indudable que el vasto aporte ha de producir un renacimiento de todas las cuestiones del espíritu. Y en ninguna parte ese renacimiento será más fecundo que en la América Latina […] Todo el pensamiento contemporáneo ha de ir a la India en busca de ideas esenciales que allí han elaborado grandes espíritus. La crítica de todas esas doctrinas y la asimilación a nuestras creencias, de todo aquello que sea válido, habrá de ir constituyendo una filosofía que todos anhelamos: una filosofía que ya no sea expresión de una sola raza, una obra de una sola época, sino resumen y triunfo de toda la experiencia humana: una filosofía mundial

Victoria Ocampo, la conocida directora de la célebre revista Sur, en las dos primeras colaboraciones que realizó en 1924, para el suplemento literario del diario La Nación, de Buenos Aires, les dedicó a las figuras de Rabindranath Tagore y de Gandhi. La vertiente política de ese antinorteamericanismo, crecía en elogios para Oriente, por las luchas del Kuo-Min-Tang en China y de Abdel-Knim, en Marruecos, orientalismo y marxismo, juntos y de la mano.

El reconocido filósofo marxista, el argentino Ernesto Quesada, fue el más importante divulgador de la obra de Oswald Spengler. Carlos Mariátegui, en 1925, sostenía que «la civilización burguesa sufre de la falta de un mito», y pensaba que había que encontrarlos en los pueblos del Oriente.

«La somnolienta laguna, la quieta palude, acaba por agitarse y desbordarse. La vida recupera entonces su energía y su impulso. La India, la Turquía contemporánea son un ejemplo vivo y actual de esos renacimientos. El mito revolucionario ha sacudido y ha reanimado, potentemente, estos pueblos en colapso. El Oriente se despierta para la acción. La ilusión ha renacido en su alma milenaria.» (Carlos Mariátegui, 1925)

Es sorprendente lo que dice José C. Mariátegui, «La India, la Turquía contemporánea son un ejemplo vivo y actual de esos renacimientos». Tanto la India como Turquía, fueron avanzando de un orientalismo hacia el occidentalismo, muy lento en el primero y drásticamente en el segundo. Los dichos de Mariátegui son un total delirio.

Como ustedes sabrán, algunos años antes del artículo de Mariátegui, Turquía no existía como estado, lo que existía era el imperio Otomano, y que una de sus principales obras legadas para la posterioridad fue el genocidio armenio (y también de otras minorías), para 1925 gobernaba el padre de la patria turca, Mustafá Kemal, que luego se agregaría Atatürk.

Fue el primer presidente de Turquía, y realizó todos los esfuerzos para imponer una serie de reformas para crear un Estado moderno, democrático y laico. Ordenó el cierre de las escuelas religiosas y la abolición de la Sharia (ley religiosa) 1924. Adoptó el calendario occidental (calendario gregoriano), prohibición del Fez y el velo, por considerarlos símbolos del atraso y la sumisión, introdujo el uso de la vestimenta occidental.

Se adoptó un nuevo Código Civil basado en el suizo, este código terminó con la poligamia y el divorcio por repudio e introdujo el matrimonio civil. Se declara la laicidad del Estado, se sustituye el alfabeto árabe por el alfabeto latino. Se otorga a las mujeres el derecho al voto y a ser elegidas en elecciones locales (1930) y en 1934, en elecciones nacionales, y pudiendo optar a puestos de trabajo oficiales.

Se introdujo el uso del apellido en lugar del nombre único de tradición árabe. Mustafá Kemal adoptó el de Atatürk, Padre de los Turcos (24 de noviembre de 1934). El día domingo se proclamó como día de descanso, en lugar del día viernes, tradicional en los países islámicos. La llegada del neo-otomano Erdogan, está llevando al país a la situación previa a Mustafá Kemal, es decir, al imperio otomano. ¿De qué habla Mariátegui?

Ante tanto orientalismo, en Argentina, no tardó en conformarse un frente en defensa de la identidad nacional, una defensa que trascendería a los intelectuales católicos, pero encontrando en ellos los aliados más importantes. El escritor Manuel Gálvez, que ya había abjurado de sus «pecados ideológicos», escribió en el prestigioso suplemento literario del diario La Nación, el 5 de junio de 1927, un extenso artículo titulado, «La Defensa de Occidente»:

«La civilización greco-latina y cristiana, vale decir, la única civilización verdadera que haya existido, encuéntrase hoy frente a un problema que, por su trascendencia y gravedad, implica una angustiosa amenaza. La invasión del Oriente en la filosofía occidental no es un hecho nuevo […]. Pero, después de la guerra y del bolcheviquismo, la penetración espiritual del Oriente ha cobrado el carácter de una irrupción. Las ideas orientales, o, mejor dicho, sus adaptaciones europeas, influyen la filosofía, la religión, el arte y la literatura de Occidente. Y lo que es más grave aún: el Oriente, en plena conciencia de su poder, preparase, no solo a libertarse de las naciones que lo dominan, sino también a invadir a Europa, con sus ejércitos, en un día no lejano […]. Maeterlinck, Romain Rolland, Keyserling han difundido principios de Oriente, y algunos de ellos han afirmado que la salvación del mundo occidental está en seguir los consejos de Mahatma Gandhi. Pero, ¿quién no ha prestado ayuda, directa o indirectamente, a la propagación del espíritu oriental? Los teósofos, los militantes y los indefinidos; los artistas y escritores enrolados en ciertas nuevas orientaciones patéticas basadas en el subconsciente. Los simpatizantes con el bolcheviquismo, asiático y antioccidental; los discípulos de Bergson, los de Freud y aun los de Spengler; todos estos son propagadores, aun sin advertirlo, de las ideas orientales. Todos son enemigos de la Inteligencia, como son enemigos de la Iglesia Católica y de la tradición greco-latina.» (Manuel Gálvez, 1927).

Manuel Gálvez, entonces, era uno de los escritores más populares y conocidos de Argentina. Según Gálvez, había también otras personalidades que defendían «la causa de nuestra civilización», y nombraba a Maurras, a Barrés y a Chesterton. Pero sin lugar a dudas, su artículo, estaba inspirado en el libro de Henri Massis, «Defensa de Occidente».

La defensa de Occidente a la que Massis llamaba a defender, en el plano geográfico, apuntaba a dos lugares precisos. Y estos eran la Rusia en poder de los bolcheviques, los comunistas, y el otro, Alemania. La revolución bolchevique había acabado con los intentos de europeización de Rusia, por eso Henri Massis decía: «Rusia, que después de dos siglos de una forzada europeización, vuelve a sus orígenes asiáticos, se levanta y levanta a todos los pueblos del Este contra una civilización que ella no ha soportado más que por violencia». (Massis, 1927).

Las palabras de Massis, coincidían con los elogios que hacían del experimento asiático del comunismo, los simpatizantes del marxismo, en las páginas de la Revista de Oriente de Buenos Aires. Una estrategia que figuraba en la Internacional comunista, bajo el nombre de «cuestión de Oriente».

«En lugar de llamarla, como en los tiempos de Romanoff, la vanguardia de la Europa en el Asia, la Rusia bolchevique vuelve a ser, como en la época de los grandes khans mogoles y tártaros, la vanguardia del Asia en Europa […] [Ella quiere] destruir todos los valores que han hecho de nosotros lo que somos. La cultura helénica, el mundo latino, la civilización cristiana no ha encontrado enemigo más lucido, más implacable, que el que se apoya en los contrafuertes del Ural». Massis, página 63-64, Defensa de Occidente.

La otra parte, Alemania, Massis les atribuye a sus intelectuales como Spengler, Keyserling, Hermann Hesse, Ernst Robert Curtius o Thomas Mann, quienes habían decretado el fin de la razón occidental y luego la apertura a fenómenos provenientes del oriente. El irracionalismo filosófico alemán encontró sus fundamentos más sólidos en la sabiduría oriental. Edgar Martin decía que: «Alemania es la India de Occidente», y George Hamann, un prerromántico del existencialismo llamaba a resucitar «el extinto lenguaje de la naturaleza» mediante la peregrinación a Oriente.

Frederic Schegel fue quien introdujo el hinduismo en Alemania. En «De la lengua y sabiduría de los hindúes», 1808, decía: «En Oriente hemos de buscar lo profundamente romántico». Tradujo el Bhagavad Gita, estudió el sanscrito, y encontró en Indostán un estado teocrático que servía de modelo a la Santa Alianza.

Johann Gottlieb Fichte, en 1808, escribía en su «Discurso a la nación alemana», que los alemanes tenían la misión de «reunir el orden social de la antigua Asia». Karl Marx en carta a Hegel del 18 de enero de 1856, criticaba al hegeliano de izquierda Bruno Bauer, quien había declarado que «el viejo orden de cosas de Occidente debe ser destruido, y que esto solo puede ocurrir proviniendo de Oriente, porque solo los orientales están animados de verdadero odio contra los pueblos occidentales». (Marx y Engel. Correspondencia. Obras completas de Karl Marx.

Arthur Schopenhauer, fue el iniciador del irracionalismo filosófico. «El budismo satisfacía las dos tendencias contradictorias de su pensamiento, su escepticismo que no le permitía aceptar las religiones tradicionales, y a la vez, su espíritu religioso; ambos opuestos convergían en esa religión sin Dios, en ese ateísmo religioso que es el budismo». J. J. Sebreli.

Houston Stewart Chamberlain, yerno de Wagner, primer teorizador del racismo en Alemania y de gran influencia en el nazismo, en 1912 escribió «La concepción aria del mundo» en ella reivindica la superioridad de la filosofía hindú sobre la occidental, porque la hindú tenía conciencia del carácter mítico de todo pensamiento, y la lógica no la dominaba, sino que sólo le servía en caso necesario.

En 1920 se creó una revista especializada de budismo en Münich. Dos años después apareció una traducción en diez volúmenes de los principales tratados de Confucio, Lao Tse y Mencius, la obra completa de Confucio fue traducida por Karl Newmann. El poeta Rabindranath Tagore en ese tiempo era más conocido en Alemania que en otro lugar del mundo.

Hermann Hesse, fue el mayor influenciador del orientalismo, su madre había nacido en la India, y viajó a ese país en 1911. Es conocido que se psicoanalizaba con un discípulo de C. Jung, otro maestro de orientalismo. Los libros de Hesse que tratan específicamente sobre orientalismo son: «Entre los hindúes» (1913), «Sidartha» (1922), «Viaje a Oriente» (1932).

Hermann Hesse escribió en la revista Neue Rundschau, proclamaba la ruina de Occidente y llamaba a: «una vuelta a entrar en el alma mater, un retorno al Asia, a las fuentes, a las ‘puras’ de las que hablaba Fausto y no hay que decir que, como todas las muertes, esta muerte engendrará un nuevo nacimiento».

Martín Buber entre 1906 y 1907, redescubriría la filosofía asiática, y decía: «el Oriente forma una entidad natural, manifestada por su pensamiento y por su obra, y que un alma única habita en los diversos grupos de sus pueblos, diferenciándolos de una manera absoluta del destino y del genio de Occidente».

Robert Curtius, en conversación con el francés Jacques Riviere en 1921, señalaba que para los alemanes había acabado el tiempo en que creyeron que toda emancipación espiritual, toda reforma social debía venir de Inglaterra y Francia, y concluía: «La joven Alemania mira hacia el Este, y vuelve la espalda a Occidente. (…) Ella se vuelve hacia Rusia y más lejos todavía hacia la India y la China».

Estas corrientes irracionalistas y orientalistas fueron advertida por el filósofo marxista Antonio Gramsci, quien, desde la cárcel de Milán, decía en una carta en 1927:

«Alemania es la más grande propagadora del asiatismo ideológico». Cartas de la cárcel. El sociólogo nazi Othmar Spann, propicia un régimen corporativo basado en el sistema de castas de la India.

El psicoanalista Carl Gustav Jung, en 1929, se dedicaba a explorar las sabidurías orientales y oponerlas a las filosofías y a las ciencias occidentales, con el tiempo se fue inclinando cada vez más al gnosticismo, a la alquimia, a la astrología, al ocultismo, a la teosofía, al I Ching.

El mismo año que Hitler tomaba el poder, Oswald Spengler advertía que Alemania

«en los siglos XVIII y XIX era Europa central; y en el siglo XX es otra vez como en el siglo XVIII un país frontera de Asia», O. Spengler. «Años decisivos». Al fin y al cabo, la teoría de los ciclos de Spengler es de origen hindú.

Martín Heidegger, el intelectual del nazismo, en su periodo nazi se mantuvo al margen de las sectas orientales, pero luego del retorno de «Siracusa», es decir, luego de la derrota y de su convivencia con el régimen nazi, mantuvo contacto con el budismo zen. En su lección inaugural en la universidad de Friburgo, Que es la metafísica, habló de la revelación del ser a través de la nada. Martín Heidegger solía remitir al estudio de Meister Ekhardt y al budismo zen.

«En 1922, la escuela antroposófica, de raíz orientalista, de Rudolph Steiner, quien era influyente amigo del general Moltke, atacaba la ciencia natural haciéndola culpable de la crisis mundial, y de toda la miseria material e intelectual de esa crisis. Pero lo peor no era el ataque de las nuevas sectas religiosas contra la ciencia, sino la sumisión al «espíritu del tiempo» de los propios hombres de ciencia, quienes trataban de extraer conclusiones irracionalistas y aun místicas de la física cuántica y del principio de indeterminación de Heisenberg. Max Planck se vio en la obligación de salir en defensa de la racionalidad científica en discursos y conferencias públicas pronunciadas entre 1922 y 1923, donde se quejaba amargamente de que «la creencia en milagros de las formas más variadas -ocultismo, espiritualismo, teosofía- penetraba en amplios círculos del público educado y no educado». Fue ese clima religioso, filosófico y literario el que preparó el pasaje al nazismo y los propios nazis en sus primeros años participaron de esos grupos esotéricos. Alfred Schuler, que formaba parte del círculo La Alemania secreta alrededor del poeta Stephan George, abogaba por la vuelta al paganismo y elegía como símbolo de su credo la cruz esvástica, que se usó en Asia y que como emblema salía en la portada de la revista del grupo Blatter für de Kunst». J. J. Sebreli.

«Los propios nazis estuvieron directamente influidos por la filosofía oriental. Hermann Rauschning sostenía que no se puede entender a Hitler si no se conoce «su convicción de que el hombre está en relación mágica con el universo». Cuando Hitler hablaba de una ciencia nórdica y germánica opuesta radicalmente a la ciencia occidental y judía se estaba refiriendo a las ciencias ocultas, al esoterismo. Durante el régimen nazi se reeditaron la Enéadas de Plotino, obra que era muy leída por los intelectuales pronazis. Los hindúes eran para los nazis una raza aria pura y los sabios del Himalaya constituían el modelo de la elite de superhombres nazis. Ario deriva del término ari que significa no mezclarse con otros pueblos. La cruz gamada, la rueda del sol antiguo, es de origen oriental, aparece en la India en el siglo IV antes de Cristo, en China en el siglo V después de Cristo, y en Japón en el siglo VI; el budismo lo tomó como emblema». J. J. Sebreli

«Karl Haushofer, creador de la pseudociencia nazi de la geopolítica, fue otro de los hombres que influyeron en el orientalismo de Hitler. Haushofer hizo varios viajes de iniciación a la India y al Tíbet entre 1903 y 1908, y en Japón ingresó en una sociedad secreta budista. Según Karl Beldin-los siete hombres de Spandou-, Haushofer adhirió en Berlín a la Logia luminosa o Sociedad del Vril -el Vril era una supuesta energía desconocida- relacionada con la Sociedad Teosófica, que los Rosacruces y con la logia inglesa Golden Dawn, presidida por el poeta Yeats.

El orientalismo religioso de Haushofer no dejó de influir en su geopolítica. Sostenía que el origen del pueblo alemán estaba en el Asia Central y que la raza indogermana era la superior, predicaba la necesidad de «retornar a las fuentes» conquistando Europa Oriental, el Turquestán, Pamir, el Gobi y el Tíbet que constituían la «región corazón» desde la cual se podría dominar el mundo. Desde 1924 venía expresando en su Revista de Geopolítica la creencia de que Occidente había muerto como unidad política y cultural, y que estaba en formación una nueva cultura mundial, asiática. Alemania estaba participando decisivamente en ese movimiento, porque es desde allí donde fluye la energía de regreso a Asia. El papel de Alemania como participante activa en el mundo cultural de Occidente había terminado, ya no podía dar nada más al Occidente ni el Occidente podía dar más a Alemania. Pero en el Este existían inmensas posibilidades para Alemania, no solo podía ofrecerlo todas sus experiencias técnicas, sino que además podía convertirse en educadora de los pueblos orientales. Los discípulos de Haushofer afirmaban que el romanticismo alemán era más afín a la cultura de Rusia, e incluso a la India y a la China. Pero Alemania era algo más que parte de ese mundo oriental, su situación y su pasado la convertían en un eslabón entre Occidente y Oriente. Desde 1924 escribía en pro de una alianza asiática que incluyera Rusia, Japón, China y la India con Alemania como participante. «Alemania tendrá que decidir de qué lado está -decía un artículo de la Revista de Geopolítica de 1925-: ¿quiere ser un satélite de las potencias anglosajonas y su supercapitalismo, que están unidas con las organizaciones europeas contra Rusia, o quiere ser aliada de la Unión Panasiática contra Europa y America?».

Además de la Logia Luminosa o Sociedad del Vril hubo otras sectas secretas de «sabiduría oriental» vinculadas con el nazismo. Entre estas, la logia Thule, fundada en 1923. Thule era una isla desaparecida que había sido la tierra de una civilización extinguida poseedora de poderes mágicos. Se inspiraban en el Dzyan, libro mágico secreto de los sabios tibetanos, y también usaban como emblema la cruz esvástica. A esta secta pertenecían Haushofer y también Dietrich Eckardt, el único hombre a quien Hitler reconoció públicamente como su maestro. A dicha logia habrían pertenecido también el doctor Morrel, quien luego sería el médico personal de Hitler, Himmler, Hess, Goering y Rosenberg. Los miembros de la logia Thule entraron en contacto con Hitler, a quien conocieron en casa de Wagner, en Bayreuth.» J. J. Sebreli.

Cuánta razón asistía a Manuel Gálvez al referirse en ese tiempo, a Rusia y a Alemania, como lugares físicos concretos y nefastos para el mundo Occidental, lo mismo vale para la advertencia que hacía Antonio Gramsci sobre Alemania.

La decadencia de Occidente

En el mismo periodo de entreguerras Oswald Spengler, escribió «La Decadencia de Occidente» (Der Untergang des Abendlandes. Umrisse einer Morphologie der Weltgeschichte, en alemán), obra escrita en dos volúmenes y publicada entre 1918 y 1923. El primero se publicó en 1918, y el segundo volumen apareció en 1922, titulado: «Perspectivas de la historia mundial».

El autor presentaba la historia universal como un conjunto de culturas, Antigua o Apolínea, Egipcia, India, Babilónica, China, Mágica, Occidental o Fáustica, culturas que se desarrollaban de manera independiente unas de otras. Pero cada una de estas culturas, a manera de los cuerpos humanos, recorren un ciclo vital en cuatro etapas, juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia.

Según Spengler, cada una de estas etapas de la cultura, tenía rasgos distintivos que se manifestaban en todas las culturas. Oswald Spengler, aplicando un método que llamó «morfología comparativa de las culturas», sostuvo que la cultura Occidental ingresaba en su etapa final, es decir, en su decadencia, algo que se podría predecir en los próximos sucesos de la historia del occidente.

Oswald Spengler, fue filósofo de la historia alemana, tuvo una enorme repercusión internacional entre ambas guerras mundiales, pero luego pasó al olvido, salvo para especialistas o estudiosos del tema. A partir de la difusión de la teoría de Samuel Huntington, y su choque de civilizaciones, ha vuelto a cobrar interés el concepto de civilizaciones entendida como círculos culturales cerrados (Kulturkreise), como esferas megáricas, que se enfrentan cuando entran en contacto.

El introductor de la obra de Spengler, en el mundo hispanoparlante, fue José Ortega y Gasset. Siguiendo a Oswald Spengler, Ortega y Gasset, se animó a decir que la denominada Primera Guerra Mundial, no había sido tal, ya que había sido una guerra interna de la civilización europea, entre imperios europeos como el británico u inglés, el francés, alemán, ruso y austrohúngaro. Pero sin afectar a otras civilizaciones como la hindú o la china.

Estas guerras internas eran manifestaciones de la cultura europea, guerras por intereses económicos, que estaba llevando al final a su democracia e inauguraba un poder cesarista despótico, ese nuevo poder, todo apuntaba en Oswald Spengler, que sería Rusia, la llamada Tercera Roma. El pueblo ruso considerado por Oswald Spengler como un «pueblo de pueblos» que anunciaba la promesa de una nueva civilización, una nueva Roma.

Lo reprochable en Spengler, para empezar, es su filosofía política. Desde una política materialista y realista, debo decir sobre las guerras que los estados o imperios, se enfrentan por intereses, como lo dijo Henry John Temple, tercer vizconde de Palmerston (1784-1865), primer ministro del Reino Unido, más conocido como Lord Palmerston.

«No tenemos (Gran Bretaña) aliados eternos, y no tenemos (Gran Bretaña) enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos.»

Spengler nunca dijo cuál era el motor de la historia, más allá de la decadencia de las culturas y el volver a empezar con otras culturas, en un eterno determinismo cíclico. Creo entender que los ciclos culturales son para Spengler, el motor de la historia. Sin embargo, los imperios que hacen la historia se enfrentan para mantener o aumentar su eutaxia. En nuestra filosofía política sostenemos la teoría de la dialéctica de imperios.

Dijo con total certeza el francés Raymond Aron: «La guerra es de todos los tiempos históricos y de todas las civilizaciones», es decir, es un fenómeno político y social fundamental, esencial en el análisis de lo político y del Estado. Cito a Raymond Aron, pero podría haber citado al general prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831), quien definió a la guerra como la continuación de la política por otros medios.

Pero, Gustavo Bueno Martínez, con motivo de la presentación de su libro: «La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización». Dijo lo siguiente: «Yo lo digo más directamente: la guerra es política», para añadir que «la política es cada Estado con sus intereses» y la paz es «la paz de la victoria para restablecer un orden», por lo que no puede hablarse sin apellido: «la paz es soviética, americana, francesa, española o ibarretxea». Ni continuación, ni desvío, es directamente política.

También sostuvo Gustavo Bueno Martínez: «Heráclito: ‘La guerra es el padre de todas las cosas’, yo diría que la guerra es el padre de la historia, y la constitución de los Estados no pueden entenderse al margen de la historia». Los neokantianos, los idealistas, los progres, los pacifistas, y los armonistas, que sostienen una visión totalmente equivocada de la historia, no quieren hablar ni pensar en la guerra.

Esta postura no solo se encuentra en el hombre común y corriente, lo que sería irrelevante, lo grave es que lo sostienen los comunicadores, los intelectuales, los jefes de Estado, los políticos. O ven a la guerra como una cuestión de salvajes, ignorando que la guerra es propia de la civilización, antes de la aparición de los Estados lo que había eran cacerías, agarradas, pero no guerras.

Tampoco la guerra es el fracaso de la diplomacia como sostuvo el entonces secretario de Estado de Obama, John Kerry. Eran tiempos en que Putin se hacía una fiesta con ambos y de la famosa línea roja obamiana. La guerra como la diplomacia son ramas de la capa cortical, sucede que la diplomacia cede su lugar (nunca totalmente) a la guerra. Ambas la diplomacia y la guerra son caras de la misma moneda.

La diplomacia cede momentáneamente su lugar a la guerra, y nunca deja de operar, lo hace antes preparando el terreno, durante y después de la guerra. Al canciller Bismarck cierta vez le preguntaron cómo planeaba sus guerras, él respondió, que primero mandaba los granaderos y luego los diplomáticos. Putin envió soldados con vestimenta civil a la región del Donbáss y luego meneó la perdiz con su diplomacia. Y ahora invade Ucrania con su operación militar especial.

Las guerras tienen siempre un sustrato material, que se encuentran ligados a la capa basal, a la capa cortical, y las sociedades políticas se enfrentan por defender sus intereses. La eutaxia de un Estado se debe mantener aun a costa de la vida de muchos ciudadanos. El progreso militar solo puede conseguirse en función de la organización social y tecnológica de los Estados.

La Paz tiene muchas especies, la paz de la cual hablan en los medios de comunicación es la paz psicológica, también se puede hablar de una paz poética, religiosa, de los espíritus, de los cementerios. Pero la paz política no es otra cosa que el orden establecido por el vencedor o los vencedores. La paz no busca la guerra, a lo sumo la encuentra; pero la Guerra si busca la Paz, es decir, la Victoria, la aplicación del orden impuesto por el vencedor o los vencedores.

En cuanto a la paz perpetua, la paz kantiana, que en estos días ha estado dando vueltas por YouTube, es un imposible, la paz perpetua entendido no en sentido positivo político-militar, que usaron tanto Maximiliano de Alemania, Francisco I o Carlos V, Kant extrapoló ese término positivo político-militar para llevarlo a un ideal de su razón pura. Esa paz perpetua solo es posible como un idealismo.

No es posible la paz perpetua kantiana a menos que consideremos verdadero el Fin de la Historia. La invasión rusa a Ucrania nos muestra que la Historia sigue viva y que goza de buena salud. Nuestro mundo político está repartido entre Estados políticos, y los Estados surgen de los restos de los imperios. El motor de la Historia no es la lucha de clases y la historia es la historia de la dialéctica entre imperios.

Aunque los hombres tengan planes, metas, programas, la historia como tal no tiene metas, ni fines, ni sentido, no tiene telos, no hay causa final histórica, ni un destino final prefijado para los Estados. El «destino» lo decidirá la codeterminación política entre el «amigo» y el «enemigo» político. Porque los Estados se encuentran, no ya en un estado etológico hobbesiano, donde el hombre es el lobo del hombre (homo homini lupus), sino en una interminable «biocenosis social» como dijo Bueno.

Oswald Spengler tampoco supo avizorar la aparición de un nuevo imperio, los Estados Unidos, que ya ha superado la centuria como tal. Tampoco la utilización del término

«cultura» es claro, había que realizar una tarea filosófica para desmenuzar ese término, o al menos definiendo que entendemos por ella. Si tenemos en cuenta la morfología comparativa de las culturas espengleriana, la civilización Occidental, que está sometida a las leyes orgánicas del crecimiento y la decadencia, también morirá, porque ninguna civilización anterior lo ha logrado.

¿Qué es Occidente?

«El hijo de la moderna civilización occidental que trata de problemas histórico- universales, lo hace de modo inevitable y lógico desde el siguiente planteamiento: ¿qué encadenamiento de circunstancias ha conducido a que aparecieran en Occidente, y sólo en Occidente, fenómenos culturales que (al menos y como tendemos a representárnoslos) se insertan en una dirección evolutiva de alcance y validez universales? Sólo en Occidente hay ‘ciencia’ en aquella fase de su evolución que reconocemos actualmente como ‘válida’.» Max Weber. La ética protestante y el espíritu del capitalismo.

En estos días, me encontré con un video en YouTube, del marxista reformista, Santiago Armesilla Conde, muy usual en él, de tratar de defender y confundir con temas que tienen referencia con la invasión rusa a Ucrania. En un video anterior había tratado de justificar la «desnazificación» de Ucrania por parte de Putin. Ahora, nos dice sobre Occidente, que «desde el siglo XVII hacia atrás se ha tratado de asociar la idea de Occidente con eso que se llama la cristiandad».

Mas adelante dirá: «y por tanto el padre de la idea de civilización Occidental es Martín Lutero». Como siempre se salta olímpicamente lo que no conviene a su discurso, en este caso nombrando a Lutero, un monje agustino, y no menciona a san Agustín de Hipona o Aurelio Agustín de Hipona, llamado el «Padre de Occidente».

San Agustín, escritor, teólogo y filósofo cristiano, nació en Tagaste, el 13 de noviembre del 354, y murió en Hipona, el 28 de agosto del 430. San Agustín, nació y murió en el norte del África, aunque fue ciudadano romano, fue o perteneció étnicamente a los bereberes. Pero eso no impidió que la Iglesia católica lo considerara Padre de la Iglesia latina o de Occidente.

La Iglesia latina o de Occidente es la más grande de las veinticuatro Iglesias sui iuris integrantes de la Iglesia católica. Surgió en primer lugar en el Imperio romano de Occidente, donde dominaba el latín. Se distingue de las Iglesias católicas orientales que utilizan alguna de las cinco tradiciones litúrgicas orientales, por lo que no todos los católicos son latinos.

En el primer milenio, principalmente, fue también conocida como Patriarcado de Occidente, pero el papa Benedicto XVI abrogó ese título en 2006. La Iglesia latina, que se desarrolló inicialmente en la Europa occidental y África del Norte, está presente en todas las partes del mundo habitado.

Desde el siglo XVI en adelante, la Iglesia latina se difundió a otros continentes, por lo que añadió a Europa Occidental todas las nuevas tierras ocupadas por europeos occidentales, para formar el enorme patriarcado latino actual y cuentan además con dos patriarcados nominales: el de las Indias Orientales y las Indias Occidentales.

A partir del siglo XX el significado del término «Occidente» se enmarcó en un contexto cultural que no se refiere únicamente a Europa Occidental, sino que se extiende desde Norteamérica a Australia y Nueva Zelandia, incluyendo ocasionalmente a América Central y del Sur, para diferenciarse de este modo de otros contextos culturales, es obvio que este significado del término «Occidente» no puede pretender describir un territorio eclesiástico, ni puede ser empleado como definición de un territorio patriarcal.

No me voy a detener en los logros y la contribución de la civilización Occidental al mundo, ni en materia tecnológica, científica, económica, política (la Polis surgió en Grecia), ya que necesitaríamos escribir todo un ensayo. Pero para responder que es el Occidente, voy a recurrir de nuevo a Juan José Sebreli.

«Oriente y Occidente son conceptos históricos y no geográficos. Por Occidente entendemos una civilización, resultado de la confluencia de variadas tradiciones, la griega, la romana, la germánica, pero también tradiciones orientales como la hebrea, la musulmana y, a través de Grecia, la egipcia antigua. En los orígenes de la civilización occidental los límites con Oriente eran muy imprecisos. La cultura griega que nunca se difundió por toda Europa, tenía en cambio, una profunda influencia en Asia Menor. En el imperio Romano representaba un papel más importante el Asia menor; Egipto y África septentrional que la propia Europa. Para Montesquieu y Voltaire, Turquía era Oriente, en tanto que Asia Menor y el mundo antiguo eran Occidente. Estas combinaciones impiden cualquier tipo de interpretación etnocentrista del occidentalismo. Occidente se identificó tardíamente con Europa y, a partir del siglo XVI, se extendió a América, aunque supuesta y, en muchos casos, en conflicto con supervivencias de las civilizaciones precolombinas que tenían rasgos asiáticos antes de ser occidentalizadas por la conquista. Oriente, por su parte, abarcaba civilizaciones como la china, la hindú, la persa, la turca, la egipcia, la de los países árabes, la semita, la de África del Norte, la de África negra.

Occidente no es, pues, solamente un lugar en el espacio ni un periodo en el tiempo con las limitaciones que esto implicaría, sino una concepción del mundo que, aunque haya tenido un origen contingente, aspira a ser válida para todos los lugares y todos los tiempos».

«Por eso es inevitable que todos aquellos que en Occidente hoy se oponen a la modernidad y pretenden volver a alguna forma de tradicionalismo, busquen con frecuencia apoyo filosófico en Oriente. El irracionalismo del pensamiento oriental fascinó en todos los tiempos a los irracionales del pensamiento occidental».

A pesar de que Japón está ubicado geográficamente en el Oriente, sin embargo, pertenece a la civilización Occidental. En 1868, fue el fin del shogunato Tokugawa, que había gobernado Japón durante más de 250 años, y la restauración del poder imperial. Así empezó la era Meiji, durante la cual un país aislado y feudal entró de lleno en el mundo moderno en el curso de unas pocas décadas.

En enero de 1868 el nuevo emperador de Japón, Mutsuhito, reclamó para sí el derecho a ejercer el poder que desde 1603 había sido delegado en los shôgun del clan Tokugawa. Este suceso, conocido como la Restauración Meiji, cambió de manera radical el rumbo de un país que había estado más de dos siglos aislado del mundo exterior. La Era Meiji, que empezó de manera oficial el 23 de octubre de 1868, duró hasta la muerte del emperador el 30 de junio de 1912, y significó el salto abrupto de Japón al mundo moderno.

Para la sociedad japonesa fue, posiblemente, la transformación más rápida y profunda de su historia. La industrialización y el desarrollo del comercio posibilitaron la migración a los centros urbanos de una población mayoritariamente rural. Las capas sociales más humildes se vieron favorecidos por la escolarización gratuita y el fin de las viejas estructuras sociales. Las influencias del exterior cambiaron la arquitectura, la moda y las costumbres.

Uno de los cambios más importantes fue la construcción de una extensa red ferroviaria, lo segundo, la apertura al comercio internacional, lo que provocó una gran demanda de mano de obra. Y finalmente, la implementación de un sistema de escolarización completa basada en el modelo europeo, desde la escuela privada hasta las universidades. Antes la educación era un privilegio reservado a los hijos de los nobles.

La modernización del país, inevitablemente tuvo que coalicionar con las viejas estructuras feudales, en especial con los samuráis, que había sido la espina dorsal de la burocracia administrativa por más de dos siglos. se introdujo un sistema parlamentario basado en el modelo europeo y muchos antiguos samuráis entraron en él como políticos o burócratas. Los viejos dominios feudales, cuyos señores gobernaban a su antojo, fueron abolidos y sustituidos por prefecturas que dependían de un gobierno central.

También Corea del Sur, en la actualidad, pertenece a Occidente, no así Corea del Norte. Lo mismo se puede decir de Taiwán, y de muchos países del sudeste asiático, de Nueva Zelanda, Australia, etc. No pretendo sustancializar Occidente, como si se tratara de una unidad clara y distinta, y que todo lo irracional provenga de Oriente. Es cierto, que muchos delirios y actitudes irracionales fueron propios o surgieron del mismo mundo Occidental, pero las mismas fueron corregidas desde la filosofía o desde categorías políticas o morales del propio Occidente.

La civilización Occidental no es una sustancia, y en su interior muestra numerosas formas que no se pueden unificar en una unidad armoniosa. Porque fue tan propia de Occidente la institución de la esclavitud como su abolición, lo mismo se puede decir de la existencia de la Inquisición ya que existía la brujería a la que perseguía. También es propio de Occidente las viejas izquierdas políticas, como la antigua derecha del trono y el altar.

Lo mismo con las nuevas izquierdas culturales que han reemplazado la lucha de clases marxista, de la antigua izquierda, por la lucha de géneros de la actual izquierda cultural. Y no se trata por ello de conjugar todas ellas, sino de dar combate a esas desviaciones como lo hace la actual derecha en el plano cultural, por tanto, es preciso

«desoccidentalizar» de Occidente esas perversiones. Tampoco los llamados valores occidentales fueron los mismos en todo tiempo.

Occidente, ni ayer ni hoy, ha sido una entidad homogénea, sin conflictos internos y definida para siempre, como algo terminado o acabado. La asociación de esos valores con la democracia, la tolerancia, la igualdad ante la ley, o los derechos humanos, no han coexistido desde siempre en el mundo Occidental, ni fueron connaturales a la misma. Esos valores no son inmutables, sino que van apareciendo y evolucionando.

La historia misma de Occidente es un camino desde la barbarie a la civilización, porque ha conocido lo peor de la humanidad, el fanatismo, el despotismo, el holocausto, la revolución cultural, porque la reconoce y se enfrenta a ella con autoridad y legitimidad. Porque ha aprendido la lección y no quiere el retorno de la barbarie.

Y no se debe permitir el retorno de la barbarie, propio de la cultura oriental, en claro desafío a la civilización Occidental. ¿Es Ucrania parte de Occidente? Lo es, aunque étnicamente sean eslavos, porque quieren vivir en libertad bajo el mandato de la ley, y no estar sometido a la prepotencia de autócratas. Lo mismo para Georgia o Moldavia que quieren situarse bajo el paraguas de Occidente. La Turquía de Mustafá Kemal Atatürk fue Occidente y no la actual Turquía islamizada de Erdogan.

Quienes descubrieron la filosofía y las ciencias para el mundo fueron los antiguos griegos. Pues, si de otras culturas y otros pueblos hubiésemos dependido para conocer el dintorno, el contorno y el entorno de nuestro mundo, no hubiésemos avanzado mucho. Todos esos valores universales que ha logrado Occidente, no estuvo grabados en un código genético cultural, sino que fue construido con mucho esfuerzo y en mucho tiempo.

Y esos valores de la civilización Occidental probaron su superioridad científica, económica, ética y cultural, sobre otras culturas. Occidente debe dar la cara, debe combatir y salir en defensa de los valores de Occidente, no permitir que los mandarines, los jefes tribales, los dictadores, los mulás, los estudiantes coránicos, los talibanes, nos quieran imponer sus valores.

El enemigo de Occidente es, hoy como ayer, el orientalismo, es Rusia y es China. Es también el retorno del indigenismo que no es otra cosa que el retorno de la barbarie.

Bibliografía

Gustavo Bueno Martínez. La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización. Ediciones B

Johann Gottlieb Fichte. Discursos a la nación alemana. Editorial Tecnos

Antonio Gramsci. Cartas desde la cárcel. CreateSpace Independent Publishing Platform

Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones: y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona (1997).

Henri Massis. Defensa de Occidente. Editorial Osiris (1947)

Marx y Engels. Correspondencia. Biblioteca de autores socialistas

Juan José Sebreli. El asedio a la modernidad. Crítica del relativismo cultural. Editorial Sudamericana.

Oswald Spengler. La decadencia de occidente. Tomos I y II. Espasa Calpe (1958) José Vasconcelos. Estudios Indostánicos. University of Michigan Library

Junio de 2022.