El Tren a San Petersburgo
El II Reich y El Origen de La Union Sovietica
Ricardo Veisaga
El motor de la Historia es la dialéctica de imperios, qué duda cabe, el origen de la Revolución rusa y la posterior fundación del imperio soviético, es consecuencia de la misma y se da en plena Gran Guerra (Primera Guerra Mundial). Sin el conflicto bélico entre imperios no hubiese sucedido el advenimiento al poder de los bolcheviques y la consiguiente instauración de la patria del proletariado, la Unión Soviética (URSS).
El año 1917, no había empezado bien para los Romanov, especialmente para la emperatriz Alejandra, ya que el primer día de aquel 1917 en el que se iban a suceder tantos acontecimientos cruciales para Rusia, habían encontrado el cadáver de su venerado Rasputín. El crimen de Rasputín quedó minimizado ante el motín por la escasez de pan, que obligó al zar a abdicar.
El 15 de marzo, el zar Nicolás II Romanov (1868-1918), el último emperador de la gran Rusia, había abdicado como consecuencia de las violentas protestas contra el hambre y el desabastecimiento, producto de la guerra rusa en contra del II Reich alemán. La llamada Revolución de Febrero desembocó en la toma de control del país por un gobierno provisional formado por liberales y socialistas moderados con la connivencia de los bolcheviques.
Hace ciento seis años, en plena Gran Guerra, partiría desde Zürich, Suiza, un tren que bifurcaría el curso de la Historia. Stefan Zweig lo definió como un proyectil cargado de explosivos humanos y, el británico Winston Churchill se refirió a uno de esos «explosivos» como el arma más terrorífica de todas las que Alemania había lanzado contra Rusia hasta entonces. Según el ex primer ministro británico, aquel tren transportaba «en un vagón sellado herméticamente, cual bacilo de la peste», nada menos que a Lenin.
El día 9 de abril el tren inició su recorrido desde Zürich, ocho días después, el día 17 llegaría a su destino, la estación de Finlandia de Petrogrado. De esta manera se pone en marcha uno de los procesos que cambiarían el mundo entonces conocido, comenzando por cambiar el nombre de la ciudad que recibió al revolucionario Lenin y que pasaría a llamarse Leningrado.
La abdicación del zar Nicolás II, llegó a oídos de Lenin justo cuando estaba por ir a la biblioteca de Zürich, como lo hacía diariamente. «¡Portentoso! ¡Vaya sorpresa!», exclamó tras conocer el triunfo de la Revolución de Febrero contra el zar. «Tenemos que ir de alguna manera, aunque sea cruzando el infierno», escribió desde su exilio en Suiza a uno de sus seguidores. El infierno al que se refería, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, era el II Reich alemán.
Cuando el 15 de marzo llegaron a Zürich las noticias de la Revolución de Febrero, tomó por sorpresa a los emigrados rusos al igual que a Lenin. Lenin se había enterado de esos acontecimientos en su residencia del número 14 de la calle Spielgasse de Zürich, una modesta habitación en la que vivía con su mujer, Nadya Krúpskaya. Lenin debía viajar a Rusia, no podía desaprovechar la revolución por segunda vez.
No estaba en sus planes repetir el error de 1905, cuando se había demorado meses en regresar a Rusia después de estallar una revuelta revolucionaria. En ese entonces, al llegar, la revuelta agonizaba y tuvo que regresar de nuevo al exilio. Pero en 1917, había una guerra de alcance continental que bloqueaba todos los caminos de regreso a Rusia desde Zürich. En el Mediterráneo, estaba el imperio Otomano, en el oeste, Francia y los Aliados, en el noreste, Alemania.
Grigory Zinóviev (1883-1936), es el seudónimo revolucionario de Hirsch Apfelbaum, nacido en la ciudad ucraniana de Kirovohrad (actual Kropyvnytsky), en una familia de granjeros judíos. En 1901 se afilió al POSDR y miembro desde 1903 de su fracción bolchevique. Participó en la Revolución de 1905 en San Petersburgo, exiliándose posteriormente hasta la Revolución de Febrero de 1917.
Fue uno de los colaboradores más cercanos de Lenin, tras el triunfo de la Revolución de Octubre, sin embargo, encabezó junto con Kamenev la oposición en el Comité Central bolchevique a Lenin y Trotsky en noviembre de 1917. Fue presidente de la Comintern y principal dirigente bolchevique en San Petersburgo tras el traslado de la capital a Moscú en 1918. Tras la muerte de Lenin en 1924, encabezó un duro debate con Trotsky sobre las «Lecciones de Octubre».
Un año más tarde rompería su alianza con Stalin como consecuencia de su balance negativo de la «Nueva Política Económica» (NEP) y en 1926 perdería su mayoría en la organización de Leningrado (Petrogrado el nombre que tuvo San Petersburgo desde 1914 hasta 1924 al considerarse que la ciudad tenía un nombre demasiado germánico). En 1926, junto con Kamenev, se alió con la Oposición de Izquierdas de Trotsky para formar la Oposición Unificada contra Stalin, siendo expulsados del Partido Comunista en noviembre de 1927.
Tras su capitulación política, junto a Kamenev, ante Stalin en 1928, fue finalmente purgado, juzgado y ejecutado tras los Procesos de Moscú, en agosto de 1936. El revolucionario Zinóviev, escuchó la noticia del estallido de la Revolución de Febrero mientras se encontraba en Berna. Dice Zinóviev, En la llegada de Lenin a Rusia:
En ese momento, Vladimir Ilich (Lenin) vivía en Zürich. Recuerdo que me fui a casa desde la biblioteca sin sospechar nada. De repente me di cuenta de un gran malestar en la calle. Una edición especial de un periódico se vendía a toda prisa con el titular: ‘Revolución en Rusia’. La cabeza me daba vueltas en el sol de primavera. Corrí a casa con el periódico, impreso en tinta que todavía no estaba seca. Tan pronto como llegué a casa me encontré con un telegrama de Vladimir Ilich, que me pidió que fuera a Zürich “inmediatamente”. ¿Esperaba Vladimir Ilich una solución tan rápida? Los que hojeen nuestros escritos de ese período (impresos en Contra la corriente) verán la pasión con la que Vladimir Ilich llamaba a la Revolución Rusa y la forma en que la esperaba. Pero nadie había contado con una solución tan rápida. La noticia fue inesperada.
¡El zarismo había caído! El hielo se había roto. La masacre imperialista había recibido el primer golpe. Se había despejado uno de los obstáculos más importantes en el camino de la revolución socialista. Los sueños de generaciones enteras de revolucionarios rusos, finalmente, se habían convertido en realidad. Recuerdo un paseo, que duró varias horas, con Vladimir Ilich por las calles de Zürich, que se inundaron con sol de primavera. Vladimir Ilich y yo caminábamos sin rumbo fijo; nos encontrábamos a la sombra de los acontecimientos que se desarrollaban rápidamente. Elaboramos todo tipo de planes, mientras esperábamos a la entrada de la redacción de la «Neue Zeitung Züricher» nuevos telegramas y nuestras especulaciones se apoyaban en piezas fragmentarias de noticias e información. Pero apenas habían transcurrido unas cuantas horas y no fuimos capaces de contenernos.
«Contra la Corriente» era una colección de artículos, de Zinóviev en coautoría con Lenin, durante el exilio en 1916, en la que criticaban la política de «socialpatriotismo» (defensa de la Patria) de los partidos socialistas europeos.
En febrero de 1917, tras sucesivas victorias sobre los ejércitos del zar, el II Reich ocupaba buena parte de la Rusia europea y había llevado al régimen zarista a una situación insostenible. Pero el nuevo Gobierno Provisional ruso no quería rendirse: era el pasaporte que Lenin necesitaba para atravesar el infierno. Para Lenin, era la revolución que llevaba tanto tiempo esperando, y él tenía que estar allí presente para conducirla. El Gobierno Provisional de Aleksandr Kerensky lo llevaba a la nada, tenía que regresar a Rusia, pero ¿cómo atravesar Europa en mitad de una guerra?
Teníamos que ir a Rusia. ¿Qué podríamos hacer para salir de aquí lo más pronto posible? Esa era la idea fuerza que dominaba cualquier otro pensamiento. Vladimir Ilich, que habían sentido la tormenta que se avecinaba, había estado particularmente angustiado en los últimos meses. Era casi como si le faltase el aire para respirar. Todo le empujaba a trabajar, a luchar, pero en el «agujero» suizo no tenía otra opción que sentarse en las bibliotecas. Recuerdo la «envidia» (si, envidia, no puedo encontrar ninguna otra expresión de este sentimiento) con la que contemplábamos a los socialdemócratas suizos que, de una manera u otra, vivían entre sus trabajadores y se integraban en el movimiento obrero de su país. Pero estábamos separados de Rusia como nunca antes. Anhelamos la lengua rusa y el aire ruso. En aquel entonces, Vladimir Ilich casi me recordaba a un león atrapado en una jaula.
Teníamos que ir. Cada minuto era crucial. Pero, ¿cómo íbamos a llegar a Rusia? La masacre imperialista había alcanzado su cenit. Las pasiones chauvinistas hacían estragos con todas sus fuerzas. En Suiza estábamos aislados de todos los estados involucrados en la guerra. Todos los caminos estaban prohibidos, todas las rutas bloqueadas. Al principio no éramos conscientes. Pero después de unas horas se hizo evidente que se interponían grandes obstáculos y que no sería fácil atravesarlos. Pensamos varias rutas, enviamos una serie de telegramas: era obvio que estábamos atrapados y que era imposible llegar a Rusia. Vladimir Ilich elaboró varios planes, cada uno de los cuales resultó menos factible que el anterior: volar a Rusia en avión (nos faltaban unas cuantas cosas: un avión, los medios necesarios, el permiso de las autoridades, etc.); viajar a través de Suecia usando pasaportes de sordomudos (porque no hablábamos una palabra de sueco); negociar nuestro viaje a Rusia a cambio de la liberación de prisioneros de guerra alemanes; viajar a través de Londres, etc. Hubo varias conferencias de exiliados (con mencheviques, social revolucionarios y otros) que trataron de cómo conseguir la amnistía y de pudieran viajar a Rusia todos los que quisieran hacerlo. Vladimir Ilich no asistió a estas conferencias, pero me envió, sin abrigar ninguna esperanza en cuanto al resultado.
Cuando se hizo evidente que no conseguiríamos salir de Suiza – al menos no en pocos días – Vladimir Ilich volvió a concentrarse en sus «Cartas desde lejos». Nuestro pequeño grupo comenzó un intenso trabajo para determinar nuestra línea en la revolución que acababa de comenzar. Los escritos de Vladimir Ilich de ese período son suficientemente conocidos. Recuerdo un debate en Zürich, en una pequeña taberna obrera y otra en el piso de Vladimir Ilich, sobre si debíamos exigir el derrocamiento del gobierno de Lvov. Varios «izquierdistas» de entonces insistían que los bolcheviques debían defender ya esa consigna. Vladimir Ilich estaba completamente en contra. Nuestra tarea, dijo, era educar con paciencia y perseverancia, decirle a la gente toda la verdad, pero al mismo tiempo entender que necesitábamos ganar a la mayoría del proletariado revolucionario, etc. Grigory Zinóviev.
Las «Cartas desde lejos», son las Cinco cartas enviadas a Rusia por Lenin para su publicación en el periódico bolchevique Pravda en marzo de 1917, el último de los cuales fue escrito poco antes de su partida. El príncipe Georgy Lvov (1861-1925) fue jefe del gobierno provisional en 1917 tras la abdicación de Nicolás II. Lvov Ocupó este cargo hasta julio de 1917, cuando dio paso a Kerensky.
Cuando hablan de izquierdistas, es presumiblemente una referencia a la fracción bolchevique que publicaba Kommunist, dirigida por Nikolai Bukharin. La fracción no se formó hasta 1918, sin embargo, por lo que no está claro si Zinóviev se refiere a otro grupo en el exilio o hace una «lectura retrospectiva» de los desarrollos fraccionales posteriores.
La llegada de Vladimir Ilich Ulianov, que había adoptado el seudónimo de Lenin, a Petrogrado tras la abdicación de Nicolas II propiciaría la segunda revolución rusa en menos de ocho meses. El líder del partido bolchevique (escisión mayoritaria de los marxistas rusos), regresó de un exilio de más de diez años con la determinación de acabar con el Gobierno Provisional de corte democrático y burgués que había sustituido al zar tras la Revolución de Febrero y que se mostraba partidario de continuar la guerra al lado de los aliados.
El viaje de Lenin a la capital rusa desde su exilio fue una maniobra organizada por Berlín, no se trata, como dicen los conspiracionistas antisemitas, de una maniobra del capitalismo internacional judío, se trata simplemente de dialéctica de imperios. El Káiser Guillermo II hacía tiempo había llegado al convencimiento de que una forma de ganar la guerra era desestabilizar a sus oponentes, para lo que venían apoyando, sin mucho éxito, los movimientos independentistas en Irlanda, Marruecos, India y Egipto.
Pero en Rusia la situación sería diferente, para tomar contacto con Lenin, el Reich recurrió inicialmente a un revolucionario ruso, Alexander Helphand, al que prestaba ayuda económica. En caso de que hubieran optado por Helphand y hubiese tenido éxito, se habría evitado las terribles matanzas de los gobiernos comunistas. Sin embargo, la sugerencia de viajar abiertamente a través de Alemania fue rechazada por el líder bolchevique, pues pensaba que ello podría suponer su descrédito al presentarle como un agente germano.
Tras disparatas alternativas, como hacerse pasar por un sueco sordomudo para cruzar Alemania o alquilar un avión cuando era un transporte inseguro y fácil de abatir, Lenin aceptó la propuesta del revolucionario socialista (menchevique) Yuli Mártov de que los socialistas rusos en Suiza negociasen con al Gobierno alemán para cruzar Alemania a cambio de que el Gobierno provisional ruso pusiese en libertad a un número igual de alemanes presos en Rusia.
La propuesta original del intercambio fracasó, básicamente porque los dirigentes del Gobierno provisional ruso tenían fichados a los revolucionarios exiliados y no iban a facilitar su regreso. Entonces, Lenin y Zinóviev pidieron ayuda al socialista suizo Fritz Platten (del que eran rivales políticos) quien consiguió un acuerdo con el embajador alemán en Berna sin contraprestaciones del Gobierno ruso.
Luego de semanas de negociaciones, con Fritz Platten (1883-1942), secretario general del Partido Socialdemócrata suizo, como intermediario, llegaron a un acuerdo con el káiser Guillermo II para que Lenin y sus compañeros pudieran atravesar Alemania. Finalmente, los agentes del Káiser aceptaron las demandas de Lenin en la forma en que se debía realizar el viaje. El acuerdo con el káiser era un arma de doble filo, ya que temían ser acusados de espionaje y traición al llegar a Rusia.
Alemania estaba empeñada en que Rusia saliera de la guerra y Lenin era uno de los voceros principales de quienes querían retirar a Rusia de la guerra. Fue por orden del propio káiser que llegaron los permisos para su salida, el káiser quería concentrar todo el esfuerzo bélico en un frente, en el frente occidental. Si el frente oriental desaparecía rápidamente, para Alemania podía ser la victoria. El káiser tenía que resolver problemas de corto plazo, en cuanto a ideas estaban en veredas opuestas.
Lenin tratando de contrarrestar el riesgo de ser vistos como colaboracionistas con los alemanes (vano intento, es obvio que fueron colaboracionistas del enemigo), Lenin estableció una serie de condiciones. Por ejemplo, el «tren sellado»: un vagón con un estatus de extraterritorialidad similar al de una embajada extranjera en el que los exiliados podrían viajar a través de territorio enemigo sin contacto con los alemanes.
Desde el momento en que se embarcaran en el tren, no lo abandonarían hasta el final del trayecto, sin embargo, lo abandonaron muchas veces. Las puertas estarían selladas, el propio Fritz Platten viajaría en el tren con el fin de garantizar el acuerdo y ejercería de intermediario para evitar el contacto directo entre los exiliados rusos y sus interlocutores alemanes. Tras la muerte de Lenin en 1924, «Fritz el rojo» editó un libro de ensayos y memorias en idioma alemán sobre estos eventos (Die Reise durch Deutschland im Lenines plombierten Wagen). Otros dirigentes comunistas, incluyendo a Radek y Zinóviev, hicieron el viaje con Lenin.
Lenin insistió en que no se dieran nombres, sólo una lista de números de pasajeros, en la estación de Gottmadingen, ya en Alemania, se produjo el cambio de trenes. Dos oficiales del ejército alemán embarcaron en el mismo vagón que los exiliados y se instalaron en un compartimento de tercera clase en uno de los extremos. Se trazó con tiza una línea blanca en el suelo para delimitar el «territorio alemán» y el «territorio ruso».
En el andén de Zürich, las voces que cantaban la Internacional y los gritos de ánimo se mezclaron con acusaciones de traición contra Lenin y los suyos por haber aceptado cruzar Alemania, enfrentada a Rusia en la Gran Guerra. A las 03:10, la locomotora se puso en marcha y el griterío quedó atrás. Sin embargo, el viaje se convirtió en causa inmediata de controversia. Varios mencheviques, como Plejánov, denunciaron a Lenin y sus camaradas como «espías alemanes».
1: Zürich- El viaje comenzó el 9 de abril. Lenin y su esposa, Nadezhda (Nadia) Krúpskaya, viajan con otros 30 adultos y varios niños. Los hombres que viajaban solos se instalaron en compartimentos de tercera clase, las mujeres y las parejas -incluidos Lenin y su esposa- en segunda. En la aduana de Gottmadingen, los suizos requisangran parte de la comida. En cuanto el tren se movió de la estación de Gottmadingen, los temores se disiparon y se levantaron los ánimos.
Ya en Alemania, la expedición sube al «tren sellado» (tres de las cuatro puertas del lado del andén se bloqueaban cuando todos los pasajeros estaban a bordo), un vagón con tres compartimentos de segunda clase, cinco de tercera y dos lavabos. Una línea pintada con tiza separa la zona rusa de la alemana, desde donde dos oficiales alemanes vigilan a los rusos. El tren sellado avanzaba ya por Alemania. ¿Fue en esa escala que cambió la dirección en la que dirigió posteriormente a Rusia?
2: Singen- La noche del 9 la pasan en el interior del vagón. Lenin prohíbe fumar y ordena dormir en horas concretas. Una de las primeras dificultades tuvo que ver con el tabaco, que Lenin detestaba. Desde el principio decidió que quienes quisieran fumar debían retirarse al servicio. Lenin ignora, pero el mismo 9 de abril el III Ejército británico ha iniciado la ofensiva franco-británica en el frente occidental, mientras el Gobierno Provisional ruso declara su intención de continuar en la guerra.
3: Fráncfort- El día 10 el tren recorre el valle del Neckar, entre la Selva Negra y el Jura de Suabia. Los campos están abandonados, y los rusos advierten que los pocos campesinos que ven los miran con recelo por los panecillos que comen mientras observan por las ventanillas. Por la noche, mientras el tren está en una vía muerta de la estación de Fráncfort, un grupo de soldados alemanes irrumpe en el vagón. «Se echaron sobre nosotros con un entusiasmo sin precedentes, queriendo saber si habría paz, y cuándo llegaría esta», recordaría Karl Radek, hombre de confianza de Lenin.
4: Berlín- El 11 de abril, el tren del príncipe heredero se detiene en Halle para dejar paso al tren de Lenin. Aun así, el viaje lleva tanto retraso que impide que los rusos tomen el transbordador que debe llevarlos a Suecia. Los alemanes deciden detener el tren en Berlín. Según Catherine Merridale, «no hay ningún testimonio […] que apoye la posterior afirmación de que Lenin mantuvo una reunión con personal del Ministerio de Exteriores alemán».
Se había decidido. No teníamos otra opción. Viajaríamos a través de Alemania. Pasase lo que pasase, era evidente que Vladimir Ilich debía estar en Petrogrado tan pronto como fuera posible. Cuando se mencionó por primera vez esta idea, provocó -como era de esperar- una tormenta de indignación entre los mencheviques, los socialrevolucionarios y de hecho entre todos los exiliados no bolcheviques en Suiza. Incluso hubo algunas dudas entre los bolcheviques. Esta reacción fue, de hecho, comprensible: los riesgos implícitos no eran insignificantes.
Recuerdo cómo, cuándo subíamos al tren en la estación de Zürich, que salía para la frontera suiza, un pequeño grupo de mencheviques organizó una especie de manifestación hostil contra Vladimir Lenin. A las 11 am -literalmente, unos minutos antes de que el tren partiera- un muy agitado Riazánov llamó aparte al autor de estas líneas y le dijo: «Vladimir Ilich se ha dejado llevar y no está teniendo en cuenta los peligros. Es usted demasiado flemático: ¿no se da cuenta de que es una locura? Convenza a Vladimir Ilich de que debe abandonar su plan de viajar a través de Alemania». Pero después de unas semanas, Mártov y otros mencheviques se vieron obligados a embarcarse también en la «locura» de ese viaje.
… Habíamos partido. Recuerdo la macabra impresión de un país muerto cuando viajamos a través de Alemania. Berlín, que vimos a través de las ventanillas del tren, parecía un cementerio.
El estado de excitación en el que todos nos encontrábamos de alguna manera abolió nuestra percepción del espacio y el tiempo. Un vago recuerdo de Estocolmo ha quedado en mi mente. Nos movimos mecánicamente a través de las calles y compramos mecánicamente las cosas necesarias para mejorar la higiene de Vladimir Ilich y de los demás. Preguntamos cuando saldría el próximo tren para Tornio –había casi cada 30 minutos. Nuestra imagen de los acontecimientos en Rusia era todavía muy difusa en Estocolmo. Ya no había ninguna duda sobre el equívoco papel jugado por Kerensky. Pero ¿que estaba haciendo el sóviet? ¿Se habían aposentado Chkeidze y Cía ya en el Soviet? ¿A quién apoyaba la mayoría de los trabajadores? ¿Qué posición había adoptado la organización bolchevique? Todo ello era aún muy poco claro.
Tornio: recuerdo que era de noche. Viajamos en trineos sobre los golfos congelados. Había dos personas en cada trineo. La tensión alcanzó su cenit. Los camaradas más vivaces de entre los jóvenes (como Usievich, que ahora está muerto) estaban inusualmente nerviosos. Pronto veríamos los primeros soldados revolucionarios rusos. Ilich permanecía extremadamente tranquilo. Le interesaba especialmente lo que estaba ocurriendo en Petersburgo. Viajando a través de los golfos congelados, miraba con curiosidad en la distancia. Como si sus ojos ya pudieran ver lo que estaba sucediendo en el país revolucionario a 1.500 kilómetros frente a nosotros. Gregori Zinóviev
David Riazánov Borísovich (1870-1938) fue un intelectual menchevique ruso y archivero que fundó el Instituto Marx-Engels. Fue purgado en el Gran Terror de finales de 1930. Julius Mártov (1873-1923) fue un líder menchevique ruso que también se encontraba en el exilio suizo durante el estallido de la revolución en Rusia. Volvió a Rusia desde Suiza en mayo de 1917.
Alexander Kerensky (Simbirsk, 4 de mayo de 1881- New York, 11 de junio de 1970) ocupó los cargos de ministro de Justicia y luego ministro de Guerra en el gobierno provisional y a la vez vicepresidente del Soviet de Petrogrado. Primer ministro ruso, jefe del Gobierno Provisional surgido con Revolución de Febrero y la abdicación del Zar, promulgó las primeras leyes que reconocían libertades y derechos civiles. Fue partidario de la continuación de la guerra, fue el artífice de la última y fallida ofensiva rusa, que llevó su nombre. Sus excelentes relaciones con la asamblea de obreros y soldados le permitieron ser un puente entre ellos y la Duma, de la que había sido miembro desde 1912. Defenestrado por el golpe de estado bolchevique en noviembre de 1917, pasó al exilio, primero en Francia y más tarde en Estados Unidos.
Nikolai Chkeidze (1864-1926) menchevique georgiano que fue presidente del comité ejecutivo del Soviet de Petrogrado. Grigori Aleksándrovich Usievich (1890-1918) fue miembro del partido bolchevique desde 1907 y en 1917 se convirtió en diputado bolchevique en la Duma municipal.
5: Sassnitz- El 12, con un día de retraso, toman el transbordador Queen Victoria. Cinco horas después están en Suecia.
6: Estocolmo- Llegan a la capital sueca el día 13. Un grupo de periodistas accede al tren antes de que entre en la estación. Lenin es fotografiado mientras recorre el centro de la ciudad. Lenin siempre negará que los alemanes financiasen el viaje, pero en Estocolmo Karl Radek se reúne con Aleksandr Helphand, «Parvus», un empresario socialista ruso al que los alemanes habían dado siete millones de marcos con el objeto de fomentar la revolución en Rusia.
7: Tornio- El día 15 llegan a esta estación fronteriza del Imperio ruso. Los aduaneros separan a hombres de mujeres. Lenin es sometido a un largo interrogatorio. «Una y otra vez, fue obligado a repetir la historia de que era un periodista que regresaba a la patria», escribe Catherine Merridale. Todos pasan la frontera, menos el suizo Fritz Platten, que había actuado como intermediario con los vigilantes alemanes. Tras varias horas de viaje, cruzaron en trineo el río helado hasta la población de Tornio. Los guardias de frontera rusos les hicieron un breve registro (Finlandia todavía era un Gran Ducado anexionado a Rusia) y pudieron tomar otro tren en dirección a Helsinki.
En Tornio, ya en la frontera con Rusia, algunos guardias intentaron retener a Lenin, pero tenían las manos atadas. Incluso se pensó en declarar en cuarentena al tren. Fue un hombre llamado Harold Gruner quien le dejó pasar. En respuesta, Lenin lo condenó a muerte.
8: Beloostrov- Lenin está en el Imperio ruso, pero, aun así, el 16 debe atravesar este último puesto fronterizo, entre Finlandia y Rusia.
9: Petrogrado- El tren de Lenin debía llegar a las 23 hs. del 16 de abril, lunes de Pascua, pero lo hace los primeros minutos del día 17. Los bolcheviques organizaron un gran recibimiento: banderas, banda militar, guardia de honor… «Intentaban contrarrestar la impresión creada por la decisión de Lenin de aceptar ayuda de Alemania». Molesto por la pompa de la bienvenida, Lenin llama a la revolución mundial nada más bajar del tren: «Esta guerra entre piratas imperialistas es el comienzo de una guerra civil en toda Europa». Montado sobre la torreta de un coche blindado, atraviesa la ciudad hasta el cuartel general bolchevique, donde reprueba la colaboración bolchevique con el Gobierno Provisional. Tal como habían previsto los alemanes, Lenin no parará hasta derrocarlo.
Desde que cruzaron la frontera sur, el vagón -que cambió varias veces de vía y de locomotora- se adentró en Alemania en dirección a Berlín. Los exiliados cruzaron Ulm, Stuttgart, Karlsruhe, Frankfurt. Hasta llegar a la capital alemana, donde el tren se detuvo durante horas. Esa misteriosa escala, tuvo consecuencias profundas en la forma de pensar de Lenin. Las razones de esa parada suscitan muchas preguntas ¿Hubo una reunión secreta en la que Lenin recibió información que le hizo cambiar la estrategia de la revolución?
Cruzó una Europa en guerra con permiso del enemigo de Rusia, al que le convenía convencerlo de que los rusos dejaran de luchar contra Alemania. Hasta ahora ningún historiador ha sido capaz de dar una explicación adecuada sobre esto. Aunque lo sucedido aquella noche en Berlín sólo pueden ser objeto de especulación, no hay duda alguna de que, durante el viaje de Berlín a San Petersburgo, Lenin alteró por completo su plan táctico.
La teoría marxista más extendida entendía que países atrasados económicamente como Rusia debían pasar por un periodo de capitalismo al estilo occidental antes de adentrarse en el socialismo. Pero a su llegada a San Petersburgo, el líder bolchevique defendió una estrategia revolucionaria que omitió ese paso intermedio. El nuevo plan quedó plasmado en las famosas Tesis de Abril, que Lenin hizo públicas apenas unos días después de su llegada a Rusia.
El historiador Robert Service apunta una hipótesis. «Poster con propaganda soviética de los años 20: “¡Todo el poder para los soviéticos! ¡Paz para el pueblo! ¡Fábricas y molinos para los trabajadores!”. Lenin empuñando el diario Pravda… ¿financiado por Alemania?» Dirá también Robert Service: «Después del viaje a través de Alemania en el tren sellado hubo un factor que no existía cuando Lenin estaba en Suiza: una gran cantidad de financiación alemana, suficiente para publicar periódicos en toda Rusia y difundir propaganda a una escala que Lenin nunca antes pudo concebir».
Las autoridades soviéticas e historiadores comunistas siempre negaron la existencia de esos fondos alemanes. Sea como fuere, tras su escala en Berlín, Lenin y sus compañeros prosiguieron su viaje y el 12 de abril llegaron a Sassnitz, en la costa báltica, donde embarcaron en el ferry sueco «Reina Victoria», rumbo a Trelleborg. De allí prosiguieron, de nuevo en tren, hasta Malmö y después, en un ferrocarril nocturno, hasta Estocolmo.
En la capital sueca Estocolmo, Lenin fue recibido casi como una estrella y se reunió con socialistas locales y con otros exiliados. Al día siguiente, una multitud de curiosos y periodistas lo despidieron en la estación, desde donde salió rumbo a Haparanda, 600 km. al norte. Tornio, la primera ciudad de la entonces provincia rusa de Finlandia, se encuentra al otro lado del río Torniojoki, que permanece congelado a mediados de abril, y que deben atravesar en trineo.
En la frontera, el interrogatorio y los registros fueron intensos como se esperaba, pero lograron finalmente pasar. Era domingo 15 de abril. Lenin le envió un telegrama escueto a su hermana, que se encontraba en San Petersburgo, pidiéndole que le informara al periódico oficial bolchevique de su llegada inminente. El día siguiente, el tren atravesó Finlandia.
Por la tarde se acercaron a la frontera de Rusia. Beloostrov, la pequeña ciudad de la frontera ruso-finlandesa era el primer punto de peligro, un lugar adecuado para que una unidad de cosacos o de junkers (cuerpos de élite), los esperara para arrestarlos. Esto no sucedió y los revolucionarios se adentraron en Rusia: su destino final, la estación de Finlandia, estaba apenas a unas horas.
La noticia de la llegada de Lenin corrió como la pólvora y las autoridades locales prepararon un recibimiento masivo. Miles de personas con pancartas y símbolos revolucionarios esperaban a los exiliados. Era de noche y muchos llevaban linternas y antorchas. La imagen de la llegada se convertiría en uno de los íconos de la Revolución Rusa y del arte soviético. En la estación de Petrogrado les esperaba una guardia de honor y una banda de música que entonó los acordes de La Marsellesa (que, en aquel momento, era también el himno de los socialistas rusos).
Sobre el andén, Lenin pronunció un discurso clave para entender el devenir de Rusia. «El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el pueblo necesita tierra. Y ellos le dan guerra, hambre, no pan y dejan a los terratenientes con la tierra. Debemos luchar por la revolución social, luchar hasta el final, hasta la victoria completa del proletariado. Larga vida a la revolución social internacional».
Siguieron días de constantes discursos y mítines contra el Gobierno Provisional y la continuación de la guerra, así como amonestaciones a los editores de Pravda, Stalin y Kamenev, por una actitud que Lenin consideraba demasiado conciliadora con sus enemigos políticos. Alemania estaba encantada. Un agente germano en Estocolmo escribía a las autoridades de Berlín: «Éxito de la llegada de Lenin a Rusia. Se está comportando exactamente como deseamos».
El descontento popular provocado por el fracaso de una nueva ofensiva militar puesta en marcha por Kerensky sería aprovechada por Lenin y sus partidarios para desatar un golpe de estado apoyado por el Sóviet de Petrogrado, la Revolución de Octubre, que dio el poder a los bolcheviques y el abandono de la guerra por parte de Rusia.
El éxito del plan germano había sido total, pero efímero. Un año más tarde del triunfo de Lenin en Petrogrado, marinos, soldados y obreros se levantarían en Alemania exigiendo el fin de la guerra y la instauración de un régimen bolchevique en el país, lo que supuso la abdicación del Káiser y obligó a los generales a pedir el armisticio.
Lenin desarrolló nuevas ideas en sus Tesis de Abril que, según los historiadores, servirán de hoja de ruta para la Revolución de Octubre. Con ellas rompe de alguna forma con otros líderes bolcheviques que no estaban de acuerdo con esa estrategia, la firma inmediata de la paz, proceso de colectivizaciones, no colaboración, incluso lucha, con el gobierno provisional y el famoso «todo el poder para los soviets».
Ya estábamos en el lado ruso de la frontera (la actual frontera entre Finlandia y Suecia). Los camaradas más jóvenes se abalanzaron hacia los soldados de frontera rusos (había probablemente sólo 20 a 30) y entablaron conversación para averiguar lo que estaba sucediendo. Vladimir Ilich se hizo con unos periódicos rusos. Había números sueltos de la Pravda de Petersburgo. Vladimir Ilich devoró las columnas y luego levantó las manos en forma de reproche: había leído la noticia de que se había descubierto que Malinowsky en realidad era un espía.
A Vladimir Ilich le preocuparon varios artículos de los primeros ejemplares de Pravda, que no eran del todo irreprochables desde el punto de vista del internacionalismo. ¿Era cierto? ¿No estaba el punto de vista internacionalista lo suficientemente claro? Lucharíamos contra esto y pronto se corregiría la línea del periódico.
Nos encontramos entonces por primera vez con los «lugartenientes de Kerensky», los demócratas revolucionarios. Después nos cruzamos con soldados revolucionarios rusos, que Vladimir Ilich calificó de «concienzudos defensores de la patria», a los que teníamos que «educar con paciencia». Siguiendo las órdenes de las autoridades, un grupo de soldados nos acompañó a la capital. Llegamos al tren.
Vladimir Ilich tanteó a estos soldados; hablaron de la patria, de la guerra y de la nueva Rusia. La conocida especial capacidad de Vladimir Ilich de acercarse a los trabajadores y los campesinos permitió que en poco tiempo se estableciera una excelente relación de camaradería con los soldados. Las discusiones continuaron durante toda la noche sin interrupción. Los soldados, los «defensores de la patria», insistieron en que ellos tenían razón. La primera cosa que Vladimir Ilich concluyó de este intercambio fue que la ideología de la ‘defensa de la patria’ seguía siendo una fuerza poderosa. Con el fin de luchar contra ella necesitábamos una terca rigidez, pero también paciencia y astucia en como dirigirnos a las masas.
Todos estábamos convencidos de que seríamos detenidos por Miliukov y Lvov a nuestra llegada a Petersburgo; Vladimir Ilich era el más convencido de que ocurriría y preparó a todo el grupo de camaradas que viajábamos con él para esta eventualidad. Para mayor seguridad, incluso hicimos que todos los que viajaban con nosotros firmasen declaraciones oficiales, declarando que estaban dispuestos a ir a la cárcel y que defenderían la decisión de viajar a través de Alemania ante cualquier tribunal. Cuanto más nos acercábamos a Beloostrov, más nos emocionábamos. Pero al llegar allí fuimos recibidos por las autoridades con la suficiente cortesía. Uno de los oficiales de Kerensky, que tenían el cargo de comandante de Beloostrov, incluso dio el parte a Vladimir Ilich.
En Beloostrov fuimos recibidos por nuestros amigos más cercanos -entre ellos Kamenev, Stalin y muchos otros. En un estrecho y oscuro vagón de tercera clase, iluminado únicamente por una vela, tuvimos el primer intercambio de opiniones. Vladimir Ilich bombardeó a los camaradas con preguntas.
«¿Vamos a ser arrestados en Petersburgo?»
Los camaradas que habían viajado para reunirse con nosotros no nos proporcionaron una respuesta específica y se limitaron a sonreír furtivamente. En el camino, en una de las estaciones cercanas a Sestrorezk, cientos de proletarios recibieron a Vladimir Ilich con la calidez que habían reservado sólo para él. Lo llevaron en hombros y dio su primer breve discurso de bienvenida.
La plataforma de la estación de Finlandia en Petersburgo. Ya era de noche. Sólo entonces entendimos las sonrisas furtivas de nuestros amigos. Lo que esperaba a Vladimir Ilich no era la prisión, sino un triunfo. La estación y la plaza de en frente se inundaron de la luz de los faros. En la plataforma había una larga columna de guardias de honor de todas las armas y servicios. La plataforma, la plaza y las calles adyacentes estaban llenas de decenas de miles de trabajadores que con entusiasmo daban la bienvenida a su dirigente. Sonó «La Internacional». Decenas de miles de obreros y soldados contenían a penas la emoción.
En unos pocos segundos Vladimir Ilich se «adoptó» a la nueva situación. En la llamada Cámara Imperial fue recibido por Chkeidze y una delegación plenaria del Sóviet. El viejo zorro de Chkeidze dio la bienvenida a Lenin en nombre de la «democracia revolucionaria» y expresó «su esperanza», etc. Sin pestañear, Lenin respondió a Chkeidze con un breve discurso que, desde la primera palabra hasta la última, fue una bofetada en la cara a la «democracia revolucionaria». Su discurso terminó con las palabras: «¡Viva la revolución socialista!»
En este momento una enorme masa de gente se abalanzó hacia nosotros. Mi primera impresión fue que éramos como un corcho en esa enorme ola. Vladimir Ilich fue levantado en el aire y colocado en la parte superior de un tanque y de esa manera hizo su primera visita a la capital revolucionaria, entre densas filas de obreros y soldados, cuyo entusiasmo no tenía límites. Dio discursos cortos y lanzó las consignas de la revolución socialista a la multitud.
Una hora más tarde llegamos al palacio Kshesinskaia, donde estaba esperándonos casi la totalidad del partido bolchevique. Los discursos de los camaradas duraron hasta el amanecer y Vladimir Ilich les respondió con el discurso final. Temprano por la mañana, casi al amanecer, nos separamos unos de otros y aspiramos el aire hogareño de Petersburgo. Vladimir Ilich estaba fresco y feliz. Tenía buenas palabras para todos. Se acordó de todos y que volvería a verlos a todos mañana, cuando comenzase la nueva tarea.
Caras felices por todas partes. El líder ha llegado. Todos ellos miraban a Vladimir Ilich con una alegría sin límites, entusiasmo y amor y él tomó nota de este hecho. Vladimir Ilich estaba en Rusia, en la Rusia revolucionaria, después de largos años de exilio. La primero de una serie de revoluciones había comenzado. La Rusia revolucionaria por fin tenía un verdadero líder. Un nuevo capítulo en la historia de la revolución internacional comenzaba.
Esto es la última parte del relato de Grigory Zinóviev, «La llegada de Lenin a Rusia», traducido al inglés por Ben Lewis. Roman Vatslavovich Malinovsky (1876-1918) fue un miembro del comité central bolchevique y parlamentario de la Duma que estaba a sueldo de la policía secreta zarista. Pavel Miliukov (1859-1943) fue un dirigente del Partido liberal Demócrata Constitucional (Cadet), que fue ministro de Asuntos Exteriores en el gobierno provisional.
La descripción de Zinóviev de estos dos líderes bolcheviques Kamenev y Stalin, no exiliados puede ser o no reflejo de su posición en las luchas fraccionales del Partido bolchevique en ese momento. Grigori Zinóviev fue uno de los aliados más cercanos de Lenin en el exilio y ambos colaboraron con una cantidad de artículos, folletos y tesis, entre otras cosas, en respuesta al colapso político de la Segunda Internacional tras el estallido de la Primera Guerra Mundial.
La Revolución Rusa -con sus consecuencias profundas y duraderas no sólo para Rusia- llegaría ocho meses después de este viaje de Zürich a San Petersburgo. En apenas 34 semanas cambió el mundo, como dijo el mismo Lenin: «Hay décadas en las que no pasa nada y semanas en las que pasan décadas».
Aunque miles de obreros y soldados recibieron a Lenin, aún era un gran desconocido para los rusos. Su primera foto oficial no se tomó hasta enero de 1918 y a partir de su difusión pública sufrió tres atentados, el último en agosto de ese año, con graves consecuencias para su salud. Lenin pidió derrocar al gobierno de Aleksandr Kerensky, y realizar la revolución socialista para instaurar la dictadura del proletariado. Necesitó poco más de seis meses para cumplir su objetivo.
Una vez Lenin en el poder Rusia abandonó la guerra. Aunque muchos consideraran vergonzosa la paz sin anexiones, Lenin renegaba de esa guerra imperialista y, como la única guerra legítima y necesaria, según su opinión, era la civil, y en ella centró todos sus esfuerzos.
El viaje desde Suiza fue realizado por emigrados rusos excepto Platten y el revolucionario comunista Karl Radek que tenía pasaporte austriaco. También formaban parte del grupo Grigori Zinóviev, Inessa Armand, Grigori Safárov y V.V. Vorovski. Antes de partir los emigrados se reunieron en un hotel de Zürich el 9 de abril y tomaron un tren local hasta la frontera alemana. En Gottmadingen, estaba el tren esperándolos.
Los emigrados rusos fueron acomodados en un vagón de segunda-tercera clase en el que también viajarían dos oficiales alemanes que recibieron la orden de permanecer en un compartimento en el fondo del vagón, tras una línea trazada con tiza que dividía el territorio alemán del territorio ruso.
En verdad el famoso vagón sellado nunca lo estuvo, los emigrados pudieron hablar con otros pasajeros o con ferroviarios y soldados en las estaciones donde paraban, pero trataron de ser discretos y evitar que llegasen informaciones a Rusia de que habían hablado con ciudadanos enemigos en territorio enemigo.
En el viaje, Lenin pudo leer ejemplares recientes del diario Pravda en las que se aseguraba que el comité central bolchevique, dirigido por Lev Kamenev y Iósif Stalin desde que habían sido liberados de su destierro siberiano, había aceptado apoyar de forma condicional al Gobierno provisional ruso. Un apoyo que chocaba frontalmente con las posiciones que defendía Lenin y que no tardaría en imponer.
En la frontera administrativa ruso-finlandesa les esperaba Kamenev, que fue recibido con cierta frialdad por Lenin. En su viaje desde Suiza a Rusia, Lenin había esbozado lo que llamaría Tesis de abril, que consistía en rechazar la idea marxista tradicional de consolidar primero una revolución burguesa-democrática antes de realizar la revolución socialista.
En Rusia, que no era un país industrializado, había que saltarse aquella etapa intermedia y tomar el poder violentamente. Una acción que debía ser ejecutada por una vanguardia de revolucionarios profesionales. Por ello era prioritario acabar con el Gobierno provisional como solución a los problemas políticos y sociales que se arrastraban desde el zarismo y también poner fin a la Gran Guerra con una paz aceptable para los pueblos beligerantes más allá de los intereses de sus dirigentes. Los acontecimientos futuros jugarían a su favor.
En julio fracasó una ofensiva rusa, en septiembre los alemanes tomaron Riga, y un general reaccionario, Lavr Kornilov, emprendió un golpe de Estado que fue impedida por los bolcheviques. El Gobierno provisional que se encontraba en una situación muy frágil se desmoronó debido a su negativa a retirarse de la guerra. Los soldados hambrientos del frente se amotinarán y muchos desertarían. El 25 de octubre (7 de noviembre según el calendario gregoriano) triunfaba la revolución socialista que conmovió al mundo.
En un cuadro expuesto en la vivienda de la segunda mujer de Stalin, en la actual San Petersburgo, se muestra esa llegada a la estación de Finlandia de Petrogrado. El autor, Mijail G. Sokolov, ejemplo del realismo soviético, representó a Stalin justo detrás de Lenin. Nunca estuvo allí, pero ¿qué más da? El propio Trotsky, líder del Ejército Rojo, reconoció que nunca mintieron tanto los hombres como durante la Gran Guerra por la Libertad, como llamó a la revolución por la que luchó y por la que no dudó en matar. Eso sí, lo reconoció cuando fue él el objeto de esas mentiras y acabó condenado, no antes.
Quien sí recibió a Lenin fue Sukhanov, pero su nombre no ocupa un lugar destacado en la Historia. En realidad, los verdaderos protagonistas del viaje de Lenin no solo cayeron en el olvido, sino que en muchos casos el mismo comunismo que defendieron les condenó. Es el caso de Karl Radek, que acompañó a Lenin en Estocolmo a comprar los zapatos que llevaba cuando llegó a Petrogrado, y que fue enviado a Siberia.
También el de Fürstenberg, que recibió a Lenin en una parada de su viaje con destino a Malmö y a quien el líder encargó dirigir la sede de los bolcheviques en Estocolmo. Luego sería torturado y fusilado, como también lo fueron su esposa y su hija. O el caso de Zinóviev y su hijo, al que Lenin incluso se planteó adoptar, que también fueron fusilados, junto con su segunda mujer, mientras que la primera fue enviada a un campo de trabajo del ártico. Incluso la mujer de Lenin, Nadezhda Krúpskaya, fue objeto de rumores y Stalin se planteó «hacer de otra la viuda del líder».
El proyectil lanzado por los alemanes fue efectiva, con la retirada de Rusia de la Entente, la balanza de la Guerra Mundial habría quedado desequilibrada si Estados Unidos no hubiera declarado la guerra a Alemania la misma semana que Lenin llegó a Petrogrado. Rusia se desangraba en una cruenta guerra civil y la Gran Guerra imperialista seguía su camino sin ella.
El final de esa Gran Guerra significó la desaparición de tres Imperios: El Austro-húngaro, el Otomano y el alemán. Años después de la llegada de Lenin a Petrogrado y del triunfo de la Revolución de Octubre, el periodista Ryszard Kapuscinski analizó cómo la dictadura soviética había marcado la vida de 200 millones de personas en la Unión Soviética en un libro titulado «El Imperio».
Ryszard Kapuscinski de adulto recorrió Siberia desde el sureste hasta Moscú en el Transiberiano y, posteriormente, las Repúblicas del Sur: Azerbaiyán, Uzbekistán, Georgia, Armenia, Turkmenia, Tayikistán, y Kirguizia. Relata el drama de estos pueblos que, en algunos casos, como el armenio, fueron aniquilados por Stalin.
Cuando Rusia firmó la paz de Brest-Litovsk en marzo de 1918 renunció a anexionarse ningún territorio. Sin embargo, en las décadas siguientes extendió su poder por todo el Este de Europa, dando lugar a un inmenso Imperio que, en extensión, nada tenía que envidiar al de los zares. Lenin siempre defendió una revolución a escala mundial contra el capitalismo, pero murió en 1924, por lo que no pudo estar al mando.
El revolucionario Lenin dio paso a la leyenda, cuya momia aún hoy se venera en la Plaza Roja. Su lugar lo ocupó Stalin, que había viajado a Rusia al mismo tiempo que Lenin de vuelta del exilio, aunque Stalin desde Siberia. Y su forma de entender la revolución pasaba más por el terror que por la ideología. También aquel viaje en tren, con el mismo destino, pero desde el otro extremo de Europa, marcó el curso de la Historia.
El zar Nicolás II, nació en San Petersburgo, el 18 de mayo de 1868, y murió 17 de julio de 1918 en Ekaterimburgo. Reinó en Rusia hasta su abdicación en marzo de 1917. Su tibieza de carácter y sus ideas inmovilistas no le permitieron dar respuesta a los numerosos problemas que aquejaban al país. Estaba ausente de la realidad del estado, ya sea por voluntad propia, o bien por acción de su camarilla. En cualquier caso, él fue el responsable.
Se mantuvo en una postura política más propia de los monarcas absolutistas del siglo XVIII. Superado por los acontecimientos de la Revolución de Febrero, su destitución del trono dio lugar a la formación del Gobierno Provisional, hasta que la Revolución de Octubre llevó a los bolcheviques al poder. Hecho prisionero en Ekaterimburgo, fue asesinado junto a todos los miembros de su familia por orden del sóviet local, en medio del caos de la Guerra Civil Rusa.
Aleksandr Kerensky, su apellido sirvió por muchísimo tiempo para designar la actitud pusilánime de un gobernante, cuya actitud sirve en bandeja el poder para que lo arrebate otro. El escritor Stefan Zweig, que había coincidido con el exiliado Lenin en Zürich, supo ser consciente de la importancia del viaje y la revolución de Lenin y lo incluyó en sus «Momentos estelares de la Humanidad». George Orwell da una visión irónica y, al mismo tiempo, amarga, de la Revolución Rusa en «Rebelión en la Granja», donde narra el levantamiento de los animales contra su granjero y como, tras tomar el poder, los cerdos se corrompen y se convierten en unos amos aún peores.