EL POPULISMO
¿UNA GENERACIÓN DE LA IZQUIERDAS?
Ricardo Veisaga
El filósofo español Gustavo Bueno, escribió un libro sobre teoría política llamada
«El mito de la izquierda», como buen filósofo desmenuza y tritura la idea de izquierda, nos dice que hablar de la Izquierda como un todo único supone hablar de una sustancia o principio activo que estaría incorporado a todas y cada una de las izquierdas, por distintas que estas sean y actúen en la realidad.
Hablar de la Izquierda en estos términos es remitirse a una supuesta esencia, universal, inmutable e inaprensible, que impregnaría a cada persona u organización de izquierdas por más diversa que sea su práctica política y su actitud vital. En el libro enumera seis generaciones de izquierdas políticas. Las divide y clasifica a las izquierdas definidas en géneros o generaciones que se fueron sucediendo en el tiempo, que estuvieron o están enfrentadas entre sí.
La primera generación sería la izquierda radical o revolucionaria, la que tomó su nombre del lugar físico que ocupaba en la Asamblea francesa durante la Revolución de 1789. La transformación de la sociedad francesa, organizada de acuerdo con las normas del Antiguo Régimen, en una Nación política republicana de ciudadanos libres e iguales, esta sería la gran aportación de esta primera generación de la izquierda. Los jacobinos fue su más radical expresión, y no fue nada pacífica, la primera izquierda política ingresó al mundo con la guillotina bajo el brazo.
La segunda generación izquierda es la que Gustavo Bueno llama izquierda liberal. Una izquierda que en España se desarrolla en oposición tanto al oscurantismo reaccionario del Antiguo Régimen como a la invasión napoleónica en cierto sentido. Revolucionarios que veían inseparables la guerra patriótica contra el invasor y la transformación de las estructuras feudales y cuyas ideas culminaron en la Constitución de Cádiz.
La izquierda libertaria o izquierda de tercera generación. El anarquismo, la izquierda libertaria, representa la fase negativa (an-arquía: no-gobierno) de este proceso revolucionario y se define por las distintas plataformas que, en oposición a cualquier tipo de Estado, levantan prefigurando lo que es su modelo social y político del futuro.
Las primeras generaciones de la izquierda conquistaron la libertad política y la igualdad jurídica de todos los ciudadanos. Pero eso hizo que fueran todavía más visibles las desigualdades y servidumbres económicas, sociales o culturales. Y frente a ello se levanta la opción de un regreso hacia atrás, hacia antes de la constitución del Estado nacional por la Revolución: la destrucción inmediata del Estado en cualquiera de sus formas.
La izquierda socialdemócrata constituye la cuarta generación y es la primera de las tres corrientes de la izquierda que se organizan desde el marxismo. Se define por su objetivo de utilizar el Estado de Derecho burgués surgido de la Revolución como plataforma para llegar al socialismo de Estado, un «Estado Social de Derecho».
Por ello se guía por el principio fundamental de la vía pacífica de ocupación del Estado burgués: la Revolución llegará por sí misma, por el mismo desarrollo de las fuerzas productivas. Lo que hace falta es preparar a la clase obrera para que, una vez llegado el momento, sepa controlar el Estado. Es lo que, unos años más tarde se conocerá como Estado del Bienestar.
La quinta generación de la izquierda definida es el comunismo que propone, la transformación revolucionaria y racional del Estado burgués imperialista. En esta generación, sin embargo, habría que distinguir tres fases. El período leninista o período de la instauración de la dictadura del proletariado. El período estalinista o período de la intensa estatalización, centralización e industrialización planificada. El tercer período, a partir del XX Congreso del PCUS marcado por la coexistencia pacífica con el imperialismo y la emulación pacífica con el capitalismo, que abre las puertas al derrumbamiento final del imperio soviético.
La izquierda de sexta generación es el maoísmo, la asiática, la maoísta, encarnada por la República Popular China y por el Partido Comunista Chino. Al que Bueno rehúye catalogar como un simple epígono del marxismo-leninismo en tanto que actúa desde y para una plataforma sobre la que gravitan tradiciones muy diferentes de las cristiano-romanas, ortodoxas o protestantes.
Sin embargo, el fantasma que recorre el mundo, es el Populismo, que tampoco es nuevo, pero cobra fuerza en Europa e Iberoamérica. No es una nueva generación de izquierdas, la séptima, pero es un fenómeno muy extendido en nuestro tiempo. La séptima generación es distinta a las anteriores y surgió en Estados Unidos.
El Populismo es un término que no forma parte del diccionario de la Real Academia Española pero que, es de uso muy frecuente en la lengua castellana (española).
El «populismo» es un concepto político que sirve para hacer referencia a los movimientos que rechazan a los partidos políticos tradicionales, pero no siempre, y que se muestran, ya sea en la práctica efectiva o en los discursos, combativos frente a las clases dominantes. El populismo apela al «pueblo» para construir su poder, entendiendo al pueblo como las clases sociales bajas y sin privilegios económicos o políticos.
Suele basar su estructura en la denuncia constante de los males que encarnan las clases privilegiadas. Los líderes populistas, se presentan como redentores de los humildes.
El término populismo, por un lado, hace referencia a las medidas políticas que no buscan el bienestar o el progreso de un país, sino que tratan de conseguir la aceptación de los votantes sin importar las consecuencias. Por ejemplo:
«Sancionar a las empresas norteamericanas es una decisión propia del populismo, que tiene consecuencias nefastas desde el punto de vista económico», «El populismo de izquierda ha ahuyentado las inversiones y sumido a la población en la pobreza», «Quienes nos acusan de populismo son aquéllos que gozaron durante años de ganancias inmensas a costa de la pobreza del resto de la sociedad».
Dice Jesús Silva-Herzog Márquez, sobre el populismo:
“La palabra populismo es una nube de asociaciones detestables. Es demagogia, irresponsabilidad, rechazo a la negociación institucional, desprecio de las sumas y las restas, adoración de un caudillo. No hay ejercicio sobre el contenido de la palabra que no parta de la dificultad de encontrarle un marco. Es un concepto impreciso –si es que llega a ser concepto. Con la palabra se ha designado una vasta variedad de experiencias políticas: un movimiento intelectual de apreciación del campesinado ruso, una organización de granjeros racistas en Estados Unidos, muchos gobiernos latinoamericanos a lo largo del siglo XX y diversos movimientos de la derecha radical en Europa. Populismos de derecha y de izquierda.”
“Hay un aire religioso en los movimientos populistas que se expresa en esta noción de un universo partido entre el cielo de los buenos y el infierno asegurado a los malos. En la imaginación populista, el pueblo adquiere virtudes infinitas. El trabajador manual, el hombre sencillo y pobre encarna un ideal cívico, mientras que el burócrata y el banquero parásito son los enemigos de la sociedad. La política que alimenta esta fantasía es redentora e intolerante. Instaura, según Hermet, un “apartheid inscrito en los corazones.” Finalmente, el populismo niega dos veces la política. Primero cancela la posibilidad de un gobierno aceptable: los gobernantes son irremediablemente perversos. Sólo el héroe podrá expresar las demandas del pueblo. Después, el populismo niega la capacidad de la política de administrar el tiempo. No hay en su reloj manecilla para el futuro: al poner fin a la conspiración de los poderosos, el futuro llegará automáticamente. El populismo moderno se separa en alguna medida de ese radicalismo. No rompe definitivamente con las instituciones de la democracia representativa, las usa con frecuencia, pero mantiene una posición ambigua frente a sus ordenanzas. Se asocia hoy, sobre todo, con una expectativa de certeza y de poder firme. Nostalgia del hombre fuerte. Los populismos contemporáneos pueden ser paraguas multiclasistas, pero coinciden en la búsqueda de firmeza frente a la angustia de la incertidumbre.”
Soledad Loaeza apunta tres elementos centrales en todo populismo: un discurso que idealiza al pueblo, una relación directa y vertical entre el dirigente y las masas, y una aversión a las instituciones del pluralismo democrático. En todo caso, resulta claro que el uso común del concepto es peyorativo. Como el vocablo neoliberal, es una patología que nadie se atreve a reivindicar como propia.
El kirchnerismo (una versión coyuntural del peronismo), en la Argentina, capturó a un grupo amplio de llamados «pensadores». Pero no a Juan José Sebreli, que, en El malestar de la política, su último libro, da batalla dialéctica contra el neopopulismo iberoamericano. Un ensayo dado a luz cuando se postula al socialismo del siglo XXI como novedad y guía de Occidente, irónicamente constituye una ideología casi tan vieja como el mundo.
Este trabajo puede leerse como una respuesta inquietante a las ideas de Ernesto Laclau, gurú presidencial (fallecido en 2014), y también como una descripción sobre los peligros e implicancias que tienen esos proyectos para la democracia, y que cuyos militantes ignoran sus consecuencias.
Juan José Sebreli vincula las experiencias argentinas y venezolanas con el cesarismo plebiscitado y el bonapartismo. Cita a Karl Marx, Max Weber y a Antonio Gramsci para remontarse a Roma y a Julio César, y luego a Napoleón III y a Ferdinand Lasalle: había que apoyar a un partido burgués de derecha que integrara a las masas y practicara el asistencialismo.
Sebreli sostiene con acierto que: «El peronismo no es una invención autóctona y original». Y que los populismos del 40 y del 50 eran:
«continuadores a su modo del lado jacobino plebeyo del fascismo, cuando éste ya había sido derrotado. Pero con la ola izquierdista de mitad de siglo veinte no vacilaron en proclamarse ‘socialistas’ con el agregado de ‘nacionales’, algo que parecía novedoso, pero la denominación también había sido usada por el fascismo histórico. Los jóvenes de izquierda, desconocedores de la historia del pasado reciente, cubrieron con una apariencia revolucionaria a esta ideología de derecha no tradicional».
Dice Sebreli: «El populismo rechaza la democracia como una idea extranjerizante y cosmopolita ajena a la idiosincrasia nacional, y también al liberalismo pluralista porque disgregaría la unidad de la nación y del pueblo. El partido, como su nombre lo indica, es una parte, admite la existencia de otras partes. La relación entre el líder y las masas es pretendidamente directa y prescinde de las intermediaciones institucionales. El bonapartismo, el fascismo y el populismo se autodefinen como movimiento, expresión del pueblo y la nación en su totalidad, por lo tanto, el que no pertenece a él, queda excluido. Se niega la pluralidad, la disidencia, la oposición».
La denominación de movimiento nacional y popular, pero también democrático:
«Tergiversan la palabra democracia, le ponen adjetivos. Y un adjetivo le cambia el significado. El estalinismo también hablaba de la democracia popular. Pero eso nada tenía que ver con la democracia. Yo defiendo enfáticamente el sufragio, pero digo a la vez que no es suficiente. Mirá, nadie subió al poder con métodos más democráticos e institucionales que Adolf Hitler. Para que exista una verdadera democracia, debe haber un gobierno de mayorías y de minorías. Te doy un ejemplo pequeño: en Canal 7 (canal de TV del gobierno), la oposición legal no podría tener ni siquiera un programa». Dice Sebreli
«Cristina (Kirchner) no reivindica a Perón, pero Chávez sí lo hace. El problema es que Cristina imita a Chávez. Es una paradoja». También identifica al peronismo actual con el PRI mexicano, el partido único que, como el peronismo, se iba sucediendo una y otra vez a sí mismo, y al que Mario Vargas Llosa denominó «la dictadura perfecta».
«El PRI es la dictadura perfecta, con una retórica de izquierda que reclutó eficientemente a los intelectuales, sobornándolos de manera muy sutil a través de becas, de nombramientos, de trabajos públicos. Un partido único, una dictadura muy sui géneris. Que fue incapaz de mejorar la distribución de la riqueza; las desigualdades persisten». Lo que suscitó una polémica con Octavio Paz, quien incomodo, le respondió que no era una dictadura ni una dictablanda, sino «el sistema de dominación hegemónica de un partido. Un régimen». Aunque admitió en voz alta que «la gran lucha de todos estos años fue por el pluralismo», que es lo que la voracidad populista suele poner en riesgo.
Sebreli, sostiene que el gobierno peronista-cristinista tiene algunos rasgos de
«totalitarismo light»: «La entrada en las escuelas de La Cámpora (formación política oficialista de izquierda), el Vatayón (no es un error de escritura) Militante en las cárceles, la exaltación de los barrabravas, los subsidios para grupos de choque disimulados dentro de asociaciones sociales, la exacerbación de la propaganda (signo cesarista típico), la presión a la prensa». Destrucción de los sistemas de control, condicionamiento de la Justicia, política antifederal, desdén por los conceptos republicanos.
La Cámpora, grupo interno del peronismo, izquierdistas con deseos del “capital” ajeno.
«El neopopulismo tiene influencia en viejos izquierdistas, ex marxistas leninistas que se han metido en ese movimiento. Claro, la democracia es gris. No tiene épica. Y a las multitudes les encantan las puestas en escena, los actos simbólicos. Los intelectuales que aparecen cercanos al Gobierno no entienden nada de economía. Es más bien gente que trabaja con textos y con simbología. El campo en que se mueven pertenece a la filosofía de la literatura. Y ahora están haciendo una literatura de la política. También hubo muchos intelectuales que apoyaron los movimientos del socialismo nacional en Europa. Además, como el peronismo es un sentimiento, según dicen, se caen todos los argumentos. ¿Cómo se discute un sentimiento, una fe? Aparte, con un crecimiento macroeconómico sostenido, ya las desigualdades en las Argentina deberían haber desaparecido, ¿no? Y eso no ha pasado. El kirchnerismo, en lo económico, imita al gobierno del 45 al 50: luego Perón se volvió desarrollista y liberal. En lo cultural, imita los años 70, y tiene toques de modernización progresista, como el matrimonio igualitario, que conquista a una cierta progresía».
Lo que sigue es un reportaje a Sebreli:
¿Por qué sintió la necesidad de redefinir los términos políticos en la actualidad?
Porque en la Argentina se emplean mal. No sólo el hombre de la calle, sino el periodista o el político mismo, no tienen un concepto definido de muchos de ellos. Mi primera idea era hacer un diccionario político y luego se fue extendiendo. Una palabra clave es democracia. Cuando se le agrega un adjetivo es para decir todo lo contrario, por ejemplo, “democracia orgánica” se usa para un régimen colectivista, los regímenes estalinistas la llamaban democracia popular para describir una dictadura. El caso del fascismo es paradigmático, se dice cualquier cosa. Primero se confunde con dictadura tradicional y no tiene nada que ver. En la Argentina se dice que Videla u Onganía (presidentes militares argentinos) eran fascistas y no lo eran. Hay puntos en común, porque entre un fascismo, bonapartismo, populismo y dictadura militar los límites son borrosos, pero no son iguales. A una dictadura militar tradicional como la de Onganía o la de Videla le faltan características decisivas de un fascismo: primero no son líderes carismáticos, ni pretendían serlo, eran lo anticarismático total, y segundo, la movilización de masas.
Las dictaduras son desmovilizadoras de las masas. Las calles tienen que estar desiertas. En el populismo, el fascismo y el totalitarismo, las masas tienen que estar en las calles. La dictadura tradicional quiere el silencio, en las dictaduras no tradicionales las masas tienen que gritar y aplaudir. Nadie subió en forma tan impecablemente democrática como Hitler. Primero fue primera minoría en el Congreso, después fue nombrado canciller por el presidente de la República de Weimar, y al año de estar como canciller, luego de la muerte del presidente, llamó a un plebiscito y sacó el 85% de los votos. El método democrático también sirve para destruir la democracia.
Otra inconsistencia es confundir un liberal con un conservador, pero en la Argentina es un error muy común. En el mundo anglosajón un liberal es el progresista. En la Argentina del siglo XIX y comienzos del XX, lo contrapuesto al liberal era el conservador, incluso uno de los próceres que hoy reivindican los populistas como Mariano Moreno, era liberal en lo político, porque tradujo el Contrato Social de Rousseau, y era también liberal en lo económico porque escribió La Representación de los hacendados. En cambio, el movilizador de masas fue el rosismo (el caudillo fue Juan Manuel de Rozas), que fue un protofascismo, en un momento donde no existía nada parecido en Europa ni América. Fue un régimen totalitario en sentido estricto.
El totalitarismo es otro concepto. Porque puede adecuarse a regímenes de izquierda o derecha. Es la desaparición de los límites entre sociedad civil y Estado. La vida cotidiana, hasta los aspectos más íntimos, como la sexualidad, es controlada y existe una ideologización de todo. El totalitarismo es un sistema muy difícil, sólo hubo pocos en sentido estricto: el nacionalsocialismo, el estalinismo, el maoísmo y el castrismo. El sujeto histórico para Hitler era el pueblo. Esa era la Nación. Tanto Stalin como Hitler despreciaron a Hegel. Carl Schmitt, jurista nazi, habló en contra de Hegel.
Hoy curiosamente Carl Schmitt es reivindicado por los populistas y la izquierda latinoamericana.
Una de las paradojas de la historia de las ideas es que dos grandes pensadores del siglo XX, Heidegger y Schmitt, luego de borrado el nazismo, conocen su momento de mayor auge. La fama mundial de Heidegger viene después de la guerra, vía el existencialismo de Sartre, en Francia, un país ocupado por los nazis. Y de Schmitt toman el estudio que hace de la guerrilla del siglo XIX.
Ernesto Laclau, uno de los teóricos políticos preferidos del gobierno actual, también retoma a Carl Schmitt, ¿cómo lee la cuestión conceptual kirchnerista?
Ante todo, y eso lo dijo con franqueza el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, Néstor Kirchner no leía nada y Cristina quizá hojeó algo, pero ninguno se dejó influir por un intelectual, sólo los usan para darse lustre. Los que difundieron a Laclau son los intelectuales de Carta Abierta. Laclau empezó a defender el populismo desde los libros de su primera etapa donde fusiona su influencia de Jorge Abelardo Ramos con el posestructuralismo que conoce en París.
¿Cree que está de vuelta cierto discurso libertario, a partir de movimientos como los Indignados en España, Occupy Wall Street o acá los cacerolazos masivos?
Eso forma parte de lo que se llamó los nuevos movimientos sociales, ya lo pensó Alain Touraine. Son movimientos que se juntan por temas concretos y puntuales. En el caso del 2001, era una muchedumbre solitaria, cada uno fue por cosas diferentes. Se juntaron en un momento y luego se separaron. Yo digo siempre que es un síntoma de la dispersión total del sujeto histórico según el marxismo y del pueblo según los populistas. A Toni Negri, coautor junto a Michael Hardt de Multitud, le diría que esas multitudes no siempre están por las buenas causas; él vino en el 2001 pero no vio cómo eso se disolvió en el aire. De la consigna “que se vayan todos” el resultado fue que volvieron todos y se quedaron los peores. Yo recuerdo que las dos primeras manifestaciones de las calles públicas y espontáneas en el siglo XX fueron las multitudes de París y Berlín: festejaban la declaración de la Primera Guerra Mundial. Todos, de izquierda a derecha, clase media y alta, salieron enloquecidos. Toni Negri tendría que haber venido en 1982, hubiera visto unas multitudes mucho más entusiastas, delirantes con el dictador Galtieri. Yo no creo que de los cacerolazos surja algo potable. Muchos movimientos son antipolíticos, pero no libertarios.
Precisamente, Laclau critica los movimientos como Indignados por su inorganicidad y ultralibertarismo.
Sí, ellos quieren el pueblo con el líder carismático, tal como fue el peronismo. Ese régimen es un bonapartismo o un cesarismo plebiscitario. El primero que estudió eso fue Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, donde analizó el régimen de Bismarck y de Napoleón III. Después Max Weber en la década del 20 le coloca el nombre de cesarismo plebiscitario. El peronismo no es algo original y único inventado en estas tierras, eso es un mito, ya era analizado en la década del 20. Hoy en América Latina hay claramente dos ejes: una línea abiertamente populista de Chávez, Evo Morales, Correa y Cristina Fernández y otra más afín a una socialdemocracia, con Dilma Rousseff en Brasil o Pepe Mujica en Uruguay. América Latina tiene la tradición de los caudillos que eran una forma de populismo bárbaro. El bonapartismo tiene algo de fascismo, pero más burocrático y light, y el fascismo es un bonapartismo radicalizado. Hoy hay una cosa nueva de semidemocracia y semidictadura, eso es Chávez, por ejemplo. Es el espíritu del tiempo. Cuando surgen los populismos de la década del cincuenta había fascismos. Perón es un semifascista, porque no cierra el Congreso, pero se parece al fascismo de los primeros años: persigue al periodismo, expropia el diario La Prensa que era el Clarín de la época. Ahora el espíritu del tiempo es más democrático, entonces no pueden hacer las cosas que sí hacía Perón, el mundo ha progresado en materia de libertades.
Ernesto Laclau en su «La razón populista» (¿pretende darle razón al populismo?) se propuso reivindicar al populismo, para él es seña de la operación política por excelencia: la construcción imaginaria de un nosotros. La interpretación de los actores políticos en la historia que lleva a cabo desde una óptica que llama postmarxista. La ilusión ontológica del marxismo clásico tiene como sujeto de las historias a las masas con una misión preestablecida necesariamente.
En «Hegemonía y estrategia socialista», publicada en 1985 junto a Chantal Mouffe, siguiendo la línea de Carl Schmitt, sostiene que las identidades políticas se confeccionan política, discursivamente, sólo se construyen antagónicamente. El populismo no es para él una ideología de contenido específico. Dentro de su lunfardo postmarxista dirá:
«Este cambio tiene lugar mediante la articulación variable de la equivalencia y la diferencia, y el momento equivalencial presupone la constitución de un sujeto político global que reúne una pluralidad de demandas sociales».
El carácter esencial del populismo radica en las infinitas demandas que logran unificar a través de un enemigo común. En el germen populista existe una crisis de representatividad política, una crisis institucional. De la que resulta una división de la sociedad, «el pueblo contra las elites», el pueblo contra el sistema, contra la casta dirán los de Podemos en España.
El hecho de lograr que el populismo se convierta en un proceso de identificación del pueblo, convierte lo peyorativo en un elogio, así como el gobierno peronista- kirchnerista, su negativa de devolver el dinero que prestaron al país, el robo lo convierten en virtud patriótica. Ante una democracia liberal que no los representa, las masas, el pueblo, es un correctivo que pone en movimiento frente a los poderosos. Los que no acepten este populismo serán unos aristócratas que temen a su entorno, Juan Perón denominaba gorilas, a ese antipopulismo, a esa repulsión al pueblo.
Un ejemplo de los orígenes del antipopulismo en el pasado es el historiador Taine, que denunciaban los motines salvajes con la nariz asqueada por los hedores de la chusma. Vagabundos y rufianes que son enemigos de la ley y del orden. Contagios de maldad que amenazan el tegumento social: primero es el reclamo por el pan, después el hurto, finalmente el asesinato y el incendio.
La masa es emocional, impulsiva, violenta. Es inconsistente e irracional. Se deja conducir por charlatanes y carece del mínimo sentido de la autocontención. El temor al populismo no es más que la reencarnación de un miedo antecedente: el miedo al pueblo, el miedo a la democracia.
Ser anti populista es ser antidemocrático, Laclau al sumergir en agua bendita al populismo lo convierte en el sujeto unificador del pueblo. «El postmarxismo certifica filosóficamente la confiscación política del pueblo por parte del caudillo que habla en su nombre. El farsante que se proclama símbolo patrio en la plaza pública resulta un admirable artista. Soy un pedazo de todos ustedes, ha gritado Hugo Chávez, recordando la identificación de los fascistas con Mussolini. Ernesto Laclau celebra el espectáculo del demagogo, apoyándose en citas de Freud y Althusser. Venezuela es Hugo Chávez. Y Chávez, ha declarado el filósofo argentino, es un gran demócrata».
Uno de los mejores ejemplos del populismo ante la realidad, es la paradoja de Alexis Tsipras, el primer ministro de Grecia y líder de la coalición de extrema izquierda. «Syriza» llevaba cinco años criticando con dureza los rescates internacionales, la austeridad y reformas estructurales que exigían a cambio los acreedores.
Por ello, Tsipras llegó al poder el pasado enero con un programa electoral centrado en tres grandes objetivos: rechazar el rescate, revertir los recortes de gasto y las medidas de liberalización económica que pedía la troika e impagar la deuda pública. Sin embargo, hoy Alexis Tsipras se podría convertir en el mejor aliado de la troika (Comisión Europea, Banco Central y Fondo Monetario Internacional), en caso de cumplir el acuerdo.
Casi nueve meses después, la realidad es que el líder heleno ha incumplido sus promesas electorales, por ejemplo, lograr un rescate incondicional por parte de Europa empleando a modo de chantaje las desastrosas consecuencias que supondría para la Unión Europea la salida de Grecia del euro, y, por otro, anular las escasas reformas aplicadas por los anteriores gobiernos griegos, apostando así por nuevos aumentos del gasto público, subidas de impuestos, nacionalización de empresas y una mayor rigidez económica y laboral.
Tsipras, junto al líder de Podemos de España, Pablo Iglesias, otro comunista reciclado.
Tsipras ha terminado aceptando un tercer rescate, cuyas condiciones son aún más duras y exigentes que los anteriores programas de asistencia. El ajuste presupuestario comprometido asciende a cerca del 5% del PIB a cambio de un nuevo préstamo de hasta 86.000 millones de euros en tres años con el fin de evitar la quiebra estatal y permanecer en la zona euro.
Según el memorando de rescate, el Gobierno griego se ha comprometido, entre otros aspectos, a reformar el sistema público de pensiones (elevando la edad de retiro a 67 años, recortar las futuras prestaciones y limitar las prejubilaciones), eliminar los subsidios a los agricultores, implementar un estricto calendario de privatizaciones de empresas y activos públicos, subir el IVA, flexibilizar el mercado laboral, liberalizar el sector servicios.
Aunque el programa de Syriza, está muerto, existe una maldita costumbre de los organismos financieros internacionales, que usan a su antojo el dinero de los contribuyentes para financiar el consenso socialdemócrata que sigue abogando por el intervencionismo público y que está en la génesis de toda crisis de deuda, y que consideran que el Estado, lejos de limitarse a velar por la justicia y la libertad de los ciudadanos, debe ser la fuente gratuita de donde obtener atención sanitaria, vivienda, trabajo y educación. Es la frustración que genera el llamado Estado del Bienestar lo que alimenta la ilusión, todavía más condenada a la frustración, del populismo.
La Argentina en 1985 y 1986 era el país más rico del mundo, hoy el 38% de su población vive de un subsidio del gobierno, lo que asegura la continuidad del populismo. A 70 años de la llegada de Perón al poder, un verdadero cáncer para el país y que ya hizo metástasis. Pero seamos honestos y digamos que Perón tuvo un antecesor, el caudillo radical Hipólito Irigoyen.
La Argentina goza de una gran ignorancia política, se creen sus propios discursos, no hay nada racional en ellos, al fin y al cabo, el peronismo es un sentimiento, es una fe. Dentro de este contexto es que hay que entender los ataques populistas del Papa Francisco a la economía de mercado, porque Francisco es un peronacho.
Silvia Mercado afirma que el peronismo es un sistema de creencias compartido por el conjunto de los argentinos, aun por aquellos que no son peronistas. Es la base ideológica de la Argentina. Esto explicaría por qué en la próxima elección presidencial dos de los tres principales candidatos son peronistas, y el que no lo es, el jefe de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, ha dicho que abraza las banderas del peronismo.
Agustín Etchebarne, no se anda con rodeos y dice que el peronismo es como una asociación ilícita cuya única finalidad es mantener el poder. Los argentinos no aprenden la lección, a un ciclo populista le sucede otro, como dice Mauricio Rojas:
«Argentina no se renueva, se repite».
Agosto 23 de 2015.