EL GENOCIDIO ARMENIO
UN SIGLO DESPUÉS
Ricardo Veisaga
Un siglo después del genocidio armenio, no termino de asombrarme básicamente por dos razones fundamentales, primero por la elevadísima cifra de víctimas que varía entre los seiscientos mil y un millón ochocientos mil, cifras tan llamativas por la falta de consenso entre los historiadores y estudiosos del tema y, sobre todo, por el desconocimiento que hay sobre el genocidio armenio en el mundo Occidental.
La primera información que tuve sobre este episodio me llegó a través de charlas que sostenía con un compañero de estudios de filosofía Alejandro Cancián, el armenio (prematuramente fallecido), nieto de armenios, nacido en Argentina, fruto de la diáspora del pueblo armenio.
A Europa y a los Estados Unidos la información de esta masacre llegó a través de los relatos y testimonios de diplomáticos, misioneros y otras personas, sobre la atrocidad del ejército Otomano y otros grupos especiales creados para lograr tal cometido contra los armenios, que formaban la parte dominada del Imperio Otomano.
El exterminio fue invisible para la mayor parte del mundo, el 24 de abril de 1915, el gobierno de los Jóvenes Turcos decretaba la deportación de la población armenia al centro de la península anatólica. Su ubicación en una zona desértica y el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, sumado a la brutal movilización de la población armenia a los campos de concentración, todo eso dio el marco propicio para su eliminación física.
Anteriormente se habían producido actos de violencia contra los cristianos. Todo comenzó con las detenciones de la élite intelectual armenia de Constantinopla, la noche del 23 al 24 de abril de 1915 (250 personas en las primeras redadas), continuó con el arresto y asesinato de la mayoría de los soldados armenios en el Ejército imperial.
Las marchas forzadas a pie por los desiertos de Siria acabaron con ancianos, mujeres y niños expuestos al hambre, las dolencias físicas, el maltrato y la violencia de los guardianes. No trataban de llevarlos a un lugar determinado, en el fondo lo que querían era llevarlos a ninguna parte, es decir a la muerte.
Los historiadores turcos se niegan a aceptar las cifras, pero se estima que murieron alrededor de un millón y medio de armenios, de un total de dos millones, también se destruyó el 95% de su patrimonio cultural, 2.500 iglesias, 1.500 colegios y alrededor de 25 mil aldeas y unas 65 ciudades fueron destruidas.
Las provincias, que históricamente habían acogido a una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo eran el escenario de una planeada destrucción sistemática: Van, Erzurum, Mamüretulaziz, Bitlis, Diyarbekir y Sivas. Los que comandaban el Comité Unión y Progreso se empeñaron en borralos de la faz de Turquía.
En el siglo XIX, la población armenia del Imperio Otomano había sufrido matanzas de gran magnitud, como las de 1894 a 1896, ordenada por el sultán Abdul HamidII, que según estimaciones se cobraron unas trescientas mil vidas, el sultán quería mantener la supremacía de los musulmanes y eliminar todo vestigio que pareciera occidental.
Los cristianos apoyaron a los musulmanes reformistas, que intentaban conformar un imperio más democrático y que llegaría a reconocer a los cristianos como ciudadanos con iguales derechos que los musulmanes (grave error). Con el desarrollo de la revolución del Comité de Unión y Progreso (CUP), en 1908, más conocido como los Jóvenes Turcos, los cristianos lo celebraron como un éxito propio.
Pensaban que el imperio Otomano como una unidad de creyentes musulmanes, Umma, daría lugar a una comunidad nacional turca, nacionalista, pero con un perfil modernizador, tal como se entendía en Occidente, en la que los musulmanes del imperio, como los kurdos, circasianos o árabes, podían integrarse culturalmente a la nueva identidad turca.
Sin embargo, armenios, griegos y asirios por su cristianismo, fueron considerados enemigos. El historiador Taner Akman sostiene que los telegramas de septiembre de 1915, del ministro de Interior, Talât Pachá, uno de los tres máximos dirigentes del (CUP), junto a Enver Pachá y Ahmed Cemal, que la deportación ordenada contra los armenios era un plan de limpieza étnica para eliminar su población del Imperio Otomano.
Toda la operación fue premeditada, el uso de las tropas regulares, la utilización de milicias kurdas, la creación de grupos conformado por criminales amnistiados, los jóvenes que habían sido reclutados por el ejército fueron reagrupados en batallones de trabajo y eliminados posteriormente.
El testimonio de los alemanes y austro-húngaros, aliados de los turcos durante la Primera Guerra Mundial, confirman el cuidado minucioso con que fue llevado a cabo la limpieza anticristiana. El exterminio de armenios y asirios, y la expulsión de los griegos, eliminaron la presencia de comunidades cristianas con una historia de casi dos mil años.
El proyecto de modernización política de los jóvenes turcos no tuvo en cuenta el pluralismo, para imponer, una sociedad turca racial y culturalmente homogénea. Turquismo e islamismo eran los dos pilares en la concepción del ideólogo del movimiento, Ziya Gökalp, autor citado muy a menudo por el actual gobernante islamista Recep Erdogan.
Las minorías no turcas tenían que someterse a la «nación dominante», aceptar la superioridad del hombre turco; en caso contrario, se liberaría de «elementos cuya deslealtad era evidente». Así fue cómo sus líderes Talât Pacháy Enver Pachá, en el gobierno tras la derrota y fieles a la ideología racista, vieron en la entrada del Imperio en la Gran Guerra la oportunidad para su ejecución.
La dirección joven-turca, del Comité de Unión y Progreso (CUP) resolvió en marzo de 1915, la detención de notables armenios en Constantinopla en la noche del 24 de abril, siendo deportados o asesinados. La única mujer en la lista, la escritora Zabel Yesayan, logró huir, murió en 1940 en el Gulag.
El 27 de mayo, por iniciativa de Talât, ministro del Interior, el Gobierno decide la deportación general de los armenios en Anatolia oriental. Talât Pachá le explicó al embajador norteamericano Henry Morgenthau: «Hemos liquidado ya la situación de las tres cuartas partes de los armenios», «No queremos ver armenios en Anatolia; pueden vivir en el desierto, pero no en otra parte».
La construcción de una república turca liderada por Mustafá KemalAtaturk a posteriori, será asentada sobre un 99% de musulmanes, cuando antes de 1923 eran el 70% de la población. Mustafá Kemal admitió la cifra de 800.000 víctimas y condenó «el exterminio de los armenios».
Lo que hay que entender es que ese genocidio no fue solo contra un pueblo de características propias y especiales, o por ser cristianos en el interior del imperio otomano, hay que entender el contexto en el que se da esta matanza, y esto se da en el «fin del Califato», Turquía ya no es la gran potencia ni el centro del islam, se va derrumbando al no saber adaptarse a un entorno cambiante, ajeno al mundo de la ciencia, de la ingeniería.
Mientras las potencias cristianas van empujando al califato para derribarlo, cosa que luego ocurriría al terminar la Primera Guerra Mundial. Los turcos impotentes ante este hecho que no pueden comprender tratan de salvar al imperio eliminando a su población cristiana, que significa para los turcos una «quinta columna», y haciéndolos responsables de todo lo ocurrido.
En algunos lugares, los cristianos armenios –y los griegos y asirios– lucharon y resistieron, algunos lograron escapar de las masacres. En Europa y especialmente en los Estados Unidos la ayuda al pueblo armenio movilizó a intelectuales y activistas. Ravished Armenia (1919), fue la primera película sobre el genocidio, basada en la historia de una superviviente, Aurora Mardiganian.
Los comités nacionales y locales, ayudados por las comunidades armenias en la diáspora, trataron de canalizar la ayuda económica que se dirigía a las provincias asoladas por la barbarie. El 24 de mayo de 1915, Inglaterra, Francia y Rusia les anunciaron a los otomanos que serían castigados por los crímenes cometidos «contra la humanidad y la civilización».
Con la derrota otomana, tras el armisticio de octubre de 1918, los aliados trataron de establecer un tribunal internacional para dichos crímenes, pero los desacuerdos en composición y base jurídica, acabaron con el intento. La justicia otomana reconoció el carácter criminal de las matanzas, su magnitud, y el castigo a los culpables, pero los responsables ya se habían dado a la fuga.
Fueron condenados a muerte en ausencia Enver, Talât, Çemal y Nazim Bey, y ejecutado un responsable local, el llamado «verdugo de Yozgat». Una burla. Al finalizar la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, la Segunda Guerra Mundial. Las circunstancias políticas agravaron la situación del pueblo armenio. La República de Armenia, proclamada en 1918 y finalmente integrada en la Unión Soviética en 1920, tras su ocupación por el Ejército Rojo, quedando aprisionada en el imperio soviético.
El recuerdo del genocidio armenio fue víctima del mundo bipolar, a la Unión Soviética no le importaba la cuestión religiosa, la fe de los armenios, que era la cuestión principal del genocidio. Turquía basó su acción diplomática y política en la negación del genocidio y el revisionismo histórico, enarboló la peligrosidad de los armenios como quinta columna dentro del Imperio.
Por otro lado, muchos países de Occidente para mantener buenas relaciones con Turquía trataban de no mencionar este episodio. «¿Quién habla hoy aún del exterminio de los armenios?». Frase pronunciada por Adolfo Hitler el 22 de agosto de 1939, aludía a la inminente campaña de Polonia y anunciaba la dimensión genocida de su política de guerra, culminada con la Shoah.
La matanza de los armenios había movilizado a un joven judeopolaco, Raphael Lemkin, quien tratará de crear una normativa internacional para impedir la repetición de tales crímenes. No lo consiguió y ello significó que en Núremberg los crímenes nazis fueran condenados desde la inseguridad de normas establecidas ex post facto.
Y a pesar de que Lemkin obtuvo la sanción por la comunidad internacional del crimen de genocidio, tampoco ese logro personal significó la puesta en marcha de una jurisdicción universal efectiva para su castigo, salvo en casos de debilidad del Estado culpable (Ruanda, Serbia).
Este experto en Derecho Internacional, Raphael Lemkin, fue quien acuñó por primera vez el término de genocidio para describir lo que había sucedido con los armenios del Imperio Otomano. En 1948 la Asamblea General de la ONU incorporó el delito de genocidio al Derecho Penal Internacional, y por su gravedad, se puede juzgar con carácter retroactivo, como fue el caso de los juicios de Nüremberg.
En la actualidad, los cristianos en Siria y en Irak están sufriendo un genocidio programado para su eliminación del Oriente Próximo, por parte de los islamistas radicales, pero con la plena complicidad de un Occidente que abandonó a su suerte a los cristianos de aquella región.
El recuerdo del genocidio armenio, que también fue de los asirios y de los griegos del Asia menor, nos ayuda a no olvidar a los cristianos de hoy, que vuelven a ser perseguidos y masacrados por los islámicos. Los supervivientes del genocidio de 1915 sobrevivieron en Líbano, Siria e Irak.
El novelista y premio Nobel Orhan Pamuk y el periodista turco-armenio Hrant Dink, se preguntaban hace una década por la inexplicable negativa de la Turquía democrática a reconocer el exterminio armenio.
¿Por qué identificarse con los crímenes de unos antepasados, que además no fueron todos los antepasados, ya que la primera condena de las matanzas y de sus culpables corrió a cargo de consejos de guerra otomanos, e incluso Mustafá Kemal la refrenda en octubre de 1919 al exigir la exclusión «de los unionistas y personas que se mancharon con los actos depravados de la deportación y de la matanza?».
Pero Hrant Dink fue asesinado en 2007, y Pamuk sufrió acusaciones y una campaña en la que fue señalado como enemigo de «la dignidad de la nación». Sus ideas, no obstante, avanzaron. El alcalde de Kars, hoy turca, antes armenia, levantó una «estatua de la humanidad» por la reconciliación de ambas naciones. Recep Erdogan impulsó su demolición, y remite el tema a unos archivos depurados desde 1918.
Los armenios, uno de los primeros pueblos que abrazó la fe cristiana y la primera nación cristiana de la historia, se han empeñado en recordar a sus miles de mártires y contar al mundo lo que ocurrió entonces. Así lo ha hecho el patriarca armenio Karekin II a través de una carta encíclica.
El 23 de abril fueron canonizadas todas las víctimas del genocidio, en una sentida ceremonia donde fueron declarados santos para la iglesia armenia en torno a 1,5 millones de cristianos armenios. El Papa Francisco celebró el 12 de abril en la Plaza de San Pedro una misa en recuerdo a los mártires de esta enorme masacre.
En la actualidad el pueblo armenio está disperso por el mundo. Poco más de 3 millones viven en el actual territorio que conforma Armenia mientras que hay otros nueve millones repartidos por el mundo. En total hay en el mundo 12 millones y hace un siglo en apenas tres años mataron a más de millón y medio.
De acuerdo con la Asociación Internacional de Investigadores sobre Genocidio, (AIIG), el total supera el millón de fallecidos. En una carta enviada en 2005 al entonces primer ministro de Turquía, Tayyip Erdogan -ahora presidente del país-, la (AIIG), señaló que «queremos resaltar que no sólo se trata de armenios los que afirman que hubo un genocidio de armenios, sino que también es la opinión de una abrumadora cantidad de estudios académicos».
El Parlamento Europeo y la Sub-Comisión de las Naciones Unidas para la Prevención de Discriminación y Protección de las Minorías, también lo reconocieron. La semana pasada el Papa Francisco llamó a estos sucesos como «el primer genocidio del siglo 20». Esto motivó a que el gobierno turco retirara a su embajador en el Vaticano y acusara al Papa de «discriminar en el sufrimiento de las personas».
En su opinión, «el Papa desestimó las atrocidades que turcos y musulmanes sufrieron durante la Primera Guerra Mundial y sólo resalta el sufrimiento de los cristianos, especialmente de los armenios», señaló el canciller de Turquía. En 2006, Turquía condenó la posición del parlamento de Francia, el cual aprobó una propuesta para declarar como crimen la acción de rechazar el «genocidio» armenio.
En 2012, la propuesta se convirtió en ley, pero fue suspendida por el más alto tribunal constitucional de Francia. Turquía también ha tenido roces diplomáticos con Estados Unidos. En marzo de 2010, el embajador turco fue llamado por su país en protesta por la decisión del congreso estadounidense de aprobar una resolución que tipifica los sucesos como genocidio. El gobierno de Barack Obama objetó esta iniciativa y solicitó que la resolución no sea confirmada por el cuerpo en pleno del Congreso.
El presidente del Parlamento alemán, Norbert Lammert, ha reconocido durante la sesión plenaria de este viernes el «genocidio» armenio, utilizando por primera vez ese término para calificar los hechos impulsados por el Estado turco contra la población armenia del Imperio Otomano de los que se celebra ahora el centenario. Norbert Lammert se ha referido a la muerte del millón y medio de armenios en 1915, como «crimen masivo» y «limpieza étnica» en la que ha reconocido además la responsabilidad alemana como aliada de Estambul.
El Bundestag secunda así la llamada al reconocimiento del Papa Francisco y se alinea con el presidente de Alemania,Joachim Gauck, que durante un acto ecuménico conmemorativo había afirmado anteriormente que «el destino de los armenios es parte de la historia de exterminios masivos, limpiezas étnicas y deportaciones que marcaron tan terriblemente el siglo XX».
La ceremonia, concelebrada con representantes de las principales iglesias cristianas y dedicada a las víctimas armenias, arameas, caldeas y griegas, el presidente Gauck aludió a la responsabilidad de Alemania en esos crímenes. «Fueron soldados alemanes los que participaron también en la planificación» de ese genocidio, dijo, admitiendo que se trató de una operación «calculada» cuyo objetivo era el exterminio de un pueblo.
«No se trata de sentar a nadie en el banquillo del acusado, sino en un reconocimiento de culpa», ya que sin ello no se logra la reconciliación entre los pueblos, añadió.
Hasta la celebración de este centenario, Alemania había mantenido ante Turquía -socio en la OTAN y lugar de origen de 3,5 millones de sus ciudadanos- una línea de cautela sobre esos hechos. En su anterior declaración de 2005, a la que hasta ahora se había ceñido el Gobierno de Berlín, el Bundestag se limitaba a condenar las «deportaciones» y «matanzas» sufridas por el pueblo armenio.
Por ese motivo la prensa turca ha estallado en duras críticas a estas declaraciones oficiales y del documento consensuado por las filas gubernamentales de la gran coalición de conservadores y socialdemócratas emitido hoy por el parlamento.
Mario Nalpatian (Buenos Aires, 1954), hijo y nieto de armenios supervivientes del «genocidio», reivindica la memoria de su pueblo desde el Consejo Nacional Armenio Mundial. «Hemos aprendido que, para prevenir nuevos genocidios, el mundo debe tomar conciencia de que hay crímenes de lesa humanidad que deben ser castigados».
Aplaude que el Papa haya pronunciado la palabra que para Turquía sigue siendo tabú: «El gesto lo enaltece y lo muestra coherente, pese a todas las implicaciones políticas a las que podía enfrentarse». Una de ellas, como siempre, la indignación del presidente Recep Tayyip Erdogan, que tachó de «estupidez» el discurso.
Para Nalpatian, una reacción «desproporcionada y grosera»: «El Papa, más allá de ser líder de la Iglesia Católica, es un jefe de Estado que ha dado su opinión, basada en hechos históricos y elementos que tienen que ver con archivos vaticanos que acreditan que las masacres de armenios entre 1915 y 1923 son tipificables como genocidio».
Tacha de «sobreactuación» la postura de Recep Tayyip Erdogan, que pretende «amedrentar» a otros líderes que puedan optar por aplicar el término a la tragedia armenia: «Sabe que hay intereses políticos muy fuertes que tienen que ver con la posición estratégica y geográfica de Turquía».
Más allá de no reconocer el genocidio, advierte, Ankara ha implementado una política de «negacionismo, que no trata sólo de rechazar un hecho histórico, sinotambién de banalizarloy tergiversarlo». Un crimen impune, explica, inflige a la víctima, sea un pueblo o un individuo, «una herida perpetuamente abierta».
Dice Nalpatian, «Hoy hay una herida que no cierra y es responsabilidad de Turquía, que no ha sido capaz de revisar su Historia». El propio Recep Erdogan «tiene una concepción imperial»:
«Actúa como un sultán, considerando que hay que someter y no dialogar. Le ocurre con su oposición interna, con los kurdos (por más que quiera maquillarlo) y por supuesto lo aplica a la política de ignorar la presencia de Armenia. Desde que el país se independizó en 1991, jamás han dado un paso para establecer lazos diplomáticos».
La coincidencia de los aniversarios de la batalla de Gallípoli y las masacres armenias «es un intento deliberado de eclipsar éste último»: «Se han manipulado las fechas. Se trata de una actitud cínica del tándem Erdogan-Davutoglu (primer ministro) para desviar la atención». Una treintena de países reconocen el genocidio.
Los que no lo hacen «muchas veces están condicionados por sus relaciones con Turquía, presos de sus intereses». En el caso de España, cree que lo hará: «No puede quedar al margen de la conciencia universal».
La International Association of Genocide Scholars (Asociación Internacional de Estudiosos del Genocidio), una institución académica fundada en 1994 que incluye cientos de estudiosos de genocidios de todo el mundo, afirma oficialmente la existencia del genocidio armenio.
Los países y territorios que reconocieron oficialmente el genocidio armenio son: Argentina, Armenia, Bélgica, Bolivia, Canadá, Chile, Chipre, Francia, Grecia, Italia, Líbano, Lituania, Holanda, Polonia, Rusia, Eslovaquia, Suecia, Suiza, Uruguay, El Vaticano, Venezuela.
Cuarenta y dos de los cincuenta estados de los Estados Unidos, reconocieron oficialmente y de forma abierta el genocidio armenio. Estos estados son:
Alaska, Arizona, Arkansas, California, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Colorado, Connecticut, Dakota del Norte, Delaware, Florida, Georgia, Hawái, Idaho, Illinois, Kansas, Kentucky, Louisiana, Maine, Maryland, Massachusetts, Míchigan, Minnesota, Missouri, Montana, Nebraska, Nevada, New Hampshire, New Jersey, Nuevo México, New York, Ohio, Oklahoma, Oregón, Pensilvania, Rhode Island, Tennessee, Utah, Vermont, Virginia, Washington, Wisconsin.
En algunos países se toman medidas legales contra aquellos que nieguen la existencia del genocidio armenio. Por ejemplo, Francia y Suiza. Una ley que preveía castigar la negación de los genocidios reconocidos por el Estado francés fue votada el 23 de enero de 2012, pero vetada por el Consejo Constitucional el 28 de febrero del mismo año.
En Suiza, el historiador turco Yusuf Halacoglu fue acusado de violar las leyes sobre negación del Genocidio en el año 2004, por una conferencia que pronunció en Winterthur. Países como Estados Unidos, Israel, el Reino Unido o España no utilizan el término genocidio para referirse a estos hechos.
Charles Aznavour, cantante francés de origen armenio, rindió homenaje al millón y medio de armenios que perecieron en el genocidio. El intérprete, de 90 años, llegó al complejo memorial de Tsitsernakaberd, situado en una colina a las afueras de Ereván, ante la atenta mirada de reporteros venidos de todo el mundo.
Pese a su avanzada edad, Charles Aznavour no quiso perderse el centenario de tan señalada fecha, más aún cuando su madre perdió a toda su familia en las matanzas, en el mayor crimen contra la humanidad de la Primera Guerra Mundial. Recientemente, Aznavour dijo en una entrevista que no odia a los turcos pese a que estos se niegan a reconocer oficialmente como genocidio las matanzas perpetradas por el Imperio otomano.
«Mi madre no odiaba a los turcos. Siempre decía que entre los turcos también había buena gente», dijo el cantante, quien nació en París en el seno de una familia armenia con el apellido Aznavourian. Aznavour considera que Turquía, heredera del Imperio Otomano, debería aceptar su responsabilidad histórica, aunque dijo entender que no es fácil, ya que «la palabra más importante para ellos es honor». Apuntó «Hay que destacar que en Turquía hay gente que reconoce este hecho».
Recordó también que muchos turcos se enriquecieron con las deportaciones de los armenios, ya que se quedaron con sus propiedades. «Eso es pasado, ahora estamos en el siglo XXI y hay que mirar a las cosas desde otro punto de vista. Nuestras dos naciones tenemos muchas cosas en común y es hora de que reconozcamos todo lo que pasó entre nosotros, superar ese obstáculo y avanzar hacia adelante», comentó.
Aznavour elogió el coraje demostrado por el Papa Francisco a la hora de catalogar esas matanzas como «el primer genocidio del siglo XX», lo que le valió las críticas de las autoridades turcas, que tacharon esas declaraciones de «estupideces».
En el pasado, Aznavour ha acusado al Gobierno turco de mentir sobre lo que ocurrió hace un siglo y aprovechar su negación del genocidio para mantener cerrada la frontera con Armenia, bloqueo que ha convertido a este país en el más pobre de la región. A sus 90 años, el cantante francés es una de las personas más admiradas por los armenios de todo el mundo, cuya diáspora incluye a figuras como el ajedrecista Garry Kaspárov, y las cantantes Cher y Gwen Stefani.
A la memoria de mi amigo Alejandro Cancián, «el armenio».