EL CANTO DEL CISNE
LA UNIÓN SOVIÉTICA 25 AÑOS DESPUÉS
Ricardo Veisaga
19 de agosto de 1991, tanques golpistas en la Plaza Roja, Moscú.
Dicen que el cisne no canta nunca, sino que produce un sonido parecido a un graznido, como un ronquido sordo, pero la cultura popular sostiene que, justo antes de morir, este animal emite un canto llamativamente melodioso como premonición de su propia muerte.
Pero, no sólo las creencias populares sostienen este mito, poetas como Virgilio (70-19 a.C) y Marcial (40-104), en algunas de sus obras, han colaborado en mantener esta creencia. Esta expresión se utiliza para referirse a la última obra o actuación de una persona. Hace 25 años, del 19 al 21 de agosto de 1991 se llevó a cabo el último intento de conservar el Imperio Soviético.
Sin embargo, este intento de golpe de Estado fracasó estrepitosamente. Los golpistas opinaban que la firma del Tratado de la Unión (TU) suponía la disolución del Estado soviético. Sin lograr convencer a Mijaíl Gorbachov, los golpistas abandonaron Crimea, dejando a Gorbachov incomunicado a la orilla del mar Negro.
El día 19, de madrugada, los golpistas dieron a conocer su primer comunicado, por el cual el vicepresidente Yanáiev tomaba el poder alegando que Gorbachov estaba enfermo. Dirigiéndose al pueblo soviético, anunciaron un toque de queda, la suspensión de los partidos que se opusieran a sus directivas y la prohibición de los medios de comunicación excepto ocho diarios leales.
La televisión, aquella mañana, trasmitía el ballet «El Lago de los Cisnes» de Piotr Tchaikovski. Y seguiría trasmitiendo constantemente el ballet y que muchos siguen asociando a estos acontecimientos. El Lago de los cisnes es un cuento de hadas-ballet estructurada en 4 actos y 4 escenas (fuera de Rusia y países del Este), 3 actos en Rusia.
Primer Acto:
“¡Compatriotas! Ciudadanos de la Unión Soviética! Nos dirigimos a vosotros en una coyuntura crítica para nuestra patria y para todo nuestro pueblo. Nuestra gran madre patria está en grave peligro. La política de reformas emprendida por Mijaíl Gorbachov, que pretendía garantizar el desarrollo dinámico del país y la democratización de nuestra sociedad, nos ha conducido a un callejón sin salida. Aprovechando las libertades brindadas, pisoteando los recientes brotes de la democracia, han surgido fuerzas extremistas que han apostado por la liquidación de la Unión Soviética, por la caída del Estado, por la toma del poder a cualquier precio”.
Proclama golpista.
Los ciudadanos soviéticos oyeron el canto del cisne, pero del Comité Estatal para el Estado de Emergencia (GKChP por sus siglas en ruso). Enterándose asimismo de la existencia del propio Comité. Pero, un Imperio no cae de un día para otro.
Breve cronología.
Marzo de 1985, Mijaíl Gorbachov, es nombrado secretario general del Partido Comunista, promueve en política interior una serie de reformas definidas como: glasnost (apertura, transparencia) y perestroika (reestructuración). Diciembre de 1985, Gorbachov nombra a Boris Yeltsin, un jefe del partido de provincia relativamente desconocido, como jefe del Partido Comunista en Moscú. Yeltsin comienza a recortar los privilegios de los miembros del partido en Moscú. Gorbachov también nombra a Eduard Shevardnadze como ministro de Exteriores, sustituyendo a Andréi Gromyko, un veterano de línea dura.
Diciembre de 1986. En el marco de la nueva política, se pone fin al destierro de Andréi Sájarov. 1987, Gorbachov, empieza a ganar gran popularidad en los países occidentales, por su sus compromisos reformistas. En febrero el régimen aprueba una amnistía por la que libera a todos los presos de conciencia y dicta la rehabilitación de las víctimas de las purgas de Stalin (N. Bugarín, entre otros). En noviembre Yeltsin es relevado de su cargo; se dice que está llevando las reformas demasiado lejos y que ha criticado a Gorbachov por su lentitud a la hora de poner en marcha los cambios.
Para algunos, aquí comienzan los problemas personales entre ambos políticos. 1988, El periódico comunista Sovetskata Rossiya hace un llamado a resistir contra las reformas. En los países bálticos, comienzan a difundir los llamamientos a la independencia, y se forman partidos políticos en Estonia, Lituania y Letonia. Gorbachov recibe a Ronald Reagan.
En julio la XIX Conferencia del PCUS aprueba un programa de reformas políticas, como varias enmiendas a la Constitución (diciembre) y en la elección, con candidaturas múltiples, del Congreso de los Diputados del Pueblo, máximo órgano soberano.
Marzo de 1989. Los resultados electorales muestran la radicalización popular y la irreversible pérdida de autoridad del Partido Comunista Soviético (PCUS). Boris Yeltsin gana un escaño por Moscú con una mayoría abrumadora. Gorbachov retira las tropas de Afganistán, diez años después de la invasión. Una manifestación pacífica en Georgia es dispersada con violencia por las tropas soviéticas, con un saldo de 19 muertos. Julio de 1989. Gorbachov anuncia que los países del Pacto de Varsovia pueden decidir su propio futuro. En Polonia, Lech Walesa gana las elecciones y asume el poder. En septiembre, Hungría abre sus fronteras hacia occidente sin que se produzca una reacción de las tropas soviéticas.
Noviembre de 1989. Histórica caída del Muro de Berlín. Miles de personas atraviesan el mayor símbolo del comunismo. Bajo el impulso de la revolución de terciopelo los reformistas deponen el gobierno comunista en Checoslovaquia, donde Vaclav Havel es elegido presidente. En diciembre cae el régimen de Ceaucescu en Rumania por la sublevación popular: el presidente y su esposa son ejecutados el día de navidad. Enero de 1990. Los países bálticos piden la separación de la Unión Soviética. En Bakú, capital de Azerbaiyán, las tropas soviéticas disuelven una manifestación pro-democracia y mueren cientos de personas.
En febrero, Gorbachov deja de ser secretario general y se convierte en el primer -y último- presidente soviético. Junio – Julio de 1990. El Congreso reelige a Gorbachov como secretario general, mientras que Yeltsin y otros dirigentes radicales abandonan el partido. Para hacer frente a la crisis nacional, Gorbachov propone un nuevo Tratado de la Unión, que fue aprobado por el Congreso de los Diputados del Pueblo.
Otoño de 1990. Ucrania, Armenia, Turkmenistán y Tayikistán reclaman soberanía. Gorbachov recibe el Nobel de la Paz, enfrenta graves problemas económicos con un nuevo paquete de reformas diseñado por su primer ministro, Nikolai Ryzhov. 17 de marzo de 1991. Se celebra un referéndum sobre el nuevo Tratado del Unión en toda la URSS. El acuerdo oficial haría de la Unión Soviética una federación de repúblicas independientes, más descentralizada pero con una política exterior, militar y un presidente comunes. Las tres repúblicas bálticas, Letonia, Lituania y Estonia, organizan consultas electorales para reafirmar su voluntad de independencia.
Junio de 1991. Los rusos eligen por primera vez a su presidente, Boris Yeltsin. Gorbachov y Yeltsin trabajan juntos en las oficinas en el Kremlin. En enero, las tropas soviéticas disuelven manifestaciones en Lituania y Letonia, matando a más de 20 personas. 31 de julio de 1991. La URSS y Estados Unidos, firman en Moscú el tratado START, con motivo de la visita del presidente George H.W. Bush. El tratado sanciona el fin del enfrentamiento de Moscú con Washington pero agrava las tensiones en el aparato del PCUS y en el complejo militar-industrial.
4 de agosto de 1991. Gorbachov se va de vacaciones a su dacha (casa de campo) en Foros, Crimea. Tenía planeada la vuelta a Moscú para el 20 de agosto de 1991, para la firma del Tratado de la Unión. 19 de agosto de 1991. Los golpistas sacan los tanques en Moscú, mientras Yeltsin encabeza una campaña de desobediencia civil.
Segundo acto.
La negativa del Ejército de apoyar a los golpistas y la firme actitud de los moscovitas, que forman un escudo humano en torno al parlamento para evitar su asalto, provocan el fracaso de la asonada, que termina dos días más tarde con la detención de los golpistas y el retorno de Gorbachov. En Moscú, el poder ya había pasado a manos de Yeltsin, que se reafirma como héroe nacional. Vladímir Kriuchkov había preparado una lista de personajes que debían ser detenidos, pero no se llevaron a cabo. El gran error fue no detener a Yeltsin, quien había sido elegido presidente de Rusia el 12 de julio.
El 19 de agosto de 1991, ocho altos funcionarios de la Unión Soviética, entre ellos el vicepresidente del Estado, Guennadi Yanáiev y el jefe del KGB, Vladímir Kriuchkov, el ministro de Defensa, Dmitri Yázov, y el de Interior, Boris Pugo, y veteranos líderes en la gestión de la industria pesada y militar y de la agricultura, anunciaron que habían constituido un Comité Estatal de Situaciones de Emergencia (GKCHP), para «evitar el caos», estabilizar la economía y acabar con la «perestroika».
El Tratado de la Unión.
Es difícil saber si el (TU) hubiera salvado a la URSS en crisis, pero el jueves en Moscú, el ex presidente de Kirguizia, Askar Akáyev, elogiaba aquel tratado por su «carácter confederativo» que sólo dejaba al centro soviético las competencias de defensa, política exterior y emisión de moneda, transfiriendo el resto a las repúblicas. El (TU), era respaldado por el parlamento de la URSS, pero tenía adversarios en los sectores liberales radicales afines a Yeltsin, convencidos de que el documento se quedaba corto, y entre los sectores centralistas del PCUS. El Comité tuvo tres días de duración. No lograron someter al centro de la resistencia que durante aquellos días fue la sede del gobierno, edificio moscovita conocido como la Casa Blanca. Los miembros del Comité no se decidían a atacar el edificio.
03.03 hs. La división blindada de élite del Ejército soviético «Tamanskaya», ubicada en los alrededores de Moscú, se pasó por completo al lado del presidente de la Federación de Rusia, Boris Yeltsin, según han anunciado portavoces del Parlamento ruso. Varias divisiones instaladas en las inmediaciones de la ciudad de Moscú tendrían que haber entrado en la capital soviética, pero sus jefes se negaron a cumplir las órdenes de las nuevas autoridades y declararon que «no dispararán contra el pueblo».
04.12 hs. Una columna de efectivos de la división Vitebsk, del KGB, y de la división Pskov, del Ministerio de Defensa de la Unión Soviética, y 120 tanques medianos y 60 carros de combate ligeros se desplazaron a Leningrado (San Petersburgo). Civiles levantaron barricadas alrededor del edificio del Ayuntamiento de la antigua San Petersburgo.
En la madrugada del 19 de agosto, el presidente Yeltsin había llegado de Almatí, la capital de la república soviética de Kazajistán, donde Nursultán Nazarbáyev, el máximo dirigente local, lo había retenido para agasajarlo tras el programa oficial. Los primeros políticos rusos y también los primeros carros blindados comenzaron a aparecer en la Casa Blanca, edificio sede del parlamento ruso, cuando Yeltsin estaba aún en su residencia de Arjángelskoe, en los alrededores de Moscú. Después del mediodía, el líder ruso se subió a uno de los carros apostados junto a la sede del Parlamento y leyó el llamamiento a los «ciudadanos de Rusia».
Yeltsin exhortó a la desobediencia civil a los golpistas, exigió el retorno de Gorbachov y la convocatoria de un congreso extraordinario del Congreso de los Diputados Populares de la URSS (el superparlamento soviético). Yeltsin se convirtió en el símbolo de la resistencia coordinada desde la Casa Blanca. En el interior de este edificio, los diputados llamaban por teléfono a las provincias, les dictaban las disposiciones del presidente ruso y se informaban sobre la situación local. En permanente lucha por arrebatarle competencias al centro federal, Boris Yeltsin aprovechó el golpe para imponerse a Gorbachov.
Lejos de Moscú, muchos trataron de ganar tiempo hasta que se definiera la crisis. Los dirigentes de Irak, Libia, Yugoslavia y el palestino Yasser Arafat se apresuraron a felicitar a los golpistas, según contó Guennadi Búrbulis, que fue secretario de Estado de la Federación Rusa. En Moscú, los diputados con experiencia o con contactos militares dialogaban con los tanquistas, que no sabían cuál era su misión, si atacar o defender la Casa Blanca, y también sondeaban a los mandos militares.
El jefe de Gobierno soviético, Valentin Pávlov, uno de los golpistas, posteriormente dijo que Boris Yeltsin se había puesto en contacto con el jefe de las tropas de paracaidistas Pável Grachov para solicitarle el envío de tanques a la Casa Blanca. Sin preguntar a su jefe, el ministro de defensa Dmitri Yázov, Grachov envió tropas a Yeltsin, y en aquel contingente, que desapareció después con la misma facilidad con la que había salido a la calle, estaba el general Alexandr Lébed, que se distinguiría después por su expeditiva actitud en la región separatista del Transdniéster, en Moldavia.
Defensa popular del Parlamento.
En torno a la sede del parlamento se fue concentrando la gente, aunque no demasiada, comparado con los grandes mítines que por entonces sacaban a la calle a centenares de miles de personas. A las cinco de la tarde, los golpistas dieron una conferencia de prensa. Las explicaciones y las manos temblorosas de Yanáiev hicieron presentir que aquellos hombres no estaban en disposición de acabar con éxito la aventura que habían iniciado. El día 20 el número de defensores de la Casa Blanca había aumentado. Había gentes tan distintas como el guerrillero checheno Shamil Basáiev, el embajador del Reino Unido en la URSS, cosacos, artistas, intelectuales y moscovitas de a pie. Muchos de ellos se integraron después en una organización que se llamó «Zhivoe Kolzó» (El Anillo Vivo).
En la noche del 20 al 21, los resistentes temían que pudiera producirse un asalto. Entre los seguidores se habían repartido armas. Algunos diputados, con la carabina al hombro, tomaban posiciones en los tejados de la Casa Blanca. Después de la medianoche, el vicepresidente de Rusia, general Alexandr Rutskoi, un aviador veterano de la guerra de Afganistán, exhortó por los altavoces a defender el edificio, pero poco después, Guennadi Búrbulis, por entonces muy próximo a Yeltsin, utilizó el mismo sistema de megafonía para afirmar la libertad de cada cual de hacer lo que creyera oportuno. Aquella madrugada, una mala maniobra de un tanque junto a una columna de manifestantes acabó con la vida de tres jóvenes en el cruce entre el anillo circular y la avenida Kalinin.
Kriuchkov se había paseado alrededor de la Casa Blanca en un coche con ventanas ahumadas y mantenía conversaciones telefónicas con Búrbulis y los yeltsinistas. Según Víctor Ivánenko, que dirigía el recién formado comité de seguridad del Estado de Rusia, Kriuchkov, considerado el cerebro del golpe, se dio por vencido en la madrugada del 21 de agosto y anunció a los atrincherados que podían dormir tranquilos. El KGB había movilizado al grupo antiterrorista Alfa, pero no dio la orden definitiva de asalto, aunque sí hubo órdenes previas de avance, reconocimiento y desarrollo del plan de acción.
Como otras instituciones del Estado, el KGB no era por entonces una unidad monolítica. El Parlamente ruso se reunió en sesión extraordinaria para analizar la situación. Luego de una noche de extrema tensión, en la que los militares soviéticos intentaron asaltar el edificio conocido como la Casa Blanca. Se espera que se adopte una resolución que exija la disolución del comité Estatal de Emergencia y el retorno de Gorbachov a la presidencia de la URSS. Los alrededores de la Casa Blanca se encuentran aún repletos de moscovitas que aguantan bajo la incesante lluvia.
No obstante, la mayoría de los tanques han abandonado la capital soviética. Dentro y fuera de la Unión Soviética se sostenía que el golpe de Estado había fracasado, dentro del Parlamento soviético afirmaban que «la aventura anticonstitucional» del vicepresidente Yanáiev y compañía «tiene los días contados». Pero también algunas informaciones decían que los ocho miembros del Comité Estatal de Emergencia, se dirigían a Crimea para reunirse con Gorbachov, algunos diputados aseguraban que habían sido detenidos en un intento de fuga. Los ocho miembros se dirigen hacia el aeropuerto, Yeltsin cree que intenta huir e hizo un llamamiento a los moscovitas para que bloqueen la carretera del aeropuerto.
Durante su intervención ante el Soviet Supremo, Boris Yeltsin había tachado de «criminal» al ministro de Defensa de la URSS, Dimitri Yázov, miembro del Comité Estatal de Emergencia, autores de un «golpe de derechas», según Yeltsin. La agencia de noticias soviética TASS, la misma que anunciara la destitución del presidente Gorbachov, informa ahora del levantamiento de la censura a los medios de comunicación declarada por el ya «ex Comité Estatal de Emergencia». Se da a entender, de este modo, que el golpe ha fracasado. Y se levanta el toque de queda en Moscú. La Fiscalía General de la URSS abrirá un proceso contra los ocho miembros del comité golpista, porque «en sus actividades se observan síntomas de crimen contra el Estado». El Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) ha intentado desvincularse del fallido golpe de Estado, aunque también han evitado condenar abiertamente al Comité Estatal de Emergencia.
Al menos quince personas murieron en los enfrentamientos entre tropas militares golpistas y ciudadanos defensores de las reformas, según el vicepresidente de la Federación rusa, Alexandr Rutskoi. Gorbachov ya está en Moscú. El presidente ha retomado sus funciones de jefe de Estado. El parlamento ruso designó a una comisión especial dirigida por el vicepresidente Rutskói que fue a buscar a Gorbachov a Crimea. También los golpistas habían volado de nuevo hacia allí. En la madrugada del 21 al 22 de agosto, Gorbachov y su familia fueron conducidos en avión a la capital. El rostro desmejorado de Raisa, la esposa del presidente, revelaba el sufrimiento pasado.
Después del gran mitin de la Casa Blanca en la mañana del 22 de agosto, una multitud se dirigió a la sede del Comité Central del PCUS intentando romper sus ventanas y siguió después hasta la sede del KGB, en la plaza de la Lubianka, donde por la noche un camión se llevó la estatua de Félix Dzherzhinski, el fundador de los servicios secretos después de que la multitud lo derribara con una soga. El presidente del KGB, Vladímir Kriuchkov, fue detenido junto a otros miembros del Comité a su llegada al aeropuerto de Moscú. El ministro de Defensa de la Unión Soviética, Dimitri Yázov, estaba entre ellos.
El ministro de Interior de la Unión Soviética, Boris Pugo, uno de los ocho miembros, se suicidó junto a su mujer, un día después de su detención. El presidente, Boris Yeltsin, le ganó el pulso a Mijaíl Gorbachov en el Parlamento soviético. Las imágenes hablan por sí solas, Yeltsin se levantó de su asiento dirigiéndose al estrado, donde se encontraba Gorbachov, exigiéndole que firme un decreto en el que se anuncia el cese de actividades del Partido Comunista de la URSS (PCUS). El líder de la Federación de Rusia argumenta que no se puede confirmar el papel del PCUS en el golpe de Estado. Gorbachov se niega varias veces y Boris Yeltsin regresa a su asiento.
En un movimiento sorprendente, Yeltsin ha dicho: «Camaradas, acabemos con esto de una vez.» firmando el decreto ante los aplausos de los diputados sentados en la Cámara. Yeltsin puso en evidencia la erosión política irreversible que el golpe había supuesto para Gorbachov y para el PCUS. El analista Serguéi Parjómenko, que seguía los acontecimientos, opina que aquella humillación pública satisfacía los instintos de venganza personales de Yeltsin por las humillaciones que antes le había infligido Gorbachov. Al día siguiente, el líder de la URSS rompía su relación con aquella fuerza política donde había militado toda su vida adulta y renunciaba al cargo de secretario general.
Gorbachov pidió al Comité Central que se autodisolviera. La sede en Moscú fue sellada, los periódicos comunistas, prohibidos y los últimos golpistas, arrestados. Veinte años después, Gorbachov afirmó con rotundidad que nunca, ni siquiera entonces, creyó poder formar un tándem eficaz con Yeltsin. Quien había sido escogido presidente de la URSS dos meses antes. El 29 de agosto de 1991, las actividades del PCUS son proscritas por el Tribunal Supremo, se disuelven los órganos del poder central y se abre un nuevo período constituyente.
Desde la directiva del PCUS, la estructura que monopolizaba el poder en la URSS, Yeltsin venía desafiando a Gorbachov desde 1987, cuando criticó duramente en público el ritmo a su juicio lento de la «perestroika». Enérgico y populista, Yeltsin se posicionó como alternativa a Gorbachov en Rusia y su importancia fue creciendo a medida que se acumulaban las dificultades económicas. Gorbachov dijo haberse dado cuenta de la gravedad de los problemas que amenazaban a la URSS en el otoño de 1990, cuando se debatía el presupuesto del Estado. Ninguna república quería contribuir a él y aquella realidad financiera fue para él más elocuente que los disturbios nacionalistas de esos años, desde Kazajstán en el 86, al Báltico en el 91.
Amnistía para los golpistas.
Veinte años después, Búrbulis reconoce que los golpistas de 1991 eran gentes que se guiaban «por sus propias convicciones y el sistema de valores formado a lo largo de su biografía». «Defendían su visión del mundo y su fe. Aquello era una guerra religiosa», señalaba. Víctima de aquella conmoción histórica fue el mariscal Serguéi Ajroméiev, el jefe del Estado Mayor, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, que se suicidó dejando un amargo mensaje a su familia. Hubo también otros suicidios como el del ministro del Interior, Borís Pugo, y el de varios funcionarios comunistas responsables de las finanzas del partido.
En febrero de 1994 fueron amnistiados los golpistas de 1991 y los dirigentes rusos que se habían enfrentado a Yeltsin en 1993, como el ex vicepresidente Rutskói y el ex jefe del Parlamento, Ruslán Jazbulátov. Millones de rusos percibieron el golpe de Estado como un intento de volver al pasado, al periodo anterior a la perestroika, y miles de ellos salieron a las calles para apoyar a Yeltsin. Aunque, ¿qué habría pasado si el GKChP se hubiera mantenido en el poder? ¿Habría sido posible?
El politólogo Alexéi Zudin asegura: «el éxito del golpe de Estado habría prolongado la agonía». La URSS estaba condenada hicieran lo que hicieran los miembros del GKChP. Por lo tanto, cualquier medida del Comité, que deseaba mantener la Unión, estaba también condenada al fracaso. La esencia del problema de la URSS consistía en que ya antes de Gorbachov los gobernantes soviéticos se habían quedado sin objetivos estratégicos para desarrollar el país, que anteriormente se habían formulado en el marco de la ideología comunista.
«Estos hombres (los gobernantes de la URSS) no creían en los objetivos que abanderaban, y esto se convirtió en la razón principal de la caída de la Unión Soviética. El país perdió todo el sentido de su existencia», el GKChP tampoco tenía ninguna noción de futuro. Modest Kolerov, no ve de qué manera podría haber conseguido el GKChP lo que se proponía. «El Estado centralizado había sido destruido durante los últimos años de la perestroika», entre 1989 y 1991. Algunas repúblicas (la región del Báltico y del Cáucaso) declararon que no deseaban seguir formando parte de la URSS. Señala también que los golpistas no tenían un programa de transición.
El politólogo de la Universidad Estatal de Moscú Dmitri Andréyev. Cree que el GKChP tenía oportunidades de salir victorioso si los miembros del Comité se hubieran preparado mejor para tomar el poder. En 1991 todas las maniobras militares se llevaron a cabo de forma caótica, y no cree que los miembros del GKChP no tuvieran un programa. En el comunicado del Comité a los ciudadanos soviéticos se había declarado el libre comercio, la democracia, la lucha contra el crimen, etc.
Víktor Militariov, miembro del Consejo de Estrategia Nacional, Está convencido de que el Comité habría llevado a cabo una línea política muy poco distinta de la de Gorbachov. «El GKChP no gestionó bien las comunicaciones en lo pocos días que se mantuvieron en el poder y sus comunicados públicos se percibieron como amenazas. Sin embargo, esto no quiere decir que desearan implementar una dictadura. Parece ser que querían lo mismo que Gorbachov (mantener una URSS reformada)».
Tercer Acto.
El ex presidente del Comité de Seguridad del Estado (KGB), Vladímir Kriuchkov, que fue la figura clave en el intento de golpe de Estado de 1991, en 2001, trabajaba como asesor de Sistema, una empresa gestora de activos bursátiles. El hombre que fue la mano derecha de Yuri Andrópov, el que puso «orden» en Hungría en 1956 y el que organizó el desplazamiento de tropas a Afganistán en 1979. En su casa, en el barrio moscovita del Arbat, en el 2001. Concedió una entrevista a la periodista Pilar Bonet, luego del diálogo que mantuvieron después de que publicara sus memorias, Lichnoe delo (Asunto privado).
Donde hace una colorida descripción de la estancia de 17 meses en la cárcel que siguió a la conspiración de agosto. El ex jefe del KGB sigue militando en el comunismo, pero no es ningún dogmático. Defiende la propiedad privada y la libertad empresarial, y si le dan a elegir entre el socialismo y la Unión (la URSS), prefiere lo segundo: «Que haya capitalismo, pero que haya la Unión. Eso es lo más importante. Yo apoyaré a cualquier no comunista, aunque esté a favor del capitalismo, que apoye la Unión». Gorbachov, según él, fue un «miope» por no comprender que los dirigentes rusos necesitaban un motivo para acabar con la URSS y tomar el poder.
–«Lo teníamos todo preparado, pero el 19, 20 y 21 de agosto no había condiciones para proseguir y nos vimos en un callejón sin salida. Podíamos haber continuado, pararlo todo, arrestar a decenas de personas, poner orden, y todos hubieran pensado que los gekachepistas los habían privado de la libertad y del futuro brillante. Lo que nosotros queríamos era frenar la desintegración de la URSS y construir un nuevo poder sin derramar sangre. Queríamos corregir los errores de Gorbachov y los anteriores a él. Decidimos que, si había peligro de que hubiera víctimas o sangre, interrumpiríamos la ofensiva cualquiera que fuera la fase en la que se encontrara. La muerte de tres jóvenes bebidos –uno de ellos drogado– en Moscú fue una señal muy seria, porque vimos que los demócratas habían decidido verter sangre. Junto a la Casa Blanca se habían reunido entre 30.000 y 35.000 personas, de las cuales entre 5000 y 8000 eran partidarias activas de Yeltsin, y cuando comenzaron a repartir vodka, barras y armas entre ellas, decidimos pararnos y acudir a Gorbachov para valorar con él conjuntamente la situación, pero no lo conseguimos.
Según nuestras estimaciones, los mítines que organizaron los demócratas en todo el país reunieron a cerca de 160.000 personas. No todos eran partidarios de Yeltsin y no todos comprendían lo que pasaba. Mucha gente tenía fe y la ilusión de que los demócratas traerían la libertad y la felicidad. Si en aquellas circunstancias hubiéramos actuado de forma más decidida, las protestas contra nosotros se hubieran extendido y hasta ahora estaríamos justificándonos. Creo que actuamos correctamente tanto al comenzar como al pararnos, porque había que demostrar que en el país había una fuerza capaz de oponerse a la desintegración. En esos días hicimos una cosa muy útil.
La URSS tendría que haberse desintegrado el 20 de agosto, tras la firma del Tratado de la Unión, pero nosotros prolongamos la vida de la URSS hasta diciembre. Gorbachov tiene una enorme culpa por lo que sucedió después de agosto. Podría haber utilizado el poder que todavía tenía, pero, en cambio, firmó todos los documentos para disolver la Unión.»
–«Gorbachov podía haber hecho muchas cosas, pero eso hubiera supuesto un riesgo para su vida particular, y a él no le gustaba el riesgo. A Gorbachov le gusta gozar de la vida. Entregó el poder no para salvar a la gente, sino para salvarse él. Sea por lo que fuere, no era capaz de una acción decidida. Envió a la cárcel a quien podía apoyarlo y no tenía intención de promover el socialismo ni el poder soviético.
¿Estuvo Gorbachov realmente incomunicado en la dacha de Foros mientras ustedes actuaban en Moscú?
–Sobre esto hay muchos mitos. Es verdad que di la orden de cortarle las comunicaciones, me refiero a aquellas con las que hubiera podido tomar medidas especiales, pero si hubiera querido comunicarse con alguien, lo hubiera hecho. En el patio tenía un coche, y a las cinco de la tarde, cuando mis colegas se marcharon de Foros, mandó que llamaran a Moscú desde ahí. Los nuestros habían tratado de convencerle de que se pusiera al frente del movimiento, pero él se lo pensó y dijo que se encontraba mal, que tenía lumbago y que se quedaba, y, al darles la mano a los visitantes para despedirse, les dijo: «Que los lleve el demonio, háganlo», lo que les sorprendió mucho.
Si hubieran ganado los gekachepistas, Gorbachov hubiera estado con ellos. Si perdían, en contra suya. El 18 de agosto, cuando le dijeron a Gorbachov que iban a salvar el país, él preguntó qué iba a pasar con Yeltsin. Le dijeron que Yeltsin volvía aquella noche de Kazajstán. Yeltsin, de hecho, estaba borracho y volaba en un avión militar hacia Moscú, y después de aterrizar, se fue a su dacha en Arjángelskoe. Gorbachov dijo que si Yeltsin estaba en libertad, no haríamos nada.
No puedo decir que exigiera el arresto de Yeltsin, pero se puede interpretar así. Gorbachov se interesó por Yeltsin y, cuando comprendió que no teníamos ningún plan represivo respecto a él, mis colegas observaron incluso cierto desencanto en su rostro. No teníamos intención de arrestar a Yeltsin. Nos pusimos en contacto con su escolta por la noche y la reforzamos. Gorbachov entendía que Yeltsin sería la figura central de la que dependía el éxito. Luego, cuando los nuestros se fueron de Foros, pidió la cena, un buen vino tinto y se puso a mirar una comedia televisiva.
¿Adónde fueron sus colegas al volver de Foros el 18 por la noche?
–Al Kremlin. Eran las diez de la noche y los estábamos esperando allí. A las cuatro o las cinco de la madrugada, fui a casa, dormí una hora y media, y a las siete estaba ya en pie. Seis estados iban a firmar el Tratado de la Unión el 20 de agosto, y si no evitábamos aquella firma, la URSS iba a dejar de existir de forma aparentemente legal. Yeltsin se lo había advertido ya a Gorbachov. Los miembros del GKCHP no actuamos de forma óptima. Cometimos errores tácticos y también estratégicos, pero la situación era tan complicada que no era posible evitarlos. Nuestro gran error fue no habernos dirigido al pueblo. Si nos hubiéramos dirigido al pueblo, si hubiéramos recibido apoyo y las calles se hubieran llenado de gente… Pero no fuimos a pedirle a la gente que saliera a la calle, y ese fue nuestro principal error. El anhelo de no derramar sangre, de no alterar la normalidad, hizo que no nos dirigiéramos a la gente.»
«¿Puede decirse que Putin sigue la tradición del ex presidente del KGB, Yuri Andrópov?
–Andrópov era un comunista ortodoxo y lo sería hoy en día. Putin está educado en otro ambiente, con otras ideas. Y eso está bien, porque no se puede vivir ya como vivíamos hace veinte años. Hemos traspasado determinados límites y estamos obligados a cambiar. Creo que Putin es un hombre que se preocupa sinceramente por lo que sucede, que trata de hacer las cosas lo mejor posible y que sabe lo que puede decir hoy y lo que sólo puede decir mañana.
En Alemania se dijo que Putin, estando en la República Democrática Alemana, trabajaba en un grupo de oficiales preparando la perestroika en aquel país aliado de la URSS.
–No. Eso es un mito. Eso no era en absoluto nuestra tarea.
¿Tiene Putin su propio proyecto o realiza el proyecto de quienes lo apoyaron, incluida la propia familia de Yeltsin?
–Creo que tiene su propio rostro. Putin es un político serio al que hay que tener en cuenta. No necesitamos para nada tipos como Yeltsin. De Putin no podemos decir lo mismo, porque es la persona alrededor de la cual puede haber un amplio consenso. Putin intenta unir a todos, y por eso no es sorprendente que sea tan precavido. Creo que la política que lleva a cabo Putin es correcta, y yo incluso la aceleraría.
¿Cómo?
–Mire Bielorrusia, que está deseosa de una unión (con Rusia), o Moldavia, que está dispuesta a unirse mañana, o Armenia, que vive en el miedo por su destino. Mire Tayikistán, donde sólo piensan en cómo permanecer junto a Rusia. Toda Asia Central está sola frente a los talibán y el mundo musulmán.
¿Acaso necesita Rusia todos esos problemas?
–No conozco ningún país que renuncie voluntariamente a parte de sus territorios. En la URSS, todos los pueblos, todas las repúblicas se complementaban los unos a los otros. La desintegración de la URSS fue para mí una pesadilla que no me dejaba en paz ni un minuto. Ahora pienso más en cómo mejorar la situación.»
El ex jefe de la KGB, el cerebro del golpe de 1991. Vladimir Kriuchkov (el tercero).
En la dacha de Crimea, donde estuvo retenido, el presidente Gorbachov graba un mensaje con una videocámara en que niega que esté enfermo y condena el golpe. No obstante, esa filmación no pudo ser difundida y no se conoció hasta años más tarde. No se conoció, porque Gorbachov no lo permitió, estuvo especulando todo el tiempo para quedar en el bando ganador, estoy de acuerdo con Kriuchkov.
6 de septiembre de 1991, el Consejo de Estado reconoció la independencia de Estonia, Letonia y Lituania. 1 de diciembre de 1991, el 90.3% de los ucranianos vota por la independencia. 8 de diciembre de 1991, los líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia se reúnen para firmar un tratado que marca el nacimiento de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), compuesta por 10 de las 15 ex repúblicas soviéticas.
Joaquín Armada se pregunta «¿Cómo explicar el súbito hundimiento de uno de los países más poderosos que han existido nunca?», se pregunta Serhii Plokhy en el epílogo de «El último imperio», su minucioso ensayo sobre los últimos seis meses de la Unión Soviética. La respuesta corta la da Anatoli Cherniaev, hombre de confianza de Gorbachov en esos meses decisivos: «le ocurrió a la Unión Soviética lo mismo que les había ocurrido a otros imperios: ya no daba más de sí».
La respuesta larga está en las casi 500 páginas de ese libro apasionante, galardonado con el prestigioso Lionel Gerber. Plokhy, catedrático de Historia de Ucrania en Harvard, relata con precisión y múltiples voces la pacífica implosión de la URSS, centrándose en la actuación de Gorbachov y otros tres presidentes –Yeltsin (Rusia), Bush (EE. UU) y Kravchuk (Ucrania)– en los últimos seis meses de 1991. Los golpistas controlan la KGB y el Ejército (no tanto), pero son unos chapuceros. Sobra alcohol y falta diligencia: aíslan a Gorbachov ¡pero no detienen a Yeltsin!
Enérgico, maleducado, dinámico, tosco, el presidente ruso abandera la defensa del parlamento y se convierte en el gran triunfador de la derrota del golpe. Gorbachov conserva su autoridad, pero no el poder. Yeltsin consigue que firme la disolución del PCUS por su implicación en el golpe mientras Kravchuk declara la independencia de Ucrania y desencadena una oleada de abandonos entre las 15 repúblicas soviéticas. «La declaración de la independencia ucraniana –escribe Plokhy- conmocionó a la Unión Soviética y cambió radicalmente el panorama político». Sólo dos hechos impiden entonces la disolución de la URSS. Yeltsin no logra hacerse con todo el poder: las fuerzas armadas siguen en manos de Gorbachov, que luchará hasta el final por mantener la Unión. Y, casi igual de decisivo, Bush se niega a reconocer la independencia de Ucrania.
Plokhy, que ha tenido acceso al diario de Bush, recién desclasificado, cuenta la división existente en el gobierno estadounidense entre Dick Cheney, el Secretario de Defensa y James Baker, el Secretario de Estado. El «halcón» Cheney quería reconocer a Ucrania cuanto antes; la «paloma» Baker, mantener con vida a la URSS y aprovechar su debilidad para reducir su arsenal nuclear y lograr su retirada de Cuba y Afganistán. Baker temía «otra Yugoslavia», pero con armas nucleares. Gorbachov aceptó las peticiones de Baker, pero el destino de la URSS ya no dependía de él. Presionado por sus votantes de origen ucraniano, y logrado el compromiso de Kravchuk a renunciar a las armas nucleares, Bush reconoce la independencia de Ucrania el 30 de noviembre. Es el golpe mortal a la URSS.
25 DE DICIEMBRE DE 1991.
A las 20:00 horas, después de que Gorbachov firmara el decreto de renuncia como presidente de la Unión Soviética, en el Kremlin se arría la bandera roja comunista. La bandera tricolor de Rusia ocupa su lugar, poniendo fin así a 74 años de la Unión Soviética.