Cuadernos de Eutaxia— 42

EL ASESINATO DE JOSÉ IGNACIO RUCCI

LOS MONTONEROS ASESINOS

El 25 de septiembre de 1973, cayó acribillado a balazos en la avenida Avellaneda al 2953, entre la avenida Nazca y la calle Argerich, en el barrio de Flores, de Capital Federal, José Ignacio Rucci, el secretario general de la CGT y secretario y mano derecha de Juan Perón. Luego se supo, aunque en algunos círculos ya se sabía que los Montoneros estaban detrás una operación para liquidar a Rucci, y que se trataba de un pretexto para extorsionar a Juan D. Perón y que ensangrentó más el escenario político argentino.

El grupo guerrillero izquierdista Montoneros, llamó al atentado «Operación Traviata», el nombre respondía a unas galletas de agua conocidas como traviatas. En la publicidad de las galletitas un eslogan decía «La de los 23 agujeritos». El periodista y escritor Ceferino Reato dice que «Traviata es un buen nombre para el operativo porque en italiano Traviata significa extraviada. La Traviata, la extraviada, la descarriada, la ópera de Verdi. Pero en este caso, el nombre a posteriori nos habla de la característica extraviada de esta operación. Montoneros se extravía o se aleja del movimiento popular.

Las bases eligen a Perón, obviamente, y además sufre un proceso de desgranamiento interno que va a desembocar meses después en una gran partición y en el surgimiento de la JP Lealtad». Y el montonero Roqué agujereó a José Rucci como una galletita. El miedo que tenía Montoneros era lo que se vaticinaba una derechización del movimiento peronista, ya había un acercamiento al empresariado, los acuerdos con la burguesía y con la burocracia sindical.

El blanco elegido para atacar a esa derecha peronista era el sindicalista ortodoxo y hombre de confianza de Juan Perón y que mantenía la fidelidad de la masa trabajadora con el líder. Lo que pretendía Montoneros era «tirarle un fiambre», es decir, arrojarle un muerto, un cadáver. El general Juan Perón acusó el impacto y dijo: «Estos balazos fueron para mí, me cortaron las patas».

Juan Perón lloró mucho el asesinato de José Rucci, le tenía mucho afecto, lo quería como a un hijo. El general Juan D. Perón concurrió al velatorio del jefe de la CGT y le confió a la viuda: «Me mataron a un hijo». Cuando Perón se retiraba del velatorio le dijo a la prensa que «estos balazos fueron para mí; me cortaron las patas».

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Dos días antes Juan Perón había ganado las elecciones presidenciales por tercera vez con una gran cantidad de votos, casi 7,4 millones, el 61,85%.

Los peronistas estaban festejando el regreso triunfal del general luego del exilio, los que eran peronistas esperaban que Perón pudiera dar una salida política y económica al país, ya que Perón así se presentaba «un león herbívoro» y «una prenda de paz», que podía acabar con la violencia desatada durante el gobierno militar, violencia alentada y fogoneado por él. Pero Juan Perón llegaba al país para acabar con ese «gobierno de putos y comunistas» como calificó Perón al gobierno del izquierdista Héctor Cámpora, y eso significaba un golpe muy duro para Montoneros y la izquierda internacionalista en general.

Los Montoneros sentían y veían que Perón se había volcado a la derecha y habían decidido confrontarlo para que los volviera a tener en cuenta en el reparto del poder político, y la muerte de Rucci era parte de ese plan. José Ignacio Rucci nació el 15 de marzo de 1924 en Alcorta, provincia de Santa Fe, en el seno de una familia humilde de trabajadores rurales, descendientes de inmigrantes italianos. Como muchos jóvenes de su condición, a los 20 años debió emigrar, primero a la Ciudad de Santa Fe y luego a Buenos Aires, trabajando, entre otras cosas, de vendedor ambulante, de lavacopas, en una verdulería y en un frigorífico.

José Rucci fue parte de la descendencia migratoria europea que, a su vez, luego conformó la ola migratoria interna que se desarrolló durante la crisis del modelo agroexportador. A partir de 1946, la Argentina se empezó a industrializar y el sindicato que agrupaba a trabajadores del sector metalúrgico, la Unión Obrera metalúrgica (UOM) pasó de tener 6.000 a 200.000 afiliados. Rucci consiguió trabajo como obrero en la fábrica de electrodomésticos Ubertini y a los 23 años fue elegido delegado por sus compañeros.

En 1952, ingresó en la fábrica de cocinas y estufas CATITA de Barracas, Buenos Aires, incorporándose, en 1954, a su comisión interna. Durante ese tiempo, se destacó por su oratoria, sus convicciones políticas y su capacidad organizativa. En abril de 1955, un delegado de Siemens, Augusto Timoteo Vandor, fue elegido Secretario General de la Seccional Capital de la UOM. Timoteo Vandor también sería asesinado por los guerrilleros marxistas.

En el año 1957 el sindicalismo peronista impulsó un plan de lucha de alcance nacional en el marco del cual se convocó a un Congreso en La Falda, Córdoba, junto a los representantes de las regionales de la CGT de todo el país, donde Rucci desempeñó un papel protagónico. Se aprobó un programa que planteaba, además de restablecer la nacionalización de los recursos naturales, del comercio exterior, la banca y los servicios públicos, la participación de los obreros en la dirección de las empresas y el reparto de tierras.

En 1970, la central obrera convocó a un congreso unificador, en el que José Rucci fue elegido Secretario General de la Confederación General del Trabajo (CGT). En 1973, la CGT apoyó al candidato de Perón, Héctor J. Cámpora. En 1973, Rucci tenía 49 años y 69 kilos. Le decían «el Petiso» por su estatura. Según el periodista y escritor Ceferino Reato, era: «Un tipo de derecha, un peronista ortodoxo, un gritón, un provinciano que tuvo que salir de Santa Fe, pobre, que hizo hasta quinto grado, que era, como se decía en esa época, un cabecita negra, que había ascendido y se había convertido en el jefe de la CGT».

Como jefe de la Confederación Argentina del Trabajo, se había mandado a remodelar una habitación en la terraza, donde podía estar mejor custodiado por su séquito de guardaespaldas. Muchos días de la semana vivía en la sede del sindicato, a su casa iba los fines de semana. Ese fin de semana habían sido las elecciones, entonces no pudo ir. Eligió ir un martes porque estaba preparando todo para el cumpleaños de su hijo Aníbal. José Rucci no debería haber estado ese martes en el departamento del fondo de esa construcción tipo chorizo que le habían prestado hace cuatro meses en pleno barrio de Flores.

La familia Rucci vive desde hace cuatro meses en el último departamento, al fondo de un largo pasillo de mosaicos color sangre, y que el chofer del sindicalista, Abraham Tito Muñoz, recorre con paso ligero para avisar que ya llegó y que también están listos los «muchachos», el grupo de guardaespaldas reclutados entre los empleados metalúrgicos que ahora esperan charlando en la vereda.

En una hora, José Rucci tiene acordado una entrevista en Canal 13 en el programa de Sergio Villarroel, donde tiene pensado enviar un mensaje conciliador como un signo de paz. Rucci recibe a sus guardaespaldas en camiseta, tomando unos mates que le ceba su esposa, Coca. Ya ordenó al albañil que le está haciendo unos arreglos en el patio que se apure porque «el domingo cumple años mi pibe y quiero hacerle un asadito», y está conversando con su jefe de prensa, Osvaldo Agosto, repasando el mensaje que piensa grabar dentro de una hora en el Canal 13.

—Así está bien, tiene que ser un mensaje de conciliación, como para iniciar una nueva etapa. «Tenemos que ayudar al General: dieciocho años peleando para que él vuelva y ahora estos pelotudos de los montos y de los bichos colorados del ERP quieren seguir en la joda», dice José Rucci, con su tono exaltado de siempre. Osvaldo Agosto, fue uno de los jóvenes que en 1963 robaron el sable corvo del general San Martín del Museo Histórico Nacional como parte de un golpe de efecto para reclamar contra la proscripción de Perón, escucha con atención, intuye que están por suceder cosas importantes en la cúpula del sindicalismo peronista y saca un tema que lo tenía intranquilo.

—Ayer recibimos otra amenaza en la CGT. Un dibujo de un ataúd con vos adentro. Y anoche, cuando salíamos con Pozo (Ricardo, principal asesor político de Rucci), nos dispararon desde un auto, le contó Osvaldo Agosto por lo bajo, aprovechando que la esposa, Coca, se había alejado en busca de otra pava para seguir con el mate.

—Yo sé que me la quieren dar esos hijos de puta, pero no me voy achicar. Por algo cantan «Rucci traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor». Igual, tenemos que arreglar con esos pelotudos de los Montoneros. Estos chicos están confundidos: ¡querer sustituir a Perón!, ¡pelearle la conducción al General!… Sobre las amenazas, vos sos testigo que las tomo en serio y que me cuido mucho. Más no puedo hacer.

—¿Por qué no haces que te custodie la policía? Tus muchachos de la custodia son buenos para repartir piñas (trompadas) en los actos, pero no son profesionales.

—¿Para qué? ¿Para qué me mate la policía por la espalda? Ya voy a cambiarlos, cuando Perón asuma la presidencia… Hablando de eso, Tito: ¿por qué no vas al fondo a decirle a los muchachos que vengan, que se nos hace tarde?

Los muchachos a los que se refería Rucci eran los tres culatas (guardaespaldas armados) que esa noche habían quedado de custodia en la casa. Uno era Ramón Rocha, «el Negro» un ex boxeador santafesino que había peleado tres veces con el mismísimo Carlos Monzón, Jorge Sampedro, más conocido como Jorge Corea o Negro Corea, otro ex boxeador pero de Villa Lugano (Buenos Aires), y Carlos Nito Carrere, a quien había traído de San Nicolás. Tres muchachos de confianza, del gremio, pero que ese día no estaban en su mejor estado.

Estos muchachos no habían dormido bien, estuvieron bebiendo demasiado alcohol, y uno de ellos regresó del cabaret a las 07:00 horas, la esposa de Rucci lo había visto entrar a los tumbos. Coca estaba por llevar a los chicos a la escuela cuando vio que se movía el picaporte de la puerta de entrada. Se asustó y pensó que podrían ser los enemigos de su esposo, pero se dio cuenta que era uno de los escoltas de su marido.

José Ignacio Rucci sabía que estaba en riesgo, no quería custodia oficial y tampoco que fuese la policía quien lo escoltara: desconfiaba de la incorruptibilidad de los organismos institucionales, y creía que estaban a expensas de la capacidad de penetración de sus enemigos. Sabía que Montoneros tenía una fuerza eficaz para hacer atentados y que si lo querían matar lo podían hacer. En una ocasión en una reunión con operadores de superficie de Montoneros, les dijo: «Miren, si yo juego, así como juego no es por mí, es por Perón. Así que, si ustedes tienen una queja, ya saben dónde dirigirse. Diríjanse a Perón, no a mí».

El día 6 de junio de 1973 cuando firmó el «Acta de compromiso nacional para la reconstrucción, la liberación nacional y la justicia social», conocido popularmente como el Pacto Social con empresarios del Estado. Dijo Rucci, «estoy firmando mi sentencia de muerte». Cuando se firma ese pacto están reconociendo que los sindicatos y los trabajadores se están poniendo bajo la protección del peronismo. Los sindicalistas decían: «50% para el trabajo, 50% para el capital. Acá no va haber socialismo, va a haber un capitalismo orientado por el Estado».

Mientras que los Montoneros y los otros grupos guerrilleros marxistas creían que había llegado la hora de la clase trabajadora, del proletariado y del socialismo.

José Ignacio Rucci se pone una camisa bordó y un saco marrón a cuadros, y ordena a Tito Muñoz, su chofer: «Tito, avisale a los muchachos que están en la puerta que se suban a los autos, que se preparen que ya salimos. Pero, que no hagan mucho lío con las armas, que no las muestren mucho. ¡A ver si se cuidan un poco!». Osvaldo Agosto echa un vistazo a su reloj, mueve la cabeza y dice: «Uy, son casi las 12, tendríamos que ir saliendo…».

Suena el teléfono e interrumpe nuevamente el ambiente familiar, esta vez se trata de Elsa, una amiga de la esposa de Rucci, las mujeres se disponen a mantener una charla interminable y José le hace señas a su mujer y dice: —Dale Coca, apurate que me tengo que ir.

—No le puedo cortar, José, la pobre me quiere hablar, le contesta su mujer, tapando el tubo del teléfono.

—Bueno, me voy, le dice Rucci tirándole un beso.

—Elsa, esperame que se está yendo José… Chau José, chau, le contesta, y continúa la charla con su amiga Elsa.

Al salir a la calle, Rucci ve que sus guardaespaldas ya están en sus puestos, sentados en los cuatro autos estacionados sobre Avellaneda, son trece en total, tres lo esperan en el auto Torino colorado, pero este vehículo no tiene blindaje, cuatro en un Torino gris ubicado a unos cincuenta metros, casi llegando a la calle Argerich, los otros seis, en los dos coches del medio, un Dodge blanco y un Ford Falcon gris, que es el encargado de salir primero al frente de la caravana, y al que Osvaldo Agosto recién está subiendo.

El departamento de al lado de la vivienda de los Rucci estaba en venta y la dueña, la señora Magdalena Villa de Colgre, se encontraba atada de pies y manos en el dormitorio y los Montoneros le habían colocado un cartel de advertencia apoyado en su falda. El papel estaba escrito con un lápiz de labios color rosado y decía con un humor estúpido: «No tiren en el interior. Dueña de casa». Entre las cortinas que cubren la ventana del primer piso se encuentra un fusil que sostiene Julio Roqué, un guerrillero marxista cordobés que suele utilizar distintos alias como, Lino o Iván, un guevarista que antes militaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

El caño del fusil FAL está ubicado en el agujero que tiene forma de 7 que acaba de hacer en la tela roja con las letras «Se Vende» que cubre una de las ventanas del primer piso de la casa vecina a la de José Ignacio Rucci. «¡Perfecto! Desde aquí seguro que le doy en el cuello a ese burócrata traidor», habría dicho Julio Roqué con su tonada de cordobés. Julio es el jefe del comando montonero encargado de asesinar a José Rucci, el secretario general de la Confederación General del Trabajo (CGT) pieza clave en el pacto entre los empresarios y los sindicalistas que seguían a Juan Perón, un plan para contener la inflación, impulsar la industria nacional y hacer el reparto peronista de la riqueza: la mitad para el capital y la otra mitad para el trabajo.

Un plan intervencionista al mercado y con una gran participación del Gobierno, pero dentro del capitalismo, o lo que ellos llamaban capitalismo, que en el fondo era una especie de socialdemocracia. Pero, además, José Rucci era el más leal a Juan Perón, era como su hijo. El mismo general Perón había dicho cuando lo vio en su exilio en Madrid: «el único sindicalista que me es leal, creo». Julio Roqué es un buen cuadro combatiente montonero, fue adiestrado en Cuba, es considerado el mejor tirador de la guerrilla.

Pero para septiembre de 1973, Julio Roqué ya no tiene esperanzas en Perón, el de ese entonces ya no encajaba con sus planes marxistas, primero la supuesta masacre de Ezeiza, la caída del «Tío» Héctor Cámpora, la mejor carta de la guerrilla, y Cámpora como dijo Perón, imprevistamente se corrió a la izquierda. Perón se estaba derechizando, por tanto, ellos, la guerrilla internacionalista decidió apretarlo, «tirarle un fiambre», pero no un fiambre cualquiera sino el de su querido José Rucci, para que regrese a la izquierda, para que los vuelva a tener en cuenta en el reparto del poder, tanto en el gobierno como en el Movimiento Nacional Justicialista.

Con la caída de Héctor Cámpora 49 días después de haber asumido, el proyecto de los Montoneros estaba en peligro, se podía diluir la influencia de la guerrillera dentro del peronismo. Los montoneros decían que Juan Perón quería tener dos alas en su movimiento: la derecha y la izquierda, con él arriba, en el vértice, manejando todo. Esa era su forma de conducir: una conducción pendular, a veces iba para la derecha, a veces iba para la izquierda, pero ahora estaba con la derecha.

Julio Roqué, o «Lino» o «Iván», pregunta: «¿Cómo está la dueña de casa?», se refiere a Magdalena Villa viuda de Colgre, quien sigue atada de pies y manos en el dormitorio con un previsor cartelito en la falda. «Bien, no te hagas problemas que “El Flaco” la cuida», le contesta «El Monra». Hace unos 18 meses atrás, el 14 de abril de 1972, Juan Julio Roqué, acribilló al general Juan Carlos Sánchez, jefe militar de Rosario y sus alrededores y que tenía fama de ser un represor duro.

En ese entonces, el presidente, el general Alejandro Agustín Lanusse, dijo en el velatorio de Sánchez: «Debe haber sido un comando argelino: en nuestro país no hay nadie capaz de tirar así desde un auto en movimiento». Lino es un revolucionario guevarista y admiraba al Che Guevara, pero el Che no era un buen cuadro militar y como político un perfecto idiota, un idiota idealista que era una molestia permanente para Fidel, por eso lo mandaban lejos y luego le soltaban la mano.

Lino o Iván era un guerrillero obtuso, fanático, nada era más importante que la revolución socialista, el hombre nuevo, pobre tipo, me hubiese gustado ver el rostro de este perdedor cuando se cayó el Muro de Berlín o la URSS, no le importaba nada, tampoco abandonar a sus dos hijos. Lino estaba esperando que José Rucci saliera en dirección al automóvil, un Torino colorado propiedad de la (CGT), chapa provisoria E75.885 pegada en el parabrisas y en el vidrio trasero, y que estaba estacionada frente a la casa de la avenida Avellaneda 2953.

En la calle todavía no había la cantidad de personas que suelen concurrir siempre, aun tampoco hay vendedores callejeros. Los únicos que están presentes son los trece guardaespaldas que se encontraban distribuidos en cuatro automóviles. Mientras los Montoneros están esperando que salga José Ignacio Rucci, ahí está Roqué, afuera están los guardaespaldas esperando. Rucci va saliendo y ese día viste una camisa bordó y un saco marrón a cuadros. Le pide a su chofer, Abraham Muñoz, «Tito», que vaya preparando todo.

José Rucci le dice a Ramón Rocha: «Negro, pasate adelante y dejame tu lugar así te ocupas de la motorola», pedido que le hace a Rocha, que en el apuro se había ubicado atrás, junto a Jorge Corea. Rocha sale del asiento trasero y está a punto de abrir la puerta delantera cuando se oye el estruendo de un disparo, de una Itaka que perfora un parabrisas y luego una ráfaga de ametralladora. El departamento vecino a la casa de Rucci, ese día martes se encontraba ocupado por un comando de Montoneros.

En el primer piso de la casa se encuentra Lino, está muy concentrado, apunta con cuidado, espera el momento preciso, espera la ráfaga de ametralladora, y segundos después aprieta el gatillo del FAL. La bala penetra limpia en la cara lateral izquierda del cuello de Rucci, de un metro setenta de altura, que a los cuarenta y nueve años estira su mano, pero no llega nunca a tocar la manija de la puerta trasera del Torino colorado. De izquierda a derecha entra el plomo, que parte la yugular y levanta en el aire los sesenta y nueve kilos del sindicalista, cuyos pies dibujan un extraño movimiento en el aire y cuando vuelven a tocar la vereda ya está muerto.

Llueven decenas de balas, 23 van al cuerpo de José Rucci, el disparo fatal salió del fusil de Lino, disimulado entre los veinticinco agujeros que destrozan su cuerpo, pero también impactan la Itaka y la pistola 9 milímetros que usan «El Monra» y Pablo Cristiano, sobre el cuerpo del jefe de la CGT y el parabrisas del Torino. No importa que el Negro Corea eluda las balas y le levante la cabeza gritando «José, José». José Rucci está tirado en el piso, la cabeza casi rozando esa puerta trasera que no llegó a abrir, con los zapatos en dirección a la pared. Rucci no puede oír los disparos de los custodios, él está fuera de todo.

Luego de la sorpresa inicial, la custodia de Rucci apuntan y disparan a cualquier lado desde la vereda de enfrente, destruyen las vidrieras del negocio de venta de autos usados «Tebele Hermanos», que se hacen añicos, y en el colegio Maimónides, una escuela primaria y secundaria a la que asisten chicos de la colectividad judía y en cuya terraza algunos de sus guardaespaldas creyeron divisar las siluetas de los atacantes, intentaron ingresar al colegio, el joven sobrino y ahijado de Coca, Ricardo Cano, cruza la calle como un loco, disparando con un fusil contra el colegio, pero no logran abrir el portón que el portero había cerrado para proteger a los alumnos, ni siquiera con la ayuda de otros dos de sus muchachos.

No pueden socorrer al Negro Rocha, a quien un disparo le ha abierto la cabeza, ni a Tito Muñoz, su chofer, que se arrastra con su arma hasta un garaje vecino y no alcanza a llegar al lavadero que se desmaya, todo ensangrentado por los cuatro balazos que le han agujereado la espalda, uno de los cuales le rozó el corazón. Los guardaespaldas no se dieron cuenta de donde provenían los disparos.

Los Montoneros matan a José Rucci y después se escapan por los fondos de la casa que tenían tomada. Hubo todo un trabajo previo de inteligencia, habían logrado establecer la rutina de José Ignacio Rucci gracias a las sus redes de influencia y al carácter policlasista e ideológico del peronismo, en el movimiento había toda clase de peronistas, de izquierda de derecha. También tenían buenos contactos en el gremio telefónico, es a través de ellos que logran interceptar (chupar) la línea telefónica del departamento de Rucci.

Ellos ya sabían de sus movimientos, se habían enterado que ese martes 25 de septiembre iría a su casa. Su trabajo de inteligencia del lugar del atentado les había permitido observar que había una casa vecina que estaba en venta, asimismo habían obtenido los planos de la casa, sabían dónde apostarse, dónde hacer pie para el atentado y tenían un especialista en estas cuestiones, tenían a Julio Roqué.

La relación entre el general Juan Perón y Montoneros se había establecido por conveniencias de ambos lados, ambos tenían un objetivo común que era llegar al poder, y ambos tenían un enemigo común, el general Alejandro Agustín Lanusse. Para septiembre de 1973, la relación se encontraba en un punto de no retorno. El general Perón había alentado a los Montoneros cuando gobernaban los militares, había mostrado su conformidad por el secuestro y muerte de Aramburu (hay una carta), todo esto mientras Perón estaba fuera del país.

También entre ambos había un desconocimiento mutuo, pero estaban las ideas, esas ideas eran públicas y conocidas. Así que ninguna de las partes puede invocar ingenuidad. Los Montoneros no habían vivido los dos gobiernos de Perón, pero el general Perón muchas veces había dicho que en el exilio había meditado mucho y que no iba a gobernar como en el pasado, reconoció que había cometido muchos errores, y uno de ellos era enmendar su relación con la izquierda internacionalista.

El Perón del tercer mandato regresaba al país para acabar con los izquierdistas, y por eso le manda una carta al general Augusto Pinochet Ugarte ofreciendo su apoyo (hay cartas oficiales de ello). Los Montoneros creían que Juan Perón era un socialista internacionalista, y Perón creyó que los Montoneros eran peronistas, y que iban a dejar las armas por que él se los pidiera, que iban a hacer política peronista y someterse a la conducción del general.

Ese desconocimiento se puede ver en lo que dijo el jefe Montonero en una charla con un periodista: «Miren, acá Mariano Grondona acaba de sacar un artículo en La Opinión diciendo que recién ahora nosotros conocemos al verdadero Perón y tiene razón. Es objetivamente cierto porque nosotros nos inventamos un Perón socialista, pero Perón no es socialista y nosotros sí somos socialistas». No los había unido «el amor sino el espanto», Borges dixit.

El guerrillero Roberto Perdía le confesó al periodista Ceferino Reato, «Es como decía Perón: éramos imberbes, éramos muy jóvenes. Nuestro promedio de edad era de 24, 25 años en la cúpula, pero después nuestra militancia era menor. Creíamos en cosas equivocadas». Sobre el asesinato de José Rucci no asumieron la autoría, pero en actos partidarios lo reivindicaron. El crimen de José Rucci fue un mensaje a Perón, en privado lo sostenían con orgullo, pero cuando comenzaron las críticas y la política emprendida por Perón, cayeron en pánico.

El público en general no sabía a quién atribuir su muerte y las teorías conspirativas surgieron a granel, se lo atribuían a Montoneros, a la Triple A, al ERP y también a la CIA. El 17 de octubre de 1974, cinco días después de la tercera asunción presidencial de Juan Perón, se refirieron a la lealtad en un acto celebrado en la ciudad de Córdoba, pero ahora la Lealtad, tenía una nueva significación para Montoneros. La lealtad ya no era con Perón sino con un metafísico Pueblo.

Pero el general Perón que ya estaba investido como presidente y tenía la sangre en el ojo por el asesinato de Rucci, decide que había pasado «el tiempo de excesiva tolerancia» con las guerrillas, al fin y al cabo, para eso había regresado. Decretó que había terminaba el tiempo y desata una enorme purga política, son corridos de todos los cargos y todos los gobernadores vinculados a Montoneros fueron expulsados de una u otra manera de sus cargos, y les da la venia a los grupos o bandas de la derecha peronista, que salieron a cazar montoneros, todo había cambiado.

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«Exceptuando Luis Fernando Beraza, biógrafo de José Ignacio Rucci, cuatro otros autores endilgan a Juan Julio Lino Roqué haber tenido alguna relación con la muerte del Secretario General de la CGT el 25 de septiembre de 1973. El dato lo consignó en 1986 Eugenio Méndez, abogado y periodista, transcriptor de inverosímiles delaciones de un ficticio guerrillero, texto desprovisto de credibilidad. En el 2000, Miguel Bonasso lo insinuó por una descripción del atentado que le había hecho Roqué en una cena, anécdota que no lo inculpa. José Amorín, en 2005, coloca a Roqué resolviendo en solitario ordenar la operación, aunque no le consta su eventual incursión en forma directa. Sólo Ceferino Reato, en Operación Traviata (2008), es taxativo: instala a Roqué barriendo a Rucci con un fusil, y relata hasta lo que pensaba al disparar. Los Montoneros no suscribieron nada, arrojando un manto de silencio.

La familia de Roqué, por boca de su hija mayor, María Inés, quien filmó un documental sobre la odisea de su padre registrado en YouTube, niega saber si estuvo envuelto en el hecho. Los sobrevivientes de la ESMA no oyeron a los represores que dieron caza a Roqué en mayo de 1977, y quemaron sus restos en los pastizales del predio, motivar el ensañamiento dando crédito a que hubiera liquidado a Rucci. La revista Somos, vocera del establishment militar en la guerra sucia, descartó poner esa muerte entre las exacciones que encajó al notorio rebelde en la edición que lo aupó en su portada.

Juan Julio Roqué (1940) fue un típico fruto de los levantamientos populares que abonaron el brote de la guerrilla urbana al fin de la década del ‘60 («Cordobazo», «Rosariazo», «Viborazo», «Tucumanazo», «Mendozazo» y «Rocazo»). Licenciado en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Córdoba, rector y profesor de un colegio secundario, pasó a la clandestinidad en junio de 1971. A principios de 1973 fue encarcelado por el general Alejandro Agustín Lanusse, quien cerró el ciclo de la dictadura 1966-1973. Compartió la penitenciaria de Villa Devoto con su segunda pareja, «la Rata» Gabriela Yofre. Liberado al advenir el Gobierno popular de Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima, el 25 de mayo de 1973, resultó, a la postre, uno de los jefes máximos de los Montoneros, Oficial Superior a cargo de la Secretaria Nacional de Prensa.

Roqué encabezó la marcha de unos 3 millones de argentinos, que acudieron a Ezeiza a recibir a Perón el 20 de junio de 1973, quien retornaba del exilio en Madrid. El septuagenario caudillo los hizo infundadamente instigadores de la masacre, aunque hubieran sido los agredidos de la jornada, ofrendando la inmensa mayoría de los 13 muertos y 365 heridos consignados en los cables oficiales.

Los Montoneros, preservando a sus jefes, mandaron a siete Oficiales Mayores, el segundo escalón en la graduación guerrillera, para vengar la matanza de Ezeiza, germen de las Tres A, que se preparaban para empezar a firmar sus extravíos terroristas en noviembre de 1973 (681 crímenes censados por la Justicia). Los comandaba Eduardo Tomás Miguel Molinete, el «Gallego Guillermo», apuntalado por Horacio Antonio Arrue, «Pablo Cristiano», y Marcelo Daniel Kurlat, «Monra». De los otros cuatro se ha perdido las huellas. Acribillaron a Rucci en Buenos Aires, y su móvil podría interpretarse que fue el de «tirarle un ‘fiambre’ a Perón», para presionarlo a torcer el rumbo, lo que incentivó la escalada contra ellos en lugar de apaciguarla.

Gabriela «Rata» Yofre desapareció en la ESMA el 25 de octubre de 1976, postrando en la viudez a Juan Julio Roqué, quien el 29 de mayo de 1977, en un chalet de Haedo, Buenos Aires, prefirió envenenarse antes de que lo agarraran vivo los esbirros de la ESMA. Desangrándose, ahí llevaron a expirar a Kurlat, apresado herido el 10 de diciembre de 1976. A Arrue lo masacraron en la tortura, el 20 de septiembre de 1976, en Campo de Mayo. El cuerpo exánime de Molinete apareció en una casa de Villa Cabrera, Córdoba, tras un feroz enfrentamiento con el Ejército, el 9 de marzo de 1977.

Juan Gasparini, Ginebra, Suiza.

Juan Gasparini, es un hombre de izquierdas, militó en la Tendencia revolucionaria y no puede ser imparcial. Miente cuando dice que 3 millones de personas fueron a recibir al general Perón a Ezeiza. Solo en su mente pueden caber tres millones. Trata de exculpar a Roqué por empatía ideológica.

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Tras 40 años, un ex montonero asumió que la guerrilla mató a Rucci, jefe de la CGT.

Jueves, 20 de junio de 2013.

Carlos Flaskamp, primer ex montonero que tras 40 años declara en la Justicia por el asesinato en 1973 del secretario general de la CGT, José Rucci, atribuyó el crimen a la organización armada Montoneros, ya disuelta y que nunca negó ni confirmó en público la autoría del hecho. «Uriel Rieznik y Arturo Lewinger -desaparecido y muerto, respectivamente- fueron quienes nos informaron (en aquel momento) que la organización había matado a Rucci», confió el ex militante, de 72 años, que dijo ser «empleado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación».

Flaskamp al atestiguar ante el juez federal Ariel Lijo, se asombró de que tras cuatro décadas «nadie asumió públicamente la responsabilidad» del ataque y recordó que en aquella época «la conducción (de Montoneros) propuso que debatiéramos reanudar las acciones» armadas, pese a la flamante restauración democrática. Flaskamp asumió que «en mayo de 1973 me incorporé a FAR» (Fuerzas Armadas Revolucionarias, que poco después se unió a Montoneros) y hasta contó que luego de su ingreso a las filas guerrilleras «me dieron trabajo en la Juventud Peronista de Berisso», según el testimonio escrito al que accedió DyN.

Carlos Flaskamp declaró en el juzgado que «a Jauretche lo vi alguna vez fugazmente, me lo presentaron en algún acto. No se me presentó con cargo, no sé si era un simple activista. Sí sé que formaba parte de la organización, pero no me consta el cargo». Para los hermanos Rucci, la declaración de Jauretche es crucial pues, según sostienen, él alquilaba un departamento en el barrio porteño de Flores y lo habría cedido como cuartel general para el operativo, pues quedaba a ocho cuadras de la casa en que emboscaron y asesinaron al jefe de la CGT. Y, siempre según los hermanos, él y otros funcionarios del gobernador Oscar Bidegain supuestamente habrían cedido los Ford Falcon de la gobernación en que habrían viajado los fusiles y ametralladoras.

Cuando el juez Lijo pidió precisiones a Flaskamp sobre si los francotiradores eran de Montoneros o las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), las cuales acababan de fusionarse, el testigo respondió que «siempre interpreté que fue una decisión conjunta, de las conducciones». Y resaltó que «las decisiones las tomaba la conducción nacional», que para entonces conformaban los autodenominados «oficiales superiores» Carlos Quieto y Marcos Osatinsky, por FAR, ambos muertos, y por Montoneros, Mario Firmenich, Raúl Perdía, Fernando Vaca Narvaja. […]

También testimoniará por videoconferencia el periodista Ricardo Grassi, que vive en Italia. Y aseguró en una nota escrita en el diario Clarín que la noche del 25 de septiembre de 1973 Firmenich visitó la redacción de «El Descamisado», revista de los Montoneros, y confesó: «Fuimos nosotros».

En una entrevista con el historiador Felipe Pigna, Firmenich dio evasivas: «Me voy a guardar de dar la opinión porque es más complicada la muerte de Rucci y tengo mis dudas sobre algunos implicados, algunos partícipes, como no tengo certezas tampoco, no he de dar opiniones gratuitas, de modo que sobre esto no puedo decir…»

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Otro ex montonero asume que esa guerrilla mató a Rucci. 8/8/13

«La organización Montoneros lo mató», confió el ex militante Alejandro Peyrou, de 67 años, aunque dijo que no sabe quién ejecutó los disparos, y explicó que la idea era «desafiar» al recién electo Perón «tirándole un cadáver». Otro ex miembro de Montoneros confirmó en la Justicia que esa guerrilla de origen peronista asesinó en 1973 al entonces secretario general de la CGT, el también justicialista José Ignacio Rucci, para «limitar o condicionar» al presidente electo Juan Domingo Perón.

Así lo revelaron hoy fuentes judiciales y precisaron que el testimonio judicial fue vertido por Alejandro Peyrou, de 67 años, que dijo trabajar actualmente de auditor interno en la Cancillería y al momento del crimen era militante montonero y subsecretario bonaerense de Asuntos Agrarios.

«La organización Montoneros lo mató» a Rucci y esa acción «fue reconocida internamente muy rápidamente por múltiples vías» aunque «públicamente nunca ninguno de los miembros de la conducción nacional lo reconoció», atestiguó ante el juez federal Ariel Lijo. Peyrou atribuyó «la decisión» del crimen a «la Conducción Nacional» formada entonces por «Mario Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Perdía, Carlos Quieto» y precisó que la idea era «desafiar» a Perón «tirándole un cadáver» pese a que «acababa de ganar las elecciones» a Presidente de la Nación.

Aseguró que «no sé quiénes fueron» los miembros del comando que ejecutó al líder sindical porque «eso no se preguntaba», pero admitió que «la mayoría de los cuadros no estaba de acuerdo» con aquella acción y por eso «se debe de haber ido (de Montoneros) entre el 30 y 50% de cuadros más importantes». Ya en junio pasado, el primer ex montonero que tras 40 años declaró en esta causa atribuyó el crimen a la organización político-militar, ya disuelta y cuyos ex jefes nunca se atribuyeron la autoría del hecho, pero tampoco lo negaron.

La ex diputada Claudia Rucci y su hermano Aníbal reabrieron la causa judicial, presentándose como querellantes, y reclaman que sea considerado crimen de lesa humanidad, o sea que no prescribió, porque, según ellos, el entonces secretario bonaerense de Municipios, Ernesto Jauretche, habría colaborado. Jauretche, que en los «90 fue funcionario del gobierno de Carlos Menem y últimamente ha sido disertante en eventos de la Secretaría de Cultura de la Nación», que dirige Jorge Coscia, según los hermanos Rucci, presuntamente habría facilitado los vehículos y el departamento usado por el grupo comando. Según los hermanos, las armas, usadas en el crimen provendrían de la Policía Bonaerense y al Servicio Bonaerense Penitenciario.

Al respecto el juez también tomó testimonio a Mario Oscar García, de 75 años, entonces jefe del penal de Sierra Chica. El testigo aseguró que «el capellán (de la cárcel, Rubén) Capitano pertenecía a estas organizaciones (guerrilleras) y tenía mucha influencia a nivel del Gobierno bonaerense. Con la gente que estaba con él tomaron armamento del arsenal: se llevaron 250 itakas».

«Los Montoneros y FAR tenían el apoyo del Gobierno en toda la provincia de Buenos Aires al otorgarles el acceso a los arsenales» de la fuerza, según García y aseguró que «lo teníamos informado a Perón en forma permanente sobre el tema del uso de armas de la repartición por civiles». El ex jefe carcelario consideró que «los hechos que yo denuncié motivaron que Perón se diera cuenta de la participación de esa gente en el asesinato de Rucci (…) por eso Perón toma conciencia y los destituye» al gobernador Manuel Bidegain y al ministro de gobierno Manuel Urriza.

El juez Lijo, junto al secretario Juan Rodríguez Ponte, analizan ahora cómo seguirán las declaraciones: en la lista figuran Firmenich y su esposa, María Martínez Agüero, ambos residentes en Catalunya, España; Perdía y Vaca Narvaja, este último actual ministro de Obras Públicas en Río Negro. Además, podrían convocar a Adolfo Bianchi Silvestre y Carlos Brusa, Carlos «Chacho» Álvarez, Antonio Cafiero, Graciela Daleo, Albertina Paz, Miguel Bonasso, Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero.

También testimoniará por videoconferencia el periodista Ricardo Grassi, que vive en Italia. Y aseguró en una nota escrita en el diario Clarín que la noche del 25 de septiembre de 1973 Firmenich visitó la redacción de «El Descamisado», revista de Montoneros, y confesó: «Fuimos nosotros».

10 de marzo de 2025