SERIE ROJA — 8
CONSECUENCIAS DE LA GUERRA CIVIL RUSA
Postal de la campaña del doctor Fridjoft Nansen para concientizar sobre la tragedia en Rusia, año 1922. Segunda imagen: Uno de los numerosos casos de canibalismo humano durante la hambruna.
Luego de la victoria bolchevique en la Guerra Civil, las consecuencias serán, en primer lugar, la consolidación de la Revolución Rusa, pero paralelamente serán aplastados los movimientos revolucionarios de Alemania, Hungría e Italia, lo que provocará que la Unión Soviética quede en medio de un aislamiento y de una hostilidad generalizada desde el exterior. En ese contexto se va a producir, además, la enfermedad de Lenin que lo va a apartar gradualmente de la actividad política hasta su muerte en 1924.
Luego de la muerte de Lenin se producirá una lucha interna en el Partido Comunista bolchevique que se saldará con la imposición de la dictadura de Stalin y la eliminación de la oposición en el seno del partido, teniendo que marchar León Trotsky al exilio en 1929. Estos acontecimientos, así como otros posteriores referidos a la Unión Soviética, serán abordados en diferentes artículos en nuestra revista.
Las consecuencias que trajo el fin de una guerra civil tan larga, y la victoria bolchevique, pues, si la victoria hubiese sido de los vencidos, algunas consecuencias habrían sido distinta por cuestiones ideológicas. Vamos a enumerar estas, la derrota del movimiento blanco, con lo cual quedaba liquidada cualquier opción para el retorno de la monarquía de los zares, lo que causó la marcha de muchísimos habitantes rusos que estaban de acuerdo con las ideas blancas. Esta situación creó una nueva Rusia donde lo común era que la gente tuviera ideas iguales y comulgara con el gobierno.
La expulsión de los aliados que aún se mantenían ayudando a los blancos, inauguró el inicio de una tensa relación entre estas naciones y la Unión Soviética. El nacimiento de los grupos revolucionarios antibolcheviques, que se enfrentaron al nuevo gobierno, ya sea de manera pacífica o violenta, estos grupos se formaron por distintos lugares del país. Y la formación de nuevas repúblicas, supuestamente independientes, como Finlandia, Lituania, Polonia, Estonia y Letonia.
El control por parte de los bolcheviques de casi toda Rusia, quedando algunos focos de pensamiento ideológico distinto de los bolcheviques. El uso de la propaganda y de la educación para que la gente defendiera las ideas comunistas. Pero por sobre todas las cosas la grave crisis económica como consecuencia de los destrozos causados por la guerra, ya que la nación se encontraba en una situación de caos.
Otra de las consecuencias del fin de la guerra, fue la represión, que era lógico que se produjera. Esta política de represión, ya se había producido durante la guerra, fue dura por ambas partes y a la menor protesta se venía un feroz castigo. Pero no fue igual que después de la guerra civil acabara, numerosas partidas de guerrilleros ocultas en los bosques fueron perseguidas hasta su exterminio. Solo en el caso de Tambov, las actividades de la Cheka (policía secreta rusa) incluyeron el internamiento forzado de 50.000 civiles, familiares de los azules, en calidad de rehenes, donde entre un 15% y un 20% murió por las malas condiciones de vida.
El número de detenidos en campos de trabajos forzados aumentaron de 16.000 en mayo de 1919 a 70.000 en septiembre de 1921. El número total de muertos durante la Antónovshchina fue de 240.000 entre caídos en combate, muertos en los campos y por la represión. Otros miles sufrieron traslados forzados a Siberia y al norte de Rusia, aunque eso no era una política nueva, ya en 1918, 70.000 cosacos del Norte del Cáucaso y 100.000 aldeanos de Tambov fueron reubicados a la fuerza como parte de la política de colectivización.
Las altas autoridades blancas en su momento recurrieron también al terror. La «conferencia especial» presidida por Denikin había tomado en marzo de 1919 la decisión de condenar a muerte a «toda persona que haya colaborado con el poder del Consejo de Comisarios del Pueblo». El servicio de propaganda del gobierno de Denikin hizo correr numerosos rumores durante la guerra sobre la existencia de complots judíos.
El general Roman Ungern von Sternberg, apodado «el barón sanguinario», fue sin duda aquel que fue más lejos en sus acciones. En su famosa «orden Nº 1592», dirigida a sus ejércitos en marzo de 1921, ordena en su artículo 9 «exterminar a los comisarios, a los comunistas y a los judíos con sus familias».
Se ha argumentado que el Terror Blanco no fue política de Estado ni formalmente organizado ni autorizado, sino que habría correspondido a interpretaciones diversas de aquellas órdenes que provenían de los altos funcionarios del Movimiento Blanco. En las estepas de los Urales 70.000 campesinos fueron internados en campos como rehenes, con insuficiente comida, ropa y propensos a la cólera y el tifus.
La represión no sólo se extendería contra los bolcheviques, socialistas y grupos de izquierda, sino que alcanzaría a grupos étnicos minoritarios del Imperio como Kurdos, kazajos y azeríes que serían asesinadas en masa según su grupo étnico, se calcula que más de 300.000 personas pertenecientes a grupos étnicos minoritarios serían asesinados durante el Terror Blanco.
En la pequeña ciudad de Fastov, el «Ejército de Voluntarios» de Denikin asesinó a más de 1500 judíos. Se calcula que entre 80.000 y 100.000 judíos en Ucrania y el sur de Rusia fueron asesinados en el «pogrom» perpetrado por las fuerzas de Denikin, así como por partidarios nacionalistas de Simon Petliura. En las grandes ciudades se produjo un fenómeno similar. Durante el año 1921 miles de comunistas, socialistas, mencheviques, anarquistas, simpatizantes o simplemente sospechosos de serlos serán arrestados, con destinos diversos, acusados de revolucionarios.
Hambruna de 1921-1922
Las revueltas anteriores al final de la guerra civil no detuvieron a Lenin en la que implantó el comunismo de guerra. Pero desde abril de 1921 se tomaron medidas para intentar evitar el hambre. En mayo y julio de 1921 Lenin organizó el aumento de compras de alimentos al exterior. A pesar de que desde julio de 1921 hubo peticiones de ayuda al extranjero, solo en septiembre empezó a llegar. En junio de 1921 el gobierno soviético movilizó todo el país para la lucha contra el hambre. Las reservas de granos y demás alimentos fueron confiscadas y almacenadas.
Es en esa época cuando se crea la «Comisión de Ayuda a los Hambrientos», a favor de la cual, Kalinin movilizó todas las organizaciones estatales, organizaciones juveniles, el Ejército Rojo. Esta comisión ayudaría a los más necesitados con la comida que pudiese ofrecer. Se puede decir que las principales causas de esta hambruna fueron la feroz sequía de 1921. Se estima que se echó a perder el 22% de todo lo sembrado. Las devastadoras consecuencias de la Guerra Civil y Gran guerra (Primera Guerra Mundial).
Los duros conflictos entre las autoridades bolcheviques y los grupos de campesinos terratenientes (kulaks). Abundaron los casos en que la desesperación llevó al canibalismo. El número de muertes ha sido estimado en un máximo de cinco millones, esta fue llamada Povolzhie, nombre dado a la región del Volga. Esta hambruna será usada por el gobierno bolchevique para desamortizar (arrebatar) numerosos bienes y terrenos de la Iglesia Ortodoxa rusa, bajo el pretexto de acaparar comida y de impedir una mayor producción agrícola.
La pérdida de influencia de la iglesia no se hizo esperar, se produjo la separación de la Iglesia del Estado, se expulsó a los religiosos de las escuelas y se procedió al cierre del gran Monasterio de la Trinidad y San Sergio en 1920, convirtiéndolo en una serie de edificios institucionales y museos, incluido uno dedicado al ateísmo. Luego se implantó una serie de manifestaciones populares como los desfiles antirreligiosos. En marzo de 1922 se inició la confiscación de los bienes eclesiásticos para asegurar el alivio de las víctimas de hambre, siendo enviados a los campos en los alrededores de Petrogrado a algunos sacerdotes que se oponía a las medidas.
Una hambruna paralela se produjo en Tartaristán que mató a cientos de miles de personas. El 5 de mayo de 1917 los tártaros de Kazán habían fundado una Liga para luchar por su propia autonomía. Durante fines del año los basmachí musulmanes, inicialmente reticentes, y los alemanes del Volga se les unieron, proclamándose la república en el mes de diciembre, pasaría a llamarse el Estado Idel-Ural.
En enero del año siguiente se proclamará independiente, condición que mantendrá hasta abril, momento en que los bolcheviques alzados en Oremburgo un mes antes conquistaron la región. Con las autoridades arrestadas los miembros del Congreso tártaro aún en ejercicio proclamaron la República de Transbolaqia, una declaración abierta de que los congresistas gobernaban y no se someterían a los comunistas.
En junio se verán expulsados por la Legión Checoslovaca, que fue reinstaurada la república. Mas esto no duro mucho, a finales de 1918, los soviéticos reconquistaron definitivamente la región. Hubo un alzamiento guerrillero empezado durante el siguiente año que siguió hasta 1921, momento en que fue aplastado. El movimiento independentista siguió existiendo en la clandestinidad hasta su infiltración y su descabezamiento en 1929.
La hambruna rusa de 1921 vino al final de seis años y medio de malestar y violencia (primero la Primera guerra mundial, luego las dos revoluciones rusas de 1917, luego la Guerra Civil Rusa). Muchas facciones políticas y militares estuvieron implicadas en aquellos acontecimientos, y la mayor parte de ellos fueron acusados por sus enemigos de haber contribuido o ser los únicos responsables de la hambruna.
Se acusó a Lenin de que cuando vivía en Samara, en 1891, hubo una terrible hambruna y este no acudió como voluntario a ayudar a los aldeanos, alegando que el hambre tenía efectos positivos al desesperar al hombre y de esta manera acercarlo a la revolución. Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba Lenin, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediata y posterior al capitalismo. El hambre destruye, decía Lenin, no solamente la fe en el Zar, también en Dios.
La Rusia Soviética se encontraba exhausta y arruinada, las sequías de 1920 y 1921 y la hambruna de 1921 empeoraron la situación. La guerra se cobró alrededor de ocho millones de vidas tan sólo unos meses después de la Revolución de Octubre. Un millón de personas murió por efectos indirectos de la guerra. Y se calcula que otro millón abandonó Rusia escapando de los estragos de la guerra y del hambre. Esta fracción de emigrantes incluía gran parte de la población educada.
Las medidas bautizadas como «Comunismo de Guerra», de hecho, comenzaron antes de la Guerra Civil y continuaron luego de finalizada la guerra, constituían un intento de centralizar en el Estado la totalidad de la actividad económica, a través de la nacionalización de los medios de producción, la destrucción del comercio privado, la abolición del dinero y la sujeción de todos los factores económicos a un plan único.
Este último aspecto implicaba que nadie podía ni siquiera alimentarse por fuera de lo establecido en su cartilla de racionamiento, bajo pena de estar incurriendo, a los ojos de las autoridades, en una suerte de especulación. Ante la falta de un mercado que viniera hacia la ciudad, fueron los habitantes de estas (sobre todo los de los centros urbanos de mayor importancia, Moscú y Petrogrado) quienes comenzaron a buscar la posibilidad de abastecerse en las aldeas más próximas, o en las que fuera necesario, debiendo para ello recorrer a veces enormes distancias en trenes abarrotados, entregando sus últimas pertenencias a cambio de comida.
Normalmente las autoridades hacían la vista gorda, pero fue nada más comenzar una ola de confiscaciones a estos especuladores que el desencanto de las masas obreras de Moscú y Petrogrado no demoró en hacerse sentir, y esa chispa pronto se propagó a los marineros de la base naval de Kronstadt, sede de la flota del Báltico, que tomaron inmediatamente la bandera de la rebelión de los proletarios contra la dictadura del proletariado.
Pero la disensión, para desencanto de Lenin, no se hallaba solo fuera, sino dentro de las mismas filas del Partido, encarnándose durante el décimo congreso en las llamadas «facciones» de la «oposición obrera» y de los «centralistas democráticos», las que, lejos de constituir plataformas separadas, concordaban con la dirección del Partido en lo esencial, pero tenían diferentes visiones particularmente en algunos puntos controvertidos relacionados a la conducción interna de los asuntos.
La oposición obrera (liderada por Alexander Shliapnikov, uno de los pocos líderes bolcheviques de origen obrero, que moriría ejecutado durante el Gran Terror de Stalin en 1937, y por Alexandra Kollontai) se planteaba el delicado tema de la función de los sindicatos en un gobierno socialista, y la necesidad de que los dirigentes sindicales fueran realmente elegidos por los trabajadores y no simplemente «nominados» por las autoridades del Partido.
Los «centralistas democráticos», por su parte, mostraban su preocupación por la creciente tendencia a la centralización desmesurada y el autoritarismo que provenían de la cima de la organización. Ambas «herejías» fueron prontamente condenadas en sendas resoluciones del mencionado congreso y, aunque formalmente todavía se hacía hincapié en el valor del pluralismo de ideas como motor del Partido.
Esta inequívoca condena sentó un precedente que, incluso para muchos de los que por entonces la apoyaron, significaría a la larga la humillación, la tortura y la muerte, con las futuras purgas estalinistas como la apoteosis de un Partido entronizado en el más absoluto poder, cimentado en una lógica de sumisión incondicional a los deseos y dictámenes del centro, cuyas sucesivas idas y vueltas se iban confundiendo con lo que a cada momento debía captarse como la verdad revelada.
En palabras de Radek: «Al votar esta resolución, siento que también podría ser utilizada en nuestra contra, y, sin embargo, la apoyo…Que el Comité Central en un momento de peligro tome las medidas más severas contra los mejores camaradas, si así lo considera necesario… ¡aunque el Comité Central esté equivocado! Eso es menos peligroso que la indecisión que se empieza a observar».
El Comunismo de Guerra salvó al gobierno soviético durante la guerra civil, pero la economía rusa decayó hasta estancarse. La industria privada y el comercio fueron proscritos y el recientemente establecido y poco estable gobierno era incapaz de dirigir la economía para satisfacer las necesidades del devastado pueblo ruso. A decir verdad, tampoco fue eficaz hasta su final, y esa es la principal causa de su implosión, ya que puesto a competir con el capitalismo demostró su ineficacia.
Se calcula que la producción total de las minas y fábricas cayó en 1920 a un 20% del nivel anterior a la Guerra Mundial. La producción industrial menguó: en 1921 apenas alcanzaba el 31% de la de 1913 y la situación de la industria pesada era aún peor, se había reducido al 21% de la de 1913. Para 1921, la tierra cultivada era solo el 62% de la extensión de preguerra y el rendimiento de la cosecha era solo el 60% del de 1913.
El número de caballos disminuyó de treinta y cinco millones en 1914 —un tercio de la cabaña mundial— a dieciséis millones en 1923, el cálculo excluye Finlandia y para comparar, el segundo país con más caballos era Estados Unidos que tenía veinticuatro millones, y el ganado de cincuenta y ocho a treinta y siete millones. La situación financiera también era catastrófica: el Gobierno comunista había multiplicado las emisiones de dinero sin aval en oro que ya habían comenzado en el periodo zarista y habían continuado durante el del Gobierno provisional ruso, de Kerenski.
El imperio zarista había emitido seis millardos y medio de rublos sin aval entre 1914 y 1917, el Gobierno provisional, diez millardos entre marzo y octubre de este último año, el comunista multiplicó estas cifras por varios miles en el curso de la guerra civil. El déficit presupuestario aumentó del 76% de 1916 al 86,9% en 1920 y el 84,1% en 1921. El índice de precios había crecido enormemente, hasta casi trescientas veces respecto de 1914. La tasa de cambio para el dólar de Estados Unidos subió de dos rublos en 1914 a mil doscientos en 1920.
En el informe financiero de Grigori Sokólnikov, el responsable de la Comisaría de Finanzas, en el X Congreso del Partido, indicó que el Estado carecía casi totalmente de ingresos y sufragaba el 98% de sus gastos emitiendo moneda sin aval. El comercio se había hundido: en 1921 las importaciones apenas alcanzaban un 15,1% de las de 1913 y las exportaciones, el 1,3%.
La hambruna fue tan severa que era dudoso que el grano fuera sembrado más bien que comido. En cierta ocasión, las agencias de socorro tuvieron que dar el grano al personal de ferrocarril para mover sus provisiones. En muchos casos, se agravó por las imprudencias de las administraciones locales, que reconocieron los problemas demasiado tarde y contribuyeron a la tragedia. La situación fue especialmente grave en las provincias de Samara y Cheliábinsk y en las Repúblicas Autónomas Socialistas Soviéticas de Baskiria y de los Alemanes del Volga.
En las cuales la Oficina Central Soviética de Estadísticas recoge un descenso de población de 5,1 millones de personas entre 1920 y 1922. Rusia había sufrido años de guerra antes de que estallara el hambre. A pesar de que Rusia había perdido el contacto con el mundo, no sólo por el comercio con los Poderes Centrales, sino por el cierre de los Dardanelos, el cierre de la exportación de grano habría significado al menos graneros llenos, si no fuera por el desfalco y la corrupción.
Antes de la hambruna, todos los bandos de la Guerra Civil Rusa de 1918-20 —los bolcheviques, los blancos, los anarquistas, las nacionalidades que se separan— se habían aprovisionado por el método antiguo «de vivir la tierra»: tomaban la comida de aquellos que la cultivaron, la daban a sus ejércitos y partidarios, y la niegaban a sus enemigos. Los bolcheviques actuaron de otra manera y esto indudablemente fue lo que ayudó a su victoria.
Pero el gobierno bolchevique había requisado provisiones de la clase campesina dando poco o nada a cambio. Ello condujo a que los campesinos redujeran su producción drásticamente. Según la posición del funcionariado bolchevique, que todavía es mantenida por algunos marxistas modernos, los terratenientes campesinos, kulaks, retuvieron su grano excedente a fin de conservar sus ganancias, las estadísticas indican que la mayor parte del grano y otros víveres pasaron por el mercado negro. Los bolcheviques sospechaban que los kulaks trataban de minar el esfuerzo de guerra.
El «Libro Negro del Comunismo» declara que Lenin pidió que se incautaran los alimentos que los campesinos habían cultivado para su subsistencia y las semillas para plantar la nueva cosecha en represalia por este sabotaje. En 1920, Lenin había ordenado aumentar la confiscación de comida de la clase campesina. Trotski sostuvo con Lenin que esto fallaba tan pronto como en la primavera de 1920, Lenin finalmente tuvo que admitir los errores.
La «Administración de Socorro Estadounidense», que el entonces presidente de Estados Unidos Herbert Hoover, había formado para luchar contra el hambre de la Primera Guerra Mundial, ofreció ayuda a Lenin en 1919, con la condición de tener el control de la red de ferrocarriles rusos y así poder repartir la comida imparcialmente a todos, Lenin rechazó esta propuesta con el argumento que era una interferencia en los asuntos internos rusos.
Esta hambruna, la «rebelión de Kronstadt», los levantamientos de campesinos a gran escala como la «rebelión de Tambov», y el fracaso de la revolución alemana convencieron a Lenin de invertir su política dentro y fuera del país. Lenin decretó la Nueva Política Económica el 15 de marzo de 1921. El hambre también ayudó a producir una apertura al oeste: Lenin permitió que organizaciones de socorro trajeran la ayuda, esta vez, por suerte, el socorro de guerra ya no era requerido en Europa Occidental, y el A.R.A. hacía establecer una organización en Polonia, para paliar la hambruna polaca que había comenzado en el invierno de 1919-20.
La Rebelión de Kronstadt fue un alzamiento fracasado de los marinos soviéticos de la isla de Kotlin, donde se halla la fortaleza de Kronstadt, contra el Gobierno de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. Fue la última gran rebelión en contra de los bolcheviques dentro del territorio ruso durante la guerra civil rusa. Esta tuvo lugar en Kronstadt, una fortaleza naval situada en la isla de Kotlin en el golfo de Finlandia, durante las primeras semanas de marzo de 1921.
Tradicionalmente, Kronstadt había servido como base de la Flota del Báltico rusa y la defensa de San Petersburgo, entonces Petrogrado, que se encuentra a treinta kilómetros de la isla. Durante dieciséis días, se formó una comuna revolucionaria que se opuso al Gobierno soviético que los propios marinos habían ayudado a crear. Después de encarnizados combates y un número de bajas superior a las diez mil personas, la rebelión fue aplastada.
Los rebeldes, entre los que se contaban numerosos comunistas desencantados con la evolución del Gobierno, exigieron la aplicación de un programa de reformas que recordaba las reivindicaciones de corte anarcosindicalista de 1917: elección de los sóviets, inclusión de los partidos socialistas y anarquistas en el poder, libertad económica para campesinos y obreros, fin del poder de los partidos y del monopolio bolchevique del poder, disolución de los nuevos organismos burocráticos surgidos durante la guerra o restauración de los derechos civiles para la clase trabajadora.
Las reivindicaciones que la tripulación del Petropavlosk votó en la resolución de 28 de febrero de 1921 ilustran de manera sucinta y ejemplar el alejamiento que por ese entonces mostraba el partido bolchevique respecto a las problemáticas que a la gran mayoría del pueblo ruso aquejaban: Reelección inmediata de los soviets por voto libre y secreto, libertad de prensa y de expresión para todos los partidos, libertad de asociación y formación de sindicatos.
Liberación de todos los presos políticos, abolición de los privilegios del Partido Comunista, abolición de los destacamentos de confiscación de alimentos, libertad económica para los campesinos, igualdad de raciones alimentarias para todos. A pesar de la influencia de algunos partidos de oposición, los marinos no respaldaron a ninguno en concreto.
Convencidos de la popularidad de las reformas que exigían y que aplicaron en parte durante la corta rebelión, esperaron en vano que su protesta se extendiese por el país y rechazaron la ayuda de los emigrados, quienes pretendían utilizar el alzamiento para sus propios fines, como era lógico. Esperando que el Gobierno se aviniese a negociar, mantuvieron una actitud pasiva que acabó por aislar finalmente la fortaleza del continente, a pesar de los consejos de los oficiales, quienes defendieron una estrategia ofensiva.
Las autoridades, por el contrario, adoptaron una postura intransigente, presentaron un ultimátum exigiendo la rendición incondicional el día 5 y, una vez caducado el plazo, desencadenaron una serie de asaltos a la isla que fracasaron hasta que una gran concentración de unidades militares logró tomarla el 17 de marzo tras sufrir un gran número de bajas.
Los rebeldes fueron considerados mártires revolucionarios por sus partidarios y agentes de la Entente y de la contrarrevolución para las autoridades, la rebelión desencadenó una gran controversia y una enrome desilusión de parte de los antiguos defensores del régimen establecido por los bolcheviques. Aunque la sublevación fracasó, aceleró la implantación de la Nueva Política Económica que sustituyó al «comunismo de guerra», las exigencias políticas, sin embargo, se vieron frustradas.
La Rebelión de Tambov (1920-1922) fue una de las mayores sublevaciones de los campesinos y terratenientes contra los bolcheviques durante la guerra civil rusa, únicamente comparable por magnitud y organización a la revolución majnovista, que pasaría a la historia como la Antónovshchina. Tanto los levantamientos campesinos fueron ahogados en sangre, pero los problemas que les dieron origen requerían algo más que fuego y retórica para poder hacer posible el mantenimiento del régimen bolchevique en el poder.
A fines de febrero de 1921, y a pocos días de la inauguración del décimo congreso del Partido Comunista de Rusia, la situación de Lenin y sus compañeros apenas podía ser más desfavorable: a pesar de la importantísima victoria lograda hacía algunos meses contra los ejércitos blancos en la Guerra Civil (1918-1920), con la que el régimen bolchevique se aseguró la suma del poder político interno y el lento camino hacia el reconocimiento internacional (lento, en gran medida, por la decisión de enero de 1918 de repudiar la deuda que Rusia mantenía con los países occidentales), el descontento popular no hacía sino crecer.
Los principales damnificados resultaban los campesinos, a quienes sistemática y periódicamente se les requisaba todo el excedente de su producción, pues los grandes terratenientes y campesinos ricos, que eran quienes normalmente proveían la mayor parte de los cereales para exportación y consumo de las grandes ciudades, ya no existían, y tampoco se podía realizar el intercambio de los productos manufacturados por productos agrícolas en una base de trueque (como proponían algunos de los teóricos bolcheviques, con vistas a la eliminación absoluta del dinero), puesto que no había nada para intercambiar.
Es así que Lenin, con la vista siempre puesta en el objetivo principal ─la sociedad comunista─, pero con la gran capacidad táctica de rehacerse (y desdecirse), modificando su esquema para adaptarse a las circunstancias reinantes, decide virar en la dirección contraria de marcha: suspensión de las confiscaciones de alimentos y sustitución de las mismas por un impuesto en especie, reanudación de la actividad industrial y comercial privada, libertad de que los campesinos puedan vender sus excedentes en el mercado y abandono de la idea utópica de la abolición del dinero por la implementación de medidas de política monetaria.
En suma, esto significaba un retorno al maligno «capitalismo». Estas medidas, fueron bautizadas como «Nueva Política Económica», y constituían una suerte de «pacto» con la clase más numerosa del pueblo ruso: el campesinado. Y, para fines de los años veinte, su efecto sería el de una recuperación de la agricultura soviética, alcanzando y sobrepasando los niveles anteriores a la Primera Guerra Mundial. ¡Qué malo que es el capitalismo!
Desde abril de 1921, se toman medidas para intentar evitar el hambre. En mayo y julio de 1921, Lenin organizó el aumento de compras de alimentos al exterior. A pesar de que desde julio de 1921 hubo peticiones de ayuda al extranjero, fracasadas inicialmente por la postura de Lenin, solo en septiembre empezó a llegar la ayuda. En junio de 1921 el gobierno soviético movilizó a todo el país para la lucha contra el hambre. Es en esa época cuando se crea la Comisión de Ayuda a los Hambrientos, a favor de la cual, Kalinin movilizó las organizaciones estatales, grupos juveniles, y el Ejército Rojo.
Esta comisión ayudaría a los más necesitados con los alimentos que pudiese ofrecer. Aunque ninguna petición oficial de la ayuda fuera publicada, a un comité de gente famosa sin afiliaciones de partido obvias le permitieron establecer una petición de la ayuda. En el julio de 1921 el escritor Maxim Gorki publicó una petición al mundo, afirmando que millones de vidas eran amenazados por el fracaso de la cosecha.
En una conferencia en Ginebra el 15 de agosto organizada por el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Liga de Sociedades de Cruz Roja, se creó el Comité Internacional para el Socorro Ruso (ICCR), cuyo alto comisionado fue el doctor Fridjoft Nansen. Los participantes principales eran la Asociación de Socorro Americana, junto con otros organismos como el Comité de Servicio de Amigos americano y la Unión Internacional Salven a los Niños, que tenía por principal donante a la Fundación Salven a los Niños británica.
El doctor Nansen se dirigió a Moscú, donde firmó un acuerdo con el ministro de Asuntos Exteriores soviético Gueorgui Chicherin, que dejó al ICCR al control completo de sus operaciones. Al mismo tiempo, la recaudación de fondos para la operación de socorro de hambre comenzó en Gran Bretaña, con todos los elementos de una operación de socorro de emergencia moderna —publicidad en la prensa, empleo de colectas y grabación de una película para recaudar fondos contra el hambre—.
En septiembre, zarpó de Londres un barco con seiscientas toneladas de víveres. El primer centro de alimentación se instaló en octubre en Sarátov. El ICCR logró alimentar a alrededor de diez millones de personas por medio de la ARA (American Relief Administration) aprobada por el Congreso estadounidense, en comparación, la Unión Internacional Salven a los Niños, logró alimentar a 375.000.
La operación era arriesgada —varios trabajadores murieron de cólera— y hubo quien la criticó, como el Daily Express de Londres, que sostuvo que el dinero sería mejor gastado en reducir la pobreza en el Reino Unido. Los bolcheviques permitieron a las agencias de socorro internacional seguir distribuyendo comida libre en 1923, mientras los bolcheviques vendían el grano en el extranjero. El efecto neto, ya que el grano es fungible, era que ellos recibieron el dinero para nada de los filántropos occidentales.
Cuando se descubrió este esquema, las organizaciones de auxilio extranjeras suspendieron la ayuda. El primer ataque cardíaco de Lenin fue en la primavera 1922, y su afasia fue en 1923, por lo tanto, el grado de su responsabilidad en las ventas de grano es confuso. Sin embargo, el aprovechamiento de capitalistas crédulos habría concordado con las políticas que había expresado Lenin.
François Furet calculó que hubo cinco millones de muertes por hambre, comparado con el peor fracaso de cosecha de la Rusia zarista tardía, en 1892, que causó de 375.000 a 400.000 muertes. A ese fracaso siguieron años de cosechas normales y abundantes, permitiendo acumular reservas, la cosecha de 1888 fue «excelente más allá de las esperanzas más optimistas».
La descomunal inflación que ocurrió junto a la decisión del gobierno de imprimir cantidades ilimitadas de dinero habían servido para obtener alimentos y otros productos del campesinado. Pero muchos defensores del comunismo tratan de exculpar al gobierno soviético, argumentando que esta situación se dio porque en 1919, el gobierno bolchevique sólo controlaba un pequeño territorio alrededor de Moscú. Y al no poder recaudar impuestos, el estado se financiaba imprimiendo dinero, y por ello el resultado fue la hiperinflación.
Hubo otra complicación para el desarrollo de la economía rusa, en un esfuerzo por reducir los impuestos, recibir más beneficios por el gobierno y asegurar la impunidad, los propietarios estaban muy por debajo del número de sus cosechas y ganado, y en general los datos se recogían en un ambiente tan tenso que no se podía controlar ni reprimir a los que escondían los beneficios. Esto demostró la debilidad del estado soviético, según los comunistas fieles a la ideología de la intervención del Estado de manera totalitaria, que fue incapaz de obtener los datos necesarios de los campesinos y recaudar impuestos en su totalidad.
El Gobierno comunista también montó un ataque contra la Iglesia Ortodoxa rusa. Las iglesias fueron despojadas para asegurar el socorro de las víctimas de hambre, después de una respuesta negativa por el Patriarca Tijon a la exigencia de vender objetos de valor de la Iglesia bajo el pretexto de reunir fondos necesarios para alimentar a las víctimas del hambre. Es cierto, parte del clero, aceptaban donar las grandes riquezas que acaparaban para el bien de los necesitados tras la Revolución de Octubre, pero el gobierno comunista era insaciable.
Las hambrunas se producían con cierta regularidad en territorio ruso, pero nunca se había llegado a un extremo semejante y en especial en las vidas cobradas. La última gran hambruna, la de 1891-92, se había cobrado unas 400 mil víctimas, las de 1921-22 se estiman, según la oficina central soviética de estadística, que el déficit poblacional entre 1920 y 1922 fue de 5,1 millones de personas. Y quienes llevaron la peor parte fueron, como también lo serían 10 años después, en la hambruna de 1932-33, el campesinado.
Los campesinos, seguían siendo considerados por el régimen comunista como una semilla maldita de la cual tendía siempre a brotar el capitalismo. Por lo tanto, había que impedir por la fuerza que se abastecieran y actuaran por sí mismos, eso es lo que intentaría Stalin durante la colectivización de la agricultura. En cuanto a Lenin, la hambruna no fue para él otra cosa que una ocasión para doblegar a uno de los pocos enemigos del régimen que aún quedaba en pie, la iglesia ortodoxa.
Así como no había mostrado compasión alguna con los hambrientos de 1891-92, tampoco la mostraba ahora, impertérrito en su obsesión por desplazar a cualquier posible obstáculo en su carrera hacia el poder absoluto. Así lo explicaría sin ningún reparo:
«Es precisamente ahora y sólo ahora, cuando en las regiones golpeadas por el hambre la gente está comiendo carne humana y cientos, si no miles, de cadáveres atestan las rutas, que podemos (y, por tanto, debemos) llevar adelante la confiscación de objetos valiosos de las iglesias con la energía más salvaje y despiadada, sin dejar de aplastar cualquier tipo de resistencia. Es justamente ahora y sólo ahora que la enorme mayoría del campesinado estará a favor nuestro, o al menos no estará en condiciones de apoyar de ningún modo significativo al puñado de clérigos de las centurias negras ni a los pequeñoburgueses reaccionarios de las ciudades, que quieren y pueden llegar a resistirse de manera violenta a la autoridad soviética».
Muerto Stalin en 1953, Nikita Kruschev, tras el XX Congreso del PCUS, que inició el llamado proceso de desestalinización, afirmó en un discurso solemne que el comunismo pleno, en el ámbito de la Unión Soviética, se alcanzaría a mediados de los años ochenta (hacia 1986). Pero, el comunismo de Kruschev y sucesores, se enfrentaba a quienes ya desde hacía años desde Trotsky, y Bruno Rizzi habían acusado a Stalin de traicionar la Revolución de Octubre y construir, no tanto una sociedad comunista, cuanto un vulgar «colectivismo burocrático».
La IV Internacional quiso inspirarse en los ideales del comunismo más genuino, a veces muy próximos a los del comunismo libertario, en una revolución permanente. Sin embargo, el comunismo soviético dominó durante la Guerra Fría (1945-1990) en muchos de los Estados de Europa llamados socialistas: Alemania oriental, Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia, Albania Yugoslavia, Rumania, constituyéndose en otros países como modelo para los Partidos Comunistas, por ejemplo, de Italia, España, Francia, para no hablar de Gran Bretaña, Suecia, Noruega, etc.
Lo mismo lo fue para la creación de la República Popular China por Mao Tse Tung, pero que pronto entraría en conflicto con la Unión Soviética. Sin embargo, el comunismo soviético o, el llamado «socialismo realmente existente», también el «colectivismo burocrático» se derrumbó ruidosamente en 1990, ante una nueva Revolución, pero esta vez de manera incruenta, tras la era Gorbachov.
Contradiciendo a todos los que sostenían y sostienen que las revoluciones se dan de manera violenta, con sangre y fuego. La caída del imperio de los zares no fue llevada a cabo por medio de una carnicería, ni siquiera, inicialmente la caída del Gobierno Provisional de Kerenski, a posteriori sería violento, como consecuencia del accionar violento de los bolcheviques.
La caída del comunismo soviético debilitó profundamente a los partidos comunistas de las democracias europeas, tales como Italia, Alemania, Francia, España, que fueron «neutralizadas» por las socialdemocracias, el PSOE en España, que con Felipe González renunció no sólo al leninismo sino también al marxismo. A decir verdad, el eurocomunismo ya fue un abandono del marxismo, y del mito del proletariado como sujeto revolucionario.
El nuevo sujeto revolucionario sería reemplazado, lenta pero inexorablemente, por otro sujeto revolucionario, el intelectual, mucho antes de la caída del Muro de Berlín, Herbert Marcuse había dado lugar a la conformación de una nueva izquierda, la cultural, nada de hoz y martillo, ni proletariado. La idea del comunismo, como término final y necesario de todos los cursos históricos emprendidos por el Género humano, fue una idea fuerza potente, que hoy, a nadie le interesa.
En ese entonces, la idea fuerza del materialismo histórico vinculaba al comunismo con una idea metafísica. Y eso es lógico porque el Género humano no es una sustancia, ni una esencia, ni la «Humanidad» es una totalidad que tienda, por sí misma, a un fin preestablecido en una dirección determinada, progresista y armónica.
El marxismo, causaba fascinación en millones de personas, puesto que esta idea, era el resultado de la ignorancia de quienes se dejaban seducir por una sinécdoque, la idea fuerza del comunismo, es decir, por una figura retórica de pensamiento que consiste en designar una cosa con el nombre de otra con la que existe una relación de inclusión, por lo que puede utilizarse, básicamente, el nombre del todo por la parte o la parte por el todo, la materia por el objeto, la especie por el género, el singular por el plural, etc.
En la próxima entrega nos vamos a detener, justamente, en el hecho de la «Revolución», en lo que consiste una revolución política, porque de eso se trata, no de una revolución musical o tecnológica, ni metafísica. Por lo mismo hay que definir qué se entiende por Revolución. No si una revolución política es incruenta o cruenta y con la sangre corriendo por las calles, que eso suceda no significa que sea una revolución política, sino una matanza innecesaria. Demás está decir, que la Revolución, los marxistas lo vieron inexorablemente unido a la violencia.
Durante el periodo de la llamada Guerra Fría, de la dialéctica entre capitalismo y comunismo, en los cincuenta, sesenta y setenta, la toma del poder se realizaba a través de guerrillas de descolonización en las que intervenían auténticos ejércitos rojos, veamos, por ejemplo, en Yugoslavia, China, Corea del Norte, Vietnam, Camboya. En Hispanoamérica no hubo descolonización, pero el accionar guerrillero fue un fracaso total, excepto en Cuba.
Las FARC entregó las armas en 2017 para integrarse a la política democrática. A medida que la política internacional y el contexto va cambiando, no se debe caer en la ingenuidad y en el anacronismo de creer que hoy sea posible una revolución a modo de insurrección armada como las del siglo XX, porque ya no estamos en 1917, aunque algunos cabezas de termo todavía vivan como si estuviésemos viviendo en esos tiempos.
El socialismo revolucionario del siglo XXI ni es revolucionario, es apenas una nostalgia del comunismo ya superado y una mezcla con la nueva izquierda cultural actual. Es por ello que ciertos sectores izquierdistas y la progresía actúa como si la Unión Soviética y el muro de Berlín no hubiesen caído. Ignorando que la lucha ya no es entre capitalismo y comunismo. El sujeto de la revolución, el proletariado, mostró a lo largo de la historia que no existía como totalidad atributiva y por tanto como sujeto político propiamente hablando.
El proletariado no configura una unidad política y por tanto es absurdo hablar de una revolución política del proletariado porque éste ni está ni se le espera, porque ni existe ni puede existir, o si existe es como un sueño, como utopía. El proletariado universal, como tal, no fue participe de la capa conjuntiva, basal y cortical y de las ramas estructurativas, operativas y determinativas, de la política real de la dialéctica de Estados.
Como tampoco lo hay en la actual «séptima generación de izquierdas», la izquierda cultural. A lo mucho trata de reemplazar el capitalismo por un capitalismo woke, y tampoco tienen vocación imperial. La liberación de los obreros debe ser hecha por los obreros mismos, dijo Marx, cosa que enmendó Lenin. Pero como los obreros no forman una unidad política efectiva y políticamente implantada, lo que hace que el marxismo sea una fase superada en el presente en marcha, y eso fue certificado por el propio hundimiento del Imperio Soviético.
Luego de un poco más de un siglo de la Revolución de Octubre y del hundimiento de la Unión Soviética, seguir soñando por una revolución proletaria es una soberana estupidez, una impostura o ignorancia. Si en nuestro presente siglo XXI se produce una nueva revolución, podemos afirmar con total seguridad, que no será marxista ni leninista y ni siquiera estalinista. La lucha imperial ya no es ideológica, todos los posibles imperios contendientes son capitalista, a su manera, ni hay choque entre bloques continentales sino entre Oriente y Occidente.
26 de diciembre de 2023.