CARTA DEL APOSTOL FRANCISCO
A LOS INFIELES DEL MUNDO
Ricardo Veisaga
El Papa, un terrorista islámico y la portada de Charlie Hebdo.
Durante su viaje a Filipinas, el Papa se refirió a la libertad de expresión y sus «límites». El papa argentino consideró que aunque ahora pueda sorprender lo que está pasando en ese ámbito, en el pasado hubo guerras en las que la religión desempeñó un papel determinante. «También nosotros hemos sido pecadores, pero no se puede asesinar en nombre de Dios». «Creo que los dos son derechos humanos fundamentales, tanto la libertad religiosa, como la libertad de expresión», continuó el papa sobre la compatibilidad entre ambos conceptos.
Y le dijo al periodista francés que le había planteado la cuestión: «vamos (a hablar) sobre París, hablemos claro». Jorge Mario Bergoglio dijo: «Tenemos la obligación de hablar abiertamente, de tener esta libertad, pero sin ofender». «Es verdad que no se puede reaccionar violentamente, pero si Gasbarri (el papa aludió a uno de sus colaboradores junto a él en el avión), gran amigo, dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!», aseguró Francisco. «No se pude provocar – añadió – no se puede insultar la fe de los demás. No puede burlarse de la fe. No se puede».
Francisco lamentó que haya «mucha gente que habla mal de otras religiones o de las religiones (…), que convierte en un juguete las religiones de los demás». Para el pontífice argentino, estas personas «provocan» y fue cuando estimó que «hay un límite a la libertad de expresión». «Cada religión tiene dignidad, cualquier religión que respeta la vida y la persona, y yo no puedo burlarme. Y este es un límite», dijo el Papa. «Puse este ejemplo (…) para decir que en esto de la libertad de expresión hay límites, como con lo que dije de mi mamá», dijo gráficamente el papa a los corresponsales.
Sobre la cuestión de la libertad de expresión, el pontífice aclaró que «es una obligación decir lo que se piensa para ayudar al bien común». «Si un senador o un político no dice lo que piensa, no colabora con el bien común», defendió el papa. Sobre la libertad religiosa, destacó que «cada uno tiene el derecho de practicar su religión, pero sin ofender» y consideró una «aberración» matar en nombre de Dios. «No se puede ofender, o hacer la guerra, o asesinar en nombre de la propia religión o en nombre de Dios».
Francisco citó por otro lado al papa emérito Benedicto XVI cuando éste habló en la universidad alemana de Ratisbona sobre la existencia de una mentalidad «post- positivista» que conduce a considerar como «subculturas» a las religiones o las expresiones religiosas. De ahí se infiere que «son toleradas, pero que son consideradas poca cosa, que no son parte de la cultura ilustrada. Y esta es una herencia de la Ilustración», explicó.
Cuando el cardenal Jorge Bergoglio fue elegido nuevo papa, cosa que no fue una sorpresa para mí, de eso pueden dar testimonio muchas personas. En la elección anterior en la que había sido electo Ratzinger y Bergoglio era un desconocido, dije que era un posible Papa. ¿Por qué? No soy vidente ni tengo una bola de cristal. Solo que estaba bien informado y algo de razonamiento.
Con mis amigos periodistas, algunos de ellos «vaticanistas», llegamos a esa conclusión. Como soy un «perro infiel» para los islámicos y una oveja perdida para los cristianos, no creo en la ridiculez de la participación del Espíritu Santo en la elección. Y no porque el supuesto Espíritu Santo intervenga en las internas o se mantenga al margen, simplemente que creer en su existencia ya es mucho pedir. Me alegró mucho por ser un hombre sencillo, alejado de todo privilegio ¿Y porque no, por ser un compatriota?
Sobre su formación ideológica y su visión de la Iglesia, no era de mi incumbencia, no soy un fiel. Pero cuando se mete en cosas terrenales tengo todo el derecho del mundo en referirme a ella. Y especialmente cuando con sus afirmaciones pone en riesgo y debilita a Occidente, la única Civilización realmente existente. El hecho de que Francisco sea teólogo no lo convierte en un experto en historia, economía, sociología ni política, en realidad la teología no es más que una simple nematología y no es una ciencia.
Ya me referí a él cuando acusó en su última encíclica al «capitalismo» como la causante del aumento de pobreza en el mundo. Una ignorante afirmación que no tiene pies ni cabeza, en ese artículo me tomé el trabajo de ilustrar con gráficos los beneficios que trajo el capitalismo. ¿Pero hacía falta eso? O simplemente comentar que el ingreso de China y la India en el sistema económico capitalista, trajo el crecimiento de cientos de millones de personas que antes estaban en la pobreza.
Esa afirmación deshonesta, irresponsable e ignorante, que a pesar de las críticas no fue capaz de rectificar, eso nos muestra a un idiota o a un necio que no le importa la verdad. ¿Acaso, La verdad no os hará libres, Francisco? Francisco, es un amante del fútbol, le gusta el tango y es un adicto al «mate», tampoco usa un teléfono celular, ni tiene auto, igual que este pobre falto de fe que aquí escribe. Pero Francisco se metió un gol en contra al hablar en el avión que lo conducía hacia Las Filipinas, el tercer país con mayor número de católicos del mundo.
«Matar en nombre de Dios es una aberración». También subrayó en la conversación que la libertad de expresión y la libertad religiosas «son derechos humanos fundamentales». Derechos que la Iglesia Católica no sólo ignoró muchísimas veces y condenó a muerte a los que no pensaban como ella.
Muchos comunicadores dicen que el papa que tanto ama los dichos de Jesús de Nazaret, en vez de caer en el populismo al recordar que, si alguien insulta a tu madre, es normal que le metas un puñetazo, podría haber recordado las palabras del evangelio de Mateo (5,39) cuando Jesús dice: «Sabéis que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo que no enfrentéis al que os ataca, al contrario, al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra».
Esto les gusta a casi todos los periodistas y pacifistas, pero parecen que se les pasa por alto aquello de Jesús, que cuando es golpeado, le reprocha al soldado:
«El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho». Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
«¿Así respondes al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?».
Jesús no puso la otra mejilla, o como dijo Leonardo Castellani, un sacerdote jesuita, a quien Bergoglio le «robó» muchas ideas sin mencionarlo (tal vez porque era de «derecha»). «Dios nos ha llamado a ser santos pero no a ser zonzos» o «Nos pide que amemos a nuestros enemigos, pero no que nos pongamos en manos de nuestros enemigos». Francisco, debería tomar nota.
El papa no hablaba ex cátedra, por suerte, tampoco escribirá una encíclica sobre el tema. Pero comparar a una madre que es algo real y concreto, con un ser o un amigo invisible que existe para él y los creyentes, es un despropósito. Ningún religioso o ateo, que entienda lo que es la libertad para expresarse puede admitir que sea silenciada por las armas. Nadie está obligado a creer en ningún Dios.
Y tratar de que todos respeten sus creencias, es de algún modo, una manera totalitaria de no respetar a quienes no creen, una religión tan totalitaria, más que el régimen comunista de Corea del Norte, que al menos no se mete con mi vida después de muerto, y no me condena a ningún cielo ni a un infierno. Yo respeto a la persona ontológicamente, no respeto sus creencias, no puedo respetarlas sin faltarme el respeto a mí mismo, si creyera que después de muerto nos esperan unas vírgenes en el paraíso o que una mujer concibió siendo virgen.
Los exegetas del Vaticano salieron rápidamente a reinterpretar a Francisco, dijeron que él de ninguna manera estaba justificando los atentados terroristas contra el semanario satírico Charlie Hebdo. «Por supuesto que no estaba justificando la violencia», dijo el padre Federico Lombardi, vocero vaticano. «Hablaba de esa reacción espontánea que uno puede tener cuando se siente profundamente ofendido. En ese sentido, el que ha sido cuestionado es el derecho de uno a ser respetado».
El sacerdote Robert Gahl, teólogo de moral de la Pontifica Universidad de la Sagrada Cruz, de Roma, señaló que Francisco no dijo que «él» habría trompeado a su amigo por insultar a su madre. Sólo dijo que su amigo bien podía esperar una trompada, dado que debió saber que estaba cruzando una línea moral al proferir el insulto y que debía tener el cuidado y la amabilidad de no ofender. «No va a devolver el golpe -dijo Gahl-. Se presupone que un pontífice, representante de Jesús, no debe recurrir a la violencia».
Pero… ¿acaso eso implica que Francisco tendría que mostrar la otra mejilla, como enseñó Jesús, y dejar pasar el insulto? No necesariamente. Gahl explica que, si bien Jesús de hecho instó a sus discípulos a ofrecer la otra mejilla, lo hizo para enseñarles una nueva forma de responder a la provocación, que hasta entonces se regía por la ley del Talión. Gahl señaló que Jesús se defendió por entero, a través del razonamiento y la ley, cuando fue atacado por sus inquisidores romanos.
«Por cierto que la Iglesia Católica jamás ha aceptado la pasividad», dijo Gahl, y señaló que los cristianos son alentados a defenderse, aunque sin recurrir a la violencia como represalia. «La respuesta de un buen cristiano va más allá de ofrecer la otra mejilla, que es como decir ‘pégame de nuevo’. La respuesta de un cristiano es más compleja», agregó.
El padre Lombardi, un jesuita italiano, dijo entender por qué Francisco usó el ejemplo de la madre para su argumento, una aparente referencia a la tendencia de los hombres italianos a seguir, incluso siendo adultos, aferrados a la pollera de su madre, cuya perfección defienden a muerte. Francisco se refiere con frecuencia al rol que su madre, e incluso su abuela, jugaron en su vida. «El Papa utilizó el ejemplo clásico que viene a la mente de todos: no insultar a la madre de nadie», dijo Lombardi, con una sonrisa. «Al parecer, en la Argentina es igual».
A Gahl debo recordarle que se olvida que Jesús usó el látigo para expulsar a los mercaderes del templo. En realidad, los evangelios están llenos de citas plagados de contradicciones, escrita por «evangelistas» que no conocieron en persona a Jesús, e incluso de uno de ellos se duda con toda seriedad si fue real o ficticio. Pero parece que para Bergoglio lo de poner «la otra mejilla» funciona cuando le conviene, pero reacciona como buen «tano» (así se llama a los italianos en Argentina, pero con un sentido despectivo), aunque Bergoglio es argentino y non italiano. ¡Mamma mía! Recuerdo que en Buenos Aires, los tanos decían: «¡no te metas con la Nona, con la Nona no!» (la Nona es la abuela) y no tanto con la mamma.
El cristianismo es una religión que le da una gran importancia al cuerpo, tal vez por aquello de que somos «el templo del espíritu santo», creado a imagen y semejanza de Dios y también hace hincapié en la libertad humana, una libertad incluso para pecar, pero algo que ya lo sabe Dios (con lo cual ya no hay libertad), y aquello del libre albedrio, es un absurdo filosófico tratando de salvar la libertad y el poder de Dios, que todo lo sabe, y en quien no hay pasado, presente ni futuro.
En un nivel intelectual el señor Bergoglio debería saber la diferencia entre ofender a una persona, aunque sea su madre y una idea religiosa. Lo que dijo Bergoglio, es tener poco aprecio por la libertad y por los valores que han hecho de Occidente un lugar de libertad y prosperidad.
En un artículo anterior me refería a los «abogados» defensores que iban surgiendo para justificar la matanza de París, como Francisco, con argumentos estúpidos rayando en la apología del asesinato. Tratando de reducir además exclusivamente como un asunto de libertad de expresión, como si no hubiese un ataque antisemita, como sucedió con la toma del supermercado y no quiero imaginarme lo sucedido si el tercer terrorista islámico hubiera logrado acceder a la escuela judía.
¿hay algún bien nacido que pueda afirmar que los judíos, por el hecho de serlo vayan provocando por el mundo? Tampoco, salvo algunos idiotas, que ya no pertenecen a la categoría humana y que se degradaron en grado cero, festejen la matanza de los dibujantes, pero comienzan a esbozar opiniones que tal ofensa, alguno tipo de correctivo o castigo era de «esperar».
Esto de buscar excusas o tratar de justificarlas es un hecho inevitable, que en mi país y en el de Bergoglio es moneda corriente. «¿Por algo será?», «¿algo habrán hecho, no?» Pero no son interrogantes hechos con espíritu crítico. Personalmente no comulgo con las ideas de Charlie Hebdo, no soy anarquista ni trotskista. Tampoco se obligó a nadie que le agradara la revista, se puede discutir sobre si ofenden o no (cosa muy subjetiva), cosa que no está penada por la ley, y mucho menos a priori.
Pues, parece que los únicos que tienen derecho a sentirse ofendidos son los creyentes ¿Y que de los Ateos? ¿Acaso no ofende la sensibilidad racional de un ateo escuchar que te digan con aires de superioridad «Voy a rezar por usted»? o considerarte una oveja perdida o descarriada. Cuando un ateo en su trabajo, por ejemplo, ve en la pared, una declaración de principios de la Empresa, donde además de enumerar sus supuestos «valores» dice que cumplen en honrar a Dios.
¿Y un ateo qué es, una mierda? Pero cuando sonó el primer disparo en la mañana parisina todo eso dejó de tener sentido, para que Francisco de Roma o Buenos Aires, nos venga con su ejemplo de la Mamma. Lo que podemos ver al correrse el velo islámico es muy claro, lo decía hace años Gustavo Bueno:
“Desde un punto de vista práctico, acaso pueda decirse que la publicación de las llamadas «caricaturas de Mahoma» puede servir a «Occidente» para desvelarle el alcance que tiene hoy el resentimiento del mundo islámico contra ese mismo Occidente, y cómo está sirviendo también a los propios musulmanes para aflorar o consolidar unas vinculaciones entre las diferentes partes de la Umma que antes no existían. No es que no preexistiera una conciencia difusa de estos vínculos; lo que ocurre es que esta conciencia difusa puede estar transformándose en un tejido objetivo de unidad frente a Occidente, a partir de la traducción de tan abundantes e intensas protestas musulmanas por los canales de televisión y por los medios durante varias semanas. También es verdad que esta movilización «universal» del Islam contra Occidente, que, a su juicio se ha reído de sus valores más preciados, puede moldear también un cauce de prudencia en amplios sectores del Islam, político y económico, más directamente vinculados a la explotación de esa «bendición de Alá» que llamamos petróleo. Pues los políticos musulmanes, incluso aquellos que se apresuran a producir energías alternativas, saben que dependen económicamente de Occidente, saben que él fue quien pudo extraer el petróleo de los yacimientos que ellos ocupaban de modo ignorante, y de meterlo, tras refinarlo, en millones de barriles y transportarlo a esas «tierras irredentas» en donde el número de inmigrantes musulmanes aumenta cada día, sin perder la fidelidad al Islam.
Antiguamente se podía representar a Mahoma.
En cualquier caso, no nos parece que las oleadas de protestas que en muchos países mahometanos se han producido a raíz de la publicación de las famosas «caricaturas de Mahoma» puedan ser explicadas como una reacción espontánea de los creyentes musulmanes indignados ante un ataque gratuito e intolerable a su fe más profunda. Y no puede ser explicado así –y en este punto los «analistas occidentales» han alcanzado amplio consenso– porque la inmensa mayoría de los manifestantes no vieron ni podrían haber visto estas caricaturas, y no solo porque su religión se lo prohíbe, sino porque los medios de comunicación no dan para más entre analfabetos. Han tenido que esperar a que otros correligionarios, o acaso aliados, informasen a los cuatro meses de su publicación en el Jyllands-Posten de Copenhague.”
“Cabe bosquejar diversas respuestas, que van desde la victoria de Hamas en Palestina, hasta la política de desarrollo de la energía nuclear en Irán. Tanto Palestina como Irán mantienen una clara actitud beligerante, de yihad, contra Occidente (Israel, EEUU, Europa). La fecha elegida para garantizar el éxito de las reacciones podría ser una fecha estratégica, que respaldase la actitud de los beligerantes y de aviso a los «cafres», una ocasión de cerrar filas contra los enemigos del Islam. Según esto, los pueblos islámicos estarían reaccionando, por tanto, no ya contra el contenido irónico o insultante de unas viñetas, sino contra los occidentales, judíos o cristianos, que las publican o reproducen.”
“Esto da pie a pensar que las reacciones tan violentas de febrero corriente no representan sólo a los fundamentalistas (cuya fe les impediría incluso ver los componentes ofensivos de las viñetas), sino también a los islamistas no fundamentalistas, acaso excesivamente inertes o interesados sólo por su enfrentamiento contra Israel o EEUU, pero no tanto contra Europa, objetivo de Al Qaeda (11 de marzo de 2003 en Madrid, 7 de julio de 2005 en Londres). Al informarles a su modo sobre las viñetas, acaso los imanes buscaban «ampliar el horizonte», descorriendo el velo que les impide ver más allá de unas narices, que sólo huelen a Israel o a Estados Unidos, haciéndoles ver que también Dinamarca, Noruega, Alemania, Francia, Inglaterra o España son «objetos imprescindibles de odio» desde la perspectiva de la expansión islámica. En resumen, las reacciones desproporcionadas –según tantos analistas– de los pueblos musulmanes con la disculpa de las viñetas de Mahoma no irían dirigidas directamente por el Islam o por la Umma contra Occidente, sino que irían dirigidas desde una parte del Islam (la parte fundamentalista) hasta la otra parte del Islam menos activa, a fin de excitarla adecuadamente (si nos atenemos a las estimaciones de Gustavo de Arístegui, cabría cuantificar de este modo la situación: irían dirigidas, desde los 400 millones de musulmanes comprometidos con la Yihad, a los 800 millones de musulmanes tibios o pacifistas).”
“Pero en cualquier caso, y esto se ha olvidado excesivamente a lo largo de los debates, el tabú iconoclasta ante Dios no afecta a Mahoma, porque Mahoma no es Alá, sino su profeta, es decir, un hombre. De hecho, Mahoma fue representado por musulmanes durante los siglos medievales, y más tarde fue cristalizando el tabú de su imagen. Y la escasez de iconografía hace dudosa la posibilidad de hacer caricaturas de Mahoma, porque la caricatura sólo es posible cuando se dan por supuesto los rasgos del original.”
“Ahora bien: si Mahoma existió realmente como hombre, debe poder ser representado, y el tabú de su representación es mero oscurantismo, inadmisible de todo punto. No defenderíamos por tanto a quienes han publicado dibujos de Mahoma acogiéndonos a una libertad genérica de expresión, bajo cuyo manto estuviese protegida la decisión de publicar dibujos sobre Mahoma; defendemos la justificación de los dibujos de Mahoma pensando precisamente en el propio Mahoma. Los iconoclastas que mantienen el tabú de su representación han de considerarse como incompatibles con nuestra civilización racionalista, que necesita dibujar de un modo más o menos aproximado lo que existe para entenderlo y para juzgarlo. Y aquí no caben cuestiones de respeto, menos aún de veneración o de cualquier otra cosa. Sencillamente quien se niega a que sean representadas las figuras en las que él dice creer, habrá de ser visto como un peligroso oscurantista que hace imposible su integración en la única civilización existente.”
A nuestro juicio las reacciones de quienes apelan genéricamente a la libertad de expresión nos parecen, por tanto, injustificadas. Porque la libertad-para, como hemos dicho, sólo puede basarse en los contenidos de esa libertad: yo no tengo libertad para insultar gratuitamente a otro, aunque mis insultos se apoyen en alguna verdad. Sin embargo quienes apelan a la libertad para justificar la publicación de las viñetas, tienen mayores razones si se refieren a la libertad-para que a la libertad-de quien se lo quiere impedir por razones que no pueden considerarse objetivamente como insulto alguno, salvo que se esté dispuesto a compartir, en nombre de un extraño afán de convivencia, con personas que no tienen razón, que son irracionales.
“Sin duda, la libertad-de quien nos impide algo (aún sin entrar en los contenidos) es en principio muy importante, porque mide la autoridad y poder de quien pretende impedírnosla: no se trata del huevo sino del fuero, y es lo que se dice en muchas ocasiones. Si el tabú de la imagen de Mahoma procede de los musulmanes, ¿por qué tenemos que someternos a ellos para obedecer a semejante tabú? Sería una sumisión absurda, cualquiera que fuera el contenido de esa libertad o el alcance de tal representación. En cualquier caso insistimos en que no nos parece conveniente tratar de hacer ver que los artistas dibujaron las viñetas como un modo de manifestar su «libertad de creación». La «creación de los contenidos», desde el punto de vista del materialismo, es absurda, en cuanto creación ex nihilo. Esta «creación» ha de nutrirse de conceptos e ideas sobre Mahoma, sobre el profeta y sobre el Islam, y en rigor, quienes defienden, sin límite alguno la libertad de expresión, es porque están defendiendo la libertad-de, una libertad puramente formal, y en sí misma insuficiente e indefendible como exclusiva.”
“En función de una libertad material, de índole «racionalista», en el sentido de la Ilustración, consistente en la libertad-para destruir dogmas o figuras consideradas supersticiosas. El prototipo de estas alegaciones a la libertad podríamos ponerlo en el libro del Barón de Holbach, Moisés, Jesús y Mahoma. Las frases que en este libro pueden leerse aún hoy dan ciento y raya a las viñetas que nos ocupan, aunque llegan a menos gentes, por aquello de que una imagen vale mil palabras (sin duda, querrá decirse: «vale más para la gente analfabeta»).
“La defensa de la libertad de expresión no tiene que ver tanto simplemente con la libertad- de conquistada como libertad democrática por la Europa salida de la Revolución Francesa. Tiene que ver con la libertad-para promovida por grupos de hombres poseedores de determinados argumentos y tradiciones contra quienes mantenían o siguen manteniendo el oscurantismo y la superstición.
Esta es una justificación de las viñetas desde perspectivas no pacifistas o dialogantes, sino «militantes», que pocos se atreven a defender explícitamente (sobre todo si quienes mantienen estos argumentos son a su vez creyentes cristianos o judíos), aunque está implícitamente recogida, sobre todo, en las frases de quienes han recordado estos días a Voltaire o a Volney, incluso la cuestión de la tolerancia. Pero lo que no puede olvidarse es que la tolerancia se produjo en Europa como resultado de un equilibrio de fuerzas, cuando las fuerzas de los oprimidos llegaron a poder medirse con las fuerzas de los opresores. La Revolución Francesa, y después la Soviética, no se hicieron solo en nombre de la libertad de expresión, sino en nombre de la libertad para luchar contra la superstición propia del Antiguo Régimen, por no decir de la barbarie y del salvajismo.
¿Y por qué esta «cruzada contra la superstición» apareció en Europa (la Europa de raíces cristianas precisamente) y no entre los pueblos musulmanes, si la cruzada contra la superstición también rozaba al cristianismo?
Cabría decir –aunque aquí es imposible fundamentar esta tesis– que la Ilustración de la época moderna fue un fruto del cristianismo, más aún, del catolicismo (por paradójica que pueda resultar esta afirmación). Bastará recordar aquí que la identificación entre la Iglesia y el Estado, característica del Islam, no fue jamás propia del catolicismo. La Iglesia católica siempre mantuvo la doctrina de la separación de la Iglesia y del Estado («dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César») y fue tanto o más el Estado el que utilizó a la Iglesia («Por Dios hacia el Imperio») que la Iglesia quien utilizó al Estado («Por el Imperio hacia el Dios»), que también lo hizo, en lo que pudo, sin duda. La identidad, en España, del Estado y la Iglesia, comenzó siendo una herejía, la herejía arriana, que conducía al cesaropapismo; un cesaropapismo que se continúa en el islamismo (una herejía cristiana, según San Juan Damasceno) y que más tarde rebrotó en las iglesias reformadas (anglicanas o calvinistas), en las cuales todavía el príncipe o la princesa se confunde con el papa o con la papisa. Sobre esta base de la sociedad civil, como sociedad «perfecta en su género», según la fórmula escolástica, pudo fructificar la tolerancia que culminó en la revolución jacobina. No soy el primero que sugiere un lazo entre Robespierre y el catolicismo.”
“Sin embargo las reacciones más frecuentes son las que tienen un carácter político-moral, son aquellas que apelan al respeto, a los valores de las otras culturas o civilizaciones, y a la condena moral y no solo política de toda acción que pueda dañar la convivencia armónica prevista en el proyecto de la «alianza de las civilizaciones».
En efecto, dejando de lado las declaraciones de Bush II (que pide contención, no solo por razones pragmáticas, sino acaso también porque sus fundamentos teístas se reconocen solidarios con los musulmanes, y piden contención en este terreno, pensando ganar en otros por vía económica o política) es en Europa en donde han prosperado más estas respuestas políticas (desde Putin hasta Zapatero). Pero, ¿qué se quiere decir con esto?
Si se habla de condena moral es porque en nombre de un grupo social se presupone la autolimitación de la libertad-para a fin de no herir las normas de otro grupo. Pero, ¿de qué grupo se habla? ¿De los grupos musulmanes o de los grupos europeos? Si los grupos europeos se rigen por la moral ilustrada, es su deber moral precisamente el que los incitará no a condenar las viñetas sino a publicarlas con valentía. Si se habla del respeto, se hará, o bien porque se apela (según la primera acepción del DRAE) a la veneración que ha de profesarse a los valores del otro, o bien porque se apela al temor, a la represalia (según la cuarta acepción del DRAE). Zapatero dijo en su discurso de Madrid, durante la cena con Putin: «Respeto la libertad, por supuesto, y respeto a las religiones de los otros.»
Pero, ¿cómo es posible a un racionalista respetar las leyendas de Mahoma relativas a las revelaciones por él recibidas del Arcángel San Gabriel? Sólo en la perspectiva armonista de la alianza de las civilizaciones podría esperarse que en la época de la Globalización puedan convivir, en el nombre del respeto mutuo, quienes creen que Cristo es una persona divina, y quienes creen que creer esto es una blasfemia, porque sólo Alá es divino. Por consiguiente el respeto de un cristiano ante las creencias de otro solo puede mantenerse, a efecto de su convivencia, poniendo entre paréntesis las creencias respectivas y relegándolas a la vida privada, es decir, abandonando las obligaciones proselitistas impuestas por el amor al prójimo. Pero esto no tiene nada que ver con la integración, tiene que ver más bien con una yuxtaposición más o menos superficial. El respeto a la libertad ajena sólo puede ser respeto de veneración o respeto de miedo (que ya justifica, sin embargo, la responsabilidad ante las reacciones).”
El escritor y autor Gustavo Aristegui explica con gran claridad la doctrina de la Yihad (yihad = esfuerzo, lucha), pero se equivoca con lo de Guerra Santa, pero bien en la distinción entre la «Yihad mayor» (algo así como «la lucha de cada musulmán consigo mismo», contra sus pasiones, &c.) y la «Yihad menor». Yihad menor que, sin embargo, al menos para quienes no son musulmanes, se convierte en la auténtica Yihad mayor, sobre todo cuando se convierte, a través de la Sharia (o ley islámica basada en el Corán y en la Sunna) en guerra legal, en guerra santa contra los «cafres» (cafer equivale a impío, apóstata, y, en general, a todo aquel que no se acoge al Islam).
Y, poniendo en conexión la doctrina de la Yihad (en cuanto implica la oposición entre la «tierra de los impíos» –Dar al-Kafer– y la «tierra del Islam» –Dar al-Islam–) con el ecumenismo musulmán, por tanto, con su proselitismo y con su voluntad expansionista (que obviamente se manifiesta más intensamente en unas épocas que en otras, en algunos grupos y corrientes más que en otros), el autor recuerda una y otra vez como la Yihad, desde el punto de vista doctrinal, no tiene más límites territoriales y sociales que aquellos que le pongan sus antagonistas (principalmente hoy los cristianos y los judíos).
A largo plazo, el islamismo (otra cosa es que muchos musulmanes se mantengan al margen de sus fundamentos) aspira a extender por todo el mundo el islam, ya sea por la fuerza, ya sea por la intimidación o por la conquista silenciosa. No sólo aspira a extenderse por Europa (en principio, a título de Re-conquista del Islam perdido: Al-Ándalus, España, en primer lugar; pero también casi todas las islas del Mediterráneo, el sur de Italia, todos los Balcanes y Grecia) sino también por Asia y por América. «El islam no puede ser en Estados Unidos igual a ninguna otra religión: debe llegar a ser la dominante. El Corán debe ser la más alta autoridad en Estados Unidos, y el islam la única religión aceptada en el planeta» (pág. 75).
La lectura de este libro imprescindible deja claro que la Yihad, en la forma del terrorismo islámico, no es un mero episodio, una «cantidad despreciable». El autor estima que alrededor de un treinta por ciento de musulmanes (un tercio de estos, que corresponde a una cantidad que cabe situar entre los trescientos a cuatrocientos millones) están comprometidos hoy con la Yihad, aunque sea en niveles de participación muy diversos, desde el nivel más cercano de quienes se inmolan con la bomba adherida a su cuerpo, hasta el de quienes se limitan a contribuir con la zaqat, o limosna obligatoria, uno de los «cinco pilares» del Islam (págs. 19, 21, 106, 166).
Y España de hoy es objetivo prioritario de esta Yihad criminal de un islam que tiene «obsesión por reconquistar Al-Ándalus», como dice el subtítulo de la obra que comentamos. Su autor explica en detalle los «mecanismos» que la Yihad despliega al servicio de esta obsesión. No cree, sin embargo, que, a la larga, la Yihad pueda alcanzar sus objetivos, aunque «entre tanto hará un daño inmenso» (pág. 400). Y, con muy buen juicio, a nuestro entender, Gustavo Arístegui nos previene de las explicaciones más vulgares que tienden a presentar la Yihad como la respuesta de unos pueblos atacados (por Bush II), humillados y «sumergidos en un océano de injusta pobreza».
Defienden algunos «pensadores», que comulgan con el Pensamiento Alicia, y con los ojos en el ideal y las manos en el cajón del pan, la Alianza de las Civilizaciones: «procuremos instaurar el bienestar democrático en estos pueblos explotados por ‘Occidente’ y su terrorismo cesará de inmediato, porque todos los pueblos quieren la Paz.» Pero, ¿acaso los musulmanes yihadistas, si siguen siéndolo, podrían dejar de luchar, aunque hubieran llegado al Estado del Bienestar, integrándose en la sociedad globalizada, en pacífica convivencia con las demás religiones y culturas?
¿Tiene sentido siquiera la expresión «Islam democrático», al modo de las democracias parlamentarias del Occidente capitalista, si el islam mantiene sus principios dogmáticos del Corán, o cuasi dogmáticos de la Sharia, es decir, si sigue siendo fiel a sí mismo? No sé lo que pensará el autor de este libro admirable. Por mi parte me permitiré expresar mi opinión: que el Islamismo, si sigue fiel a sí mismo, es insoluble en el agua bendita del cristianismo, a quien ellos han considerado secularmente como blasfemo, y precisamente por sus dogmas más fundamentales: el dogma de la Encarnación y el dogma del Corpus Christi.
El periodista José Francisco Contreras dijo: «Vaya por delante que yo también soy Charlie. Soy Charlie en el sentido de que me alegro de pertenecer a una civilización en la que la libertad de expresión es muy amplia. En Occidente se puede publicar cualquier cosa–incluso abyectas viñetas-salivazo, como aquella de Charlie Hebdo que representaba a Cristo sodomizando a Dios Padre– sin terminar por ello en la cárcel o el patíbulo. Prefiero vivir en un Occidente con libertad de palabra – aunque eso implique tolerar manifestaciones artísticas que escupen sobre lo sagrado– que en un mundo islámico en el que la gente es ejecutada o encarcelada por delitos de opinión (sí, en países como Pakistán la blasfemia está penada con la muerte: ¿no han oído hablar de Asia Bibi?).» (…)
«Alguien dirá: “Ni con unos ni con otros”. Pero las guerras simplifican el paisaje y obligan a escoger bando, a compartir trinchera con gente que a uno no le agrada. Y lo cierto es que el islam radical ha declarado la guerra a Occidente, así como a los musulmanes moderados de sus propios países. Es una guerra postmoderna, que no se librará con ejércitos convencionales (aunque las ofensivas de Estado Islámico en Siria o Irak sí se hacen con tanques), sino mediante golpes terroristas y una batalla psicológica de intimidación y condicionamiento cultural.
Con atentados como el de París (continuador del asesinato de Theo Van Gogh, que preparaba un documental sobre la sumisión de la mujer en el islam, culpando de ello al Corán), los islamistas pretenden imponerle a Occidente sus propias reglas antiblasfemia: al Profeta y al Libro, ni tocarlos. Los Charlie Hebdo valerosamente desafiaron esa imposición y pagaron con la propia vida. Otros -más enjundiosos intelectualmente y menos gratuitamente ofensivos que Charlie–, como Salman Rushdie, Geert Wilders, Ayaan Hirsi Ali o Magdi Allam, han pagado con décadas de ocultamiento y protección policial permanente.»
Si estamos en guerra, sería importante primero saber quiénes somos: ¿qué representamos?, ¿por qué valores luchamos?, ¿qué es ser europeo? Es improbable que valores abstractos como «la libertad de expresión» o «los derechos humanos» puedan cimentar una identidad colectiva con suficiente densidad emocional, capaz de generar lealtad y sentimiento de pertenencia. La gente estaba dispuesta a morir en las guerras por cosas como la patria, la religión, el terruño, las mores maiorum (o, ya en el siglo XX, la revolución socialista o la descolonización).
La Europa posterior a 1945 sustituyó todas esas referencias fuertes por una ideología blandita, irenista, socialdemócrata en lo económico, relativista en lo moral y decididamente postnacional. Las identidades nacionales fueron declaradas obsoletas y conflictivas (en verdad lo fueron, pues depararon dos guerras mundiales), pero no se ha conseguido forjar una supernación europea capaz de suplirlas. La Europa contemporánea se caracteriza, escribió Chantal Delsol, por una «voluntad de vacío», una tendencia a negar las propias raíces culturales, esperando que ello permitiera superar todos los conflictos.
La manifestación más simbólica fue la omisión de referencia al cristianismo –el rasgo paneuropeo más innegable: de Hammersfest a Tarifa cambian las lenguas, las costumbres, los tonos de piel; lo único que permanece son las cruces en cementerios y campanarios– en el preámbulo de la fallida Constitución europea (donde sí se mencionaban Grecia y la Ilustración). Y, ante la llegada de millones de inmigrantes musulmanes con fuertes referencias cultural-religiosas, la reacción del establishment eurócrata ha consistido en difuminar más y más los propios rasgos identitarios, las raíces europeas, con la esperanza de evitar el choque de civilizaciones. Si uno licúa suficientemente su identidad, no colisionará con nada. Si no somos nada, no creemos en nada, no tenemos pasado… no ofenderemos a nadie. El vacío no choca.
La reacción oficial al trauma de Charlie Hebdo viene informada por este mismo espíritu autonegador e inane. Todos esos mantras buenistas que intentan conjurar el conflicto negando hipócritamente su existencia: «El Islam es una religión de paz», «los terroristas no eran auténticos musulmanes», o como dijo estúpidamente Ángela Merkel «el Islam es parte del ser alemán». La insistencia en considerar «islamófobo» o «ultraderechista» a cualquier persona que constate lo obvio: que el islam es una religión conflictiva, como acreditan su historia y sus textos sagrados, llenos de exhortaciones a la yihad.
Que la integración de la inmigración islámica fracasó en Europa; y que habrá que estudiar soluciones que no confundan a justos con pecadores y que respeten los derechos humanos (restricciones de la inmigración, vigilancia de las mezquitas y las redes sociales, etc.). Pero más importante que lo anterior es que Europa vuelva a creer en algo. Escribió Marcello Pera: «Integrar no es lo mismo que hospedar. Integrar es asumir que existe algo a lo que atribuimos tanto valor que pedimos al que llega que lo respete, que lo aprecie, que lo comparta». Y Christopher Caldwell: «Que Europa pueda integrar a los inmigrantes dependerá de si es percibida por ellos como una civilización floreciente o decadente».
¿Tiene la Europa actual un algo del que pueda decir: «¿En esto creemos, y quien quiera vivir aquí tendrá que respetarlo? ¿Transmite un aura de civilización vigorosa, asertiva, vital? No es fácil que la Europa sin hijos, envejecida, blasfema, licenciosa, autonegadora (sí, la Europa de Charlie Hebdo) pueda generar admiración en los recién llegados. Quien no se respeta a sí mismo no inspira respeto.»
El islam desconoce el concepto de tolerancia, y es su viejo caballo de combate en contra de Occidente -en particular en especial en la ONU- que gira en torno a la exigencia de los países musulmanes de imponer una legislación universal contra la burla o crítica de las religiones (en primer lugar, la mahometana). Esa ansiada «ley de la blasfemia», se aplica ya en muchos países donde se practica la Sharia, la legislación penal islámica. La ley sirve para aplicar una feroz censura de prensa, tanto escrita como en internet, y en muchos casos para perseguir a las minorías religiosas no islámicas cuando al menos dos testigos musulmanes se ponen de acuerdo para acusar a alguien de haber proferido una blasfemia.
La libertad de expresión en Occidente, se combina con una concepción del derecho que está en las antípodas del islámico. En Occidente no es viable penalizar la difamación de religiones o de ideas; la ley penal solo admite la difamación de personas. En una entrevista en el canal de televisión estadounidense CBS, David Cameron ha replicado al Papa Francisco y ha dicho que en las sociedades libres existe el derecho a ofender las creencias religiosas de los demás, sin que ello sea merecedor de represalias y mucho menos violentas. Preguntado por esa frase, el primer ministro inglés respondió así:
«Creo que en la sociedad libre existe el derecho a ofender las creencias religiosas de otros. Yo soy cristiano. Si alguien dice algo ofensivo sobre Jesús, lo encontraré ofensivo, pero en una sociedad libre no tengo el derecho a infligir venganza sobre ellos. Tenemos que aceptar que esos periódicos y revistas pueden publicar cosas que pueden ofender a alguien, al menos mientras no vayan contra la ley. Esto es lo que debemos defender».
Pero me parece más interesante lo que opinaron dos sacerdotes cristianos. No tiene nada que perder. Sólo le queda su palabra. Desde hace ya más de seis meses monseñor Amel Nona es un arzobispo sin sede ni fieles. Vive exiliado desde que el Estado Islámico tomó la ciudad de Mosul. Una tierra que albergaba a miles de cristianos y cuya presencia se remontaba a los inicios del cristianismo. Ahora ya no queda constancia de esta milenaria historia.
El arzobispo católico caldeo de Mosul sigue realizando su misión, aunque de una manera muy diferente a la que se habría imaginado cuando fue nombrado en 2009 tras el secuestro y brutal asesinato de su antecesor, Paulos Faraj Rahho. En estos momentos su principal labor es dar voz a los cristianos perseguidos y por todo el mundo está relatando lo que ocurre en Irak y en el resto de países islámicos donde los cristianos pueden llegar a morir a causa de su fe.
Amel Nona ya acaparó titulares cuando dijo abiertamente algo que no era políticamente correcto: «El sufrimiento de los que viven actualmente en Irak es el preludio de lo que cristianos y europeos occidentales sufrirán en un futuro cercano». Palabras que ya se han visto en parte cumplidas estos días en Francia.
«El gran problema no son sólo los grupos fundamentalistas islámicos, sino las sociedades islámicas. Los musulmanes se están haciendo días tras día más radicales, volviendo más a la tradición y cerrándose», afirma de manera contundente desafiando así al mensaje dominante.
El arzobispo católico iraquí explica sus palabras afirmando que «los musulmanes piensan que su modo de defender la fe es ver y volver a cómo era antes. Hay un conflicto en la región islámica entre la modernidad y la fe y la mayor parte piensa que la fe justa está contra la modernidad, por eso donde hay musulmanes está el peligro de que se subleven contra la modernidad». «Los musulmanes que están en Occidente se pueden convertir un día en fundamentalistas».
Y pone como ejemplo que «en Irak, en las filas del Estado Islámico hay quienes han venido de Europa, Canadá y América. Cuando el Estado Islámico quiere hacer un atentado suicida, los kamikazes son de Alemania, Inglaterra, Francia, no han nacido en países musulmanes, sino que han nacido en Europa, se han educado en Occidente y después han venido a Irak». E implora ayuda puesto que «nuestra fe, que lleva en esta tierra más de 2.000 años no puede terminar de una manera tan fácil». Otra voz autorizada para analizar la relación entre el islam y el cristianismo es el padre Samir Khali Samir, un jesuita egipcio experto en el islam y que fue asesor de Benedicto XVI en temas de Oriente Medio.
Este profesor de Historia de la Cultura Árabe y Estudios Islámicos ha escrito un artículo en el que pone el foco en dos puntos, los graves problemas internos del islam y la cobardía de Occidente. Para Occidente pide que los países exijan a los inmigrantes a que se integren en los ámbitos económicos, políticos y sociales y que controlen las mezquitas, pese a que «sea contrario a nuestro espíritu europeo». El sacerdote jesuita indica que hasta que el islam en vez de luchar contra el resto, ya sean apóstatas, cristianos o el mismo Occidente «no haga autocrítica y reconozca que el problema está en su interior no saldrán de todo esto y los países islámicos estarán siempre caracterizados por la guerra».
Por último, el padre Samir acusa a los políticos occidentales de no defender la cultura europea y adoptar el llamado multiculturalismo. Asegura que los países europeos no saben qué hacer y a éstos les exige que los inmigrantes que lleguen a sus países respeten la cultura y valores europeos. Ante los musulmanes que no quieren integrarse en Occidente, Samir propone otra medida polémica: controlar las mezquitas. «A primera vista esto es contrario a nuestro espíritu europeo, la distinción entre Estado y religión. Pero las mezquitas en el islam no son sólo un lugar de oración. Son un lugar de adoctrinamiento y de indicaciones políticas, algunas veces dañinas para la comunidad.
Por esto Europa debería controlarlas, como se hace en todos los países musulmanes. En el mundo islámico las mezquitas son la primera realidad que son controladas». Y termino con Gabriel Albiac:
«Nadie en Europa quiere afrontar que es una guerra. Es una guerra. Que se gana o se pierde. Ninguna guerra acaba en tablas. Europa, de momento, pierde. El islam gana. Porque Europa prefiere dejarse matar a dar batalla. Tal vez, sencillamente, Europa ha muerto. Murió hace mucho. Y los soldados de Alá se limitan a dar tiros de gracia. A quemarropa.” (…) Cabu está muerto. Lo remató ayer sobre el suelo, a quemarropa, un fiel de Alá. Están muertos otros once redactores. Ametrallados, primero. Luego, tiro en la nuca. Y una proclama al inicio y al final de la carnicería: Allahu Akbar. ¡Alá es grande!
«Hemos vengado al Profeta. Hemos matado a Charlie Hebdo». Pensar que nunca más veré una nueva viñeta de Wolinski me hace entender que mi mundo ha muerto. Y no odio tanto a los asesinos islámicos cuanto a los estúpidos políticos europeos que han tolerado llegar a esto. Europa será musulmana en un par de generaciones. Por fortuna, yo ya no estaré en este jodido mundo para verlo.»
«Barrios enteros, en las periferias urbanas francesas, están fuera de control legal. Ni entra allí la policía ni se observa otra norma que la que los ulemas dictan. Redes paramilitares, entreveradas de islam y narcotráfico, dictan allí la ley y lo que llaman orden. Corán y jeringuilla en mano. Charlie Hebdo podía hacer frente a Pompidou, Giscard, Mitterrand, Chirac, Sarkozy, Hollande… Todos sabían que, les gustase o no, Charlie era el honor de la República. Aun insultándolos. Por insultarlos. Pero el islam no es República.
Cabu asesinado, Wolinski asesinado… Asesinados los mejores ingenios de su generación. Maestra de la mía. Los últimos del 68. Y puede que morir sea yainevitable. Pero, al menos, morir luchando. No este balar medroso de corderos que lo babea hoy todo. Yo soy Charlie».
18 de enero de 2015.