

AUSCHWITZ – BIRKENAU
Vladimir Putin y el pacto von Ribbentrop-Molotov
Ricardo Veisaga
Joachim von Ribbentrop (izq.), Stalin y Viacheslav Mólotov (primero a la der.) durante la firma del acuerdo el 23 de agosto de 1939.
El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo liberó el campo de concentración y exterminio de la Alemania nazi en la Polonia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que se conserva del antiguo campo nazi es desde 1947 monumento nacional polaco y alberga un museo bajo tutela de un comité internacional, y desde 1979 está inscrito en la lista de patrimonio mundial de la Unesco.
En el 2007, por pedido del gobierno polaco, la Unesco aprobó modificar en la lista el nombre, que a partir de entonces se denomina: «Auschwitz-Birkenau, campo alemán nazi de concentración y de exterminio (1940-1945)». Fue para evitar que la prensa internacional dijera «campos de concentración polacos» para designar a los campos instalados por los nazis en la Polonia ocupada, y que induzcan al error sobre la autoría de los campos.
En el 2005, la ONU decidió que en esta fecha se observara el día internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Según el centro Yad Vashem de Jerusalén, en los territorios dominados por la Alemania de Hitler, y en la propia Alemania, fueron asesinados entre 5,1 y 6 millones de judíos. Pero las celebraciones están cargadas de división.
Ya en el 2015, al conmemorarse los 70 años, los espacios para las delegaciones se repartieron al 50% entre polacos e israelíes. Los supervivientes fueron separados en dos grupos. Rusia no se hizo presente porque el entonces presidente polaco, Bronislaw Komorowski, dijo una verdad que no fue de agrado de los rusos.
«Este mismo día hace 70 años la 100ª división de Lviv entró en el campo de concentración, ahora recordamos a estos soldados con respeto», dijo Komorowski, y precisó que «el campo fue liberado por los soldados del 60º ejército del Primer Frente Ucraniano del Ejército Rojo». No fue el ejército soviético el que liberó Auschwitz, sino un destacamento de soldados ucranianos.
El primer hombre en entrar y abrir las puertas de ese infierno llamado Auschwitz, fue el ucraniano Anatoly Shapiro, el primer oficial del ejército soviético. Pocos meses antes de morir en 2005, le dijo al diario New York Daily News: «Había tal hedor que era imposible estar ahí por más de cinco minutos. Mis soldados no lo podían soportar y me rogaban para que los dejara ir. Pero teníamos una misión que cumplir».
El comandante del batallón, entonces tenía 32 años, recordó que al inspeccionar las instalaciones de Auschwitz se encontró con hornos y máquinas de exterminio, mientras las cenizas de los cuerpos eran sacudidas por el viento. Shapiro recibió todos los honores militares posibles en el Ejército Rojo y después del desplome de la Unión Soviética, fue declarado héroe de Ucrania por el presidente Víctor Yushchenko en 2006. En 1992 emigró a New York, donde murió en 2005. Fue enterrado en el cementerio judío de Beth Moses en Long Island.
Entonces el Ejército soviético estaba conformado por soldados de distintas nacionalidades, kazajos, armenios, chechenos, ucranianos, de los países bálticos, georgianos, uzbecos, tártaros, etc. Todos reclutados por la fuerza. Putin, calificó de «blasfema y cínica» esa afirmación y se dedicó a boicotear el acto.
Muestra de esta división es el hecho de que hayan tenido que celebrarse dos actos diferentes, uno en Israel y otro en el propio Auschwitz. Auschwitz es el símbolo del Holocausto de los judíos (Shoah, la palabra hebrea para el Holocausto, que significa catástrofe), donde fueron asesinadas más de 1,1 millones de personas, la gran mayoría judíos de Europa.
Al acto concurrieron jefes de Estado de decenas de países, entre ellos monarcas y príncipes, como los reyes de España, Felipe VI y su esposa Letizia. También estuvieron presente, unos 200 antiguos prisioneros y supervivientes del Holocausto. Pero no concurrieron los jefes políticos de países en relación histórica directa, ya sea positiva o negativa, con tan terribles sucesos.
Alemania e Israel enviaron a sus respectivos jefes de Estado, Frank-Walter Steinmeier y Reuven Rivlin, pero no así Vladímir Putin, presidente de Rusia, heredera de la Unión Soviética, país que liberó el campo.
El presidente polaco, Andrzej Duda, no acudió el pasado 23 de enero al Foro Mundial del Holocausto en Jerusalén, al no estar previsto que tomara la palabra, como habría querido vista la presencia de Vladimir Putin. La ausencia polaca en Jerusalén fue ocupada por el fundador del Foro, por Moshe Kantor, presidente del Congreso Judío Europeo, una especie de escisión regional mal avenida con el Congreso Judío Mundial.
Moshe Kantor, es cercano a Vladimir Putin, y su fortuna la obtuvo en Rusia, donde es conocido como «el rey de los fertilizantes». Kantor ya había intentado, sin éxito, montar un acto similar al de Jerusalén en Praga, con el patrocino de Putin, para conseguir una plataforma para seguir despotricando contra los gobiernos europeos y que, según Kantor, existe antisemitismo en mayor o menor medida en todos los países europeos.
Pero el disgusto de Andrzej Duda, no terminaba ahí. Andrzej Duda se quejó de que no se le permitía ofrecer un discurso, mientras que a Vladimir Putin y a otros líderes sí. También cuestionó el lugar de la celebración, por considerar que el «evento principal» debía tener lugar en su país y sin Putin. Las autoridades del centro organizador del evento dijeron, que habían reservado el podio a las potencias aliadas que derrotaron al nazismo, pero sin embargo se le cedió la palabra al presidente de Alemania.
A la reunión en Jerusalén asistieron, entre otros, el presidente francés, Emmanuel Macrón; el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence; y, esa vez sí, Vladímir Putin. El gobierno israelí tomó distancia de la polémica. Más allá de los problemas protocolares, lo que subyace en el fondo es, la disputa de un conflicto entre Polonia y Rusia por el legado de la guerra. Por eso la ausencia más llamativa en Auschwitz fue la de Putin.
La Segunda Guerra Mundial, constituye en estos momentos el campo de batalla más importante para las agendas nacionalistas tanto de Polonia como de Rusia. El objetivo es utilizar la historia como una herramienta para fortalecer sus respectivas naciones. Desde el partido gobernante «Ley y Justicia», de Polonia, sostienen que unos 1,9 millones de polacos no judíos fueron asesinados por los nazis.
En ese contexto es que Vladimir Putin hizo una afirmación mentirosa, que Polonia fue cómplice del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En 2018, el gobierno polaco convirtió en delito decir que el país fue cómplice de crímenes nazis durante el Holocausto, luego, la ley se ablandó para que este tipo de declaraciones fueran faltas civiles y no delitos penales.
Netflix tuvo que enmendar un documental sobre un guardia de un campo de concentración nazi, porque en la serie aparecía un mapa de la Polonia moderna como localización de varios campos de concentración. El documental no aclaraba que en ese momento Polonia estaba ocupada por los nazis, por lo que esos campos de exterminio no eran creaciones polacas.
La resistencia y el sufrimiento polacos en la guerra son incuestionables, pero a mi juicio, ambos gobiernos están distorsionando la historia con fines políticos. Es necesario reconocer que la mayoría de los «justos entre los justos» que dieron o arriesgaron sus vidas para salvar judíos eran polacos, o el hecho evidente de que cientos de miles de los judíos exterminados en suelo polaco eran, precisamente, ciudadanos polacos, además de judíos.
Un ejemplo es la historia del héroe polaco Witold Pileck, que se dejó capturar y enviar a Auschwitz de manera voluntaria para reunir pruebas de lo que estaba ocurriendo, y las presentó a los aliados sin obtener apenas reconocimiento ni apoyo. Durante la Segunda Guerra Mundial, los dos ejércitos más poderosos de Europa se unieron para reducir a cenizas a Polonia y luego para ser sometido al totalitarismo marxista.
Pero también de acuerdo a planes político-militares, la Unión Soviética junto a los aliados hicieron poco por los polacos. No se debe olvidar que, durante el desfile del Día de la Victoria en París, la única nación vetada por los aliados, para no herir la susceptibilidad de Stalin, fue Polonia. Todo les fue perdonado a los soviéticos por ser un aliado, sin embargo, solo se condenó a los nazis. Hace poco tiempo el periódico israelí Haaretz dijo en su editorial:
«Israel mantiene actualmente dos narrativas diferentes sobre el Holocausto. Una es la de los historiadores del Yad Vashem, los custodios nacionales de la memoria e investigación del Holocausto, que normalmente lucha por la veracidad y objetividad históricas, si bien poniendo el sufrimiento judío de relieve. La otra es la narrativa que resulte políticamente útil al gobierno de turno. Netanyahu puede ser uno de los mayores explotadores del holocausto en favor de su agenda política, pero no es ni mucho menos el primero (…) desde Ben Gurión en adelante, todos han instrumentalizado el Holocausto».
Estas tensiones entre Polonia y Rusia, de carácter histórico-políticas, recrudecieron hacia finales de diciembre de 2019. La acusación de Putin sobre la Polonia de entreguerras de connivencia con Adolf Hitler, y de haber contribuido al estallido de la Segunda Guerra Mundial, cayó muy mal en Polonia y en Occidente. Vladimir Putin, justificó el pacto inicial de Stalin con Hitler para invadir Polonia y describió al embajador de Polonia en la década de 1930 en la Alemania nazi como «un cerdo antisemita».
La realidad y la verdad histórica es, que la guerra estalló cuando la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin invadieron Polonia en septiembre de 1939. Los alemanes el día 1 por el oeste, y los soviéticos el día 17 por el este, en razón del pacto Ribbentrop-Molotov, que ambas potencias habían firmado en Moscú en agosto de ese mismo año. Un pacto vergonzoso que todos los izquierdistas del mundo lo ignoraron, callaron o miraron para otro lado.
El Ministerio de Exteriores polaco protestó de inmediato en diciembre del 2019 por las «narrativas falsas» de Putin. La Cancillería convocó al embajador ruso para expresar su fuerte objeción a las «insinuaciones históricas» hechas por Putin. El ministerio de Exteriores también destacó que «Polonia fue el primer país en participar en la resistencia armada en septiembre de 1939 contra el ejército alemán, que fue respaldado por la Unión Soviética».
«El resultado de la agresión y el exterminio de Alemania fue el asesinato de casi seis millones de ciudadanos polacos, incluidos tres millones de judíos». La Cancillería polaca dijo que Rusia «está tratando de minimizar la responsabilidad compartida de la Unión Soviética de destruir la paz en Europa. La Unión Soviética en 1939-1941 fue un aliado de la Alemania de Adolf Hitler».
El primer ministro, Mateusz Morawiecki, en una furiosa declaración de cuatro páginas, acusó a Vladimir Putin de mentir sobre Polonia y «tratar de rehabilitar» a Stalin para sus objetivos políticos actuales. Y recordó que hasta la invasión de la Unión Soviética por Alemania el 22 de junio de 1941, los dos países eran aliados que se repartieron Polonia.
A su vez, Putin atacó a Polonia por el desmantelamiento de los monumentos a los soldados del Ejército Rojo, que habían sido erigidos en la época comunista. Las críticas de Putin hacia Polonia llegan luego de que, en septiembre, el Parlamento Europeo emitiera una resolución en la que culpa tanto a la Unión Soviética como a la Alemania nazi por el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Para Putin, equiparar a los regímenes nazi y soviético «es el colmo del cinismo», y como modo de respuesta, apeló a una práctica que sus críticos despectivamente llaman «whataboutism» (¿por la expresión «And what about…?», que se traduce como ¿y qué hay de X o Y?, es decir, preguntar «y qué hay de este o tal otro país», para sacar el foco de atención sobre Rusia y desviarlo hacia otros, en este caso, sobre Polonia. La Unión Europea dijo en su resolución que este acuerdo:
«dividió a Europa […] entre los dos regímenes totalitarios y la agruparon en esferas de interés» y que «allanó el camino para el estallido de la Segunda Guerra Mundial». «Como consecuencia directa del Pacto Ribbentrop-Molotov, Polonia fue invadida por Hitler y dos semanas después por Stalin, lo que despojó al país de su independencia y fue una tragedia sin precedentes para el pueblo polaco; la URSS comenzó una agresiva guerra contra Finlandia, y ocupó y anexó partes de Rumania, territorios que nunca fueron devueltos, y anexó las repúblicas independientes de Lituania, Letonia y Estonia».
Vladimir Putin argumenta que a Rusia no le quedó más remedio que firmar ese pacto. Vladimir Putin, al reunirse el pasado 20 de diciembre, con los líderes de la postsoviética Comunidad de Estados Independientes (CEI) en San Petersburgo, dijo: «La URSS aceptó firmar el documento solo después de que se agotaran todas las opciones y fueran rechazadas todas las propuestas soviéticas para crear un sistema de seguridad común, una, de hecho, coalición antifascista en Europa».
Putin dice que Rusia, «al quedarse solo, se vio obligado a aceptar la realidad que los países occidentales habían creado con sus propias manos». Putin admitió que el pacto firmado el 23 de agosto de 1939 incluía protocolos secretos. «Sí, allí hay una parte secreta sobre la división de ciertos territorios, pero nosotros no sabemos qué hay en los otros acuerdos de los países europeos con Hitler, ya que mientras nosotros desclasificamos esos documentos, en las capitales occidentales se guardan bajo la categoría de “secreto”», señaló.
En Rusia, pude constatar personalmente, la importancia fundamental que tiene la victoria de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, es uno de los hechos más venerados de la ideología estatal rusa, y que más de 70 años después, se celebra con fervor cada año. Los guías de turismo te lo repiten constantemente.
Putin en este hecho se proyecta a sí mismo como sucesor del imperio soviético, el nuevo zar, y a su política exterior acusada de expansionista. Una crítica contra la Gran Guerra y la Gran Victoria equivale para el Kremlin, un ataque hacia el país.
Ochenta años después, los originales de los documentos que prueban el pacto Ribbentrop-Molotov, se pueden contemplar en una exposición en Moscú. Las cláusulas secretas del tratado fueron uno de los secretos mejor guardados, pese a las crecientes hostilidades entre soviéticos y alemanes. Los documentos que prueban su firma sobrevivieron a la quema de documentos nazis que sucedió a la toma de Berlín.
Cuando los soldados británicos tomaron el edificio oscuro del Tercer Reich en 1945, encontraron papeles alusivos al tratado entre Stalin y Adolf Hitler. Pero, la Unión Soviética negó por medio siglo su existencia, alegaron que las tropas aliadas habían falsificado los documentos para desprestigiar el rol del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial.
El ex presidente Mijaíl Gorbachov desclasificó los originales tras la masiva protesta de 1989 en los países del Báltico, el tratado pasó a ser una mancha en la conciencia histórica de Rusia. Pero desde la llegada al poder de Vladimir Putin en 1999, en medio de una situación grave para la existencia de Rusia, como medida eutaxica, el gobierno ruso trató de justificar la actitud de Stalin al firmar el acuerdo asegurando que se debió a una necesidad de proteger a la URSS.
En 2005, Putin, ya había comparado al pacto Ribbentrop-Molotov, con el acuerdo de Münich (el pacto entre Alemania, Italia, Francia y Reino Unido con el objeto de poner fin al conflicto germano-checoslovaco) y acusó a los países bálticos de atacar a Rusia «para cubrir la vergüenza del colaboracionismo».
En la Rusia actual, proliferan los libros de historia que defienden el pacto como una decisión estratégica y oportuna. Ya hace algunos años, el Ministerio de Cultura ruso sostuvo que el tratado fue «un gran logro de la diplomacia soviética» y con motivo del 80 aniversario, la cancillería lanzó una campaña para enseñar, según sostenían, es «la verdad sobre la II Guerra Mundial».
El original del acuerdo se exhibe en el Archivo Estatal Ruso. En la apertura de la exposición, el entonces ministro ruso de Exteriores, Sergei Lavrov, dijo que la URSS tuvo que «salvaguardar su propia seguridad nacional» luego de que los europeos tomaran «decisiones miopes» para apaciguar a Hitler. «Calculando ingenuamente que la guerra no los tocaría, las potencias occidentales jugaron un doble juego. Intentaron dirigir la agresión de Hitler hacia el este. En esas condiciones, la URSS tuvo que salvaguardar su propia seguridad nacional por sí misma».
Las declaraciones de Lavrov generaron airadas protestas y un comunicado conjunto, de los países que fueron anexados y divididos bajo el pacto. Los gobiernos de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia y Rumania, expresaron que el tratado «condenó a media Europa a décadas de miseria» y «Es por eso que en este día (…) recordamos a todos aquellos cuyas muertes y vidas rotas fueron consecuencia de los crímenes perpetrados bajo la ideología del nazismo y el estalinismo», recordando las muertes bajo estos totalitarismos.
El mencionado tratado o pacto, abrió las puertas al peor conflicto armado hasta ahora conocido, la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el Tratado Ribbentrop- Molotov duró muy poco. El 22 de junio de 1941 las promesas de respeto y ayuda mutua fueron borradas por una Alemania triunfante, que, en una decisión imprudente, invadió Rusia en la conocida «Operación Barbarroja». Pero sus efectos duraron medio siglo, los países bálticos, Polonia, Ucrania y Rumania quedaron bajo el yugo soviético una vez terminada la guerra.
En la noche del 23 de agosto de 1939, Alemania y la Unión Soviética echaron a suertes el destino de Europa. Joachim von Ribbentrop, el ministro de Exteriores de Hitler, había llegado a Moscú ese mismo día a bordo de un Cóndor trimotor. Un ayudante del gobierno soviético lo recogió en el aeropuerto y lo llevó al interior de las murallas del Kremlin.
Luego de saludar cordialmente a Stalin, se dirigió a una de las antiguas oficinas del tiempo de los zares, donde lo esperaba su par soviético, Viacheslav Molotov. Antes de posar para una foto, firmaron un «tratado de no agresión» en el que, a la luz pública, se comprometían a consultas mutuas, estrechar vínculos económicos y ofrecerse ayuda y tratos preferenciales.
Pero, en secreto, como se sabría más tarde, a invadir y a repartirse gran parte de Europa oriental. Alemania y Rusia eran por entonces enemigos jurados y muchos no entendieron cómo pudieron llegar a un acuerdo. Las banderas nazis ondearon en el cielo de la patria del proletariado comunista, para darle la bienvenida a Ribbentrop. Un episodio lamentable que llamaría a un silencio vergonzoso a todos los izquierdistas del mundo.
La historia dice que ocho días después, las fuerzas de la Wehrmacht cruzaron las débiles fronteras de Polonia y, dos semanas más tarde, los tanques del Ejército Rojo por el flanco del oriente. Eso fue el preludio de la Segunda Guerra Mundial. Cincuenta años después el Kremlin reconocería el pacto más siniestro de la URSS.
El 23 de agosto de 1989, medio siglo después de que Ribbentrop y el camarada Molotov se reunieran en Moscú, una cadena humana de casi 700 kilómetros cruzó tres repúblicas socialistas para exigir cambios. Estonia, Lituania y Letonia se unieron en lo que muchos vieron como el principio del fin de la Unión Soviética.
Hace poco escuché a un conferencista decir que Gorbachov, fue un traidor, un aliado de Reagan o un estúpido. Gorbachov fue el médico que se atrevió a firmar el acta de defunción de un cadáver putrefacto llamado la Unión Soviética. Entonces Mijaíl Gorbachov, confirmó por primera vez que el «tratado de no agresión» incluía una cláusula secreta en la que Moscú y Berlín se repartían los países bálticos, Rumanía y Polonia.
Según la grabación de las conversaciones que se conservaron, aquel encuentro de 1939 duró unas tres horas. En todo momento Ribbentrop se mostró asertivo hacia las demandas de Stalin. Casi la mitad de Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia, la región de Besarabia (que incluía Moldavia y parte de Ucrania) entrarían en la «esfera de influencia» soviética. También una parte de Lituania, que la Unión Soviética posteriormente intercambió por un pedazo de Polonia.
Luego de la firma de los documentos, se celebró un banquete que se extendió hasta las 05:00 de la madrugada. El georgiano Stalin propuso el primer brindis por la salud de Adolf Hitler. «Sé cómo los alemanes aman a su Führer», dijo en ese momento, según aseguran los historiadores. Los alemanes exclamaron: «¡Heil!» y Ribbentrop, inmediatamente, ofreció un trago por la salud de Stalin.
Luego el brindis se hizo extensivo a todos los presentes, por el pacto, por la amistad eterna y por el pueblo alemán, aunque por algún motivo, las copas no chocaron por el pueblo soviético. Fue a pedido e insistencia de Stalin, que la referencia a la «amistad» entre los dos países se eliminó del preámbulo del tratado de no agresión, aunque el término se recuperó a finales de septiembre cuando Ribbentrop volvió a Moscú y firmaron un nuevo «Tratado de Amistad y Frontera».
La historia también registra otra reunión, fue el 20 de enero de 1942, en una mansión de Wannsee, al suroeste de Berlín. El lugar elegido para la conferencia fue esta villa ubicada a las afueras de Berlín: una mansión a las orillas de un lago y rodeada de bosques, era una zona de vacaciones de la clase alta berlinesa. La casa fue adquirida en 1940 por una fundación creada por el propio Heydrich, y usada hasta el final de la guerra como vivienda y lugar de recreo para oficiales de las SS.
Tenía tres pisos, amplios jardines y la facilidad de llegar en menos de una hora al centro de Berlín, fue funcional para el recreo y el trabajo institucional que los altos mandos de las SS. Allí se encontraron, una vez acabada la guerra, los documentos que probaban la verdadera relevancia de la conferencia, pero no se les dio mucha importancia y la casa se convirtió en un centro de recreo para niños hasta 1988, cuando por fin se toma la decisión de convertirlo en lugar conmemorativo.
En esta vivienda, 15 miembros del gobierno de Adolf Hitler acordaron la «Solución Final al Problema Judío». Es decir, los planes para la deportación y exterminio de todos los judíos, lo que luego se conocería como el Holocausto. Pero, la decisión de llevar a cabo estos asesinatos, según explicó la doctora Elke Gryglewski, actual directora del departamento educacional de la Casa de la Conferencia de Wannsee, fue mucho antes.
«La decisión para el asesinato sistemático fue tomada antes, supuestamente en algún momento del otoño de 1941. Ya existían todos los elementos que son parte del asesinato sistemático: los fusilamientos en masa, las deportaciones, también los primeros campos de exterminio ya existen».
«Por eso cuando esta reunión tiene lugar la meta es la organización». El encargado para organizar y llevar la reunión fue un general de las SS, Reinhard Heydrich. «Implementar la distribución de trabajo entre los diferentes ministerios y también discutir la pregunta de cómo van a ser afectados los hijos de parejas judías y no judías». Una vez resueltos todos los detalles, las decisiones tomadas durante esos 90 minutos en Wannsee no tardaron en hacerse efectivas por el resto de Europa.
«La organización acordada aquí se implementa rápidamente; después de la conferencia se construyen los campos de exterminio que aún no existían dentro de campos de concentración que ya existen, se construyen las cámaras de gas y a partir del verano de 1942, empiezan las deportaciones sistemáticas por toda Europa», explicó Gryglewski.
Annette Cabelli, con apenas 17 años, llegó a Auschwitz agarrada a su madre. Las metieron en un camión con una cruz roja junto a otras mujeres, niños y ancianos, pero apareció una prima suya con un soldado alemán y la sacaron de allí. No volvió a ver a su madre: «¿Ves el humo de esa chimenea? Allí está tu mamá», le dijo un guardia a Annette unos días después.
Según cuenta Annette, consiguió escapar de la muerte en Auschwitz porque aprendió rápido el alemán, trabajaba dentro de un hospital y a los soldados alemanes les gustaba cómo cantaba.
«¿Dónde estás, corazón, no oigo tu palpitar? / Es grande el dolor que no puedo llorar. / Yo quería llorar, mas no tengo más llanto; la quería yo tanto y se fue, para nunca tornar».
Por un trozo de pan extra, Annette cantaba canciones tristes en ladino (muy similar al español, un español antiguo) y en italiano a los soldados alemanes. «Ellos también echaban de menos a sus madres», afirma esta mujer de 94 años. En Auschwitz, lo cantaba pensando en su madre. Y como dice la canción, Annette no lloró ni un solo día en el campo de exterminio. «No tenía tiempo para llorar, tenía que sobrevivir», cuenta Annette, una judía sefardita.
Annette Cabelli, nacida en Salónica (Grecia), en 1925, pese a ser tan joven y sola, logró sobrevivir a Auschwitz. Cabelli, que vive ahora con su hija de 70 años en Niza (Francia). En 2017 consiguió su pasaporte español gracias a la Ley de Nacionalidad Española para Sefardíes y se reunió con Felipe VI. Después de Auschwitz pasó por los campos de concentración de Ravensbrück y Maichow, antes de superar su última gran prueba: las marchas de la muerte de los nazis a punto de perder la guerra en 1945.
En el campo, le dio tifus. El médico del hospital, «Le dijo a la capo: cuando vayan a coger a esta señora para llevársela [a la cámara de gas] la dejas, porque se va a morir. Si se muere, que se muera natural». Annette dice «Tuve una suerte única». «Los alemanes venían al hospital y decían: tú, tú y tú, venid conmigo. No tenía esperanza. Todos sabíamos que tarde o temprano íbamos a morir».
Uno de los trabajos de Annette antes de coger el tifus era retirar los cadáveres de los barracones. Recuerda cómo, al levantarlos, emergían ratas que intentaban comer lo que quedaba de los cuerpos. Annette relata sobre la marcha de la muerte. Iban descalzos, sin ropa y en pleno invierno, casi sin comer ni beber durante días. Parecían un ejército de fantasmas: «El 50 por ciento de la gente se quedó por el camino».
Cabelli se inventó que era francesa para que los rusos la dejaran marchar a París. Y allí, sin conocer a nadie, poco a poco volvieron a la vida los pocos griegos que quedaban. Ante la pregunta de: ¿Cómo explica a los jóvenes en sus charlas lo que es el hambre? Responde: «No lo sé. En nuestra sociedad, ya no existe. Cuando pasas dos o tres días sin comer, llega el delirio. Te juntas con varias personas y comienza el delirio. Nos juntábamos en los barracones y empezábamos a decir lo que comería, lo que cocinaría mi mamá… Hablábamos todo el rato de comida».
Hace unos años, después de que Annette contara su historia en el campo de exterminio, un niño levantó la mano y le preguntó si después de todo ese sufrimiento seguía creyendo en Dios. Ahora, ella niega con la cabeza:
«El de arriba no hizo nada por nosotros. Mi mamá creía en Dios, pero al llegar a Auschwitz el primer día, supe que no podía existir».
La afirmación de Annette es la misma de Primo Levi: «Existe Auschwitz, no existe Dios». Pero alejada de aquella de Stendhal: «Es una suerte que Dios no exista, si existiera, habría que fusilarlo». Primo Levi contaba que uno de sus grandes temores era volver a casa después del campo de exterminio, contarlo y que nadie escuchara. Que los familiares se volvieran completamente indiferentes.
«Para nosotros, hablar con los jóvenes es cada vez más difícil. Lo sentimos como un deber y a la vez como un riesgo: el riesgo de resultar anacrónicos, de no ser escuchados», decía el escritor y superviviente de Auschwitz. Annette Cabelli está decidida a luchar contra el olvido. «Mi hija me pregunta hasta cuándo voy a seguir viajando y dando charlas». «Yo le digo que hasta el último suspiro».
Soy materialista político, y un poco alejado de cierto realismo político y en las antípodas del idealismo político. Y entiendo que la gente tenga apreciaciones psicologistas sobre los grandes dramas de la historia y sobre Dios. Así como la gente tiene derecho a creer en Dios, también tiene derecho a negarlo. Como estudioso de la política, no puedo negar la existencia, de lo que llamamos desde el materialismo filosófico, el eje angular del Espacio Antropológico.
Es muy interesante conocer la importancia que tiene este eje angular y su utilización. Pero no cabe invocar a Dios en los comportamientos humanos, en la maldad humana, para bien o para mal, sencillamente no cuenta.
Lucio Cecilio Lactancio, en su «De la ira de Dios», al tratar sobre el mal (un mal, sin especificar qué tipo de mal) atribuyéndolo a Epicuro dice algo que contiene toda la respuesta, sin apelar a exposiciones o debates más profundos.
«O Dios quiso eliminar el mal del mundo y no pudo; o pudo y no quiso; o ni quiso ni pudo; o quiso y pudo. Si quiso y no pudo, es impotente, y eso es contrario a su naturaleza; si pudo y no quiso, es perverso, lo que también es contrario a su naturaleza; si ni quiso ni pudo, entonces es, a un tiempo, perverso e impotente; y si quiso y pudo (y eso es lo único compatible con la naturaleza de Dios), entonces ¿Por qué existe el mal en el mundo?».
Todas las acciones humanas, son humanas no in-humanas, verdad de Perogrullo. Lo que Annette nos quiere decir es que Auschwitz sucedió. Por lo tanto, Auschwitz puede volver a ocurrir. Los planes y programas políticos de algunos países, nos pueden llevan directamente a un nuevo holocausto, como Siria, Irán, el islamismo chiita y en menor proporción el sunita.
Los llamados Palestinos y vecinos, la izquierda antisemita y los neo nazis y neo fascistas. Las pretensiones neo otomanas de Turquía, el apoyo de Rusia a Siria y la colaboración con Irán. Periodistas dispersos por el mundo que siguen centrando sus ataques sobre el Estado de Israel y los judíos. Personajes como Alfredo Jalife, con pretensiones de analista político, y que no es más que un simple analista que destila su antisemitismo disfrazado de antisionismo.
Un verdadero cinismo constituye los mensajes en conmemoración del Holocausto de la representante demócrata, la islámica Ilhan Omar y el líder del Partido Laborista del Reino Unido, Jeremy Corbyn.
«En el Día Internacional de la Recordación del Holocausto, lamentamos las vidas de 6 millones de judíos que fueron sistemáticamente asesinados», twitteó Omar y agregó «Hoy y todos los días, debemos redoblar nuestros esfuerzos para enfrentar el antisemitismo y todas las formas de discriminación religiosa y decir #Nunca más».
La demócrata Omar no fue la única política de izquierda, también Jeremy Corbyn, publicó una declaración en Twitter, en la que dijo que el Día de Conmemoración del Holocausto era «un momento para que todos nosotros reflexionemos sobre los horrores del pasado, los males del nazismo, el genocidio y el antisemitismo y, de hecho, todas las formas de racismo, que siempre debemos estar decididos a erradicar, dondequiera que aparezcan».
«¡Cómo se atreven a difamar la memoria de los 6 millones de judíos asesinados en el Holocausto!» twitteó Arsen Ostrovsky, director ejecutivo del Congreso Judío-Israelí. «Su antisemitismo, como quiera que lo encubra, no tiene límites. Hace apenas un año, usted trató de aprobar una ley de boicot que comparaba a Israel con la Alemania nazi y ahora busca la destrucción del Estado judío ¿No tienen vergüenza?», añadió.
El grupo de la campaña «Alto al antisemitismo», se apresuró a retomar el tweet de Omar, respondiendo: «¿Cuántas resoluciones antisemitas firmaron ustedes en la Cámara de Representantes? No necesitamos sus palabras vacías», junto con un emoji serpiente. A principios de este mes la organización nombró a Omar 2019 como el mayor antisemita del año, por, entre otras cosas, acusar a Israel de haber hipnotizado al mundo y presentar una resolución en la Cámara de Representantes que compara el boicot a Israel con el boicot a los nazis.
Ostrovsky respondió a la somalí Omar:
«En lugar de difamar nuevamente la memoria de los 6 millones de judíos asesinados en el Holocausto, podrías usar el Día del Recuerdo del Holocausto para reflexionar sobre tus propias acciones, incluyendo avivar las llamas del antisemitismo, compartir plataformas con los negadores del Holocausto y llamar ¿‘amigos’ a Hamas y Hezbolá?».
Pero, como no podía ser de otra manera, también en mi país Argentina, donde escuchaba desde adolescente «haga Patria, mate un judío», un periodista de Canal 7, Televisión Pública del Estado argentino. En el día de conmemoración de las víctimas del holocausto, a raíz del accidente mortal de Kobe Bryant, Eduardo Salim Sad, twitteó: «Helicóptero Sikorsky S76, de apellido judío, mata a Kobe Bryant».
La marca del helicóptero responde a Igor Ivanovich Sikorsky, nacido en Kiev (Ucrania) en 1889 y fallecido el 26 de octubre de 1972, en Easton (Connecticut). La nacionalidad era ruso-estadounidense, y era diseñador de aviones. El primer helicóptero producido en masa en el mundo fue el Sikorsky R-4. Pertenecía a la religión católico-ortodoxo ruso, y su abuelo y otros antepasados de la época de Pedro el Grande, en Rusia, fueron sacerdotes ortodoxos rusos.
Apremiado por las reacciones, emitió lo que llamó: COMUNICADO URGENTE 2: «Desde hoy me tienen loco con insultos y agresiones y no es para menos. Todos lo que me conocen desde hace tantos años saben que no pienso de este modo deplorable. Pido PERDON a mis primos (judíos) en efecto y quedo a disposición. ¡Estoy indignado!»
¿De qué está indignado este sujeto? Si realmente el gobierno peronista de la dupla Fernández-Fernández Kirchner, estuvieran comprometidos contra el anti-semitismo, como lo aseguró en su viaje reciente a Israel. Deberían cesarlo de inmediato. Pero eso no va a pasar. Con el peronismo volvió la barbarie y el antisemitismo.
Pero Salim Sad no es ajeno a la cuestión palestina, en el año 2014, su sobrina y la madre, fallecieron en la respuesta israelí a Gaza, en la conocida «Operación Borde Protector», la casa se derrumbó y ambas fallecieron. Estas disculpas del ignorante y militante pro-palestino Salim Sad, es una tomadura de pelo.
Antes de escribir debió haber investigado, típico de los periodistas, su disculpa me recuerda lo dicho por Baruc Spinoza: «Aquel que se arrepiente (de lo que hizo), es doblemente miserable e impotente».
30 de enero de 2020.