Ana Belén Montes
La verdadera creyente del marxismo cubano
Ricardo Veisaga
Ana Belén Montes junto al entonces director de la CIA, George Tenet. -1997.
«Yo creo, desde luego, que éste es uno de los aspectos esenciales del asunto, pero no me parece que sea el único, y ni siquiera el primigenio. Atentar contra la seguridad de la patria es considerado (porque, en efecto, lo es) algo de extrema gravedad, y una modalidad de traición frente a la cual las traiciones que puedan tener lugar entre particulares (sea en la amistad, los negocios o el amor) diríase perder relevancia y pasar, por así decirlo, a un segundo plano; y acaso por eso, porque afecta a todos y no sólo a una parte, es por lo que, para designarla, hemos acuñado el término de “alta traición”; como si con ello se quisiera decir que las otras, las que se producen (y aun prodigan) en el ámbito de las relaciones interpersonales son “bajas traiciones”, traiciones de menor relevancia y repercusión, traiciones casi anecdóticas, comparadas con aquéllas que pudieran amenazar la pervivencia de la patria o del Estado».
Alfonso Fernández Tresguerres
Ana Belén Montes, llamada la «reina de Cuba» por los miembros de la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos, nació en una base militar estadounidense en la ciudad alemana de Nuremberg, en plena Guerra Fría, entonces llamada Alemania Occidental (RFA), el 28 de febrero de 1957.
Su padre, Alberto Montes, prestaba servicios en la base como médico militar (psiquiatra) para el Ejército de los Estados Unidos. Ana Belén es la hija mayor de Emilia y de Alberto, ambos ciudadanos estadounidenses nacidos en Puerto Rico. Ana Belén es nieta de asturianos que emigraron a Cuba y a Puerto Rico. Ana Belén Montes pasó los primeros años de su vida en Europa.
Alberto Montes era un respetado médico militar y la familia cambiaba a menudo de residencia, su padre fue trasladado de Alemania a Topeka, Kansas. También estuvieron en Iowa y posteriormente en Towson, Maryland, lugar en que su padre abrió una exitosa consulta psiquiátrica privada y su madre Emilia se convirtió en una figura importante de la comunidad portorriqueña local.
A Ana Belén le fue muy bien en Maryland se recibió en la escuela secundaria de Loch Raven en 1975. Se graduó con una media de 3,9 (sobresaliente), era estudiosa y divertida. Durante su último curso anotó en el anuario que sus cosas favoritas eran «el verano, la playa… las galletas de chocolate, pasarlo bien con gente divertida».
En 1979 se graduó en Relaciones Internacionales Avanzados (School of Advanced International Studies) en la Universidad de Virginia, y en 1988 obtuvo una maestría en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins.
Cuando Ana Montes cursaba el tercero año en la Universidad de Virginia, durante un programa de intercambio fue a España. Durante ese programa de intercambio, en medio de la efervescencia política y cultural que se vivía el proceso de transición en España, conoció a un estudiante argentino militante de las izquierdas.
El argentino realizó toda la tarea de adoctrinamiento y le explicaba las cosas que pasaban en el mundo desde la óptica izquierdista. Entre otras cosas, le insistía sobre el apoyo del gobierno estadounidense a regímenes autoritarios, regímenes que cometían toda clase de atrocidades. Lo que no le dijo es que se trataba de una guerra contra el imperio soviético y sus satélites que pretendían implantar el comunismo.
España en ese entonces era tierra fértil para los radicalismos políticos, y estaba de moda realizar manifestaciones antiestadounidenses, para reafirmar la ideología marxista. Como dijo el escritor Jean-Françoise Revel: «La gran ventaja de ser de izquierdas, es que la certeza sobre la bondad moral de las posiciones propias está al alcance de cualquier imbécil: basta con ser antinorteamericano siempre, pase lo que pase y ocurra lo que ocurra».
«Después de cada manifestación, Ana me explicaba las “atrocidades” que había cometido el Gobierno (Estados Unidos) contra otros países», recuerda Ana Colón, otra joven universitaria que se hizo amiga de Belén Montes en España, en 1977.
El izquierdista ya le había lavado el cerebro. «Estaba ya dividida en dos. No quería ser estadounidense, pero lo era», dice Ana Colón, que actualmente vive cerca de Gaithersburg, Maryland. En la intimidad del hogar de los Montes no era lo que parecía de puertas afuera. Años más tarde Ana Belén les confesaría a los psicólogos de la CIA, que su padre «pensaba que tenía derecho a pegar a sus hijos».
«Era el dueño del castillo y exigía una obediencia total y completa». Las palizas empezaban a los cinco años, cuenta su hermana Lucy. «Mi padre tenía un temperamento muy violento. Nos pegaba con el cinturón. Cada vez que se enfadaba. Desde luego».
«La niñez de Montes hizo que se volviera intolerante respecto a las diferencias de poder, la llevó a identificarse con los menos poderosos y consolidó su deseo de vengarse de las figuras autoritarias», escribió la CIA en un perfil psicológico de Ana Montes marcado con la etiqueta de «Secreto».
Su «retraso en el desarrollo psicológico» y los abusos a que la sometió un hombre violento al que relacionaba con el ejército de los Estados Unidos «incrementaron su vulnerabilidad a la hora de que la reclutaran unos servicios de inteligencia de otro país», añade el informe de 10 páginas.
Su hermana Lucy recuerda que, ya de adolescente, Ana era distante y aficionada a criticar. «No nos llevábamos más que un año, pero la verdad es que nunca sentí mucha intimidad con ella», dice. «No era una persona dispuesta a compartir cosas, a hablar de cosas».
Si bien es cierto que el reclutamiento de Ana Belén fue básicamente ideológico, político, facilitados por sus sentimientos antiestadounidenses, su pública admiración por el régimen marxista leninista cubano, su simpatía por el sandinismo y la guerrilla marxista de El Salvador, no hay que descartar el aspecto psicológico.
En el proceso de captación, el agente castrista Mario Monzón Barata «Aquiles», encontró que esta mujer destilaba odio a los poderosos, el hecho de haber sido una niña maltratada y portadora de un super ego. Y la Dirección General de Inteligencia (DGI) la motivaba, le recordaban que sus informes llegaban directamente al propio comandante Fidel.
El ex agente cubano de la Dirección General de Inteligencia (DGI), García Díaz no descarta el plano psicológico ya que forma parte importante del reclutamiento de espías, la información que brindaba Belén Montes era de primera calidad y prioritaria para Cuba y los jefes de la DGI despachaban directamente con Fidel Castro, sin tener que pasar por el ministro del Interior.
Analistas de la CIA confirmaron la tesis de García Díaz porque creen que Mario Monzón Barata «Aquiles» y Eduardo Martínez Borbonet, alias «Fidel», manipularon a Montes para que pensara que Cuba necesitaba como fuera su ayuda, haciéndola «sentirse poderosa y alimentando su narcisismo», según consta en documentos desclasificados.
Los cubanos empezaron, poco a poco, pidiéndole traducciones e informaciones inocuas que pudieran ayudar a los sandinistas, su causa favorita. Sus contactos, sin que ella se diera cuenta, juzgaron en qué era más vulnerable y explotaron sus necesidades psicológicas, su ideología y su personalidad egocéntrica con el fin de reclutarla y mantenerla motivada y trabajando para la Habana, concluyó la CIA.
Emilia la madre de Ana tenía miedo de enfrentarse a su imprevisible marido, pero, al ver que los malos tratos físicos y verbales persistían, tomó la decisión de divorciarse y obtuvo la custodia de los niños. Los padres de Ana Montes se divorciaron cuando ella tenía quince años, pero el daño ya estaba hecho.
Al acabar la universidad, Ana Belén se mudó durante un breve tiempo a Puerto Rico, pero no consiguió encontrar un empleo que le gustara. Un amigo le informó que había un puesto de mecanógrafa en el Departamento de Justicia, en Washington, dejando de lado su ideología política obtuvo el trabajo.
En 1984, con 27 años, Ana Belén Montes ocupa un puesto administrativo en dicho departamento. Montes realizó un trabajo brillante en la Oficina de Recursos sobre Privacidad e Información del Departamento de Justicia. Cuando no llevaba ni un año, después de que el FBI examinara sus antecedentes, el Departamento le concedió autorización para manejar documentos muy secretos, con lo que pudo empezar a revisar algunos de los expedientes más delicados.
Mientras trabajaba, Montes inició los estudios para obtener un máster en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Al mismo tiempo fue endureciendo sus posturas políticas, fue desarrollando un verdadero odio hacia las políticas del gobierno de Reagan hacia Centroamérica, especialmente su apoyo a los Contra, los rebeldes que luchaban contra el gobierno comunista de los sandinistas en Nicaragua.
Cuando era empleada administrativa en el Departamento de Justicia en 1984, Ana Montes tenía un prometedor futuro por delante como funcionaria en Washington y estaba estudiando en una de las mejores universidades del país, o al menos una entre las más nombradas. Ana Belén había tomado partida por la defensa de la revolución cubana y en contra de la política intervencionista de su gobierno en el continente.
El gobierno cubano consideraba de «máxima prioridad» la captación de personas en las universidades estadounidenses, los servicios cubanos se preocupaban por identificar en las principales universidades de Estados Unidos a estudiantes con interés por la política. Ana Montes les cayó como regalo del cielo. Era de izquierdas y simpatizaba con la causa cubana.
Montes era bilingüe y había impresionado a sus jefes del Departamento de Justicia con su ambición y su cerebro. Pero, sobre todo, tenía acceso a materiales secretos y era alguien de dentro. «Nunca se me había ocurrido hacer nada hasta que me lo propusieron», reconoció Montes más tarde a los investigadores. Los cubanos, reveló, «trataron de apelar a mi convicción de que lo que estaba haciendo estaba bien».
Los analistas de la CIA sostienen otra versión sobre la captación. Creen que a Montes la manipularon para que pensara que Cuba necesitaba como fuera su ayuda, «le hicieron sentirse poderosa y alimentaron su narcisismo», dicen los documentos. «Sus contactos, sin que ella se diera cuenta, juzgaron en qué era más vulnerable y explotaron sus necesidades psicológicas, su ideología y su personalidad patológica con el fin de reclutarla y mantenerla motivada y trabajando para la Habana», es la conclusión de la CIA.
En la Escuela había una persona que trabajaba para los cubanos y ayudaba en la identificación de posibles agentes. Esa persona era Marta Rita Velázquez, alias «Bárbara», también conocida como «Marta Rita Kviele». El mayor éxito de la agente castrista «Bárbara» fue reclutar a Ana Belén Montes e infiltrarla en la Agencia de Inteligencia del Pentágono.
Marta Velázquez nació en Puerto Rico. Se graduó de la Universidad de Princeton en 1979 con una licenciatura en Ciencias Políticas y Estudios Latinoamericanos. Obtuvo una licenciatura en Derecho del Colegio de Leyes de la Universidad de Georgetown en 1982 y luego alcanzó una maestría de la Escuela Johns Hopkins de la Universidad de Estudios Internacionales Avanzados en Washington en 1984.
Fue contratada por el Departamento de Transporte en agosto de 1984. El gobierno estadounidense sostiene que Marta Rita Velázquez fue contratada por primera vez por el Servicio de Inteligencia de Cuba (DGI) en 1983, cuando era estudiante en la Universidad Johns Hopkins.
Según los informes, alrededor de septiembre de 1983, Marta Rita Velázquez viajó desde Washington a la ciudad de México, clandestinamente, para reunirse con oficiales de Inteligencia de Cuba. Pero en México nadie fue al encuentro de Velázquez. Según los reportes de la prensa mexicana, las autoridades de ese país habían arrestado, interrogado y luego expulsado a dos oficiales de inteligencia cubanos que habían intentado reunirse allí con ciertos exiliados cubanos de Miami.
Se supo durante los cargos presentados en 2004 por un jurado investigador de los Estados Unidos contra la ex empleada federal Marta Rita Velázquez. La acusación sellada durante nueve años, es muy prolijo en detalles acerca del reclutamiento de Montes y los métodos de la Dirección de Inteligencia cubana.
El documento precisa que una de las funciones de Velázquez en su trabajo para la Dirección de Inteligencia cubana, era ayudar en el reclutamiento y en la formación de agentes seleccionados entre ciudadanos estadounidenses que ocuparan «posiciones sensibles» o que tuvieran el potencial para ocuparlas en un futuro. Entre 1982 y 1984 Marta Velázquez coincidió con Ana Montes, también de ascendencia puertorriqueña, en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados (SAIS) de la Universidad Johns Hopkins en Washington D.C.
Según el gobierno, que, durante sus estudios en la Universidad Johns Hopkins, Marta Velázquez trabajó como un agente de señalización que ayudó a los servicios de inteligencia cubanos a identificar, evaluar y captar a personas que ocuparan posiciones sensibles de seguridad nacional.
La acusación señala que, como parte de la conspiración, Velázquez identificó y se hizo amiga de Ana Belén Montes, una compañera de estudios en la Universidad Johns Hopkins, en 1984. Ella estableció y fomentó una estrecha amistad con su paisana, además de compartir su herencia puertorriqueña, ambas compartían un fuerte odio por la política de la administración Reagan hacia el régimen sandinista de Nicaragua.
Según la acusación, Velázquez invitó a cenar a Montes en Washington, y durante la cena Marta Rita Velázquez le dijo que ella tenía amigos que podían ayudarle a cumplir sus deseos de «ayudar al pueblo de Nicaragua». En el otoño de 1984, mientras Montes trabajaba como asistente en el Departamento de Justicia y buscaba empleo en organizaciones internacionales de socorro, Velázquez la invitó a viajar con ella a New York para encontrarse con un amigo. El viaje se realizó en tren alrededor del 16 de diciembre de 1984.
El encuentro sucedió en un restaurante de la Gran Manzana. En ese lugar se reunieron con un oficial de la inteligencia cubana identificado en la acusación como «M». El hombre tenía inmunidad como diplomático de la Misión de Cuba ante Naciones Unidas, uno de los dos principales centros de la inteligencia castrista en Estados Unidos, junto con la Sección de Intereses en Washington. Luego del «almuerzo de trabajo», en actitud aduladora Marta Velázquez le dijo a su invitada que su amigo le había comentado que consideraba a Ana Montes entre sus mejores prospectos.
A principios de 1985 Marta Velázquez le pidió a Montes que preparara un curriculum, incluyendo su trayectoria en el Departamento de Justicia. Una vez terminado el curriculum, volvieron a viajar juntas a New York para entrevistarse por segunda vez con el oficial de inteligencia cubano. En esa reunión el agente cubano dispuso que las dos mujeres tenían que viajar en secreto a Cuba a través de España.
A comienzos de la década de 1980, empezó a desarrollarse el movimiento de las nuevas izquierdas culturales en muchas universidades de los Estados Unidos. Estos movimientos se oponían a la política de Ronald Reagan en Centroamérica, centrada en el ataque a la oposición a los sandinistas, el apoyo a los Contra y la ayuda a los regímenes en El Salvador y Guatemala.
Una de las organizaciones más numerosa y activa fue el «Comité de Solidaridad con el Pueblo de El Salvador». Los estudiantes más radicalizados fueron a militar con grupos marxistas en hispanoamerica a través del Comité, por ejemplo, Christine Lamont, quien se unió al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, y Lori Berenson, quien se mudó a Perú para unirse al Movimiento Revolucionario Tupac Amaru.
Según el FBI, el Servicio de Inteligencia cubano también reclutó a estudiantes como Velázquez y Montes de dentro de ese movimiento en la universidad. El caso de Marta Velázquez, en relación con los casos de Ana Belén Montes, Walter y Gwendolyn Myers, espías cubanos en el Departamento de Estado, capturados en el 2009, es una muestra del alcance de los esfuerzos de la inteligencia cubana dentro de los Estados Unidos.
Con Marta Velázquez en la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), Ana Montes en la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa (DIA), y Walter Myers en la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado, los castristas tuvieron una importante cobertura sobre la comunidad de inteligencia y política exterior del gobierno de los Estados Unidos.
Es curioso que después de que Ana Montes fuera detenida y Marta Velázquez huyera a Suecia, Walter Myers se mantuvo en el Departamento de Estado hasta su retiro en el 2007. Otro dato es que tres de estos casos están relacionados con la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de Johns Hopkins. Velázquez y Ana Montes eran estudiantes en el programa a principios de 1980, y Walter Myers impartió clases allí hasta 1977, después de recibir un doctorado de esa entidad académica en 1972.
Walter Myers regresó a la escuela después de su retiro en el 2007 y trabajó como profesor de Estudios Europeos hasta su arresto en junio del 2009. Myers podría haber fichado a otros estudiantes entre el 2007 y el 2009. La escuela es una institución de alto perfil que tiene un historial en la colocación de los graduados en los asuntos exteriores de Estados Unidos y las comunidades de inteligencia, y de contratación de ex funcionarios gubernamentales para servir como profesores.
En medios de inteligencia creen que los cubanos habrían reclutado agentes en Walsh School de la Universidad de Georgetown, de la Kennedy School, de la Universidad de Harvard o de otros centros universitarios. El caso de que había tres agentes cubanos que penetraron el gobierno de Estados Unidos y que estaban asociados con la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de Johns Hopkins, lo que no parece que sea casualidad.
En marzo de 1985, Marta Velázquez y Ana Montes viajaron a Madrid, España, donde se encontraron con un oficial de la inteligencia cubana que les proporcionó pasaportes falsos y otros documentos. Utilizaron esos documentos para viajar, de acuerdo a las instrucciones de Cuba a Praga, capital de la entonces República Socialista de Checoslovaquia. En Praga los esperaban dos cubanos, uno de ellos el oficial de inteligencia identificado en la acusación como «F».
En esa ciudad fueron trasladadas a un apartamento donde Ana Montes y Velázquez recibieron nuevos pasaportes falsos y ropa para su viaje clandestino a Cuba, en el viaje serían acompañados por «F». Una vez en Cuba, Marta Velázquez supo por otro oficial de la Dirección General de Inteligencia, identificado como «A» en el documento del Departamento de Justicia, que la razón de que nadie se encontrara con ella en México en 1983 había sido la expulsión de los dos oficiales de inteligencia.
Durante la permanencia en Cuba, a mediados de abril de 1985, Marta Velázquez y Ana Montes recibieron entrenamiento de inteligencia, en temas de espionaje como seguridad operacional y seguridad de las comunicaciones, incluida la codificación y decodificación de mensajes para transmitirlos por radio en altas frecuencias. También habrían sido sometidas a la práctica de exámenes de polígrafo o detector de mentiras, y otros métodos de entrenamiento para engañar a los operadores de polígrafo.
Al terminar el curso, regresaron a Madrid a través de Praga, con sus identidades falsas. Una vez en la capital española se tomaron fotografías turísticas en el bulevar madrileño la Gran Vía para justificar unas supuestas vacaciones en España y luego regresaron a Washington. En sus pasaportes estadounidenses se estampó como fecha de regreso el 13 de abril de 1985. De Cuba, Marta Velázquez regresaría con el nombre en clave de «Bárbara».
Entre junio y septiembre de ese año Velázquez ayudó a Montes a obtener un empleo en la Agencia de Inteligencia del Departamento de Defensa (DIA), que era una rama estudiosa del Pentágono que combina tanto defensa como inteligencia para diseñar la estrategia, la respuesta, y la política relacionada con la inteligencia nacional. Su bilingüismo fue un plus que le permitió acceder a la (DIA).
En el cuestionario sobre Seguridad del Personal del Departamento de Defensa, Ana Montes citaba a Marta Velázquez como una persona de referencia que conocía su carácter. En septiembre de 1985 Ana Montes obtuvo la plaza como analista de inteligencia de la DIA, y con ello, el acceso a un tesoro de información clasificada sobre la defensa nacional de Estados Unidos que entregaría puntualmente a lo largo de 17 años al gobierno de Cuba y a sus agentes.
Su primer destino fue la base de la Fuerza Área (AFB) de Bolling, en Washington D.C., donde trabajaba como investigadora especialista en tareas de inteligencia. Su trabajo en Defense Intelligence Agency (DIA) como analista de información, le facilitó en 1992, un puesto en el Pentágono, donde se especializó en asuntos cubanos. Ana Montes fue seleccionada para el Exceptional Analyst Program de la (DIA), y más tarde viajó a Cuba como oficial encubierta para estudiar el funcionamiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.
Ana Belén Montes, muy pronto pasaría a ocuparse de asuntos hispanoamericanos. Primero se ocupó de Nicaragua, que en ese momento se encontraba en plena guerra civil, pero con fuertes componentes internacionales en medio de la lucha imperial entre la Unión Soviética contra Estados Unidos, entre la «Contra» y el gobierno marxista sandinista.
Desde 1992 Montes fue ascendiendo rápidamente en el escalafón. A partir de 1992 se especializaría en asuntos cubanos, convirtiéndose en la principal analista sobre Cuba de la (DIA), una posición desde la que influyó en un informe de la entidad que desestimaba a Cuba como amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Siendo Ana Montes entonces ya una «espía totalmente reclutada», según consta en los archivos. Los fiscales federales encargados de su acusación posteriormente alegarían que ella ya había comenzado a trabajar para Cuba poco tiempo después de haberse unido a la DIA en 1985. En realidad, la (DIA) fue parte del plan de infiltración.
El viaje de Marta Rita Velázquez con Ana Belén Montes a Cuba se produjo después de que ella fuera contratada por el Departamento de Transporte de Estados Unidos, en agosto de 1984, y ya había recibido una autorización secreta en septiembre de 1984. En marzo de 1989, Marta Velázquez tomó un puesto como asesora jurídica para América Central con la USAID.
Fue asesora jurídica regional para la agencia en Managua, Nicaragua, entre 1990 y 1994, en Washington desde 1994 hasta 1998, y en la Ciudad de Guatemala, de 2000 a 2002. En junio de 2002, cuando se anunció que Ana Belén Montes se había declarado culpable y aceptó cooperar con el gobierno de Estados Unidos, Marta Velázquez renunció a su cargo en la (USAI y se fue a Suecia, donde permanece.
Ana Montes, de día, era una funcionaria GS-14 en un cubículo del Organismo de Inteligencia de la Defensa. De noche, trabajaba para Fidel Castro, conectada a la radio por onda corta para recibir mensajes cifrados que luego transmitía a sus contactos en restaurantes abarrotados y haciendo viajes secretos a Cuba en los que lograba salir de Estados Unidos con una peluca y un pasaporte falso.
Ana Belén Montes se dedicó al espionaje durante dieciséis años, con paciencia y metódicamente. Dando a conocer tantos secretos sobre sus colegas y sobre las plataformas avanzadas de escucha que los espías estadounidenses habían instalado en Cuba, por lo que los expertos del sector consideran que es una de las espías más dañinas de épocas recientes.
Pero Ana Belén Montes, no engañó solo a su país y a sus colegas. También traicionó a su hermano Tito, agente especial del FBI, a su exnovio Roger Corneretto, agente de los servicios de inteligencia del Pentágono especializado en Cuba, y a su hermana Lucy, con varias décadas de experiencia en el FBI y condecorada por su aportación al descubrimiento de espías cubanos.
En los días siguientes a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la oficina local del FBI en Miami declaró el estado de máxima alerta. La mayoría de los secuestradores estuvieron viviendo por cierto tiempo en el sur de Florida, y el FBI quería averiguar si había algún yihadista más que se hubiera quedado en Florida.
Por eso, cuando un supervisor llamó a Lucy Montes y le pidió que fuera a su despacho, a ella no le extrañó. Lucy era una veterana analista lingüística del FBI, acostumbrada a traducir cintas de escuchas y otros materiales delicados. Sin embargo, aquella llamada repentina no tenía nada que ver con el 11-S.
El supervisor le dijo a Lucy: «Han detenido a tu hermana Ana, acusada de espionaje, un delito que puede castigarse con pena de muerte. Tu hermana es una espía cubana». A Lucy la noticia le resultó curiosamente tranquilizadora. «Me lo creí de inmediato», recordaba en una entrevista. «Explicaba un montón de cosas».
Ana Montes hizo mucho daño espiando para Cuba. En las agencias de inteligencia del gobierno estadounidense la conocen como la «Reina de Cuba», pero es muy probable que en Cuba no hayan oído hablar de ella. Cuando fue detenida los medios de comunicación estaban centrados en los atentados terroristas en la Torres Gemelas.
El caso de Ana Belén Montes seguirá siendo desconocido para la mayoría de personas, sean estadounidenses, cubanas o de muchas partes del mundo. Hoy, Ana Montes sigue siendo la espía más importante de la que menos se ha oído hablar. El 21 de septiembre de 2001, Montes, fue arrestada y acusada del delito de «conspiración para cometer espionaje» a favor del gobierno cubano.
En octubre de ese año, se declaró culpable y en 2002 fue condenada a 25 años de cárcel y cinco años de libertad vigilada bajo el régimen especial de «probation». Ana Belén Montes superó varias pruebas del detector de mentiras al caer bajo sospecha, sin ser detectada jamás, al igual que ocurrió con otros espías notorios como Aldrich Ames, Karl Koecher, o Leandro Aragoncillo.
Años después de la detención de los espías de la «Red Avispa» en las calles de La Habana, se podía encontrar afiches o consignas por la libertad de los cinco espías cubanos detenidos en Estados Unidos. Cada medio kilómetro, había un cartel o una valla publicitaria con los rostros de los espías cubanos o un lema de Fidel Castro diciendo «Volverán».
Desde edades preescolares, a los niños se les hablaba sobre los «cinco héroes». Con frecuencia, en murales del sindicato o matutinos laborales, se recordaba la injusta detención de «los cinco luchadores antiterroristas». Sin embargo, en la isla no se hablaba de ella, la «Reina de Cuba» no existía para los cubanos. Ana Belén Montes no le cuadra al aparato publicitario cubano, la información que manejaba la espía estrella de Fidel Castro no es para ventilar, los cubanos nunca vieron el rostro de Ana Belén Montes.
La Red Avispa.
El 14 de septiembre de 1998, el agente especial del FBI, Raúl Fernández se apersonó en las cortes de Miami para presentar ante el juez distrital Joan Lenard, una acusación que dio como resultado uno de los casos más originales de espionaje. El FBI, tras una prolongada investigación, arrestó a diez individuos en Florida por llevar a cabo labores de espionaje contra los Estados Unidos, a nombre de Cuba.
El servicio de investigación criminal de la marina de Estados Unidos (NCIS) formó parte a su vez de las pesquisas. El descubrimiento de la «Red Avispa» ayudó a enfocar la atención en lo extenso del espionaje cubano contra Estados Unidos.
La «Red Avispa», integrada por dieciséis agentes cubanos tenía como cometido espiar agencias oficiales norteamericanas, infiltrar importantes instalaciones militares de los Estados Unidos, como el Comando Sur, el Comando Central (CENTCOM) en Tampa, responsable de las actividades militares en el Cercano Oriente y en el sur y dentro de Asia. El jefe del CENTCOM, general Tommy Franks, encabezó las operaciones militares contra los terroristas en Afganistán y en las áreas vecinas.
Asimismo, tenían como misión introducirse y manipular a los grupos anti-Castro en el sur de La Florida. Al desarticularse la red por el FBI, sus miembros fueron acusados de actuar conscientemente como agentes de Cuba, y de conspirar para apropiarse de información de la defensa y la seguridad nacional. De los dieciséis miembros de la Red Avispa identificados, ocho fueron condenados o se declararon culpables, cuatro escaparon hacia Cuba y el resto habían empezado a ser juzgados.
Ana Belén Montes fue la prisionera 25037-016 de la cárcel texana del Federal Medical Center, Carswell en Fort Worth. Según la Oficina Federal de Prisiones de los Estados Unidos, la cárcel provee servicios médicos y de salud mental a delincuentes de sexo femenino. Su fecha tentativa de liberación estaba prevista para el 1 de julio de 2023, pero salió el 6 de enero de este año.
Ana Montes, en otro tiempo una condecorada analista de los servicios de inteligencia que residía en un apartamento de dos dormitorios en el barrio de Cleveland Park (Washington), estuvo viviendo en una celda para dos en la cárcel de mujeres de más alta seguridad de todo el país.
Tuvo como vecinas a una antigua ama de casa que estranguló a una embarazada para quedarse con su bebé, una veterana enfermera que mató a cuatro pacientes con inyecciones masivas de adrenalina y Lynette Fromme, «La chillona», una seguidora de Charles Manson que trató de asesinar al presidente Gerald Ford. Pero la vida de la prisión no cambió a la antigua analista del Departamento de Defensa.
Años después de ser atrapada, Ana Montes mantenía su actitud desafiante. «No me gusta nada estar en prisión, pero hay ciertas cosas en la vida por las que merece la pena ir a la cárcel», escribía Montes en una carta de catorce páginas a un familiar. «O por las que merece la pena suicidarse después de hacerlas, para no tener que pasar todo ese tiempo en la cárcel».
En los primeros años, Ana Montes cometió un error al confiar a su vieja amiga de España, Ana Colón, que había ido a Cuba y había tenido una aventura con el guapo chico que le había servido de guía en la isla. Ana Belén Montes le contó asimismo que iba a empezar a trabajar en la (DIA). «Me dejó estupefacta», recuerda Colón. «No entendía por qué alguien con sus opiniones izquierdistas podía querer trabajar para el Gobierno y el Ejército de Estados Unidos».
Ana Belén Montes le explicó que quería trabajar en política y que era, «al fin y al cabo, una chica americana normal». Sin embargo, días después de la confesión, Ana Montes dejó de hablar con su amiga. Colón la llamó y le escribió una carta detrás de otra durante dos años y medio, sin resultado. Ana Montes no respondía. Colón nunca volvió a saber de ella.
Lucy Montes también estaba asombrada por la decisión de su hermana de trabajar para el Departamento de Defensa. Pero era su hermana, la quería, y tenía tantas ganas de conservar la relación con ella que no insistió. Desde su ingreso en la (DIA), Ana era cada vez más introvertida y de opiniones más rígidas. «Cada vez me contaba menos cosas de su día a día», dice Lucy. Lo irónico era que Ana, entonces, tenía muchas más cosas en común con sus hermanos.
Si bien Juan Carlos, el pequeño, era propietario de una mantequería en Miami, Lucy y el otro hermano, Alberto, «Tito», habían decidido trabajar para proteger Estados Unidos. Tito era agente especial del FBI en Atlanta, donde trabajaba y estaba casado con otra agente del FBI. Lucy era analista de lengua española del FBI en Miami, y que con frecuencia incluye casos relacionados con cubanos. El que entonces era su marido también trabajaba para el FBI.
Lucy la hermana de Ana Belem, al cumplirse diez años de su detención habló en una entrevista: «No estoy de acuerdo con lo que parecen pensar muchos amigos suyos, que lo que hizo tiene una buena excusa, ni puedo entender por qué lo hizo, ni pienso que este país actuara mal. No tiene nada de admirable», dice Lucy.
Ana Montes, pronto se convirtió en la analista principal de la (DIA) sobre El Salvador y Nicaragua, y luego designada analista política y militar jefe para Cuba. No solo era una de las más avezadas intérpretes de los asuntos militares cubanos que tenía el gobierno estadounidense (poco sorprendente, dado que tenía informaciones privilegiadas) sino que aprendió a influir en la política de Estados Unidos respecto a Cuba, sobre todo para suavizarla.
En su ascendente carrera, Ana Belén Montes recibió gratificaciones en dinero y diez reconocimientos especiales a su labor, entre ellos un certificado especial que le entregó el entonces director de la CIA, George Tenet, en 1997. Los cubanos también premiaron a su mejor alumna con una medalla, un símbolo privado que Ana Montes nunca pudo exhibirlo en público.
Desde el cubículo C6-146A en el cuartel general de la DIA, en la Base Conjunta Anacostia-Bolling de Washington, tenía acceso a cientos de miles de documentos secretos, y solía almorzar en su mesa, absorta en aprenderse de memoria páginas enteras de los informes más recientes. Ana Belén podía ser simpática y divertida, sobre todo con los jefes o cuando intentaba acceder a una reunión informativa en la que iba a haber secretos. Podía también ser arrogante y rechazar las invitaciones a actos sociales.
Luego de terminar su jornada en la (DIA) continuaba trabajando en su apartamento de Macomb Street, en Cleveland Park. Jamás llevaba un documento a casa. Solía memorizar detalladamente todo lo que leía durante el día para luego reproducir documentos enteros en un portátil Toshiba. Durante años realizaba la misma rutina, guardaba documentos de máximo secreto en disquetes baratos que compraba en Radio Shack.
Montes recibía las órdenes como los espías en la época de la Guerra Fría, a través de mensajes numéricos transmitidos de manera anónima por onda corta. Se puede decir que su técnica era clásica, los agentes de inteligencia le enseñaron a pasar paquetes a otros espías sin que se notara, a comunicarse en clave y a desaparecer en caso necesario. A fingir ante el detector de mentiras. Ana les contó a los investigadores cual era el truco, se trataba de contraer estratégicamente los esfínteres.
No olvidar que Ana Belén Montes había pasado la prueba del detector de mentiras de la (DIA) en 1994, cuando ya llevaba casi diez años espiando. Sintonizaba un aparato de radio Sony con la frecuencia 7887 y esperaba a que comenzara a emitir la «emisora de los números».
Una voz de mujer interrumpía las interferencias de ultratumba para declarar: «¡Atención! ¡Atención!» y soltar 150 números en medio de la noche. «Tres-cero-uno-cero-siete, dos-cuatro-seis-dos-cuatro», repetía la voz. Ana Montes tecleaba luego las cifras en su ordenador y un programa que le habían instalado los cubanos convertía los números en texto en español.
Solía arriesgarse al reunirse con cubanos en persona, cenaba con sus contactos cada pocas semanas en restaurantes chinos del área de Washington, y aprovechaba para pasarles los nuevos disquetes por encima de la mesa. A veces también había entregas clandestinas durante sus vacaciones en las soleadas islas del Caribe.
Según los informes, Ana Belén Montes llegó a viajar en cuatro ocasiones a Cuba, para reunirse con los máximos responsables de los servicios de inteligencia. En dos de ellas, utilizó un pasaporte cubano falso, se disfrazó con peluca y viajó a través de Europa para disimular su pista.
Otras dos veces, obtuvo la autorización del Pentágono para ir a la isla en misiones oficiales dentro de su trabajo para el gobierno. De día tenía reuniones en la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana, pero luego se escabullía para informar a sus jefes cubanos.
En Estados Unidos, cuando Ana Montes necesitaba transmitir un mensaje urgente, tenía un número de busca. Buscaba cabinas telefónicas en el zoológico, en la estación de metro de Friendship Heights o la tienda de Hecht’s en Chevy Chase para llamar a los buscas de los cubanos. Tenían claves que significaba «Estoy en grave peligro», otra, «Tenemos que vernos».
Entrenados en espionaje por el KGB, los cubanos solo se fiaban de las viejas técnicas del oficio. Las claves de busca y las notas de onda corta se escribían en papel con un tratamiento especial. «Las frecuencias y la hoja de consulta de los números estaban en papel soluble en agua», explica Pete Lapp, del FBI, uno de los dos máximos responsables de investigar el caso. «Un papel que, cuando se tira al váter, se evapora».
Ana Montes solo confiaba en sus contactos, su trabajo de espía era solitario. Los encuentros de familia y las vacaciones con sus dos hermanos del FBI, que estaban casados con agentes también del FBI, estaban cargadas de tensión. Al principio a Ana Belén la compañía de los cubanos le bastaba como vida social: «Me daban apoyo emocional. Comprendían mi soledad», confesó Ana Montes a los investigadores.
Pero al llegar a los cuarenta, Ana Belén empezó a deprimirse. «Tenía ganas, por fin, de compartir mi vida con alguien, pero era una doble vida, así que me parecía que nunca podría ser feliz», confesó. Los cubanos le buscaron un amante, pero, después de un par de días entretenidos, ella se dio cuenta de que no podía ser feliz con un novio «de encargo». Cuando los agentes del FBI registraron su apartamento en Cleveland Park encontraron su computadora y la emisora que usaba para mantener comunicación con Cuba.
El aislamiento de Ana Belén se agravó aún más cuando, por una extraña coincidencia, su hermana Lucy empezó a trabajar en el mayor caso de su carrera: un golpe masivo contra los espías cubanos que trabajaban en Estados Unidos. Fue en 1998. La oficina de Miami había descubierto una red de espías cubanos con base en Florida, la llamada «Red Avispa».
La «Red Avispa» con más de una docena de miembros estaba infiltrándose en organizaciones de cubanos en el exilio y en instalaciones militares estadounidenses de Florida. Para Lucy, el caso Avispa fue el punto culminante de su carrera. El FBI le había ordenado que tradujera horas de conversaciones grabadas de espías cubanos que estaban tratando de penetrar en la base del Mando Sur de Estados Unidos, en Doral, Florida.
Lucy recibió elogios de sus jefes y una condecoración de una cámara de comercio hispana de la región. Pero nunca se lo contó a Ana. Aunque esta última era una de las principales expertas del mundo en Cuba y lo normal habría sido pensar que le iba a encantar saber que su hermana había contribuido al descubrimiento de la red de espías, Lucy estaba convencida de que Ana habría cambiado de tema. «Sabía que no le iba a interesar oírmelo contar ni hablar de ello», dice.
El triunfo de Lucy se convirtió en motivo de desesperación para Ana Belén. Sus contactos, de pronto, se ocultaron. Pasaron meses sin intentar hablar con ella, mientras valoraban las consecuencias de la investigación. «Era una cosa que me permitía sentirme a gusto conmigo misma, y desapareció», contaría después a los investigadores. Y con ello, tocó fondo. Empezó a llorar sin motivo, a experimentar ataques de pánico e insomnio. Buscó tratamiento psiquiátrico y empezó a tomar antidepresivos.
Posteriormente, los psicólogos consultados por la CIA llegarían a la conclusión de que el aislamiento, las mentiras y el temor a ser capturada habían agudizado unos síntomas que rayaban en el trastorno obsesivo-compulsivo. Ana Belén Montes se aficionó a darse largas duchas con diferentes jabones y a llevar guantes cuando iba en el coche. Mantenía un control estricto de su dieta y, a veces, no comía más que patatas cocidas sin sal.
En una fiesta de cumpleaños que se celebró en casa de Lucy en 1998, Ana Belén estuvo sentada con el rostro impasible y casi sin hablar. «Algunos amigos míos pensaron que era una maleducada, que había algo peculiar en ella. Y lo había. Había perdido a su contacto», explica Lucy.
En aquellos días, la ansiedad de la mujer era compartida por las autoridades cubanas, que durante un tiempo tras el 11-S temieron que George W. Bush les incluyese también en el denominado «eje del mal» y aprovechase la coyuntura para tratar de resolver militarmente la «cuestión cubana». Además, en esta ocasión no podrían contar con la inestimable ayuda de Montes a la hora de prepararse para una invasión.
Pero dentro de la DIA, Ana Belén Montes seguía estando por encima de toda sospecha. Ana Montes había logrado mucho más de lo que habían podido imaginar los cubanos. Se reunía con la Junta de jefes de estado mayor, el Consejo Nacional de Seguridad e incluso el presidente de Nicaragua para informarles sobre la capacidad militar de Cuba.
Ayudó a redactar un polémico informe del Pentágono en el que se decía que Cuba tenía una «capacidad limitada» de hacer daño a Estados Unidos y solo podía ser un peligro para los ciudadanos estadounidenses «en determinadas circunstancias». Ana Montes estaba a punto de obtener otro ascenso, en esta ocasión una prestigiosa beca para trabajar con el Consejo Nacional de Inteligencia, un órgano consultivo que asesoraba al director de los servicios de inteligencia y que tenía su sede en el cuartel general de la CIA, en Langley.
Montes estaba a punto de lograr acceso a informaciones todavía más valiosas. Su trayectoria de espía habría alcanzado alturas inimaginables si no hubiera sido por un funcionario corriente de la (DIA) llamado Scott Carmichael. Carmichael no encajaba en el estereotipo del caza espías sofisticado y educado en Georgetown. Carmichael, entre risas, decía que él era «un guardia de seguridad de Kmart», pero, desde hace un cuarto de siglo, el trabajo de este expolicía del cinturón ganadero de Wisconsin consistía en cazar espías para la (DIA).
En septiembre del año 2000 Scott Carmichael obtuvo una pista fundamental. Una funcionaria de los servicios de inteligencia había ido a ver al veterano analista de contraespionaje de la (DIA) Chris Simmons y, a pesar de poner en peligro su puesto de trabajo, le había dicho que el FBI llevaba dos años tratando en vano de identificar a un funcionario de la administración que, al parecer, era espía cubano.
Era un caso etiquetado como «UNSUB», es decir, «unidentified subject», sujeto no identificado. El FBI sabía que la persona en cuestión tenía acceso privilegiado a documentos de Estados Unidos sobre Cuba, había comprado un portátil Toshiba para comunicarse con Cuba, y alguna otra cosa más. Pero al contar con tan pocos detalles, la investigación estaba estancada.
Scott Carmichael se puso a trabajar en ello. Junto con su colega Karl James, «el caimán», cotejó varias pistas de las que tenía el FBI con las bases de datos de sus empleados. Los funcionarios de la DIA renuncian a gran parte de su derecho a la intimidad cuando solicitan autorizaciones para acceder a materiales secretos, de modo que Carmichael pudo entrar en los estados de cuentas personales, los historiales médicos y los itinerarios detallados de viaje de muchos de ellos.
La búsqueda de ordenador produjo más de cien nombres posibles. Después de examinar alrededor de veinte, apareció en la pantalla de Scott Carmichael «Ana Belén Montes». Carmichael ya la conocía. Cuatro años antes, un analista colega de Ana Montes en la DIA había dado la voz de alarma, preocupado por sus intentos, a veces excesivos, de tener acceso a información delicada.
Scott Carmichael la había entrevistado y había pensado que mentía. «Me había dejado intranquilo», recuerda. Pero Ana Montes, hábilmente, había sabido explicar todos sus actos y Carmichael había dado carpetazo al asunto. Ahora, la pantalla del ordenador volvía a mostrar su nombre, y él se convenció de que debía de ser la espía. «Estaba seguro, completamente seguro de que tenía que ser ella», dice.
Marta Velázquez, en una manifestación en la Universidad de Princeton, 1976. – Ana Belén Montes (derecha) con una amiga.
El FBI, sin embargo, no lo vio tan claro. El agente responsable, Steve McCoy, no dio crédito a los argumentos de Carmichael, destacó que muchos otros empleados y contratistas de la administración federal podrían encajar con las mínimas pruebas circunstanciales que parecían señalar a Ana Belén Montes. Y algunas de las pruebas de Carmichael aparentemente no tenían sentido.
Scott Carmichael reconoció que su teoría tenía lagunas y se recordó a sí mismo que Ana Montes era una funcionaria ejemplar. Además, sabía que desde la Guerra Fría se había procesado a muy pocas mujeres por espionaje en Estados Unidos. Aun así, estaba seguro de tener razón.
Cuando salió de las oficinas del FBI aquel primer día, hizo una promesa. «Recuerdo que miré hacia la DIA y estaba muy cabreado», dijo, años después. «Le dije al caimán que aquello era la guerra. Le dije: Vamos a deshacernos de esa… mujer, y estos tíos no lo saben todavía, pero van a acabar ocupándose de su caso».
Carmichael elaboró el expediente sobre Ana Belén Montes y empezó a acosar a Steve McCoy con datos, fechas y coincidencias. Se buscaba excusas para pasar por el despacho del agente del FBI a hablar de Ana Montes e ir rellenando huecos. Y cuando McCoy le ignoraba, acudía directamente a sus jefes.
Después de nueve semanas, la incesante campaña de Carmichael dio fruto. McCoy se convenció y convenció a sus jefes para que abrieran una investigación formal. «Fue un golpe de suerte que la DIA nos viniera a decir que sospechaban de Montes», dice Pete Lapp, el compañero de McCoy en el caso.
A pesar de sus diferencias, Steve McCoy asegura que Scott Carmichael merece todos los elogios por su tenacidad: «Él fue el que descubrió el caso y nos proporcionó a la culpable» y, «a partir de ahí, el FBI pudo desarrollar su investigación».
Cuando el FBI tomó cartas en el asunto, asignó más de cincuenta personas a la investigación y obtuvo autorización de un juez del Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera, a pesar de su escepticismo, para llevar a cabo registros a escondidas del piso, el coche y el despacho de Montes. Varios agentes la siguieron y la filmaron cuando hacía llamadas sospechosas desde cabinas telefónicas.
Pete Lapp utilizó una carta de los responsables de seguridad nacional, una especie de citación administrativa, para tener acceso ilimitado al historial bancario de Ana Montes. Se enteró de que había solicitado un crédito en 1996 en una tienda de CompUSA en Alexandria. ¿Para comprar qué? El mismo modelo de ordenador portátil Toshiba que figuraba en las informaciones originales de antes de empezar la investigación. «Fue maravilloso, maravilloso», recuerda Pete Lapp. «Fue una labor detectivesca de las de toda la vida».
Pero no había ningún testigo que hubiera visto a Ana Montes entrevistándose con un cubano, escribiendo mensajes cifrados en el trabajo ni metiendo ningún documento secreto en su cartera. Por eso, Pete Lapp se jugaba mucho con el primer registro del apartamento. Necesitaba pruebas concretas de que montes era espía. Pero no podía permitirse una búsqueda chapucera que despertase sus sospechas.
«Han sido siempre mis mayores momentos de tensión profesional, eso de entrar legalmente en la vivienda de alguien, pero sin que esa persona lo sepa y con el riesgo de que te puedan descubrir», dice Lapp, que antes de esta vida había sido policía. «Es como ser un ladrón, legal, pero, si te atrapan, toda la investigación se hace añicos».
Había un elemento añadido de urgencia que era el ascenso pendiente de Montes al consejo asesor de la CIA. Carmichael necesitaba retrasarlo sin que se notara. Con la ayuda del entonces director de la DIA, el vicealmirante Thomas Wilson, se le ocurrió un truco muy sencillo. En la siguiente reunión de personal, alguien debía mencionar de pasada que muchos empleados de la DIA estaban en comisión de servicios en otros organismos, una práctica habitual.
Thomas Wilson se indignaría y anunciaría que todos los traspasos de personal quedaban congelados. La trampa funcionó. Montes no se enteró de que la moratoria establecida en toda la oficina estaba pensada solo para ella. Docenas de supervisores en otros organismos llamaron a Thomas Wilson para quejarse, pero la falsa rabieta consiguió que Ana Montes no fuera a la CIA.
Justo cuando la investigación del FBI estaba intensificándose, Ana Belén Montes se enamoró. Había empezado a salir con Roger Corneretto, un agente responsable de inteligencia que dirigía el programa relacionado con Cuba en el Mando Sur, la instalación militar en la que la red Wasp había intentado infiltrarse. A Corneretto, que era ocho años más joven que Ana Belén Montes, le atrajeron su ambición, sus faldas ajustadas y su cerebro.
Corneretto dice que, al principio, le gustó el reto de tratar de conquistar a la «Reina de hielo» de la DIA. «Tardé mucho en lograr que me aceptara y, cuando lo hice, me di cuenta de que no había una avalancha de cariño y simpatía que compensaran su carácter y su inexplicable hostilidad hacia gente que eran buenas personas», así recordaba Corneretto.
Roger Corneretto, actualmente está casado y trabaja para el Pentágono. Acepta a regañadientes hablar sobre su desgraciada relación. «Nos engañó a todos, a un círculo de gente muy unida, pero yo además estaba saliendo con ella, así que [mi] sentimiento de vergüenza, culpa, fracaso y responsabilidad personal fue indescriptible», confiesa.
Dice que Ana Belén Montes es «una persona que, con toda su formación, se ofreció para hacer el trabajo sucio para un Estado policial y nunca se ha arrepentido» y declara que «nunca podré perdonarla».
A pesar de las obvias posibilidades de obtener información que le ofrecía el novio, los investigadores creen que el afecto de Montes era genuino. Ella se hacía ilusiones de crear una familia y abandonar el espionaje. Pero sus jefes no estaban dispuestos a perder a la persona más productiva con la que contaban.
«Soy un ser humano con necesidades que ya no podía seguir negando. Pensé que los cubanos me comprenderían», reveló posteriormente a sus interrogadores. Sin embargo, a los servicios de espionaje eso les daba igual. «Fue ingenua y creyó que le iban a dar las gracias por su ayuda y le iban a permitir que dejara de espiar para ellos», dice el análisis de la CIA.
El 25 de mayo de 2001, Lapp y un pequeño equipo de especialistas en entrar en pisos se introdujeron en el apartamento número 20. Ana Montes estaba de viaje con Roger Corneretto, y el FBI registró sus armarios y cestas de la ropa, examinó los libros ordenados en los estantes y fotografió sus papeles privados.
Vieron una caja de cartón en el dormitorio y la abrieron con sumo cuidado. Dentro había una radio Sony de onda corta. Buen comienzo, pensó Lapp. A continuación, los técnicos encontraron un ordenador Toshiba. Copiaron el disco duro, lo apagaron y se fueron. Varios días después, un fax protegido de la oficina de Washington empezó a escupir papeles con la traducción de lo que habían encontrado en el disco duro. «Fue nuestro momento eureka», dice Lapp.
Poco después, los agentes hallaron en el bolso de Montes una pequeña hoja de papel con una matriz escrita, «un criptomaterial que Ana empleó cuando se comunicó con los cubanos vía pager (localizador)». «Y eso era exactamente lo que estábamos buscando para determinar cuál era el mensaje entre ella y la inteligencia cubana», dijo otro oficial entrevistado.
Los documentos, que Ana Montes había intentado borrar, incluían instrucciones para traducir las cifras emitidas por radio y otras pistas elementales de espionaje. Un documento mencionaba el auténtico apellido de un agente estadounidense que había trabajado con un nombre falso en Cuba. Ana Montes había revelado su identidad a los cubanos, y su responsable le daba las gracias y le decía: «Cuando llegó, le estábamos esperando con los brazos abiertos».
El FBI necesitaba más datos. Quería las claves que sin duda Montes debía de llevar en el bolso. Carmichael quedó encargado de elaborar un plan para que se dejara el bolso en la oficina. Tal como cuenta él en su libro de 2007, «True Believer», el complicado plan de Carmichael consistió en un falso fallo informático y una supuesta invitación a hablar en una reunión que se iba a celebrar en otra planta. La sala donde se iba a hacer estaba tan cerca que era posible que Ana no se llevara el bolso, y la reunión era tan corta que no necesitaba cogerlo para irse a comer después.
El día elegido, dos técnicos de los servicios informáticos se metieron en el cubículo de Montes a investigar un nuevo y molesto fallo del ordenador. Uno de ellos era el agente especial del FBI Steve McCoy. Cuando los colegas de Montes miraban para otro lado, McCoy metió el bolso en su caja de herramientas y se fue.
El FBI copió rápidamente el contenido y devolvió el bolso. Dentro tenía las claves de aviso para el busca y un número de teléfono (con el prefijo de zona 917, de New York) que con posterioridad descubrieron que estaba relacionado con el espionaje cubano.
Al FBI le preocupaba que no hubiese un testigo que viera a Ana Belén Montes entregar documentos secretos a los cubanos. Temían que Ana Montes pudiera negociar una resolución que le permitiera salir bien librada. No quedaba mucho tiempo, unos aviones secuestrados se habían estrellado contra el Pentágono y el World Trade Center, y, de la noche a la mañana, la DIA se encontró en pie de guerra.
Nombraron a Montes jefa de división en funciones, debido a su veteranía. Peor aún, unos superiores suyos que no estaban al tanto de la investigación la escogieron como responsable de un grupo que debía procesar listas de objetivos para Afganistán. Wilson, el director de la DIA, había exigido que se reforzara la seguridad operativa alrededor de ella. Pero ahora quería que desapareciera.
Cuba tenía antecedentes históricos de vender secretos a los enemigos de Estados Unidos. Si Montes obtenía el plan de guerra del Pentágono en Afganistán, los cubanos estarían encantados de transmitir la información a los talibanes. A Carmichael se le ocurrió la maniobra definitiva. El 21 de septiembre de 2001, un jefe llamó a Ana Belén Montes de parte de la oficina del inspector general de la DIA para que fuera urgentemente a hablar sobre una infracción que había cometido uno de sus subordinados.
Ana Montes acudió de inmediato y la llevaron a una sala de reuniones en la que le aguardaban McCoy y Pete Lapp. Steve McCoy hizo de policía bueno e insinuó en términos ambiguos que un técnico o un informador los había llevado a ella. Montes palideció y fijó la mirada en el horizonte. McCoy quitó importancia a su culpabilidad, con la esperanza de que ella tratara de disculpar con excusas inocentes los contactos no autorizados que había mantenido con agentes cubanos.
Pero, cuando Ana Montes preguntó si la estaban investigando, solicitó un abogado, la farsa llegaba a su fin «Lamento decirle que está detenida por conspiración para cometer actos de espionaje», anunció Steve McCoy. Pete Lapp le colocó las esposas y acompañaron a Montes en su última despedida de la oficina.
Tenían preparadas a una enfermera, bombonas de oxígeno y una silla de ruedas por si acaso, pero la «Reina de Cuba» no necesitó ninguna ayuda. «Pensamos que se desvanecería, que se derrumbaría», dice Pete Lapp. «Pero creo que habría podido llevarnos a los dos a caballo. Salió totalmente tranquila, no diré que ‘orgullosa’, pero llena de serenidad».
Ana Belén Montes, que nunca detectó el chequeo ni los registros secretos efectuados en su casa y oficina, fue apresada en su puesto de trabajo, cuando más confiada estaba porque había sido propuesta para ser asesora del estratégico Consejo de Seguridad Nacional (CSN).
La Dirección General de Inteligencia (DGI) de Cuba que tenía la obligación de protegerla, tampoco detectó el seguimiento del FBI y fueron pillados por sorpresa, sin tener siquiera tiempo a poner en marcha el plan emergente de fuga que habría diseñado ante una eventual ocasión. «No había señal de emoción en su rostro», cuenta Carmichael en su libro Verdadera creyente: «Si no fuera por las esposas que tenía en sus muñecas, parecía estar en una cola para comprar el ticket en un cine. Fue escalofriante».
Poco después, los agentes hallaron en el bolso de Montes una pequeña hoja de papel con una matriz escrita, un criptomaterial que la espía empleó cuando se comunicaba con oficiales cubanos, a través de un localizador. Un desliz raro en alguien que jamás sacaba información de la DIA en soporte digital o escrito, sino que memorizaba lo importante y luego lo redactaba en la computadora comprada en CompUSA.
«Y eso era exactamente lo que estábamos buscando para determinar cuál era el mensaje entre ella y la Inteligencia cubana», concluyó el oficial del FBI. Un recibo de compra (ticket) echó por tierra la fachada de la espía convicta Ana Belén Montes. Uno de los oficiales a cargo de la investigación contó a CNN, como recibieron información sobre una computadora comprada casi cinco años atrás por una persona desconocida, bajo las órdenes del régimen cubano, para realizar tareas de espionaje.
En abril de 2001, el FBI había conseguido la autorización para acceder a los archivos de la tienda CompUSA, donde la espía había obtenido la computadora, y llegaron justo a tiempo, porque la compañía solo guardaba registros de compra por cinco años. El oficial detalla que comenzaron a sacar cajas hasta que, pasados unos veinte minutos, la asistente del gerente de la tienda les preguntó, con el recibo en la mano: «¿Es esto lo que están buscando?».
«De hecho era la compra que Ana hizo, bajo su propio nombre, de una computadora, que nosotros podíamos probar que los cubanos le dieron la tarea de comprar en octubre de 1996. Este recibo de la tienda probó que ella era, de hecho, la espía», dijo el oficial.
Ese mismo día, un equipo del FBI registró el piso de Ana Montes durante horas, en busca de pruebas. Ocultas en el forro de un cuaderno encontraron las claves manuscritas que empleaba Montes para cifrar y descifrar mensajes, frecuencias de radio de onda corta y la dirección de un museo en Puerto Vallarta, México, donde debía acudir en caso de urgencia. Estaban escritas en papel hidrosoluble.
Otra orden que Montes cumplió a cabalidad fue manipular evaluaciones e informes para generar la ficción de que Cuba no representaba un peligro para Estados Unidos, y fue tal su éxito que Fidel Castro, persuadido de la solidez de la fachada profunda de su espía joya, alardeó en varias ocasiones de aquellos reportes del Pentágono y la comunidad de Inteligencia estadounidenses.
Una idea de la importancia que tenía Ana Belén Montes para la Dirección General de Inteligencia de Cuba es que no era monitoreada por uno de los oficiales de Inteligencia adscritos a la Misión diplomática acreditada ante Naciones Unidas, sino por un oficial ilegal cubano, con falsa nacionalidad extranjera, sembrado en Estados Unidos, según el sumario judicial.
Para Lucy Montes, la detención de Ana Belén fue humillante. A Tito y a ella les preocupó la posibilidad de perder sus puestos en el FBI, y sintieron sucesivas oleadas de indignación. Pese a eso, durante casi una década, Lucy pensó que no servía de nada hablar en contra de ella. «Me pareció mejor ser simplemente su hermana, no juzgarla ni sentenciarla».
Sin embargo, a finales de 2010, Ana Montes se excedió. Desde su celda en una prisión de Texas, escribió una carta llena de furia en la que sugería a Lucy que fuera a ver a un psicólogo para librarse de la ira latente que la inundaba. Semejante hipocresía fue la gota que colmó el vaso. «He pensado que ha llegado el momento de que te cuente exactamente qué pienso de ti», respondió Lucy el 6 de noviembre de 2010, en una carta de dos folios que mostró al periodista. «Nunca te lo había dicho porque… me parecía una crueldad, contigo en la cárcel. Pero debes saber lo que nos has hecho a todos nosotros».
Lucy empezaba mencionando a su adorada madre, Emilia. «Tienes que saber que has arruinado la vida de mamá. Cada mañana se levanta destrozada por lo que hiciste y por dónde estás». No bastó, seguía Lucy, con que su madre «estuviera casada con un hombre violento durante 16 años y criara a cuatro hijos sin ayuda. No, tú has tenido que arruinar sus últimos años, cuando debería poder vivir contenta y en paz».
Luego Lucy pasaba a hablar de los más próximos a Ana Belén. «Traicionaste a tu familia, traicionaste a todos tus amigos. Traicionaste a todos los que te querían». «Traicionaste a tus colegas y a tus jefes, y traicionaste a nuestro país. Espiaste para un megalómano perverso que entrega o vende nuestros secretos a nuestros enemigos».
Por último, Lucy deshacía las manidas justificaciones de Ana. «¿Por qué hiciste lo que hiciste, de verdad? Porque te daba la sensación de ser poderosa. Sí, Ana, querías sentirte poderosa. No eres ninguna altruista, no te preocupaba “el bien común”, te importabas tú. Necesitabas tener más poder que otras personas», era la conclusión de Lucy. «Eres una cobarde».
En las entrevistas, Lucy se negó a disculpar a su hermana. Aunque su difunto padre tenía un genio aterrador, Lucy también recuerda que era un hombre compasivo y con sólidos valores. «Crecimos todos en el mismo hogar, tuvimos los mismos padres, así que no se puede achacar todo a lo que pasaba en nuestra casa», dice. «Si hay algo que nos enseñó mi padre es el respeto a la ley y a la autoridad. A mí no se me pasó jamás por la imaginación que mi hermana pudiera hacer algo semejante, porque no nos educaron así».
Ana Belén Montes fue recluida en el Centro Médico Federal Carswell de Fort Worth, Texas, en una galería de veinte presas reservada para las criminales más peligrosas del país. A Ana Belén se le prohibió recibir visitas de amigos, ni le estuvo permitido hablar por teléfono ni recibir periódicos, revistas o ver televisión.
No pudo recibir paquetes, ni nadie podía indagar por su salud ni conocer porque estaba en un centro destinado a personas con problemas psíquicos, cuando ella no sufría de estos problemas, y tampoco pudo relacionarse con otros detenidos en esa cárcel, todo un misterio. Ana Belén fue diagnosticada con cáncer de seno a finales del año 2016.
Se declaró culpable de los cargos que se habían levantado contra ella, los cuales le podrían haber valido la pena de muerte, pero finalmente fue sentenciada a 25 años de prisión en octubre de ese año, luego de haber llegado a un acuerdo con la fiscalía al cambiar la condena de alta traición por la de espionaje.
Durante el transcurso de la investigación judicial que se inició contra ella, se determinó que Montes pasó una «considerable cantidad» de información clasificada al gobierno de Cuba incluyendo las identidades reales de cuatro espías, información que aparentemente contribuyó a la muerte de un soldado estadounidense de operaciones especiales en América central.
Ana Montes llegó a un acuerdo con la fiscalía al especificar qué tipo de información había efectivamente pasado a los servicios de inteligencia cubanos. Según su entonces abogado defensor, Plato Cacheris, Ana Montes cometió actos de espionaje debido a razones morales, como que «ella sentía que los cubanos eran tratados injustamente por el Gobierno de los Estados Unidos».
Su abogado, argumentó que Ana Belén había cooperado sin reservas. Ricardo Urbina, el juez que dictó la sentencia, sostuvo que había puesto en peligro a ciudadanos estadounidenses y a la «nación en su conjunto». El gobierno estaba avergonzado con lo sucedido y la fiscalía dio un carpetazo para cerrar pronto el caso.
Las confesiones de Ana Montes al FBI le valieron para que la acusación se limitara a conspiración para cometer espionaje y no espía de un gobierno extranjero, lo que favoreció a la traidora Montes, como parte del arreglo judicial entre partes en una democracia, incluidos quienes atentan contra ella.
Los oficiales Chris Simmons, principal interrogador de Ana Montes por el Pentágono, y Pete Lapp, su homólogo en el FBI, no estuvieron conformes con la sentencia, y dijeron que debió ser condenada a muerte o a cadena perpetua. En 2007, el agente de contrainteligencia de la DIA, Scott W. Carmichael alegó que fue Ana Belén Montes quien alertó a los agentes cubanos acerca de un campamento de las Fuerzas Especiales, del Ejército estadounidense en El Salvador, durante la guerra civil que asoló a esa nación centroamericana durante la década de 1980.
Carmichael afirmó que Ana Montes sabía acerca de la existencia de ese campamento e informó sobre la IV Brigada del Ejército de El Salvador facilitando el ataque de la guerrilla, donde murió un oficial de Estados Unidos. Ana Montes lo había visitado tan solo unas semanas antes de haber sido atacado por los guerrilleros izquierdistas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Pero el Departamento de Justicia se opuso a la pena de muerte o reclusión perpetua. Carmichael, acusó a Ana Belén Montes de ser directamente responsable por la muerte del sargento boina verde Gregory Allen Fronius, quien resultó muerto el 31 de marzo de 1987 en la localidad salvadoreña de El Paraíso (departamento de Chalatenango), durante un ataque del FMLN.
Entre 1985 y 2001, Ana Belén Montes compartió varios secretos de Estado al gobierno cubano. Uno de los más delicados fue la ubicación del campamento del ejército salvadoreño para que fuera atacado por la guerrilla. «Los guerrilleros atacaron el cuartel de la Cuarta Brigada cinco semanas después de que ella visitara la instalación. Y sabemos que pasó la información a los cubanos sobre cuándo exactamente la guarnición estaría casi indefensa», comentó en una entrevista Chris Simmons, veterano oficial de contrainteligencia militar de Estados Unidos.
El ataque guerrillero realizado a la madrugada contra el cuartel de la IV Brigada del Ejército salvadoreño causó 78 muertos (69 soldados, un sargento norteamericano y ocho rebeldes). La acción fue una de las más importantes realizadas por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en sus siete años de lucha armada y en la que murieron más de 62.000 personas.
El entonces presidente norteamericano, Ronald Reagan, comentó que «la muerte del asesor estadounidense -el sargento Gregory Allen Fronius, de 27 años, casado, y con un hijo- viene “trágicamente” a recordar la responsabilidad de Estados Unidos en la contención del comunismo en el hemisferio norte». El sargento Fronius fue el primer militar norteamericano que murió en la guerra salvadoreña.
La principal pregunta que surge es, cómo los grupos rebeldes pudieron entrar en el supervigilado cuartel de El Paraíso, 60 kilómetros al norte de la capital, y luego huir sin grandes pérdidas de vidas. El cuartel de la IV Brigada de El Paraíso había sido atacado en diciembre de 1983 por rebeldes del FMLN, quienes penetraron en las instalaciones, dieron muerte a más de cien soldados, incluyendo al comandante de la brigada, y destruyeron el cuartel.
Desde esa fecha, fueron los propios asesores estadounidenses quienes estaban en la brigada, y fueron quienes diseñaron un complejo sistema de defensa para impedir penetraciones rebeldes. El cuartel estaba minado por los cuatro costados. Contaba con decenas de garitas en las que grupos de soldados vigilan día y noche. Era, en teoría, inexpugnable. La respuesta la tiene Ana Belén Montes.
Ana Montes también filtró información clasificada sobre un programa satelital de Estados Unidos, y reveló la identidad de más de cuatrocientos agentes y dio a conocer la ubicación de instalaciones, proyectos militares, puntos vulnerables y criptología. Carmichael sostuvo que Ana Montes comprometió un «programa de acceso especial» al cual él (Carmichael) mismo no tenía acceso, a pesar de que era el principal investigador del caso de espionaje de Montes.
Carmichael también alegó que muchos dentro de la comunidad estadounidense de inteligencia creían que la infiltración de la DIA por parte de Ana Belén Montes no era la excepción, sino más bien la regla, y que el servicio de inteligencia cubano tenía numerosos espías y agentes encubiertos o topos dentro de las agencias de inteligencia estadounidenses.
El 6 de mayo de 2002, en una entrevista a CBS News, el antiguo subsecretario de Estado John Bolton afirmó que un informe oficial estadounidense de 1988, el cual había tenido una contribución importante de Ana Belén Montes, concluyó que Cuba no representaba una amenaza militar significativa para los Estados Unidos o para la región.
John Bolton agregó que, debido a las actividades de espionaje de Montes, no era posible excluir la posibilidad de que el entonces gobierno del presidente Bill Clinton haya podido soslayar la potencial amenaza que supuestamente representaba Cuba, debido a la entonces influencia de Ana Montes en la DIA y la forma en la que preparaba sus «blandos» informes en esa agencia federal.
Ana Montes en la cárcel tenía prohibido hablar con periodistas u otras personas, solo con unos cuantos amigos y familiares. Ana Belén en su correspondencia privada, se niega a pedir perdón. Según ella su trabajo de espía estaba justificada, dice, porque Estados Unidos «ha hecho cosas terriblemente crueles e injustas» al gobierno cubano. «Debo guardar lealtad a los principios, no a un país, un gobierno ni a una persona», escribe en una carta a un sobrino adolescente. «No tengo por qué ser leal a Estados Unidos, ni a Cuba, ni a Obama, ni a los hermanos Castro, ni siquiera a Dios».
Su hermana Lucy Montes se refiere al lugar de detención de Ana: «Por lo visto es un ambiente espantoso». Dice que es como estar en un manicomio. Lucy Montes sabe lo que es la lealtad y para cuando salga en libertad, le propuso que viva en su casa durante unos meses hasta que se organice. «Lo que hizo no tiene nada de aceptable. Pero, por otra parte, creo que no puedo darle la espalda, porque es mi hermana».
La Oficina Federal de Prisiones (FBP) confirmó que Ana Belén Montes fue liberada el día 6 de enero de 2023 del Carswell Federal Medical Center, en Fort Worth, Texas, con dos días de anticipación a la fecha fijada, luego de cumplir veintidós años de su sentencia de veinticinco años de cárcel. Ana Montes, que cumplirá sesenta y seis años el próximo 28 de febrero, salió del lugar escoltada por un alguacil federal y tomó un avión con destino no especificado en ese momento.
Al salir de prisión Ana Montes viajó al estado de Florida, visitó a su familia radicada en Orlando. Posteriormente Montes se instaló en Puerto Rico, donde al parecer pasará el resto de su vida. Lugar donde deberá encontrar un trabajo para mantenerse, con toda razón el gobierno le privó de una jubilación. «Estoy más que feliz de volver a tocar suelo puertorriqueño», dijo Ana Montes a través de su abogada.
Según su abogada, Linda Backiel, a solicitud de la exespía «se emite este comunicado como la única expresión pública autorizada por parte de ella en relación a su excarcelación. No se concederá entrevista o comentario adicional alguno. Se ruega que se respete esta decisión y su privacidad».
«Estoy más que contenta de tocar suelo borincano de nuevo. Tras dos décadas bastante agotadoras y ante la necesidad de volver a ganarme la vida, quisiera dedicarme a una existencia tranquila y privada. Así que no participaré en ninguna actividad mediática».
Tras abandonar la prisión, Ana Montes llegó a San Juan, Puerto Rico y mostrando que mantiene viva su mentalidad de activista difundió un mensaje: «Animo a los que desean enfocarse en mí a que, en cambio, se enfoquen en temas importantes, como los serios problemas que enfrenta el pueblo puertorriqueño o el embargo económico de Estados Unidos hacia Cuba».
Ana Belén Montes Badillo considera que ella es «irrelevante» y pide que se ponga el foco en Cuba. Asumiendo la ideología de las nuevas izquierdas culturales, y en papel de ecologista, preguntó:
«¿Quién en los últimos sesenta años ha preguntado al pueblo cubano si quiere que Estados Unidos le imponga un embargo asfixiante que le hace sufrir? La acuciante necesidad de una cooperación mundial que detenga y dé marcha atrás a la destrucción de nuestro medio ambiente también merece atención. Como persona, soy irrelevante. No soy importante, mientras que hay graves problemas en nuestra patria global que exigen atención y una demostración de amor fraternal».
La traidora Ana Belén Montes, como no podía ser de otra manera lanzó una soflama contra el embargo estadounidense, como «verdadera creyente» y eso sin importarle que Cuba dejó de interesarle desde el mismo momento en que cayó en desgracia.
Luego de la visita a Cuba del ex presidente Barack Obama, y el anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, y durante el Año del Jubileo proclamado por el Papa Francisco, los grupos izquierdistas de solidaridad con Ana Montes generaron apoyo internacional para gestionar una solicitud de conmutación de la pena impuesta.
La cadena de noticias estadounidense NBC News, había revelado que ambos países estarían en conversaciones acerca de un posible intercambio de prisioneros entre Cuba y Estados Unidos, que incluiría a Ana Montes. El reporte, citaba a fuentes del gobierno estadounidense, dijeron que las negociaciones estaban «en sus primeras etapas» y que son parte de los esfuerzos de ambas naciones para impulsar la normalización de sus relaciones diplomáticas.
La parte cubana, supuestamente, reclamaría por Ana Belén Montes, mientras que Estados Unidos quería recuperar a estadounidenses prófugos de la justicia que se refugiaban en Cuba y procesarlos en el sistema de justicia de Estados Unidos.
Durante las negociaciones entre Estados Unidos y Cuba, previas al deshielo Obama, se filtró el nombre de Ana Montes como parte de la posible nómina de intercambio bilateral de prisioneros, pero el trueque se redujo a los tres espías de la red Avispa que guardaban prisión por el trabajo del miembro del Departamento M-Y (Técnico) de la DGI Rolando Sarraff Trujillo.
Desde distintos medios de comunicación identificaron a este doble agente cubano como Rolando Sarraff Trujillo, y los funcionarios que fueron entrevistados describieron a Rolando Sarraff Trujillo como un criptógrafo cuyo desciframiento de códigos secretos entregados a la CIA, NSA y el FBI, llevó a la captura de la analista Belén Montes, que espiaba para el régimen de Castro.
Sarraff Trujillo, luego de graduarse en 1990 de la Universidad de La Habana, el joven conocido por «Roly» entre sus amigos, comenzó a trabajar para la Dirección de Inteligencia de Cuba (DGI). De acuerdo con una biografía publicada por su familia, Sarraff Trujillo trabajó como periodista en ayuda de la Dirección de Inteligencia.
En realidad, era un criptógrafo experto que ayudó a cifrar los mensajes de la ya extensa red de espías de Cuba en Estados Unidos, dijo Chris Simmons, ex jefe de una unidad de contrainteligencia cubana en la DIA que ayudó a investigar las acciones de Ana Montes.
Los funcionarios de inteligencia estadounidenses se negaron a confirmar o negar si Sarraff Trujillo es, de hecho, el misterioso cubano liberado, junto a Alan Gross, el contratista estadounidense preso en Cuba, a cambio de tres espías castristas detenidos en Estados Unidos. El ex presidente Barack Obama dio entonces la noticia acerca del desconocido doble agente cubano como «uno de los topos de inteligencia más importantes que Estados Unidos ha tenido nunca en Cuba».
Ex altos funcionarios del gobierno de Obama revelaron que los cubanos nunca habían solicitado la liberación de Ana Belén Montes ni una sola vez, durante los más de 18 meses de negociaciones secretas de intercambio de prisioneros.
En realidad, el régimen castrista reclamó por Ana Belén Montes. La solicitud fue presentada por medio del coronel del Ministerio del Interior, Nelson García Iturbe, dice Chris Simmons. «Le dijimos que, si entregaban a los criminales y prófugos de la justicia de los Estados Unidos que se refugian en la Isla, estábamos dispuestos a un canje. (El gobierno de) Cuba no accedió», recordó.
Fidel Castro tenía muy complicado asumir públicamente el reclutamiento de Ana Belén Montes porque fue apresada en los días posteriores a los ataques terroristas al Pentágono y a las Torres Gemelas y, en Estados Unidos, había mucha rabia contra los enemigos. Castro temía ser incluido en el llamado «Eje del mal».
Fidel Castro también sabía que Ana Montes tendría que negociar con las autoridades estadounidenses y facilitarles información operativa, sin mentir (aunque no fuese todo), para evitar la pena de muerte o la cadena perpetua. Montes aguantó nueve meses sin pactar, circunstancia que aprovechó la también otra espía de Cuba, Marta Rita Velázquez, para huir a Suecia país natal de su esposo, donde vive actualmente y el delito de espionaje no es causa de extradición.
El trabajo de espionaje de Ana Montes para Cuba hizo que se perdieran vidas. Ella había facilitado los nombres de cuatro espías cubanos. Otro momento crucial en los servicios prestados por Ana Belén Montes a Cuba fue cuando el derribo de las cuatro avionetas del grupo humanitario, «Hermanos al Rescate», en febrero de 1994, cuando fueron derribados por aviones por MiG cubanos.
El gobierno estadounidense no dio la respuesta adecuada, «La Administración Clinton sometió a consulta la posibilidad de responder con un ataque a esta agresión y como analista superior de inteligencia en la DIA Ana Belén Montes fue un elemento importante disuasivo de esa posibilidad». Ana Belén Montes fue la persona determinante para la no respuesta de Estados Unidos por la muerte de los pilotos.
Tras la liberación de los últimos espías cubanos encarcelados en Estados Unidos en la fase de deshielo en las relaciones durante la presidencia de Barack Obama, Ana Montes quedó como la única agente al servicio de Cuba que seguía en prisión.
«Creen que la moralidad del espionaje es relativa». Así escribió Ana Montes en una carta privada a un amigo. «La actividad siempre traiciona a alguien, y algunos observadores pensarán que están justificadas y otras no», agregaba la espía.
La analista alguna vez reverenciada por los servicios castristas de espionaje había quedado atrás, Cuba la dejó tirada y no la incluyó en el canje de presos durante el gobierno Obama. Ese fue el premio para una mujer que hizo una carrera de la traición, la duplicidad y el engaño.
El gobierno de Cuba asumió la noticia de la excarcelación de Ana Montes con bajo perfil, sin reconocer que ella era su principal espía. Fuentes del gobierno dijeron que se enteraron de su libertad por cables de agencias internacionales. Aprovecharon para realizar sus eternas críticas contra la política estadounidense, y dejaron que sean los grupúsculos izquierdistas como el Movimiento Independentista Nacional Hostosiano de Puerto Rico y el boricua Comité de Solidaridad con Cuba quienes exalten la figura de la espía.
Al régimen cubano ya no le sirve Ana Belén Montes, salvo para la propaganda, y es imposible pensar que intenten montar la fuga de una espía en libertad vigilada, ya que ello implica más inconvenientes que ventajas y el retorno a la cárcel. Ana Belén Montes está otra vez sola, no sería la primera vez.
Cuando Ana Belén Montes se consolidó en su trabajo, ella y Marta Rita Velázquez, simularon romper relaciones. Las personas que los conocían habrán pensado de que se trataba de una discusión acalorada entre amigas íntimas, iniciada por Marta Rita Velázquez, alrededor de 1988.
Sin embargo, la acusación del jurado investigador señala que a los efectos de su trabajo como espías del gobierno cubano era necesario establecer entre ambas una compartimentación. Marta Velázquez conseguiría empleo en 1989 con la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), donde obtuvo un nivel de acceso a la información «top secret», un escalón más que el nivel «secret» que había recibido en el Departamento de Transporte en 1984.
Velázquez fue estacionada en Nicaragua. Es posible que no haya sido una casualidad, no es descabellado pensar que fue designada por alguien interesado. La acusación consigna que durante su estancia en Managua fue contactada por sus manejadores en abril de 1992. Estos contactos se hacían por medio de mensajes codificados, por ejemplo, que viajara a Panamá, donde sostendrían una reunión operativa.
En un nuevo contacto con ellos en junio de 1996, le entregaron nuevos programas de codificación-decodificación para continuar las comunicaciones clandestinas. Un mes más tarde la volvieron a contactar, preocupados por su embarazo.
En junio del año 2002, cuando comenzaron a publicarse reportes en la prensa sobre la captura de Ana Montes y su posterior acuerdo con las autoridades. Velázquez, su amiga, también conocida como «Marta Rita Kviele» o «Bárbara», renunció a su trabajo con la USAID y huyó de Estados Unidos hacia Suecia.
El Departamento de Justicia presentó de manera formal acusaciones contra la puertorriqueña en abril de 2013, acusada de haber pasado información de la defensa estadounidense a Cuba y de haber reclutado a otros espías. Por el cargo formulado en la acusación del jurado investigador, Marta Rita Velázquez, podría ser condenada a cadena perpetua.
Hasta ahora se sabe que continúa en el país europeo, vive en Estocolmo y se hizo ciudadana sueca, y debido a que el tratado de extradición entre Estados Unidos y Suecia no incluye razones políticas. Suecia considera el espionaje como un delito político, y no extraditaría a Velázquez a Estados Unidos.
La cancillería sueca confirmó que está, o estuvo, casada con un funcionario de esa dependencia, el cual no sería culpable de ninguna actividad criminal, pese a que toda la labor conspirativa y de espionaje de ella transcurrió mientras estaban casados.
Otros traidores como Aldrich Ames y Robert Hanssen están cumpliendo cadena perpetua y puede que nunca sean liberados. En 1953, en uno de los casos de espionaje más famosos de Estados Unidos, los Rosenberg, Julius y Ethel, fueron ejecutados por conspiración para cometer espionaje.
El entonces presidente Barack Obama durante su visita a Cuba dijo: «He venido a enterrar los últimos vestigios de la Guerra Fría en las Américas». A esa supuesta actitud amistosa Fidel Castro, le respondió pocos días después: «No necesitamos que el imperio nos regale nada».
A pesar de las palabras de Castro, entre ambos países hubo intercambio de espías y tuvo lugar en diciembre de 2014. Mientras Cuba entregaba al contratista Alan Gross, Estados Unidos hacía lo propio con los tres miembros de la llamada «Red Avispa» de espías cubanos que entonces permanecían en prisiones estadounidenses.
El contratista estadounidense Alan Gross había sido enviado por la USAID en 2009 a entregar material de telecomunicaciones a la comunidad judía de Cuba, por lo que fue considerado un agente de inteligencia por las autoridades cubanas y fue tratado como tal. Gross siempre lo negó.
Los cubanos, por su parte, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero, tres de los llamados «cinco héroes» por el gobierno cubano, formaban parte de una red de agentes cuya misión era infiltrarse en las organizaciones de exiliados anticastristas, con el objetivo, según Cuba, de «prevenir atentados en la isla». Uno de ellos, René González, había sido puesto en libertad condicional en 2011 y se le había permitido regresar a Cuba, mientras que otro, Fernando González, fue excarcelado tras cumplir quince años de condena en 2014.
Lo que las autoridades cubanas no dicen, y muchos en la propia isla ignoran, es que la «Red Avispa» estaba formada no por cinco agentes, sino por más de una veintena. Seis de ellos lograron huir a Cuba, mientras otros cinco optaron por cooperar con el FBI (a estos, obviamente, el régimen cubano no los considera «héroes»). Algunos tenían cobertura diplomática y no fueron presos, pero fueron expulsados, mientras que el resto quedaron en libertad por falta de pruebas.
Declaración de Ana Belén Montes en el juicio sumario.
Declaración de Ana Belén Montes durante el juicio sumario en su contra ante un tribunal federal de Washington DC, el 16 de octubre de 2002.
«Existe un proverbio italiano que quizás sea el que describe de la mejor forma en lo que yo creo: Todo el Mundo es un solo país. En ese “país mundial” el principio de amar al prójimo tanto como se ama a uno mismo resulta una guía esencial para las relaciones armoniosas entre todos nuestros “países vecinos”.
Este principio implica tolerancia y entendimiento para las diferentes formas de actuar de los otros. El establece que nosotros tratemos a otras naciones en la forma en que deseamos ser tratados, con respeto y consideración. Es un principio que, desgraciadamente, yo considero nunca hemos aplicado a Cuba.
Honorable, yo me involucré en la actividad que me ha traído ante usted porque obedecí mi conciencia más que obedecer la ley. Yo considero que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa, me consideré moralmente obligada de ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros valores y nuestro sistema político.
Nosotros hemos hecho gala de intolerancia y desprecio hacia Cuba durante cuatro décadas. Nosotros nunca hemos respetado el derecho de Cuba a definir su propio destino, sus propios ideales de igualdad y justicia. Yo no entiendo cómo nosotros continuamos tratando de dictar como Cuba debe seleccionar sus líderes, quienes no deben ser sus dirigentes y que leyes son las más adecuadas para dicha nación. ¿Por qué no los dejamos decidir la forma en que desean conducir sus asuntos internos, como Estados Unidos ha estado haciendo durante más de dos siglos?
Mi mayor deseo sería ver que surja una relación amistosa entre Estados Unidos y Cuba. Espero que mi caso, en alguna manera, estimule a nuestro gobierno para que abandone su hostilidad en relación con Cuba y trabaje conjuntamente con La Habana, imbuido de un espíritu de tolerancia, respeto mutuo y entendimiento.
Hoy vemos más claro que nunca que la intolerancia y el odio –por individuos o gobiernos– lo único que disemina es dolor y sufrimiento. Yo espero que Estados Unidos desarrolle una política con Cuba fundamentada en el amor al vecino, una política que reconozca que Cuba, como cualquier otra nación quiere ser tratada con dignidad y no con desprecio.
Una política como esa llevaría nuevamente a nuestro gobierno a estar en armonía con la compasión y la generosidad del pueblo estadounidense. Ella permitiría a los cubanos y estadounidenses el aprender como compartir unos con los otros. Esto permitiría que Cuba abandone sus medidas defensivas y experimente cambios más fácilmente. Y esto permitiría que los dos vecinos trabajen conjuntamente y con otras naciones para promover la amistad y cooperación en nuestro “país mundial” y en nuestra única “patria mundial”.»
Existen en el mundo no solo proverbios, sino también una enorme cifra de idiotas que creen en la armonía y en la paz mundial, a estos se los llama buenistas, armonistas o simplemente progres. Stalin los llamaba con desprecio idiotas útiles, a todas esas personas que con su buenismo servían a los planes de la Unión Soviética.
En el caso de Ana Belén Montes, no estoy seguro de que hubiera un buenismo o un armonismo ingenuo. Cuando habla de «país mundial» o de «patria mundial» está repitiendo una tesis anarquista. Un anarquismo de esos de antes, ese anarquismo de «Ni Dios ni Estado» y que, para imponer su utopía, su paraíso en la tierra, no dudaban en destruirlo todo a fuerza de explosivos.
Ese mismo discurso me recuerda a Barack Obama cuando repetía en su campaña electoral sobre «Un mundo sin fronteras». «Desde mi oficina puedo ver el Pentágono ardiendo. Nos esperan días negros, tanto odio…». La analista Ana Belén Montes, la máxima especialista en Cuba del Departamento de Inteligencia de la Defensa de Estados Unidos (DIA), escribía así a un viejo amigo a los pocos días del 11-S.
«Señoría, participé en la actividad que me llevó ante usted porque obedecí a mi conciencia antes que a la ley», dijo Montes ante el juez Ricardo Urbina, durante el juicio. «Creo que la política de nuestro gobierno, hacia Cuba, es cruel e injusta, profundamente antipatriota, y me sentí moralmente obligado a ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos por imponerle nuestros valores y nuestro sistema político».
«Yo considero que la política de nuestro Gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa», dijo Ana Belén Montes en su juicio. «Me consideré moralmente obligada de ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros valores y nuestro sistema político».
Durante una entrevista afirmó:
«Es importante que en la isla sepan que hay muchos norteamericanos honestos, aunque el sistema crea una forma de pensar que nos hace creernos superiores, dueños del mundo. Por eso para que las cosas cambien realmente, tiene que venir un cataclismo político en la vida norteamericana que haga evolucionar el pensamiento, la psicología y la cultura del país, preservando lo mejor que tengamos y modificando lo perjudicial».
Y aseguró, «No está a la vista ese cambio. Pero llegará. Me siento una contribuyente a ese cambio. Hay otras personas que también lo han hecho. No pretendo darme exclusividad».
«Montes era una Verdadera Creyente (True Believer) en ese sistema fracasado y cruel», dijo Ros-Lehtinen. «Pero con su arresto, Montes hizo una cosa por la comunidad de exiliados cubanos de Miami: ayudó a confirmar sólidamente su creencia de larga data de que espías cubanos, enviados por Castro, vivían en Miami y estaban bien informados acerca de las acciones de Estados Unidos».
Ana Montes y Marta Rita Velázquez disfrutaron de los derechos y libertades que no tienen los ciudadanos de Cuba, país para el que espiaron, y gustaron de privilegios y oportunidades que no gozan la mayoría de los ciudadanos en ese u otro país. Educación universitaria, trabajos con altos salarios y beneficios importantes. Ana Belén Montes y Marta Rita Velázquez traicionaron el país que les dio todas las oportunidades en beneficio de una dictadura.
Al conocer la noticia de su liberación, el senador republicano Marco Rubio, quien es cubanoamericano, escribió en un comunicado: «Ana Belén Montes será libre. Cuba, en cambio, no…». El senador también recordó la importancia de la información que la espía robó a Estados Unidos. Lo hacía por razones ideológicas, no por dinero, según la Agencia Federal de Investigación (FBI).
El senador Marco Rubio agregó en su comunicado: «Montes no era una informante inofensiva. Sus filtraciones rompieron la tapadera de 450 agentes estadounidenses que trabajaban en Latinoamérica. En 1996, su información también permitió a los Castro derribar dos aviones estadounidenses que transportaban a los héroes de Hermanos al Rescate. Montes también saboteó un programa de satélites de alto secreto. Nuevos informes revelan también que Montes estaba dispuesta a socavar el esfuerzo bélico de Estados Unidos en Afganistán, incluso si ello significaba la muerte de sus compatriotas».
Ana Belén Montes también frustró el intercambio de información sobre Cuba entre el Pentágono y España. La analista de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos (DIA) reclutada en 1984 por los servicios cubanos de espionaje, suministró a La Habana información clave sobre un intercambio de larga data entre la DIA y su par española, entonces conocida como el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID).
Es solo una de las revelaciones que contiene el libro, «Castro’s Nemesis: True Stories of a Master Spy-Catcher», de Chris Simmons, el interrogador principal de Ana Montes. El oficial del Ejército jubilado, recuerda que le propuso a la contrainteligencia española la oportunidad sin precedentes de interrogar a Montes sobre el tema, pero los europeos la rechazaron.
«Prácticamente toda la información que Madrid compartió con Estados Unidos respecto a Cuba llegó a La Habana», escribió Simmons. Ana Montes, podría atribuir a su excepcional memoria haber destruido la relación entre la CESID y la DIA.
«Al verse a sí misma como una heroína de la Revolución Cubana, dedicaba una o dos horas diarias a confeccionar un resumen de los secretos más importantes de las 16 agencias de espionaje entonces de Estados Unidos. Como verdadera creyente, Montes repitió esta práctica todos los días a lo largo de dieciséis años de trabajo como espía», dijo Simmons.
Dada «su arrogancia» y «el desdén» de Cuba hacia los servicios de inteligencia de Estados Unidos, Simmons no descarta que Montes probablemente se reuniera con los oficiales de la inteligencia cubana que la atendían en Madrid mientras asistía a estos intercambios.
Hace mas de tres décadas, el entonces oficial operativo de la entonces Dirección General de Inteligencia de Cuba (DGI), actual Dirección de Inteligencia (DI) Enrique García, desertó en Quito, Ecuador. Esa fría mañana sin equipaje, con 160 dólares en el bolsillo, ocultos en su cintura el revólver colt 38 de reglamento y una pistola calibre 45 que le había regalado el que fuera ministro del Interior de Cuba, José Abrahantes.
Enrique García, aparcó su auto con placa diplomática y se dirigió a una casa de seguridad de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Había desertado el agente Walter, el aparente representante empresarial con categoría de diplomático de la Embajada de Cuba en Ecuador.
«Mi exfiltración la realizó la CIA el 8 de enero de 1989», dijo García, quien tras desertar en Quito viajó a una base en Centroamérica, y de ahí a otra instalación militar en el territorio estadounidense, una operación que fue coordinada y ejecutada por la CIA. Enrique García aclara que no fue la CIA la que se acercó a él, sino que fue él quien contactó a la inteligencia estadounidense.
El ex agente cubano dice que sus relaciones con el personal del Departamento de Estados Unidos y Canadá en la (DGI) le permitieron acceder a piezas suficientes de información para conocer, en sentido general, la penetración y el trabajo perpetrado por los servicios cubanos de inteligencia en los Estados Unidos.
«Tuve referencia del caso de dos jóvenes universitarias que habían sido reclutadas, conocí la fecha de por lo menos uno de sus viajes a La Habana para entrenamiento. Vi documentos altamente secretos con membretes del Departamento de Estado de Estados Unidos que el matrimonio Myers (Walter Kendall Myers y su esposa, Gwendolyn Steingraber Myers) entregaron a la DGI y eran de tal valor que, cuando llegaban al centro de análisis en La Habana, eran procesados en la noche y madrugada. En la mañana, el jefe de la inteligencia salía con un maletín a despachar con Fidel Castro sin pasar por el ministro del Interior».
Indicó a los medios este mes, el exoficial Enrique García, graduado con honores de la escuela de Inteligencia de la KGB, en Moscú, Rusia. Asimismo, recordó que lo que había relatado anteriormente no sucedió en un día. «Era permanente, y puse en conocimiento de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos la penetración de la DGI en altas esferas del gobierno norteamericano, como en la cancillería».
En 2009, Walter Kendall Myers, exempleado del Departamento de Estado, y su esposa, Gwendolyn Steingraber Myers, fueron acusados y condenados tras confesar que actuaban como espías de la DGI, nombrada así hasta 1989, en que cambió a Dirección de Inteligencia (DI).
Por otro lado, García dijo haber participado en la investigación inicial sobre Ana Belén Montes, y que en reiteradas oportunidades estuvo muy cercano al equipo que abrió la pesquisa. «Yo no puedo decir en términos precisos que fui yo el que pasó a la CIA las primeras informaciones sobre el trabajo de Montes, pero sí puedo asegurar que encendí las alarmas de su caso y el de otros», aseguró.
«Sin lugar a dudas, Montes ha sido el golpe más grande que ha recibido la inteligencia cubana en su historia», dijo García sobre la captura y condena de la llamada «Reina de Cuba» en una entrevista con Radio Televisión Martí.
«Los servicios cubanos son, fueron y siguen siendo una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos. Trabajan intensamente, yo tuve prueba de ello, y el caso de Montes lo demuestra. Y es que la primera misión que tiene cada agente de estos es indicar que se recluten más agentes», dijo.
«Personas como Montes, lo que deberían primero hacer es la tarea, y ver realmente qué cosa es Cuba, y la última prueba que pueden hacer es irse a vivir a Cuba tres meses como cubano de a pie, o sea, con una jabita de comida, que vea como sufre un pueblo que no puede expresarse», señaló Enrique García.
En estos momentos Ana Belén Montes se encuentra en Puerto Rico, según comentarios estaría viviendo con familiares. Hay quienes creen que Cuba ya debe haber enviado mensajes, usando sus canales, a Ana Montes.
«Estamos entrando en el campo especulativo, pero creo que Puerto Rico es un lugar muy conveniente para ella. La inmensa mayoría del pueblo puertorriqueño está orgulloso, está muy feliz de ser un Estado libre asociado de Estados Unidos. Pero esa minoría izquierdista es amiga de Cuba, actúa como peón, y hay un flujo de puertorriqueños yendo y viniendo de la isla sistemáticamente», dijo García.
Ante la pregunta de quien fue el agente que contactó a Montes a través de Marta Velázquez. García maneja el nombre de Mario Monzón Barata, apodado Aquiles, ya fallecido, oficial operativo de la DGI en los primeros años de la década de 1980 y jefe de centro con fachada de Segundo Secretario en la Misión Permanente de Cuba ante Naciones Unidas en New York.
«El ministro del Interior mandó a comprar unos aparatos electrónicos muy sofisticados en Estados Unidos y Mario Monzón y otro oficial del centro participaron en la transacción. Washington detectó que se había violado el embargo y los expulsó de Naciones Unidas».
El hecho ocurrió en el año 1982 y el Departamento de Estado identificó al segundo expulsado como el attaché, José Rodríguez. La Cancillería indicó entonces en un comunicado que el Buró Federal de Investigaciones determinó que Monzón era oficial de la DGI y había estado cometiendo actividades de espionaje.
Según García, Monzón Barata fue uno de los jefes más premiados de la DGI por dirigir el reclutamiento de Ana Belén Montes desde La Habana. «Todo sugiere que dirigió el reclutamiento de Ana Belén Montes desde la sede de la DGI cuando ella estudiaba en la universidad. Por eso, fue el más premiado. Y sí, ese nombre es importante en relación al caso», concluyó.
Enero de 2023.