ALIANZA DE CIVILIZACIONES – RODRÍGUEZ ZAPATERO
El 57 Grand Rue, Saint Maurice
Ricardo Veisaga
El manicomio de Charenton, hoy “Hopital Esquirol”
André Bloch, nació en 1893 en Besancon, uno de los tres hijos de un judío alsaciano de profesión relojero. Los tres hermanos quedaron huérfanos siendo muy pequeños, quedando bajo la tutela de sus tíos. André y su hermano George iban a la misma clase, aun siendo más joven George, ya que André no era especialmente brillante en los exámenes.
Su profesor estaba convencido de la gran capacidad de André y valiéndose de todas sus influencias, logró que André fuese examinado oralmente para ingresar a la Escuela Politécnica. Tras asombrar a los examinadores fue admitido en la Escuela donde su hermano George ya había sido admitido, rindiendo examen por la vía ordinaria.
Apenas pudieron cursar el primer año, ya que fueron reclutados para combatir durante la Primera Guerra Mundial. George recibió una herida en la cabeza y perdió un ojo, fue licenciado con honores y reingresó a la Escuela Politécnica. André sufrió un politraumatismo al caer desde un puesto de observación de artillería, por lo que debía regresar al frente luego de su curación.
El 17 de noviembre de 1917, André se encontraba en París gracias a un permiso, y acudió a una comida en la casa de sus tíos, a la que también asistió George. André asesinó a cuchilladas a su hermano, a su tío y a su tía. Luego del asesinato salió corriendo a la calle gritando como un loco, hasta que fue detenido sin la menor resistencia de su parte.
Debido al momento excepcional en que atravesaba Francia y al tratarse de dos militares, el caso fue silenciado. El tribunal sentenció a André a ser recluido en el manicomio de Charenton por el resto de su vida. El motivo del múltiple asesinato nunca fue aclarado del todo. Bloch, tiempo después les diría a sus médicos que estaba cumpliendo con un deber eugenésico, argumentó que las leyes eugenésicas eran indiscutibles y sus acciones eran una consecuencia necesaria dado «el historial familiar de enfermedades mentales».
André Bloch nunca se arrepintió de los asesinatos. El psiquiatra Henri Baruk, en su famoso libro: «Des hommes come nous», en uno de sus capítulos se refirió al «matemático de Charenton» (nunca se refiere a Bloch por su nombre) y a su «racionalidad morbosa» a la hora de describir cómo los asesinatos habían sido necesarios para eliminar esa rama de la familia que él consideraba defectuosa.
Más tarde, André Bloch diría que sus acciones habían sido «una cuestión de lógica matemática. Había habido enfermedades mentales en mi familia. La destrucción de toda esa rama tenía que seguirse indefectiblemente». Su médico le replicó su argumento, y lo acusó de tener un «lenguaje emocional» e insistió que sus acciones se habían basado en su filosofía de «pragmatismo y racionalidad absoluta».
Por lo demás, parecía que André estaba perfectamente cuerdo y dedicaba su tiempo a trabajar en varias pruebas matemáticas. Se puede considerar a Bloch un autodidacta, todo lo que sabía de matemáticas, lo había sacado de los libros de matemáticas de que disponía en Charenton, y de revistas especializadas a las que se suscribió, incluyendo el Bulletin des Sciences Mathématiques.
André Bloch, mantenía una relación epistolar con varios matemáticos de prestigio, que estaban especializados en los distintos campos que él estudiaba, y les exponía sus resultados en matemática pura y aplicada. Tuvo una correspondencia regular con George Polya, Georges Valiron, Charles Emile Picard y Paul Montel. En todas sus cartas daba como remitente la dirección postal del Manicomio de Charenton, pero sin revelar su condición de interno.
-¿Está usted seguro de que es aquí?
El taxista se volvió hacia su pasajero: -Tan seguro como que es de día. 57, Grand Rue, Saint Maurice.
Aquí pasó la última parte de su vida el marqués de Sade, ¿sabe? Es un sitio relativamente popular ¿Quiere que le suba?
El conductor había detenido el taxi en el arco de piedra de la puerta de entrada. El pasajero observó el edificio con aprensión. Construido en el siglo XVII, se erguía en lo alto de una pequeña colina en la que caracoleaba un estrecho sendero. Tuvo que hacer un esfuerzo para recordar qué le había traído allí: la carta que llegó a su despacho, su increíble contenido, la imposibilidad de su remitente de viajar a París y su deseo de conocer al autor de una obra como esa.
-Adelante, suba.
Mientras el taxi escalaba la empinada cuesta el pasajero se decía que quizá el autor era uno de los trabajadores de aquella institución. La elegancia de la demostración de que la parataxia de dos círculos se mantiene invariablemente tras una inversión, le indicaba que estaba ante una mente bien preparada.
El taxi ya estaba ante la puerta principal. El pasajero, un hombre elegante de unos cincuenta años, pagó al taxista y entró en el edificio a través de la gran puerta cristalera. Se dirigió a la señorita con cofia de la recepción.
-Buenos días. Mi nombre es Jacques Hadamard y quisiera ver a André Bloch.
-Buenos días. Efectivamente, aquí está su nombre –dijo, mientras consultaba una lista- ¿Es su primera visita al Manicomio de Charenton? Veo por su cara que sí. Por favor, rellene estos formularios mientras aviso para que lleven al señor Bloch a la sala de visitas.
Jacques Hadamard, eminente matemático, profesor de la Sorbona y del Colegio de Francia, no salía de su asombro. Ese genio que le había escrito era un lunático. Aquella tarde descubriría que su corresponsal tenía toda una historia que contar, una historia de asesinatos y amor a las matemáticas.
Junto con cuatro artículos sobre funciones holomorfas y meromorfas (que ahora son consideradas fundamentales), André Bloch escribió y publicó artículos sobre teoría de funciones, teoría de números, geometría y ecuaciones algebraicas. Y Continuó publicando incluso durante la ocupación nazi, valiéndose de seudónimos como: René y Marcel Binaud Segond para que su apellido de origen judío no llamase la atención de los seguidores de la eugenesia alemanes.
Bloch fue un interno modelo y llevó una vida monástica, con una casi nula relación con los demás internos o con los cuidadores, salvo para jugar una partida de ajedrez.
El demente, homicida y genio matemático, André Bloch.
Poseía una pequeña mesa instalada para él al final del pasillo, en donde trabajaba sobre cuestiones matemáticas. Poco antes de morir, recibió el premio Becquerel de la Academia de Ciencias Francesa. André Bloch será recordado por el teorema de Bloch (sobre la imagen de funciones holomorfas en variable compleja) y el espacio de Bloch.
André Bloch tenía por costumbre poner en sus cartas la fecha del 1 de abril (día de los inocentes en Francia), independientemente del día en que fueran escritas. Bloch sería trasladado al Hospital Sainte-Anne en París, el 21 de agosto de 1948 para una operación. Y murió de leucemia el 11 de octubre de 1948.
André Bloch estaba demente, loco, y por dicha condición era peligroso para la sociedad, el parricidio que cometió así lo certifica. Pero no se puede negar que era un hombre de una gran inteligencia, y que fue útil a la sociedad desde su reclusión, alejado prudencialmente por los muros del hospital, donde como vimos, se dedicaba con exclusividad a las matemáticas y lo que le permitía, además, contener sus impulsos asesinos.
Pero fuera de los muros de los manicomios o de los centros psiquiátricos (para ser políticamente correctos), hay muchísimas personas que no están médica y oficialmente considerados como locos, pero ni falta que hace. Pero están sueltos y eso es algo mucho peor, son unos imbéciles, idiotas, que para el caso es lo mismo. Y que abusando del poder que ejercen, por medio de sus decisiones llegan a arruinar la vida de millones de personas. Edmund Burke, lo dijo con gran claridad: «Un error en política es peor que un crimen».
Puesto que por medio de esas imbecilidades llevan a miles de personas a la desesperación, a perder su patrimonio, su dignidad, al abandono, a la prostitución, al delito y a la muerte. Esas personas son infinitamente más peligrosas que André Bloch. Como ustedes saben, en este tiempo que nos toca vivir, han estallado muchos conflictos que han dado por el suelo con la paz de los progres, con la ilusoria paz obamiana.
El ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, preocupado por la pax mundial, realizó algunas declaraciones y una propuesta de corte zapateril, ante los medios.
José Luis Rodríguez Zapatero, el ex presidente de España
El socialista Zapatero ya nos tenía acostumbrado con sus «bolu-frases» que las pronunciaba como corresponde a todo progre, con una seriedad propia del idiota ignorante que gozaba con regodearse a sí mismo, como, por ejemplo:
«El cambio climático causa más muertes que el terrorismo internacional». «El mejor destino es el de supervisor de nubes acostados en una hamaca», «La cuestión no es qué puede hacer Obama por nosotros, sino qué podemos hacer nosotros por Obama».
15 de enero de 2007:
«Vamos a superar a Alemania en renta per cápita. De aquí al 2010 les podemos superar perfectamente igualar y superar ligeramente. Es que el crecimiento de España está en el 4 %. Creando empleo. Solo con esa cifra uno, como presidente de gobierno, se siente ya absolutamente reconfortado en el balance de su actuación».
«Lo enunciaré de forma sencilla pero ambiciosa: la próxima legislatura lograremos el pleno empleo en España. No lo quiero con carácter coyuntural, lo quiero definitivo».
El 11 de septiembre de 2007, dijo el Bambi: «Haciendo uso de un símil futbolístico, se podría decir que España ha entrado en la Champions League de la economía mundial».
¡Sí, claro! Como en Brasil 2014. ¡Qué basura, de no creer! «España es un poderoso transatlántico…», 14 de abril de 2011, día del hundimiento del Titanic. «Fumar y beber menos es más socialista, más de izquierda en el siglo XXI». Breve aclaración, Zapatroski, es fumador.
Una periodista (en inglés):
-Señor Zapatero, ¿puede contarnos en inglés cómo han ido las conversaciones? Zapatero, responde: Thank you.
A los presidentes Chirac y Schroeder: «in the…in the past…in the las time of the goverment, every day, bonsáis». ¡ja, ja, ja! ¡Basta, Zapatero!
El gili…llas de Rodríguez Zapatero propuso el martes 15 de julio, la creación de una «alianza permanente entre las confesiones religiosas», para crear una «autoridad religiosa global» con dos principios, el respeto al pluralismo religioso, la paz y la libertad, y la condena de toda violencia.
Además, Zapatero cree, que la primera tarea de los líderes religiosos debería ser la paz en Oriente Próximo, que a su juicio es el «tumor primario» de la inestabilidad de la región. Así, ha pedido a los líderes del judaísmo, el islamismo y el cristianismo un llamamiento «ecuménico» y un «compromiso renovado» a favor de la paz en Oriente Próximo, en colaboración con la ONU, «que debería ser la gran institución para la paz».
José Luis Rodríguez Zapatero, se estaba refiriendo a los enfrentamientos entre Israel y Hamás y ha reclamado una «alianza liderada por la ONU para el cese inmediato del uso de la fuerza y la violencia en Gaza» y la puesta en marcha de una mesa de paz.
Zapatero es un tonto, pero tonto de remate, y lo grave es que la gente lo siga escuchando, este idiota poseedor de más de 600 sabios asesores, que ni uno de ellos le advirtió al pozo que llevaba a España. El mismo que creó el ministerio de la igualdad, el del «hablando se entiende la gente» y otras chorradas propias de los sociatas.
Ahora quiere imponer una autoridad religiosa global, este idiota del «progreso» nos quiere retroceder al medioevo o a las salvajes teocracias islámicas. ¿Y quién sería el nuevo Papa o ayatolá mundial? ¿Francisco? Ya le gustaría a Zapatonto, para que Francisco siga destilando ignorancia sobre el capitalismo y culpándolo de la pobreza de la gente, pero, que calla cobardemente sobre el martirio de los cristianos en el mundo bajo la órbita del islam, sobre todo en estos días en Mosul (Irak).
El problema del mundo no es religioso, es político y la meneada bobada de las reuniones ecuménicas no sirven para nada, este tontín no se ha enterado lo que piensan los islámicos de los cristianos a quienes consideran politeístas, por aquello de la Santísima Trinidad y ni hablar de que Dios nació de una virgen, es para ellos sencillamente una herejía.
El problema entre las religiones monoteístas no se arregla con realizar diálogos interreligiosos, y como dijo irónicamente, Gustavo Bueno, la solución entre ellos es: «que los judíos y cristianos se conviertan al islam, o los islámicos y judíos al cristianismo, o cristianos e islámicos al judaísmo o que todos se hagan ateos».
¿Qué es esa cosa llamada «Alianza de Civilizaciones»?
La respuesta más sencilla es que se trata de una idea planteada en términos vagos que ha ido tomando forma a medida que se exponían a otros. Pero no se preocupe si no lo entiende. Fue el senador por Montana, Mike Mansfield, quien dijo: «Yo no sé definir exactamente la pornografía, pero les aseguro que sé reconocerla perfectamente».
Pues bien, algo parecido ocurre con el concepto avanzado por Rodríguez Zapatero de «Alianza de Civilizaciones»: pocos son capaces de darle un contenido exacto, pero todos nos hacemos una idea. De hecho, el Gobierno no ha realizado ninguna elaboración detallada de su propuesta. Al menos públicamente para el consumo del pueblo español.
Rodríguez Zapatero, dijo en la Asamblea General de las Naciones Unidas lo siguiente:
«(…) como representante de un país creado y enriquecido por culturas diversas, quiero proponer ante esta Asamblea una Alianza de Civilizaciones entre el mundo occidental y el mundo árabe y musulmán. Cayó un muro. Debemos evitar ahora que el odio y la incomprensión levanten otro. España somete al Secretario General, cuya labor al frente de la Organización apoya con firmeza, la posibilidad de construir un Grupo de Alto Nivel para llevar a cabo esta iniciativa».
Esta banda era parte de la Alianza de Civilizaciones.
Preguntado sobre el propósito de una alianza de tal naturaleza, José Luis Rodríguez Zapatero, respondió: «Tiene como objetivo fundamental profundizar en la relación política, cultural, educativa, entre lo que representa el llamado mundo occidental y el ámbito de países árabes y musulmanes».
En realidad, el objetivo último del Gobierno español no saldría de la reunión de la ONU, donde meramente se limitó a avanzar una vaga propuesta, sino tres meses más tarde, con motivo del final de las comparecencias ante la comisión que investigaba el 11-M. De acuerdo con el diario El País, el Ejecutivo socialista tenía preparada una propuesta para renovar el pacto antiterrorista, ampliándolo al terrorismo islamista. Según ese diario, las llamadas «bases del Gobierno para una Alianza democrática» consistirían en siete principios, de los que, a nosotros, aquí y ahora, sólo nos interesan dos:
-Desvincular el islam del terrorismo de Al Qaeda,
-Potenciar la cooperación internacional. Todos los partidos se deben comprometer a trabajar conjuntamente para desarrollar iniciativas de cooperación en el marco de la Unión Europea y de Naciones Unidas para hacer frente a los desafíos que plantea el terrorismo internacional. Entre las medidas de esa cooperación se incluyen intercambios económicos y culturales equitativos entre las sociedades occidentales y el mundo islámico, así como fomentar el diálogo intercultural y entre religiones, tanto dentro como fuera de las fronteras estatales.
Es decir, que el objetivo último es la lucha contra el terrorismo, y esa lucha se entiende que debe realizarse, esencialmente, a través del diálogo y la mejora del conocimiento mutuo. La iniciativa de Zapatero se explica en parte por su necesidad de reconocimiento internacional, pero sobre todo porque subraya su concepción de que, para luchar contra el terror, recurrir al uso de la fuerza es un error, que lo importante es comprender las causas del terrorismo y atajarlas a través del diálogo y la promoción de la cultura. Por lo tanto:
-Se trata de una iniciativa para mayor gloria de Zapatero y su Gobierno, no de España, y mucho menos de todos los españoles, incluida la oposición. Ya por esto, y aunque fuera pura táctica política, el concepto debería ser aborrecido.
-Una iniciativa que busca condenar la política de los anteriores Gobiernos en materia antiterrorista, con especial énfasis en las intervenciones exteriores como Irak. Más que suficiente para rechazar de plano el planteamiento del Ejecutivo socialista. Pero hay más, y de mayor calado:
-Se cuenta con una experiencia previa que ha sido todo un sonado fracaso. No suele decirse, pero la propuesta de Zapatero es un puro plagio de la que lanzó Jatami en 1998, ante el mismo foro, el 21 de septiembre de 1998. Sólo que, en lugar de «Alianza», Jatami empleó «Diálogo de Civilizaciones». De hecho, la ONU declaró al 2001 año del diálogo de civilizaciones, promoviendo una declaración formal que se aprobó finalmente en noviembre de ese mismo año, dos meses después de los atentados del 11-S, y que ya auguraba cuáles eran los límites de dicho diálogo.
La propuesta parte de un planteamiento equivocado y peligroso. La «Alianza», al igual que el «Diálogo» de Jatami, fija las civilizaciones, puesto que el diálogo busca el entendimiento del otro, no su cambio o transformación. Es, por lo tanto, un planteamiento absolutamente relativista: nuestros valores no tienen por qué ser universales y debemos respetar los de los otros, aunque sean nuestros enemigos. En la «Alianza» queda claro el planteamiento de Zapatero sobre el terrorismo islámico: no es el odio a los valores occidentales, son la incultura y la pobreza las causas del terror. Ayudando a superar estos factores, todo se podrá resolver.
Por lo demás, el mismo concepto de «Alianza de Civilizaciones», tiende a esconder el hecho constatable de que el terrorismo internacional es mayoritariamente islámico, y, muy especialmente, proveniente del mundo árabe. Parece, Rodríguez Zapatero, querer situar el fenómeno terrorista más allá de las civilizaciones, como algo externo, cuando en realidad es todo lo contrario: un producto de la enseñanza fundamentalista del Islam militante.
Así mueren los que se atreven a usar las redes sociales, en la civilización teocrática iraní.
Henry Kamen compartía estas preocupaciones en un reciente artículo, donde se mostraba convencido de que la propuesta de Zapatero era o inútil, en el mejor de los casos, o una farsa, en el peor, puesto que una alianza requería compartir una serie de conceptos en común, algo que, evidentemente, no sucede entre los occidentales liberales y el mundo islámico. Él decía, irónicamente:
«Se supone que la intención no es exportar los decadentes conceptos culturales occidentales, como democracia, derechos de la mujer, libertad de expresión, libertad religiosa o tolerancia sexual. Si Zapatero no tiene intención de profundizar en estos temas, ¿entonces intentará profundizar en conceptos como la dictadura, el control de la prensa y la negación de la libertad sexual? (…) Zapatero puede contestar que cuando dice profundizar, quiere decir no interferir, algo así como alcanzar una situación de mutua tolerancia…».
Este es un planteamiento peligroso porque ya conocemos cuál es el resultado de décadas en que se ha dejado las manos libres a los líderes religiosos musulmanes, sólo han aprovechado para inculcar el odio y la cultura de la muerte. Mientras que la propuesta de Zapatero no desborde el marco meramente gubernamental y no promueva, por tanto, mayores contactos entre grupos sociales, estará aliándose en realidad con los verdugos, no con las víctimas de la opresión y la intolerancia.
(…) La iniciativa tuvo más audiencia entonces en la prensa domestica que en la internacional. (…) La idea nació sin peso y ha provocado escaso entusiasmo, particularmente entre las naciones que más cuentan en la escena internacional. Por varias razones.
La primera, porque se trata de una iniciativa que no es original. No sé si José Luis Rodríguez Zapatero, era consciente, pero quien le convenció para incluir la propuesta en su discurso le estaba haciendo, en ese sentido, un flaco favor. Dejando al margen que la base teórica sobre la que se inspira es una derivada, aunque resulte paradójico, de la doctrina ecuménica de la Iglesia católica actual, que llama con insistencia al entendimiento y la convivencia pacífica entre religiones (al fin y al cabo, lo que distingue a las grandes civilizaciones no es otra cosa que sus creencias religiosas).
La propuesta de la «Alianza de Civilizaciones», como hemos señalado más arriba, estaba repitiendo en Naciones Unidas algo que ya había experimentado con anterioridad esa misma organización: la idea de Jatami, el primer ministro iraní, del «diálogo de civilizaciones». El esfuerzo de la ONU sólo sirvió para que Teherán se costeara un observatorio para el seguimiento del acercamiento entre los pueblos que han tenido poco trabajo y menos resultados.
Por tanto, lo que aspiraba a ser novedoso quedaba enterrado por los recuerdos de anteriores fracasos. En segundo lugar, la idea de una «Alianza de Civilizaciones» como instrumento para erradicar la violencia y el terrorismo, tal y como anhela el Gobierno español, no sólo es errónea sino muy peligrosa.
Es errónea porque confunde el planteamiento del problema: se cree que las causas del terrorismo se encuentran en el desconocimiento mutuo y en la incomprensión, en la falta de diálogo civilizacional y no en las condiciones políticas intrínsecas al mundo islámico. No puede obviarse el hecho de que el terrorismo internacional es, en realidad, terrorismo islámico y, más concretamente, árabe.
No son los países más pobres y con mayor índice de analfabetismo los que exportan el terror, ni tampoco son los que producen terroristas. El terrorismo islámico es la resultante de opresión política, intolerancia religiosa y fanatismo educativo, principalmente en los países más ricos del Oriente Medio, donde se ha legitimado y alimentado el odio y la violencia contra el mundo occidental y sus valores.
Es, además, peligrosa porque antepone el diálogo con el enemigo al cambio. Esto es, asume que las civilizaciones son algo fijo, inmutable, que todas tienen el mismo valor y el mismo derecho a ser como son. No importa que en el mundo islámico se oprima a las mujeres, se enseñe que hay que combatir a los decadentes infieles occidentales y se condene a la asfixia económica a millones de seres por hacer valer una lectura rígida del Corán.
Jerónimo fue un valiente guerrero y estaba “en pie de guerra”, no como el tontín
Respetar todo eso es lo que exige la «Alianza de Civilizaciones». Con talante, entendimiento y la palabra. El problema es que a estas alturas ya deberíamos saber a qué conduce permitir que la corrupción y la teocracia gobiernen sobre el mundo árabe. Los líderes espirituales de Arabia Saudita o Irán, así como los dictadores laicos (véase Siria), han dado buena prueba de ser incapaces de contener el terrorismo en su suelo.
Eso, cuando no lo han inspirado contra nosotros directamente. Hablar con ellos no les va a hacer cambiar. Al contrario, seguirán haciendo lo que han venido haciendo hasta ahora: enviarnos a sus fanáticos de la muerte.
Aznar aboga por una «Alianza de los Civilizados» porque «la civilización es una».
En una conferencia en Túnez, el ex presidente del Gobierno español José María Aznar, rechazó el concepto de «choque de civilizaciones» y defendió la existencia de una «única civilización», por lo que apostó por una «Alianza de los Civilizados» frente a la «Alianza de Civilizaciones» de Zapatero. José Aznar defendió que «la civilización es una», con distintas expresiones culturales, experiencias históricas, creencias y raíces religiosas. «Pero una única civilización», enfatizó.
En este sentido, señaló que por encima de estas diferencias existen «valores comunes deseables para todos» que «se pueden y se deben descubrir» e indicó que hablar de civilizaciones implica «dar por hecho que existen mundos distintos y cerrados, cada uno con sus dogmas fundamentales».
Además, advirtió de que dar por hecho que existen muchas civilizaciones equivale «a renunciar a la propia idea del bien». «Como el bien no existe, se renuncia a trabajar en política con el objetivo de alcanzarlo. Esto lleva a mirar con arbitraria indiferencia crímenes que, por desgracia, han ensombrecido la historia de la humanidad –argumentó–. Es la trampa del relativismo».
Por ello, insistió en la necesidad de encontrar los «valores esenciales que nos unen» y, aunque en ningún momento hizo referencia a la Alianza de Civilizaciones promovida por el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, Aznar apostó por trabajar por una «Alianza de los Civilizados». «Frente al fundamentalismo y al relativismo, creo que lo que hay que reivindicar con fuerza es la civilización», insistió.
A su juicio, el «núcleo central» de estos valores que convierten en civilizados es «el valor superior de la vida humana y de la dignidad de cada persona, con independencia de su origen étnico, de su religión, su sexo, origen social o preferencias políticas».
Según expuso, estos son los límites que deben respetarse siempre «porque son los que marcan la diferencia entre la civilización y la barbarie». Además, defendió que a partir de ellos deben surgir todas las reflexiones políticas porque «en estos tiempos confusos» hace falta «claridad moral e intelectual para acertar en cómo deben estar vigentes estos valores».
«Siempre será necesario deslindar de nuestra diferente herencia histórica –de la cual podemos estar cada uno legítimamente orgullosos– las luces de las sombras. Porque las luces son la civilización y las sombras son la barbarie», continuó. En este contexto, señaló, que para él la concreción política de estos valores que hacen civilizados son «la tolerancia, el pluralismo y la democracia abierta» y alertó de que en la actualidad un desafío «común» a la civilización es «combatir las ideas perversas de fundamentalistas que quieren imponer por la fuerza su visión del mundo o una interpretación perversa de la religión».
El ex presidente José María Aznar, explicó así en Túnez, país al que calificó como «un ejemplo de progreso y apertura en el mundo árabe», la necesidad de que los gobernantes se abran a la sociedad y establezcan relaciones «de cooperación y de justicia con otras sociedades». «Si no lo hacen, están condenados al fracaso», advirtió.
En este punto de su discurso puso como ejemplo la trayectoria de España y recordó que pasó de ser un país «cerrado y con miedo» a convertirse en «una democracia abierta a la sociedad y al mundo». «La de España ha sido una historia de éxito. Y no por casualidad. Porque nadie está condenado al fracaso histórico pero tampoco tiene garantizada la continuidad del éxito», subrayó.
Luego llegaría la «primavera árabe» tan aplaudida por los progres del mundo, con sus trágicas consecuencias. Lo lamentable en el caso español es que, el progre de Zapatero, fue reelegido y acompañado por gran parte del pueblo español, que gozaba del ladrillazo y todos los desvaríos que se cometían en el Titanic español.
Ahora reaparecen con diversos nombres como los descontentos, los indignados, los incorregibles de la farándula, los Bardem y compañía, los antisistema, los okupas y los nuevos salvadores de la patria, los de Podemos, los seguidores de Pablo Iglesias, que se pasan olímpicamente en la historia de España, el gobierno de Zapatero, olvidándose que fue precisamente un gobierno de «izquierdas» que al abandonar el poder dejó una España, fundida, endeudada, con un paro histórico, un tremendo déficit público, facturas pendientes de pago a proveedores (amigos) de las administraciones públicas, central y autonómicas, y en pleno desmadre de los separatismos.
La única autoridad que sería deseable crear, con poder universal y con fuerza de obligar, sería para lograr encarcelar (no a los locos), sino a los idiotas, a los progres para que al menos callen para siempre. Dijo José Luis Rodríguez Zapatero: «La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento», en la Cumbre del clima en Copenhague. Vaya estupidez, no hay escarmiento. André Bloch estaba loco, pero era un genio matemático, en cambio Rodríguez Zapatero es un tonto bueno para nada.
25 de julio de 2014.