ABRAHAM LINCOLN
UN HÉROE EN LA PICOTA
Ricardo Veisaga
A pocos años de cumplirse el bicentenario del nacimiento del ex presidente Abraham Lincoln, se enfrenta el héroe estadounidense a un nuevo «deporte» en boga, dedicado a desmontar mitos y Lincoln es uno de esos mitos expuesto a políticos, escritores, historiadores, etc.
Unos convirtieron al personaje Lincoln en un ejemplo de virtudes políticas, y otros, tratan burdamente de imitarlo como es el caso del actual presidente de Estados Unidos. El 20 de enero de 2009, Barack H. Obama juró el cargo de presidente sobre la Biblia de Abraham Lincoln. Ocho días antes se había cumplido el 200 aniversario del nacimiento del republicano.
Dejando de lado el caso concreto que Obama sea negro, y que Lincoln haya firmado parcialmente el decreto de emancipación de los esclavos. El hecho de que Obama muestre su admiración por Lincoln y busque en él un guía merece consideración. La primera causa sobre Lincoln se debe a que está asociado a dos hechos: la abolición de la esclavitud y la refundación de Estados Unidos.
En el caso de Barack Obama, se trata de un hombre que es el resultado ideológico de las izquierdas políticas, concretamente la socialdemocracia, y con el agregado de las izquierdas indefinidas. Este tipo de ideologías es muy común y lógico en los «progres». De ser cierta la afirmación de Patrick Allit que Lincoln «merece un lugar en el panteón del conservadurismo americano», no habría comparación alguna con Obama.
Sólo se puede encontrar cierta cercanía entre ambos si nos abstenemos de analizarlo desde el izquierdismo y el conservadurismo. Barack Obama declaró hace mucho tiempo que estaba estudiando la presidencia de Lincoln para inspiración de la suya. Nuevamente diremos que Lincoln realizó un cambio muy importante en la política estadounidense y Obama está tratando de imitarlo.
Uno de esos cambios fue importante para la eutaxia del Estado (Lincoln), y en el caso de Obama para la distaxia del Estado. La palabra conservadorismo en la vida política, implica una determinada forma de concebir un Estado, la aceptación de los ideales de los Padres de la Constitución y el apego a los textos de la ley fundamental, y el respeto por la tradicional forma de vida estadounidense, basada en el respeto a la libertad individual y los derechos de la persona.
Es necesario decir, que existen diversos tipos de conservadurismo y algunos enfrentados entre sí. Pero todos ellos se inspiran en las ideas que hicieron posible la Revolucion, la Declaración de la Independencia y la Constitución. En este sentido hay quienes desde una corriente historiográfica que, precisamente por fidelidad a esas ideas, consideran que Abraham Lincoln, traicionó a su país y encarna la ruptura, no la continuidad o la defensa, de la Constitución.
El debate fue y es intenso, los políticos como dije, convirtieron a Lincoln en un gran político libre de máculas o al menos justificados. Y lo presentan como la verdadera encarnación del espíritu democrático, mientras que los historiadores investigan su actuación y su programa político. En tanto los escritores publican copiosamente y consiguen buenos ingresos.
Oscar y Lilian Handlin publicaron: Abraham Lincoln and the Union (Boston, 1980), y estos autores se preguntaban: «¿Otra biografía de Lincoln? Seguramente pocos temas han tenido un tratamiento tan extenso (…) Quizá sólo Napoleón entre todas las personalidades históricas ha suscitado tanto interés. Pues sí, hay algo nuevo que decir».
El historiador James M. McPherson, en su comentario al libro, Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, de Doris Kearns Goodwin (New York, 2005), expresó lo siguiente: «Ocupan los estantes de las librerías más libros sobre Lincoln que sobre cualquier otro americano. ¿Se puede decir algo nuevo acerca del décimo sexto presidente? Sorprendentemente, la respuesta es sí».
Andrew Ferguson, en el prólogo a su Land of Lincoln (2007), escribía: «Se han escrito sobre Abraham Lincoln más libros que sobre cualquier otro americano – casi 1.400–, y la mitad de ellos comienza diciendo que se han escrito sobre Abraham Lincoln más libros que sobre cualquier otro americano. Éste es uno de ellos».
En 2009, bicentenario del nacimiento de Abraham Lincoln, conocido como El Gran Emancipador (1809-1865), una especie de santo y mártir secular («The greatest character since Christ», llegó a escribir John Hay), (Era el personaje más grande desde Cristo), y junto a George Washington, siempre en el tope de todas las listas y rankings –tanto populares como académicos– de los grandes presidentes de los Estados Unidos, provocó una gran cantidad de publicaciones, libros y artículos.
Simbólicamente, la figura de Lincoln no sólo está presente desde 1937 en Mount Rushmore, (junto a los otros dos grandes hamiltonianos, Washington y Roosevelt, y el demócrata Jefferson), el Santuario de la Democracia, en el magnífico grupo esculpido en proporciones gigantescas por Gutzon Borglum, sino que la impresionante escultura del Lincoln Memorial, de Daniel Chester French –con la colaboración de los hermanos Piccirilli, marmolistas–, preside desde 1922 el National Mall, frente al Capitolio, en Washington D. C. E incluso en el cine: ahí está, sin ir más lejos, la reciente Lincoln de Steven Spielberg (2012).
La película está basada en parte del libro «Team of Rivals», que publicó la historiadora Doris Kearns Goodwin en 2005. La obra en cuestión apenas se detiene tangencialmente, en unas pocas páginas, en el objeto de la trama, y el crédito parece más bien uno más de los endosos político-propagandísticos (registro en el que funciona también abundantemente Spielberg) de que han sido objeto tanto el propio libro como su autora, una veterana activista y comentarista política demócrata, que se ha visto envuelta en controversias por plagio en sus biografías sobre los Fitzgerald, los Kennedy y sobre Franklin D. Roosevelt.
«Team of Rivals», la historia de cómo Lincoln compuso su gabinete sobre la base de las personalidades que fueron derrotadas en el proceso de su nominación como candidato a la presidencia, fue saludado por la prensa, deseosa de manipular los supuestos paralelismos entre Obama y Abraham Lincoln, por el nombramiento de Hillary Clinton como Secretaria de Estado, realizado por Obama, su rival en el proceso de nominación.
Thomas J. DiLorenzo en «The Real Lincoln», publicado en castellano con el título de: «El verdadero Lincoln». Consta de diez capítulos dedicados a sostener la tesis, que el auténtico Lincoln distaba mucho de ser como se le suele pintar. Comienza el primer capítulo con una importante cantidad de referencias sobre el pensamiento de Lincoln, sobre la superioridad de la raza blanca sobre la negra. El entonces presidente Lincoln se opuso a la extensión de la esclavitud al Norte, por puro racismo.
Pero las citas no están puestas en su contexto temporal e histórico, por lo que no podremos saber si en realidad Abraham Lincoln estaba siempre convencido de la supremacía blanca, o si cambió en el tiempo desdiciendo las citas.
El partido republicano tenía objetivos, tenía planes y programas que coincidían con el «sistema americano» de Henry Clay, que tenía relación con tres puntos clave: la creación de una banca central, defensa del proteccionismo e instauración de subvenciones para crear infraestructuras, que entonces se llamaba «mejoras internas».
La industria en el Sur era mínima, lo sureños necesitaban importar bienes manufacturados del exterior o comprárselo a los empresarios del Norte. El Norte para eliminar la competencia extranjera estableció aranceles prohibitivos, y estableció la «aduana de la abominación», inspirada por Henry Clay, y parte del Sur amenazó con separarse.
Esta medida fue muy impopular en el Sur, junto al banco central y las políticas inflacionistas, y fue Andrew Jackson, el primer presidente demócrata del Sur del país, quien se opuso a Henry Clay en el intento de éste de dar vida al segundo banco norteamericano de ese tipo. El Sur estaba dispuesto a separarse, lo que arruinaría los planes del discípulo de Clay. Por ello, su principal objetivo no fue, acabar con la esclavitud, sino preservar la Unión, mantener una Unión que era absolutamente necesaria para el sistema americano.
Abraham Lincoln estaba dispuesto (según DiLorenzo), a la guerra para mantener la Unión, e incluso suspender el hábeas corpus, encarcelando sin juicio a millares de estadounidenses por criticar su política de guerra o enaltecer al líder sureño, Jefferson Davis. Lincoln hizo confiscar armas y propiedades de los ciudadanos, a este respecto el Tribunal Supremo le recordó que no tenía poder para suspender el hábeas corpus, pero su Administración «simplemente, la ignoró».
Que un juez de un Estado encausase a un funcionario federal por hacer arrestos ilegales se convirtió en delito. Según DiLorenzo, Abraham Lincoln no suspendió las elecciones, pero coaccionó a los electores enviando el Ejército a «proteger a los votantes unionistas» y a «arrestar y confinar hasta después de las elecciones» a todos los detractores de la Unión, por lo tanto, los candidatos republicanos ganaron cada elección.
DiLorenzo dedica un capítulo a los crímenes de guerra durante el conflicto cometidos por los generales de la Unión, entre ellos William T. Sherman, quien llegó a decir: «Para los petulantes y persistentes secesionistas, la muerte es misericordia». Pero no fue Abraham Lincoln. Sobre la esclavitud sostiene el autor, que habría desaparecido con o sin guerra, como sucedió en multitud de países.
Abraham Lincoln, además, con tal de salvar la Unión, se mostró favorable a mantener la peculiar institución. Ni siquiera para el Sur era fundamental, ya que se mostró dispuesto, ante las exigencias de Francia e Inglaterra, a suprimirla, siempre y cuando estas dos naciones europeas reconocieran internacionalmente a la Confederación.
Quizá las mejores páginas son las que DiLorenzo dedica a abordar, para defender, el derecho de secesión. Más allá de lo que pueda pensar cualquiera al respecto, lo cierto es que Estados Unidos se creó desde el derecho a la secesión, es más, desde el derecho a la secesión de los Estados, que más tarde se unirían creando una única nación, como explica DiLorenzo.
Los Estados Unidos de América son un pueblo cuyo nombre hace referencia a parte de su propia historia. El plural obedece a que fueron un conjunto de colonias británicas que se rebelaron contra la metrópoli y se constituyeron en Estados independientes. Luego, soberanamente, decidieron unirse en una confederación. Más adelante tomaron la decisión de disolverse como tal y vincularse por medio de una federación. La secesión es el origen de este pueblo.
El segundo párrafo de la Declaración de Independencia, que no suele citarse entero, dice lo siguiente:
«Consideramos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales; que están dotados por el Creador de derechos inalienables, entre los cuales están [los derechos a] la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que para asegurar esos derechos los hombres instituyen gobiernos que derivan sus poderes del consenso de los gobernados. Que cuando cualquier forma de gobierno se convierte en destructiva a tales fines, es derecho de las personas alterarla o abolirla e instituir un nuevo Gobierno, que siente su fundación en tales principios y organice sus poderes de tal manera que sea para ellas el más adecuado para hacer efectiva su seguridad y su felicidad».
Se ha intentado imponer la teoría de que la Constitución no se basa en el acuerdo de los Estados, sino que es el pueblo de los Estados Unidos, «We the people…», el que crea la nueva nación. Es un ejercicio de lógica creativa, ya que no se disolvió ningún Estado y la totalidad de los documentos fundacionales desde la Declaración de Independencia, a los artículos de la Confederación y a la propia Constitución, se refieren a los Estados como «libres e independientes».
Al firmar la Constitución, los Estados de New York, Rhode Island y Virginia se reservaron explícitamente el derecho a desasirse del acuerdo constitucional si se violaban sus libertades, derecho que de forma tácita aceptaron, para éstos y para sí mismos, el resto. El Estado de Massachusetts invocó su derecho de secesión no en una, sino en cuatro ocasiones.
La primera, cuando los Estados discutían sobre el reparto de sus respectivas deudas. La segunda, en 1803, cuando Thomas Jefferson se saltó la Constitución y compró Louisiana, a raíz de lo cual el país prácticamente dobló su extensión. En 1807 ante la política de Jefferson de autobloqueo ante los productos británicos (formaba parte de lo que aquél denominaba «coacción pacífica» a Inglaterra, su alternativa a la guerra) encendió la indignación del Norte, que exigía respeto a su derecho al libre comercio.
El 5 de febrero de 1809, las dos Cámaras de Massachusetts anularon la ley de embargo por «injusta, opresiva e inconstitucional» y además declararon que sus ciudadanos no estaban «legalmente sujetos» a ella. Las Cámaras de Rhode Island y Connecticut prohibieron cualquier cooperación con los funcionarios federales que intentasen hacer cumplir el embargo, y Nueva Inglaterra y Delaware declararon la nulidad del susodicho sobre la base de los principios de 1798.
Estados Unidos había evitado el conflicto franco-británico, pero finalmente se vio obligado a pelear contra la antigua metrópoli en 1812. Gran Bretaña había logrado bloquear el comercio, con severos daños para Nueva Inglaterra. James Madison, Jefe de la Casa Blanca, exigió a Massachusetts y a Connecticut que pusieran las milicias locales a sus órdenes, pero estos se negaron.
Madison, entonces, se negó a seguir pagando sus gastos, lo cual acabó con la paciencia de ambos estados… y con la de Rhode Island, New Hampshire y Vermont. Todos ellos celebraron una convención en Hartford, Connecticut. Los Estados reunidos en Hartford recordaron las resoluciones de Kentucky y Virginia de 1798, escritas respectivamente por Thomas Jefferson y James Madison, en las que recordaban los principios fundacionales de los Estados Unidos y la teoría del acuerdo (compact) entre Estados.
Acuerdo según la cual cada uno de éstos tenía la capacidad de decidir si seguir en dicho acuerdo y de juzgar si el poder federal había violado los poderes que le otorgaba la Constitución. Puesto que cada Estado era depositario del derecho político que dio origen a la Constitución y a las instituciones allí recogidas, todos tenían los derechos de interposición y anulación, es decir, que cada estado era intérprete de la Constitución y tenía el derecho de declarar nula una ley federal que violase la Carta Magna, sus derechos o los de sus ciudadanos.
Las referidas resoluciones fueron escritas a raíz de la aprobación, durante la Administración de John Adams, de las leyes de extranjería y sedición, que menoscababan los derechos de los ciudadanos de Estados Unidos. La cuarta vez fue en 1848. Massachusetts amenazó luego de la anexión del Estado de Tejas.
Por otro lado, el Norte volvió a plantearse su derecho de anular leyes federales cuando se pusieron en marcha las «Leyes de Esclavos Fugitivos» (1850). La política tradicional de los Estados Unidos era enemiga del centralismo, y engordar el Gobierno federal. La Constitución especificaba cuáles eran sus poderes, «pocos y definidos», según explicaba James Madison, en El Federalista.
Ahora bien, el poder siempre la ha tenido quién le defienda y dé cobertura. En Estados Unidos, Alexander Hamilton concibió un sistema mercantilista que heredó y perfeccionó Henry Clay, que la bautizó como: «Sistema Americano». Como reacción al cierre del segundo Banco de los Estados Unidos, se había creado el partido whig, cierre ordenado por Andrew Jackson, y fue en su seno que se articuló el sistema americano de Clay, que se mantuvo fiel a dicha formación hasta el colapso de la misma, en los años 50.
Entonces, en 1856, se sumó al Partido Republicano, del que sería su primer presidente. Sus objetivos políticos quedan claros en esta declaración de 1832 de su más fiel discípulo:
«Presumo que todos saben quién soy. Soy el humilde Abraham Lincoln. Son muchos los amigos que me han pedido que me convierta en candidato para el Congreso. Mi programa es breve y dulce como el baile de una mujer vieja. Estoy a favor de la banca nacional, del sistema de mejoras internas y de una aduana proteccionista».
Abraham Lincoln nació en el seno de una familia de Kentucky «sin distinción alguna», pero en Estados Unidos cualquier persona podía llegar a lo más alto en la economía o en la política, se dedicó a la abogacía y se especializó en la defensa de la pujante industria del ferrocarril. Hoy sería un «lobista», una profesión que es perfectamente legítima y que consiste en abogar por los intereses de un determinado sector.
Fue el más destacado de los de su época y se hizo rico, debido en parte, a sus altos honorarios (llegó a rechazar un sueldo inicial de 10.000 dólares) y en parte a enjuagues poco honrados, como cuando compró terrenos en Council Bluffs (Iowa) –lejos de su zona de actuación: el estado de Illinois– poco antes de que el Gobierno subsidiara la puesta en marcha de un ferrocarril transcontinental con parada en… Council Bluffs.
Abraham Lincoln, defendía que el Gobierno destinara fondos públicos sobre esa industria y otras aledañas, como la de los canales. Ambas formaban parte de lo que se conocía como internal improvements, o «mejoras internas», es decir, el fomento de ciertos sectores con dinero público. El de aduanas era el principal de los tributos: aportaba al Gobierno federal el 90% de sus ingresos.
Su objetivo era «abrigar» la potente industria estadounidense, en su mayoría radicada en el Norte, con una aduana que, más que de recaudadora, hiciera de muro proteccionista. En realidad, se trataba de alejar a la competencia europea y hacer del Sur un cliente cautivo, el Sur era el que más padecía con esta política, que le forzaba a pagar más caros los productos finales y los bienes de capital, que tanto necesitaba para hacer competitiva su propia producción.
El aumento de los costes no podía repercutirlo en sus clientes internacionales, pues, en un mercado de competencia internacional los precios están dados y los márgenes son muy limitados. Las exportaciones de los sureños eran cuatro o cinco veces superiores a sus ventas en el interior, la salud económica de sus clientes era muy importante, y el hecho de que británicos, franceses y demás perdieran parte de su negocio por el proteccionismo les perjudicaba.
Rumbo a la secesión.
La idea del acuerdo entre estados y el derecho de éstos a anular las leyes federales y, en última instancia, a la secesión tenía más tradición en el Norte que en el Sur, pero éste también creía firmemente en ella, y a ella recurrió cuando vio que se violentaban sus intereses y derechos.
El Sur era básicamente agrícola, y sus excedentes (cuatro quintos de su producción) los exportaba al resto del país y al exterior. El arancel de 1816 fue un primer logro de Henry Clay. El Congreso aprobó otro arancel en 1824, claramente proteccionista, que doblaba el anterior y despertó muchas protestas en el Sur. En1828, el arancel rozó el 50% del valor de muchos bienes manufacturados.
Los políticos sureños veían en ello un «sistema de robo y saqueo» que hacía a una parte del país tributaria de la otra. El más destacado de sus detractores fue John C. Calhoun, vicepresidente con Andrew Jackson y autor de la «Exposición y protesta de Carolina del Sur», donde defendía el derecho de su estado natal a anular una ley federal y esgrimía los precedentes de Kentucky y Virginia.
Pero también iba por el derecho de Carolina del Sur a la secesión. Jackson, un defensor de los derechos de los estados, no estaba, sin embargo, dispuesto a permitir la secesión y paró en seco tal movimiento. El último golpe de Clay fue el arancel de 1832. Cambiando en 1844, con el ascenso a la Casa Blanca del demócrata James Polk, que impuso una gradual reducción de las tasas a la importación. Las políticas librecambistas tuvieron su oportunidad hasta la llegada de Lincoln a la Presidencia.
Lincoln era repudiado en el Sur, y, de hecho, no recibió un sólo voto en diez de los 36 estados. Fue el primer presidente elegido sólo por una región del país. Después de su victoria, el 19 de febrero de 1861, en conferencia en Pittsburgh, Pennsylvania, dejó claro que la imposición de un arancel alto, era lo más importante para su programa.
El 2 de marzo, dos días antes de su discurso de inauguración, se aprobó el arancel Morrill, el más alto de la historia de los Estados Unidos. Su programa económico no convenció a la mayoría de los ciudadanos debido a su fuerte intervencionismo estatal y la subida de impuestos que comportaba.
Esta medida le dio un fuerte impulso a la sindicación de los trabajadores hecho que agradó a la Internacional y a Karl Marx, quien lo calificó como «hijo honrado de la clase obrera». También se ha dicho que Lincoln simpatizaba con cierto discurso socialista, eso se podría deducir de lo escrito a los sindicatos de New York: «La liberación de los esclavos en el Sur es parte de la misma lucha por la liberación de los trabajadores en el Norte».
La esclavitud.
Los estados estaban divididos en libres y esclavos, en función de la presencia o no de la «peculiar institución» (como se llamaba a la esclavitud), en sus territorios. Estaban empatados en número y, por lo mismo, en representación en el Senado. A medida que el país se iba expandiendo hacia el oeste, la creación de nuevos estados provocaba enfrentamientos políticos.
Cuando Abraham Lincoln pronunció su discurso de investidura, habían declarado su independencia siete estados encabezados por Carolina del Sur. El día de su proclamación, Lincoln declaró: «No tengo intención de intervenir, de forma directa o indirecta, en la institución de la esclavitud en los estados en que ésta existe. Creo que no tengo ningún derecho, y tampoco tengo inclinación a ello».
Su partido, había aprobado una resolución que reconocía «la inviolabilidad de los derechos de los Estados, y en particular el derecho de cada Estado a ordenar y controlar sus propias instituciones domésticas de acuerdo exclusivamente con su propio juicio». Dos días antes de su discurso inaugural el Senado había aprobado una enmienda que proclamaba:
«No se hará ninguna enmienda a la Constitución que autorice o dé al Congreso el poder de abolir o interferir en ningún estado con las instituciones domésticas, incluyendo las referidas a la tenencia de personas para el trabajo o los servicios, según las leyes de cada estado».
La prioridad de Abraham Lincoln no era la esclavitud, sino la Unión. La Constitución confederada creó en el Sur un área de libre comercio que constituía un durísimo golpe para la política de Lincoln, por eso estaba dispuesto a transigir con la esclavitud. Horace Greeley le recomendó que dijese que el propósito de la guerra era abolirla, pero Lincoln le dejó las cosas claras:
«Mi objetivo fundamental en esta lucha es salvar la Unión, no salvar o destruir la esclavitud. Si pudiese salvar la Unión sin liberar a uno sólo de los esclavos, lo haría. Y si pudiera salvarla liberando a algunos y dejando de lado a otros, también lo haría. Lo que hago en relación con la esclavitud y la raza de color lo hago porque ayuda a salvar la Unión».
La «Proclama de Emancipación» sería firmado el 22 de agosto de 1862, lo que le permitió ganar la guerra entre los Estados. En ese documento se declaraba libres a los esclavos de los territorios rebeldes, pero respetó la institución en aquellos estados que se mantuvieron fieles a la Unión, es decir en Kentucky, Missouri, Maryland y Delaware, así como en ciertos condados sureños que optaron por no sumarse a la secesión.
Abraham Lincoln no defendió nunca la igualdad racial. La Proclama de Emancipación fue ideada para reducir la capacidad bélica de los sureños, que entonces contaban con cuatro millones de esclavos trabajando en la retaguardia. El gabinete la aprobó, pero convenció al presidente para que esperase a una victoria militar del Norte y que no pareciera una medida desesperada.
Lincoln consideraba la esclavitud una indignidad, pero pensaba que las dos razas no podían convivir, por lo que recuperó los proyectos de enviar los libertos a África y encargó un estudio sobre el establecimiento de una colonia en Panamá. Al año siguiente formó regimientos exclusivamente de negros, y en febrero de 1865 consiguió que el Congreso aprobara la XIII Enmienda a la Constitución, que abolía la esclavitud pero sin conceder la ciudadanía a los libertos.
No fue el mantenimiento de la esclavitud una de las razones para la secesión, sólo Texas y Alabama la mencionaban en sus declaraciones de independencia. Y Jefferson Davis no hizo una sola referencia, directa o indirecta, a la misma. El primer disparo fue confederado, y tuvo por objetivo el fuerte Sumter.
«El fuerte Sumter estaba a la entrada del puerto de Charleston, ocupado por tropas federales que apoyaban a los funcionarios de aduanas de los Estados Unidos –escribe Charles Adams–. No fue demasiado difícil para los de Carolina del Sur hacer el primer disparo».
Si Carolina del Sur mantuviera el control sobre el puerto de su capital, todo el plan de Lincoln se vendría abajo, pues el Sur podría comerciar sin pagar los aranceles impuestos desde Washington. Lincoln no lo iba a permitir. En 1807 hubo una crisis que amenazó con romper la Unión, el presidente Jefferson hizo votos por que ésta no se produjese pero igualmente expresó sus mejores deseos para los estados que finalmente decidieran marcharse, así como su esperanza de que más adelante volviesen a la Unión como hermanos y amigos.
Ninguno de los quince «muy distinguidos ciudadanos» que le precedieron en el cargo lo hicieron. Abraham Lincoln, no se detuvo ante nada ni ante nadie. Declaró formalmente la guerra a los Estados Confederados arrogándose una prerrogativa que la Constitución confiaba exclusivamente al Congreso.
Igualmente, se atribuyó unos «poderes de guerra» no contemplados en la Constitución y que le colocaron por encima de cualquier ley. Desde la caída del fuerte Sumter, en abril de 1861, hasta la sesión especial del Congreso de julio de ese mismo año actuó con un poder absoluto, encarnando los poderes legislativo, judicial y, el ejecutivo.
El presidente del Tribunal Supremo, Roger Taney, emitió una opinión, en el caso Ex Parte Merryman, en el sentido de que Lincoln no tenía autoridad para suspender el habeas corpus. Pero éste no sólo no se echó atrás, sino que dio la orden de que se detuviese al juez y se le encerrase en una cárcel militar. El hecho de cuestionar u oponerse al reclutamiento forzoso, a juicio del Ejército, se trataba de posturas «desleales».
El secretario de Estado, William Seward, llegó a crear una policía secreta para cazar a los desertores y enviarlos a prisión. Thomas DiLorenzo sostiene que no hay acuerdo entre los historiadores sobre los «más de 13.000 presos políticos fueron encarcelados en las prisiones militares de Lincoln». Lincoln declaró:
«No se puede malinterpretar al hombre que permanece callado cuando se debate sobre los peligros de su Gobierno. Si no se le detiene, estad seguros de que ayudará al enemigo. Especialmente si es ambiguo, si habla de su país con peros y condicionales y no obstantes».
La Administración republicana cerró no menos de 300 periódicos y censuró las comunicaciones telegráficas. Detuvo a gran parte de los miembros electos del Congreso de Maryland, arrestó al alcalde de Baltimore. Confiscó propiedades y haciendas. Abraham Lincoln fue un dictador temporalmente (la Dictadura, era un nombramiento oficial en la antigua Roma).
Es legítimo que en un estado de guerra asuma esas funciones, él es el soberano, cuando está en peligro la eutaxia del Estado es necesario, y no se debe recurrir a discursos morales, y tampoco vale invocar si la guerra es justa o injusta, las guerras son prudenciales, no son justas ni injustas. Pedro López Arriba, rechaza categóricamente estas acusaciones.
«Es ésta una de las más insólitas acusaciones que se han formulado contra el personaje. En realidad, es una muy pobre imputación, ya que todo consiste en denunciar que, en las circunstancias excepcionales de la guerra, la presidencia ejerció poderes excepcionales. También otros presidentes ejercieron poderes de excepción en situación de guerra, en el siglo XVIII, en el siglo XIX y en el siglo XX. Unos poderes que nunca se mantuvieron una vez concluidas las hostilidades, por lo que no se puede considerar seriamente esta objeción. Más aún, las medidas de excepción adoptadas bajo los mandatos de Lincoln (1861-1865) fueron sensiblemente más suaves que las tomadas por otros». Pedro López Arriba.
Para Lincoln la esclavitud y la poligamia constituían «vestigios de la barbarie» que había que suprimir. También existía otro tipo de barbarie, cautiverio, incesto, canibalismo, masacres, violaciones de colonos blancos, etc., existían «nativos americanos» dispersos por los inmensos territorios al oeste del rio Mississippi, que en época de Lincoln era un problema serio, su abuelo paterno había sido muerto por los indios en su granja de Kentucky.
La rebelión de los sioux en Minnesota en agosto de 1862 es un oscuro episodio suscitado en la retaguardia, dentro de la Guerra Civil, que algunos biógrafos, como Oates (1977), por ejemplo, ni siquiera mencionan. Donald (1995) sólo le dedica cuatro páginas.
Sin embargo, fue un fuerte conflicto que exigió la intervención del ejército federal y produjo más de dos mil muertos entre colonos blancos e indios, así como la ejecución, en la plaza principal de Mankato (26 de diciembre de 1862), de treinta y ocho cabecillas sioux, la ejecución pública más numerosa de la historia americana (ejecución rubricada por el propio Lincoln, que, por otra parte, perdonó la vida a más de un centenar de individuos).
En su Mensaje Anual al Congreso del 1 de diciembre de 1862, Lincoln informó sobre la «extrema ferocidad» del ataque de los sioux contra los colonos blancos de Minnesota: «(Han matado) indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños (…) en un número estimado de por lo menos ochocientas personas (…) y una inmensa destrucción de sus propiedades».
No se refirió al elevado número de violaciones de mujeres, que, sin embargo, tuvo en cuenta al firmar las sentencias de muerte, según Donald. Aunque el propio Lincoln y la mayor parte de los historiadores han sospechado que pudo existir incitación a la rebelión por parte de agentes confederales, nunca se ha llegado a demostrar tal extremo.
En el caso de los mormones, estos fueron un fenómeno distinto, esta nueva secta fue la primera fundación religiosa original del Nuevo Mundo, de tipo comunitario-colectivista y, por tanto, potencialmente totalitario. América había sido un campo prolífico de experimentación utópica, religiosa o socialista, desde el siglo XVII hasta la Guerra Civil, pero ninguno de los centenares de experimentos que se llevaron a cabo tuvo éxito como el de los mormones, a pesar de las dificultades que afrontaron en sus primeros años y el final trágico ocurrido a su fundador, Joseph Smith.
Tras el linchamiento popular de éste, el liderazgo fue asumido por Brigham Young, que tuvo la visión, la capacidad y la voluntad decisiva de conducir a sus seguidores a la nueva tierra prometida, en el desierto de Utah. La rebelión de los mormones fue silenciosa y paralela a la Guerra Civil, y que sobrevivió muchos años al propio Lincoln. Fue una rebelión distinta, una especie de resistencia civil o guerra cultural, aunque tuvo también sus episodios violentos.
En 1857 se produjo un conato de rebelión que implicó la movilización de la milicia mormona (The Nauvoo Legion) frente a una «invasión» de tropas federales. No hubo finalmente enfrentamiento, pero la tensión propició uno de los incidentes más sanguinarios y siniestros de la historia de la comunidad (que desde 1849 se había autoproclamado el «State of Desert»): la matanza, el 11 de septiembre y en Mountain Meadows, en el sur de Utah, de una caravana de colonos emigrantes de Missouri que se dirigía hacia California. Murieron 120 personas, la mayoría mujeres y adolescentes (se salvaron 17 menores, que fueron raptados/adoptados por los mormones).
Tanto Abraham Lincoln como Douglas condenaron en sus debates de 1858 la rebelión y la masacre. Los historiadores mormones Leonard J. Arrington y Davis Bitton, sostienen que la actitud de Lincoln fue de cautela y suma prudencia («Vaya y dígale a Brigham Young que si me deja en paz, le dejaré en paz», le dijo al mediador T. B. H. Stenhouse).
Pedro López Arriba.
“La tesis de los críticos del presidente que salvó a la Unión en su peor hora dice básicamente que, por razones más o menos económicas, Lincoln destruyó la “vieja Unión libre”, en la que la secesión era perfectamente posible y legal, invocando falsamente para ello la cuestión esclavista, en la que él mismo no creía, y provocando con ello una sangrienta guerra civil, que le llevó a aplicar sin el menor escrúpulo políticas dictatoriales y a destruir a las aristocracias sudistas, que al parecer eran las representantes del más genuino liberalismo y la verdadera base liberal de los Estados Unidos de América.
Sostienen los críticos de Lincoln que la Unión, tal como fue concebida en la Constitución de 1787, era de carácter voluntario, por lo que era posible tanto entrar como salir de ella. Es ésta una afirmación muy alejada de la realidad y con perfiles de sofisma, pues confunde la idea de voluntariedad con la de revocabilidad. Dos ideas diferentes y de alcances distintos, que son perfectamente distinguibles en el derecho público y en el privado, pues voluntad no significa capricho, y la revocación de los actos voluntariamente realizados jamás es enteramente libre. Las legislaciones públicas y privadas de todo el mundo contienen limitaciones severas para la revocación de actos y contratos, por razones de perjuicios a propios y a terceros que a todos se nos alcanzan, y la Unión norteamericana no fue en eso una excepción.
Que toda unión tiene algo de voluntario es cosa tan evidente que no merece más que ser enunciada. Y que la Unión norteamericana fue voluntariamente constituida tampoco ofrece dudas. Pero eso nada tiene que ver con el hecho que se pretende discutir, que es el de la posible existencia de un derecho a abandonar unilateralmente dicha unión. Pues bien, la voluntad expresa de los fundadores en la primera Constitución USA, la de 1777, era la de una formar una unión definitiva. De ese modo, esa primera Constitución se denominó oficialmente Artículos de la Confederación y la Unión Perpetua. La segunda Constitución, la de 1787, fue elaborada por la Convención Constitucional de Filadelfia, que, aunque sólo tenía poderes revisorios para la mejora del sistema de gobierno establecido en los Artículos, fue mucho más lejos y modificó radicalmente el marco de partida, definiendo un nuevo orden constitucional. De entre lo poco que la Convención no varió un ápice se contaba lo relativo a la Unión, que se vio reforzada por la declaración fijada en el preámbulo, donde se anunciaba que lo que se pretendía era formar “una Unión más perfecta” que la de 1777. “
“En suma, en este debate debe constatarse el hecho indudable de que la posibilidad de la secesión no estuvo contemplada en el sistema constitucional norteamericano, ni en 1777, ni en 1787 ni en 1860. Y los precedentes de amenaza secesionista de Carolina del Sur, en 1832 con el presidente Jackson y en 1849 con el presidente Taylor, recibieron la misma respuesta desde los poderes federales que en 1860; con la diferencia de que en 1860 los secesionistas fueron más lejos y se llegó a la contienda, mientras que en 1832 y 1849 se echaron atrás.”
“La secesión había sido amagada muchas veces por los sureños, que siempre encontraron la más rotunda oposición de los poderes federales. Cuando en 1861 quisieron ir más allá de la mera amenaza, la respuesta armada que se había anunciado en 1832 y 1849 se hizo realidad.”
“La aristocracia sureña era profundamente anti-liberal en sus usos y en sus convicciones. La esclavitud no era la única objeción que podía formularse contra los sistemas políticos y económicos que habían terminado por imponerse en el Sur. Los conflictos habidos en Kansas y Missouri en los años inmediatamente anteriores a la guerra civil demostraron palmariamente el talante autoritario de dicho estamento.
Lincoln afrontó una tarea mucho más grande y difícil, si cabe, que la asumida por los fundadores de la República en 1776 y en 1787. Partía de una Unión ya fundada. Pero en 1860 esa Unión estaba a punto de disolverse. Y asumió la tarea de refundarla reconstruyendo el edificio de la República sobre la base de la soberanía nacional del pueblo de toda la Unión, idea de soberanía ya implícita en el preámbulo de la Constitución de 1787, en la convicción de que la única posibilidad de pervivencia de la democracia en América residía en que ésta se fundase en la conciencia de una Unión indisoluble.
Lincoln creía firmemente que la secesión implicaría, a medio o largo plazo, la imposibilidad absoluta para mantener el gobierno popular, representativo y democrático, tanto en el Norte como en el Sur. Si la democracia debía perdurar en Norteamérica, ello sólo sería posible con la unión de todos los Estados bajo la Constitución de 1787.
Esta tesis fue la que mantuvo Lincoln durante todas sus campañas políticas, desde 1858. El coste de la afirmación de esa tesis fue una sangrienta guerra civil de casi cinco años, de la que él mismo fue víctima, y el legado de un problema, la integración de los negros, que tardaría más de cien años en hallar las vías para su solución definitiva.”
Abraham Lincoln envejeció mucho entre 1861 y 1865. Existen muchos detalles de la personalidad y la vida íntima de Abraham Lincoln que son desconocidas para el público, dicen que era un hombre triste y melancólico que arrastraba un gran pesar por la muerte de su madre cuando él tenía nueve años y el maltrato de su padre, que, a duras penas, contrarrestaba el cariño de su madrastra.
La muerte de su primer amor, Ann Rutledged, con 25 años, le condujo a una gran depresión. Pensaba constantemente en el suicidio. Incluso llegó a publicar un poema en el Sangamo Journal titulado: «Soliloquio del suicida» (25-VIII- 1838). Se dice que sus amigos le vigilaban para que no se suicidara. Las derrotas en la guerra civil le sumían en la tristeza, así lo expresó: «Tal vez parezca, cuando estoy en compañía, que disfruto de la vida. Pero cuando estoy solo me veo dominado por la depresión con tanta frecuencia que no me atrevo a llevar una navaja».
Abraham Lincoln obtuvo el título de abogado de manera libre, le pesaba no haber concurrido a la universidad. A la edad de cuarenta años se sentía un fracasado porque, según él, los demás llegaban más alto. Se consideraba poco agraciado estéticamente y le pesaba su poca suerte con las mujeres, entre los muchos chismes se dice que recurría en demasía a las prostitutas.
Su orientación sexual también ha sido puesta en duda, su estrecha amistad con Joshua Fry Speed, con el que compartió cama durante cuatro años, y al que escribía cartas que parecen de amor, y un extraño episodio con un capitán han hecho pensar en su posible homosexualidad. A esto se le añade un poema ambiguo sobre dos hombres casados que fue retirado de la edición que recién lo sacó a la luz en 1942.
Sin embargo, no hay prueba fehaciente de nada, pero sí sobre sus gustos heterosexuales. Su esposa Mary Todd, que no fue la mejor compañera, era una mujer bipolar, maníaca, deprimida y muy ambiciosa, era una maltratadora. En una ocasión le tiró una taza de café caliente a la cara porque Abraham Lincoln la recriminó en público que llegaba tarde. Otra vez le persiguió por la calle con un cuchillo.
Al llegar a la Casa Blanca, Mary Todd Lincoln, una de sus primeras medidas fue redecorarla con muebles importados, agotando en pocos meses la asignación que había dado el Congreso para cuatro años. Lincoln quiso pagarlo de su bolsillo. Mary Todd siguió gastando a espaldas del presidente, y para pagar las facturas recibía sobornos (tráfico de influencias) a cambio de aconsejar a su marido, los nombramientos.
Los pueblos necesitan héroes, pero es muy difícil encontrar hombres dechados de virtudes que incluyan todos los aspectos de su vida. Abraham Lincoln, fue el presidente de Estados Unidos que salvó al país en una dolorosa guerra y le libró de la única institución vergonzante, entre tantas virtuosas, que le acompañó desde su nacimiento: la esclavitud (pero no tan abyecta, el cristianismo lo aceptaba).
Las naciones escriben sus propios relatos, maquiavélicamente, diría que es necesario y justificado escribir esas historias para consolidar el Estado, para cohesionar una nación.
Lincoln fue un héroe político, como muchos otros, uno de esos a los que se refiere el subtítulo del poema de R. Lowell «Por los muertos de la Unión»: relinquunt omnia servare Rem Publicam. Frase en latín que es el lema de una conocida Sociedad de Cincinnati, cuyos miembros eran descendientes de oficiales americanos de la llamada Revolutionary War, y a la que pertenecía Robert Gould Shaw y que cambió Rem Publicam por «Nation». «They left everything behind to serve the nation», (dejaron todo atrás para servir a la nación).
El 14 de abril de 1865, una muerte más se sumó a la sangrienta guerra civil, quizá la más trágica de todas, el presidente Lincoln fue asesinado a tiros en un teatro de Washington. Su muerte fue como la de los favoritos de los dioses, en el mismo momento de la victoria (la guerra concluyó el día 2 de junio de 1865), después de haber sido él, prácticamente en solitario, la inteligencia y la voluntad que había evitado la secesión, sobreponiéndose a todas las adversidades.
El gran poeta neoyorkino, Walt Whitman, expresó en los primeros versos de su poema «¡Oh, Capitán!, ¡Mi Capitán!», (del libro de poemas de guerra «Drum Tap»), el dolor general de la Nación por su asesinato.
¡Oh, Capitán!, ¡Mi Capitán!, nuestro temible viaje ha terminado.
El barco ha resistido todos los temporales, ganamos el premio que ansiábamos, el puerto está cerca, oigo las campanas, la gente está exultante, mientras los ojos siguen la firme quilla, el barco tenaz y osado.
Pero, ¡oh, corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!, ¡oh, las sangrientas gotas rojas, en la cubierta, donde yace mi Capitán, caído, frío y muerto.
Abraham Lincoln había fallecido, a las 07:22 hs, del amanecer del 15 de abril de 1865. Y fue llevado desde el teatro en que recibió los disparos, hasta una casa particular, donde los médicos hicieron poco más que esperar a que expirase. Como siempre, Lincoln aparecía desmañado. Los pantalones que vestía le quedaban algo corto, detalle magnificado porque la cama en que le tendieron era demasiado pequeña para su gran estatura, y le sobresalían notablemente las piernas.
Seward, Stanton o Chase, que tanto le habían despreciado y odiado en vida, lloraban. Grant también lloró al enterarse de su muerte. A las 19:30 hs, todas las campanas de la ciudad de Washington comenzaron a tocar a muerte, mientras un grupo de oficiales transportaron a hombros el ataúd donde había
sido colocado (no lo pudieron cerrar, pues también era demasiado pequeño para Lincoln) desde la casa donde murió el presidente hasta la Casa Blanca.
Después el cadáver fue conducido a un tren militar especialmente preparado para la ocasión, que le habría de conducir a través de 1.700 millas hasta Springfield (Illinois) donde sería definitivamente sepultado. En Lancaster (Pennsylvania), entre los miles que se acercaron a dar su despedida, se encontraba J. Buchanan, predecesor de Lincoln en la Presidencia.
En Filadelfia, el féretro fue conducido al Independence Hall (el lugar donde se declaró la independencia en 1776), donde fue visitado por miles de personas durante dos días. En New York, más de 100.000 personas desfilaron en duelo por las calles de la ciudad para acudir a honrar al Presidente muerto. En Cleveland, en Chicago y muchas otras ciudades, se detuvo el tren para homenajear a Lincoln.
El 11 de febrero de 1861, cuando salió de Springfield, Illinois, para tomar posesión de la Presidencia, Lincoln había dicho a sus amigos: «Salgo ahora sin saber cuándo o como volveré». El 4 de mayo de 1865, había retornado a su ciudad, pero muerto.
13 de abril de 2015.