JOSÉ MARÍA SALGADO, ALIAS «PEPE»
EL TERRORISTA CRIMINAL MONTONERO
JOSÉ MARÍA SALGADO, ALIAS «PEPE»
José María Salgado, alias «Pepe», pertenecía a una familia de clase media. La familia Salgado tenía un muy buen pasar económico debido a que el papá, Jorge, era un abogado especializado en derecho comercial que compartía con un socio un estudio muy activo en la zona de Tribunales en Capital Federal. Vivian en una amplia casa de dos plantas, de ladrillos a la vista y tejas francesas, que ocupaba dos lotes en la esquina de las calles Juan B. Justo y Carlos Villate, a once cuadras de la residencia presidencial de Olivos, en la zona norte del Gran Buenos Aires.
Los padres de José María eran católicos practicantes, eran austeros y solidarios al punto que realizaban frecuentes tareas de beneficencia en los barrios pobres del municipio. La parroquia la Asunción de la Virgen, a seis cuadras de su casa, era un sitio muy especial para la familia Salgado, su madre tocaba el órgano, y el padre leía la lectura bíblica en la misa y presidía la Acción Católica, y los tres hijos varones oficiaban de monaguillos.
José María Salgado, nació el 27 de enero de 1955, era el hijo del medio, sus familiares lo describen como el más gracioso, el preferido entre los hermanos Salgado. Así lo comentó su madre, Josefina, quien festejaba todas las ocurrencias del menor de los varones. Jorge, su padre, tenía un único hermano, con quien estaba muy unido, de profesión militar y que llegaría a ser general y jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, con asiento en Córdoba y que tenía bajo su mando directo nueve provincias.
El padre del guerrillero montonero, Jorge Salgado, había estado preso una semana por una pelea con partidarios del presidente Juan Domingo Perón en la Facultad de Derecho en 1949, con ese antecedente luego de recibirse de abogado su matrícula fue demorada ex profeso. Por tanto, no tenía ninguna simpatía por el peronismo. Los abuelos del montonerito también eran antiperonistas.
Don Guzmán Feliciano Luis Salgado, hijo de inmigrantes españoles, odiaba a Juan Domingo Perón desde antes de que estatizara el banco británico en el que trabajaba, a fines de los 40, siguiendo la maldita costumbre izquierdista de estatizar la economía. Feliciano Salgado renunció y se dedicó a llevar los libros de contaduría de varios negocios. No podía entender cómo era posible que Pepe y sus hermanos se hicieran peronistas en 1973.
Este tipo de casos se había multiplicado en familias antiperonistas, «gorilas» lo llamaban despectivamente los peronistas. Muchos hijos y nietos de antiperonistas se hicieron peronistas y rápidamente adoptaban la lucha armada, elogiaban a Perón a quien no habían visto gobernar. Estos jóvenes idiotas se sumaron a la revolución socialista y buscaban instaurar la dictadura del proletariado, se creían que ellos iban acabar con la democracia liberal y el capitalismo burgués. Pobres ilusos, los únicos que fueron acabados y expulsados de la historia fue el socialismo.
Cristina Salgado, era una de las primas del guerrillero Pepe, cuando se enteró de que su primo estaba militando con los peronistas se sorprendió. Ella se enteró de manera inocente, cuando un día que había ido a visitar a sus abuelos al departamento de Juramento al 2600, en la ciudad de Buenos Aires, le preguntó: —¿Qué haces por acá, Pepito? —Estoy acá, en Cabildo y Juramento, con unos caballetes, repartiendo panfletos con los compañeros de la JP. —¿Vos? ¿De la Juventud Peronista? ¿Te volviste loco? Pepe respondió: —Somos peronistas, de la JP. Los tres hermanos.
Dicen que la abuela Teresa, que quería a sus nietos varones, ya le había preparado la vianda para el almuerzo. En la cocina, don Guzmán Salgado, a quien la perspectiva de una Argentina socialista o comunista era una verdadera pesadilla se agarraba la cabeza. —¿Cómo puede ser? Vienen los tres a matarse el hambre acá y después van a repartir panfletos de los peronistas. De los tres hermanos, solo Pepe eligió la lucha armada. José María Salgado, alias Pepe, estaba convencido como un fanático que su misión en el peronismo y la guerrilla era la correcta y por eso colocó la bomba.
Su hermano mayor, Jorge Salgado hijo, Jorgito, seis años mayor que Pepe, no entiende sobre el vuelco operado en su hermano: «Pepe era muy alegre de chico, un pibe simpático, jodón, hasta que entró en eso. Creo que le lavaron la cabeza, imagino que fue en 1974, cuando se vinculó a Montoneros. Después, ya era imposible hablar con él, hasta el carácter le cambió». ¿Jorge no militaba también en el peronismo? Que se joda, que esperaba que pasaría si estaban metidos con los peronistas.
«Yo —agregó— no era boludo y me daba cuenta de que estaba muy metido en algo porque a mi casa llamaban muchas veces por teléfono, preguntando por Sergio o por Daniel. Yo contestaba: ‘Acá no vive nadie con ese nombre’, y colgaban. Sergio y Daniel fueron sus nombres de guerra, según me enteré después. Recuerdo que uno de los que más se hacía llamar El Vasco, no sé quién sería».
«Intenté varias veces disuadirlo, pero no pude. A veces, me daba miedo lo que decía: ‘Los vamos a reventar’ o ‘Vamos a ganar, vamos a tomar el poder’. ¡Cómo había cambiado! Era una cosa espantosa», completó el hermano mayor. Como preguntaba antes, fue Jorge el primero de los hermanos Salgado que se vinculó al peronismo y a la Juventud Peronista, ya en el primer año en la Facultad de Ingeniería, en el Centro de Estudiantes, él mismo lo confiesa.
«Empecé yo, creo que para saber qué era el peronismo. Allí conocí a muchos peronistas que no eran de la Tendencia Revolucionaria ni de Montoneros, eran más moderados. Iba a charlas, militaba ahí. Después, fui abandonando esa militancia, en 1974, cuando vi que todo derivaba a una violencia muy peligrosa. Ojo que yo sigo rescatando cosas del peronismo». La mayoría de sus ex compañeros del colegio piensan que el Pepe guerrillero fue apareciendo en la Facultad de Ingeniería a medida que se afirmaba en su militancia en la JP y en Montoneros, motivado por la intensa relación, muy apasionada, que a partir de mediados de 1974 lo unió a la primera novia que ellos le conocieron, Mirta Noemí Castro.
Seis estudiantes del Jesús en el Huerto de los Olivos decidieron seguir Ingeniería. Pepe y otros tres que vivían cerca iban todos los días desde Olivos a la Facultad en el Citroën 2CV de uno de ellos, que, además, tenía registro para conducir. Eran cuatro estudiantes afortunados, sin apremios económicos, con toda la vida por delante. En 1973 iniciaron la universidad, cuando cursaron el ingreso, no fue ningún obstáculo, en especial para Pepe que destacaba en matemáticas.
Los cuatro estudiantes se reunían a estudiar y todo continuaba bien hasta que Pepe comenzó su militancia política para sorpresa de sus compañeros de Olivos, que nunca pensaron que se volcaría al peronismo y menos con el grado con la que lo hizo. A principios de 1974, la situación en el grupo se fue volviendo tensa debido a que Pepe solo quería hablar de política, lo que llevaba a fuertes discusiones y choques frecuentes con sus compañeros de estudios.
«Recuerdo un día que estábamos en silencio, concentrados en unos ejercicios. De repente, se escucha un tarareo muy pero muy bajo, aunque persistente, afinando el oído se podía captar la música de la marchita peronista. Era Pepe, pero distraído, sin darse cuenta. Uno de nosotros se paró y le gritó: ‘Pepe, ¡déjate de joder que estoy tratando de resolver este kilombo y no me puedo concentrar!’. Por supuesto, era el más gorila del grupo. A partir de allí y solo para molestar, cada vez que estábamos estudiando en silencio, Pepe jodía y jodía con la marchita», relataría uno de sus ex compañeros.
«Todavía teníamos nuestros momentos gratos como grupo, pero eran cada vez menos. Otro día, el clima se cortaba a machetazos, de repente, uno de nosotros levanta la mirada y la clava en Pepe, que estaba concentradísimo en unos cálculos, y le dice: ‘Boludo, ¿te estás dejando el bigote?’. Todos lo miramos y Pepe se puso colorado, nos dimos cuenta de la pelusa que asomaba debajo de su nariz y nos reímos a carcajadas. También Pepe, obvio. ¡Éramos unos chicos de dieciocho, diecinueve años!», señaló.
La persona que fue crucial para la militancia política del tontito de Pepe, fue Mirta Noemí Castro, la novia y luego pareja de Pepe Salgado, con quien tendría un hijo al que no llegaría a conocer. Pepe Salgado había tenido una novia, Stella Semino, a la que conocía de la parroquia La Asunción de la Virgen, fuera del círculo de la Facultad y de sus ex compañeros del colegio de Olivos. «Fuimos novios cuando yo tenía diecisiete, dieciocho años, y él también. Yo iba a Derecho y él, a Ingeniería, los dos éramos de zona norte y más que nada íbamos a misa juntos, él era muy católico, de una familia de clase media, muy buen estudiante. Nunca militamos juntos, él militaba, mejor dicho, iba a la Juventud Universitaria Peronista, pero nada que ver. En el momento en que él se enganchó más con la militancia fue cuando rompimos», comentó Stella Semino.
Para Stella Semino la ruptura se produjo cuando él comenzó el servicio militar, a mediados de 1974. Stella tiene un excelente recuerdo del Pepe que ella conoció: «Era… ¡un boy scout! Él había sido boy scout, tenía un perfil de chico de zona norte que quería tener una familia, una persona muy normal, muy conservadores éramos, ésa es la verdad. Era una persona muy humana, muy derecha. El Pepe que yo conocí no fue el Pepe que después se puso a militar y tuvo una compañera que era mayor que él. De ese Pepe no puedo decir nada porque no lo conocí».
José María Salgado había descubierto en la Facultad un mundo nuevo, como pasó con muchos jóvenes de esa época, era una maldita moda. La revolución socialista, algo que nunca entendieron, estaba al alcance de la mano de cualquier ignorante, eso pasaba en la Argentina y en gran parte del mundo. Las luchas descolonizadoras del llamado Tercer Mundo, las rebeliones en Francia del 68, la derrota estadounidense en Vietnam, la revolución cubana victoriosa de 1959, protagonizada por Fidel Castro y el argentino Ernesto Che Guevara, un supuesto médico, tan médico como abogada Cristina Fernández de Kirchner.
Otro personaje nefasto se cruzó por la vida del tontito de Pepe, este tipo era un escritor que ya admiraba, como lo hacían todos los izquierdistas, Rodolfo Walsh, en tanto continuaba radicalizándose. Walsh lo incorporó al servicio de Inteligencia e Informaciones del grupo guerrillero Montoneros. Tanto metido en el ajo estaba que en los últimos meses de 1975 abandonó la carrera de Ingeniería, entonces cursaba materias del segundo año. Entonces, casi no participaba del grupo de estudios con sus compañeros de Olivos y las pocas veces que iba, se dedicaba a hablar de política.
Hasta entonces, José María Salgado, hablaba maravillas de Perón, en realidad, Juan Perón, «el viejo», como lo llamaban los montos, era una etapa necesaria en el camino de la revolución socialista, pero cuando ya no les servía era un viejo burgués. Ahora, Salgado, hablaba pestes de Perón, sostenía que era el peor traidor de la Patria y del pueblo, también criticaba duramente a su sucesora, Isabelita, pero elogiaba a Evita, a Eva Duarte de Perón, la anterior esposa de Perón, de quien decía que ella sí había dado su vida por los pobres. Es muy común que los izquierdistas reivindiquen a una resentida izquierdista como Eva.
«A nosotros eso no nos interesaba. Al final siempre lograba que el más gorila del grupo se enganchara y se pudiera todo. Fue en aquella época que le escuché una frase que me quedó grabada: ‘En este país habría que matar a un millón de boludos y arreglas todo. Y haces Patria’», recordó uno de sus compañeros de estudio. Desde ese tiempo, unos ocho meses antes del atentado, no lo vieron más. En el grupo, no lo extrañaron demasiado porque en los últimos meses lo notaban sarcástico y arrogante, además de que perturbaba la dinámica de estudio en la que los otros tres integrantes estaban embarcados.
Pero, de ninguna manera, imaginaban que el mismo Pepe con el que habían ido al colegio desde primero inferior sería capaz del atentado que lo convertiría en el enemigo público número 1 de la Policía Federal.
Hace casi 48 años, el día sábado 12 de marzo de 1977, un grupo de militares marinos secuestraron, mientras buscaban a su jefe, Rodolfo Walsh, al guerrillero asesino que colocó la bomba en la Policía Federal, en las calles José León Suárez y Los Patos, en Lanús, provincia de Buenos Aires, cerca de la casa, donde había sido guardado por sus compañeros de Montoneros luego de que colocara la bomba vietnamita que mató a 23 personas e hirió a 110 personas, mientras almorzaban en un comedor de la Policía Federal.
El crimen que cometió, finalmente terminó por alcanzarlo a él también. Primero fue hecho prisionero en las celdas de la Marina, en la ESMA y luego bajo la forma de una muerte horrible, fraguada por la dictadura en un tiroteo con la policía que nunca existió. Los miembros del grupo de tareas de la ESMA sabían que formaba parte del servicio de Inteligencia e Informaciones de Montoneros, bajo la jefatura directa del periodista y escritor Rodolfo Walsh, alias «Esteban», quien la Marina consideraba como la pieza clave de esa área.
Los marinos ignoraban que Pepe Salgado había sido el autor material del bombazo en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, en la calle Moreno al 1400, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, el viernes 2 de julio de 1976. El escritor Ceferino Reato, describe en su libro Masacre en el comedor, la suerte de Pepe en la ESMA, que derivó en la muerte de su jefe, Rodolfo Walsh, el 25 de marzo de 1977, cuyos restos continúan desaparecidos.
También cómo fue que sus captores se enteraron de que no siempre se había ocupado de falsificar pasaportes y otros documentos, que era su rol en el momento de su captura, lo que sigue es del 1 de junio de 2022:
«Luego de las torturas, la cita cantada y la muerte de Rodolfo Walsh, José Pepe Salgado —Daniel era su último nombre de guerra— siguió cautivo dos meses más en la ESMA, hasta fines de mayo de 1977, cuando fue llevado a las celdas de Seguridad Federal, pocos días después, el jueves 2 de junio por la noche, hace cuarenta y cinco años, apareció muerto en un tiroteo fraguado, destrozado por una serie de nuevos tormentos. Un ex detenido, Ricardo Coquet, recordó la tarde de mayo en la que el capitán de corbeta Jorge Acosta, el Tigre, los llevó a Salgado y a él al sótano, y los sentó en uno de los cuartos de interrogatorio.
—Van a tener una visita —les dijo el jefe del grupo de tareas.
«La visita eran un gordito y un flaquito alto de Coordinación Federal», precisó Coquet, citando el nombre antiguo de la superintendencia de la Policía Federal especializada en la lucha contra las guerrillas.
«A mí —completó— me retiraron de la sala y se quedaron hablando con Salgado, y luego a él sí lo llevaron a Coordinación Federal y a la semana de eso apareció en el diario. Acosta me mostró un diario donde decía: ‘Matan a montonero en enfrentamiento’, y era José María Salgado, que no había muerto en un enfrentamiento, sino que lo habían matado seguramente los de Coordinación en la tortura».
Miguel Ángel Lauletta, otro ex detenido, señaló que, si bien Salgado fue apresado en marzo, «en mayo traen unas fotografías de las víctimas de la bomba en la Superintendencia de Seguridad Federal. Con todos los cuerpos destrozados, y las ponen en exhibición para que las veamos. A Salgado se lo llevaron después de la ESMA y, a partir de ahí, aparece como un muerto en un enfrentamiento, o sea esos enfrentamientos fraguados que organizaban a veces para blanquear a una persona».
¿Cómo fue que Pepe Salgado logró permanecer aproximadamente esos dos meses en la ESMA, desde la cita que no fue con Walsh hasta que los marinos lo entregaran a la Policía Federal? Los marinos sabían que Daniel falsificaba documentos y pasaportes para Montoneros en relación directa con Esteban Walsh, pero no se habían enterado que era el mismo agente enemigo que había dejado a la Policía Federal con la sangre en el ojo, literalmente.
En mi libro Masacre en el comedor cuento cómo fue que se enteraron de que casi un año atrás, el 2 de julio de 1976, Daniel había dejado el maletín con la bomba vietnamita que mató a veintitrés personas e hirió a otras ciento diez, en el atentado más sangriento de los 70. «Lo trasladaron rápido porque se respetaba la camiseta de los presos: ése era de la Policía Federal», me contó un ex integrante del grupo de tareas de la ESMA».
(…)
«Los padres y hermanos de José María Salgado se enteraron de su muerte el viernes 3 de junio por una vecina que les comentó que en la radio estaban diciendo que tres subversivos habían sido abatidos en un enfrentamiento, y que uno de ellos era Pepe, y lo acusaban de haber puesto la bomba en el comedor de la Policía Federal.
—Pero, entonces no estaba secuestrado. ¿En qué andaba? —los interrogó la vecina.
Según el comando militar de la Zona I, Salgado y los dos guerrilleros habían sido muertos el día anterior a las nueve de la noche en la calle Canalejas al 400, en el barrio de Caballito, luego de un tiroteo con las «Fuerzas Legales». El comunicado afirmó que «la detención intentada tenía relación con la culminación de una larga investigación efectuada por la Policía Federal en procura de determinar la autoría de la voladura del comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, efectuada el 2 de julio de 1976».
Pepe Salgado vestía pantalón negro, camisa amarilla, pulóver celeste escote en V y zapatos marrón claro. En los bolsillos del pantalón llevaba la Cédula de Identidad expedida por la Policía Federal número 7.159.322 y el carnet del Círculo de Suboficiales de la Policía Federal número 40.551.
En aquel momento, Luisa, la hermana de Pepe Salgado, tenía dieciocho años y cursaba el segundo año de Magisterio. «Parecía que habíamos contraído lepra», recordó en alusión al vacío social que sufrió su familia por parte de tantos conocidos que les dieron vuelta la cara.
«Abaten al autor de un trágico atentado», «Abatieron a 3 delincuentes subversivos. Uno de ellos colocó la bomba en Seguridad Federal», «Abatieron a otros tres extremistas», «Fueron muertos otros tres extremistas, uno de los cuales puso la bomba en la Policía», y «Fue abatido un ex policía autor de un cruento atentado terrorista».
Los títulos de los diarios principales —desde La Razón, La Nación y La Prensa a Crónica, Clarín y La Opinión— dieron por cierta la información falsa difundida por el gobierno militar sobre cómo murió Pepe Salgado, un acto más de la censura implementada por la dictadura bajo la amenaza de penas de prisión para los editores y periodistas que contradijeran a los militares en sus comunicados sobre la lucha contra la guerrilla.
«Los medios fueron favorables al Proceso, sobre todo al inicio», me dijo el ex dictador Jorge Rafael Videla en mi libro Disposición Final. Y agregó: «No había problemas con la prensa, no podemos decir que la acción de los diarios impidiera hacer la guerra contra la subversión. Yo diría que no solo los medios sino todos los factores de poder estaban alineados en la guerra contra la subversión».
Conmocionados por la noticia, los padres de Salgado, Josefina y Jorge, recorrieron diversas dependencias oficiales no ya para averiguar qué había pasado con su hijo sino para solicitar la entrega del cuerpo. El papá, abogado, siguió concentrado en la vía judicial, mientras que la mamá continuó tocando todas las puertas que podía, siempre acompañada por su hija Luisa.
Obviamente, también en el ministerio del Interior, frente a la Plaza de Mayo, donde todos los días se formaban filas de familiares de desaparecidos, que no obtenían respuestas. Cansada de tanto destrato, Josefina se acercó nuevamente a la entrada del ministerio y dijo en voz muy alta: «¿En qué cola me tengo que poner? Porque ya no vengo a pedir por el paradero de mi hijo, ahora vengo a buscar su cadáver».
Finalmente, el 26 de julio, casi dos meses después de la muerte de Pepe Salgado, Jorge Salgado recibió en su estudio jurídico un llamado telefónico del comando de la Zona I para informarle que debía concurrir a la Morgue Judicial a retirar el cuerpo de su hijo.
El papá y la mamá fueron al día siguiente a la Morgue junto con Luisa. Les trajeron el cuerpo tapado con diarios, Jorge Salgado no tuvo fuerzas para mirarlo, pero sí las dos mujeres, según recordó Josefina Gandolfi de Salgado en un libro coral de las Madres de Plaza publicado en 2006, en el aniversario número treinta del golpe de Estado.
La mamá seguía sin explicarse «cómo dos mujeres desesperadas pudimos seguir de pie mirando a ese pobre despojo, tapado con diarios, que había sido sádicamente destruido en vida. Nos costó reconocerlo. Creo que fue su cabello castaño, abundante y dócil, lo que nos dijo que era nuestro querido muchacho. Le faltaban ambos ojos, y tenía la boca abierta en un terrible gesto de dolor, mostrando una dentadura destrozada, ni recuerdo de sus dientes sanísimos, blancos, que mostraba hasta hacía poco tiempo la risa fácil y franca de mi hijo». […]
¿Estas dos mujeres desesperadas, tenían alguna idea de lo que sufrieron los padres de los que murieron por la bomba de su hijo?
«Los dientes habían sido arrancados con una pinza o una tenaza y las órbitas de los ojos, vaciadas, posiblemente con una cuchara. Para que no se moviera durante esos tormentos, le sujetaron la cabeza y las manos con cables de acero.
Según la autopsia, Pepe Salgado —un metro con setenta y cinco centímetros de altura y sesenta y cinco kilos de peso— llegó con vida a la calle Canalejas, donde fue muerto como consecuencia de las heridas múltiples y las hemorragias provocadas por los diez balazos recibidos en el tórax y el abdomen.
Luisa contó que su mamá «se arma de coraje —no se le cayó ni una lágrima, pobre: no podía ni llorar— y empieza a hablar muy fuerte: ‘Yo quiero hablar con el director o con quien esté a cargo de la Morgue’».
—¿Cómo es posible? Hace dos meses casi que estamos buscando su cuerpo. ¿Cómo es posible que, teniendo a sus familiares buscándolo, recién ahora nos enteremos dónde está? —le preguntó al funcionario que se les acercó.
La persona le mostró media docena de telegramas ya enviados a las cinco zonas militares en las que estaba dividido el país para que avisaran a los familiares del fallecido, pero que de las jefaturas les respondían, invariablemente: «No se reconoce domicilio».
—Nosotros hace rato que estamos avisando, pero no hay contestación —les dijo.
Acompañado por personal de una funeraria, el escueto cortejo fue de la Morgue al Cementerio de la Chacarita para cremarlo y llevar sus cenizas a la casa familiar. El padre y la hija se subieron al auto en el que habían llegado, pero la mamá quiso viajar con su hijo tan amado en el vehículo de la cochería.
Pero no pudieron cremarlo porque necesitaban la autorización del comando militar de la Zona I ya que figuraba como muerto en un «enfrentamiento armado», los empleados del cementerio les sugirieron que lo inhumaran allí.
Volvieron a la funeraria para ponerlo en un féretro y depositarlo en uno de los nichos del cementerio. La mamá pidió que le dejaran colocar un rosario entre las manos. «Recién allí —señaló— me di cuenta del estado atroz en que estaban sus brazos y sus manos, cubiertas de manchas circulares pardas, que, luego supe, eran cicatrices de quemaduras de picana eléctrica. Las manos estaban casi seccionadas a la altura de la muñeca pues el surco que las rodeaba llegaba hasta el hueso».
«Quise mirar todo el resto del cuerpo, pero no me dejaron», agregó Josefina.
Seguían sin poder creer del todo que ese cadáver tan destruido fuera el Pepe tan vital que añoraban, y le pidieron a uno de los empleados que verificara si tenía una cicatriz en la cabeza, de un corte de la infancia por la cual durante unos años le habían dicho Alcancía y Mate Cosido en su familia, el empleado les dijo que sí y todos se largaron a llorar.
Su hija, Luisa, contó que el dueño de la funeraria también lagrimeaba; «tampoco podía creer lo que sus ojos veían» y les dijo que «en los años que llevaba en ese trabajo nunca había visto un cuerpo tan atormentado. Hasta se ofreció como testigo si alguna vez lo necesitaban».
Solo seis personas acompañaron a Pepe Salgado a su última morada en la Chacarita. Los ecos de la masacre que había provocado terminaron por devorarlo también a él, y de la peor manera.
Dieciocho días después de la muerte de Pepe Salgado nació su hijo, Matías José. Su mamá, Mirta Noemí Castro, se fue a vivir a Londres unos meses después, en diciembre de 1977, por su propia seguridad, pero también para que su hijo pudiera crecer en un ambiente alejado de tanta violencia.
Las diferentes posturas sobre el grado de compromiso de Pepe en Montoneros, la matanza en el comedor policial y su ejecución sumaria por parte de la Policía Federal profundizaron las grietas en la familia Salgado, que, como explico en el libro, incluyeron dramáticamente a la pareja del autor del atentado y a su propio hijo.
Seguimos dando testimonios o, mejor dicho, mas romantización de un criminal guerrillero hijo de puta.
Esta vez de otro guerrillero, que luego de 1983, salieron a hacer apología de la guerrilla marxista y a destilar odio y resentimiento, muy propio o parte del ADN izquierdista.
Roberto Baschetti
El comandante montonero Horacio Mendizábal fue al grano: «En una guerra popular el enemigo no tiene ninguna posibilidad de retaguardia. Ellos afectan a nuestros barrios, a nuestros militantes, pero nosotros podemos afectar permanentemente su centro de gravedad (…) El enemigo intenta tergiversar nuestra doctrina del explosivo. Nosotros jamás lo utilizamos indiscriminadamente sino selectivamente (…) La colocación de la potente bomba que destrozó el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal, fue introducida en el edificio por un compañero que estaba infiltrado y que había entrado durante una semana con un paquete similar pero inofensivo, como prueba. Cuando vimos que todo andaba bien, se largó la operación, que también sirvió para demostrar la alta moral y serenidad de nuestros combatientes porque el compañero que accionó el explosivo estuvo almorzando allí y se retiró siete minutos antes del lugar. Era un comedor en el cual todos se trataban con seudónimo. Nunca se escuchaba un apellido. Andaban con anteojos oscuros, es decir, existía una situación de secreto muy grande allí». Eso fue el 2 de julio de 1976. El explosivo, eran 9 kilos de trotyl y 5 bolas de acero accionados por un dispositivo de relojería. La represión acusó oficialmente la muerte de 23 de sus hombres de rango medio o inferior, pero en realidad la cifra ascendió a 42 muertos y más de cien heridos, siendo la mayoría de estos, oficiales de la Superintendencia; dedicada como se sabe al secuestro, tortura y desaparición de militantes populares. El que puso la bomba fue José María «Pepe» Salgado. Hijo medio de cinco hermanos, entre dos mayores y dos menores. Nacido el 27 de enero de 1955. Su padre era abogado y su madre docente en Ciencias y profesora de piano. Su tío, el general del Ejército Enrique Salgado, jefe del Tercer Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba. Se crió en un barrio acomodado de clase media, en Olivos, provincia de Buenos Aires. Le gustaban mucho los deportes y competía en regatas de remo. Concurrió a escuelas religiosas de la zona –su familia era muy católica- y él siempre resaltó por una doble virtud: su gran inteligencia y su alto rendimiento académico. Pero una de sus características personales más conocida era su solidaridad manifiesta con el débil, con el hambriento, con el necesitado. Cuando jovencito se desempeñó como «boy scout» y alguien dijo en voz alta: «…Pero este pibe va a terminar siendo sacerdote, es muy solidario, muy servicial…». Solidaridad que trascendió a su muerte. Cierta vez su madre y sus hermanos concurrieron a un juzgado y el juez que llevaba la causa, les dijo: «Cuando leí el expediente no podía creer que fuera José María. A él le debo haber aprobado matemáticas, por su espíritu solidario, por todo lo que me ayudó para que entendiera y aprobara esa maldita materia». Terminado el secundario y luego de un viaje de mochilero por el norte de nuestro país, donde fue testigo de las desigualdades sociales que constataba a diario, «Pepe» Salgado se anotó en Ingeniería para estudiar Ingeniería Electrónica, militando en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) de dicha Facultad. Era muy inteligente y aunque sus hermanas nunca lo vieron sentarse a estudiar, siempre se sacaba notas brillantes; leía tan rápido como hablaba. Debido a sus relaciones familiares optó por hacer el servicio militar obligatorio en la Policía Federal, pero luego de un año de servicio no pidió la baja y se quedó ahí. Paralelamente comenzó a militar en la Juventud Peronista y trabó por medio del trabajo orgánico, cierta amistad con Rodolfo Walsh, lo que le valió empezar a colaborar con éste en el servicio de inteligencia montonero, especializándose en el armado de pasaportes «truchos». Ahí era conocido como «Sergio». Cuando la represión comenzó a actuar tronchando vidas a diestra y siniestra, los padres de Pepe le ofrecieron a éste facilitarle las cosas para refugiarse en el extranjero. La respuesta fue clara: «Mirá papá, ustedes me enseñaron a ser solidario, yo aprendí a ser solidario gracias a ustedes y no voy a dejar a mis amigos en este momento, sería una cobardía, así que ni lo pienses». Casado y esperando un hijo (de nombre Marcos) que nunca llegó a conocer, fue secuestrado con vida el 12 de marzo de 1977 en Lanús, provincia de Buenos Aires y «trasladado» a la ESMA donde los marinos al darse cuenta de quién era y luego de torturarlo se lo pasaron a los Federales para que consumaran su venganza. Se sabe que estos ciñeron alrededor de su cabeza un suncho de acero para evitar que moviera la misma, con una tenaza oxidada le arrancaron los dientes y luego lo cegaron en vida sacándole las orbitas de los ojos con una cucharita. Para legalizar su muerte, fraguaron un inexistente tiroteo en el barrio de Caballito el 2 de junio del mismo año (Canalejas –hoy Felipe Vallese- entre Acoyte e Hidalgo). Su madre Pepita, (Josefina Gandolfi de Salgado), con una entereza ejemplar fue a reclamar el cadáver y a reconocerlo. Parada, erguida, sin doblegarse, levantó las hojas de diario con que cubrieron a su hijo todo lacerado y en cuyo rostro se traslucía todo el horror vivido en cautiverio. Dijo: «Cuando lo cambiaron de cajón y le puse mi rosario entre sus manos, sólo pensaba en Jesús. Era el cuerpo del Crucificado». Costaba creer que ese cuerpo fuera el mismo de aquel muchacho tan alegre y lleno de vida que parado y haciendo equilibrio sobre las barandas de contención, de la cancha de Atlanta, un 22 de agosto de 1973, agitando banderas históricas de liberación, cantaba a coro con otros miles: «Vamos a hacer la Patria Peronista, vamos a hacerla montonera y socialista». Ya en la cochería, el dueño de la misma, por pedido de la propia madre y su hermana Luisa, debió verificar si en la parte de atrás de la cabeza de Pepe había una vieja cicatriz que se hizo de pibe jugando y que motivaba que sus amigos de entonces le dijeran socarronamente, «alcancía». Si estaba, era el cuerpo de Salgado. Estaba. El hombre, pobre, con lágrimas en los ojos, tampoco podía creer lo que sus ojos veían y manifestó que en todos los años que llevaba de trabajo nunca había visto un cuerpo tan atormentado. Hasta se ofreció como testigo si alguna vez lo necesitaban. Después fue enterrado definitivamente José María Salgado, muerto a los 22 años de vida. El mismo, que en una parte de la carta manuscrita que hizo llegar a su hermano radicado en la Quebrada de Humahuaca, el 28 de julio de 1976, le dice: «Respecto a lo que yo pienso de las cosas, no he cambiado y las cosas que pasan todos los días (vos las lees en los diarios) me conmueven, pero no me impiden seguir adelante». La acción, vida y obra de José María Salgado puede encontrarse en tono ficcional no exento de análisis, en un libro aparecido en 2010. Se llama «Policía y montonero. El atentado al comedor de la policía. ¿Una historia de los antagonismos argentinos?» y está escrito por Pablo Agustín Torres y Luis Alberto Wiernes. Con motivo de la presentación del mismo, un ex militante del peronismo montonero me hizo llegar la siguiente reflexión: «Este compañero (Salgado) fue considerado un héroe por nosotros e hizo, lo que muchos de nosotros hubiésemos hecho en ese momento, si hubiéramos tenido el coraje para hacerlo. Pero hoy, sin embargo, este hecho se ha convertido en algo de lo que pareciera que hay que avergonzarse y ocultar, como si haber sido setentista y revolucionario, fuera algo que solamente pasó por las ideas. Si fue un error el haberlo hecho, si no sirvió de nada, si fue contraproducente, si fue un método equivocado, es algo que es fácil de revisar ahora, después de treinta y pico de años y a la vista de los acontecimientos; pero esa no era la situación cuando este hecho se produjo, ni fue esa la sensación de los compañeros en ese momento. Por eso, si nos equivocamos, si es que nos equivocamos, nos equivocamos todos, pero eso no empaña el heroísmo de este compañero. Para mí es y siempre será un héroe. Aunque muchos traten de olvidarlo. Es un reconocimiento que le debemos y es justo que, así como el cine se ha ocupado ya en varias oportunidades de reivindicar al coronel alemán Klaus Schenk von Stauffenberg que le puso la bomba a Hitler, nosotros le hagamos un reconocimiento a Pepe Salgado». Postdata: el hijo que tuvo Salgado –que no llegó a conocer- y de nombre Marcos, como dije anteriormente, de niño fue llevado por su madre, Mirta Noemí «Coca» Castro, también militante por entonces, a Inglaterra donde se asentaron. Ella le cambió el apellido al hijo que usó para siempre el de su madre. Mirta falleció en 2011 en un accidente de tráfico en Grecia. En marzo de 2022, y por editorial Aguilar, el periodista Facundo Pastor, dio a conocer un libro excelente, no exento de rigurosidad histórica, que tituló «Emboscada» y que, si bien reconstruye la historia oculta de la «desaparición» de Rodolfo Walsh y sus cuentos inéditos, también suma valiosos aportes sobre la vida y militancia de José María Salgado.
La ejecución de José María Salgado, fue un acto de justicia, una manera de empezar a limpiar a los asesinos perdedores de la historia.
Enero de 2025