Serie Roja—20
LA ECONOMÍA SOVIÉTICA
A MESES DEL FINAL DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
Gennady Burbulis y Yegor Gaidar
Toda economía es política, pero no toda política es económica, solía repetir el maestro Gustavo Bueno Martínez, y es muy importante hablar de la economía soviética a meses de su final. Es imprescindible conocer la capa basal del Estado o de un Imperio, y saber el papel que tiene asignado junto a la capa cortical y conjuntiva. Justamente el hecho de desconocer estas cuestiones básicas de la política o de lo político, lleva a las personas comunes, a los dirigentes y analistas políticos a repetir teorías conspiracionistas.
Luego de los ejemplos que dimos a conocer en esta misma revista, sobre la utilización que hicieron Vladimir Putin y Xi Jinping, de la capa basal o de los supermillonarios que son producto de esta capa, quienes son encarcelados o simplemente eliminados cuando no se someten, cometen o dicen cuestiones inconvenientes al poder político, hace innecesario seguir creyendo que el dinero es la que manda en nuestro mundo, que es un mundo político, lo único que faltaría es que el árbol orine al perro.
El día 25 de septiembre Boris Yeltsin le dijo a Bush, en una comunicación que tuvieron ambos lideres y que Bush le ofreciera los servicios médicos en Estados Unidos: «Muchas gracias señor presidente. Me faltan palabras para agradecerle lo atento que se ha mostrado conmigo». Ese día la prensa rusa no hablaba de la salud de Yeltsin, sino de su éxito diplomático obtenido en el Cáucaso septentrional, con la ayuda del presidente de Kazajistán Nursultán Nazarbáyev, que había negociado un alto el fuego entre Azerbaiyán y Armenia en Nagorno Karabaj.
«Teníamos una misión difícil en Nagorno Karabaj, pero al final conseguimos que las dos partes se sentaran a hablar, y firmamos un acuerdo», dijo Yeltsin. Ese día su portavoz Pável Voshchanov comunicó que Boris Yeltsin se iba de vacaciones: «no para descansar, sino para hacer nuevos planes y escribir otro libro en un ambiente tranquilo». Lo cierto es que necesitaba reposo y de tratamiento médico lo que obligó a Yeltsin abandonar Moscú por segunda vez en un mes.
El presidente Boris Yeltsin se alejó de Moscú en un momento crítico para el nuevo gobierno. «El país se encaminaba a la ruina», diría su principal consejero Gennady Burbulis. «Ese vacío de poder no podía durar indefinidamente. Había que instaurar lo antes posible un gobierno que funcionara. Pero entonces Yeltsin se fue a Sochi». En Moscú había tres focos de poder que estaban enfrentados, uno representado por Gorbachov y sus colaboradores, los otros dos estaban en el gobierno ruso.
Uno de ellos pretendía emprender reformas políticas y económicas profundas, lo que se suponía que rompería los lazos con las otras repúblicas, la otra quería avanzar más lento y coordinar los esfuerzos de Rusia con el resto de la Unión, y Gorbachov pretendía restaurar la antigua Unión con otro nombre, con un gobierno central más fuertes y centralizado. Las repúblicas dejaron de enviar sus ingresos fiscales a Moscú, y empezaron a emitir moneda propia para comprar productos de Rusia.
Yeltsin sabía que tenía que hacer una elección, pero se tomaba su tiempo. Los problemas internos en el gobierno ruso se hicieron evidente con la renuncia del primer ministro, Iván Siláyev, el 27 de septiembre. Iván Siláyev también dirigía el gobierno interino de la URSS, y no era posible representar al gobierno central y a Rusia, los dirigentes de las otras repúblicas lo acusaban de favorecer a Rusia, y los ministros rusos a su vez lo acusaban de favorecer los intereses del poder central.
Finalmente, Siláyev se decidió por trabajar para el gobierno central, el mismo Yeltsin lo aconsejo en esa dirección. Iván Siláyev quien quería avanzar gradualmente con las reformas, en cambio Burbulis, propugnaba por una «terapia de choque», un método que se había aplicado con éxito en Polonia, es decir, liberar los precios de golpe, aun costa de empeorar las condiciones de vida a corto plazo. Siláyev había traído colaboradores de su ciudad natal Sverdlovsk.
En una comunicación privada con James Baker, Nursultán Nazarbáyev los calificó como la «mafia de Sverdlovsk». Burbulis y su círculo, entre ellos el ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Kozyrev, y el de Información, Mijaíl Poltoranin, querían arrebatar el poder al gobierno central de manera rápida. No querían esperar a las repúblicas que no podían adaptarse o rechazaban su estrategia sobre las reformas que Rusia quería implantar para su transformación social y económica.
Es sumamente necesario saber quién fue Gennady Burbulis. Procedía al igual que Yeltsin de la región de los Urales, nació en agosto de 1945, poco después de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria [Segunda Guerra Mundial]. Se recibió como licenciado en Filosofía, llegó a ejercer de profesor universitario de comunismo científico y materialismo dialéctico en los años 70 y 80. A finales de los años 80, Burbulis, creó un club de debate con el visto bueno del partido en Sverdlovsk, y en 1988 fundó el movimiento «Por una opción democrática», que le propuso como candidato a diputado.
En 1989-1990 fue diputado del Soviet Supremo de la Unión Soviética, donde coincidió con Boris Yeltsin y el premio Nobel de la Paz, Andréi Sájarov. Gennady Burbulis fue quien propuso la histórica frase para el primer párrafo del acuerdo suscrito el 8 de diciembre de 1991, fue el hombre que le puso el epitafio a la Unión Soviética: «La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha dejado de existir como sujeto del derecho internacional».
Gennady Burbulis, entonces vicepresidente del Gobierno ruso, participó en calidad de ayudante de Boris Yeltsin. Burbulis acudió a la cita a espaldas del líder soviético, Mijaíl Gorbachov, que después le acusaría de traición. Burbulis falleció el 19 de junio de 2022, en Bakú, Azerbaiyán, a los 76 años durante una visita para participar en el IX Foro Global de Bakú, en el simposio «Amenaza al orden mundial».
Además de Yeltsin, que falleció en 2007, también murieron los otros dos dirigentes que firmaron el certificado de defunción de la Unión Soviética, el ucraniano Leonid Kravchuk y el bielorruso Stanislav Shushkiévich. La muerte lo sorprendió mientras se encontraba en el sauna de un lujoso hotel en Bakú, ciudad bañada por el mar Caspio. Con el acuerdo suscripto, renunciaban al acta fundacional de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de diciembre de 1922.
Gennady Burbulis junto a su grupo de economistas venía analizando sobre la situación del país desde finales de agosto. Su cuartel general estaba situado en un complejo de edificios del gobierno ubicado en el pueblo de Arkhangelskoe, en el mismo lugar donde Yeltsin y colaboradores habían recibido la noticia del golpe de estado. El grupo lo encabezaba Yegor Gaidar, un prometedor intelectual de 35 años, que había trabajado durante la perestroika como redactor jefe de economía en los principales diarios del Partido Comunista, Pravda y la revista Kommunist.
Yegor Gaidar, vivió en un ambiente privilegiado, sus dos abuelos eran escritores celebres. En 1980, se doctoró en Economía en la Universidad de Moscú, ingresó en el Partido Comunista y trabajó para diversos centros de estudio. Se dedicaba a desarrollar un proyecto de reforma de la economía soviética guiado por medidas liberalizadoras que se estaban implementando en Yugoslavia y Hungría.
Gracias a la perestroika pudo publicar sus ideas en los principales medios del partido, luego del golpe de agosto, Gaidar pasó a asesorar al gobierno ruso, su mayor soporte era Gennady Burbulis, a quien conoció en la Casa Blanca en medio del asedio. Fue el que propuso que el gobierno ruso se hiciera con el control de las instituciones de la URSS, ya que era, según él, la única manera de salvar la Unión.
El gobierno ruso llevaba meses presionando a Gorbachov para que les permitiera ejecutar su plan liberalizador. Yegor Gaidar y su equipo se pusieron manos a la obra, convencidos de que se debían tomar medidas estabilizadoras, o la economía se hundiría en uno o dos meses. La prioridad era liberar los precios para reanimar la actividad comercial y ofrecer incentivos a las empresas públicas y a las colectivas. La liberalización conduciría al hundimiento del sistema financiero a menos que se redujera el gasto público de manera drástica.
Cuando, a fines de 1991, Boris Yeltsin consiguió desplazar a Gorbachov, su enemigo mortal, del poder, enterró el fracasado intento de reformar el sistema soviético, optando por la vía rupturista, tanto en lo político (instaurando un sistema democrático), como en lo económico (estableciendo una economía de mercado) y en lo nacional (disolviendo la URSS, en noviembre de 1991). Es obvio que la gestión de los tres procesos de forma simultánea era de una enorme complejidad.
Yegor Gaidar lanzó en 1992 profundas reformas económicas, medidas como la liberalización de los precios o la venta de las grandes empresas estatales, que causaron un gran malestar social, pero no había otra salida. Las medidas fueron muy impopulares entre la población rusa, cuyo nivel de vida empeoró dramáticamente a principios de los 90, lo que le costó el puesto en diciembre de 1992. Fue cesado, debido a las presiones de la oposición comunista.
El efecto de la liberalización súbita de los precios fue una inflación del 2.500% y una caída del PIB del 14,5% en 1992. En la década de los noventa el PIB de Rusia cayó un 40%. Según el BERD la recesión más severa experimentada nunca por país alguno en tiempo de paz. El empobrecimiento de la gran mayoría volvió a la población contra el capitalismo y la democracia. La privatización fue muy rápida: en dos años se privatizó el 50% del sector público.
Aunque millones de ciudadanos se convirtieron en propietarios, básicamente de pisos y huertos, la privatización hizo inmensamente rica a una pequeña minoría, a quienes se entregó lo que era de todos y se había acumulado a muy alto coste. La nueva clase capitalista no cumplió su función, invertir, crear riqueza y levantar el país, sino que sacó su capital al exterior, dejando el país descapitalizado.
Los mostradores y las arcas del Estado vacías, los vínculos económicos internos y externos rotos, las reservas de oro desaparecidas y una población desesperada por convertir su inútil dinero en alimento o cualquier otra mercancía era el panorama de finales de 1991. Su «problema número uno», según confesaría el propio Gaidar, fue abastecer a la población de pan, evitar literalmente el hambre.
Los reformistas rusos han cargado al viejo sistema soviético las culpas del desastre que siguió a su desmantelamiento. Pero China demuestra que es posible salir de la economía planificada sin despeñarse. Para ello hace falta un líder capaz de entender a fondo la situación de partida, de encontrar el camino y, ante todo, de conseguir un consenso entre las fuerzas del antiguo régimen sobre la necesidad de superarlo. China tuvo un líder en Deng Xiaoping, un gigante de la historia universal, Rusia, por el contrario, no lo encontró.
Yegor Gaidar, tuvo el valor de asumir el timón del país en medio del caos de la caída de la URSS, el desastre económico, la amenaza de hambre y guerra civil. Quienes condenan a Gaidar se olvidan o prefieren ignorar es que cuando aceptó encabezar el Gobierno, de hecho, la Unión Soviética ya había dejado de existir y Rusia aún no había empezado a dar sus primeros pasos.
Pocos entendían lo que estaba pasando en Rusia, muchos menos sabían lo que había que hacer y contados estaban dispuestos a hacerlo. Él sí. El ex presidente de Rusia, Dimitri Medvedev, elogió a Yegor Gaidar por el valor con que acometió las reformas «impopulares pero necesarias», sabiendo que no le reportarían beneficio personal alguno. Yegor Gaidar nunca llegó a ser jefe del Gobierno y tuvo que impulsar las reformas en calidad de primer ministro en funciones, pues jamás logró la mayoría necesaria en el Parlamento.
El ex presidente ruso, Dmitri Medvédev, y el ex jefe del Gobierno, Vladímir Putin, alabaron la figura del ex primer ministro y padre de las reformas económicas post-soviéticas conocidas mundialmente como «terapia de choque», Yego Gaidar: «Nos dejó un destacado académico y economista, una figura de Estado, cuyo nombre hay que vincular a los pasos decisivos que llevaron al establecimiento de las bases del mercado libre y la transición de nuestro país a una vía de desarrollo nueva en esencia», afirmó Medvédev en un telegrama.
Yegor Gaidar estuvo alejado de puesto de responsabilidad hasta mediados de 1993 en que fue designado viceprimer ministro y titular de Economía. No obstante, dimitió en enero de 1994 después de que el partido oficialista «Opción Rusa» perdiera las elecciones legislativas de 1993 y el control del Parlamento. Gaidar, fundó en 2000 la «Unión de Fuerzas de Derecha» (UFD), una formación liberal-conservadora, pero que abandonó en 2008. Yegor Gaidar murió a los 53 años.
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Burbulis había llegado a la conclusión de que la terapia de choque era inevitable y que Yeltsin tenía que aplicarla a pesar de los riesgos que eran evidentes, de lo contrario su popularidad se volaría como le pasó a Gorbachov, y un levantamiento popular los echaría del poder. Luego de consultar con el Consejo de Estado, Burbulis viajó a Sochi para convencer a Yeltsin de adoptar el plan que salvaría a Rusia.
Yeltsin y Burbulis pasaron mucho tiempo hablando sobre el plan de Gaidar. Aleksandr Korzhakov comentó: «La situación era desesperada, porque nos habían dejado una herencia espantosa. Boris Nikoláievich lo sabía perfectamente». Al principio Yeltsin se negó, «No puedo hacerlo. ¿Cómo quieres que lo haga?». Burbulis insistió: «Lo bueno del documento de Gaidar es que cada idea se traduce enseguida en acciones concretas y disposiciones. Una ley, luego un decreto, un decreto, luego una ley. Están claras las propuestas y como aplicarlas».
«¿Qué hacemos con las repúblicas? —Le preguntó Burbulis a Yeltsin, y enseguida se respondió a sí mismo—. Llegaremos a algún que otro acuerdo, pero no les ofreceremos comida ni bebida». Yeltsin preguntó «Entonces ¿no hay otra solución?», «No, no hay otra», contestó Burbulis. Yeltsin volvió a preguntar: «¿Hay alternativa?». Obtuvo la misma respuesta. Yeltsin se dio por vencido: «Si no queda más remedio, lo hacemos». Burbulis regresó a Moscú esperanzado en que se llevaría a cabo el plan, Rusia por primera vez no le daría prioridad al imperio, sino que construiría su propia arca para sobrevivir al diluvio.
En la última reunión de Yeltsin y Gorbachov había quedado en claro que la vieja URSS y el nuevo tratado de la Unión, estaban muertos. Sin embargo, días después Gorbachov llamó a uno de sus consejeros Georgi Shakhnazarov, para preguntarle si estaba redactando un nuevo tratado. «ni se me había ocurrido», le respondió sorprendido. Gorbachov insistió: «Si nos quedamos de brazos cruzados, lo perderemos todo. Romperán el país en pedazos».
Shakhnazarov le recordó que las repúblicas iban a exigirles ahora más cosas al gobierno central. «Sin duda, pero tenemos que dejarles en claro que, sin la Unión, no sobrevivirá ni una sola. Ni siquiera Rusia. Será malo para todo el mundo». Burbulis y su equipo no creían que el intento de Mijaíl Gorbachov de reactivar la actividad comercial fuera solucionar los problemas económicos. Las repúblicas estaban esquilmando los recursos naturales de Rusia e inundando sus bancos de un dinero que cada día valía menos.
«Por eso tenemos que salvar a Rusia y afianzar su independencia, separándonos de los demás. Luego, una vez que nos hayamos recuperado, todo el mundo acudirá a nosotros y el problema [de la Unión] podrá resolverse», argumentaron Burbulis y Shakhrai. Los rusos no querían una unión, lo que querían era una confederación en la que Rusia fuese la sucesora legal de la URSS y pudiera ejercer la hegemonía.
Luego del fallido golpe de agosto, Rusia trató de controlar el gobierno central, pero la postura de los dirigentes de la repúblicas y Bush, se lo impidieron y obligaron a Yeltsin a pactar con Moscú. Sus colaboradores querían convertir al gobierno central en aliado de Rusia, y Gorbachov venía bien como pantalla. Sin embargo, Gorbachov pretendía una autoridad central fuerte. Mientras Yeltsin se encontraba en Sochi, Gorbachov obtuvo el inesperado apoyo de los alcaldes de Moscú y San Petersburgo, Gavriil Popov y Anatoli Sobchak, hasta entonces aliados de Yeltsin.
Los ciudadanos de Moscú y San Petersburgo necesitaban alimentos que procedían de las otras repúblicas para sobrevivir el invierno, entonces, había que restablecer los lazos con los miembros de la Unión y su esperanza estaba puesta en Gorbachov. «Se ha retirado a Leningrado de la red de suministro de la Unión, hemos dejado de recibir provisiones de Ucrania y Kazajistán. A cambio de lo que damos, podríamos recibir alimentos suficientes para abastecer a diez Leningrados. Si las cosas siguen igual, voy a prohibir el envío de tractores a Ucrania y cortar el suministro de bienes a las repúblicas que no cumplan sus compromisos», dijo Sobchak el 2 de octubre.
Los dirigentes de Rusia, Ucrania y Kazajistán dudaban sobre la nueva Unión, pero estaban de acuerdo en la necesidad de un acuerdo económico que lograra un mercado común. Gorbachov, inicialmente estaba de acuerdo en firmar primero un acuerdo económico que el político, pero cuando faltaban pocos días para el 1 de octubre, fecha para discutir el acuerdo económico, el soviético cambio de parecer y defendió la prioridad del acuerdo político. Grigori Yavlinski, el principal impulsor del acuerdo económico está dispuesto a dimitir. Yavlinski le contó a Cherniaev lo que pasaba, el fiel colaborador monto en cólera.
«¿Qué ha hecho? ¿Se ha vuelto loco? ¡No habrá tratado de la Unión! No se da cuenta de que Rusia está fomentando todo esto: la idea es sembrar el caos [entre otras repúblicas] para que Rusia salga al cabo de un tiempo de su ‘esplendido aislamiento’ y les imponga las condiciones, las ‘salve’ prescindiendo de Gorbachov, que ya no pintará nada». Gorbachov, erróneamente pensaba que los dirigentes de las repúblicas y Yeltsin le iban a permitir estas salidas y que lo necesitaban.
Gorbachov se dio cuenta del cambio en la situación política y recurrió a la táctica que le había funcionado con los apparatchiks del partido «amenazar con la dimisión». «No pienso participar en el entierro de la Unión», le dijo a Yeltsin unos días antes de su viaje a Sochi, pero no sirvió de nada. Nazarbáyev, anfitrión del foro económico, rechazo la pretensión de Gorbachov de vincular el acuerdo económico con el político. A Gorbachov prácticamente se le excluyó de la reunión. Ocho primeros ministros, entre ellos de Rusia y Kazajistán, firmaron un acuerdo que pretendía reestablecer los lazos económicos y comerciales entre las repúblicas.
En julio de 1991, Yavlinski y Jeffrey Sachs, habían presentado otro plan reformista en la cumbre del G7, en Londres, los gobernantes del primer mundo lo rechazaron por insuficiente. Ahora Yavlinski proponía un programa adecuado a la realidad de la URSS, un país que se desmoronaba. Yavlinski se encargó, dijo Cherniaev, de «instruir a los analfabetos que gobernaban las repúblicas». Cherniaev estaba horrorizado por la incapacidad de estos dirigentes para entender los principios básicos de una economía de mercado. «Su primitivismo es verdaderamente llamativo», anotó en su diario, tenía razón, los funcionarios de las repúblicas no conocían otra economía que la dirigista de la Unión Soviética.
Boris Pankin, el ministro de Asuntos Exteriores, describiría en sus memorias la conmociona que le produjo las discusiones del Consejo de Estado. Le escandalizaba que estos nuevos dirigentes quisieran decidir sobre el futuro del país: «¿Quiénes eran esos desconocidos que se sentaban en el Consejo de Estado? ¿Quiénes eran esos sátrapas que venían de los confines de la Unión Soviética?». Pankin le recordaba a un personaje de Gógol: un tipo «orondo» y «pagado de sí mismo». El presidente de Azerbaiyán, Ayaz Mutallibov, era como «un joven matón de barrio que al madurar se aleja de sus compinches, pero no llega a perder del todo sus viejas costumbres».
El de Turkmenistán, Saparmyrat Nyyazow, parecía «el administrador de una granja colectiva de primera categoría», y el de Kirguistán, Akkar Akáyev, «un maestro de pueblo de los años 20». Para Pankin, los lideres de las repúblicas eran todos gente de pueblo que no tenían la menor idea de cómo gobernar un país grande. El presidente Gorbachov se estaba hundiendo y el poder efectivo lo tenían una cuadrilla de capangas coloniales.
La tarde del día 8 de octubre, Bush llamó a Sochi. Estaba un poco alarmado por la noticia trasmitida por la embajada estadounidense en Moscú, de que Rusia iba a rechazar el tratado económico. «Es un asunto interno, evidentemente, y por tanto no me atañe, pero, ¿no cree que una unión económica voluntaria contribuiría a aclarar a quien pertenece y quien controla cada cosa, favoreciendo así la ayuda humanitaria y la inversión?», dijo Bush.
Boris Yeltsin reconoció que en su gobierno había división de opiniones sobre el tratado, pero dijo que él era partidario de firmarlo, y haría todo lo posible para que se impusiese su criterio. Era consciente del aprecio que Bush le tenía a Gorbachov, y tal vez sospechara, incluso, que le estaba haciendo un favor, por lo que insistió en la sintonía que existía entre Gorbachov y él. «He llamado al presidente Gorbachov, y hemos quedado en reunirnos en Moscú el 11 de octubre. Escucharemos los diferentes informes, y luego Rusia firmara el tratado», dijo Yeltsin.
La tarde del 18 de octubre, Yeltsin se dirigió al Kremlin para firmar con el gobernador de las otras repúblicas el tratado para crear una comunidad económica de «estados independientes». Habían llegado a un frágil acuerdo sobre asuntos monetarios, el banco de la Unión, lo dirigiría una comisión de representantes del banco Central y de las repúblicas, con capacidad limitada para emitir dinero. Pero no estaba claro que Gorbachov lo fuera a firmar y declaró que Rusia no lo ratificaría hasta que se hubiesen firmado treinta acuerdos más sobre cuestiones específicas.
Ese mismo día había saboteado de restaurar la autoridad central con un discurso en el que anuncio que Rusia dejaría de aportar fondos a la mayor parte de los ministerios de la Unión: se trataba, dijo, de «deshacerse lo antes posible de las instituciones que quedan del imperio, sustituyéndolas por órganos dirigidos conjuntamente con las repúblicas, y que cuesten poco dinero». En septiembre, su gobierno había nacionalizado las empresas petroleras y gasísticas radicadas en territorio ruso, el dinero hasta entonces destinado a la Unión se quedaría en rusia.
Enriqueciendo Rusia y arruinando a la Unión, los dirigentes rusos se dotaban de un arma potente para la pugna con el gobierno central. A mediados de octubre, el parlamento ruso decidió que las disposiciones aprobadas por los órganos de la Unión, incluido el Consejo de estado que presidia Gorbachov, no regirían en la Federación Rusa. Yeltsin promulgó otro decreto similar con respecto a Gosplan, el comité de la Unión encargado de la planificación económica.
Yegor Gaidar se encontraba en Roterdam, invitado por la universidad Erasmus, cuando recibió una llamada para que regresara a Moscú. Yeltsin quería verle. Gaidar creía, como Burbulis y sus colaboradores, que el plan que proponían era imprescindible para evitar el hundimiento de la economía rusa, y que Yeltsin era el único político que se atrevería a ejecutar las reformas. Al regresar de Holanda se entrevistó con Yeltsin y luego describió su primera impresión:
«Yeltsin entiende bastante de economía para ser político, y conoce la situación del país. Es consciente del enorme riesgo que comportan las reformas, pero por otro lado sabe que sería suicida quedarse con los brazos cruzados, esperando a ver qué pasa». El economista causó una buena impresión en Yeltsin, que veía en el a un representante de la elite intelectual rusa: «al contrario que los estólidos burócratas que había en la administración, [Gaidar] iba a decir lo que pensaba», sin importar cuales fueran las consecuencias.
También apreciaba, Yeltsin, la capacidad para explicar con sencillez problemas económicos complejos: «escuchándolo se daba uno cuenta del camino que teníamos que seguir», escribiría el presidente ruso. Según Burbulis, Yeltsin y Gaidar congeniaron por razones culturales. Yeltsin como la mayoría de los rusos de su generación, conocía y admiraba la obra del abuelo paterno de Gaidar, Arkadi Gaidar, y que, además, eran oriundos de los Urales.
Yeltsin tenía una gran estima por su abuelo materno, Pável Bazhov, autor de una colección de cuentos basados en el folclore de la región que llevaba por título El joyero de malaquita. Luego de hablar con Gaidar, Boris Yeltsin, pensaba presentar el plan y solicitar poderes especiales para ejecutarlo en la sesión del Congreso de los Diputados de Rusia prevista para el 28 de octubre. Unos días antes, los colaboradores de Gorbachov se enteraron de las reformas y del discurso que preparaba.
El día 22, Vadim Medvédev escribió en su diario: «Parece ser que va a anunciar la liberalización general de los precios, pero ninguna medida para controlar la cantidad de dinero en circulación ni el déficit presupuestario. […] Veremos si esto se confirma en los próximos días, pero, de momento, está claro que los dirigentes rusos se inclinan por la opción extrema: la independencia total para su república».
Boris Yeltsin no informó a Gorbachov lo que iba a decir en su discurso, en cambio llamó por teléfono al presidente Bush, el 25 de octubre, para comunicarle el giro radical que estaba por imprimir a la politica rusa. «Voy a anunciar un plan económico ambicioso, una rápida liberalización de los precios, privatizaciones y reforma financiera y agraria, todo al mismo tiempo. Lo haremos en los próximos cuatro o cinco meses, quizá en seis. Aumentará la inflación y empeoraran las condiciones de vida, pero tengo un mandato popular y estoy preparado para tomar esas medidas. El año que viene se verán los resultados».
George Bush le dijo: «Parece un plan ambicioso, sí. Le felicito por haber tomado una decisión tan difícil». El 28 de octubre, el presidente ruso pronuncio su discurso, tal vez, el más importante de la breve historia del parlamento ruso, fue titulado: «llamamiento a los pueblos de Rusia y al Congreso de los Diputados del Pueblo de la Federación Rusa», el mismo duró casi una hora y comenzó así:
«Me dirijo a ustedes en uno de los momentos más trascendentales de la historia de Rusia. Es ahora cuando decidimos el rumbo que tomará Rusia y el país en general en los próximos años y decenios, y como vivirán las generaciones presentes y venideras. Les pido que emprendamos con decisión el camino de las reformas profundas, y a todos los ciudadanos que nos apoyen». Seguidamente, Boris Yeltsin, dio a conocer su intención de liberalizar los precios y recortar los gastos, incluidas las subvenciones a los productos alimenticios.
«La primera etapa será la más dura. Las condiciones de vida empeoraran ligeramente, pero por fin desaparecerá la incertidumbre y se abrirán nuevas perspectivas. Lo esencial es pasar de las palabras a los actos para salir finalmente de las arenas movedizas que nos están tragando. Si emprendemos ese camino hoy, veremos resultados positivos en otoño. Si no aprovechamos esta oportunidad para dar la vuelta a la situación, nos condenamos a la pobreza, y Rusia, un país con siglos de historia, se encaminará a la ruina».
Luego siguió con las relaciones de la Unión y las repúblicas: «Estas reformas nos llevan a la democracia, y no al imperio». El día 1 de noviembre, tres días después del discurso, Rusia dejara de aportar fondos a la mayoría de los ministerios de la Unión. Las instituciones interrepublicanas se limitaban a regular las relaciones entre las repúblicas, y Rusia no permitiría que se restaurara el antiguo y todopoderoso gobierno central. Pero, Boris Yeltsin, no quería renunciar del todo a la Unión, a Ucrania, cuyos dirigentes se negaban a firmar el Tratado.
Yeltsin la exhortó a incorporarse al espacio económico común, y a las repúblicas que practicaran una política de separación «artificial» respecto a Rusia las amenazó con cobrarles el mismo precio que al resto del mundo por los recursos naturales rusos. El presidente ruso, confiaba en que las antiguas repúblicas soviéticas firmaran también el acuerdo político, de lo contrario, dijo, Rusia se declararía sucesora legal de la URSS y tomaría el control de las instituciones y los bienes de la Unión, medida a la que se oponían, entre otros, los gobernantes de Ucrania y Kazajistán.
Un día después, Boris Yeltsin, solicitó al parlamento que le otorgara poderes especiales por el espacio de un año. No habría elecciones en 1992, más allá de los resultados de las reformas, del que Yeltsin se hacía responsable. Los diputados le concedieron todo lo que pedía, el artículo principal del diario Nezavisimaia Gazeta, decía: «El presidente más popular está finalmente dispuesto a tomar las medidas más impopulares».
Las otras repúblicas reaccionaron con prudencia, el presidente de Uzbekistán, Islom Karimov, dijo: «Uzbekistán importa el sesenta por ciento de sus productos, y la mayor parte viene de Rusia. La liberalización de los precios en la RSFSR afectará, por tanto, a Uzbekistán, y nos veremos obligados a tomar medidas defensivas». Todo indicaba que no solo se estaba anunciando el fin de la Unión Soviética, sino también cualquier posibilidad del mercado común. Rusia se lanzaba a caminar en solitario.
Septiembre de 2024