Serie roja—21
EL SUPERVIVIENTE: MIJAÍL GORBACHOV
LA CUMBRE DE MADRID
En octubre de 1991, para realizar una cumbre internacional sobre Oriente medio, cuatro ciudades como Washington, El Cairo, Ginebra y La haya, se habían presentado como candidatas para albergar el evento, al que concurrirían representantes israelíes y palestinos que no lo hacían en más de 40 años. También estarían presentes los presidentes de Egipto, Siria y otros países de la región. La reunión de Madrid no hubiese sido posible sin el apoyo total de los jefes de estado de la Unión Soviética.
Estas dos potencias mundiales habían financiado, durante la Guerra Fría, ya sea a los árabes o israelíes. La carta de invitación a los máximos dirigentes de países europeos y de Oriente próximo, a la OLP, etc., decía: «El presidente Bush y el presidente Gorbachov le ruegan que acepte esta invitación». El camino a esta cumbre se había abierto ocho meses antes en París, en noviembre de 1990.
Los sucesos ocurridos en la Europa del este, la caída del Muro de Berlín, la desaparición del Talón de Acero daba una situación apropiada para la Firma de la Carta de París, que superaba la división ideológica entre los dos bloques, y sentaba las bases de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa. Para James Baker, ese era el momento en el que había finalizado la Guerra Fría. Para Baker, su opinión estaba fundamentada en las acciones de los soviéticos, cuyos dirigentes habían aceptado, por primera vez desde la Conferencia de Yalta de 1945, colaborar con Estados Unidos, como sucedió con Saddam Husein por la invasión.
Mijaíl Gorbachov había promovido con otros países una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, autorizando el uso de la fuerza contra Irak. La URSS había roto relaciones diplomáticas con Israel cuando se produjo la Guerra de los Seis Días, en 1967, restablecieron relaciones en octubre de 1991 y lo hizo sin consultar a su principal aliado en la región, Siria. En París la presencia de la líder Margaret Thatcher, había sido la última conferencia internacional. Parecía que se estaba repitiendo lo de Winston Churchill, que, en plena conferencia de Potsdam, al final de la Segunda Guerra Mundial, los británicos lo expulsaron del poder.
Con Mijaíl Gorbachov parecía repetirse la historia. El presidente Bush, escribió: «Hace poco han llegado informes que dicen que no le queda mucho. Según el dossier, posiblemente sea el último encuentro así que tengamos. El tiempo pasa». Bush, había dictado a su grabadora lo siguiente:
«En cuanto a Gorbachov y al gobierno central, no hay duda de que las cosas han cambiado mucho. Cada vez tiene menos poder. Estoy impaciente por ver cómo estatal de ánimo. Sigue desempeñando un papel importante en las negociaciones nucleares, pero en lo económico… me da la impresión de que las repúblicas cada vez son más fuertes. Recuerdo que hasta hace poco no aguantaba a Yeltsin. Me dijo en Camp Davies [en junio de 1990] que Yeltsin andaba a la deriva. Pero todo eso ha cambiado».
Alexander Haig, dijo de Gorbachov: «El presidente Gorbachov es un político del pasado. Le debemos mucho, sin duda, puesto que no ha recurrido a la fuerza para evitar la desmembración del imperio, pero eso ya es historia». El diario Pravda de Moscú, transcribió las palabras del jefe de protocolo del ministro de Asuntos Exteriores español: «Los americanos encargan la música, los participantes en la conferencia son los bailarines, y nosotros les ofrecemos el escenario».
Similar opinión apareció en un artículo del The New York Times, que dijo, entre otras cosas, de la carpa blanca que se había instalado en la entrada de la embajada soviética, y donde Bush y Gorbachov se entrevistaron antes de la conferencia: «La táctica de la carpa indica hasta queen punto ha menguado el poder soviético. Los estadounidenses la propusieron, los españoles la instalaron y los soviéticos la aceptaron», escribió Alan Cowell.
Para la administración Bush lo más urgente e importante era la cuestión de las armas nucleares, en cambio, la administración Gorbachov pensaba en la economía, la URSS quería una cuantiosa ayuda económica de Estados Unidos. ¿Todos los izquierdistas que se niegan a aceptar la desesperante situación de la economía socialista, ignoran o ignoraban esto? Gorbachov le dijo a Bush: «Todos sabemos lo que está en juego. Lo que ocurra con la Unión afectará al mundo entero».
Por si esto no fue lo suficientemente claro, Gorbachov fue al grano: «Te seré franco: diez mil o quince mil millones de dólares no es mucho para nosotros, y no tendríamos demasiadas dificultades para devolverlos». Pero los estadounidenses no estaban en situación de considerar un pedido semejante. «De momento te puedo ofrecer mil millones y medio para el invierno, mientras resuelves el conflicto entre la Unión y las repúblicas. Si te parece un insulto, deja que consulte con mis colaboradores, a ver qué se puede hacer».
Mijaíl Gorbachov le dijo a Bush que hacían falta tres mil millones y medio de dólares para atajar la crisis alimentaria antes de la siguiente cosecha. James Barker, le hizo una advertencia al presidente soviético de que Estados Unidos no podía ofrecer más dinero del que había propuesto Bush. Según versiones, en privado le habría dicho al intérprete de Gorbachov, «Aceptad mil millones y medio en efectivo antes de que cambiemos de idea. ¿Que os parece poco? No podemos dar más».
La oferta estadounidense no sorprendió a Gorbachov, que había intentado convencer a Bush de que aprobara un importante paquete de ayuda económica en la cumbre del G7 celebrada en julio en Londres. Mas tarde, Mijaíl Gorbachov se mostraría medianamente satisfecho con la suma propuesta por Bush. En la Cumbre de Madrid, Gorbachov también le pediría otras cosas a Bush. Entonces la política exterior de la URSS no era la de antes, era más modesta, y se limitaba la mundo eslavo y ortodoxo, una zona tradicional de influencia de los zares.
Gorbachov quería que Estados Unidos convencieran al aliado turco de que fuera más flexible en su relación con los grecochipriotas, y que presionaran a las Naciones Unidas para una acción más activa en la crisis de Yugoslavia, que había producido sus primeras víctimas. La mayoría de las preguntas en la rueda de prensa no iban dirigidas al proceso de paz en Oriente próximo, sino a la situación de la Unión Soviética. Cherniaev escribió en su diario: «Bush evitó alardear de la diferencia de poder entre los dos, aunque Mijaíl Serguéyevich no se lo habría permitido. Actuó con total normalidad».
Había llegado a Madrid una noticia, que, en su discurso de reformas económicas, Boris Yeltsin, había exigido reducir el ministerio de Asuntos Exteriores soviético a la décima parte de su tamaño, amenazando incluso con cortarle del todo los fondos. La decisión de Yeltsin de reducir de manera drástica la administración central, entre ellos el ministerio de Asuntos Exteriores, ponía en riesgo el plan estadounidense de impulsar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos.
Una vez confirmada la decisión de Yeltsin, Pankin recibió una carta firmada por varios altos cargos del ministerio pidiéndole que regresara a Moscú. «Tuvieron el descaro de decir que, en vez de instaurar la paz en Oriente próximo, tenía que volver a Moscú lo antes posible para salvar el ministerio de Asuntos Exteriores», recordaría Pankin. El ministro se negó a marcharse de Madrid. Mientras en Moscú se aceleraba el fin de las instituciones de la Unión, la situación de la URSS se convertía en un obstáculo para lograr lo que varias generaciones habían anhelado, la paz en Oriente próximo.
Cuando se estaba por alcanzar la paz uno de los socios garantes de la Cumbre estaba por desaparecer. Lo mejor de su estadía en Madrid para Gorbachov fue la cena que el rey Juan Carlos les ofreció a él, a Bush y a Felipe Gonzalez, y en la que el soviético recibió el apoyo moral que tanto necesitaba. Según cuenta en sus memorias, para Gorbachov fue una velada «extraordinaria», en la que los comensales hablaron «con increíble franqueza». La conferencia de Madrid significó para Gorbachov algo muy importante, pese a las dificultades y desaires, la Cumbre de Madrid le brindó lo mismo que le otorgaban sus viajes al exterior.
Su regreso a Moscú, fue lo mismo que el volver de Crimea después del golpe, se encontró con un país diferente. El hombre del cambio era Boris Yeltsin. Yeltsin cortó de inmediato todos los fondos a la mayor parte de los ministerios. Cherniaev calculaba que, a mediados de noviembre, solo en Moscú, había cincuenta mil funcionarios desempleados. Por primera vez el consejero de Gorbachov y su equipo no cobraban la nómina.
La escasez de alimentos era una realidad diaria. Gorbachov que había regresado de Madrid con nuevos bríos, el 4 de noviembre, en una reunión del Consejo de Estado a la que asistieron los gobernantes de las repúblicas, Gorbachov criticó a Yeltsin por su improvisación y las reformas mal concebidas. Mijail Gorbachov creyendo en que la recuperación de su liderazgo mundial obtenido en Madrid le servía para emprender la salvación de la URSS.
«Occidente teme la disolución de la Unión Soviética. Les aseguro que este ha sido el asunto principal de todas las conversaciones que he tenido en Madrid. No entienden lo que está ocurriendo aquí. Ahora que por fin nos encaminamos a la democracia y barremos los escombros del totalitarismo. […] Dicen que hay que salvaguardar la Unión Soviética como uno de los fundamentos del equilibrio internacional».
Yeltsin molesto por las palabras de Gorbachov, le impidió abordar el tratado de la Unión exigiendo que se siga el orden del día. Gorbachov continuó los días siguientes en su ofensiva contra Yeltsin presentándose como defensor de las repúblicas independientes frente a la tiranía del gobierno ruso. El día 8 Yeltsin había declarado el estado de emergencia en Chechenia, la antigua república autónoma de la Federación Rusa que se había proclamado independiente.
El origen del conflicto que estallo en noviembre de 1991 y se propagó por el resto del Cáucaso se encontraba en el siglo XIX, cuando los rusos conquistaron la región. En la Segunda Guerra Mundial, Stalin ordenó desplazar a todos los chechenos a Kazajistán como castigo por su supuesta traición a la Unión Soviética. En la década de los cincuenta, Jruschov les permitió a ellos y a los ingusetios volver a su tierra. 30 años después, gracias a la perestroika y a la glasnost, los chechenos reivindicaban su independencia.
En junio de 1991, tras ganar Yeltsin las elecciones presidenciales rusas, el Congreso Nacional Checheno, proclamó la república de Chechenia, separada de Ingusetia. El general Dzhojar Dudáyev, se convirtió en su presidente. Un mes antes había renunciado como comandante de la división de bombarderos soviética estacionada en Estonia. Dudáyev, había sido testigo del proceso independentista de los estonios.
Durante el golpe de agosto, Dudáyev tomó partido Yeltsin: «Organizamos unidades armadas, implicamos al MVD [ministerio del Interior] y al KGB, y nos hicimos con el control de las tropas, las comunicaciones y los nudos ferroviarios», así se lo hacía saber a Boris Yeltsin en un informe. Luego del golpe aumento el poder de Chechenia, pero los que gobernaban seguían siendo los que habían apoyado a los golpistas.
Dudáyev organizó un levantamiento en la capital Grozni, el 6 de septiembre, sus seguidores tomaron edificios públicos y al presidente del parlamento se le obligó a dimitir. Cuando las masas asaltaron el ayuntamiento, el alcalde, presa del pánico se arrojó al vacío desde la ventana de su despacho. Boris Yeltsin y el presidente del parlamento ruso en funciones, Ruslan Jasbulátov, de origen checheno, quedaron atrapados en un dilema. Entre septiembre y octubre, viajaron a Grozni una cantidad importante de consejeros del presidente ruso, entre ellos Jasbulátov y el vicepresidente Aleksandr Rutskoi, se negoció la disolución del parlamento.
Se celebraron elecciones, pero no fue para constituir una nueva cámara, sino que el general Dzhojar Dudáyev fue elegido presidente el 27 de octubre, los comicios fueron boicoteados por la etnia rusa y se denunciaron numerosas irregularidades. Su primer decreto proclamó la soberanía chechena, parecía no solo el fin de la Unión Soviética sino también de la Federación Rusa. El 7 de noviembre Boris Yeltsin contragolpeó con otro decreto que declaraba el estado de emergencia en Chechenia.
Al día siguiente se enviaron unidades del ministerio del Interior al aeropuerto Khankala, cerca de Grozni. Unos mil quinientos soldados con uniformes de policía tenían que ingresar en Grozni, deponer al nuevo gobierno y detener a Dudáyev y colaboradores. El país entero se informó por el noticioso de la tarde el decreto firmado por Yeltsin. El 9 de noviembre, el general Dudáyev, tomo posesión del cargo de presidente y al día siguiente firmó un decreto anulando el de Yeltsin.
La policía se unió a los rebeldes, tomaron los edificios del KGB y las comisarias, y armaron las milicias. Dudáyev ordenó la movilización de todos los varones de edades comprendidas entre los quince y los cincuenta y cinco años. Se cercaron los barracones donde estaban acuarteladas las tropas soviéticas y se cortaron los enlaces ferroviarios de Rusia con las repúblicas transcaucásicas de Armenia, Azerbaiyán y Georgia. El día 10 con el objetivo de que el mundo se enterara, tres hombres armados secuestraron un avión soviético con ciento setenta y un pasajeros y lo desviaron con rumbo a Turquía.
El vice presidente ruso Aleksandr Rutskói encargado de supervisar la operación militar en Chechenia, no solo estaba en problemas con el general Dudáyev, también las autoridades soviéticas estaban bombardeando los planes rusos. El ministro del Interior soviético Viktor Barannikov, que antes lo había sido de Rusia, no quiso enviar sus unidades a la república caucásica. Las autoridades rusas que estaban en Grozni rechazaban desde el principio usar al ejército, ya que estaba bajo control soviético, lo mismo con la KGB.
El 7 de noviembre, Boris Yeltsin, le envió una carta a su par soviético en la que le informaba que iba a hacer uso de la fuerza en Chechenia, no le solicitaba consejo ni ayuda. En la misma le comunicaba que iba a comunicar su decisión al secretario general de las Naciones Unidas. Rusia podía recortar el dinero a los ministerios, pero la URSS se reservaba la representación exclusiva sobre el ejército, los servicios secretos y las fuerzas de seguridad en el exterior.
El parlamento ruso se reunió a deliberar ante el peligro que se encontraba la operación rusa en Chechenia, y el día 9 de noviembre dictó dos disposiciones. Una ordenaba a Boris Yeltsin a asumir la autoridad sobre las unidades del ministerio del Interior en el territorio de la Federación Rusa, y en la otra, culpaba a los ministros de la Unión del impedimento para ejecutar el decreto del presidente ruso. Ella decía: «Proponemos al presidente de la RSFSR analizar las acciones de los responsables de los órganos ejecutivos».
Yeltsin quería que el Presidium juzgara al ministro del Interior, Viktor Barannikov, aunque no tenía autoridad para ello. Al no contar con el apoyo del gobierno central, las autoridades rusas ordenaron la retirada de las tropas que ya estaban en Grozni el día 10. El parlamento ruso tuvo que anular el decreto por el que Boris Yeltsin había declarado el estado de emergencia, Aleksandr Rutskói tuvo que cargar con toda la culpa. Del nuevo tratado de la Unión se iba a tratar en el Consejo de Estado el día 14 de noviembre.
En vísperas de la reunión, Mijaíl Gorbachov, autorizó al principal negociador soviético, Georgi Shakhnazarov, a viajar a Londres, en ella iba a participar en un acto organizado por el diario japonés Yomiuri Shimbun, en la que dialogaría con el ex secretario de Estado Henry Kissinger. Una semana antes, Shakhnazarov le había solicitado permiso para viajar a Estados Unidos, y el presidente se había negado: «Pero, ¿estás loco? ¿A Estados Unidos? Firmamos el tratado de la Unión, y al día siguiente te vas si quieres». George Shakhnazarov le había objetado que el acuerdo no se iba a firmar antes del mes de diciembre, Mijaíl Gorbachov le había dicho que estaba equivocado, pero ahora lo dejaba marchar.
A finales de octubre Shakhnazarov le había entregado a Gorbachov un memorándum que impugnaba la idea que el presidente tenía de la nueva Unión, es decir, con un solo gobierno central fuerte y una constitución a la que estarían sometidas las repúblicas:
«Hoy por hoy es casi imposible resucitar el estado unión. Todas las repúblicas menos la de Nazarbáyev [Kazajistán] y la de Nyyazow [Turkmenistán] han decidido demostrarse a sí mismas y al mundo entero que son independientes. Con su último discurso, Yeltsin también ha cruzado el Rubicón. Y tiene razón, desde luego: a Rusia no le queda otra salida. Ahora tiene que cuidar de sí misma, y no suplicar ni exigir a las otras repúblicas que se queden. Ya volverán cuando Rusia se haya recuperado, y, si algunas prefieren seguir fuera, allá ellas. Bastara con mantener los países vecinos de Rusia en su zona de influencia política y económica».
Ese era el plan que Gennadi Burbulis, Serguéi Shakhrai y los otros negociadores rusos le habían expuesto a Shakhnazarov, y en la que se basaría la política de Rusia respecto a las antiguas repúblicas soviéticas. No servía intentar restaurar un gobierno central fuerte y a Gorbachov le convenía centrarse en las funciones que Yeltsin y los lideres de las otras repúblicas le habían designado. Por ejemplo, comandante de las fuerzas armadas, principal negociador en materia de desarme nuclear, coordinador de la política exterior de las repúblicas, y mediador de las disputas entre los miembros de la Unión.
Luego de explicar sus discrepancias, Shakhnazarov presentó su renuncia con las siguientes palabras: «No puedo, en conciencia, seguir defendiendo una política que juzgo equivocada y estéril». Gorbachov no aceptó la renuncia, y dejó marcharse a su consejero a Londres a debatir con Kissinger, era mejor tenerlo fuera si no estaba de acuerdo con el tratado de la Unión. El 13 de noviembre, Anatoli Cherniaev, escribió lo siguiente en su diario:
«En Novo-Ogarevo no se va a aprobar ningún tratado. ¡He leído el nuevo borrador! Estoy seguro de que no vendrán Kravchuk ni ningún otro representante de Ucrania. Revenko [el jefe de gabinete de Gorbachov] les ha suplicado a todos los presidentes que asistan a la reunión. […] Por la tarde aún no estaba claro que fueran a venir».
Pese a las deserciones algunas públicas y otras secretas, Gorbachov no perdía las esperanzas. El día 14 se reunió finalmente el consejo, al principio, el debate sobre el tratado confirmó los temores de Shakhnazarov. Boris Yeltsin se opuso de un solo Estado con una única constitución. Kravchuk ya no concurría a las sesiones del consejo y al presidente ruso no le costó conseguir el apoyo de dirigentes de las mayorías de las repúblicas, entre ellos la de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev.
Mijaíl Gorbachov terminó rechazando la alternativa entre federación y confederación: «Insisto en un estado unión. Lo digo rotundamente. Si no lo creamos, os auguro graves problemas». Pero Yeltsin ya no estaba dispuesto a ceder: «Vamos a crear una unión de estados». Gorbachov amenazó con abandonar la reunión: «Si no se acepta el estado unión, me niego a intervenir en el proceso. Puedo marcharme ahora mismo y dar por terminada mi tarea. No voy a aceptar algo amorfo».
El presidente soviético Gorbachov no aceptó las explicaciones sobre las ventajas de una formula confederal, se levantó y empezó a recoger sus papeles. Los presidentes de las repúblicas pidieron un receso. Yeltsin se reunió en privado con Gorbachov y llegaron a un acuerdo, la nueva estructura política se llamaría Unión de Estados Soberanos y sería un «estado democrático confederal». No habría constitución, pero el presidente sería elegido por todos los ciudadanos de la Unión.
A pesar del nuevo borrador, Mijaíl Gorbachov estaba muy satisfecho, no había conseguido que aceptaran una constitución, pero si el artículo sobre la elección del presidente. Los dirigentes de las repúblicas decidieron aprobar el nuevo tratado de la Unión en la siguiente reunión del Consejo de Estado. Boris Pankin, que estuvo presente en Novo-Ogarevo, le notó a Gorbachov una mirada «nerviosa y a la vez complacida».
Septiembre de 2024.