Serie Roja —18
CRISIS UCRANIANA.
EL IMPERIO SOVIÉTICO SE RESQUEBRAJA
Aleksandr Vladímirovich Rutskói, nacido el 16 de septiembre de 1947, en Jmelnitski, URSS, fue un político ruso y ex militar soviético. Fue vicepresidente de Rusia, cargo existente entre el 10 de julio de 1991 y el 4 de octubre de 1993 y gobernador del Óblast de Kursk entre 1996 y 2000 ya en la época de la Federación de Rusia. Durante la crisis constitucional rusa de 1993, fue proclamado presidente interino de Rusia, como oposición a Boris Yeltsin.
Fue coronel de la Fuerza Aérea Soviética y fue veterano de la guerra de Afganistán. Había sido seleccionado como candidato a vicepresidente en las elecciones presidenciales de Rusia de 1991 por Yeltsin, con quien tuvo buenas relaciones al inicio, y su opositor en desacuerdo con las políticas económicas y acusando de corrupción a distintos políticos rusos a finales de 1992. La crisis de 1993, fue el peor momento cuando el Congreso de los Diputados quiso destituir a Yeltsin y proclamar a Rutskói presidente. Una vez fracasado el intento, fue encarcelado por los disturbios en febrero de 1994, pero amnistiado por el nuevo órgano legislativo creado posterior a la crisis, la Duma Estatal, en 1995.
Pero la tarde del 8 de agosto de 1991, una semana después de que volara a Crimea para salvar a Gorbachov, Aleksandr Rutskói se encontraba volando al sur para tratar de salvar a la Unión Soviética, la cuestión de la declaración de la independencia de Ucrania amenazaba con dividir el territorio de la URSS. El periódico Nezavisimaia Gazeta explicaba de esta manera la situación: «Hoy tendrán ocasión de trasmitirles a los dirigentes ucranianos la idea de Yeltsin de que, con su salida de ‘una cierta URSS’, Ucrania invalida el artículo del acuerdo bilateral relativo a las fronteras».
A Aleksandr Rutskói lo acompañaba un cercano colaborador de Boris Yeltsin, Serguéi Stankevich, quien días antes había colaborado en retirar el monumento a Félix Dzherzhinski del centro de Moscú, pero la comitiva no estaba compuesta solo por «rusos», también iban representantes del Soviet Supremo de la URSS. El periódico Izvetsia decía: «Las noticias son alarmantes y ponen sobre aviso al parlamento, una de los pocos pilares de la Unión que queda en pie».
Entre los soviéticos se encontraba el alcalde de Leningrado, Anatoli Sobchak, aliado de Yeltsin, Sobchak había insistido esos días a los diputados a «centrarse en lo fundamental: impedir la desintegración de las estructuras soviéticas, poniendo fin a los debates estériles sobre asuntos que no tienen nada que ver con el peligro del hundimiento del país». El protagonismo de esta situación le correspondía a Yeltsin y el presidente soviético Mijaíl Gorbachov estaba totalmente al margen.
El día 28 cuando partió la delegación ruso-soviética hacia Kyiv, el triunfo de Boris Yeltsin era total, había sustituido a Gorbachov como el hombre fuerte de la Unión Soviética. La declaración de la independencia de Ucrania había sacudido a la URSS cambiando el panorama político. Armenia, Georgia y las repúblicas bálticas ya lo habían hecho con anterioridad, pero los gobernantes de esos países, a diferencia de Ucrania, se oponían al régimen comunista. El día 25 de agosto, Bielorrusia aprobó una decisión similar.
El día 26 fue Moldavia, y el día 30 la de Azerbaiyán, siguieron Kirguistán el 31 y Uzbekistán el 1 de septiembre. Boris Yeltsin, al igual que Gorbachov, observaba perplejo como las repúblicas se iban proclamando independientes. Ninguna de las repúblicas que declararon su independencia luego de Ucrania, anunciaron referéndum alguno para ratificar la decisión, tampoco había premura por abandonar la URSS de inmediato. La soberanía otorgaba primacía a las leyes de las repúblicas sobre las leyes de la Unión y además aumentaba el poder de los lideres de las repúblicas.
El 24 de agosto Boris Yeltsin había firmado tres cartas reconociendo la independencia de los países bálticos, Estonia, Letonia y Lituania, que limitaban al oeste con Rusia, las cartas no ponían ninguna condición ni cuestionaban las fronteras de esos estados que habían heredado del periodo soviético. Miles de rusos quedaron bajo otras fronteras que habían emigrado mayoritariamente a esas repúblicas luego de la Segunda Guerra Mundial, el destino de esos rusos no preocupaba al gobierno de Boris Yeltsin.
La nueva Rusia democrática no quiso apelar a la presión económica, ni a la violencia o a los aprietes legales o diplomáticos para evitar el desmembramiento de las repúblicas bálticas. Muchos grupos de estonios, letones y lituanos de origen ruso se oponían a la secesión y participaban de grupos anti independentistas que eran mantenidos por los comunistas desde Rusia, como sucedería luego en Ucrania. Para Boris Yeltsin, sus aliados eran los nacionalistas demócratas de Tallin, Riga y Vilna, y no las minorías rusas que habían tomado partida por los golpistas comunistas.
En Moscú, cuando el diputado de Ucrania, Yuri Shcherbak, leyó la traducción al ruso de la declaración de independencia, al terminar de leer se hizo un silencio total en la asamblea. Gorbachov se levantó muy contrariado y se retiró de la cámara. Vadim Medvédev, anotaría en su diario: «con una sola voz de independencia, de lo superfluo del gobierno central, y de acabar con las instituciones de la Unión».
Para muchos seguidores de Yeltsin, la independencia ucraniana no era un ataque contra el gobierno central, que ya estaba debilitada, sino contra la democracia rusa que se había impuesto sobre el comunismo. Pero eso también cambiaba el eje de poder, hasta entonces la Federación Rusa estaba a la cabeza de la pelea con el gobierno central, los países bálticos. Es decir, en ese momento casi todo el poder se encontraba en manos rusas y ahora se enfrentaba a que hacer con la Unión Soviética.
Boris Yeltsin, ordenó a su jefe de prensa, Pável Voshchanov, que redactara un comunicado advirtiendo de que: «si una república rompe las relaciones que tiene con Rusia en el seno de la Unión, Rusia tiene el derecho a reclamar los territorios que le corresponden». Obviamente que era una política totalmente diferente a la adoptada con los países bálticos.
El texto final que Voshchanov le leyó por teléfono a Yeltsin, decía: «La federación Rusa no pone en duda el derecho constitucional a la autodeterminación de todos los países y pueblos. Subsiste, sin embargo, el problema territorial, cuya no resolución es aceptable a condición de que existan relaciones amistosas definidas en un tratado. En el caso de romperse esas relaciones, la RSFSR [República Socialista Federativa Soviética de Rusia] se reserva el derecho de plantear la revisión de las fronteras».
Cuando se le preguntó a Voshchanov en rueda de prensa a qué países se refería Yeltsin, mencionó a Ucrania y Kazajistán. Crimea era la única región transferida de Rusia a otra república, Moscú había incorporado la península a Ucrania. Los trataros que eran la población indígena, mas de doscientos mil habían sido expulsados para entonces a Asia central. Los que quedaron en su mayoría eran de la etnia rusa. La crisis entre Rusia y Ucrania le dio a Mijaíl Gorbachov la oportunidad de recuperar algo de la autoridad perdida.
Gorbachov declaró en el parlamento soviético que haría todo lo posible para asegurar la integridad de la Unión. Para muchos analistas la independencia de Ucrania y la de Bielorrusia eran intentos de los jerarcas regionales del partido de no soltar el poder, y la democracia debía combatirlos de manera dura. Al día siguiente de darse a conocer el comunicado, en Moscú, siete prominentes demócratas encabezados por Yuri Afanásiev y Yelena Bónner, que se habían enfrentado al golpe, firmaron un manifiesto titulado «Celebramos la caída del imperio».
El manifiesto decía que en algunas repúblicas secesionistas la clase dirigente estaba integrada en su mayor parte por comunistas que habían apoyado el golpe y oprimían a la población, pero para derrotarlos había que colaborar con las fuerzas democráticas regionales. La solución no era restaurar el imperio. «Lo más peligroso de todo son las declaraciones del gobierno ruso amenazando con reclamar ciertos territorios a las repúblicas vecinas en caso de que se disuelva la URSS». La única manera de crear una comunidad de repúblicas democráticas sobre las ruinas del imperio era disolver pacíficamente la URSS».
La postura expresada por Pável Voshchanov preocupaba a los parlamentarios y a los gobernantes de Ucrania, Moldavia y Kazajistán. La primera en responder fue Ucrania el 27 de agosto, el mismo día en que se publicó el comunicado, la coalición de partidos demócratas ucranianos conocida como Rukh daba a conocer otro comunicado en la que acusaba a los «dirigentes rusos recién convertidos a la democracia» de abrigar «ambiciones imperiales» similar a los manifestado por los bolcheviques en 1917.
Los bolcheviques de entonces habían destruido al movimiento independentista y a las instituciones democráticas de Ucrania en nombre de la revolución proletaria. El presídium del parlamento ucraniano dio a conocer un documento que insistía en ese paralelismo histórico y decía que Ucrania no tenía nada ningún territorio que reclamar a Rusia, pero estaba dispuesta a examinar las posibles reivindicaciones rusas basándose en el tratado de 1990. Este acuerdo garantizaba la frontera existente entre Rusia y Ucrania.
Leonid Kravchuk presentó la declaración al presídium en una rueda de prensa en la que anunció que había llamado por teléfono a Boris Yeltsin para discutir el comunicado de Pável Voshchanov. Al día siguiente el presidente ruso ordenó a Aleksandr Rutskói y a Stankevich que viajaran a Kyiv para resolver la crisis. En realidad, la misión tenía un principal objetivo y era impedir o aplazar la secesión de Ucrania y no reclamar ningún territorio.
«¿No irás a pensar que necesitamos esos territorios? -le preguntó un estrecho colaborador de Yeltsin a Voshchanov, que se quedó perplejo-. ¡Lo que necesitamos es poner en su sitio a Nazarbáyev y a Kravchuk!». Quería decir que su sitio estaba en la Unión manejada y dominada por Rusia. Yuri Shcherbak, el diputado del parlamento soviético, que acompañó a Rutskói, y los demás delegados rusos recordarían más tarde cómo Anatoli Sobchak, le dijo lo siguiente: «No se os ocurra a los ucranianos separaros de Rusia: a fin de cuentas, somos hermanos».
Según Shcherbak, tanto él como Stankevich veían con mucho recelo la declaración de la independencia ucraniana. Rutskói que habla bien ucraniano habría dicho: «¿Así que vosotros, khokhly, habéis decidido independizaros?», les preguntó a los representantes de Ucrania usando un término despectivo a los naturales de esta región. La radio ucraniana transmitió dos mensajes del parlamento, uno exhortaba a las fuerzas políticas del país a unirse por la independencia, y el otro, iba dirigido a las minorías étnicas y les aseguraba que sus derechos serían respetados.
El presídium dictó un decreto por el que todos los centros de reclutamiento militar que existían en Ucrania pasaban a la jurisdicción de la república. Las radios emitieron un tercer comunicado, un dirigente del Rukh pidió a los ciudadanos de la capital que acudieran al parlamento a defender la independencia. La respuesta fue masiva y se concentró una gran multitud decidida a defender la independencia. Shcherbak se quedaría estupefacto al ver la multitud. No era este el recibimiento que esperaban Rutskoi y el resto de la delegación. «Cuando llegamos a Kyiv no nos dejaron salir del avión. Nos retuvieron allí la mitad del día, interrogándonos sobre el objeto de nuestra visita a un estado independiente», contaría luego Serguéi Stankevich.
Rutskoi apeló a la solidaridad entre eslavos y aseguró que su propósito no era otro que discutir con las autoridades ucranianas el futuro de las relaciones bilaterales en vista de la declaración de independencia. La delegación fue trasladada al parlamento, donde no la recibieron los miembros del presídium, antiguos comunistas en su mayoría, sino los lideres de la facción demócrata. Sobchak y Stankevich se sentaron enfrente de sus viejos amigos y aliados, que intentaron convencerlos de que el estado independiente de Ucrania no era un refugio para los comunistas.
Sobchak, le dejó en claro al «comité de bienvenida» que la delegación de Moscú no iba a plantear ninguna disputa territorial, ni cuestionaba el derecho de Ucrania a la independencia, consiguiendo de esta manera romper el hielo. Luego de reunirse con los diputados demócratas, los representantes rusos y los parlamentarios soviéticos se sentaron a negociar con la delegación oficial ucraniana, que era encabezada por Leonid Kravchuk.
El encuentro duró hasta bien entrada la noche. De vez en cuando, los negociadores salían para informar a los ciudadanos reunidos delante del parlamento de como iba la reunión, y para calmar los animos. Cuando Sobchak les habló directamente, el resultado fue nefasto. «Tenemos que estar unidos», le dijo a la multitud, que respondió con gritos como «¡No!», «¡Vergüenza te debería dar!» y «¡Ucrania sin Moscú!».
Pasada la medianoche, Kravchuk y Rutskói ofrecieron una conferencia de prensa para informar sobre la reunión, los dos países habían acordado crear comisiones conjuntas para dirigir la transición y avanzar en la cooperación económica. Los ucranianos estaban satisfechos los rusos no, no se llegó a definir ninguna formula de coexistencia en el mismo estado, «La negociación fue ardua. No llegamos a definir una forma de asociación», dijo Stankevich. Esto era una mala noticia para la Unión.
El desenlace de las negociaciones le dio animos a Nursultán Nazarbáyev, que no veía con buenos ojos como los rusos se apoderaban del gobierno de la Unión y se quedaban con el control de las fuerzas militares y de seguridad en Kazajistán. Ese mismo día envió un telegrama a Boris Yeltsin pidiendo que Rutskói y la delegación viajaran a su país. «En vista de que aún no se ha publicado en la prensa que Rusia haya renunciado a sus reivindicaciones territoriales en las repúblicas contiguas, el malestar social está creciendo en Kazajistán, con resultados imprevisibles. Esta situación puede obligarnos a tomar medidas similares alas que se han adoptado en Ucrania», dijo Nazarbáyev.
Eso de seguir el ejemplo de Ucrania, es decir, declarar la independencia, dicho por un líder de una república que almacenaba armas nucleares, tuvo el efecto deseado. La delegación enfiló hacia Kazajistán en vez de regresar a Moscú. En Almatý, entonces capital del país, los tres enviados firmaron una declaración igual a la pactada en Kyiv. Rutskói, junto a Nazarbáyev, en la rueda de prensa negó que hubiera disputas territoriales.
En Kyiv y Almatý, los dirigentes rusos se desligaron del comunicado de Voshchanov, a quien trataron de un funcionario irresponsable. «Nunca olvidaré la extraña sensación que me produjo encender la televisión y oír a Rutskói y Stankevich denigrar, delante de la multitud en Kyiv, al ‘jefe de prensa’ ese hombre tan petulante que se llevara su merecido, no os quepa duda’. Esperé impaciente a que Rutskói volviera a Moscú. En cuanto llegó me presenté en su despacho. ‘¿Por qué me conviertes en chivo expiatorio, Sasha?’, le pregunté. El vicepresidente puso una botella encima de la mesa. ‘Ay, Pável, hijo mío, ¿Qué quieres que haga? Tu y yo tenemos que hacer cosas así, ensuciarnos las manos». Recordó Pável Voshchanov.
Boris Yeltsin, que había aprobado el comunicado, tomó distancia de su jefe de prensa y desautorizó la fracasada iniciativa. «Recibí una llamada de Boris Nikoláievich. En los muchos años que llevábamos trabajando juntos, nunca me había reprendido así. ‘Has cometido un error gravísimo’, me dijo […] Por lo visto debería haberme callado después de emitir el comunicado, como hubiese perdido el habla. No se podía nombrar los territorios en litigio bajo ningún concepto». Dijo Voshchanov, quien tuvo que cargar con el muerto.
Las repúblicas rusas no eran simples peones en la partida de ajedrez entre Yeltsin y Gorbachov, tenían sus propias jugadas, y si se unían podían vencer a dos lideres enfrentados. Existían consejeros de Yeltsin que querían usurpar el papel del gobierno central en las negociaciones con las repúblicas, otros, proponían fortalecer la desigual alianza entre ambos presidentes, había quienes juzgaban absurdo luchar por una Unión que no incluía a Ucrania ni a Bielorrusia, y sí a las «antidemocráticas» repúblicas del Asia central. Y también, quienes celebraban la caída del imperio y querían la disolución de la URSS, sin importar sus consecuencias.
El presidente ruso, Boris Yeltsin, estaba agotado, y antes de la crisis de las fronteras, había comunicado que iba a tomarse dos semanas de vacaciones fuera de Moscú. El día 29 asistió a la inauguración de la embajada rusa en Riga, la prensa se preguntaba que, hacia Yeltsin en la capital letona, cuando en Moscú se vivía una crisis política. Boris Yeltsin había decidido descansar en un balneario del Báltico cerca de la ciudad de Jurmala, o sea, fuera de las fronteras de Rusia y de la Unión.
En los días siguientes, Boris Yeltsin llamaría por teléfono a sus colaboradores, firmaría documentos y acudiría al Consejo de Diputados del Pueblo, la asamblea extraordinaria de la Unión, que había comenzado sus sesiones el 2 de septiembre, pero su ausencia de Moscú fue aprovechada por sus rivales. Gorbachov reapareció en la sesión parlamentaria del 18 de agosto, el mismo día que Boris Yeltsin viajaba a Letonia. Por primera vez luego del golpe se acusaba a Yeltsin de sumisión por haber aprobado el nombramiento del primer ministro ruso, Iván Siláyev, como jefe del gobierno de la Unión.
El consejero económico de Gorbachov, Vadim Medvédev, dijo: «El comité de Siláyev está causando un gran revuelo. La gente dice que el comité está suplantando los órganos de la Unión por órganos rusos». Iván Siláyev, anunció que iba a invitar a las repúblicas a unirse al comité, estas palabras sentaron mal en los diputados. El mismo Gorbachov se permitió criticar las acciones de Yeltsin por primera vez desde el golpe.
Mijaíl Gorbachov, criticó al presidente ruso por vulnerar la constitución intentando arrebatar competencias al gobierno central. Esas palabras eran referencia a la tentativa rusa de hacerse con el contro del Banco central soviético. Los consejeros de Gorbachov protestaron y ese mismo día, Yeltsin firmó un decreto suspendiéndola. Así celebraban por primera vez sobre su enemigo ruso. El 2 de septiembre, en la sesión del Congreso de los Diputados del Pueblo de la URSS, que tenía la potestad exclusiva para reformar la constitución.
Al comienzo de la sesión, Nursultán Nazarbáyev, leyó una «Declaración del presidente de la URSS y las autoridades supremas de las repúblicas», que se conocería como 10+1, siendo 10 el número de repúblicas firmantes del texto y 1 el gobierno central. Días antes la prensa de Moscú había publicado una gran cantidad de artículos defendiendo de que fuera Rusia y no el gobierno central, el 1 en la fórmula 9+1 o 1º+1, pero casi ningún diputado estaba de acuerdo.
Gorbachov y los líderes de las repúblicas habían tenido una reunión en la noche anterior y llegaron a la conclusión de que Yeltsin y los demás dirigentes regionales ejercían cada vez más poder en la URSS. Leonid Kravchuk viajó a Moscú, siempre especulando, para anunciar que Ucrania estaba haciendo efectiva la declaración de la independencia, pero, antes de que se ratificara en referéndum, él estaba dispuesto a participar en las negociaciones sobre el tratado de la Unión, por si el resultado del referéndum era negativo.
A Kravchuk la única fórmula que le parecía bien era la confederal, y Nazarbáyev defendió la misma idea, argumentando que la declaración de independencia de ucrania había convertido la Unión en una asociación obsoleta, una Unión Soviética confederal ya no sería un estado como tal, sino una alianza de estados con órganos comunes encargados de coordinar la política exterior y la de defensa. Como las dos repúblicas mas extensas de la Unión formaron un frente común, Gorbachov y Yeltsin tuvieron que ceder a las exigencias de estos lideres.
La declaración firmada por los mandatarios de las repúblicas, abogaba por una nueva constitución para la Unión y proponía una serie de medidas para el periodo de transición, entre ellas la sustitución del Soviet Supremo y el Congreso de los Diputados del Pueblo por una asamblea constitucional formada por representantes de los parlamentos de las repúblicas, la creación de un órgano ejecutivo, el consejo de estado, integrado por el presidente de la Unión y dirigentes de las repúblicas, un comité económico integrado por representantes regionales.
El kazajo Nazarbáyev propuso que las repúblicas firmaran un nuevo tratado de la Unión y amplios acuerdos económicos y de seguridad para garantizar sus derechos y libertades, también manifestaron de integrarse en las Naciones Unidas. En resumen, Nazarbáyev estaba tratando de tomar el poder de la Unión, pero no por una república como pretendía Rusia, sino por todas las repúblicas. Cuando se presentó, hicieron lo posible para convencer al Congreso de Diputados del Pueblo de que se aprobara el documento y luego se disolviera.
Luego que Nazarbáyev leyera la declaración se otorgó un receso, para no dar a los diputados la posibilidad de hacer preguntas ni expresar su opinión. Se desató un escandalo generalizado pero el mismo receso sirvió para calmar los animos. Vadim Medvédev, escribió en sus memorias quien participó en la sesión: «Esas decisiones eran la última oportunidad de salvar el país y, por tanto, inevitables. No parecían muy democráticas, pero la situación era sí de desesperada». El parlamento soviético no quería ceder el debate duraría cuatro días.
El diputado A. M. Obolenski dijo desde la tribuna: «Al presidente de Kazajistán, el camarada Nazarbáyev, por el que siento respeto, se le esta ofreciendo el papel del célebre marinero Zhelezniak», se refería a Anatoli Zhelezniakov, el marinero de la flota del Báltico que a principios de 1918 capitaneó la unidad militar bolchevique que obligó a la asamblea constitucional rusa a disolverse.
«Los dirigentes de las repúblicas han contribuido así al desmantelamiento definitivo del régimen soviético. Dejemos de tratar a la constitución como una prostituta, sometiéndola a los deseos del nuevo cortesano», prosiguió Obolenski. Muchos se preguntaban a quien se estaba refiriendo si a Gorbachov o a Yeltsin, de cualquier manera, terminó su discurso exigiendo la dimisión del presidente soviético. Tiempo después, Boris Yeltsin, diría que «En la tribuna de oradores se habló de traición, conspiración y expolio del país».
Luego de varios días de debate, Mijaíl Gorbachov y los lideres de las repúblicas obligaron al Congreso de los Diputados del Pueblo a obedecer. A Gorbachov, «siempre le costaba mucho contenerse cuando decían cosas tan desagradables de él y, cuando ya no pudo más, se dirigió a la tribuna y amenazó con disolver el congreso por la fuerza si los diputados no lo hacían voluntariamente. De esa manera consiguió aplacar la ira de algunos oradores, y la propuesta para la creación de un consejo de jefes de estado se aprobó fácilmente.
El 5 de septiembre se clausuró el Congreso, al día siguiente, Mijaíl Gorbachov convocó a la primera reunión del Consejo de Estado, integrado por el presidente soviético y los dirigentes de las repúblicas. «En la nueva situación política, Gorbachov ya solo tenía un cometido: el de unir a las repúblicas que se estaban disgregando», recordaría Yeltsin. De esta manera Mijaíl Gorbachov volvía a estar en el centro del escenario político, de momento cumplía con una función con la que Yeltsin y los lideres de las repúblicas estaban de acuerdo.
El presidente del parlamento armenio, Levon Ter-Petrosián, explicaba a finales de agosto el acuerdo de esta manera en una entrevista concedida al semanario Argumenty i fakty: «Si Yeltsin permite la resurrección del gobierno central, Gorbachov podrá seguir. Pero, de momento, [el presidente soviético] solamente es necesario para asegurar la estabilidad». El enfrentamiento abierto del gobierno central y las repúblicas de momento se había acabado.
El presidente ruso había cerrado un capitulo reconociendo la independencia de los países bálticos y fomentando la rebelión de otras repúblicas contra Moscú. Pero la declaración de la independencia de Ucrania había abierto otro, en el que Rusia, por primera vez se sentía responsable del futuro del gobierno central y del de las repúblicas. Luego que el Congreso de los Diputados del Pueblo aprobara la declaración de Nazarbáyev, Boris Yeltsin firmó un decreto anulando los aspectos de disposiciones anteriores que vulneraban las competencias de la Unión.
Yeltsin creía que, junto a Gorbachov, habían llegado a un acuerdo provisional por el que los dos presidentes colaborarían para salvar al imperio. Yeltsin y su gobierno se instalaron en un edificio del Kremlin. El líder ruso exigió y obtuvo un coche blindado como el de Gorbachov. El guardaespaldas de Boris Yeltsin, Aleksandr Korzhakov, recordaría después:
«Había un espíritu de colaboración entre los dos presidentes. La única ventaja que Mijaíl Serguéyevich tenía respecto a Boris Nicolaiévich no estaba en el Kremlin, sino en la residencia de Ogarevo, a las afueras de Moscú. En ese lugar se reunían los dirigentes de las otras repúblicas, Gorbachov se tomaba su cognac preferido, uno armenio, y se comportaba como un zar en la mesa. Boris Yeltsin estaba furioso y hacia comentarios mordaces sobre él, pero sus colegas no le apoyaban».
En Moscú existía un poder bicéfalo que no se había dado en Rusia desde la revolución de 1917. Nadie sabía, sin embargo, cuánto podía durar ni lo que sucedería si una de las partes decidía romper el acuerdo que sostenía la Unión a duras penas. Los dos presidentes que compartían el poder en el Kremlin estaban unidos por dos factores que escapaban a sus controles. Y estos eran los dirigentes de las repúblicas no rusas, que no querían que ninguno de los presidentes obtuviera mayor poder, y el presidente de los Estados Unidos, que todavía era fiel a Mijaíl Gorbachov y confiaba en que su alianza con Yeltsin asegurara la continuidad de una Unión Soviética débil pero estable.
En cuanto a Boris Yeltsin, como había ocurrido durante el golpe, quería mostrarse dispuesto a colaborar con Gorbachov para consolidar su relación con George Bush y con Occidente en general. El 24 de agosto le dijo al embajador estadounidense, Bob Strauss que «por ahora, Gorbachov y yo nos llevamos muy bien», y le pidió que se lo comunicara así l presidente George Bush. Yeltsin era consciente de su nuevo papel, pero por otro lado quiere que se sepa que está colaborando con Gorbachov, pero desde una posición de fuerza.
18 de julio de 2024.